El año 2025: el de un nuevo papa, el año en que Trump decidió declarar la guerra comercial al mundo y reunirse con Putin, y en el que Israel e Irán, India y Pakistán, Tailandia y Camboya se enfrentaron en conflictos armados, en el que estamos ahora más cerca de 2050 que de 2000 y en el que el brainrot ha entrado en nuestras vidas, llega a su fin.
En un año vertiginoso en el que las últimas reglas del juego parecen haber desaparecido, ¿qué es lo que realmente ha cambiado?
Desde la inteligencia artificial hasta la economía mundial, pasando por la explosión de China, el frente ucraniano o la monarquía en Estados Unidos, esta semana le ofrecemos una retrospectiva con las cifras y las palabras de un año vertiginoso.
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El año 2025 se abrió con un artículo de Peter Thiel en que se afirmaba que el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca auguraba el «apocalipsis del Antiguo Régimen».
Según el cofundador de PayPal y Palantir, la elección de Joe Biden en 2020 había representado nada más que una «aberración», es decir una fallida «acción de retaguardia de un régimen enfermo».
El retorno de Trump había sancionado, pues, la definitiva victoria de Internet en la guerra contra el llamado Antiguo Régimen.
El artículo de Thiel, atiborrado de fantasías conspirativas sobre la muerte de J.F. Kennedy o el origen del Covid-19, ponía sorpresivamente en el centro del debate público el concepto de apocalipsis, entendido por el empresario de Silicon Valley como «revelación».
La sorpresa era, sin embargo, relativa para los que seguían con atención las andanzas y las elucubraciones de Thiel.
De hecho, el apocalipsis se ha convertido hace tiempo en la obsesión de uno de los empresarios más ricos del mundo con influencia directa en la administración estadounidense, sobre todo por las estrechas relaciones con el vicepresidente J.D. Vance.
Al apocalipsis y otras dos categorías teológicas estrechamente vinculadas, la de Anticristo y la de katechon, Thiel ha dedicado numerosas conferencias, coloquios y textos en estos años.
Ya en 2011 abría con una cita del Apocalipsis de Juan, el último libro del Nuevo Testamento, un artículo para la National Review en que sostenía que el mundo se encontraba en un periodo de estancamiento tecnológico.
Más recientemente, en octubre de 2024, concedió una larga entrevista sobre estos temas a Peter Robinson para el podcast Uncommon Knowledge de la Hoover Institution, mientras que entre septiembre y octubre de 2025 ofreció un ciclo de cuatro conferencias a puerta cerrada sobre el tema del Anticristo en la asociación ACTS 17 —Acknowledging Christ in Technology and Society de San Francisco—.
Ante la visión apocalíptica que tiene de la sociedad actual —dominada por un supuesto liberalismo totalitario—, la extrema derecha propone un «supervivencialismo supremacista».
STEVEN FORTI
Entre frecuentes referencias a la Biblia, pero también a la literatura —in primis, El señor de los anillos de J.R.R. Tolkien: de ahí el nombre de su empresa, Palantir–, las series televisivas y los videojuegos, la idea de fondo de Thiel es que estamos cada vez más cerca del apocalipsis, es decir del riesgo de la extinción del género humano a causa de una tercera guerra mundial nuclear, el cambio climático o nuevas pandemias.
Según el empresario de Silicon Valley, el miedo al apocalipsis puede llevar a la aparición de «un rey malvado, un tirano o un anticristo que aparece en el fin de los tiempos», algo que sería aún peor del mismo apocalipsis. El Anticristo estaría representado por una figura o unas ideas que unirían el mundo, seduciéndolo con unas falsas perspectivas de paz y seguridad.
En la Europa actual, estas ideas serían «la ecología, la sharia y el Estado comunista totalitario».
Según Thiel, el ambientalismo es la idea más fuerte hasta el punto de fantasear que el Anticristo podría ser encarnado por Greta Thunberg que, junto a Elizer Yudkowsky, investigador pionero de la Inteligencia Artificial y hoy en día uno de los mayores críticos acerca de su desarrollo, representaría también las posturas «luditas» que quieren supuestamente acabar con la ciencia.
Lo único que puede evitar la llegada del Anticristo y frenar la violencia que conduce al apocalipsis es el katechon, término griego traducible con «lo que retiene». Durante la Guerra Fría, por ejemplo, según Thiel el katechon lo representó el anticomunismo.
Como se sabe estas referencias bíblicas han dado pie a infinitas interpretaciones, a veces incluso contradictorias u opuestas: aún más en un texto profético como el Apocalipsis de Juan que recupera la visión de las cuatro bestias del Libro de Daniel del Antiguo Testamento.
