¿Por qué cree que sea necesaria una crítica ideológica de Elon Musk?
Creo que los acontecimientos de los últimos días lo demuestran bastante bien. El jueves hubo un evento de muy alto nivel sobre inteligencia artificial en Gran Bretaña, organizado por Rishi Sunak: vimos al primer ministro de Gran Bretaña sentarse a la mesa del hombre más rico del mundo, Elon Musk, para entrevistarlo —con preguntas bastante benévolas, por cierto— y preguntarle cómo debería regularse el futuro de la inteligencia artificial y qué riesgos y oportunidades plantea.
Por un lado, esta persona ha alcanzado un enorme nivel de poder económico, pues logró acumular una colosal fortuna personal, del orden de los 300 mil millones de dólares. Por otra parte, como ilustra el acontecimiento de Londres, ahora se le trata como a un jefe de Estado cuyo Estado no tiene fronteras. Es un empresario, pero sobre todo es visto por muchos como un gurú, un visionario. Por eso es tan importante entender lo que este hombre tiene en mente, para nosotros, para nuestro futuro, para el futuro de la educación y la tecnología.
Por eso, este libro intenta plantear una pregunta, no tanto sobre Elon Musk el empresario, no tanto sobre Musk el ingeniero o el «genio» —de eso habla todo el mundo—, sino sobre Musk el pensador. ¿Qué futuro nos depara este hombre que dice estar tan preocupado por él? Hemos intentado comprender sus raíces culturales, ideológicas, políticas y sociales y cómo es probable que nos afecten a todos.
Sin duda, Elon Musk es una de las personalidades con mayor influencia en la forma en que se retratan los acontecimientos mundiales. ¿Hasta qué punto se le puede considerar un actor geopolítico?
No cabe duda de que es un actor geopolítico. Eso fue lo que sucedió en Ucrania: de él depende que la región tenga o no conectividad, una escena que también se representó en Gaza. El mero hecho de que la conferencia sobre IA celebrada en Londres se centrara en los riesgos existenciales de la IA es significativo. Se trata de un discurso extremadamente delicado e importante que debe manejarse con cuidado: la inteligencia artificial presenta riesgos concretos, todos los días, en los ámbitos de la inmigración, la salud, el bienestar y el trabajo. Son cosas muy concretas.
Pero estas preguntas han quedado relegadas a un segundo plano por el enorme esfuerzo de lobby, imagen y relaciones públicas desplegado por Musk y multimillonarios como él para sustituir los problemas reales por otros hipotéticos. «¿Qué pasaría si la inteligencia artificial se generalizara y se volviera superinteligente? ¿Qué pasaría si hubiera un Terminator corriendo entre nosotros?». Hace unos días, Musk decía en un podcast que los ecologistas extincionistas podrían programar una superinteligencia que acabara con la humanidad para salvar el medio ambiente. Es algo que no tiene sentido cuando sabes que en el mundo real ya hay una inteligencia artificial que detiene a negros por error porque tiene errores de fábrica.
Esto es muy peligroso, porque en los grandes foros internacionales, donde circula el dinero que puede guiar la toma de decisiones políticas, y donde circulan las ideas que configuran la propia forma de concebir la inteligencia artificial en el debate público, son las ideas de Musk las que triunfan.
Ésa es la prueba de que hay que vigilar el poder geopolítico y político de este hombre. La segunda cosa más aterradora de todo esto es que, mientras que en la fase anterior del capitalismo digital se crucificaba a diario a estas personas, CEO o capitanes de la industria, por cosas infinitamente menores, hoy callamos ante cuestiones mucho más importantes. El CEO de una red social como Twitter hace política activa, propaganda política todos los días, y esta persona no está sujeta a ningún control democrático o periodístico adecuado. Ésa es otra manifestación de su poder.
