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Recientemente, Josep Borrell, Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, publicó un editorial en el que reconoce la necesidad de intensificar las relaciones entre la Unión Europea y América Latina, una tarea que él mismo señala no haber podido dedicarle todo el tiempo necesario que su importancia supone. ¿Comparte su opinión? ¿Existe un riesgo de una focalización excesiva de este nuevo posicionamiento de la relación birregional en las cuestiones económicas, comerciales y/o geoestratégicas?
Históricamente ha habido una brecha de conocimiento, de información y hasta de incidencia entre Europa y América Latina —salvo cosas muy puntuales— al punto que, muchas veces, no nos queda más a los latinoamericanos que apelar a España para ver si Europa reacciona. Sin embargo, en muchas ocasiones, y muy particularmente con estos años que han pasado con los Estados Unidos, y lo que está pasando ahora entre los Estados Unidos y China, los latinoamericanos hemos sentido que los europeos y nosotros deberíamos estar trabajando del mismo lado. Recientemente viví la experiencia de la elección del Banco Interamericano de Desarrollo (BID): tuve mucho contacto con los europeos que fueron mis grandes champions. Hasta el final se mantuvieron. Sin embargo, yo al final me retiré. Pero básicamente esa elección nos dio espacio para discutir mucho eso: ¿cuál debería ser el papel de Europa en una América Latina a la que no le conviene estar tan cerca de los Estados Unidos, como lo hemos estado, pero tampoco caer exclusivamente en alianzas con países como China? Se trata del gran balance desde el punto de vista de valores y de visión del mundo. Me parece que, de alguna manera, el éxito de su revista es que viene a responder a ese vacío. Es muy poco lo que se ha hecho entre ambas regiones.
Yo tuve la experiencia de competir por la presidencia del BID sobre la base de reglas escritas y no escritas, pero igualmente importantes, que venían rigiendo este proceso desde hace casi 60 años. Hubo un cambio absolutamente disruptivo, inesperado, inconsulto que hizo romper esas reglas con la candidatura del gobierno de los Estados Unidos, algo impensable en cualquier otro momento, no solamente por los mecanismos de autocontención que habíamos venido viendo desde los Estados Unidos hacia la región después de las aventuras golpistas de hace muchísimas décadas, sino también porque en América Latina —digamos en general— ha tenido también en las últimas décadas una interlocución inteligente con los EEUU. Es decir, sabemos que hay dependencias imposibles de negar y algunos países están mucho más influidos por esas dependencias —entre más al norte de América Latina, pues más condicionados estamos por esa dependencia comercial, de inversiones—, pero aún así ha habido una interlocución inteligente, en el sentido que ya no vemos una América Latina haciendo lo que hacía en los años cincuenta, sesenta y todavía en los setenta, en donde llegábamos a votar en bloque a los organismos multilaterales, dependiendo de la línea que los Estados Unidos nos daba. Eso había quedado atrás. Había países que se plegaban y otros no. Y aún cuando se plegaban algunos, abrían un margen de negociación frente a alguna decisión de interés de los Estados Unidos. Recuerdo, por ejemplo, que cuando Bush decide invadir Irak, fueron muy pocos los países de América Latina que siguieron esa postura. Y fueron precisamente algunos países de América Latina, presentes en el Consejo de Seguridad, que se opusieron e hicieron un balance en contra. Entonces, lo del BID fue de verdad un punto de quiebre, de inflexión, desafortunadamente negativo desde mi punto de vista, no porque estuviese compitiendo, sino por lo que eso simbolizaba para una relación que yo consideraba bastante madura entre América Latina y los Estados Unidos.
