Desde el 10 de octubre, las fuerzas rusas han lanzado una campaña de ataques a gran escala contra la red de producción y suministro de electricidad de Ucrania. Más de un siglo después de la Primera Guerra Mundial y del primer bombardeo a gran escala de objetivos puramente civiles, ésta es la primera campaña soviético-rusa verdaderamente dúplice, que busca el sometimiento de un Estado enemigo, o al menos su profundo debilitamiento, principalmente, por vía aérea. Es poco probable que tenga éxito.
Hiroshima en el Dniéper
Existen varios medios para golpear infraestructuras civiles en las profundidades de un país enemigo: comandos de infiltración, artillería, helicópteros y aviones de ataque, bombarderos, misiles balísticos y de crucero y, ahora, también aviones no tripulados. Según su radio de acción, se puede distinguir dos ámbitos principales de acción.
El primero es el Borde, una franja de 60 km de ancho que bordea la frontera con Rusia y la línea del frente en Ucrania. Es la zona donde pueden caer proyectiles de todo tipo, principalmente, de artillería.
El segundo es la Tierra de los Misiles, donde, como su nombre indica, los rusos llevan meses enfrentándose únicamente a misiles de diverso alcance y, más recientemente, a aviones de combate no tripulados.
La potencia de fuego proyectada no es, en lo absoluto, la misma. Desde principios de abril, el Borde debe de haber recibido entre 15 y 30 kilotoneladas de explosivos en total. Esto es más o menos equivalente a la explosión del 6 de agosto de 1945 en Hiroshima, con la diferencia de que estos miles de toneladas de explosivos estaban repartidos en el espacio y en el tiempo y no concentrados en un punto específico y densamente poblado. La gran mayoría de los proyectiles fueron lanzados contra posiciones militares ucranianas, pero una parte importante de ellos también cayó sobre las ciudades de la frontera, desde Kharkiv hasta Kherson, pasando por Sloviansk o Nikopol.
La Tierra de los Misiles, que representa el 90 % de la superficie total bajo control ucraniano, debe de haber recibido entre 1 y 1.5 kilotoneladas de explosivos para misiles y, marginalmente, drones, es decir, máquinas voladoras sin humanos. Los rusos sí llevaron a cabo incursiones aéreas en la fluida fase inicial de la guerra, la fase de ensayo y error para establecer las prácticas adecuadas frente al enemigo y para coordinarse con otros componentes de las fuerzas amigas. Renunciaron a ella cuando los cielos interiores resultaron demasiado peligrosos para los humanos voladores.
La incapacidad rusa para destruir el sistema de defensa aérea (SDA) ucraniano muy rápidamente, o, incluso, para neutralizarlo permanentemente, es la causa de este desalojo. El ataque inicial ruso fue demasiado débil, con 163 misiles y unos cientos de salidas aéreas de baja precisión en tres días, mientras que los estadounidenses lanzaron 500 misiles y 1700 salidas sólo sobre Irak el 20 de marzo de 2003. Sobre todo, estos ataques sólo podían golpear lo que no se había movido, ya que los ucranianos alertados tuvieron tiempo de mover y camuflar todo lo que se podía mover. Al cabo de unos días, el SDA ucraniano, apenas mermado, volvía a estar en operación. Comenzó obligando a los aviones a volar muy bajo y, cuando la defensa de este piso se hizo muy densa por la llegada de misiles de corto alcance suministrados por los países occidentales, todo se volvió muy peligroso.
Hasta el 28 de noviembre, el sitio web holandés de código abierto Oryx documentó la pérdida de 63 aviones y 71 helicópteros. Estas pérdidas, obviamente inferiores al número real de aviones inutilizados permanentemente, se produjeron, en su mayor parte, antes de finales de abril. Desde entonces, los aviones y helicópteros rusos han dejado de entrar al país y se han quedado en las afueras de Ucrania o en el borde.
Lo contrario también es cierto. La defensa aérea rusa, guiada por los dos grandes radares Podlet-K1 en Bielorrusia y en la provincia de Kherson, con sus baterías S-400 que rodean Ucrania y sus patrullas MIG-31BM equipadas con misiles R-37 de 400 km de alcance, también prohíbe los cielos rusos, aunque, de vez en cuando, deja espacio para algunas atrevidas incursiones a muy baja altura.
