En todas las redes sociales y en las portadas de los periódicos, las imágenes y los discursos de la Convención Demócrata celebrada esta semana en Chicago ya han dejado huella en Estados Unidos1. Pero más allá del entusiasmo transmitido por los delegados, de los discursos de prestigiosos y carismáticos oradores y de la meticulosa y codificada puesta en escena, será recordada sobre todo como un momento excepcional de la reciente historia política de Estados Unidos.

Una convención excepcional 

En primer lugar, no había precedentes de que un presidente estadounidense saliente que se sintiera capaz de defender su trayectoria se presentara ante los delegados de su propio partido y propusiera abrir un capítulo completamente nuevo, no para sí mismo, sino para apoyar la candidatura de su vicepresidenta. También vale la pena señalar que es raro ver un momento en una convención presidencial estadounidense que se centre tanto en una idea —en este caso, derrotar a Donald Trump y defender la democracia— y menos en la promoción del propio candidato. 

Durante toda la semana, un mismo equipo se movilizó, alineando momentos ritualizados de sucesivos traspasos, de Barack Obama a Joe Biden y de Joe Biden a Kamala Harris —bajo la atenta y muy presente mirada de Nancy Pelosi, antigua líder y figura política y moral de los demócratas de la Cámara de Representantes, sentada en primera fila—.

También resultó especialmente inusual en una convención presidencial, que tradicionalmente marca un momento de celebración partidista, la fuerza y el número de llamamientos a comprender a «los del otro lado», «que también son nuestros vecinos». Este énfasis en la cercanía y la unidad recorrió todos los discursos: de Barack Obama a Oprah Winfrey y de Michelle Obama al gobernador de Minnesota, Tim Walz, elegido por Kamala Harris para ser su posible vicepresidente.

Para los demócratas, ahora es clave aparecer como una plataforma capaz de convertirse en denominador común de los problemas y aspiraciones de todos los estadounidenses.

Renaud Lassus

Esta evolución podría reflejar el deseo de no repetir el error político de Hillary Clinton en su valoración del electorado seducido por Donald Trump, sobre el que pesaba la infame frase «the basket of deplorables». Pero también expresa más profundamente la convicción de que en lo sucesivo hay que evitar cuidadosamente cualquier tema que divida al cuerpo cívico y a los estadounidenses: el individualismo libertario a la derecha; las identity politics a la izquierda. Esta elección atestigua la fuerza de los cambios en curso en el seno del Partido Demócrata, para el que ahora es clave aparecer como una plataforma capaz de convertirse en denominador común de los problemas y aspiraciones de todos los estadounidenses.

Después del 6 de enero, la cuestión democrática como paradigma 

La historia de las elecciones presidenciales estadounidenses no está escrita en absoluto, pero no cabe duda de que los historiadores, estrategas y juristas estadounidenses volverán a esta convención estudiando el momento histórico en el que Joe Biden aceptó pasar el testigo. 

Envía una señal muy fuerte en un periodo de competición entre la democracia estadounidense y los regímenes autoritarios.

La forma en que se producen las transiciones políticas, la naturaleza, la fuerza y la fuente de su legitimidad, la inestabilidad y los posibles enfrentamientos que pueden surgir cuando se producen cambios de líderes, son todos ellos elementos esenciales del punto de vista estadounidense sobre estas cuestiones. El 6 de enero de 2021 demostró que Estados Unidos tiene en este ámbito puntos débiles que no creía tener. Sin embargo, la convención que acaba de celebrarse en Chicago demuestra que, en la democracia estadounidense, su principal líder puede aceptar dimitir y anteponer el interés general a sus intenciones personales, lo que parece impensable en los regímenes autoritarios que establecen el poder personal de por vida.

La defensa de la democracia estadounidense: continuidades y rupturas con la doctrina Biden 

Nada de lo ocurrido en Chicago esta semana puede entenderse sin tener en cuenta que la cuestión principal, en el corazón de la convención, fue y sigue siendo la urgente necesidad de defender la democracia estadounidense.

Hace unos años, dos profesores de Harvard publicaban How Democracies Die. En este volumen, que se convertiría en un clásico, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt señalaban que, la mayoría de las veces, las democracias no mueren violentamente como consecuencia de golpes de Estado, sino gradualmente, cuando los contrapoderes se derrumban y las normas cívicas comunes desaparecen, dando paso a las polarizaciones y los aislamientos. Enumeraban las distintas etapas por las que puede desaparecer un régimen democrático, basándose en precedentes históricos.

Restablecer la confianza de las clases medias y, sobre todo, de las clases trabajadoras en la democracia estadounidense y sus instituciones sería la prioridad de un nuevo gobierno de Harris, si resulta elegida en noviembre.

Renaud Lassus

En torno a Kamala Harris, los demócratas de 2024 están ahora convencidos de que las elecciones de noviembre serán decisivas, que podrían ser las más importantes de toda la historia contemporánea del país, y que Estados Unidos ya no estaría, en algunos aspectos, lejos de las distintas etapas mencionadas en el libro de Ziblatt y Levitsky:  la impugnación de la legitimidad de los resultados de las elecciones, el llamamiento a una revuelta violenta contra los parlamentarios reunidos para observar el recuento de votos, pero también, más recientemente, la decisión del Tribunal Supremo de reconocer una inmunidad muy amplia al presidente en el ejercicio de sus funciones, que parece exonerar a Donald Trump de sus actos en 2020 y podría darle una amplia carta blanca institucional en el futuro.

