¿Cómo describirían el contexto social, político, jurídico y de inserción internacional con el que llega el gobierno de Maduro a las elecciones del 28 de julio?
Paulina Astroza
Mucho de lo que se ha discutido, sobre todo en las últimas semanas, en cuanto a las declaraciones que hacen los Estados o no, ha sido por el tema de las actas, de la validación o no de los resultados de la elección 1. Pero en realidad, Venezuela vive una situación muy grave desde hace mucho tiempo antes de estas elecciones del 28 de julio.
Todos los indicadores de desarrollo humano, económicos, de pobreza, entre otros, son tremendamente dramáticos en el caso de Venezuela. ACNUR tiene un dato aproximado de 7,7 millones a 8 millones de venezolanos desplazados en el último tiempo, que se han ido como refugiados o como migrantes a otros países, de los cuales gran parte de ellos —6,5 millones— ha sido a países de América Latina y el Caribe.
Dentro de esta situación se encuentra el caso de Chile, el país donde vivo, son casi 800.000 personas que han llegado en este último tiempo en esta diáspora, que se ha reforzado evidentemente tras la represión que se está viviendo en Venezuela. Esta grave situación se puede comparar con los refugiados que han abandonado Siria desde el 2011 en adelante.
El trabajo de ACNUR, de lo que ha significado el trabajo humanitario, ha sido tremendo. Muchas veces nosotros calificamos a las organizaciones internacionales, en el caso de Naciones Unidas, particularmente solo por lo que hace o no hace el Consejo de Seguridad, y nos olvidamos de todas las otras agencias. Sin el trabajo de todas las otras instituciones que están dentro del mismo sistema Naciones Unidas no llegaría ayuda a los refugiados e inmigrantes. Esto forma parte de lo que está haciendo ACNUR y otros Estados que han estado acogiendo a estos refugiados e inmigrantes, que desde el punto de vista del derecho internacional, tienen el derecho a la protección internacional y a la asistencia humanitaria.
Quiero abordar el tema semántico sobre si Venezuela es una dictadura o no, o si es un régimen desagradable, como lo calificó Lula, o con sesgos autoritarios o deriva autoritaria, como lo calificó en algún momento el propio presidente Boric en Brasilia —el presidente chileno fue uno de los primeros en señalar que era una dictadura—.
Más allá de las elecciones, que es un hito, estamos hablando de un Estado en el cual no hay Estado de derecho, en el que hay violación a los derechos humanos y que ha sido investigado por la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad, por la situación de represión, violación gravísima a los derechos humanos y a la presunción clara de que se estuvieran cometiendo crímenes internacionales, que están castigados y tipificados por el Estatuto de la Corte Penal Internacional. Esto fue cuestionado por Venezuela y finalmente desechado hace muy poco y nuevamente en marzo, la Instancia de Apelaciones de la Corte Penal Internacional ha permitido y ha ratificado nuevamente que se continúe por parte de la Fiscalía la investigación de estos presuntos crímenes en Venezuela.
Creo que eso da un marco para hablar de la situación tan grave que se vive. Cuando se llega a las elecciones es solamente, como lo señaló en un tuit el presidente Boric, ya la culminación de lo que es un fraude desde el punto de vista político, pero aún más la continuación de la represión y de la comisión de delitos y de crímenes de lesa humanidad que debe ser condenado internacionalmente.
Andrés Malamud
Me gustaría dividir en cuatro dimensiones el contexto en el que se llega a la elección y después hablaremos de la elección propiamente dicha y las consecuencias. Primero, el contexto social: catastrófico. Segundo, el contexto político: autoritario. Tercero, el contexto jurídico: inexistente. Cuarto, el contexto internacional: colonia cubana.
En referencia a la catástrofe del contexto social y sobre lo que dijo muy bien Paulina: hay más inmigrantes, refugiados y exiliados de Venezuela que Siria. Pero en Siria hay una guerra civil, en Venezuela no. Venezuela es uno de los dos países en América Latina que pierde población. El otro caso es Haití, un país que nunca construyó un Estado, que nunca tuvo una sociedad integrada y que se la pasa sufriendo terremotos. En cambio, Venezuela es el país con la mayor cantidad de reservas petrolíferas del mundo.
