En su discurso ante los ministros europeos de Asuntos Exteriores en Estocolmo, dijo que China no es Rusia, ¿puede explicar qué significa esto?
Efectivamente, Rusia y China tienen sistemas políticos autoritarios y antiliberales. Pero su peso sistémico es incomparable. Rusia representa alrededor del 2% del producto interior bruto (PIB) mundial. El de China ronda el 20% y aspira a la paridad con Estados Unidos. Para entender esta dinámica, es importante saber que en 1995 el PNB de Rusia era igual al de China. Pronto el PNB chino será casi 20 veces el de Rusia. Los dos países ya no juegan en la misma liga, aunque la posesión de armas nucleares dé a Rusia la apariencia de una gran potencia. Y es evidente que una derrota rusa en Ucrania no haría sino agravar este desequilibrio en favor de China.
¿Cómo describiría el sistema internacional actual?
No me invento nada. Estamos en una configuración geopolítica que ha sido bien estudiada por los teóricos de las relaciones internacionales: la de una transición en la que una potencia ascendente trata de competir por el liderazgo con una potencia dominante. La ambición de China es claramente construir un nuevo orden mundial, en cuyo centro se situaría convirtiéndose en la primera potencia mundial, simbólicamente en 2049, centenario de la creación de la República Popular. Esta ambición se apoya no sólo en la retórica, sino también en sus abundantes recursos naturales, humanos, tecnológicos y científicos. La realidad de este desafío fue reconocida muy claramente por la propia Secretaria del Tesoro estadounidense al afirmar que «el crecimiento económico de China no tiene por qué ser incompatible con el liderazgo de Estados Unidos».
Pero la vuelta a una forma de bipolaridad estratégica y tecnológica va acompañada también de una multipolaridad dinámica en la que muchos Estados quieren aprovechar la reordenación de las cartas para jugar las suyas, ya sea alineándose o navegando entre los polos como un navegante entre los arrecifes de un mar tempestuoso. Intentarán reforzar su margen de maniobra sin tomar partido. En Asia, en particular, pedirán a veces una garantía de seguridad estadounidense, al tiempo que desarrollan importantes vínculos económicos con Pekín. China se está adaptando a esta realidad reorientando cada vez más sus flujos comerciales y de inversión hacia el mundo no occidental. Y su campo de maniobra es, ante todo, Asia, donde quiere asentar su poder y su liderazgo. China ha empezado a reducir riesgos –lo que ahora llamamos de-risking–.
Entonces, ¿una derrota rusa en Ucrania no cambiaría la trayectoria china?
No lo creo. China contaba inicialmente con una rápida victoria militar rusa. Pero la guerra relámpago de Putin fue un fracaso. Ahora está tratando de ajustar su objetivo. Por supuesto, un colapso ruso sería un gran golpe para la coalición de países antiliberales que China y Rusia esperaban construir. Pero China se adaptará a una derrota rusa porque, una vez más, su peso político, económico y estratégico es considerable. Y aún podría aumentar porque no puede excluirse que los países del Sur busquen la protección de Pekín si Rusia cae.
¿Debemos, como europeos, bloquear a China?
Nuestra Unión Europea, yo lo creo, es una fuerza de paz y progreso compartido. no tiene intención de bloquear el aumento de poder de los países emergentes a medida que se desarrolla. No queremos frustrar su emergencia, pero debemos asegurarnos de que su ascenso no perjudique nuestros intereses, amenace nuestros valores o ponga en peligro el orden internacional basado en reglas. Por eso nuestra estrategia para China es multidimensional: la cooperación, la competencia y la rivalidad seguirán estando en el centro de la política china de la Unión, aunque el equilibrio entre esos elementos puede variar en función del comportamiento de China. Está claro que en los últimos años el aspecto de la rivalidad ha cobrado mayor importancia. La asertividad política de China se ha vuelto mucho más fuerte y, en ocasiones, agresiva. Esto no juega a favor de nuestras opiniones públicas.
También ha dicho usted que lo que está en juego en nuestra relación con China es triple: los valores, la seguridad económica y la seguridad estratégica. Empecemos por los valores.
No le estaría diciendo nada si le dijera que la Unión y China no tienen la misma visión de los derechos humanos. En todos los foros internacionales y con otros países, China ha construido un discurso que subordina los derechos fundamentales al derecho al desarrollo. La Unión debe contrarrestar ese discurso y competir con la visión china. La Declaración de los Derechos Humanos es una declaración universal, no occidental, aunque algunos pretendan olvidarlo.