Pasó lo que pasó y durante ese proceso, además de esta reflexión inicial que yo estoy haciendo, de cómo lo percibí, me quedó mucho más claro la importancia de Europa —cosa de la cual ya era una convencida—. Y aquí abro otra paréntesis. A mí me tocó como presidenta hacer el cierre de la negociación —la única negociación de región a región que ha tenido la Unión Europea en materia de comercio, inversión y cooperación, que fue con Centroamérica—. Y fue Costa Rica el que logró, junto con España, firmar el acuerdo de asociación Centroamérica-Europa, el único que existe a nivel global, precisamente porque yo consideraba —eso fue en la cumbre que tuvo lugar en mayo, junio del 2010— que Europa era necesaria para nuestra pequeña región para los balances que siempre buscábamos. Con la experiencia tan personal que tuve en el BID, quedé más convencida aún de que Europa puede hacer los desbalances en nuestra región favorables precisamente a una serie de principios, visiones y valores. Sin embargo, por ejemplo, no hemos logrado conseguir que la importancia relativa de Europa pueda crecer en el BID, precisamente porque los Estados Unidos han demostrado una política muy recelosa hacia Europa, cosa que me parece que está equivocada, porque en el fondo también a los Estados Unidos le interesa fortalecer sus alianzas con Europa. Esta administración republicana, sin embargo, tampoco lo ha visto así. De manera que es cierto que Europa, de nuevo, es importante.
No importa a veces las razones, porque unas cosas llevan a otras. Cuando lo escuchaba preguntando sobre el hecho de que sea (o no) exclusivamente comercio e inversión, casi le diría desde un punto de vista muy pragmático: no importa, porque aún en materia de comercio e inversión ganamos todos, por la diversificación de mercados, pero también porque Europa ha venido consolidando un mercado con altos estándares, por ejemplo, en materia de consumo de productos que tengan detrás de ellos responsabilidad social o responsabilidad ambiental. O porque Europa ha venido también estableciendo estándares, en materia de inversiones, dándole una mayor importancia a aquellos de transparencia e integridad. Esto, por ejemplo, a veces no sucede necesariamente con la misma política agresiva de inversiones que China tiene en nuestra región. Entonces el tener una asociación —y se lo digo porque precisamente el acuerdo de asociación que firmamos con Europa fue un acuerdo que fue mucho más allá de comercio e inversión: es más, ni siquiera se llama acuerdo de libre comercio o tratado comercial, se llama acuerdo de asociación— permite que se legitimen y se exalten principios como la responsabilidad laboral, ambiental y, además, una serie de valores que tiene que marcar también la relación entre comercio e inversión. A mí me parece que aunque sea ese el leitmotiv no importa, porque en el fondo a través del comercio e inversión también se trasladan una serie de valores que van configurando la relación entre los pueblos y las naciones.
Para cerrar esta parte, América Latina —y la historia así lo ha dictado— gana mucho más entre más diversidad de socios tenga extrarregionales. Y en segundo lugar, por lo menos en mi caso, tanto en mi vida pública en Costa Rica que, como presidenta, promoví esas relaciones de cercanía con Europa, como en mi experiencia vital reciente, se me terminó de confirmar la importancia de abrirle espacios a Europa en nuestra región. El BID debería constituirse en una institución de avanzada. En ese sentido, Europa ya está presente en esa institución, pero hay que validar más el papel de Europa dentro del BID y a través del BID en nuestra región, en el escenario que se aproxima, que es un escenario de intensificación de las tensiones entre China y los Estados Unidos. Ese papel de Europa, componedor y socio en una serie de visiones, se vuelve aún más crítica.
Respecto a la elección del BID, ¿qué sucedió con esa doble candidatura latinoamericana? ¿Hubo alguna falta de coordinación, alguna cuestión que impidió ponerse de acuerdo?
En primer lugar, creo que las estrategias que seguíamos iban por distintos caminos. Yo vengo de un país pequeño, que es respetado en la región, pero que finalmente es pequeño y es absolutamente insignificante desde el punto de vista del aporte accionario en el BID. Entonces mi estrategia desde el arranque fue —jamás imaginaba obviamente lo que los Estados Unidos iban a hacer, sino no me hubiera presentado porque estaba claro que iban a ganar: con 30% de las acciones, simplemente, ¿para qué hacer el proceso de elección en el BID?—, dado de que yo no tenía capital accionario, fundamentalmente sumar a los países pequeños de la región para sumar el número de votos necesarios.