Si bien el nivel de catástrofe actual de Venezuela no se compara con la quiebra económica de Venezuela durante el chavismo, fue superior a la quiebra económica de Alemania durante el nazismo. Alemania tuvo que bancarse a lo que provocaron ellos, perdieron la guerra y los pasaron por encima. Dresde fue bombardeado y cayó menos económicamente que Venezuela —un país sin guerra, sin terremotos, solo con chavismo—.
Maduro para este país es un degradé de Chávez. Chávez inicia con un intento de golpe de Estado y fracasa, dice que volverá: vuelve y gana las elecciones. No se puede hablar de un sistema autoritario cerrado durante la vida de Chávez. Hasta 2013, Venezuela era una democracia erosionada que perdía cada vez más sus atributos.
Ahora pasamos al contexto político. Podemos dividir a los regímenes políticos en cuatro grandes grupos, en un continuo sendero que va de una democracia completa a un autoritarismo cerrado. En el medio hay una democracia electoral en la que se violan algunos derechos por las elecciones determinadas del gobierno y el autoritarismo competitivo en el que se violan muchos derechos y las elecciones no son justas ni libres. Puede ser que la mayoría gobierne, pero si la mayoría no gana, gobierna igual. Lo que estamos viendo en Venezuela está transitando de un autoritarismo competitivo a un autoritarismo que deja de ser competitivo porque convoca elecciones pero las pierde por casi dos y medio contra uno y no reconoce el resultado. Eso es lo mismo que no convocar a elecciones. Así que Venezuela está dejando de parecerse a Turquía y empezando a parecerse a Rusia.
En torno al contexto internacional: ¿por qué digo que estamos frente a una colonia de Cuba? Porque no se entiende Venezuela si no se entiende Cuba. Por dos razones: primero, porque Venezuela sigue el camino cubano. El camino es irse cerrando y partir de un Estado que esta vez es más policial. Y el segundo es que esta cerrazón y el policiamiento derivan de Cuba. Son los cubanos los que le dieron la tecnología y el instrumental. Por instrumental me refiero a las personas que se encargan de las informaciones, de la inteligencia, la Guardia Pretoriana que controla al presidente de los grandes poderes, los aviones que se encargan de hacer el ida y vuelta, la misma formación personal de Nicolás Maduro, que es un boy scout de los cascos, aún sin casco.
Pero es mucho más complejo porque Cuba sola no consigue sostener a un país como Venezuela, hace falta Rusia, China, Irán y Turquía. Lo veremos un poco más adelante. Lo que me interesa destacar es que el contexto en el que entramos a las elecciones determina el resultado con una excepción. Lo único que no sabíamos antes de las elecciones es que los pobres iban a dar la espalda al rey —y la votación de los pobres fue masivamente en contra de Maduro—. Esto nunca había ocurrido. Hasta ahora teníamos un autoritarismo competitivo porque había muchos pobres que votaban al rey. Esta es la sorpresa con la que se encuentran los jerarcas del régimen, por la cual deciden suspender el conteo. A partir de entonces es todo Cuba sin sofisticación. Porque ese es el problema, Venezuela es una brutalidad urbana. Cuba por lo menos tenía la mística revolucionaria y gente inteligente a cargo. Eso en Venezuela no lo vemos más. La gente inteligente está lejos.
Martín Schapiro
Voy a poner algún matiz —y no porque la situación catastrófica que hayan dictado antes de mí Andrés y Paulina no sea cierta—.
Es cierto, Venezuela es el caso del colapso sin guerra más llamativo por el tamaño del país y de mayor dimensión por el tamaño y significación del país. No tengo registro de algo similar en la historia moderna pero en este marco catastrófico me parece que es interesante ver cómo llegaba Venezuela en un marco de recuperación a estas elecciones del 28 de julio.
Después de una catástrofe social, después de haber perdido tres cuartos de su economía, un tercio de su población y dos tercios de su producción petrolera, de ningún modo quiero que suene como una relativización. Pero sí quiero poner algunas cifras de cómo estaba Venezuela en los últimos tres o cuatro años después de la pandemia.
Es una economía que desde el 2022 crece por encima del 4%, que ha pasado de una hiperinflación a una inflación muy alta. Estaba recuperando su producción petrolera y mejorando sus índices de seguridad. Venezuela tenía los peores índices de inseguridad de América Latina y, por lo tanto, de los peores del mundo.