Ahora bien, las reflexiones de Thiel se deben esencialmente a las influencias de tres intelectuales anti-racionalistas y fuertemente críticos con la modernidad y la Ilustración, Leo Strauss, René Girard y Carl Schmitt, a los cuales se pueden sumar el teólogo británico John Henry Newman (1801-1890), autor de cuatro sermones sobre el Anticristo, y el neoreaccionario americano Curtis Yarvin (1973- ).
A las ideas del filósofo político conservador germano-estadounidense Leo Strauss (1899-1973), el cofundador de Palantir le dedicó incluso un ensayo, El momento straussiano (2007), en el que asumía que tras el 11 de septiembre de 2001 la idea de homo oeconomicus no era ya posible y era necesario repensar la política moderna volviendo a plantearse las grandes preguntas sobre la naturaleza humana como en la época premoderna.
Strauss fue muy influenciado por el filósofo, jurista y teórico político alemán Carl Schmitt (1888-1985), acérrimo crítico del parlamentarismo y teórico del Führerprinzip en la Alemania nazi. De Schmitt, Thiel ha recuperado principalmente la noción de teología política y la distinción entre amigo y enemigo que convierte la política en una lucha escatológica. Schmitt ya utilizó políticamente las categorías de Anticristo, según él representado por Proudhon y Bakunin, y de katechon, personificado por el Imperio cristiano.
Asimismo, consideró el liberalismo responsable tanto de la anomia como del nihilismo, a los cuales se debía contraponer el decisionismo y una representación auténtica como la modelada por el catolicismo romano.
Finalmente, en Thiel influyó notablemente la teoría mimética del filósofo y antropólogo francés René Girard (1923-2015), que conoció mientras estudiaba en Stanford. Según Girard, el deseo humano es imitativo, lo que conlleva a rivalidad, conflicto y violencia: hasta la llegada de Cristo, esta situación se resolvía con el mecanismo del chivo expiatorio. Asimismo, el círculo se cierra con la influencia que tuvieron en el futuro empresario de Silicon Valley una serie de textos sobre Schmitt escritos por un discípulo de Girard, el teólogo austriaco Wolfgang Palaver.
A este trasfondo de influencias que remiten al pensamiento conservador anti-ilustrado y que tienen un fuerte sesgo cristiano, para entender el concepto de apocalipsis en Thiel hay que incluir también su visión aceleracionista y transhumanista.
Ahora bien, como en todo su pensamiento, Thiel es sumamente ambivalente, posiblemente también por la influencia de la teoría de la doble escritura de los filósofos planteada por Strauss que remite a un «escribir entre líneas» para que solo algunos puedas entender. Así, el cofundador de Palantir considera la tecnología tanto el motor del cambio social como un arma de doble filo que podría inclusive causar el apocalipsis.
Si bien Thiel desprecia las posiciones que tacha de luditas, al mismo tiempo considera ambiguas las tesis aceleracionistas planteadas por Nick Land e ingenuas las posturas tecno-optimistas de otro empresario de Silicon Valley, Marc Andreessen.
La influencia de las ideas de Curtis Yarvin, en cambio, son evidentes, tanto en lo que concierne la voluntad de superación de la democracia liberal, así como en la defensa de opciones neocameralistas eficientistas y en la crítica despiadada al multiculturalismo y a las políticas de diversidad, equidad e inclusión, contra las cuales Thiel escribió un libro ya en su época de estudiante universitario en los años noventa.
Según Pieter Thiel, el miedo al apocalipsis podría conducir a la aparición de «un rey malvado, un tirano o un Anticristo que aparece al final de los tiempos».
STEVEN FORTI
Cabe recordar, además, que la sintonía con el ensayista neoreaccionario es fruto de una amistad empezada a principios de los años diez: no solo Thiel, junto a Andreessen y otros empresarios de Silicon Valley, financió un proyecto fracasado de Yarvin para crear una supuesta «república digital», sino que el cofundador de Palantir convirtió a Yarvin en una especie de intelectual de cabecera del movimiento trumpista, empezando por Vance.
Las tesis de Thiel resuenan también más allá de los estrechos círculos de los tecnocesaristas de Silicon Valley.
El presidente argentino Javier Milei tachó a finales de 2023 a Jorge María Bergoglio como el Anticristo y el representante del «maligno en la tierra», si bien luego llegó a reunirse con el papa argentino.