La elección del BID requiere que concurran dos mayorías. La mayoría simple de los socios regionales —mitad más uno— y el 50%, por lo menos, del capital accionario. Yo tenía una miseria de capital accionario. Mi estrategia fue concentrarme en los países pequeños. Comencé entonces a conversar con todos los países al mismo tiempo desde más o menos el mes de febrero en Washington, pero fue más que nada solidificar un apoyo en Centroamérica y el Caribe. Entonces yo estaba fundamentalmente viendo ahí. Argentina había presentado su candidatura mucho antes que cualquiera, desde el mes de diciembre —aún cuando el candidato nunca salió a presentarse. Si usted revisa, no va a encontrar ninguna declaración del candidato argentino. Simplemente era algo de lo que se conversaba a través de fuentes indirectas, que decían que Argentina se presentaría. En mi caso fue distinto porque nosotros sí abiertamente la presentamos. El gobierno lo anunció. Y empezamos en el mes de febrero con los países pequeños.
Argentina, por el contrario, al ser un país con importante capital accionario, lo que buscó fue alianzas que le garantizaran llegar a una negociación para muy rápido tener el capital accionario. Y los países pequeños se irían sumando. Era un poco la lógica. Así que simplemente seguimos caminos diferentes. Y es posible que nos hubiésemos encontrado. De acuerdo al calendario de las elecciones del BID, en el mes de marzo tenía que tener lugar la asamblea del BID, un momento de encuentro entre los candidatos físicamente. Se iba a empezar a conversar y ver qué negociaciones se cerraban. Al caer la pandemia en América Latina en el mes de marzo, cerrarse los países y suspenderse además la asamblea, la campaña se paralizó. No fue sino hasta los meses de julio, agosto, que retomamos de nuevo los esfuerzos. Y ya para entonces simple y sencillamente no dio el tiempo para que conversaran Argentina, Costa Rica y otros candidatos que estaban por ahí. El candidato de los Estados Unidos salió de un momento a otro anunciando su candidatura. Y ya para entonces las cosas se habían enredado muchísimo.
Lo que sí es cierto es que los únicos que quedamos dando la batalla fuimos Argentina y Costa Rica. Terminamos conversando entre nosotros y poniéndonos de acuerdo en algunas estrategias para, por ejemplo, tratar de pasar esa elección, tratar de convencer a otros para que no se celebrara en esos días. Pero ya para entonces era ilusorio, si se quiere, ponernos de acuerdo sobre por cuál de los dos votar. Yo conversé con el candidato de Argentina. Ya para entonces yo era de la tesis de que no tenía sentido recoger votos ni para él ni para mí porque igual íbamos a perder. Era muy difícil ganar y lo único que íbamos a hacer era legitimar el resultado que él iba a obtener. Y, además, que por lo menos en mi ánimo estaba retirarme en algún momento. Yo me quedé fundamentalmente porque había alguna esperanza de que algo podríamos llegar a hacer. Pero me parece que fue básicamente eso. Yo reconozco que Argentina dio una lucha muy digna, particularmente el gobierno de Argentina y el presidente Fernández. Me parece que dio una lucha muy digna en defensa de un bloque de naciones que pensaban que, por lo menos, había que discutir más sobre este tema. Chile se unió también a esa lucha. Y me parece que fueron posiciones muy dignas, pero bueno, los resultados son los que son.
El acompañamiento de Chile fue considerado como una sorpresa. ¿Qué sucede a nivel regional, en términos de la coordinación del bloque latinoamericano, con la polarización ideológica cuyas consecuencias se materializan muchas veces a escala nacional?