Había encontrado algunas formas de normalización económica que no estaban vinculadas, por supuesto, al camino socialista que proclamaba el gobierno. Quiero decir, un régimen de zonas económicas especiales, menos sofisticado e interesante que el de China; un régimen, muy vinculado al funcionariado y a la corrupción estatal. Estaba recuperando la producción en algunos sectores como el turístico, especialmente en el sector petrolero, donde recibió un alivio de las sanciones estadounidenses lo cual permite que hoy Venezuela recupere desde los 700 a entre 820 y 920 mil barriles diarios, es decir, recuperó una parte importante del piso de producción petrolera en el que se encontraba. De esos 920 mil barriles que dice la OPEP que produce, otras fuentes secundarias dicen 820 mil —aún así, 150 mil los está produciendo Chevron—.
Esto es un proceso de relativa normalización capitalista con la legalización del dólar y su participación en los mercados, como también es un respiro en materia de divisas a partir del oro y la exportación amazónica, que es muy dañina en lo ambiental, pero que encontró en Turquía, Emiratos Árabes Unidos e Irán un mercado para la evasión de las sanciones —dado que esos países son poco exigentes en estas materias, se pudo reemplazar parte de la producción petrolera perdida—.
Junto con esta normalización se dio una recuperación del índice de seguridad con cierta normalidad en el día a día, que permitía pensar en un camino de salida de los Acuerdos de Barbados y la apuesta de la oposición por la vía electoral. Me parece que tiene que ser leída en el contexto de una Venezuela que mejora y en la cual la oportunidad de crecimiento que aparecía y que se había visto con el dólar –la normalización, pacificación, inversión extranjera– necesita de un levantamiento mucho más robusto de sanciones que el que habíamos tenido hasta el momento.
Pero también esa normalización me parece que lleva al régimen a pensar que podía tener un apoyo electoral que no había tenido, es decir, lo que mencionaba Andrés sobre el autoritarismo competitivo, que muchos pobres lo habían acompañado por el hecho de que el gobierno no se hubiera metido en una elección realmente de peso en los últimos 10 años. Me parece que llevaron una percepción distorsionada. Mucha gente que estaba en Venezuela y que estaba cerca del gobierno de un modo u otro antes de la elección me decía dos cosas con cierto escepticismo sobre las posibilidades electorales de la oposición: lo primero es que la gente se encuentra ocupada consumiendo y no está interesada en cambiar el régimen, sino en volver a crecer; y la segunda cosa que decían es que junto con la abstención, el gobierno ha recuperado niveles de bienestar, por lo tanto, como no votan los que se fueron, tiene buenas posibilidades electorales. Estaban reflejando una confianza de la oficialidad venezolana.
Me parece que nos encontramos con un gobierno que por algunos años tuvo una percepción distorsionada de crecimiento y recuperación de una mínima normalidad, pero que olvidaba o perdía de vista la dimensión del daño causado. En Venezuela, lo que te decían claramente es que la gente votaba, entre otras cosas, teniendo muy presente a los que no estaban. Cada venezolano tenía un familiar seguramente cercano que se había ido del país. Toda la clase venezolana, históricamente, tiene parientes en el exterior y tenía una esperanza de que esa normalización en realidad se potenciara con la oposición.
Me parece que había un conflicto de percepciones que fue lo que permitió llegar a un proceso electoral y, bueno, un gobierno que se vio sorprendido por la magnitud de la derrota.
¿Cuáles consideran las principales implicancias en términos de vinculación regional del gobierno de Maduro post elecciones? ¿Hay una redefinición del mapa regional en cuanto a los vínculos intergubernamentales? ¿Es un modelo que se puede difundir para la región?
Andrés Malamud
Con Luis Schenoni estamos haciendo la investigación hace tiempo sobre la relevancia geopolítica de las regiones. Lo que nosotros argumentamos es que América Latina es cada vez menos relevante que antes en el tiempo y es menos relevante que otros en el espacio, y sugerimos que está a punto de ser la región menos relevante del mundo por dos razones.