La llamada a los misiles
Esto deja sólo a la fuerza rusa de misiles convencionales de largo alcance para llevar a cabo ataques profundos. Esta fuerza es un instrumento estratégico que se ha desarrollado paciente y costosamente desde principios de la década del 2000, en particular, para compensar la superioridad militar estadounidense. En 2019, el Instituto sueco FOI estimó que Rusia tenía 1300 misiles modernos, potentes y de largo alcance: misiles balísticos tierra-tierra 9K720 Iskander, misiles de crucero aire-tierra Kh-101/Kh-555 y misiles de crucero mar-tierra 3M-54 Kalibr. En 2022, esta cifra probablemente aumentó a más de 1900.
Tanto en ataque como en defensa, esta fuerza de ataque constituye una fuerza de bombardeo capaz de golpear poderosamente a cualquier enemigo en las profundidades de su sistema y un escalón estratégico prenuclear también. Constituye un nivel de potencia intermedio que evita situarse demasiado pronto en el dilema del uso de armas nucleares en caso de derrota convencional en suelo ruso. La mayoría de estos misiles o de versiones adaptadas pueden llevar un proyectil nuclear si es necesario.
Este arsenal es especialmente caro (de 20000 a 30000 millones de euros desde el diseño hasta el desmantelamiento) para un presupuesto de defensa, ciertamente muy subestimado, de 65000 millones antes de la guerra. Tiene la ventaja de no poner en riesgo la vida de los pilotos, pero también sufre varias limitaciones. Estos dispositivos, que requieren largos minutos de vuelo para alcanzar su objetivo, sólo pueden utilizarse una vez y únicamente contra objetivos adquiridos a través de un proceso bastante lento que pasa por el centro operativo de Moscú, que transmite la información sobre los objetivos a los cuatro cuarteles generales de los distritos militares desplegados, que, a su vez, organizan las misiones. El tardío establecimiento de un mando único de teatro le ha aportado, sin duda, más coherencia a la organización de los ataques, pero no se ve que el proceso sea más rápido. De hecho, estos misiles sólo se utilizan contra infraestructuras consideradas críticas. Queda por ver cuáles.
Tras la primera fase de la infructuosa búsqueda por la supremacía aérea, los estados mayores rusos se equivocaron en la elección de los objetivos. Entre marzo y abril, se realizó un esfuerzo especial sobre las comunicaciones y la industria, con algunos ataques de oportunidad sobre objetivos militares. Los rusos intentaron, junto con los ciberataques, cortar el tráfico telefónico o de Internet y las emisiones de televisión o radio atacando las torres de transmisión. Esto fracasó. Desde 2014, los ucranianos se han adaptado bien al campo de batalla casi constante del ciberespacio y los rusos no han logrado cortar las comunicaciones, que, ahora, dependen en gran medida de las redes satelitales que se les escapan.
Por su parte, la industria de defensa ucraniana se adaptó rápidamente a la amenaza protegiendo, camuflando y dispersando sus instalaciones. Los ataques oportunos tuvieron más éxito, como el ataque masivo del 13 de marzo contra la base militar de Yavoriv, un campo de entrenamiento en el extremo occidental de Ucrania y un punto de encuentro para la Legión de Voluntarios Extranjeros y parte de la ayuda material extranjera. Durante este periodo, también se utilizaron algunos misiles hipersónicos Kh-47M2 Kinzhal, sin otro propósito real que el de probar estas municiones en condiciones operativas e impresionar.
Otros golpes son más incomprensibles, ya que sólo pueden suscitar indignación, como el de la universidad de Kharkiv y, sobre todo, como los que golpean directamente a la población. El 9 de marzo, un misil ruso alcanzó el hospital infantil y la sala de maternidad de Mariupol y, el 8 de abril, otro lanzó submuniciones sobre una multitud frente a la estación de tren de Kramatorsk, lo que mató a 56 personas e hirió al doble.
En el lado ucraniano, la tentación de atacar también objetivos civiles rusos por venganza o para disuadir al adversario de continuar es obviamente fuerte. Sin embargo, las capacidades ucranianas se limitan a un stock desconocido de misiles Tochka-U con un alcance de 120 km. Se han utilizado para atacar las bases aéreas rusas de Millerovo y Taganrog, así como los barcos rusos en el puerto ucraniano de Berdyansk. Sin embargo, Ucrania niega que se hayan producido ataques contra objetivos civiles, cosa que discuten las autoridades separatistas, quienes afirman que la ciudad de Donetsk fue alcanzada, el 20 de marzo, por un Tochka-U que mató a 23 personas. Por lo tanto, el ataque a la estación de tren de Kramatorsk, unos días después, podría ser un ataque de represalia por este atentado, con el mismo tipo de misil, en el que estaba escrito «Por nuestros hijos» en ruso.
