Anton Barbashin es un experto ruso abiertamente contrario a la guerra.
Su plataforma analítica Riddle Russia, con sede en Lituania, ha sido clasificada como «organización indeseable» por la Fiscalía de la Federación de Rusia, que considera que sus actividades «representan una amenaza para los fundamentos del orden constitucional y la seguridad de Rusia». Por ello, el sitio web está bloqueado en Rusia; se ha prohibido a sus responsables ejercer en el territorio de la Federación Rusa; y el propio Anton Barbashin ha sido designado «agente extranjero».
El artículo que traducimos a continuación debe leerse como uno de los numerosos intentos de la oposición rusa por comprender la naturaleza del régimen de Vladimir Putin y la lógica profunda de su estrategia internacional.
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Las decisiones y métodos de Rusia en materia de política exterior se interpretan a menudo desde la perspectiva de la «multipolaridad». Casi todas las intervenciones de los responsables rusos incluyen una referencia explícita a este concepto, que se ha convertido en un auténtico emblema del nuevo orden mundial tal y como lo concibe Rusia. En esta acepción oficial, la «multipolaridad» significa ante todo que el reparto de la subjetividad política entre los grandes polos de poder es inevitable y que dicho reparto debe reflejar de manera equitativa el peso económico y militar de cada Estado, tras el fin de la era unipolar dominada por Occidente. Esta visión del mundo asigna a Rusia un papel específico, al tiempo que define el marco general de su política exterior.
Sin embargo, esta concepción no explica en absoluto las decisiones concretas tomadas por el Kremlin en los últimos cuatro años, en particular en lo que respecta a la guerra en Ucrania.
Sin duda, esta es la razón por la que hace unos diez años apareció una teoría alternativa, y de otro tipo operativo, en el arsenal intelectual de los teóricos rusos de la política exterior: la «teoría del caos». Sus autores, expertos del Club Valdai, publican regularmente informes en los que exponen las metamorfosis de este concepto y subrayan su papel cada vez más central en la estrategia actual de Rusia.
Los cinco axiomas de la teoría rusa del caos
Según la concepción de los expertos de Valdai, el caos representa una etapa natural e inevitable de las relaciones internacionales contemporáneas, en una época en la que los antiguos «centros de gravedad» se han derrumbado sin que se haya constituido y estabilizado aún ningún sistema alternativo de alianzas, instituciones y normas. La nueva «bipolaridad» —o «bipolaridad suave», como la llamaban algunos teóricos rusos— nunca se materializó y la multipolaridad proclamada tampoco produjo reglas de juego comunes. Como escribieron en 2018 los autores del informe Vivir en un mundo que se desmorona:
«La evolución del entorno internacional nos lleva hacia un nuevo sistema, que hasta ahora ha permanecido al margen de los debates: un mundo sin polos, un orden caótico, una guerra de todos contra todos que se desarrolla a medida que declinan las instituciones familiares, desde el Estado-nación y la soberanía tradicional hasta el modelo capitalista clásico. Se trata, por tanto, de un escenario de crisis aguda, que desembocará menos en un nuevo equilibrio de poderes que en un auténtico reinicio del sistema».
Los autores de la doctrina del «caos» debaten con frecuencia sobre la magnitud de las transformaciones que afectan al sistema de relaciones internacionales, concluyendo unas veces con el colapso definitivo del mundo unipolar, otras con el fin del orden surgido de Yalta, e incluso con la desaparición del sistema postwestfaliano en su conjunto: « El antiguo orden ha dejado de existir, el nuevo orden aún no existe y nadie sabe cómo será».
Según la concepción de los expertos del Club Valdai, el caos representa una etapa natural e inevitable de las relaciones internacionales contemporáneas.