La primera es que no generamos oportunidades de crecimiento, aunque nos vaya muy bien, los grandes países de América Latina crecen muy poquito, como por ejemplo Brasil, México y ni hablar de Argentina. Por lo tanto, no tenemos potencial para convertirnos en un motor de crecimiento global como sí lo tiene África, y aunque es altamente improbable que África se convierta en un motor de crecimiento global, si creciera tendría una posibilidad de serlo.
La segunda razón por la que América Latina no es relevante es que no somos una amenaza. No tenemos relevancia positiva por lo que podamos ofrecer, ni tenemos relevancia negativa por lo que podamos amenazar. Antiguamente, se pensaba que Estados Unidos tenía con América Latina una relación relativa, en el sentido de la relatividad de Einstein. La fórmula de Einstein (e = mc2) describía lo que querían de nosotros: la E es igual a energía —sobre todo petróleo—, M de migraciones, y C de cocaína al cuadrado.
Estados Unidos se autosustenta y autoabastece de petróleo. Por supuesto que tiene algún interés en Venezuela, sobre todo después de la invasión de Ucrania, de ahí los 120.000 barriles que mencionaba Martín. Pero no es suficiente como para hacer las cosas que hizo en el pasado, como poner botas en el terreno, como hizo cuando fue con Noriega a Panamá, para financiar o elucubrar salidas de gobiernos, manteniendo la mano lejos. Como hicieron, por ejemplo, en el caso de Chile, entre Allende y Pinochet. Así que Estados Unidos no está tan interesado en América Latina porque se autoabastece de energía, porque se autoabastece de droga y porque lo que les preocupa son las migraciones. Y las migraciones venezolanas están un poco por debajo de otras que les preocupan más: Cuba más o menos, el Triángulo Norte, Sonora, Guatemala, El Salvador y Honduras. No digo que seamos irrelevantes, sólo lo somos en términos comparativos.
Pero hay otros países por los cuales en Venezuela les va la vida. Para empezar, Cuba. Venezuela es mucho más importante para Cuba que para Estados Unidos. Otro país para el cual Venezuela tiene cierta importancia es Rusia, que le manda unos barquitos cada tanto. Hay misiones militares de Rusia visitando el Caribe y Venezuela. China no hace eso. Después Irán y Turquía, ambos por diferentes razones, encuentran la manera de pasar por encima de los bloqueos o de conseguir amigos por fuera de sus amigos. También está el caso de la OTAN y la Unión Europea, de la cual Turquía es eterno candidato y nunca será miembro. Y por supuesto China, que tiene una política de apertura a todo lo que sea negocio y le convenga; siempre es socioeconómica, no geopolítica. Es un país que no pisa callos, las reivindicaciones territoriales de China están en sus propios territorios, suburbios, y todo lo que China reclama es lo que considera suyo como el Tíbet, Hong Kong o Taiwán. China no reclama territorios que no considera chinos, no le interesa y no piensa ser como los demás. En Estados Unidos todos piensan que todos quieren ser como ellos. En China todos piensan que nadie puede ser como ellos.
Lo que tenemos acá son países para los cuales Venezuela es más relevante que las democracias que dicen que Venezuela es relevante. Los dos países de la región que se posicionan para solucionar la crisis de Venezuela a favor de la democracia son Brasil y Colombia. Son relevantes por dos razones. Primero porque sufren directamente el aumento migratorio, exiliados y perjudicados. Segundo, porque tienen gobiernos de izquierda que tienen afinidad con Maduro. Por lo tanto tienen la oreja del dictador para ir, hablarle, y quizás finalmente convencerlo de otras cosas. El problema es que Venezuela para ellos también es segunda prioridad.
La primera prioridad de Lula es que no haya guerra en América del Sur en la que tenga que intervenir, mientras que la primera prioridad de Petro es la paz total, es completar el proceso de pacificación. Para evitar que haya guerra en América del Sur, Brasil necesita que no se meta Rusia, por un lado, y Estados Unidos y Gran Bretaña por el otro. Es lo que podría pasar si Venezuela invadiera la región de Guyana que reclamó como propia específica y explícitamente a través de un referéndum hace pocos meses. Para Petro lo peor que le podría pasar ahora es que toda la mafia, el narco y todas las organizaciones criminales transnacionales que están en la frontera se dirigieran a impedir la construcción de la paz. Así que para Brasil y para Colombia el objetivo fundamental de Venezuela es la estabilidad, no la democracia.