Si la artillería rusa ya golpea continuamente las ciudades del Borde y se acusa a la artillería del ejército ucraniano de haber golpeado siete veces Donetsk, después de la masacre de Kramatorsk, ya no se lanzan misiles directamente contra la población para provocar a sabiendas una masacre. Esto no impide que haya víctimas civiles, pero éstas deben considerarse como daños colaterales del ataque principal, como en el caso del ataque a la estación de Tchaplino, el 24 de agosto, que tuvo como objetivo un tren militar, pero que también mató a diez civiles. Es cierto que los rusos no se esfuerzan mucho por evitar estas bajas, pero, por ética o por interés, en un contexto muy publicitado, ahora evitan causar demasiada indignación con ataques muy mortíferos.
A finales de mayo, los rusos constataron que habían consumido unos 2000 misiles, con un saldo bastante escaso. El stock de misiles rusos modernos había sido ampliamente ocultado y subestimado por los países occidentales, pero tampoco es inagotable. La eficacia de la campaña se ve aún más reducida por el hecho de que la defensa ucraniana progresa constantemente, pues pasó de una capacidad de interceptación de misiles del 30 % en marzo a más del 50 % en junio.
Para mantener el ritmo, los rusos redujeron la frecuencia de los ataques y recurrieron al segundo círculo de misiles. Además de los viejos Tochka-Us ya mencionados y utilizados a finales de marzo, los rusos desviaron los misiles antibuque y antiaéreos de sus misiones principales. No sólo están dilapidando su precioso stock de misiles terrestres específicos, sino que también están reduciendo sus capacidades «antiacceso» desde el aire y el mar.
A larga distancia, los rusos lanzan los viejos misiles antibuque Kh-22, dados de baja en 2007, o su versión modernizada Kh-32, así como los modernos P 800 Oniks disparados desde tierra, es decir, un potencial de más de 800 misiles. A corto alcance, a 120 km como máximo y en paralelo con algunos Tochka-U, también utilizan pequeños Kh-35 lanzados desde el aire y, sobre todo, misiles antiaéreos S-300 convertidos en ataques terrestres. Estos S-300 son invulnerables a la defensa ucraniana por su alta velocidad.
En general, los misiles de este segundo círculo son menos potentes que los del primero y, sobre todo, no están optimizados para el disparo en tierra, como lo demuestra el ataque del 27 de junio en Krementchouk, con dos Kh-22, que provocó por error la destrucción de un centro comercial y la muerte de 20 personas. Como este segundo círculo tampoco es inagotable, los rusos también están empezando a buscar proveedores externos como, en particular, Irán, que podría proporcionarles misiles Fateh-110 (de 300 km de alcance) y/o Zolfaghar (de 700 km).
En esta nueva fase, iniciada en junio, los objetivos prioritarios son el suministro de combustible y el ferrocarril. Sin embargo, esta nueva campaña no tiene mejor efecto estratégico que la anterior. Aunque es evidente que la logística ucraniana se ve parcialmente obstaculizada, los misiles rusos no impiden que el ejército ucraniano reciba nuevos equipos occidentales ni que aumente su poderío ni que, incluso, supere a las fuerzas terrestres rusas en términos de capacidades. Los ucranianos hasta fueron capaces de montar un ataque complejo a gran escala en la provincia de Kharkiv, en septiembre, e infligir un duro golpe a la fuerza terrestre rusa allí. Estos éxitos se acompañaron de incursiones y ataques «corsarios» contra las bases de retaguardia rusas, incluso, hasta Crimea y hasta el puente de Kerch, el 8 de octubre.
V de vano
Este giro acerca el conflicto a la guerra total. Olvidando la idea de destruir el régimen de Kiev y su ejército, Vladimir Putin busca, ahora, la aceptación ucraniana del statu quo, un objetivo que no requiere necesariamente operaciones de conquista.