Musk es tan poderoso que en muchos casos resulta incluso difícil reconocer la naturaleza problemática de su posición. ¿Cómo es posible que una persona así pueda hacerse pasar indiscriminadamente por jefe de Estado o cuasi-jefe de Estado en todo el mundo? ¿Cómo es posible que pueda dialogar con dictadores, líderes autoritarios y líderes democráticos sobre cualquier tema y que en vez de exigirle que asuma la responsabilidad de lo que hace, se le pregunte qué deberían hacer los gobiernos y la raza humana? Eso es muy peligroso. Como mínimo, los insto a que problematicen esto.
El mundo de Elon Musk parece una amalgama de ciencia ficción, filósofos y pensadores obsesionados con la idea de las civilizaciones y su declive, como Spengler, Gibbon y Toynbee. ¿Cuáles son las referencias culturales de Musk y cómo funcionan en conjunto?
Son referencias complejas e interesantes. Desde cierto punto de vista, también son especialmente coherentes. Todas tienen una perspectiva amplia y ambiciosa. Son visiones que tienden a preferir hablar de la humanidad en su conjunto, más que de algún tema en particular.
Hay ciclos épicos de ciencia ficción: prefiere el ciclo de la Fundación de Asimov al ciclo de la Cultura de Iain Banks. También aprecia a los filósofos morales que se ocupan de cuestiones que afectan a la humanidad como tal en un futuro lejano: los longtermists. Pero también a las personas que, desde un punto de vista gnoseológico y epistemológico, remiten a un positivismo radical en el que las ciencias duras tienden a asumir un papel primordial en la comprensión del mundo y, por tanto, en cierto modo, en su predicción.
Existe una tentación bastante común en Silicon Valley, al menos entre los técnicos —entre los gurús—, de reducir la política a una cuestión técnica, a la tecnocracia o incluso a la tecnología, o al menos de transformar la política en algo que ya no requiera la mediación de los partidos, los grandes periódicos y los medios de comunicación, a los que Musk se opone en principio. Nos encontramos ante un conjunto compuesto de bagajes culturales que, desgraciadamente, poco tienen que ver con la idea de democracia liberal que hemos llegado a conocer como el menor de dos males: el peor régimen salvo todos los demás, como a veces se dice.
Y esto acompaña naturalmente la fascinación por Musk con un sentimiento de inquietud y de peligro. Eso es lo que quería subrayar. Deberíamos discutir las consecuencias de este bagaje cultural.
Parafraseando a Asimov, usted establece la Ley Cero de Elon Musk: «Elon Musk debe actuar en interés a largo plazo de la humanidad en su conjunto y puede rechazar todas las demás leyes siempre que lo considere necesario para este bien último». ¿Puede decirnos algo más sobre esta paráfrasis?
Sí, esencialmente tiene que ver con la idea de que Elon Musk es un hombre con una misión. No es sólo un empresario cuya ambición sea mantenerse en los reflectores o poder permitirse una vida lo más cómoda posible.
Para comprender plenamente el pensamiento de Elon Musk, es esencial percibirlo como una persona movida por un profundo instinto de conservación, una poderosa fuerza motriz en él, impulsada por la creencia de que su misión es ayudar a salvar el mundo. De hecho, esta perspectiva puede ilustrarse mediante la analogía que he intentado construir con la Ley Cero de Isaac Asimov. Musk, en muchos sentidos, comparte una visión similar a la de los robots de Asimov: entidades de racionalidad ejemplar, utilitarias en grado sumo, cuya esencia misma —comparable a un código genético— está programada para evitar dañar a la humanidad. Están dispuestos a transgredir las normas establecidas, ya sean costumbres, tradiciones o el llamado sentido común, cuando éstas se interponen en el camino del bienestar colectivo.
Esta filosofía de Musk queda patente en su transición del mundo de la ciencia ficción a cuestiones más tangibles, como su campaña contra el «wokismo». En su opinión, esta ideología es uno de los obstáculos que, bajo la apariencia de corrección política o aparente racionalidad, dificulta el desarrollo armonioso de la civilización humana y podría incluso poner en riesgo su supervivencia. Para Musk, la amenaza del wokismo es un riesgo existencial, que pone en juego el futuro mismo de nuestra especie.