La estabilidad significa mantener el régimen, porque el cambio de régimen es por definición inestabilidad. Así que si hay una transición negociada, pactada y Maduro se quiere ir, aplaudo. Si Maduro no se quiere ir, la estabilidad está antes que la democracia. Por tanto, la vinculación va a seguir siendo íntima. La relación de Venezuela va a seguir siendo mayor con aquellos a los que la democracia no les parece un buen objetivo, y en cambio, la relación con aquellos a los que la democracia le parece un buen objetivo nunca va a ser tan intensa.
¿Cómo se pueden analizar las implicaciones del derecho internacional en el accionar de los organismos internacionales que examinan el proceso, así como las definiciones y declaraciones de los países de la región y extrarregionales?
Paulina Astroza
Hay que dejar en claro que el derecho internacional ha sido creado por los propios Estados, y cuando no tiene herramientas de coercibilidad o de mucha mayor musculatura para poder obligar a los Estados es porque los propios Estados lo han creado de esa manera. Así que no es raro que el derecho internacional tenga debilidades frente a las situaciones de hecho para poder forzar la situación. Por ello es a veces más fácil explicar a través de la política internacional por qué muchas veces no se cumple el derecho internacional. Desde este punto de vista hay varias cosas que debemos plantear.
Primero, la Corte Penal Internacional está en peligro. De manera sorpresiva, cuando se hace la revisión, muchos creíamos que la Fiscalía no la iba a tomar, pero al contrario, declaró que sí era competente para conocer del asunto y abrió la investigación. Lo que hace Venezuela es presentar un recurso para que la Corte Penal Internacional declare que la Fiscalía no tenía la facultad para investigarla. Ahora en marzo vuelve a decir la Corte que la Fiscalía tiene las facultades para seguir con la investigación. Entonces eso ya lleva a un escenario internacional incómodo porque, de todas maneras, se está vigilando el caso de estas gravísimas violaciones a los derechos humanos en una instancia internacional. Otra cosa es qué pasa si hay un fallo o no, si es que hay una orden de arresto internacional —como hay contra Putin—.
Segundo, desde el punto de vista también aquí del derecho internacional, obviamente hay una imposibilidad por parte de organizaciones internacionales de ir más allá de lo que sus propios estatutos les permiten. Muchos incluso llaman a un poco menos que una intervención militar en el caso de Venezuela para que se cumpla con el derecho internacional, pero eso no está autorizado de ninguna manera, ni aunque quisiéramos apelar en ese sentido al Consejo de Seguridad —ya a nadie le interesa intervenir de esa manera—. Lo que más se logró fue una resolución en la OEA, sobre la cual muchos países se abstuvieron siquiera para pedir que las actas se hicieran oficiales. En la primera votación no tuvieron ni siquiera la mayoría, primero porque algunos no llegaron a votar y segundo porque muchos se abstuvieron, y la gran mayoría de los que se abstuvieron fueron los Estados de América Central.
También hay un tema ahí del petróleo que es muy importante. En la segunda votación obviamente vino un apretón por parte de Estados Unidos, y fue muy claro porque la segunda resolución sí fue aprobada, la OEA se manifiesta y exigen ver las actas. Aquí viene entonces el rol de los Estados en un escenario de anarquía internacional, un poco de lo que hablaban tanto Martín como Andrés. Ya vimos cuáles fueron los Estados que rápidamente reconocieron el resultado. Es muy claro cómo se ha ido dividiendo el escenario y el sistema internacional entre los llamados occidentales, por un lado, y los liderados por China, Rusia, Irán y otros, por otro lado.
Quiero llamar la atención en cuanto a los reconocimientos que ha habido y a ciertas situaciones que se han presentado. En torno a los acuerdos de Barbados; Lula había puesto muchas fichas apostando a que Maduro iba a cumplir; los países de América del Sur le exigían a Lula que hiciera cumplir su rol y su peso frente a Venezuela. Sobre todo recuerdo aquella cumbre informal que se realizó entre 11 Estados en Brasilia, en donde hubo un impasse entre el presidente Boric y Lula. El presidente brasileño trató a Boric de pequeñito y alegó que le faltaba experiencia. La verdad es que en el acuerdo de Barbados se habían puesto muchas fichas a que de verdad iba a haber unas elecciones limpias, como lo había prometido Maduro, transparentes, etc. Eso hizo que varios Estados –incluyendo a Estados europeos y a Chile– volvieran a nombrar un embajador en Venezuela. Entonces, muchos Estados –sobre todo los países de la Unión Europea–. Pero después de lo ocurrido sencillamente retiraron a su embajador y lo dejaron de nuevo a nivel de encargado de negocios.
