Doctrinas de la Rusia de Putin

La tecnosfera de Putin: el proyecto del centro tecnológico euroasiático del Kremlin con los BRICS

El Kremlin quiere convertir la «diplomacia tecnológica» en el vector más eficaz para difundir los «valores tradicionales».

Mientras el país se encuentra inmerso en un proceso de recuperación, un documento estratégico de referencia intenta articular la tecnosfera y la identidad rusa para «dar la vuelta al tablero mundial».

Autor
Guillaume Lancereau
Portada
© Vyacheslav Prokofyev

En 2025, la Academia Rusa de Economía Nacional y Servicio Público, o Academia Presidencial, creó una nueva revista: Gosudarstvo, literalmente «el Estado».

Dirigida por Andrei Polosin, doctor en Ciencias Políticas, vicerrector de la Academia y director científico del proyecto «ADN de Rusia», esta publicación pretende ser una plataforma ideológica de alto nivel.

La revista pretende proporcionar a los futuros directivos de la función pública contenidos elaborados por los mejores expertos, sobre temas que van desde la política exterior hasta los modos de gobernanza de Rusia, haciendo hincapié inevitablemente en los valores tradicionales y su importancia para la seguridad nacional.

El editorial del primer número lo anunciaba claramente: «La guerra contra Rusia ha vuelto a empezar», y ello en al menos cuatro frentes: Ucrania, la economía, las tecnologías y el frente cognitivo e ideológico. La ambición consiste, por tanto, en el «caos informativo del momento», en estructurar los conocimientos científicos de manera que se adapten a la práctica cotidiana de la función pública.

Uno de los artículos más importantes de este primer número de la revista estaba dedicado a la cuestión de la «diplomacia tecnológica».

En lugar de formular conclusiones prácticas, en el plano diplomático y comercial, sobre la naturaleza de las asociaciones que Rusia debería privilegiar para no quedarse atrás en la carrera tecnológica, los autores establecen los grandes principios que deben guiar la política rusa en materia de técnicas y tecnologías.

El primer punto a destacar es la necesidad de un enfoque técnico y objetivo de las deficiencias del país, a fin de no repetir el error de la Unión Soviética cuando renunció a comprometerse con el gran giro de la cibernética, denostada como una «ciencia burguesa».

La segunda prioridad esencial es la soberanía.

Los autores no solo abordan la soberanía desde una lógica de poder, sino también desde el punto de vista civilizatorio, insistiendo en la necesidad de construir una «tecnósfera» acorde con los valores fundamentales del país: en este caso, los «valores tradicionales» tal y como los entiende Vladimir Putin.

La concepción específicamente rusa de las relaciones entre la sociedad, el Estado, el ser humano y la nación se plantea así como la justificación de un alejamiento de Occidente en favor de un acercamiento a los BRICS, o incluso de la creación de un verdadero «hub ruso-euroasiático».

Una de las principales características de nuestra época es, sin duda, la revolución tecnológica que se está produciendo. Este fenómeno está transformando las economías, los modos de gobernanza, las sociedades y las culturas; ofrece posibilidades sin precedentes de movilidad y comunicación, al tiempo que genera verdaderas amenazas existenciales, entre ellas una posible pérdida de control sobre la tecnósfera.

En un contexto marcado por un alto grado de división del trabajo y una complejidad creciente de la cooperación internacional en materia científica y tecnológica, resulta imposible que un solo país, por muy avanzado que esté en este movimiento, pueda garantizar una soberanía tecnológica plena y total. Ni Estados Unidos ni China pueden cubrir por sí solos todo el espectro de tecnologías críticas, como demuestra la producción de microprocesadores de última generación.

