En el primer número de L’Incorrect, publicado en septiembre de 2017, el editor escribía lo siguiente: «le llamamos izquierda a todo lo que tiene la cara de Edouard Philippe»1. Ciertamente, mi rostro ha cambiado desde 2017, pero admito, sin reparo, que sigo a la izquierda de la constelación de radicales y de ultraderechistas que L’Incorrect pretendía aglutinar. Esa misma obra deploraba que viviéramos «en un país y en un continente donde, en pocas décadas, se ha establecido una nueva forma de civismo que pretende impedir que los problemas reales se formulen en sus verdaderos y propios términos». Me parece que esta forma de civismo, criticada por L’Incorrect, es, precisamente, el caldo de cultivo que quiere traer el Grand Continent –y nunca me ha parecido desfavorable para la aprehensión de verdaderos problemas y la formulación de buenas preguntas.

¿Y qué hay de «la doctrina de las derechas de nuestros años veinte»? En primer lugar, me gustaría señalar que no soy teórico ni filósofo, sino un abogado de formación que desarrolló una pasión por la historia mucho antes de dedicarse a la política. Y esta formación me ha infundido, sin duda, una cierta prudencia ante las ilusiones de cambios que conducirían a rupturas radicales entre el viejo y el nuevo mundo.

Uno de los primeros pensadores en plantear esta cuestión fue Albert Thibaudet, en su brillante librito Les idées politiques de la France2, publicado en 1932: «La política es cuestión de ideas. Y las corrientes de ideas políticas, familias políticas de mentalidades, están lejos de coincidir con los partidos oficiales y los grupos parlamentarios». También, añadió: «Las vertientes de nuestro espíritu político incluyen una geografía: si los incrementos y las sequías de sus flujos de agua dependen del clima estacional, si, a veces, parecen lagos y, a veces, chorritos, dichos flujos de agua permanecen y la faz del país sólo cambia lentamente».

Nunca ha habido «una» doctrina de las derechas en Francia, sino «derechas», cada una con su personalidad, su sensibilidad, su imaginación histórica, sus líneas rojas y su electorado.

ÉDOUARD PHILIPPE

Le debemos a Thibaudet una primera cartografía de esta pluralidad de derechas, que René Rémond precisó más tarde, con la conocida tripartición que distinguía la derecha legitimista, la orleanista y la bonapartista –y aquel inolvidable debate con Zeev Sternhell, que le reprochaba ignorar la otra derecha, la fascista. En 2005, René Rémond actualizó su libro seminal de 1954 al publicar Les Droites aujourd’hui3, que mostraba el florecimiento de un nuevo ramillete de cuatro o cinco derechas: la derecha contrarrevolucionaria, la derecha liberal, la derecha autoritaria y popular, de raíces gaullistas, la derecha democristiana y la extrema derecha. Esta extrema derecha es la que ha experimentado el ascenso más meteórico desde principios de los años 80, pues combinó nacionalismo y socialismo para ganarse a los votantes de los antiguos bastiones comunistas: una extrema derecha que muchos historiadores han tachado de populista, una extrema derecha cuyos adversarios son todos los liberalismos.

Juan Genovés, Arrastres, 2016, óleo sobre lienzo, 200×150 © Adagp, París, 2023

Para cualquier estudiante serio de mi generación, su pregunta podría parecer, por lo tanto, un poco descabellada: «¿Cómo que «la» doctrina de las derechas? Nunca ha habido «una» doctrina de las derechas en Francia, sino «derechas», cada una con su personalidad, su sensibilidad, su imaginación histórica, sus líneas rojas y su electorado. Más aún, ¿cómo definir «la» doctrina de las derechas europeas? Suponiendo que alguna vez haya existido «una» doctrina que unificara las derechas europeas… ¿El fascismo? Pero era una síntesis de elementos de derecha y de izquierda… ¿O el capitalismo liberal? Pero Albert Thibaudet escribió que el capitalismo es «un oportunismo de intereses», no una doctrina.

En una edición anterior del martes del Grand Continent, dedicada a la doctrina de las izquierdas europeas, François Ruffin señalaba que, en un par de cinco, no es necesario arrancar al cuarto de vuelta a la menor infidelidad. Como las derechas tienen un sentido de la familia bastante quisquilloso, le dejo todo el sabor de las metáforas galantes a la extrema izquierda o a la izquierda republicana. Sin embargo, la honestidad dicta que los matrimonios de amor o de razón no son más fáciles entre las derechas francesas que entre las derechas europeas.