La retórica encendida de Milei está plagada de referencias bíblicas e incluso a la Torá: entre estas, destaca la de «las fuerzas del cielo», convertido en un lema de su campaña electoral, y, a finales de 2024, en una agrupación centrada en la batalla cultural dentro de su partido, La Libertad Avanza. Estas fuerzas del cielo vendrían a ser una especie de katechon para Milei frente al verdadero Anticristo, personificado por el socialismo.
Sin embargo, también Alexander Duguin (1962- ), muy influenciado por el tradicionalismo de Julius Evola y los miembros de la llamada Revolución cultural alemana, como Schmitt, recupera el concepto de katechon en el marco de sus escritos sobre geopolítica y eurasianismo.
Según Duguin, Rusia, considerada la Tercera Roma, representaría el katechon porque, al librar la batalla contra el globalismo liberal occidental, frenaría la llegada del Anticristo y el apocalipsis. Una tesis repetida de forma similar por el ensayista rojipardo italiano Diego Fusaro (1983- ) que ensalza la Rusia putiniana como muro de contención del imperialismo estadounidense.
Esto nos lleva también a remarcar las consonancias del pensamiento de Thiel con toda una serie de pensadores conservadores post-liberales de marcada fe cristiana, como Patrick J. Deneen (1964- ) o Adrian Vermeule (1965- ) que sostienen, en línea con Schmitt, que el liberalismo ha socavado los frenos que moderaban el poder estatal y la anomia social. Ideas que encontramos también en el impulsor de la red NatCon, Yoram Hazony (1964- ), y, con matices, en ambientes tanto evangélicos, así como cristianos y judío sionistas, obsesionados desde hace tiempo con el apocalipsis a partir de narrativas mesiánicas y milenaristas. Algo que, dicho sea de paso, encontramos en las fantasías conspirativas, empezando por Q-Anon.
Como han subrayado Naomi Klein y Astra Taylor, en la heterogénea coalición trumpista parece que la colapsología es un elemento compartido. Frente a la visión apocalíptica de la sociedad actual —dominada por un supuesto liberalismo totalitario— y de un futuro marcado por el posible fin del mundo, la extrema derecha ofrece una mezcla de «supervivencialismo supremacista» que puede declinarse tanto en sentido religioso, así como identitario o aceleracionista.
No extraña, pues, que 2025 se abriese con un artículo de uno de los hombres más ricos del mundo centrado en el concepto de apocalipsis.
Al mes de tomar posesión para su segundo mandato en la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump publicó en Truth Social una imagen generada por la Inteligencia Artificial en que lucía una ostentosa corona dorada al lado de la frase «Long Live to the King!».
A principios de mayo, el mandatario estadounidense creaba nuevamente una polémica, al presentarse —con sotana blanca, mitra y cruz dorada— como un papa.
Pocos días antes, en el funeral de Francisco en Roma, había declarado que «le gustaría ser papa. Sería mi opción número uno».
Finalmente, en octubre de 2025 Trump publicó un vídeo generado nuevamente por la IA en que, ataviado con una corona, conducía un caza y vertía excrementos encima de los manifestantes que protestaban contra la deriva autocrática de su gobierno bajo el lema «No Kings».
La insistencia de Trump por presentarse como rey no puede explicarse solo como un ejemplo más del conocido estilo transgresor del presidente estadounidense. Tampoco como expresión de patológicos delirios de grandeza o como una táctica para, en palabras de Steve Bannon, «inundar la zona de mierda».
Al contrario, es la muestra más visible del inesperado regreso a mediados de los años veinte del siglo XXI de una serie de ideas y narrativas que presentan las monarquías absolutas como un sistema político deseable e incluso necesario para revertir el supuesto inexorable declive de la sociedad occidental.
Nick Land, máximo representante del aceleracionismo, considera que la democracia es responsable de la decadencia de la modernidad.
STEVEN FORTI
Trump no es una excepción entre los mandatarios de extrema derecha. Ya a finales de 2023, el presidente salvadoreño Nayib Bukele modificó su perfil en X pasando de denominarse «el dictador más cool del mundo» a «rey filósofo», con una implícita referencia al concepto acuñado por Platón en La República.
En esas mismas fechas, durante la campaña electoral que lo llevaría a la Casa Rosada, el argentino Javier Milei empezó a cantar una canción –Panic Show del grupo La Renga– en que modificó el texto para presentarse como «el rey» y «el león». Canción que sigue interpretando en todos sus mítines, convertidos a menudos en verdaderos conciertos.
Disimuladas bajo la provocación y el troleo, marca de fábrica de la extrema derecha del tercer milenio, se encuentran en realidad ideas que una serie de intelectuales, influencers y activistas ultraconservadores, paleolibertarios y neoreaccionarios vienen planteando hace tiempo.