A América Latina le ha hecho muchísimo daño el tema de Venezuela. A partir del tema de Venezuela nos hemos venido polarizando cada vez más, cosa que es paradójica, porque ni siquiera se ha logrado resolver el tema de Venezuela, ni por la vía de quienes en algún momento pedían considerar intervenciones externas —aunque fuesen amparadas en consideraciones humanitarias—, ni tampoco por la vía de quienes apostaron fuertemente a una negociación. Entonces Venezuela sigue ahí, Maduro sigue ahí. Yo no tengo la menor duda de la naturaleza de ese régimen. Para mí es una dictadura. Pero no solamente sigue ahí, el problema no se ha resuelto y se agrava cada vez más, sino que también afecta profundamente el diálogo entre las naciones latinoamericanas. Y es una lástima porque individualmente hablando tenemos presidentes con buenas y grandes condiciones, como para que concurrieran, haciendo lado a las ideologías y procurando respuestas con una visión mucho más realista que ayude a la región, pensando en la región. Y particularmente ahora que nos encontramos en un momento infernal.
Una crisis de esta índole no se recuerda en la región desde hace unos 100 años. Es el momento para que los diferentes países latinoamericanos estuviesen concurriendo, para lograr condicionar. Está bien, vamos a poner un candidato de los Estados Unidos en el BID, pero ¿cuáles son esos compromisos de los Estados Unidos con la región? ¿Ese candidato nos va a garantizar duplicar el capital accionario, elevarlo en un 30%, un 20%? ¿En qué áreas? Deberíamos haber hecho la negociación en bloque a favor de la región o prepararnos para el nuevo gobierno. Estamos absolutamente divididos por razones ideológicas y muy ligadas al tema de Venezuela. A mí me parece que sigue siendo un error anteponer la prevalencia de Maduro en ese gobierno a la unidad latinoamericana en temas que sí deberían unirnos, como igualmente es un error seguir apostando a soluciones controversiales, no realistas, que siguen también impidiendo ese diálogo regional.
Espero que una de las pocas cosas que cambien o una de las cosas que lleguen a cambiar con el nuevo gobierno de los Estados Unidos sea el poder desatorar esa situación que hemos vivido en la región y empezar a trabajar en esas cosas que nos unen, porque sí hay elementos en común. Cuando vemos que Chile y Argentina fueron capaces, frente a la elección del BID, de ponerse de acuerdo en algunos aspectos —no era todo, igual—, eso nos dio esperanza de que sí podemos hacer lado a algunas diferencias, buscar algunas cosas que nos unen y, ojalá, poder ayudarle al pueblo venezolano a salir de esta situación a partir de una visión más realista respecto a las eventuales salidas.
¿Cómo vio los últimos acontecimientos electorales en la región, particularmente en Bolivia y Chile? ¿Cómo se pueden analizar a la luz de otro fenómeno interesante, el del incremento de la popularidad de Jair Bolsonaro en Brasil gracias a lo que podríamos denominar un conservadurismo popular basado en la adopción de políticas sociales?
Así es, tal cual lo dice lo estoy viendo yo. Yo estoy preocupada, por lo menos en el corto-mediano plazo en la región, aunque mi criterio no es todavía tan categórico porque necesitamos que pase un poco más de agua bajo el puente. Si uno revisa los antecedentes, los escenarios desde donde veníamos y ahora el agravamiento de las condiciones que crea la pandemia, es muy difícil esperar que desde el punto de vista institucional y del comportamiento de nuestra política y nuestras democracias pase algo que no sea agravar las condiciones. Esa es de momento mi perspectiva, porque esta pandemia tomó a América Latina en un mal momento —cosa que si uno analiza el comportamiento de nuestra región, son más los malos momentos que los buenos. A veces decimos un mal momento, pero si uno analiza la forma en que se mueve nuestro PIB, es absolutamente errático.