Anton Barbashin
Este es el primer axioma de la «Teoría del caos»: nunca restauraremos el mundo de antaño; los que se empeñan en preservarlo, empezando por los Estados occidentales, tarde o temprano se verán obligados a reconocer la vanidad de sus esfuerzos. Para los expertos de Valdai, esta situación conducirá inevitablemente al inicio de un nuevo diálogo con Rusia y el resto del mundo no occidental con el fin de definir las nuevas reglas y principios de interacción. Si bien los autores no piden que se destruyan lo antes posible los últimos vestigios del antiguo orden, sí subrayan que «todos los intentos de estabilización han fracasado e incluso han dado lugar a medidas tácticas que no han hecho más que agravar los problemas existentes en lugar de resolverlos» . En otras palabras, cuanto más se esfuerzan los defensores del antiguo orden por mantenerlo a toda costa, más se acelera su decadencia.
El segundo axioma precisa que el caos es fundamentalmente ingobernable: «El mundo ha emprendido una nueva dirección, inaugurando la era de las decisiones unilaterales. Se trata de una tendencia objetiva, que es inútil intentar controlar, pero cuyas consecuencias es importante evaluar», escriben los expertos de Valdai. Según ellos, este carácter incontrolable desplaza la prioridad: ya no se trata de restaurar una forma de control global, sino de asegurar la propia supervivencia y adaptación. «Más que nunca, hay que prestar atención al carácter cambiante, frágil y contextual de los fenómenos, que son las principales características de la dinámica mundial actual. Solo aquellos que sean capaces de reaccionar rápidamente podrán salir airosos». En resumen, en este entorno cada vez más caótico, el vencedor nunca será aquel que se empeñe en restablecer su dominio perdido, sino aquel que sepa adaptar constantemente su práctica, imaginar «soluciones creativas» y eludir o reescribir las normas en su beneficio. Los autores concluyen así: «Ya no es el momento de “restaurar” ningún tipo de “gobernabilidad”, sino de dominar las “técnicas de gestión de riesgos” para los Estados».
El tercer axioma se resume en pocas palabras: cada uno por su cuenta. «Los esquemas rígidos del «nosotros contra ellos» pertenecen a un pasado ya desaparecido. El principio de «cada uno por su cuenta» supone, por el contrario, una «defensa circular» [es decir, generalizada] y la posibilidad de cambiar bruscamente de socios».
Visto desde esta perspectiva, la política exterior de la Rusia contemporánea parece efectivamente coherente. Si hoy en día resulta beneficioso apoyar a Bashar al-Assad, hay que hacerlo sin dudarlo; si, por el contrario, las circunstancias cambian, hay que romper inmediatamente los compromisos anteriores y buscar nuevos aliados en Siria. Del mismo modo, si la escalada del conflicto entre Israel e Irán no beneficia a los intereses rusos, conviene reducir al mínimo la ayuda prestada a Teherán y limitarse a observar el conflicto desde la distancia. Si la configuración estratégica exige un acercamiento a Corea del Norte, se firmará inmediatamente un tratado similar a una alianza con Pyongyang. Así, el principio de cada decisión es puramente situacional, contextual. Por lo tanto, no puede existir ninguna alianza permanente, ninguna obligación rígida, nada comparable al artículo 5 de la OTAN. Toda posición está sujeta a revisión tan pronto como cambia el equilibrio entre ganancias y riesgos. De acuerdo con esta lógica, una acción solo se justifica cuando reporta grandes beneficios; por el contrario, cualquier compromiso que se considere demasiado costoso se abandona inmediatamente.
El cuarto axioma de la «teoría del caos» afirma que «el universalismo y la justicia han llegado al final de su ciclo». Es esta tesis la que permite a Moscú apoyar sin la menor vacilación a los dictadores más brutales y practicar una destrucción sistemática de las infraestructuras civiles en Ucrania. Los expertos de Valdai consideran que, por lo tanto, es necesario purgar la política de toda forma de moral y ética, y escriben: «Los fundamentos éticos dejan definitivamente de ser un criterio relevante para la toma de decisiones políticas». La teoría del caos legitima así toda práctica autoritaria del poder en nombre de la «estabilidad», al tiempo que niega la existencia misma de normas universales de justicia. Por lo tanto, pueden escribir que «una de las características esenciales del mundo que se nos presenta será la ausencia de una representación ética universalmente válida en materia de justicia —es decir, de acción justa— en la práctica de los Estados y la legitimidad de sus dirigentes».