La figura más visible es Curtis Yarvin (1973- ), hasta hace poco oscuro bloguero conocido con el apodo de Mencius Moldbug que, gracias al apoyo de Peter Thiel, se ha convertido en una especie de estrella pop que susurra a los nuevos depredadores que controlan Washington, empezando por el vicepresidente J.D. Vance.
En sus numerosas publicaciones, caracterizadas por un estilo sarcástico, las referencias a películas como Matrix y un reivindicado antiacademicismo, Yarvin viene repitiendo a grandes rasgos las mismas ideas desde 2007, cuando abrió su blog Unqualified Reservations.
Según Yarvin y los principales teóricos de la neoreacción, en primer lugar, las democracias no serían verdaderas democracias, sino oligarquías porque están controladas por una clase de burócratas que conforman el Estado profundo o, en su terminología, la Catedral, cuyos máximos representantes serían las universidades de la Ivy League y el New York Times.
Además, en un ejemplo de burda distorsión de la historia, Yarvin sostiene que Estados Unidos habría sido ya una monarquía durante las presidencias de Franklin D. Roosevelt, inventor del «sistema burocrático» con el New Deal y responsable del orden global posterior a 1945.
En segundo lugar, las democracias no serían eficientes porque otorgan más importancia a la libertad política. Según Yarvin, la solución a este estado de decadencia la puede ofrecer solo una nueva monarquía absoluta donde el rey es el CEO de una empresa y los ciudadanos una especie de súbditos-clientes que, en caso de no estar satisfechos, lo único que pueden hacer es cambiar de ciudad-Estado.
Los modelos a los cuales se inspira Yarvin son Singapur, Dubái o El Salvador de Bukele, pero también las start-up de Silicon Valley o empresas como la misma Apple, presentadas como unas monarquías eficientes.
Ahora bien, el neocameralismo de Yarvin no es una creación original, sino un patch-work de viejas ideas recicladas y adaptadas a los nuevos tiempos.
En sus escritos, por ejemplo, hace referencia al inglés Robert Filmer (1588-1623), teórico de la monarquía de origen divino, o al conservador austriaco Erik von Kuehnelt-Leddihn (1909-1999), admirador del Imperio Austrohúngaro y teórico de la superioridad de la monarquía respecto a la democracia. Su mayor influencia, sin embargo, es el paleolibertario Hans-Hermann Hoppe (1949- ), discípulo de Murray Rothbard y autor de Democracia: el dio que fracasó (2001), que Yarvin conoció en casa de Thiel.
Según Hoppe, la democracia es un sistema que ha fracasado en su intento de eliminar las desigualdades humanas.
Además, a través del sufragio universal habría suplantado el gobierno de una élite natural.
El régimen que más se acercó al orden natural sería, en cambio, la monarquía absoluta porque el rey posee su reino de forma absoluta y puede ejercer su autoridad como quien posee una propiedad privada.
Esto implica que el monarca tenga interés en aumentar el valor de su reino hasta el punto de aplicar políticas de expulsión de súbditos no productivos o incluso de remoción física de los que defienden estilos de vida alternativos, como comunistas, democráticos y homosexuales.
A partir de los postulados anarcocapitalistas, Hoppe considera estas nuevas monarquías, entendidas como «gobiernos de propiedad privada», como micro corporaciones soberanas donde una junta secreta elige el CEO-rey. Todo estaba dicho, pues, hace un cuarto de siglo.
Si bien no utilizan a menudo el concepto de monarquía, en la línea de Yarvin y Hoppe se sitúan también Peter Thiel (1967- ) y Nick Land (1962- ).
Ya en 2009, en un artículo publicado por el Instituto Cato, el fundador de Pay Pal y Palantir, financiador del mismo Yarvin y de las campañas de Trump y Vance, consideraba que la libertad y la democracia no eran compatibles.
En De zero a uno (2014), superventas escrito a cuatro manos con Blake Master, Thiel sostenía que desde los años setenta las democracias liberales se habían demostrado hostiles a la innovación tecnológica y celebraba la figura del «fundador”, entendido como un individuo extraordinario que con sus intuiciones y valentía cambia el mundo.
A finales de 2023, el presidente salvadoreño Nayib Bukele modificó su perfil en X, pasando de «el dictador más guay del mundo» a «rey filósofo».
STEVEN FORTI
Uno de los arquetipos del fundador es, evidentemente, el empresario capitalista comparado, literalmente, con un monarca feudal.