Veníamos entonces particularmente de un mal momento, con un crecimiento prácticamente nulo, con deterioro de algunos indicadores sociales, pero no solamente en esos temas: veníamos también en un mal momento para nuestras democracias, creciendo todo el desapego a las instituciones democráticas, con cada vez mayores niveles de desafección. Y además ya se estaban expresando en protestas sociales ciudadanas. El 2019 fue un año en donde la región estuvo plagada de este tipo de eventos de naturaleza civil con sistemas que uno vio sin mucha capacidad de respuesta, respondiendo por las vías tradicionales, sacando a la policía y a los ejércitos a la calle. Entonces, la democracia estaba también en estado de observación y hasta de cuidados intensivos. Y nos cae la pandemia. Entonces, de nuevo, nuestras defensas estaban bajas y aquí podríamos estar viendo como consecuencia un deterioro acelerado de esas condiciones previas en que estaban nuestras instituciones.
Si analizamos varios casos, ya podríamos confirmar que ha habido abuso de las potestades que se le han dado al Ejecutivo o al Presidente. Algunas de estas potestades han llevado a un conflicto evidente entre poderes, han llevado al debilitamiento de los controles que son importantes y necesarios sobre el poder Ejecutivo, han llevado a un arrinconamiento mayor a la libertad de expresión. Y entonces estamos ahí en un momento, en ese sentido, de grandes dudas.
A eso se agrega que ya se inicia el ciclo electoral. Se vuelve a abrir. Empieza con los países andinos. Ya tuvo lugar en Bolivia. Vendrán Ecuador y Perú. Y luego sigue por el resto de los países. Entonces, la preocupación de uno es que el conjunto de factores que traíamos, frente al ciclo electoral, pueda generar un efecto aún peor respecto al último ciclo electoral. En este último ciclo electoral —lo he dicho en varias ocasiones— la gente fue a votar como una especie de venganza contra quienes estaban gobernando. Simplemente se desquitaron y votaron por aquel que representaba lo contrario. Y si llegamos a una misma situación, cuando acababan de desalojar a los contrarios, me temo que pueda ser un momento para la aparición de nuevos mesías, mucho más despegados de la dinámica política, por lo menos de la estructuración mínima que dan en algunos países los partidos políticos como referentes esenciales. Y que entonces terminemos teniendo elecciones plagadas de personajes muy ad hoc que generen mucha incertidumbre, con muy pocos referentes de qué significan en términos doctrinarios y que eso termine de destruir la política democrática que logramos avanzar en la región. No soy muy optimista, por lo menos, de momento.
¿No cree que esta crisis sanitaria podría permitir abrir espacios de debate para pensar acciones de política pública que permitan responder los desafíos estructurales de la región?
Mire, veo oportunidades, claramente las veo. Lo que me preocupa es que esas oportunidades no puedan gozar de la pausa necesaria y el reposo reflexivo precisamente por la precipitación del ciclo electoral. Todavía, si hubiese caído la pandemia dos años atrás, un año y medio, pero como ya se está precipitando, no sé si los actores decisivos tendrán la madurez, la reflexión para poder abocarse a identificar esas oportunidades. Porque claro que las hay.
La principal, a mi modo de ver, es la toma de conciencia que la ciudadanía ha venido adquiriendo en América Latina y su importancia, el mayor protagonismo de los sectores sociales —y esto no solamente en América Latina, sino a nivel global—. Cuando analizamos varios indicadores de la democracia, casi todos caen excepto la participación ciudadana. Los ciudadanos han descubierto que hay vida política entre elección y elección, y eso está bien, es grandioso, es maravilloso. Pero cuando los sistemas no están preparados para canalizar y abrir esos espacios, entonces ahí toman las calles, que es lo que está pasando. Podríamos, si la interpretación es la correcta, entender efectivamente la importancia de aprovechar esta coyuntura para ir remozando —que no es tan fácil— los instrumentos de la democracia representativa con los instrumentos de la democracia deliberativa y participativa. Un poco lo que está haciendo Chile con el referéndum. Un poco lo que está procurando hacer Colombia con algunas mesas de diálogo social y esos esfuerzos que se prevén en Argentina con un diálogo social con mayores consecuencias. Mi país ha tratado, pero no logra encontrarse a sí mismo. Si logramos entender que es el momento para eso, porque los ciudadanos están deseosos de convertirse también en protagonistas —obtener respuestas pero también convertirse en protagonistas—, me parece que podemos ir encontrando un escenario esperanzador y configurándolo. Sin embargo, va a depender mucho de que se interpreten esas oportunidades y se les den alas para que podamos irnos por ahí.