La pandemia de COVID-19 y los conflictos geopolíticos han acelerado la transición hacia nuevos paradigmas geopolíticos, al poner de manifiesto la impotencia de numerosas instituciones internacionales y la incoherencia de las normas y principios proclamados. La progresiva ruptura de los vínculos económicos a escala mundial, agravada por innumerables paquetes de sanciones y oleadas de medidas arancelarias prohibitivas, recuerda la necesidad de replantearse los fundamentos mismos de la cooperación tecnológica internacional.

Cualquier intento de autarquía completa resulta poco rrealista debido a las desigualdades en materia de recursos y ecosistemas: por lo que el verdadero reto reside en buscar un equilibrio entre la independencia y la cooperación. Ante las restricciones de acceso a las tecnologías, Rusia debe identificar, entre los países que le son favorables, socios con los que desarrollar y aplicar conjuntamente soluciones tecnológicas de futuro, crear espacios tecnoeconómicos comunes y armonizar sus normas y sistemas reglamentarios.

La diplomacia tecnológica: una exigencia estratégica

Como escribió Andrei Bezrukov, «Rusia debe elegir nuevos socios y aliados tecnológicos. Pero ¿tenemos una estrategia, una política que nos permita realizar esta elección y garantizar nuestra competitividad? Esta cuestión parece aún más esencial en un momento en que la diplomacia científica y tecnológica se convierte en la clave de nuestro desarrollo y nuestra seguridad». 1

En el artículo citado, Andrei Bezrukov se presenta como profesor de la MGIMO y miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa de la Federación Rusa. Es, sobre todo, un agente de inteligencia soviético y ruso, coronel del Servicio de Inteligencia Exterior, que opera en Estados Unidos bajo el nombre de Donald Heathfield, detenido en junio de 2010 en el marco de una operación encubierta e intercambiado, junto con otros diez «ilegales», por cuatro personas detenidas en Rusia por espionaje a favor de Occidente.

La diplomacia tecnológica supone, en primer lugar, un diálogo estratégico sobre la naturaleza de las tecnologías, su impacto social y las normas de su uso. Solo al término de este diálogo puede surgir una asociación propicia para lanzar proyectos a largo plazo, bilaterales o multilaterales, en los ámbitos de la investigación, el desarrollo y la producción.

El año pasado, en el marco de su presidencia en los BRICS, Rusia propuso a sus socios un Modelo de soberanía tecnológica que consiste en un enfoque internacional universal para tratar las cuestiones relacionadas con el desarrollo tecnológico. Las sucesivas reuniones con China, India, Irán, Sudáfrica y otros Estados pusieron de manifiesto el gran interés que suscitó esta iniciativa, acogida con satisfacción por los dirigentes y expertos como un medio prometedor para estructurar los intercambios sobre el futuro tecnológico.

La iniciativa «Nueva plataforma tecnológica de los BRICS» recibió el apoyo de los jefes de Estado de la alianza y se incluyó en la declaración final de la XVI Cumbre de los BRICS, celebrada el 23 de octubre de 2024. En el párrafo 118 se leía: «Acogemos con satisfacción la iniciativa de la presidencia de crear, bajo los auspicios del Consejo de Asuntos de los BRICS, una nueva plataforma tecnológica que fomente la cooperación entre los países interesados en el ámbito de la tecnología y la innovación». Los intercambios internacionales posteriores confirmaron que este modelo había sido acogido en los más diversos ámbitos como una fuente de confianza y cooperación en el desarrollo de la tecnósfera.

¿Qué modelo de soberanía tecnológica?

El presente artículo ofrece una visión general del modelo, expuesto en detalle en una publicación anterior. 2 Su objetivo es articular una lista jerarquizada de necesidades humanas (generalmente denominada «pirámide de Maslow») con las misiones fundamentales que incumben a todo Estado soberano para garantizar la prosperidad de sus ciudadanos. El dominio de una serie determinada de tecnologías transversales aparece aquí como la condición sine qua non de una soberanía real, es decir, de la capacidad de un Estado para llevar a cabo una política exterior e interior independiente.