La «teoría del caos» rechaza por principio la idea misma de un «lado bueno de la historia». Al razonar así, elimina los últimos obstáculos morales o normativos que aún enmarcaban, aunque fuera en un grado mínimo, las decisiones de política exterior e interior. A partir de ahora, cualquier decisión puede justificarse por los «intereses nacionales»; cualquier obstáculo jurídico o ético se convierte en un impedimento erróneo u hostil.
Asistimos a una creciente normalización de la guerra como tal, pero también de la retórica nuclear.
Anton Barbashin
Los teóricos del caos van aún más lejos cuando proclaman el fin de las grandes ideas universales. «La era de las grandes ideas, las grandes teorías, visiones y esperanzas ha llegado claramente a su fin». Además, presentan este nihilismo radical como la percepción más lúcida y realista del estado del mundo, la única, sobre todo, capaz de garantizar la supervivencia del Estado en un contexto de disturbios permanentes y generalizados. Así, proponen a Rusia que invente sus propias normas de existencia definiendo un conjunto específico de valores y normas que favorezcan la estabilidad interna del país y la aplicación de la orientación de política exterior que la élite gobernante considera óptima. Este enfoque no está exento de relación con la noción de «Estado-civilización», ampliamente difundida a partir de 2023 y solemnemente consagrada por Vladimir Putin. Así reconvertida en «Estado-civilización», Rusia ya no tendría la menor razón para ajustarse a las normas y regulaciones de Occidente, ni tampoco a las de Oriente. La acción de Rusia y su «código» específico de valores y normas serían definidos únicamente por la élite en el poder, que extraería de la historia los elementos que considerara más útiles para sus ambiciones políticas.
El quinto axioma establece finalmente la fuerza militar como la última garantía de la supervivencia del país. Los creadores de la «teoría del caos» están convencidos de que el surgimiento del nuevo orden mundial irá acompañado de un auge de los conflictos: «La fase histórica que se abre estará marcada por numerosos conflictos y, muy probablemente, por los enfrentamientos militares que provoca inevitablemente la constitución de un nuevo orden internacional».
Sin embargo, los expertos de Valdai también suponen que la resolución de estas contradicciones ya no se basará en las normas jurídicas ni en las instituciones del pasado: «Las instituciones internacionales pasan hoy a un segundo plano, cediendo el paso a modalidades de resolución de conflictos más arcaicas». Así, el mundo vuelve a la era prewestfaliana, en la que solo la fuerza bruta representaba una verdadera garantía de soberanía e independencia: «El Estado soberano reafirma su estatus como unidad fundamental de las relaciones internacionales, desempeñando aquí su maquinaria militar un papel determinante».
Paralelamente, asistimos a una creciente normalización de la guerra como tal, pero también de la retórica nuclear. La guerra deja de percibirse como una anomalía o una medida de último recurso: «Estamos convencidos de que es posible hacer la guerra, y la cuestión fundamental es cómo minimizar las pérdidas y maximizar los resultados», escriben los autores de un informe cínicamente titulado: «Es hora de crecer».
Al mismo tiempo, los expertos ya no parecen descartar la hipótesis de recurrir a un ataque nuclear limitado como «medida preventiva».
Los teóricos de Valdai llegan así a una conclusión muy clara: la fuerza de ataque militar sigue siendo, en última instancia, el principal factor de estabilidad de un Estado, a riesgo de convertir la guerra global en el telón de fondo permanente de la vida internacional: «El espectro de la guerra generalizada nos acompañará durante mucho tiempo, y tal vez incluso para siempre».
Teoría y práctica del caos
Los informes de Valdai se presentan cada año en actos oficiales en presencia del presidente Vladimir Putin.
Su función principal consiste en justificar conceptualmente las dinámicas ya en curso de la política exterior rusa, desde la guerra en Ucrania hasta la retirada de una serie de acuerdos, tratados y organizaciones. En otras palabras, los expertos en cuestión no tienen en absoluto la intención de criticar o cuestionar estas realidades políticas, sino simplemente de interpretarlas de tal manera que la acción de los gobernantes parezca coherente, fundamentada y, en la mayoría de los casos, la única posible.