Si la lógica es más bien empoderar a ese hombre fuerte, aprovechar los poderes especiales para concentrar más poder, utilizar la mayor cantidad de recursos que han puesto en mis manos para hacer más clientelismo, la salida posiblemente sea peor de lo que hoy tenemos. Así que no hay dudas: yo veo las oportunidades, pero todavía lo que no sé es si vamos a ser capaces de enfrentar esos desafíos y riesgos con esas oportunidades que hay. A la larga, lo que va a pasar, es que vamos a tener unos países y otros no. Algunos lograrán salir de manera muy ejemplar y otros simplemente no lograrán hacerlo. Y no vamos a tener necesariamente salidas uniformes en la región. Es posiblemente eso lo que vaya a pasar.
Uno de los desafíos estructurales de la región es la violencia. Era un mundo diferente, pero ¿cómo fue el trabajo en términos de todo lo relativo a la seguridad ciudadana durante su presidencia? ¿Qué tipo de reflexiones y de diálogos supuso? ¿Cuáles fueron los obstáculos?
El tema de la seguridad es un tema que hay que prestarle atención en la región. Somos una región en donde no hay conflictos armados desde hace muchos años, pero que acumula las mayores tasas de homicidio en el mundo. Con tan solo un 8% de la población mundial, América Latina tiene un 30% de las muertes violentas. Son unas cifras muy complejas. Además, parte de esa violencia está asociada con el crimen organizado. Acabo de entregar un estudio que me pidió el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo sobre ese tema y estamos viendo una tendencia muy preocupante. Ante la ausencia de respuesta efectiva por parte del Estado a las necesidades de la población, el crimen organizado está ganando terreno. Se han convertido en proveedores de bienes, de servicios esenciales, para muchas zonas donde no está llegando el Estado y están afianzando su legitimidad. De manera que considero que ahí tenemos un riesgo enorme. De ahí que ese tema sea un tema que hay que considerar de manera importante. Y yo creo que, particularmente en ese sector, el utilizar mecanismos de consulta ciudadana y de participación ciudadana puede contribuir mucho, no solamente para ayudar a gobiernos nacionales como locales a elevar sus niveles de legitimidad con ese encuentro ciudadano, sino también para poder identificar muchas de las necesidades que la gente está demandando para canalizar a las distintas instituciones pero también para incorporar a los ciudadanos a las soluciones al problema.
Esa fue la experiencia que yo tuve en mi gobierno —y ese esquema lo venía trabajando desde hace mucho tiempo atrás: fui la primera Ministra de Seguridad de mi país y ahí fundamos todo el modelo de policía de proximidad—. Por eso cuando se habla de formas alternativas de gobierno yo soy una de las que me apunto mucho porque sí pude confirmar que la incorporación de la ciudadanía a todo lo que es la prevención de la violencia y el delito es un instrumento muy valioso para poder formular políticas más efectivas, pero también más legítimas. Y es algo que podemos hacer hoy, porque otra de las oportunidades que no mencioné anteriormente son las tecnologías digitales. América Latina es una de las regiones que más rápido ha avanzado en la incorporación de tecnologías digitales en distintos aspectos de la sociedad. Todavía tenemos 30% de la gente que está por fuera, pero es una región con grandes condiciones. Las tecnologías digitales se convierten precisamente en un habilitador para la construcción de ciudadanía y para que el gobierno abra espacios a esa participación. Entonces siento que no solamente en seguridad, pero en muchas otras áreas, los gobiernos tienen una gran oportunidad de poder ir a un encuentro con la ciudadanía ofreciendo soluciones de más bajo costo, soluciones más cercanas, más legítimas, más transparentes, a través de la incorporación de tecnologías digitales.