Este modelo propone una clasificación de las tecnologías según su grado de influencia en varios ámbitos clave, como la energía o la inteligencia artificial, al tiempo que permite identificar los sectores en los que Rusia puede aspirar razonablemente a la autonomía. De este modo, ofrece un enfoque global que integra no solo los retos técnicos, sino también los factores sociales, culturales y administrativos. Las presentaciones de este modelo en diversos encuentros internacionales y foros políticos han confirmado, también en este caso, su alcance universal y su pertinencia desde el punto de vista de la planificación estratégica.

Las tecnologías se evalúan según cinco criterios: su transversalidad (es decir, su capacidad para afectar simultáneamente a diversos sectores); la complejidad de su gestión; su grado de madurez; su impacto en las infraestructuras críticas; y la rapidez del retorno de la inversión.

Esta clasificación nos ha servido para elaborar una «tabla periódica de las tecnologías» que permite apreciar de un solo vistazo su importancia relativa. Así, la energía nuclear se sitúa en la parte superior de la tabla en términos de madurez e impacto en las infraestructuras, mientras que la inteligencia artificial aún requiere inversiones a largo plazo.

La cuestión fundamental es, por tanto, determinar las inversiones prioritarias con vistas a la soberanía tecnológica, en un contexto de recursos necesariamente limitados. En este sentido, las decisiones deben tener en cuenta tres factores, cuya combinación constituye lo que hemos denominado la «clave» de una tecnología:

  • Su ontología tecnológica propia y su núcleo de desarrollo, que permite la gestión de series sucesivas de productos;
  • El control de todos los recursos críticos necesarios para su desarrollo;
  • La concentración de competencias y la escala de coordinación a nivel nacional.

La «tabla periódica de tecnologías» 3 propuesta por el artículo distingue y jerarquiza una serie de tecnologías actualmente en uso o en estudio. En ella se lee, empezando por la parte superior:

  • Modelos de pensamiento y percepción: tecnologías cognitivas (CT);
  • Modelos de gobernanza estatal/municipal/social: tecnologías de gestión de la complejidad (CM);
  • Tecnologías climáticas: gestión del ciclo de vida del carbono y el metano (CN), gestión del ciclo de vida del agua (H2O), terraformación (TF);
  • Tecnologías de transporte: sistemas de información geográfica (GS), tecnologías de control satelital (Sp), tecnología de producción de motores (En);
  • Tecnologías de comunicación: comunicación inalámbrica 4G o 5G (XG), realidad aumentada y virtual (AR/VR), comunicaciones cuánticas (QC), sistemas de comunicación de nueva generación, incluidos láseres (CS);
  • Servicios digitales: almacenamiento y análisis de grandes conjuntos de datos (BD), inteligencia artificial (AI), inteligencia artificial general (AGI), registros distribuidos (BC);
  • Biotecnologías y medicina: tecnologías de alimentación saludable (HF), tecnologías de salud humana (HH), neurotecnologías (NT), producción de medicamentos, incluidos los microbiológicos (Mb), tecnologías de ingeniería genética (Ge), gestión del ciclo de vida de los biosistemas naturales y sintéticos (BS), tecnologías de tratamiento del suelo (So), tecnologías de producción de fertilizantes (Or);
  • Tecnologías productivas: gemelos digitales (DT), química de bajo tonelaje (Ch), nuevos materiales y sustancias (Mt), sensores (Sn), microelectrónica (Me), ingeniería mecánica (MC), organización de la producción (Mn);
  • Tecnologías energéticas: nuclear (NE), tecnologías de mejora de la extracción de recursos minerales (FE), hidroeléctrica (HP), eólica (WE), solar (SE), geotérmica (TE), hidráulica (HE), sistemas de almacenamiento de energía (ES), sistemas energéticos inteligentes distribuidos (DE).

