Varios millones de ustedes siguieron las elecciones legislativas gracias a los análisis de la revista. Este trabajo tiene un coste. Si cree que merece apoyo y puede permitírselo, suscríbase al Grand Continent
El sistema de la Unión Europea: una división del poder
Los sistemas políticos deben reflejar las condiciones específicas del espacio que pretenden organizar. El espacio de la Unión Europea está dividido: 27 Estados, 24 lenguas oficiales, multitud de experiencias históricas y contextos religiosos y culturales muy diferentes. La posibilidad de retirarse. Un territorio a escala de un continente —de las Azores al Mar Negro—.
La Unión está estructurada como una entidad federal: una multitud de responsables comparten derechos tanto horizontalmente —entre el Consejo de Ministros, el Parlamento Europeo y la Comisión Europea— como verticalmente entre los Estados miembros. Estas instituciones participan en procesos de negociación permanente, cuyos resultados son públicos y abiertos. Todos son escuchados: el compromiso es una necesidad permanente.
Este sistema se basa en un principio: la división del poder.
Los distintos Estados —que representan la división territorial— y los miembros del Parlamento —que representan las divisiones políticas— deben negociar y enfrentarse entre sí para dar legitimidad a sus decisiones. Por tanto, nunca hay una división permanente entre la mayoría que gobierna y la minoría que se opone: todos hablan con todos y todos pueden convertirse en aliados potenciales de todos —a menos que luchen contra el propio sistema—.
Independientemente de los deseos del ejecutivo representado por la Comisión Europea, es el Parlamento el que fija su agenda. Tiene voz y voto sobre quién ocupa el cargo ejecutivo y realiza audiencias de los Comisarios individuales —que tienen funciones equivalentes a las de un ministro a nivel nacional— antes de que se les permita asumir sus funciones. Estas audiencias conducen regularmente a la censura de uno o dos de ellos, que deben ser sustituidos. En la vida parlamentaria, los ponentes tienen que reunir mayorías políticas sobre el fondo de cada expediente legislativo, que se modifica libremente apartándose de la propuesta inicial del ejecutivo.
En cuestiones constitucionales, la mayoría suele estar formada por los democristianos del Partido Popular Europeo (PPE), los socialdemócratas del grupo S&D y los liberales de Renew. En cuestiones culturales, los liberales se inclinan regularmente a la izquierda y pueden formar un bloque de voto eficaz con los socialdemócratas, los Verdes y la extrema izquierda. En cuestiones económicas, el Partido Popular Europeo, apoyado por los liberales y los votos de la derecha o la izquierda, suele tener muchas posibilidades de ganar.
Las relaciones entre los distintos miembros son abiertas y se basan en el diálogo: como todo el mundo sabe distinguir quién está en la mayoría y quién en la minoría, la cultura de la cooperación se convierte en algo esencial. La estructura institucional que permite a todos influir en los resultados políticos y legislativos tiene un efecto muy pacificador en la cultura política y fomenta la búsqueda de soluciones a través del compromiso, ampliamente aceptables para el mayor número.
El sistema de los Estados miembros: una fusión del poder
Los sistemas de los Estados miembros de la Unión Europea son muy diferentes.
Se basan en un sistema integrado que se ha probado a lo largo de muchos siglos y que, por tanto, tolera el reinado de una mayoría estable del 51% frente al 49% durante toda una legislatura.
El principio en el que se basan es la fusión del poder.
El Parlamento está sometido de facto al ejecutivo y se disuelve si no apoya al gobierno en una cuestión existencial.
No obstante, algunos sistemas nacionales han inventado sofisticados mecanismos de control y equilibrio.
Dinamarca, que durante décadas estuvo gobernada por minorías, ha desarrollado una sólida cultura parlamentaria. Alemania, que hasta Napoleón estaba dividida en más de 300 entidades territoriales, sufrió una guerra religiosa de treinta años entre protestantes y católicos en el siglo XVI y padeció la dictadura nazi en el siglo XX. Tras la Segunda Guerra Mundial, bajo la influencia de las potencias ocupantes, optó por una división del proceso de toma de decisiones entre un Estado central y 16 Länder, pero también por un gobierno de coalición a escala nacional y un reparto del poder con un fuerte tribunal constitucional.
El sistema francés: una hipercentralización del poder al borde de la implosión
Francia ha optado por una versión extrema de la fusión del poder.
La Asamblea no tiene libertad para fijar su propio orden del día y puede ser desautorizada —incluso en materia legislativa y presupuestaria— por las decisiones del Presidente. No existe una cooperación significativa entre la izquierda y la derecha. Las regiones pueden reestructurarse o suprimirse a merced del Estado central. Todas las subestructuras territoriales están bajo la constante vigilancia del sistema de prefectos que representan al Estado central y siempre están dispuestos a intervenir.
En apariencia, el Presidente y su administración central son casi todo el país, pero ¿lo son realmente?
El modelo se está llevando al límite. Y la legitimidad de esta monarquía elegida se agota rápidamente.
La calle está sustituyendo a los contrapesos institucionales, que han sido marginados, a menudo con violencia y aclamaciones. La legitimidad de un sistema presidencialista cuyo apoyo real no suele superar el 25% en la primera vuelta de las elecciones se erosiona rápidamente. Por ello, se están posponiendo importantes decisiones estructurales. El rey está desnudo.