Sin embargo, es necesario hablar con China sobre estas cuestiones tanto bilateral como multilateralmente. También es esencial desarrollar un mejor entendimiento entre las sociedades europea y china, en particular mediante la reanudación de los contactos entre nuestros pueblos, interrumpidos por el Covid-19 y que aún no han alcanzado todo su potencial.
Las sociedades europea y china deben conocerse mejor, nos dicen en Pekín. Que así sea. Pero para ello deben eliminarse los obstáculos a la libre circulación de ideas y a la presencia de europeos en China para comprender la sociedad china: si China quiere mejorar la calidad de su diálogo con Europa, debe abrirse y acoger a los europeos. China y Europa no pueden volverse más ajenas la una de la otra. Si esto ocurriera, los malentendidos se multiplicarían y se extenderían a otros ámbitos.
Usted también insiste mucho en la cuestión de los desequilibrios económicos…
Es necesario. Las relaciones económicas y comerciales entre la Unión y China se han desequilibrado. Nuestro déficit comercial es abismal. Esto no se debe a una falta de competitividad por parte de la Unión, sino a las decisiones y políticas deliberadas de China para restringir el acceso a su mercado. Esto supone un obstáculo para los europeos, salvo en aquellos nichos en los que China tiene un interés limitado en desarrollar campeones nacionales. Las relaciones Unión-China también están desequilibradas porque el piloto del avión en China no es el mercado sino el Estado. Además, la dependencia estratégica de la Unión de determinados productos, que se integran en productos acabados importados de China, es muy elevada –lo que aumenta nuestras vulnerabilidades–. El 98% de las tierras raras que importa Europa proceden de China. Y en general, nuestra vulnerabilidad frente a China es mayor que la de Estados Unidos. Si observamos la lista de empresas que cotizan en bolsa, veremos que sus ingresos procedentes de China son el doble en Europa que en Estados Unidos: un 8% en Europa frente a un 4% en Estados Unidos. Nuestra exposición al comercio también es mayor, especialmente en el caso de algunos Estados como Alemania.
Pero, ¿cómo podemos reducir estas dependencias y esta vulnerabilidad?
No hay recetas milagrosas. Pero ya hay una fuerte concienciación del problema, que ha comenzado con el Covid-19. Esto requerirá la diversificación de nuestras cadenas de suministro, la reconfiguración de nuestras cadenas de valor, el control de las inversiones entrantes y posiblemente salientes, así como el desarrollo de un instrumento contra la coacción. También tenemos que acercarnos a algunos de los grandes países asiáticos, como India, Japón y Corea, entre otros. Pero todo esto debe hacerse dentro de las reglas, especialmente las de la OMC. Hay que revitalizar el sistema multilateral. Porque no es seguro que Europa pueda sentirse cómoda en un mundo organizado en torno a dos ecosistemas tecnológicos desconectados, tanto porque la dependencia de la Unión de los mercados mundiales es muy grande como porque la Unión cree fundamentalmente en el valor de las economías abiertas e integradas.
Desde el punto de vista esta vez estratégico, ¿cómo ve las cosas?
La seguridad estratégica es el tercer pilar de las relaciones Unión-China. Las dos principales cuestiones delicadas que afectan a las relaciones entre nosotros son Taiwán y la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania.
En cuanto a Taiwán, la posición de la Unión sigue siendo coherente y se basa en su política de una sola China. Sin embargo, la situación en el estrecho de Taiwán es importante para la Unión, que la sigue muy de cerca, ya que es estratégica para el comercio y, en particular, para el comercio europeo. Cualquier cambio unilateral del statu quo y cualquier uso de la fuerza podrían tener considerables consecuencias económicas, políticas y de seguridad. Por ello, la Unión debe comprometerse con China a mantener el statu quo ante y rebajar las tensiones en el estrecho de Taiwán. El conflicto armado no es inevitable.
En cuanto a Ucrania, nuestras relaciones no se desarrollarán si China no presiona a la Rusia de Putin para que se retire de Ucrania. En un conflicto que afecta a la integridad territorial y la soberanía de un Estado independiente cuyas fronteras están garantizadas por el derecho internacional y por las grandes potencias, incluida China, cualquier pretensión de neutralidad significa ponerse del lado del agresor. Este es un punto que planteo y plantearé a mis interlocutores chinos en cada oportunidad que se me presente. Creo que son lo suficientemente realistas como para darse cuenta del callejón sin salida en el que se encuentra la Rusia de Putin. Y no les veo sacrificando sus intereses para salvarle. Al menos, eso espero.