Esta clasificación ayuda a priorizar las tecnologías más esenciales para la soberanía, las que requieren esfuerzos internos y las que deben implicar la cooperación internacional. De este modo, este enfoque pone las conclusiones complejas al alcance inmediato de los analistas y los agentes estatales. Una solución de futuro podría residir precisamente en la soberanía compartida a través de alianzas interestatales como los BRICS o la Organización de Cooperación de Shanghái.

Este modelo se ha aplicado a 113 tecnologías del sector del petróleo y el gas, en colaboración con el Ministerio de Energía, Gazprom Neft y otros importantes representantes del sector, expertos de la Academia de Ciencias de Rusia, Vnesheconombank [el Banco de Desarrollo de la Federación Rusa] y la Iniciativa Tecnológica Nacional. La evaluación global se basó en cinco criterios: el potencial científico, los fondos propios, el uso de nuevos materiales, las soluciones digitales y los programas de formación de directivos. A partir de ahí, cada tecnología recibió una calificación global y se incluyó en una de estas tres categorías: «verde» cuando Rusia posee la clave de esa tecnología; «amarilla» cuando tiene el potencial de adquirirla; «roja» cuando el país sufre un retraso crítico. Esta clasificación general ha puesto de manifiesto las lagunas existentes, ha permitido diseñar ejes de desarrollo y dar prioridad a los proyectos tecnológicos más prometedores, en consonancia con la Estrategia Económica Nacional hasta 2050. Nuestro modelo permite así determinar una hoja de ruta a cinco años, de diez años o incluso más, identificando eficazmente las carencias actuales y los medios para subsanarlas. En el ámbito del petróleo y el gas, propone una serie de medidas susceptibles de hacer pasar las tecnologías de «rojo» a «verde» mediante acciones concretas en materia de inversión, formación de especialistas e integración de soluciones digitales.

Por último, este modelo sitúa en el centro de la ecuación el concepto de «justicia energética». Este concepto supone un acceso equitativo a los recursos energéticos, normas de regulación transparentes y protocolos internacionales de cooperación. El concepto sienta así las bases de un nuevo orden energético mundial, en el que Rusia estaría llamada a desempeñar un papel de primer orden. Los debates sobre la distribución equitativa de los recursos o las normas que rigen la energía verde abren nuevas perspectivas de diálogo con nuestros socios. Este concepto exige, por supuesto, debates políticos en profundidad para determinar los valores y objetivos que deben inspirar la nueva política energética, sin limitar su horizonte a un enfoque estrictamente sectorial.

Los resultados de este modelo aplicados al sector del petróleo y el gas se presentaron en abril de 2025 durante una sesión estratégica del Gobierno de la Federación Rusa y recibieron una evaluación profesional positiva.

La aceleración de las transformaciones tecnológicas

Los esfuerzos dedicados a estas prioridades tecnológicas exigen constancia, competencia y flexibilidad. Las pirámides tecnológicas, distribuidas según su ámbito (el cosmos, las biotecnologías, la energía), deben actualizarse periódicamente, cada cinco o seis meses, de acuerdo con la opinión de los expertos.

Cualquier intento de burocratizar este proceso convirtiéndolo en una simple regulación administrativa le restaría inmediatamente eficacia, ya que las tecnologías evolucionan más rápido que los procedimientos estatales. Basta con comparar las «10 principales» tendencias tecnológicas de la clasificación de Gartner entre 2015 y 2025 para observar que ninguna de estas tendencias se ha mantenido estable durante diez años consecutivos. De las 26 tecnologías que figuran en esta clasificación en 2025, solo 7 existían ya —y aún así, en estado embrionario— en 2015.

Por lo tanto, las prácticas de peritaje deben permanecer abiertas a todas las ideas nuevas y evitar a toda costa un formalismo que arruinaría su pertinencia y competitividad.