Así que no estoy seguro de que seamos capaces de identificar una doctrina o la doctrina de las derechas europeas en nuestros años Veinte, pero empezaré abriendo algunas preguntas en respuesta a los dos artículos que me pidieron que presentara, el de Giovanni Orsina y el de Klaus Welle.

Primero, la noción de «era postpopulista» de Giovanni Orsina. En un artículo fascinante, explica la desafección por los partidos de derecha o de izquierda moderados por la «sensación de haber perdido el control del propio entorno existencial». Se refiere a la «rebelión de lo pequeño contra lo grande, de lo concreto contra lo abstracto, de lo cercano contra lo lejano, del presente contra el futuro, del mundo vivido contra el mundo pensado» y hace una sorprendente distinción entre «tocar con el dedo» y «rumor». En su opinión, tocar con el dedo, por ejemplo, en el caso del migrante que se instaló en el lobby del edificio, es más importante que oír que los migrantes podrían financiar las pensiones de los ancianos europeos. En su opinión, el gran conflicto político contemporáneo es el que existe entre «una identidad globalista» y las «identidades circunstanciales». Y defiende la teoría de que «el llamado populismo nace, principalmente, de una revuelta contra la antropología globalista».

Estoy de acuerdo con algunos de sus análisis sin seguirlo en todo, en primer lugar, porque el «tacto del dedo», hoy en día y, en particular, entre los jóvenes, pasa mucho por las pantallas. Michel Serres escribió un texto brillante, Petite Poucette, para describir esta nueva humanidad que tiene el mundo al alcance de su mano. Y, en esta experiencia, que se ha vuelto cognitiva, política e, incluso, sensorialmente estructurante desde una edad muy temprana, el tocar con el dedo se une al rumor… Es posible que no sea casualidad que los jóvenes hayan sido pioneros en la concienciación ecológica: no al presenciar el deshielo cerca de su casa, sino navegando por Internet y las redes sociales.

En la experiencia digital, que se ha vuelto cognitiva, política e, incluso, sensorialmente estructurante desde una edad muy temprana, el tocar con el dedo se une al rumor

ÉDOUARD PHILIPPE

También, tengo mis reservas sobre el concepto de una era postpopulista. Giovanni Orsina constata que la marea populista, lejos de retroceder tras la pandemia, se ha afianzado en nuestras instituciones: hemos «romanizado a los bárbaros», según él, defendiendo la idea de que, «si la temporada populista está llegando a su fin», las razones del «llamado populismo» no han desaparecido, lo que invita a pensar en «una política postpopulista».

Por desgracia, tengo pocas esperanzas de que la democracia llegue a librarse de su lado populista. Por supuesto, sus formas y su intensidad pueden variar, pero, desde la antigua Grecia, el populismo ha sido siempre su otra cara, su tentación, su patología más recurrente. La democracia ateniense nos dejó a Alcibíades y a otros demagogos. La República romana tuvo a su Clodio, que se había cambiado el nombre de nacimiento para sonar un poco más «pueblo», ya que lideraba a los «populares«, el partido de los patricios que favorecía a la plebe. Gobernaba Roma como jefe de pandilla, con sus intrigas y sus ataques al orden público. Y, en su carta 97 a Lucilio, Séneca se lamentaba: «Cada época tendrá a su Clodio, pero ninguna época tendrá a su Catón». Sin duda…

Nuestras III, IV y V Repúblicas estuvieron marcadas casi estructuralmente por cesarismos, por olas populistas y por retóricas populistas, cuya fuerza de atracción y destrucción se multiplicó por diez con los medios de comunicación de masas y, luego, con la llegada del Internet. En Le venin dans la plume, Gérard Noiriel revela la relación entre Eric Zemmour y Edouard Drumont: ambos polemistas pretenden encarnar la Francia real iniciando una reescritura de la historia basada en la identidad y denunciando al «partido del extranjero» y a «los puritanos» que, supuestamente, están explotando a una comunidad nacional cuya alma y pureza se deben salvar4.