Tras los resultados, Maduro por supuesto se encargó de reproducir miles de veces los reconocimientos que hacían Rusia, China, Irán y otros. Por otro lado, vimos inmediatamente los que no creyeron en los resultados que se estaban entregando por parte del Comité Nacional Electoral. Uno de los primeros fue el presidente Gabriel Boric; es interesante observar que el presidente más de izquierda que ha tenido Chile esté siendo uno de los liderazgos más duros en declaraciones en contra de un régimen de izquierda —lo que le ha traído problemas con los otros países de izquierda, para empezar con el propio Brasil de Lula, con Gustavo Petro, con AMLO—.
Podríamos incluso hablar de la situación dentro de Chile. Muchos decían que Boric era precisamente de aquella izquierda que apoya a Maduro. El presidente chileno ha entonces demostrado que, por supuesto, es falso pero no sin problemas. En la propia coalición de gobierno se encuentra el Partido Comunista que apoya al régimen de Maduro.
Para concluir, estamos frente a una situación en el derecho internacional bastante particular, porque está todo el tema de qué se está reconociendo. Algunos reconocen el resultado de la elección, pero no reconocen al gobierno todavía. Otros reconocen al gobierno. Hay otros que dicen que están esperando el resultado de las actas. Pero, a esta altura, ¿qué actas? Las actas llevan más de un mes y ya podrían estar adulteradas. El Comité de Expertos Técnicos de Naciones Unidas no reconoce la validez de esta elección y la declara como un fraude porque tras el voto se dejó de contar y porque no han mostrado las actas. Eso está en el informe de esos observadores.
Sin embargo, hay Estados que quieren evitar a un Juan Guaidó. Es decir, reconocer un gobierno que no tiene ningún control real de las competencias estatales. Y eso podría ocurrir si se da por ganador a Edmundo González sin que tenga ningún tipo de control de la Fuerza Armada, de la Administración Pública, de la Policía, de nada. Eso no ayuda en nada. Entonces la situación es sumamente complicada. Será la presión interna más externa que podría dar una solución para una transición negociada. Pero el conflicto entre la oposición y Maduro es absolutamente asimétrico; las fuerzas que son la oposición no tienen cómo competir. Esto significa mayor represión, mayor violación a los derechos humanos, mayor presión migratoria, mayor inestabilidad.
¿Qué rol juegan los actores internos —oposición, fuerzas armadas— y externos —intereses económicos multinacionales, potencias occidentales, China y Rusia— en el escenario post electoral? ¿Cómo se han posicionado en este mes posterior a las elecciones y por qué?
Martín Shapiro
Hay algunas cuestiones para enfocar en el sentido de los posicionamientos. La primera y la que estaba en boca de todos, el propio domingo de las elecciones, era qué pasaba en el seno del gobierno y qué sucedía en las Fuerzas Armadas. Ahí se buscaba algún matiz entre Diosdado Cabello, los sectores más duros y lo que harían las Fuerzas Armadas que aparecían referenciadas en el ministro de Defensa, Vladimir Padrino. Era la segunda vez que los que quieren cambiar el régimen en Venezuela ponen esperanzas en Padrino —y es la segunda vez que los decepciona—. Las Fuerzas Armadas se han mostrado sólidamente alineadas con el régimen venezolano y especialmente con las figuras que tienen ascendientes sobre ellos. Esto es lo primero a nivel interno.
Lo segundo es una novedad interesante: hay una movilización en estos mismos sectores populares que votaron por primera vez contra el chavismo de forma masiva. Asimismo, esa movilización es mucho menos intensa en términos de violencia callejera, pero también en cuanto a la contundencia respecto de la violencia con otros ciclos de movilización contra el oficialismo.