Se trata de unas ideas compartidas por los que, acertadamente, Evgeny Morozov define los «reyes filósofos» de Silicon Valley –de Elon Musk a Alex Karp, de Marc Andreessen a Balaj Srinivasan–, es decir una nueva especie de «oligarcas intelectuales» que se están convirtiendo en «legisladores».
Máximo representante del aceleracionismo, Nick Land considera que la democracia es responsable de la decadencia de la modernidad y del declive de la auténtica antropología del ser humano.
En el manifiesto de la Ilustración oscura, publicado en 2012, Land explicaba que la ideología democrática, centrada en la tolerancia y el multiculturalismo, había creado un «mundo orwelliano» y se había transformado en un «democracia soft-totalitaria».
A través del capitalismo y la tecnología, se debía pues acelerar la destrucción del orden existente para construir sistemas autoritarios en que el principio de la eficiencia debería sustituir la legitimidad política.
Muchas de estas figuras, empezando por Yarvin, pero también Thiel o Vance, establecen a menudo paralelismos históricos, generalmente simplistas y parciales, y están obsesionadas con la historia antigua, especialmente con la época romana.
Frecuentes son, por ejemplo, las referencias a la caída del Imperio romano en el siglo V –supuestamente a causa del debilitamiento de los valores tradicionales por la mezcla de razas– y a la crisis de la República romana en el siglo I a. C., resuelta con un giro «monárquico» y la creación paulatina del Imperio.
Esto ha llevado a la plasmación de la teoría del cesarismo rojo, en referencia al color del Partido Republicano, entendido como una solución autoritaria para evitar el colapso de Estados Unidos.
Simplificando, Trump debería ser un nuevo César Augusto que salve y regenere la república, transformándola en un imperio.
Su principal valedor es Michael Anton, director de planificación de políticas de la administración Trump, miembro del influyente Instituto Claremont y autor de The Stakes: America at the Point of No Return (2020).
Esta teoría ha sido adoptada también por intelectuales del nacionalismo cristiano, como Stephen Wolfe, autor de The Case for Christian Nationalism (2022), que declina el cesarismo rojo en sentido teocrático y habla de un «príncipe cristiano».
En el origen de la teoría del cesarismo se encuentra James Burnham (1905-1987), otro pensador que, junto al historiador Thomas Carlyle (1795-1881) o George Fitzhugh (1806-1881), conforma el panteón de Yarvin.
No por casualidad, en julio de 2025, el teórico del movimiento neoreaccionario pidió a Trump cruzar el Rubicón y dar un golpe de Estado.
Fitzhugh trabajó por la Confederación durante la guerra de secesión americana y es autor de Cannibals All! (1857), en que reivindica la esclavitud y la inferioridad racial de los afroamericanos. Algo por lo que se cita a menudo también Aristóteles, cuyo pensamiento es simplificado sobremanera.
Por un lado, se le utiliza para justificar el despotismo oriental representado por los persianos donde los súbditos son esclavos naturales. Por el otro, recuperando la diferenciación entre las tres formas de gobiernos aristotélicas, Yarvin considera paradójicamente que la única manera para derrotar a la actual oligarquía y conseguir un cambio de régimen es a través de la elección democrática de una monarca.
Para él, la monarquía representa «una autoridad unificada con un único líder al frente».
Esto nos permite llegar a la raíz de la idea de monarquía defendida por los neoreaccionarios.
El neocameralismo de Yarvin, las corporaciones soberanas de Hoppe, la Ilustración oscura de Land y el cesarismo rojo de Anton comparten no solo una visión pesimista de la naturaleza humana, unos rasgos fuertemente elitistas y la apuesta por un giro autoritario, sino una profunda aversión al igualitarismo y al universalismo, representado por los valores de la Ilustración y la democracia.
Se trata de unas ideas-fuerza que nunca han desaparecido en la época contemporánea: han sido el corazón tanto del reaccionarismo tradicionalista, así como del conservadurismo a la Burke y del fascismo, más allá de que se hablase de monarquía, imperio o dictadura totalitaria.
Ahora estas mismas ideas vuelven con fuerza bajo el manto de las ideas eficientistas de los tecno-autoritarios de Silicon Valley que añoran convertirse en los nuevos monarcas absolutos en colaboración con las extremas derechas.
En octubre de 2025, el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos (DHS) publica un post en X con una única palabra: «Remigrate».
Una palabra que ha pasado por un proceso de transformación que ha acabado convirtiendo un concepto ideológico de extrema derecha en política pública concreta, marcando un salto desde un discurso marginal hacia la política formal.