Juan Genovés, Terrenal, 2016, óleo sobre lienzo, 200×150 © Adagp, París, 2023

Siempre habrá tribunos que adularán y manipularán al pueblo considerándolo plebs y no populus: en otras palabras, como una turba en la que conviene autoproclamarse portavoz suscitando los propios temores e ira y no como un grupo de ciudadanos libres y razonables. Podemos desesperarnos por esto.

Personalmente, estoy bastante convencido de que el populismo no sólo es consustancial a la democracia: quizás sea indispensable para ella. Democracia y populismo siempre han convivido, uno contra el otro, en una forma de simbiosis dolorosa, pero creo que esto también obliga a la democracia a mantenerse constantemente en guardia para evitar que el populismo rompa este equilibrio perpetuamente reafirmado.

El populismo no sólo es consustancial a la democracia: quizás sea indispensable para ella.

ÉDOUARD PHILIPPE

Perrine Simon-Nahum, que escribió Sagesse du politique5, nos recuerda que, por su propia naturaleza, la democracia es un régimen que sólo puede estar en crisis porque se sabe que es imperfecto. Y estoy profundamente de acuerdo con ella cuando nos invita a transformar nuestra mirada sobre la democracia, a dejar de creer que se nos debe algo, que el Estado nos debe algo. El resentimiento que mucha gente siente hacia la democracia, según ella, viene del hecho de que la hemos vestido con demasiada holgura. Y estoy absolutamente de acuerdo con su llamado a dejar atrás las posturas de lamento y  de resentimiento y a comprometernos con una democracia de ideas más que con una de emociones. Como ella, creo que la democracia necesita tiempo y, sobre todo, no fatalismo.

Así pues, no creo que se esté abriendo una nueva era postpopulista y, menos aún, que los progresistas se estén acercando a ella con desventaja. Según Giovanni Orsina, la cultura progresista es, históricamente, «una cultura de lo abstracto, del mundo del pensamiento y de rumores», mientras que, para muchos europeos, la modernidad de los progresistas se ha vuelto inhabitable; de ahí, en su opinión, la ventaja de los conservadores en el umbral de los años Veinte.

¿La modernidad de los progresistas es la que, realmente, se ha vuelto inhabitable? ¿O nuestro mundo es lo que está experimentando un cambio tan rápido y profundo que se ha vuelto incómodamente habitable?

ÉDOUARD PHILIPPE

Responderé a esto con dos preguntas. En primer lugar, ¿la modernidad de los progresistas es la que, realmente, se ha vuelto inhabitable? ¿O nuestro mundo es lo que está experimentando un cambio tan rápido y profundo que se ha vuelto incómodamente habitable?

Lo que nos lleva a la noción de interregno que se utiliza en el Grand Continent. También, en este caso, al principio, lo abordé con cautela porque hace falta cierta audacia para describir la historia en ciernes. Sin embargo, ustedes, en el Grand Continent, tienen ese coraje intelectual. No cabe duda de que las dos últimas décadas –estos «furiosos años veinte», como dicen ustedes– han acelerado las tensiones ecológicas, energéticas, geopolíticas, tecnológicas y sociales. Definitivamente, estamos viviendo una fase de reestructuración global, cuyas coordenadas aún no conocemos bien. Tampoco cabe duda de que esta época de desorden está trastocando el marco y la gramática del debate político a escala europea.

Juan Genovés, Propiedades, 2016, óleo sobre lienzo, 200×150 © Adagp, París, 2023

Desde hace diez o veinte años, nuestras democracias se enfrentan a cuatro fenómenos que las desestabilizan estructuralmente: la emergencia climática, la erosión del poder adquisitivo de las clases medias, una forma de inseguridad cultural ligada con la evolución de los modos de vida y la sensación de que los centros de decisión se alejan. Estas cuatro cuestiones obligan a la derecha a replantearse profundamente si queremos evitar que nuestras democracias sean barridas por el calentamiento climático, por el declive de la clase media, por el repliegue sobre nosotros mismos y por la muerte de la democracia representativa.

Definitivamente, estamos viviendo una fase de reestructuración global, cuyas coordenadas aún no conocemos bien.