El temor a que los republicanos se hicieran también con el Congreso —y a que éste ya no pudiera desempeñar su papel de contrapeso, especialmente en un momento en el que la franja más radical del partido republicano está extendiendo su influencia— pesó mucho en la decisión de Joe Biden de no presentarse a la reelección. Al igual que el programa y los anuncios del propio Donald Trump: purgas de departamentos gubernamentales —incluidas las agencias de seguridad nacional—, utilización de las fuerzas armadas con fines políticos internos, toma del control del Departamento de Justicia, etc.

En este contexto, restaurar la confianza de las clases medias y, sobre todo, de las clases trabajadoras en la democracia estadounidense y sus instituciones sería la prioridad de una nueva administración Harris, si es elegida en noviembre.

Así debe entenderse la insistencia de la candidata demócrata en mejorar la vida cotidiana, la educación, la vivienda, el «precio de la compra en el supermercado» y la primera infancia. En todas estas cuestiones, necesitará el apoyo del Congreso para avanzar, mientras que el poder regulador de las agencias federales está actualmente limitado por sentencias del Tribunal Supremo.

Además, al igual que Joe Biden, Kamala Harris perseguiría, en caso de ser elegida, una agenda de «edificar y construir», como dice el periodista Ezra Klein («to build things»), para reindustrializar el país, sobre todo en torno a la transición energética y las tecnologías de vanguardia.

Lecciones para Europa 

Además de estas cuestiones, hay otras importantes que se plantearán al final de la convención de Chicago, todas ellas de gran interés para los observadores europeos.

En primer lugar, Kamala Harris sabe que una agenda económica y social es esencial, pero que no bastará, ni a corto ni a largo plazo, para reforzar la democracia estadounidense. Todos los oradores de la convención insistieron en la necesidad de redescubrir los grandes sueños comunes, de unificar el país y devolverle la confianza en el futuro. 

Porque todos los grandes sueños históricos de Estados Unidos están en crisis.

La figura del self-made man y la meritocracia —aunque encarnada por Kamala Harris— se han debilitado en una sociedad altamente desigual, donde las posiciones sociales son cada vez más hereditarias. La creencia en el progreso se está viendo erosionada por los interrogantes sobre las consecuencias de la inteligencia artificial, pero también porque las tecnologías digitales parecen ser en parte responsables de la crisis psicológica y mental a la que se enfrentan los adolescentes estadounidenses, especialmente las chicas jóvenes, con el aumento de la depresión y los pensamientos suicidas. Muchos estadounidenses también han perdido la fe en el «gran destino» de Estados Unidos como consecuencia de guerras en el extranjero que han durado demasiado o han sido perdidas y traumáticas. 

Abordar estas cuestiones es complejo, y es seguro que Kamala Harris tratará de presentar su historia personal como la encarnación de la fuerza del sueño americano, con la idea de que «todo sigue siendo posible». Esta fue la idea central del discurso de Obama en Boston en 2004.

Todos los grandes sueños históricos de Estados Unidos están en crisis.

Renaud Lassus

Si resulta elegida, también podrá apoyarse en el pensamiento y la acción originales y ambiciosos que se están llevando a cabo en la sociedad civil para trabajar en nuevas ideas y propuestas que lleven la paz al país: la búsqueda de las bases y los métodos de una nueva convivencia entre los seres humanos y el resto del mundo vivo; la lucha contra la concentración de poder, en todas sus formas —política pero también económica—, en particular frente a los grandes monopolios; la reflexión ética —y no sólo jurídica— para poner límites al desarrollo del mercado, proclamando la ilegitimidad fundamental de la captura de datos personales, especialmente los de los niños; las reflexiones sobre el marco de la economía de mercado en el contexto del rápido desarrollo de la inteligencia artificial —sobre el derecho laboral, la protección de los consumidores, los derechos de autor frente a los motores del lenguaje, etc.—.

Estas ideas tienen aplicaciones muy concretas, como demuestra la reciente decisión judicial histórica en Estados Unidos contra Google en un caso de derecho de la competencia.

Más allá de las medidas proteccionistas de política industrial que aplicaría una administración Harris, una victoria demócrata no significaría que Estados Unidos se replegara sobre sí mismo. Incluso podrían abrirse oportunidades de cooperación con Europa, en algunos aspectos sin precedentes. Gran parte de la cúpula demócrata está ahora convencida de que la democracia estadounidense no puede resolver por sí sola algunos de los grandes problemas a los que se enfrenta hoy en día, y que necesita el pensamiento y la acción de otras democracias, especialmente en Europa. 

A diferencia de Barack Obama, Joe Biden nunca ha criticado a Europa por sus esfuerzos para regular Internet frente a los gigantes estadounidenses (GAFAM). Al contrario, su administración consideraba que Europa realizaba progresos útiles y mostraba el camino en un momento en que Estados Unidos no podía hacerlo —debido, por el momento, a los bloqueos en el Congreso—. Kamala Harris haría el mismo análisis.

En este contexto, en el que nada está decidido en las elecciones de noviembre, Europa debe preparar una serie de «planes» de contingencia para hacer frente a la conmoción y la incertidumbre que supondría la elección de Donald Trump. Pero también debe reflexionar y preparar, si gana Kamala Harris, ideas y propuestas nuevas y originales para la cooperación transatlántica. ¿Cómo podemos sentar las bases de una conversación compartida sobre la democracia? Si nuestros problemas son los mismos, ¿no podrían serlo también las soluciones y explorarlas juntos?  El campo de posibilidades es muy amplio. Va desde poner en común ideas sobre formas de gravar el carbono para combatir el calentamiento global hasta regular los ecosistemas digitales y la inteligencia artificial. De aquí a noviembre, en Europa tenemos que estar preparados para aprovechar el «momento Harris». 

Notas al pie
  1. Este texto está escrito a título personal del autor.