El momento de la verdad

La principal amenaza y la principal oportunidad para la humanidad residen hoy en día en la transformación total, en un horizonte de 7, 10 o 15 años, de la casi totalidad de la tecnosfera con la que el ser humano interactúa, bajo el efecto combinado de las tecnologías transversales —la inteligencia artificial, las técnicas relacionadas con los sensores y la robótica, los nuevos materiales, los servicios espaciales, la computación cuántica y las biotecnologías.

Los retos actuales en materia de desarrollo tecnológico son comparables a los de la revolución cibernética de la segunda mitad del siglo pasado. En los años 1940-1950, el mundo se encontraba en el umbral de una revolución, la de la teoría y el sistema del cálculo automatizado, que iba a transformar la industria mundial en las décadas siguientes.

Si bien los matemáticos e ingenieros rusos hicieron una contribución intelectual de primer orden a los primeros desarrollos de la cibernética, su condena por parte de la Unión Soviética como «pseudociencia reaccionaria» retrasó al menos diez años su auge en nuestro país y condujo a la formación a escala mundial de un sistema monolingüe (en caracteres latinos) utilizado en la programación, la arquitectura y las normas tecnológicas. Sin embargo, en los inicios de la cibernética soviética existían más de una decena de lenguajes de programación basados en el cirílico, cuya legibilidad y adecuación a su objeto estaban adelantadas a su tiempo, en comparación con los lenguajes basados en el inglés. En otras palabras, en un universo paralelo, el mundo entero podría haber programado en ruso. Y tal vez ese mundo habría sido preferible al actual.

Sin que esta observación reste validez a la constatación histórica anterior, hay que señalar que los propios autores contribuyen a esta anglicización, ya que su tabla periódica de tecnologías se basa en un sistema de abreviaturas que corresponde al equivalente inglés de las expresiones enumeradas en ruso.

A principios de la década de 1950, los dirigentes soviéticos y los círculos académicos tenían, sin duda, sus razones para oponerse al dominio de una cibernética concebida como una ciencia intrínsecamente mecanicista y burguesa. No obstante, el discurso científico y tecnológico soviético carecía de una propuesta alternativa sólida que reflejara los valores y la identidad de la sociedad soviética, una idea tan inspiradora y poderosa como la del cosmismo ruso, ya relegada a un segundo plano en aquella época por el pragmatismo tecnológico y el código moral del constructor del comunismo. En definitiva, el sistema soviético acabó colapsando bajo el efecto combinado de presiones internas y externas, en las que el factor decisivo fue precisamente la potencia de cálculo que ofrecía la cibernética, que multiplicó por diez el potencial económico de los países occidentales e inauguró una gran divergencia con la Unión Soviética en términos de calidad de vida.

Por motivos históricos diferentes, China también se perdió el gran giro de la revolución cibernética. Si bien, a lo largo de varios siglos, el Imperio Medio ha dado a la humanidad inventos tan valiosos como el papel, la imprenta y la pólvora, hasta mediados del siglo pasado no disponía de una ciencia académica propia ni de un verdadero sistema de desarrollo de técnicas y tecnologías. El formidable auge industrial y tecnológico que ha experimentado la República Popular China en los últimos 30 años es un motivo legítimo de orgullo nacional, pero sigue basándose en gran medida en el préstamo de Occidente de sus enfoques científicos y ontologías tecnológicas. Por ello, filósofos contemporáneos, como Yuk Hui, no han dejado de advertir del riesgo que supondría seguir por este camino. El ejemplo de los sistemas de diagnóstico médico asistidos por inteligencia artificial a partir de datos procedentes de miles de profesionales de la medicina tradicional china basta para demostrar que el desarrollo irracional de los servicios que utilizan la inteligencia artificial podría, en el plazo de una sola generación, destruir sectores enteros de la cultura del país, pacientemente moldeados durante milenios y que constituyen la base misma de la civilización china.