De hecho, la extrema derecha y los grupos neofascistas a nivel internacional consideran tan capital la remigración y su potencial aglutinador, que en mayo de 2025 se organizó en la ciudad italiana de Gallarate el «Remigration Summit».
A este evento acuden miembros de muchos grupos de ultraderecha o neofascistas, de Alternativa para Alemania (AfD) al Vlaams Belang belga, pasando por organizaciones neonazis como Deport Them Now, provenientes de la escena española, o el líder del movimiento identitario austríaco Martin Sellner, así como el ex general del Ejército italiano Roberto Vannacci, vicesecretario y eurodiputado de la Liga de Salvini.
Según Vannacci, la remigración «no es un eslogan, sino una propuesta concreta»: se basa en el sentido común y no en el odio. Su objetivo es el de recuperar el orden perdido y defender los barrios y la soberanía nacional gracias a las deportaciones masivas.
No es ningún secreto que, históricamente, uno de los mayores anhelos de la extrema derecha y de multitud de células fascistas desde el período de entreguerras ha sido el de la homogeneidad étnica y cultural de lo que ellos consideraban como la «raza blanca».
En diciembre de 2025, el tecnocrático autoritario Elon Musk, siguiendo esta estrategia de normalización de la limpieza étnica, publicó en X: «Remigration is the normal position».
STEVEN FORTI
Esto no es diferente a día de hoy.
Y, por este motivo, gran parte del marco ideológico de estos grupos —tanto en forma de partidos políticos institucionalizados como de agrupaciones u organizaciones «callejeras»— está basado en empujar narrativas alrededor de la problematización de la cuestión migratoria.
Generalmente, las ultraderechas proponen soluciones extremas a los problemas presentados con el objetivo de lograr la «homogeneidad étnica» para la preservación de la «raza». Una de estas medidas, cada vez más extendida, es el de la conocida como «remigración».
No obstante, es oportuno parar a pensar cómo hemos llegado al punto de poder hablar, o proponer sin demasiado escándalo social ideas que entran de lleno en la limpieza étnica, tal y cómo apuntan informes elaborados por diferentes comisiones de Naciones Unidas.
Hace solo unos años, la deportación masiva forzada, que se recoge en el concepto de remigración, era considerada completamente tabú para el público general. Sin embargo, vemos cómo ahora prácticamente todos los partidos de extrema derecha a nivel global lo defienden abiertamente: desde Donald Trump en Estados Unidos hasta la nueva primera ministra japonesa Sanae Takaichi.
La extrema derecha lleva años arando un terreno que ahora está perfectamente sembrado para recoger los frutos del odio que se han ido plantando durante un largo proceso de bombardeo narrativo en el que han presentado de manera incesante a la inmigración como un problema total y absoluto, causante de todos los males y problemas de la sociedad.
Estas narrativas extremistas funcionan como cualquier historia que podemos encontrar en nuestros libros, series o películas favoritas.
Constan de unos protagonistas, unos antagonistas, un problema a resolver y una solución a esa cuestión.
Los protagonistas, con el que las fuerzas ultraderechistas se identifican, habitualmente los encontramos autodefinidos como «patriotas», concepto que circula por todo tipo de movimientos identitarios a nivel global.
Los antagonistas, sin embargo, son diversos y abarcan multitud de colectivos y sectores, desde los identificados como comunistas, pasando por el feminismo y las personas migradas, o incluso las hijas migradas, racializadas, que, supuestamente, ponen en peligro a occidente.
Centrándonos en la cuestión migratoria y siguiendo la estructura narrativa que describimos, en un principio la extrema derecha ha conseguido vincular a los migrantes no solo como un problema «porque nos van a quitar el trabajo», sino que ahora se le debe sumar que también son una amenaza cultural, incluyendo la cuestión étnica, que se mezcla con fantasías de la conspiración como la del Gran Reemplazo impulsada por Renaud Camus.
Este Gran Reemplazo, según Camus, fomenta el mestizaje entre razas y culturas, lo que lleva a ambas a quedar heridas de muerte por la desaparición de sus idiosincrasias.
Evidentemente, no debemos pasar por alto que estas ideas resuenan mucho a los planteamientos de algunos neofascistas como René Binet, que ya defendían en los años cincuenta que se debía proteger la cultura y raza blancas frente a los intentos de mestizaje por parte de las que él consideraba que eran unas élites pro-globalización, proponiendo un severo sistema de apartheid global para el beneficio de todas las razas y culturas.
La amenaza cultural que describe la extrema derecha en sus narrativas racistas y xenófobas es ya el aspecto prioritario que estos grupos problematizan, por lo que el último elemento para acabar de construir la narrativa completa, las soluciones propuestas, gira alrededor de dicho peligro cultural y étnico.