Frente al ejército ucraniano, ahora se trata de resistir lo más posible hasta que, quizás, se pueda reanudar la ofensiva. La movilización parcial que se decretó el 21 de septiembre fue el principal instrumento de este eje estratégico. Una primera oleada de 80000 hombres fue enviada inmediatamente como sacrificio a Ucrania para mantener las posiciones, o incluso reforzarlas, a costa de grandes pérdidas. Una segunda oleada de 200000 personas, que duplicará las fuerzas rusas en Ucrania, se unirá a ellas tras una mejor preparación. Si no es suficiente, vendrán más pechos.
Luego, en un segundo eje, se trata de persuadir a la opinión pública occidental para que deje de ayudar a Ucrania, jugando con las consecuencias de la guerra en la vida cotidiana (que se convierten, en el discurso prorruso, en «consecuencias de las sanciones contra Rusia»), se trata de hacer sentir el miedo a verse arrastrado a un conflicto mundial decidido por Estados Unidos, que es el diseñador de la trampa ucraniana y, finalmente, de desacreditar a los ucranianos y a su presidente. Esto aún es una esperanza a largo plazo para Putin.
Y, por último, hay una nueva campaña de ataque que, en esta postura defensiva general, se convierte en el instrumento ofensivo y en el único susceptible, con el desgaste ucraniano en el frente, de obtener una decisión. A diferencia de las anteriores, esta nueva campaña, dirigida principalmente a la red eléctrica ucraniana, es ajena a lo que ocurre en el frente, ya que sólo afecta marginalmente al ejército ucraniano. El principal efecto militar es, sin duda, que los ucranianos necesiten retirar recursos del frente para dedicarlos a la defensa de las ciudades, en especial, contra los drones.
Por lo demás, se trata simplemente de crear una gigantesca crisis humanitaria al privar a la población de electricidad y calefacción cuando llegue el invierno. El objetivo no declarado es, sin duda, quebrar la moral de la población, el verdadero centro de gravedad clausewitziano ucraniano. A diferencia de Rusia, la opinión pública es la que decide la política por seguir en la guerra de Ucrania. Un alto el fuego seguido de negociaciones de paz no tiene ninguna posibilidad de lograrse contra la opinión contraria de una gran mayoría de la población ucraniana, que también está dispuesta a disputar un Estado del que desconfía. Es inútil convencer a Volodymyr Zelensky; hay que empujar a la población a rendirse haciéndola sufrir. En cualquier caso, la economía ucraniana va a sufrir muchos estragos durante mucho tiempo y eso siempre puede ser útil para que las cosas duren. Así que estamos claramente en un nuevo avatar de las teorías de Giulio Douhet, buscando la victoria desde arriba mientras el frente terrestre está congelado.
Técnicamente, el ministro de Defensa ucraniano estimó que los rusos todavía tenían 630 misiles en el primer círculo el 18 de noviembre, con una capacidad de producción de unos 30 al mes, así como unos 500 misiles antibuque de largo alcance. Hay capacidad suficiente para realizar otra veintena de salvas de unos cincuenta misiles porque el uso de los ahora escasos medios es más racional concentrándose en una sola red considerada crítica y saturando las defensas con una serie de bombardeos de un día, espaciados por varios días de pausa. También se golpea así las mentes, el objetivo final, mucho más que rociar continuamente el país con unos cuantos misiles. Si estas cifras son correctas y el método no cambia, los rusos pueden continuar hasta febrero, quizás marzo, y más, por supuesto, si otro país les suministra nuevos misiles.
Otra novedad es el enfrentamiento simultáneo de vehículos aéreos no tripulados iraníes como, en su mayoría, los Shahed 136. La principal ventaja de los Shahed-136, utilizados por primera vez el 1.° de septiembre, es que sus características son opuestas y, por tanto, complementarias a las de los misiles. Son lentos y llevan una carga explosiva de seis a diez veces menor que la de un misil, carga que sólo pueden enviar a un objetivo fijo a grandes distancias. Por otro lado, son baratos y, por lo tanto, numerosos. Rusia podría recibir más de 2000 de ellos mientras afirma que los fabrica esta nación misma bajo el nombre de Geran-2. Deben considerarse como proyectiles de artillería con un alcance de 1000 km, que mantienen a los habitantes tensos entre dos salvas de misiles mucho más destructivos.