La misión de plataformas como el Club Valdai o el Consejo Ruso de Asuntos Internacionales (RSMD) es perfectamente clara: recubrir la política del día con un barniz intelectual sofisticado, inscribirla en un contexto global, extraer su lógica interna y formular recomendaciones prácticas, al tiempo que se producen nociones y representaciones que puedan ser retomadas tanto dentro como fuera del país. La «teoría del caos» se inscribe plenamente en esta lógica, transformándose al ritmo de la evolución de la política exterior rusa y ajustando hábilmente sus axiomas a las nuevas necesidades del Kremlin.
Esta teoría permite, en particular, resolver un rompecabezas al que se enfrentaban los teóricos de la política exterior desde 2014: ¿cómo justificar conceptualmente la anexión de Crimea, realizada en clara violación de los compromisos anteriores de Rusia y de las normas del derecho internacional?
Desde el punto de vista de la «teoría del caos», la respuesta es obvia: ni Rusia ni Vladimir Putin personalmente tienen la menor responsabilidad; es el «caos global» mismo el que ha destruido las antiguas reglas y regularidades. Mejor aún, la teoría asegura que quien primero comprenda el carácter irreversible de este colapso del antiguo orden obtendrá una ventaja estratégica decisiva en la construcción del nuevo. En otras palabras, la «teoría del caos» afirma que la anexión de Crimea y la ocupación de otros territorios ucranianos serán reconocidas tarde o temprano y que las sanciones se levantarán inevitablemente, ya que habrán perdido todo su significado en la nueva configuración del mundo.
La «teoría del caos» sirve para justificar conceptualmente las dinámicas ya en marcha de la política exterior rusa, desde la guerra en Ucrania hasta la retirada de una serie de acuerdos, tratados y organizaciones.
Anton Barbashin
La «teoría del caos» plantea como una necesidad la militarización total de la sociedad y del Estado, una militarización concebida no como una medida temporal en tiempos de guerra, sino como un estado permanente. Erige en imperativos de seguridad nacional la lucha contra la disidencia interna y la resistencia a las influencias externas de Occidente, justificando al mismo tiempo cualquier medida de seguridad y práctica represiva.
Los autores de la teoría son categóricos: la época de los valores universales ha quedado atrás. De ahí la necesidad, según ellos, de revisar en profundidad la concepción tradicional de los derechos humanos y civiles, a la luz de los intereses nacionales rusos y del contexto histórico tal y como lo interpreta la actual dirección política del país.
La «teoría del caos» lleva desarrollándose al menos una década, por lo que se puede afirmar sin dudar que refleja, como mínimo, la visión de una parte significativa de la élite gobernante rusa. Así, se observa que hace eco directamente de las propuestas de los nuevos «arquitectos sociales» encargados de elaborar las estrategias oficiales de control de la sociedad.
La doctrina del «caos» cumple una triple función: ratifica la evolución de las reglas de la política exterior rusa, proporciona su justificación intelectual y elabora el marco interpretativo global en el que las futuras decisiones, carentes por completo de principios (salvo el interés bien entendido), podrán sin embargo parecer pertinentes y legítimas.
Naturalmente, esta teoría no exige que Rusia destruya hasta el último vestigio del antiguo sistema internacional: hasta nuevo aviso, nadie propone renunciar al derecho de veto del país en el Consejo de Seguridad de la ONU mientras este siga teniendo una utilidad, aunque sea mínima.
Por otra parte, es igualmente evidente que, en este marco doctrinal, las autoridades rusas no tienen ninguna razón para hacer la más mínima concesión en cuestiones consideradas esenciales, empezando por sus objetivos de guerra en Ucrania. Del mismo modo, no hay que esperar que Moscú renuncie a sus persistentes intentos de imponer a la comunidad internacional un debate de fondo sobre la reforma radical de la arquitectura de seguridad de Europa y del mundo.