Es clave mencionar que, para presentar la remigración como algo aceptable por el público mainstream, los problemas descritos deben plantearse como amenazas existenciales cuya falta de resolución contundente provoque la desaparición de los protagonistas. Un problema crítico, de tamaño civilizatorio, que debe resolverse para evitar el colapso total de la nación, la sociedad y el país.
Esta amenaza, además, les permite agrupar en el mismo saco tanto a los propios migrantes, colectivo principalmente atacado, y también a los que ellos consideran que son los cómplices de este gran plan para acabar con la raza blanca, es decir, las diversas coaliciones progresistas, muchas veces presentadas como el enemigo interno o traidores.
Por poner un ejemplo, Jordan Bardella se refería al Nouveau Front Populaire como una «amenaza existencial para la nación francesa» mientras, a la vez, hacía un llamamiento a los «patriotas» para superar este peligro.
Así pues, ya tenemos cocinados todos los ingredientes del caldo extremista: los patriotas, luchando contra los invasores migrantes y sus aliados que representan una amenaza existencial para la raza y cultura blancas; un problema tan grave que requiere de una resolución drástica; y una solución: la limpieza étnica escondida bajo el concepto de remigración.
Estas ambiciones se suelen justificar o enmarcar en la idea de mantener «el orden natural de las cosas», un concepto que va más allá de la propia cuestión migratoria y que se utiliza como paraguas que también justifica otras políticas de recortes de derechos sociales y civiles, especialmente en materia de género, en el que la mujer debe ocupar su lugar «natural».
En consonancia con este orden natural que según la extrema derecha se debe preservar, la remigración se presenta como una solución que servirá para deshacer ese «experimento demográfico» que ha llevado a la cultura y raza blancas a las puertas de la desaparición y que recuperará el orden del mundo.
La consolidación de esta idea ha sido tan rápida, de hecho, que se ha convertido con presteza en un concepto aglutinador para la mayoría de fuerzas de extrema derecha, tanto en forma de partidos institucionalizados como en forma de agrupaciones callejeras o grupúsculos digitales neofascistas, siendo capaz de funcionar como concepto-pegamento en el que coincidiese todo el espectro de la extrema derecha y el neofascismo, mientras a la vez ejerce de fuerza de presión asfixiante para una derecha tradicional en proceso de radicalización.
En este sentido, es indispensable entender las conexiones internacionales que han propugnado rápida y coordinadamente la remigración como máxima solución para todas las cuestiones, sumando cada vez más adeptos en el mundo.
Seguramente, el último país en confirmar esta tendencia es Japón, con una fuerte tradición de políticas etnonacionalistas donde esta idea del «orden natural de las cosas» también ha incluido siempre la cuestión de las etnias y culturas, llevando muchos de los argumentos que las extremas derechas occidentales han usado frecuentemente, argumentando una incompatibilidad cultural o antropológica con los migrantes. La primera ministra Takaichi, no obstante, no se refiere explícitamente a políticas remigratorias como hacen sus equivalentes occidentales, pero sus propuestas de control migratorio severo recuerdan al período del Sakoku de aislamiento exterior y conciencia nacional basada en la homogeneidad y pureza étnica.
Desde el periodo de entreguerras, uno de los deseos más persistentes de la extrema derecha ha sido la homogeneidad étnica y cultural de lo que consideraba la «raza blanca».
STEVEN FORTI
Por otro lado, Donald Trump es mucho más explícito.
De hecho, el ejemplo del trumpismo es uno de los más palmarios, no solo por la virulencia de las narrativas con las que lo avala y las campañas para normalizar el concepto, sino también por la puesta en marcha de un plan real para llevar a cabo las deportaciones forzosas de centenares de miles de seres humanos.
En la campaña electoral para las elecciones presidenciales de 2024, el candidato republicano prometió «deportaciones de masas» y en un post en la red social X ya mencionaba explícitamente un programa de remigración.
En 2025, en otro post en Truth, habló de la idea de la «migración revertida» como la única solución posible para combatir lo que él considera que es una invasión de «aliens» contra el pueblo americano, refiriéndose a esto como «patriotas».
Ese mismo día, el DHS publicaba en su cuenta oficial de X esta frase: «The stakes have never been higher, and the goal has never been more clear: Remigration now.» El DHS es el encargado de dirigir el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE), a quien Trump le encargó llevar a cabo «el mayor programa de deportación masiva de la historia».
Incluso, en diciembre de 2025, el tecno-autoritario Elon Musk, siguiendo esta estrategia de normalización de la limpieza étnica, posteaba en X: «Remigration is the normal position».