¿Qué piensa de la revelación de las relaciones entre funcionarios de gobierno y miembros de bandas criminales en El Salvador por El Faro hace algunos meses? O de manera más general, ¿qué piensa de la interconexión cada vez más evidente entre gobiernos y actores que están por fuera del aparato estatal? ¿Es legítimo sacrificar algunos aspectos del Estado de derecho para asegurar una cierta estabilidad social al mantener estas relaciones?
En realidad en El Salvador están teniendo lugar los dos tipos de modelos. Para ser justos con ellos, hay un modelo que viene siendo impulsado por varias agencias de cooperación que es el modelo de gestión participativa para la formulación de políticas en materia de seguridad ciudadana, su discusión y su fiscalización, y muy particularmente está teniendo lugar en los gobiernos locales. Hay procesos muy interesantes ahí. Ya hay algunos estudios en donde han logrado aislar a los municipios que están echando mano más de estas experiencias novedosas de aquellos que no, y se está viendo una mejora.
Por otro lado, ha habido este tipo de estrategias poco convencionales —por decir lo mínimo— de pactar con las bandas criminales. Quiero decir que me parece que quizás la diferencia que tenga El Salvador es que la han decantado, pero tiendo a creer que no es el único caso. Cuando uno escucha algunas de las declaraciones del presidente de México —ahora se me olvida una frase que usa, pero básicamente Andrés Manuel López Obrador entró diciendo que no iba por la vía de la guerra contra las drogas— está implícitamente sugiriendo la necesidad también de políticas menos convencionales, menos ortodoxas. Yo no soy quien para juzgar en este momento a unos y otros. Hay riesgos de toda naturaleza, sin lugar a dudas, pero como telón de fondo lo que sí tenemos, y tenemos que reconocer, es que la estrategia que venimos aplicando hace unos 30 años no está dando resultados. Es más, tenemos un mundo peor del que teníamos hace 30 años. Un mundo con más muertos, con más corrupción, un mundo con más migración —ya son niños pequeños los que migran solitos— y todo esto por un fenómeno de crimen organizado que ha adquirido dimensiones impresionantes en nuestros países. Entonces lo que sí se impone es cuestionar esa estrategia. Y se lo dice alguien que participó en su diseño inicial. Porque hace 30 años creíamos que podíamos conseguirlo por esa vía, pero a medida que fue pasando el tiempo nos dimos cuenta que no.
Cuando yo fui Presidenta, varios países de Centroamérica encabezamos varias propuestas alternativas que las llevamos a la Cumbre de las Américas. En ese momento conseguimos en una reunión a puertas cerradas con todos los presidentes de la región que se avalara la iniciativa de los presidentes de Centroamérica que demandábamos empezar a analizar escenarios alternativos a la guerra contra las drogas. Ahí tuvimos el apoyo del presidente Obama, en su momento, pero digamos que ya estaba saliendo el gobierno y eso, lamentablemente, no se sostuvo. Porque lo que sí es claro es que, a medida que veníamos avanzando, cada vez eran más las externalidades negativas de la guerra contra las drogas, en muchos ámbitos —no voy a entrar en detalles ahora—.
