Articular doctrinas para estructurar un debate transnacional. En la continuidad de la conferencia magistral de Josep Borrell en el Grand Continent Summit, en nuestras páginas, el Ministro de Asuntos Exteriores británico había expuesto su visión de un «realismo progresista». Para el Ministro Albares, tal estrategia requiere el reconocimiento del Estado palestino, paso esencial en el camino hacia la paz. Si crees en el debate político, estratégico e intelectual a la escala pertinente y puedes permitírtelo, suscríbete y apoya al Grand Continent
La crisis de Gaza e Israel es la más grave que ha vivido la región en décadas. Desde el ataque terrorista del 7 de octubre, ha causado y sigue causando un sufrimiento y una destrucción sin precedentes, amenazando con extenderse a una región clave para la estabilidad de nuestro continente y del mundo. Para garantizar que esta tragedia termine y que miles de personas no tengan que sufrir más las pérdidas del terrorismo y la guerra, debemos establecer un clima de paz global y duradera en la región. Europa debe desempeñar un papel activo, asumiendo el papel de vanguardia de un movimiento más amplio. No estamos acostumbrados a desempeñar este papel, sobre todo en un ámbito como éste. Pero debemos fijarnos este objetivo ambicioso y realista: nos exige aunar fuerzas y colaborar estrechamente con nuestros socios de todo el mundo, en particular con los países árabes-musulmanes, así como con Estados Unidos.
Durante las tres últimas décadas, los esfuerzos para lograr la paz entre Israel y Palestina se han basado en la esperanza de que las negociaciones entre los dirigentes condujeran a un acuerdo. La Conferencia de Paz de Madrid de 1991 y los Acuerdos de Oslo de 1993 propiciaron avances importantes, como la creación de la Autoridad Nacional Palestina en Gaza y Cisjordania. Sin embargo, el terrorismo y el extremismo, la creación de asentamientos y las medidas unilaterales han frustrado progresivamente todos los intentos de alcanzar un acuerdo definitivo, y se han incumplido todos los plazos. El proceso de paz, las interminables negociaciones se han sucedido para enfrentar un problema sin solución evidente. Se pensó que si los líderes podían hablar entre sí, se evitaría una ola de violencia; que si se intercambiaban medidas de confianza, el conflicto podría congelarse hasta que se dieran las condiciones adecuadas para resolverlo.
Este es el paradigma que se hizo añicos el 7 de octubre de 2023. Hamás lanzó el mayor ataque terrorista de su historia contra Israel, matando a más de 1.200 personas, mientras Israel ha desatado una ofensiva sobre Gaza que ya ha causado más de 37.000 muertos y la destrucción de infraestructuras esenciales. Este nivel de devastación hace imposible la vida humana en la Franja de Gaza. Después del 7 de octubre, es irresponsable volver a la idea de una simple gestión del conflicto en Oriente Próximo. Ahora debemos avanzar hacia una resolución.
Materializar una solución de dos Estados
Hemos condenado el ataque desde el 7 de octubre, y hemos exigido y seguimos exigiendo la liberación incondicional de los rehenes israelíes. Hemos reconocido el derecho de Israel a repeler esos ataques. También exigimos que Israel respete el derecho internacional humanitario; que se distinga claramente entre objetivos terroristas y población civil; y que se produzca una llegada masiva de ayuda humanitaria. España lleva varios meses reclamando un alto el fuego que permita la liberación de los rehenes y la apertura de todos los pasos terrestres para facilitar la entrada y distribución de ayuda humanitaria. Hoy, la iniciativa del presidente estadounidense Joe Biden con Egipto y Qatar representa la mejor opción para avanzar rápida y simultáneamente en todos estos frentes. Sin embargo, el alto el fuego que tanto se ha reclamado es sólo el principio. Esta vez es necesaria una acción concertada de toda la comunidad internacional para consolidarlo y, sobre todo, para garantizar que no habrá otro 7 de octubre.
Porque en esta crisis se ha derrumbado un segundo paradigma: la idea de que la seguridad se basa únicamente en la fuerza. El pueblo israelí, que ha sufrido más que ningún otro pueblo el genocidio y los crímenes contra la humanidad, sufrió el 7 de octubre una agresión en su propia tierra que le ha dejado profundamente traumatizado. El pueblo israelí tiene derecho a la seguridad, y la comunidad internacional debe desempeñar el papel que le corresponde para garantizarla. España, como Francia y otros países, participa desde 2006 en la FINUL, que ha aportado el periodo más largo de relativa estabilidad a la frontera norte de Israel, y que debemos preservar a toda costa. El 7 de octubre, además de condenar el ataque de Hamás, reiteramos nuestro compromiso inquebrantable con la seguridad regional —que incluye la seguridad de los israelíes—.
Ahora tenemos que repetir esta experiencia en la frontera sur, en Gaza. La tarea es infinitamente más compleja, porque no implica desplegar tropas allí. Pero nuestros socios de los países árabes me han dicho en repetidas ocasiones que están dispuestos a ofrecer a Israel garantías de seguridad. Se trata de una oportunidad histórica que no debemos desaprovechar. El reciente enfrentamiento directo entre Irán e Israel, el primero de la historia, fue controlado gracias en parte a un esfuerzo regional. Estamos asistiendo a un cambio sustancial en la dinámica de Oriente Próximo, que podría servir también como punto de referencia para el surgimiento de un nuevo sistema de seguridad cooperativa a escala regional.