Esta nueva campaña también ha introducido dos nuevos riesgos que pueden traspasar las fronteras: el riesgo nuclear, ya que las tres centrales activas necesitan electricidad simplemente para no provocar un accidente grave, y el riesgo de incidentes fronterizos. Cuando se lanzan decenas de misiles y antimisiles a un alcance de varios cientos de kilómetros con una fiabilidad que no puede ser total, hay que contar con que habrá proyecciones fuera de las fronteras, sobre todo, cuando el ataque ruso está al límite.
Así ocurrió en octubre con la caída de fragmentos de misiles rusos en Moldavia y, lo que es más grave, ya que hubo dos víctimas, el 15 de noviembre, en un pequeño pueblo polaco a pocos kilómetros de la frontera, alcanzado accidentalmente por la caída de un misil S-300 ucraniano. El incidente fue, sobre todo, ocasión de manifestaciones políticas, de hecho, felices del lado de la OTAN, donde el asunto se manejó con calma y determinación, y desafortunadas del lado de Volodymyr Zelensky, quien acusó inmediata e indebidamente a los rusos sin desmentirse realmente después. En un contexto mediatizado, las palabras son munición y el fuego fratricida también puede existir en la comunicación.
Sin embargo, el mayor problema para los rusos es que su estrategia tiene muy pocas probabilidades de éxito. Ninguna campaña aérea ha logrado derribar la moral de una población en el pasado y los misiles rusos no derribarán a la gente que también ha vivido la crisis de los años 90. Aunque tengan frío, o por padecerlo precisamente, es mucho más probable que la determinación de los ucranianos salga más fuerte de esta prueba
Esta campaña de ataques sin aviones en el cielo ucraniano, con baterías, barcos y bombarderos que permanecen a una distancia segura, se asemeja más que ninguna otra a la de las V1 y V2 (Vergeltungswaffen, armas de venganza) de la Alemania nazi a partir de 1944, un uso de los escasos recursos para golpear ciudades innecesariamente porque no se sabe qué otra cosa hacer y para mostrarle a su propia gente que se está haciendo algo. Es cierto que los aliados habían hecho cosas mucho peores en las ciudades alemanas, pero eso al menos había tenido una influencia importante en las operaciones. Aquí, los ataques rusos no tuvieron ningún efecto en la línea del frente y no hubo nada que vengar, salvo humillaciones, como el ataque al puente de Kerch, o derrotas, como la captura ucraniana de Kherson.
Sin embargo, que una estrategia no tenga éxito no significa que no haya que hacer nada. Al contrario, hay que hacer todo lo posible para que fracase aún más rápido y de forma más completa para evitar un sufrimiento innecesario. Los soviéticos no dudaron en despojarse de cientos de baterías antiaéreas de todo tipo para ayudar a los norvietnamitas a derribar los aviones estadounidenses, considerando que cualquier avión destruido en Vietnam no tendría que ser destruido en Europa. Al mismo tiempo, tampoco han dudado en desplegar una división de defensa aérea completa, con sus baterías de misiles y escuadrones Mig-21, para detener la campaña aérea israelí, que ha provocado algunos enfrentamientos discretos con los israelíes, pero que ha puesto fin a la campaña de ataques contra Egipto. No se trata de que los países occidentales hagan lo mismo, a no ser que Rusia cruce primero la línea de la confrontación a la guerra, sino de ayudar a los ucranianos a superar esta campaña de golpes mediante la ayuda humanitaria, la ayuda a la reconstrucción de las redes eléctricas y el refuerzo de la defensa aérea. Será una oportunidad para que aprendamos a hacer frente a todas estas amenazas.
De hecho, las estrategias de presión sobre la población pueden tener éxito, como en 1918, en Alemania, donde la moral se derrumbó después de años de privaciones, pero, sobre todo, después de una serie de derrotas militares, o en Rusia, un año antes, después de derrotas militares, pero, sobre todo, de una incapacidad del Estado para satisfacer las necesidades de la población. Las campañas alemanas, como las que azotaron Londres y París al mismo tiempo, no fueron las que impulsaron a los rusos a sublevarse en febrero de 1917, sino el hambre, el frío y la nulidad de un gobierno que el ejército colapsado no trató de defender, sino todo lo contrario. La presión directa de los extranjeros sobre la población rusa no fue lo que la hizo resquebrajarse, sino el espectáculo de las derrotas de su ejército y la mala gestión de su administración. Un ejemplo para reflexionar en la larga lucha que buscan los rusos ahora.