Musk habla en nombre de la humanidad. Pero ¿a qué humanidad se refieren sus preocupaciones por el futuro, desde el declive demográfico de los países ricos hasta la idea de una superinteligencia artificial, pasando por el problema de la cultura de la cancelación?
Es una lectura completamente ideológica de la humanidad, una perspectiva que él mismo ha ido afirmando cada vez más, sobre todo en los últimos meses. Esta visión del mundo parece coincidir cada vez más con la de los círculos conservadores, nacionalistas, soberanistas e incluso extremistas.
Musk hace eco de una retórica que hoy podría asociarse a la extrema derecha del espectro político: la defensa a ultranza de la libertad de expresión, la oposición a lo políticamente correcto y preocupaciones demográficas que resuenan con la retórica de cierto espectro político.
Aunque se presente como un observador neutral, ajeno a los juegos políticos, como un individuo, en definitiva, que se esforzaría por captar la realidad tal cual es y buscar lo mejor para la humanidad —y, por extensión, para sí mismo—, sus acciones tienden en realidad a converger hacia ideologías específicas. Sean cuales sean sus motivaciones psicológicas internas, se convierte en portavoz de agendas consideradas extremistas. Y esta realidad es problemática cuando se trata de una figura capaz de hablar con el primer ministro británico como su igual o incluso su superior.
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Uno de los problemas que usted destaca de Musk es el del conocimiento. ¿Cómo sabe Musk lo que tiene que hacer? Si quiere hacer el bien a la humanidad abstracta, ¿qué le permite medir, identificar y calibrar ese bien?
Veo aquí una mezcla de positivismo y largoplacismo. Desde un punto de vista epistemológico, está convencido de que las ciencias exactas son el medio principal y más fiable para comprender el mundo. Sus partidarios y biógrafos, a menudo poco críticos, afirman que defiende el método de los primeros principios, que consiste en descomponer el mundo en sus elementos fundamentales y comprobar empíricamente esos principios, dando un lugar preponderante a la física y, más aún, a la ingeniería, que permite poner en práctica sus ideas.
El propio Musk se ha descrito a sí mismo no como un mero componente del ecosistema, sino más bien como el jardinero que nutre su florecimiento, presentándose como un catalizador del progreso humano. Aunque este positivismo sea evidente en su búsqueda por maximizar la utilidad y el bien común, parece inspirarse más profundamente en el largoplacismo, conceptualizado por pensadores de Oxford como Nick Bostrom y Toby Ord. Esta filosofía moral, vista como una extensión radical del utilitarismo, promueve la idea de situar el futuro lejano de la humanidad en el centro de nuestras consideraciones éticas, y no sólo el de la humanidad actual, sino también el de las generaciones futuras.
Para Musk, este enfoque justifica proyectos ambiciosos como la colonización espacial y el establecimiento de colonias en Marte, con el objetivo último de extender la civilización humana para permitir la existencia de miles de millones de seres humanos futuros cuyo bienestar debe ser nuestra preocupación actual. Según esta visión, nos encontramos en una encrucijada existencial en la que el riesgo de aniquilación de la humanidad podría impedir la realización de este prodigioso potencial, lo que constituiría una inmensa pérdida.
Es una perspectiva que puede verse bajo una luz humanitaria, centrada en el imperativo de la supervivencia de la especie humana. Sin embargo, el cálculo utilitarista subyacente plantea un complejo dilema moral: en la búsqueda del bienestar de un número casi infinito de personas futuras, ¿a cuántos individuos actuales podríamos justificar sacrificar? Esta pregunta plantea cuestiones y controversias éticas cruciales, sobre todo cuando el bienestar futuro se considera a la luz de un imperativo de actuar en el presente.
En el centro de su pensamiento, pues, se encuentran unas raíces culturales problemáticas, una visión parcial de la humanidad y un método cognitivo positivista. ¿Qué visión política emerge, consciente o inconscientemente, de todo esto? ¿Qué emerge de los laboratorios que ya posee Musk, de sus empresas, de Twitter, del proyecto Astra, de las futuras leyes para Marte?