La prioridad en este momento es que la Autoridad Palestina recupere el control efectivo de la Franja de Gaza —que ahora está devastada—. Es nuestro socio en la construcción de la paz. Y debe ser capaz de establecer allí unas condiciones mínimas de seguridad, que permitan la entrada y distribución regular de una ayuda humanitaria acorde con las enormes necesidades que nos están llegando. También debe ser capaz de restablecer los servicios básicos y las infraestructuras para que pueda comenzar la reconstrucción. Se trata de una enorme responsabilidad, que requiere un ambicioso programa de reformas, como el que ha anunciado la Autoridad Palestina. Esta última necesitará por tanto un apoyo masivo de los países árabes, de Europa y de la comunidad internacional.
Aunque necesario, este apoyo no será suficiente. La Autoridad Palestina —y el pueblo palestino al que representa— necesitan una perspectiva política seria y creíble para el futuro. Esta perspectiva pasa por la creación de un Estado realista y viable, con Gaza y Cisjordania unificadas bajo una única autoridad legítima, conectadas, con acceso al mar y una capital en Jerusalén Este. El pueblo palestino no puede seguir siendo indefinidamente un pueblo de refugiados; él también tiene derecho a su propio Estado. Durante demasiado tiempo, los palestinos han sido testigos de un proceso que no ha dado resultados concretos a sus aspiraciones. Hoy son testigos de la implacable extensión de la destrucción en Gaza. Para romper este ciclo de violencia y venganza, necesitamos un proyecto de paz en el que puedan depositar sus esperanzas —y en el que el recurso a la violencia y al terrorismo no sea una opción—.
Por eso el Gobierno español ha reconocido el Estado palestino.
Por una voluntad de justicia para los palestinos. Porque la aplicación de la solución de los dos Estados, con Israel y Palestina conviviendo en paz y seguridad, es la única forma de satisfacer las legítimas aspiraciones nacionales de ambos pueblos. Es también la única manera de garantizar realmente la seguridad de Israel, para que, en palabras de Shimon Peres, los palestinos sean no sólo sus «vecinos más cercanos», sino también sus «amigos más cercanos». Esta es la mejor manera de avanzar hacia una paz global, justa y duradera en Oriente Próximo.
Un reconocimiento mutuo al servicio de la paz
Lejos de ser un gesto aislado e inútil, el reconocimiento del Estado palestino es, por el contrario, esencial para la consecución de la única salida a este conflicto: la solución de los dos Estados. En efecto, el tercer y último paradigma que debemos capear si queremos superar el 7 de octubre y encontrar el camino de la paz es el del no reconocimiento.
Hasta ahora, muchos países, en particular los países árabes, han condicionado el reconocimiento de Israel a la creación de un Estado palestino en Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este. Y muchos otros, sobre todo occidentales, se han negado durante décadas a reconocer el Estado palestino con la esperanza de que ello condujera a un acuerdo entre las partes. Así, los países de la región se han acostumbrado a vivir de espaldas los unos a los otros. Ahora debemos sustituir esta realidad por el reconocimiento mutuo como proceso hacia la paz. Pero esta vez, el camino debe ser irreversible.
El Consejo Europeo de Berlín de marzo de 1999 pidió a las partes que no alargaran «indefinidamente» las negociaciones, fijando el plazo de un año para concluirlas, tras lo cual, «a su debido tiempo», estudiaría la posibilidad de reconocer el Estado palestino. Ha pasado un cuarto de siglo desde entonces.
Es hora de pasar a la acción. Por eso España propuso el pasado mes de octubre que se convocara una conferencia internacional de paz para poner en práctica la solución de los dos Estados. Los líderes de la Unión apoyaron la idea, pidiendo que la conferencia se celebrara «pronto», y los líderes árabes-musulmanes siguieron su ejemplo en noviembre, acogiendo con satisfacción la idea de unirse para poner en marcha esta solución de dos Estados. En total, somos casi 90 países.
Tal conferencia, convocada idealmente bajo los auspicios de las Naciones Unidas, estaría abierta a todos los países que apoyan la solución de los dos Estados, con el fin de aplicarla y defenderla frente a quienes desean frustrarla mediante el extremismo, los actos unilaterales, la violencia o el terrorismo. Consolidaría el consenso internacional sobre esta solución y promovería su aplicación rápida e irreversible. Por una vez, su objetivo no sería embarcarse de nuevo en un proceso interminable, sino establecer el Estado palestino al lado de Israel.
Está claro que las dos partes, Israel y Palestina, están a priori en la mejor posición para alcanzar un compromiso que conduzca a la paz en los temas más sensibles: la cuestión de Jerusalén, los refugiados, las fronteras y los asentamientos. A pesar de los acuerdos y conversaciones, las resoluciones del Consejo de Seguridad y las reglas claras del derecho internacional sobre todas estas cuestiones, nada ha conseguido expulsar la violencia de la región. A estas alturas, las partes no parecen capaces de hacerlo solas. Si hoy ya no pueden sentarse juntas a la mesa de negociaciones, la comunidad internacional puede y debe poner en marcha de forma realista la realización de una solución de dos Estados.
En Gaza, las armas aún no han callado. Pero el trabajo ya ha comenzado. Debemos forjar un consenso y una voz euroárabe común, que sin duda se hará sentir en todas partes, y que debe estar abierta a todos. El 27 de mayo, los ministros de cerca de 40 países árabes y europeos nos reunimos en Bruselas para trabajar sobre la aplicación de la solución de los dos Estados y la cuestión del reconocimiento. Debemos seguir avanzando por este camino. No es necesario que todos reconozcamos a Palestina al mismo tiempo: cada país podrá hacerlo según sus propias consideraciones, antes, durante o después de la conferencia internacional. Pero es imperativo reafirmar que no hay otra solución y que debe aplicarse lo antes posible.
Hay que asegurarla y protegerla de los acontecimientos sobre el terreno, de los procesos electorales y de otras distracciones que sin duda amenazarán con hacerla descarrilar una vez más: la determinación de la comunidad internacional debe prevalecer sobre todo lo demás.