Venezuela en este sentido es un autoritarismo particular porque tiene una enorme movilización opositora cada cantidad de años. En 2014 y 2018, la proclamación de Juan Guaidó y el reconocimiento de un gobierno paralelo que tenía presencia dentro del país con distintas instancias. No parece en este mes que la estrategia opositora privilegie una movilización callejera masiva. Esto tiene dos motivos. El primero, no provocar la represión del régimen que es enorme; ha habido mucha instancia de generar ejemplos intimidatorios de hasta donde estaban dispuestos a reprimir mucho antes de que la gran movilización se produjera.
También creo que están apostando a fortalecer la presión internacional de estas democracias que, como bien decía Andrés, no tienen tal vez la democratización como una prioridad para movilizar todas las herramientas que podrían tener. Además, el fracaso de Donald Trump en la instancia anterior y su teórico acuerdo con un sector de las Fuerzas Armadas para deponer al gobierno ha sido aleccionador para Estados Unidos. Países como Brasil y Colombia tienen otras preocupaciones, incluso el propio Chile que ha sido mucho más duro en los pronunciamientos, a la hora de tomar medidas que podrían ser de sanción más directa y material creo que tienen más para perder que para ganar. Entonces no los veo dispuestos a acompañar una estrategia que no sea más que la de la presión diplomática —es real y significativa, y tiene que ver con la deslegitimación de un gobierno que está sostenido sobre un resultado que nadie se cree—. Eso es una novedad para el caso venezolano.
Entonces diría que estamos en un momento de incertidumbre. Esa falta de entusiasmo del oficialismo que sabe que perdió —pero con una falta también de fisuras en su burocracia civil y militar—, una oposición que todavía no se juega a la movilización plena y una comunidad internacional que no ha recuperado instancias como el PROSUR, todo ello crea una incertidumbre que favorece al oficialismo y a su eje autoritario.
Lo último que me parece que hay que recordar es que los países que ya han reconocido el resultado electoral a pesar de las enormes dudas sobre su acontecimiento son los mismos que ya acompañaron a Venezuela cuando estaba bajo presión. Hoy es distinto que Brasil y Colombia tengan presidentes de izquierda, pero Brasil y Colombia enfrentados al gobierno venezolano y tratando de impulsar un cambio de régimen no es una novedad. Estados Unidos impulsando un cambio de régimen no sería una novedad. El resto de la región, con Argentina, Chile, Uruguay intentando impulsar un cambio de régimen tampoco lo sería. Venezuela ya estuvo ahí, ya soportó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, ya soportó al Comité de Derechos Humanos de la ONU y sigue ahí. Ese autoritarismo no ha sufrido grandes fisuras internas.
Más allá de la incertidumbre sobre las estrategias de cada uno de los actores y salvo que haya un cambio en la sociedad, no veo por ahora un escenario en el cual el oficialismo pueda estar debilitado y dejar el gobierno.
¿Qué sostenibilidad creen que puede llegar a tener el gobierno de Maduro de cara a los próximos años?
Me parece que, inevitablemente, vamos a un escenario de mayor aislamiento, en el cual Venezuela se parece cada vez más a Nicaragua con la enorme diferencia de peso relativo que tienen los dos países. La cerrazón del régimen significa que va a estar más expuesto a nuevas sanciones y restablecimiento de las sanciones antiguas, a la no renovación de waivers por parte de los Estados Unidos, a encontrar menos buena voluntad en Brasil y Colombia.
Ciertamente parte de la normalización que vino con la retomada de Chevron y la reaparición de algunas inversiones va a generar algunos problemas. Venezuela va a tener que acudir inevitablemente a socios como China y Rusia; en la región, Cuba le provee algunas cuestiones burocráticas pero en términos económicos sólo recibe el 8% de las exportaciones petroleras venezolanas. Habrá que ver cómo se renormalizaría una economía como la venezolana —con un gobierno que está dispuesto a profundizar fuertemente la represión—.
Sobre el futuro de Maduro, creo que él no ve que el cálculo de costo beneficio sólo empeora con el paso del tiempo. No va a haber ninguna coyuntura mejor que la que tenía en julio para negociar, para tener una eventual salida de poder que le permita quedarse en Venezuela o incluso irse a un exilio tolerado, que permita a las Fuerzas Armadas conservar una cuota de poder. En la medida en la que pasa el tiempo y con el actual alineamiento político, la apuesta es mayor autoritarismo o una caída —o una deposición violenta—.