Es una visión política tan ingenua como contradictoria.
Su ingenuidad proviene de una aparente ignorancia de los matices de la filosofía política y la ciencia política, campos en los que la política se practica a menudo como un arte de la negociación y del justo medio. Musk ve la política desde una perspectiva solucionista, casi como una búsqueda de la mejor solución técnica para lograr un resultado racionalmente óptimo. Sin embargo, la política es una cuestión mucho más compleja, que no puede reducirse a una simple solución técnica.
En cuanto a las contradicciones, son flagrantes. Musk ha reivindicado varias etiquetas políticas a lo largo de los años: anarquista, socialista, libertario y, aunque él no se autodenomine como tal, sus posiciones actuales en muchos temas lo acercan claramente al conservadurismo reaccionario.
Es difícil definir a Musk. Ha alternado entre el apoyo a la tecnocracia y la democracia directa, por ejemplo realizando encuestas efímeras en Twitter para solicitar la opinión de los usuarios sobre la gestión de la plataforma, o evocando una forma de gobierno tecnocrático para una futura colonia en Marte. Estos puntos de vista parecen coherentes con su enfoque positivista del conocimiento.
En la mente de Musk, la línea que separa la tecnocracia de la democracia directa es especialmente fina. Para la colonia marciana, prevé una mezcla de ambas, con los primeros colonos, probablemente científicos e ingenieros, tomando las decisiones. Esto plantea la cuestión de si en ese contexto la democracia directa es realmente diferente de la tecnocracia.
Tomando el ejemplo del Movimiento 5 Estrellas, podemos ver que las iniciativas supuestamente democráticas pueden conducir a una forma de tecnocracia por defecto, en la que quienes dominan la tecnología y la información dirigen las decisiones. Los participantes activos en estas democracias directas modernas suelen ser un pequeño grupo de personas con el tiempo y los medios para intervenir en ellas de forma sustancial.
En Twitter, iniciativas como las notas comunitarias pueden dar la apariencia de democracia participativa. Sin embargo, como hemos visto con Wikipedia y otras formas de colaboración en línea, las jerarquías surgen espontáneamente, en función del tiempo disponible y los conocimientos de cada participante.
La verdadera dificultad de este debate radica en que, con todas estas concepciones y declaraciones políticas como telón de fondo, nada hace pensar que Musk valore la democracia en el sentido tradicional del término. Su visión parece muy alejada de la democracia tal y como la entendemos, en el sentido de que parece guiarse más por preocupaciones pragmáticas y tecnocráticas que por un compromiso con los principios democráticos fundamentales.
En términos de modus operandi, contexto cultural y estilo de vida, Musk forma parte de Silicon Valley, como Mark Zuckerberg, Dustin Moskovitz o Saul Bankman Fried. ¿Cómo ha conseguido en los últimos años —desde el Covid, diría yo— destacar entre la multitud? ¿Cómo ha podido un multimillonario agnóstico de la tecnología presentarse como opositor al establishment y convertirse en una figura de la ultraderecha?
Me parece que parte del atractivo de Musk reside en sus intereses, que estimulan fuertemente la imaginación colectiva. A modo de comparación, Jeff Bezos se centra en cuestiones logísticas que, aunque fundamentales, no despiertan el asombro generalizado. Del mismo modo, Mark Zuckerberg se preocupa por la gestión de contenidos sociales que, a pesar de su interés, no despierta la imaginación del público de la misma manera.
Musk, en cambio, evoca conceptos sacados directamente de la ciencia ficción: chips cerebrales, robots sensibles, inteligencia artificial avanzada, coches autónomos y cohetes a Marte. Estas ideas resuenan con los sueños infantiles de los aficionados a la ciencia ficción, con los que miran a las estrellas con una mezcla de miedo, fascinación y curiosidad. Despierta cosas que son, en mi opinión, prepolíticas, preideológicas; toca emociones y sentimientos que forjan una identidad. Creo que ésa es una de las razones por las que se ha creado un culto a su alrededor. Es complicado cuestionar a alguien que parece darle sentido a nuestro mundo, alguien cuyas palabras parecen sacadas de las páginas de una novela de Asimov.