ÉDOUARD PHILIPPE

La presión que estas cuatro cuestiones están ejerciendo sobre nuestros paisajes políticos ya es perceptible en casi todas nuestras democracias europeas, donde se observa un movimiento hacia el ala derecha de nuestros tableros políticos y hacia la derecha de la derecha. Un movimiento hacia la derecha al cuadrado, en términos de «extensión» y de «comprensión», diría yo –¡como lingüista aproximado!–, ya que la derecha denota referentes cada vez más numerosos en toda Europa y connota contenidos e imaginarios cada vez más poderosos y atractivos. Es el caso de Italia a Finlandia, pasando por Alemania, Austria, Bélgica y Francia y sin olvidar Hungría y Polonia.

Los nuevos escenarios de la derecha europea parecen, por lo tanto, desfavorables para las derechas moderadas y liberales y parecen propicios para cuestionar los fundamentos de nuestra democracia liberal. La salida de la Unión y el antiliberalismo ya no son sólo temas o colores retóricos, sino realidades que están fragmentando la Unión. Esto plantea cuestiones tácticas, estratégicas y éticas para las derechas europeas, en cada país y en el Parlamento Europeo.

Klaus Welle describe perfectamente esta recomposición, en su artículo, mostrando que, en el seno del PPE, la verdadera línea divisoria se encuentra, hoy, entre los europeos y los nacionalistas. «La estabilidad del sistema político de la Unión Europea depende de la automoderación de los movimientos políticos más radicales hacia el centro», según él, llamando a democristianos y a conservadores a unirse para formar un nuevo conservadurismo que se posicione sobre las «7D», de deuda, defensa, descarbonización, demografía, democracia, digitalización y derisking.

Evidentemente, estoy de acuerdo con él en estos puntos, aunque me llama bastante la atención que, al igual que el Sr. Orsina, les dé preeminencia a los conservadores, como si la derecha fuera intrínsecamente conservadora, como si estuviera destinada a encarnar, para siempre, el «partido del orden establecido» que François Goguel contrapuso al «partido del movimiento» en su obra fundamental sobre la III República6. La idea de la pureza doctrinal de la derecha siempre me ha parecido incierta, fantasiosa y, para decirlo sin rodeos, peligrosa. Y reducir la derecha al conservadurismo me parece igual de peligroso y perjudicial para nuestras democracias europeas. Es evidente que las piezas de doctrina de la derecha están en proceso de reordenación, pero yo, personalmente, abogaría por otros caminos, fuera del repliegue conservador, porque la derecha europea se enfrenta a una paradójica situación de gobierno.

Las piezas de doctrina de la derecha están en proceso de reordenación, pero yo, personalmente, abogaría por otros caminos, fuera del repliegue conservador, porque la derecha europea se enfrenta a una paradójica situación de gobierno.

ÉDOUARD PHILIPPE

En 2001, 13 de los 15 países de la Unión estaban dirigidos por gobiernos de izquierda. Hoy, sólo 5 de los 27 Estados miembros de la Unión tienen gobiernos de izquierda. Así pues, la izquierda europea ha tenido que gestionar la integración de Europa a la globalización liberal y los inicios de la lucha contra el terrorismo mundial, mientras que la derecha europea tiene que enfrentarse a la transición ecológica y a la competencia del capitalismo político chino y americano: ¡es la ironía de la historia o el genio de los pueblos!

Juan Genovés, Desconcertados, 2016, óleo sobre lienzo, 200×150 © Adagp, París, 2023

En los años 90, la izquierda realizó el aggiornamento ideológico necesario para gobernar en este contexto: New Labour, Schröder, la socialdemocracia. En cambio, no veo ningún aggiornamento comparable en la derecha con respecto a los retos que tenemos que afrontar hoy. ¿Dónde está la «segunda derecha» que se pronunciaría enérgicamente sobre el clima y sobre el poder de las democracias liberales? Nada sería peor para los europeos que sufrir una hegemonía de la derecha por defecto, una hegemonía oportunista en una sociedad envejecida y asustada por los peligros del mundo.