Por otro lado, para terminar de hacerla, hay una especie de discrepancia y disonancia entre un país como los Estados Unidos, que avanza hacia la legalización de algunas de estas drogas, pero que a nivel estatal, a nivel federal, sigue recetándole algo diferente a los países de la región. Eso no se sostiene. Punto. A mí no se me olvida una vez que yo recibí a un agente de policía que venía saliendo de una de las montañas de Talamanca, de un cultivo de marihuana, donde arriesgaron su vida, y uno de los oficiales, sencillo como era pero con buena información me dijo: “Señora Presidenta, le agradecemos que esté con nosotros, pero no le parece que es muy extraño que nosotros arriesguemos nuestra vida por destruir el cannabis cuando yo entiendo que en California se reúnen el fin de semana a disfrutarla”. Yo me quedé callada. Tenía absolutamente toda la razón. Eso no puede seguir así. Entonces, lo que sí tenemos que hacer es enfrentar esa discusión. Es una de esas discusiones donde deberíamos ser capaces de juntarnos para deliberar en América Latina qué hacer. No se trata de legitimar las bandas criminales, ni mucho menos, por supuesto, pero sí buscar una salida menos sanguinaria, y con mucho menos trauma y más efectiva que la que hoy tenemos. Y me parece que de alguna manera lo que ha pasado en El Salvador, en distintos momentos, en México, son campanazos que nos recuerdan que esa es una discusión pendiente.
Ante la probable instauración de un crecimiento económico errático y el incremento de las protestas sociales en Europa, ¿podría América Latina constituir una fuente de aprendizaje para Europa? Más allá del beneficio para América Latina del estrechamiento de las relaciones con Europa, ¿cuáles pueden ser las lecciones que la región le podría dar al Viejo Continente?
Sin dudas tenemos que aprender mucho unos de otros. Ha habido momentos en donde el tono no nos ha ayudado. Recuerdo cuando Europa se paseaba por nuestros países exigiendonos mecanismos de integración iguales a los que ellos habían hecho como condición para la cooperación. Esa fue una exigencia que nos imponían a los centroamericanos. Nos obligaban a tener una asociación política y yo les decía que no podían obligarnos a hacerlo, “va a ser un error”. En eso somos distintos. Déjenos resolverlo a nuestra manera. La asociación económica viene muy bien. Porque para ellos era el modelo ideal. Después hubo otra situación en esa famosa cumbre que le decía en la que firmamos el acuerdo de asociación. Mientras Europa se hundía por los efectos de la crisis financiera internacional, América Latina se había bien librado de esa crisis y crecía a tasas envidiables. Alguno de mis colegas con egos un poco alimentados llegaban a darles lecciones a los europeos de cómo América Latina ya había tocado el cielo con las manos. Y pocos años después América Latina caía otra vez. A mí me parece que tenemos que olvidarnos de esos tonos en los que nos hemos hablado pretendiendo que unos somos más que otros.
Yo creo que aquí se trata de alimentarnos mutuamente de una relación de la cual tenemos mucho que ganar. Lo más importante es que aquí, mayoritariamente en la región, no estamos cuestionando la viabilidad de los modelos que tenemos, desde el punto de vista de los valores democráticos, de la vigencia de la libertad. Seguimos estando en el mismo lado. No ha habido un continente con una actividad democrática tan prolongada como América Latina. Pero vemos también que en Europa empiezan a crecer los riesgos hacia la democracia y vemos que aquí hemos perdido ya a dos países, como es el caso de Venezuela y Nicaragua. Hay mucho que aprender, hay mucho de qué alimentarnos, hay mucho de estrategia política que podemos compartir. Los organismos internacionales hemos hecho mucho en ese sentido. Ese es otro de los elementos que nos une. El multilateralismo ha sido algo en lo que también América Latina ha estado muy presente. Y también Europa. Hemos sido socios en temas tan fundamentales como el cambio climático. Entonces no hay otra alternativa que seguir en esa línea. Yo siempre he sido una convencida y, por los tiempos que vienen –que serán complejos–, aún más lo seré de que Europa y América Latina tienen que estar mucho más cerca uno del otro.