Es más, Musk se ha posicionado como el líder de una comunidad muy específica que incluye a nerds y memeros de 4chan o Discord. Estos individuos lo adoran por su afinidad con los videojuegos, la cultura geek y la tecnología, y por sus apariciones en series de culto como The Big Bang Theory, o en sets de películas de ciencia ficción. De forma deliberada o no, Musk ha creado una imagen de «uno de los nuestros». Sus vínculos con movimientos políticos reaccionarios, conservadores y de extrema derecha son consecuencia de sus convicciones ideológicas.
Pero Musk también encarna el Zeitgeist: es un capitán de la industria en sintonía con una época crítica con los periodistas, desconfiada con los grandes medios de comunicación y escéptica con el poder y la honestidad de las democracias. Refleja una crisis de confianza en las instituciones y expresa la necesidad de pertenecer a una comunidad que se reconozca en un discurso alternativo. Comparte las publicaciones de cuentas generalmente ancladas en la extrema derecha, del mismo modo que recurre a memes y formas de expresarse distintivas y reconocibles.
Ésa es una forma que tienen sus seguidores de distinguirse y afirmar su identidad frente a un mundo que consideran equivocado y dañino para la civilización, que se dirige de vuelta a una forma de “barbarie”. Ésa es una amenaza de la que creen que pueden escapar. Y esto nos lleva a una reflexión casi asimoviana: ¿cómo escapar a esta barbarie? Su respuesta es volver a la razón y a la ciencia, no sólo en los campos tradicionales, sino también en la política y la historia, con la esperanza de predecir y modelar el futuro.
Mientras que Musk resucita todos los grandes mitos de la derecha estadounidense, parece más bien callado sobre China, no la problematiza ni se expone demasiado. Al contrario, a menudo ha sido invitado a hablar en periódicos e instituciones chinas. ¿Cómo encaja Musk en el complejo panorama geopolítico de la inteligencia artificial entre China y Estados Unidos?
Musk está muy interesado en que China siga siendo un actor internacional importante en el campo de la inteligencia artificial. Recientemente elogió a Rishi Sunak por implicar a China en una nueva iniciativa mundial, destacando el papel preeminente del país en diversos planteamientos multipolares en la ONU y otros foros en los que China desempeña un papel central. Musk está encantado con esta colaboración, algo comprensible dada la considerable influencia de China en términos de cuota de mercado y producción, elementos clave a la hora de plantearse la regulación de la inteligencia artificial a escala mundial.
Además, Musk mantiene estrechos vínculos con China no sólo por intereses económicos obvios, sino también porque este entorno le permite compartir perspectivas que podrían ser menos bienvenidas en Occidente. Por ejemplo, en un artículo para una publicación de la agencia china de ciberseguridad, Musk se expresó con más libertad de la habitual sobre el futuro que prevé para sus robots inteligentes, llegando incluso a predecir que sustituirían todas las actividades humanas.
También hay cierto espíritu de rebeldía en Musk, una percepción de que Occidente frenaría ciertos discursos mientras que China adoptaría un enfoque radicalmente distinto. Aunque probablemente no comparta la inclinación autoritaria de China, sí parece ver sus beneficios a través del prisma de un mercado libre de ideas. Para Musk, el enfoque chino del debate sobre la inteligencia artificial podría considerarse benéfico, aunque, de forma paradójica y políticamente cuestionable, China haya tomado la delantera en la regulación de la IA para uso personal y no gubernamental.
En cambio, Musk siente un claro desdén por el modelo europeo, en particular por marcos reguladores como la Ley de Servicios Digitales (DSA) y la Ley de IA, que considera formas de censura, como ha expresado abiertamente.