Paulina Astroza
Tampoco voy a dar pistas mucho más alentadoras que Martín. Coincido con él y voy a agregarle un dato: China tiene el interés de que le paguen. China ha prestado mucho dinero a Venezuela y ha mantenido también a Maduro justamente porque quiere que en algún momento el crédito vuelva. En el caso de Rusia, también se sabe perfectamente que ha habido tanques rusos, incluso el Grupo Wagner ha estado ahí. En el fondo, Venezuela también está en el choque de las grandes potencias. Lo que Irán le ha permitido es saltarse de alguna manera las sanciones. Aquí cabe notar que el levantamiento de sanciones no fue por casualidad: Estados Unidos mandó una misión a negociar cuando empezó la guerra en Ucrania por el hecho que necesitaban petróleo —petróleo para Europa—.
En torno a una salida, una podría haber sido negociada y que se fuera. Putín lo había invitado a ir a Moscú y se había especulado en su momento en que iba a ir sin pasaje de vuelta. Pero no creo que eso sea lo que esté buscando Maduro. La posibilidad de que él siga con vida en Venezuela dejando el poder es bastante baja. No quiere dejar el poder, entonces no queda más que un escenario bastante oscuro con presión internacional, congelamiento de activos y aislamiento de un Estado paria —pero ayudado por los sospechosos de siempre—.
Andrés Malamud
Las ciencias políticas nos dan herramientas para proyectar escenarios. En febrero de 2014 estuve en un evento en Georgetown, en dónde presentaron dos autores su trabajo que analizaba cuáles eran las perspectivas de las protestas sociales en función del tipo de autocracia. Definía muy simplemente dos tipos de autocracia: los que tienen recursos naturales y los que no. Según ese estudio, las autocracias con petróleo son efectivas en la represión de los estallidos —las otras, no—. En ese momento estamos hablando del primer fraude de Maduro en 2013 por un lado, y en el caso del Maidán en Ucrania por el otro; lo más probable es que el gobierno de Ucrania caiga pero no el de Venezuela. Lo mismo podemos predecir con un cierto margen de confianza en esta ocasión, no hay ninguna razón para que una autocracia cerrada en el petróleo caiga ante la protesta social.
Mi segundo punto es que una autocracia cerrada podría caer sólo en dos casos, por fisuras internas o externas. El primero significa que los mandos medios desobedezcan a las altas jerarquías militares pero por ahora no tenemos ningún dato que nos anticipe una fisura en el orden de las jerarquías medias. La fisura externa podría ser con China, pero no debería ocurrir. China juega a largo plazo, no va a echar a Venezuela y dejarlo en la mano de Occidente gratuitamente.
El tercer punto: la comunidad internacional no existe. Sólo voy a marcar un matiz acá respecto a lo que dijo Martín. Sí, Venezuela va a estar cada vez más aislada, pero aislada de las democracias occidentales. Cuando digo que Venezuela es una colonia cubana no es una figura de discurso. Venezuela es una colonia cubana, y ahora va a ser cada vez más una colonia de Moscú —y si hace falta de Pekín y de Teherán—. Así que Caracas va a estar muy aislada de la gente democrática, pero muy integrada con otros, con las autocracias.
Me gustaría agregar que Venezuela es un régimen estable. La inestabilidad la exporta de varias maneras —como con barcos rusos o con inmigrantes venezolanos—. Lo que trata de hacer Brasil con Lula es someterse ante la estabilidad interna de Venezuela para tratar de canalizar la inestabilidad externa. Lo que le pide a Venezuela es que no cruce por la Amazonia para invadir Guyana, que no genere problemas que traigan a Rusia o Estados Unidos a su frontera.
Para acabar, la semana pasada Margarita López y Sérgio Fausto destacaban que existe el riesgo de que la experiencia venezolana contagie a los dictadores en potencia de América Latina, en América Central por ejemplo donde muchos quieren ser como Venezuela. Este es otro problema más: Venezuela puede ser un ejemplo para países en los que no le importa a nadie que haya democracia o no.