Las tecnologías digitales, empezando por la inteligencia artificial, generan «cajas negras» incontrolables que pueden afectar a la sociedad en su conjunto. En ausencia de un referente en materia de valores, las tecnologías pueden erosionar todos los principios culturales de una sociedad al influir en la formación de sus generaciones más jóvenes. Por ello, el despliegue de algoritmos generativos y sistemas de identificación requiere decisiones no solo técnicas, sino también, y quizás sobre todo, éticas, para que las tecnologías sigan estando al servicio de la sociedad.

El artículo propone, en forma de infografía, una serie de ejemplos para ilustrar las divergencias de valores en torno a los retos tecnológicos.

El primero de ellos examina la cuestión de si es posible controlar la sociedad mediante tecnologías, en particular los «sistemas de crédito social»: las dos opciones que se sopesan son aquella en la que los intereses de la sociedad priman sobre las libertades individuales —opción que ilustra China , y aquella en la que estas libertades son intangibles, como ocurre con la concepción de la esfera privada que tienen los países de la Unión Europea.

Del mismo modo, para explicar las opciones opuestas de dos países en materia de edición del genoma, las aspiraciones chinas de preeminencia tecnológica se contraponen, en Rusia, al conservadurismo y a la importancia de la moral religiosa.

Por último, el último ejemplo establece una distinción entre el valor que Rusia otorga a su seguridad nacional y el pacifismo y el humanismo que predominan en Austria y Nueva Zelanda, para explicar que solo el primer país autoriza la implantación de sistemas autónomos de combate, como el dron Ojotnik.

¿Dar la vuelta al tablero?

Sin embargo, hay buenas noticias: en los próximos años, el vertiginoso desarrollo de las tecnologías transversales podría ofrecer oportunidades reales a los «países-civilizaciones» capaces de fijarse y resolver los objetivos científicos y tecnológicos más complejos. De este modo, podrán tomar una revancha decisiva, llegando incluso a cambiar las reglas del juego a nivel mundial mediante la construcción de una nueva tecnósfera, respetuosa con la floreciente diversidad de las culturas del mundo, preservando al mismo tiempo las identidades nacionales. Así se perfilará un futuro basado en valores plenamente asumidos.

En este contexto, uno de los principales objetivos de la diplomacia tecnológica debe consistir en organizar nuevos formatos de interacción y cooperación entre las naciones en el ámbito del desarrollo tecnológico. Se trata de promover un diálogo que vaya más allá de las simples cuestiones técnicas y profesionales para abarcar los valores, los sistemas éticos y culturales, las ambiciones civilizatorias y las visiones de futuro.

Arquitectura de seguridad y protocolos de confianza

El hecho de que unos simples juegos puedan inculcar en la mente de los niños «valores no tradicionales» o que la empresa de fabricación de automóviles Zeekr decida sumarse a las sanciones contra Rusia ilustra los riesgos a los que nos exponemos cuando la tecnósfera escapa a nuestro control.

Las amenazas resultantes afectan tanto a la educación como a la seguridad y la economía. Si Rusia renuncia a formular sus propias exigencias con respecto a la tecnósfera, a debatirlas y a defenderlas a nivel internacional, se expone a perder todo control sobre las dinámicas sociales que se desarrollan en su propio territorio. Las circunstancias actuales exigen la creación de mecanismos de control y regulación que garanticen que las tecnologías no perjudiquen nuestros intereses nacionales ni generen normas sociales indeseables entre las generaciones más jóvenes.

Por lo tanto, la definición de requisitos éticos y técnicos claros en materia de tecnósfera es una tarea absolutamente crucial si queremos defender nuestros intereses nacionales. Por ello, las aplicaciones que puedan ser utilizadas por los niños deben someterse a un riguroso control de conformidad con los valores de nuestra sociedad. Del mismo modo, el actual código ético de la inteligencia artificial resulta totalmente insuficiente, ya que ignora por completo las especificidades socioculturales de los diferentes países. Rusia debe establecer firmemente sus propias normas, para que las tecnologías dejen de representar una amenaza para la sociedad y se conviertan, por el contrario, en un pilar de la educación, la seguridad y la soberanía.