Si la derecha europea quiere estar a la altura de su historia y de sus responsabilidades, la verdadera cuestión de doctrina, en mi opinión, es encontrar los pilares ideológicos de una nueva alianza entre liberales y conservadores: el equilibrio que supieron encontrar el PPE, la CDU alemana y la UMP francesa, pero sobre nuevas bases. Si la derecha no logra crear una fuerza de atracción ideológica y política dentro de la familia republicana, temo que la fuerza centrífuga de la derecha populista se trague a los conservadores. Por eso, siempre he abogado, en Francia, por un acuerdo de gobierno entre la mayoría presidencial y la derecha republicana.

¿Dónde está la «segunda derecha» que se pronunciaría enérgicamente sobre el clima y sobre el poder de las democracias liberales? Nada sería peor para los europeos que sufrir una hegemonía de la derecha por defecto

ÉDOUARD PHILIPPE

En mi opinión, esta doctrina de la derecha republicana debería sostenerse en dos piernas, vitales para la Unión:

  • En primer lugar, ¿cómo podemos reinventar el tríptico en el que se basan nuestras democracias reduciendo nuestra huella medioambiental y sin dejar de maximizar nuestra esfera de libertades individuales y de bienestar para la mayoría? En otras palabras, ¿cómo podemos salvar los tres componentes del triángulo de oro de Europa: responsabilidad ecológica, prosperidad colectiva y libertad individual?
  • En segundo lugar, la afirmación de una política de poder plenamente asumida por nuestras democracias europeas. De lo contrario, yo no pondría mucho de nuestra parte en la trampa de Tucídides que se está cerrando entre China y Estados Unidos7.

Puesto que Giovanni Orsina cita a la filósofa Simone Weil, concluiré, también, con esta inmensa filósofa de izquierda. Citó L’Enracinement; por mi parte, evocaré L’Iliade ou le poème de la force8. En el corazón del genio griego, y, por lo tanto, europeo, está L’Iliade, que nos ofrece una meditación sobre la fuerza y, por ende, sobre la servidumbre. Los héroes más valientes lloran al pensar que les arrebatan a sus esposas o a sus hijos, esta libertad, que es su posesión más preciada. Y, cuando los muros de Troya se derrumban, no es sólo una civilización lo que muere, sino hombres y mujeres libres que presencian la demolición de su fuerza interior.

A la derecha europea, nunca le ha costado mucho pensar en la fuerza ni asumirla. Espero que también recuerde, más que nunca, lo necesaria que es la fuerza para preservar las libertades.

ÉDOUARD PHILIPPE

Al invitarnos a releer esta obra maestra, Simone Weil plantea una serie de cuestiones de infinita actualidad. Cuestiones teóricas: ¿cómo salvar el pensamiento cuando está atrapado en las tenazas de las relaciones de poder? ¿Cómo pensar en la fuerza para salvar la justicia? Y cuestiones prácticas: ¿cómo construir una fuerza que encarne la libertad? Simone Weil tenía el impulso de un sentido de lo absoluto, pero estaba totalmente consciente de que defender grandes principios sin tratar de encarnarlos en el mundo real sería la antítesis, la negación de la política. Y, para salir de los callejones sin salida políticos, hay que reflexionar activamente sobre métodos de organización, alianzas, tipos de discurso y acción colectiva.

A la derecha europea, nunca le ha costado mucho pensar en la fuerza ni asumirla. Espero que también recuerde, más que nunca, lo necesaria que es la fuerza para preservar las libertades. Y sólo si es para preservar nuestras libertades.

Notas al pie
  1. Este texto es una elaboración del discurso pronunciado por Édouard Philippe en el Mardi du Grand Continent el 20 de junio de 2023 en la Sorbona.
  2. Albert Thibaudet, Les idées politiques de la France, Paris, Stock, 1932.
  3. René Rémond, Les droites aujourd’hui, Editions du Seuil, coll. « Points », 2005.
  4. Gérard Noiriel, Le venin dans la plume, Éditions La Découverte, 2019.
  5. Perrine Simon-Nahum, Sagesse du politique. Le devenir des démocraties, Editions de l’Observatoire, 2023.
  6. François Goguel, La politique des partis sous la IIIe République, Editions du Seuil, 1946.
  7. Graham Allison, Vers la guerre. L’Amérique et la Chine dans le piège de Thucydide ?, Editions Odile Jacob, 2017.
  8. Simone Weil, L’Iliade ou le poème de la force, Editions Payot et Rivages, Paris, 2021.