Pese a que el caso del trumpismo es uno de los más paradigmáticos a nivel global, convendría recordar que ha sido Europa el continente que ha visto resurgir este concepto en primera instancia, especialmente popularizado en la política alemana gracias a AfD, pero que se ha ido extendiendo como la pólvora al resto de países y formaciones de extrema derecha.
Björn Höcke, líder del partido en Turingia conocido por sus posturas cercanas al nacional-socialismo, publicó un libro en 2018 en el que propone un gran proyecto de remigración, no sin hacer referencias a la inevitable crueldad que será necesario ejercer en el proceso, exponiendo que habrá fases más desagradables, pero que serán imperiosas para la preservación del verdadero pueblo alemán, que abrirá una nueva etapa en su historia.
Precisamente es en Turingia donde en la campaña electoral de 2024 fueron expuestos carteles publicitarios de AfD en los que aparece un avión comercial con el texto «Sommer, Sonne, Remigration» (verano, sol, remigración).
Además, ese mismo año, Correctiv hace pública una investigación en la que expone una reunión en Potsdam a finales de 2023 en la que una serie de altos cargos de AfD, miembros de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU), empresarios con influencia financiera y otros radicales de movimientos identitarios, como Sellner, autor de un libro al respecto, se encuentran para esbozar un plan sólido y firme para llevar a cabo la deportación masiva de migrantes y personas consideradas «no adaptadas» y que duraría décadas.
En enero de 2025, AfD envió también propaganda política en forma de billetes de avión a la población de Karlsruhe e incluyó el concepto de manera formal en su programa electoral. Se da, por lo tanto, un nuevo paso hacia la normalización, naturalización y asimilación social de esta idea.
Las consecuencias pueden ser extremas: con Sellner intercambió correspondencia —además de hacer donaciones de dinero— el terrorista supremacista Brenton Tarrant, que escribió un manifiesto titulado «El gran reemplazo – Hacia una nueva sociedad» antes de asesinar en un atentado a más de medio centenar de personas.
La difusión del término durante 2025 ha sido especialmente rápida.
Unos días después del Remigration Summit celebrado en Italia en mayo, en España, las juventudes de Falange convocaron una manifestación bajo el único eslogan de «Remigración» a la que se unieron otros grupos neofascistas como Núcleo Nacional.
También Vox se había apuntado al carro haciendo campañas similares a las de AfD con billetes de avión incluidos y, en junio, Rocío de Meer, diputada del partido, se mostró abiertamente a favor de la remigración de ocho millones de personas y sus hijos.
Asimismo, la extrema derecha italiana ha empezado a utilizar explícitamente este concepto: el líder liguista Matteo Salvini ha convocado una cumbre en favor de la remigración en la plaza del Duomo del Milán para abril de 2026.
Mientras en Portugal, Chega, el partido liderado por André Ventura, ha propuesto incluir un «programa nacional para la remigración» y una fuerza de policía similar al ICE estadounidense en los presupuestos del Estado de 2026.
En Austria, hace tiempo que el Partido de la Libertad (FPÖ) y su actual líder, Herbert Kickl, utilizan este concepto hasta el punto de proponer en 2024 que se crease una comisaría europea con este nombre.
Este breve repaso nos muestra que para la extrema derecha global la remigración funciona como una especie de deus ex machina: una solución mágica total, capaz de resolver los problemas y las amenazas existenciales que asolan la civilización occidental.
Paradigmático de esto es el post de Magí Hildebrandt, miembro del partido ultraderechista catalán Aliança Catalana, en el que enumera uno por uno todos los problemas que, según él, se solucionarían con la remigración: vivienda, ocupación, seguridad, sanidad, educación, infraestructuras, natalidad y fiscalidad.
Lo que está claro es que la extrema derecha global ha tejido una red de contactos internacionales que permiten una transferencia ideológica y organizativa que ha puesto la remigración como su solución fundamental a los problemas que llevan años tratando de construir y transmitir al mainstream y una de sus políticas prioritarias.
Esto ha provocado que, tras años de repetición incesante de mantras como la vinculación de la migración con la inseguridad o con la amenaza étnica y cultural, se haya podido normalizar en espacios políticos e institucionales, e introducir en la agenda pública, una política migratoria que entra de lleno en lo que Naciones Unidas considera un tipo de limpieza étnica y que también incurre en populismo punitivo y el castigo colectivo —algo incluso tipificado como crimen de guerra en el artículo 33 del Convenio de Ginebra—, normalizando e institucionalizando tanto la violencia social como la política.