Sin embargo, en la actualidad no existe ningún lenguaje ni formato de comunicación, ni a escala nacional ni en las relaciones internacionales, que permita armonizar y conciliar estos requisitos y protocolos de confianza.

El proyecto civilizatorio ruso

Rusia debe proponer al mundo un proyecto civilizatorio basado en sus propios valores y en su identidad nacional. Esta ambición exige responder previamente a una pregunta esencial: ¿qué futuro deseamos? Ya se trate de expediciones a Marte, de sistemas digitales compartidos o de cualquier otra orientación, cada uno de nuestros objetivos debe reflejar una definición clara de las prioridades del país.

Si no formula este proyecto civilizatorio, Rusia se condenará a una posición subordinada y seguidora, incapaz de influir por sí misma en la agenda global.

Este proyecto civilizatorio debe permitirnos identificar las tecnologías que queremos promover, la tecnósfera que queremos construir, pero también las formas de cooperación que queremos establecer con los países amigos sobre la base de nuestros valores. En esta perspectiva, sería bueno inspirarnos, modernizándolo, en el legado del cosmismo ruso encarnado por Fiodorov, Tsiolkovski y Vernadski. He aquí un ejemplo histórico brillante de proyecto civilizatorio específicamente ruso.

Repensar las ontologías tecnológicas

Las tecnologías digitales, como la inteligencia artificial y las telecomunicaciones, exigen una revisión profunda de las ontologías tecnológicas, es decir, de los principios fundamentales que constituyen el núcleo mismo de los sistemas técnicos. Las ontologías tradicionales, las que hemos heredado de la era industrial, se han vuelto obsoletas. Ya no corresponden con las realidades de una era digital marcada por bifurcaciones tan bruscas como radicales. Los sistemas no tripulados son uno de los testimonios más claros de la necesidad de un nuevo enfoque sistemático de la seguridad y las cuestiones éticas. Si Rusia prescinde de esta reflexión de fondo, no se dotará de los medios necesarios para crear una tecnosfera que sea a la vez estable y acorde con sus intereses nacionales. Este enfoque global debe involucrar a filósofos, ingenieros y actores del sector humanitario. No hay que olvidar que el trabajo de ingeniería inversa es indispensable cada vez que no somos nosotros mismos los creadores de una tecnología o solución técnica, sino que nos limitamos a tomarla prestada de una tecnósfera extranjera.

Continuar el diálogo

Durante una presentación realizada en marzo de 2024 en China, el modelo ruso de pirámide de soberanía tecnológica llamó la atención de numerosos socios. Desde entonces, se han celebrado varias reuniones entre fundadores y directores de empresas o alianzas tecnológicas en Pekín, Delhi y Abu Dabi. A pesar de las disparidades en el desarrollo tecnológico entre los países implicados, nuestros colegas extranjeros han coincidido en elogiar la originalidad de un modelo cuya ausencia se echaba mucho de menos en los intercambios internacionales. También han manifestado su disposición a viajar a Rusia para continuar las conversaciones y examinar las formas prácticas de construir una tecnósfera basada en la confianza y en una visión compartida del futuro.

Notas al pie
  1. Андрей Безруков, «России нужна технологическая дипломатия», Взгляд, 4 de junio de 2019.
  2. Дмитрий Песков, Андрей Силинг, Кирилл Потапов, Евгений Грибов, « Методические подходы к разработке модели суверенного технологического развития», Проблемы прогнозирования, №1, 2025.
  3. El término hace referencia a la tabla periódica de los elementos, que clasifica los diferentes elementos químicos. Se puede encontrar otra alusión a esta clasificación en la elección de un símbolo de dos letras; por ejemplo, en la clasificación periódica de los elementos, Au es el símbolo químico del oro, Cu el del cobre y Fe el del hierro.
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