Un déficit presupuestario superior al 5% y un ratio deuda/PIB del 110% son una de las consecuencias de esta situación, señal de que el tiempo de la dilación se acaba y de que la crisis financiera es inminente, con consecuencias potencialmente devastadoras para Francia y Europa.
Los partidos políticos no están preparados. En un intento de ganar apoyos, se encuentran encerrados en una puja por beneficios adicionales en un momento en que la participación del Estado en la economía supera ya el 50%, muy por encima de la media europea.
¿Sigue siendo Francia un país tan unificado, supuesto que sustenta la excesiva centralización del poder?
El mapa electoral nos dice otra cosa.
La primera vuelta de las elecciones legislativas nos mostró un país donde las grandes ciudades están dominadas por el centro y la izquierda, pero donde casi todo el campo está dominado por el partido de Le Pen.
Si nos fijamos sólo en el territorio, el paisaje que se dibuja es abrumador: hay una Francia de clase media-baja, menos formada y que gana menos dinero, con visiones culturales más tradicionalistas, que se rebela, gana terreno y se acerca al poder. Por otra parte, París correría el riesgo de verse sumergida por la «provincia» —otro concepto muy francés, sintomático de la hipercentralización—, al igual que Londres se vio sumergida por los territorios del Brexit.
¿Queda todavía tiempo para hacer algo?
Faltan tres años para las elecciones presidenciales de 2027. Todavía hay tiempo para evitar lo impensable: que la extrema derecha se haga con el control de las principales instituciones de poder. Pero sólo si se escuchan y se tienen en cuenta las principales preocupaciones de quienes les apoyan: ¿hay alguien dispuesto a escuchar a estos territorios? ¿Dónde y cómo?
En esta asamblea recién elegida no hay mayoría absoluta. Tampoco es fácil ver cómo podría construirse una coalición estable, dada la fuerza de Reagrupación Nacional y de Francia insumisa en los extremos y la falta de voluntad de los demás para cooperar con ellos de forma estructurada.
¿Es posible imaginar una asamblea con mayorías cambiantes, en función del fondo de cada asunto, como en el Parlamento Europeo?
Sabemos que la ausencia de una mayoría clara para los gobiernos refuerza la cultura parlamentaria: Francia no será una excepción a la regla. Fue cuando David Cameron tuvo que construir un gobierno de coalición con los liberaldemócratas cuando la Cámara de los Comunes empezó a florecer: los ministros estaban sometidos a un verdadero control. Eso sería un comienzo. Pero hay un largo camino por recorrer desde las votaciones con mayorías cambiantes en función de los méritos de cada expediente, como ocurre en el Parlamento Europeo.
También requeriría el establecimiento de una pericia sólida e independiente, como ha hecho el Parlamento Europeo con su servicio de investigación parlamentaria, sus departamentos políticos, su servicio jurídico y las secretarías de sus comisiones, que se han reforzado considerablemente.
El retorno de las guerras culturales
Pero la cultura —y la cultura política en particular— evoluciona lentamente.
En los sistemas demasiado polarizados, «compromiso» es una mala palabra. En Europa, es sorprendente que se puedan identificar países que sufrieron guerras civiles hace varias décadas simplemente observando el comportamiento de sus sistemas políticos. La cooperación y el compromiso requieren un reconocimiento sincero de que el otro también puede tener razón: ésta es la verdadera base del pluralismo, los derechos de las minorías y la democracia.
Es esta reticencia a tender la mano y entablar el diálogo y la cooperación por encima de las líneas partidistas lo que está poniendo a prueba la democracia estadounidense hoy, a pesar de que la mayoría de los distritos electorales han sido protegidos de la competencia electoral mediante la adaptación de sus límites territoriales. En el enfrentamiento entre partidos en circunscripciones no competitivas, los candidatos más radicales ganan en ambos lados —el centro se vacía de su contenido—.
Los sistemas de partidos se construyen en torno a un doble eje: el enfoque económico difiere, con preferencia por el mercado o por la intervención del Estado, y las cuestiones culturales se sitúan en un continuo de valores liberales/libertarios frente a valores conservadores/autoritarios. La nueva brecha cultural es mucho mayor que la económica y dificulta mucho la cooperación. Mientras que socialdemócratas, democristianos y liberales pueden encontrar un terreno común en el centro del sistema, la derecha dura y la extrema izquierda se enzarzan en guerras culturales en las que a veces se moviliza la violencia física. Juntos representan entre un tercio y la mitad de la nueva asamblea.
Perspectivas
Las perspectivas son ciertamente sombrías. El centro-derecha y el centro-izquierda moderados han sido pulverizados por la revolución Macron, pero también han sucumbido a sus propias debilidades y errores.
¿Podrán restablecerse a tiempo como alternativas viables? Esa parece ser la ambición de Raphaël Glucksmann para el centro-izquierda y de Edouard Philippe para el centro-derecha. No hay ninguna garantía de que logren imponerla.
La alternancia política es la esencia misma de la democracia parlamentaria. Un sistema basado en el centro y la extrema izquierda y derecha como únicas alternativas potenciales siempre expondrá al país a todos los peligros posibles.
Tarde o temprano, la alternancia llegará.