Desde el inicio de la coalición y, más aún, desde la guerra de Ucrania, se han producido una serie de malentendidos e, incluso, diferencias de opinión entre París y Berlín; usted mencionó algunos de ellos en su editorial de FAZ del 18 de septiembre. ¿Cómo explica este cambio fundamental en las relaciones franco-alemanas a partir de febrero de 2022?
Para comprender el cambio fundamental de la Zeitenwende, no debemos olvidar que Alemania redescubrió, en febrero de 2022, que estaba bajo el paraguas nuclear estadounidense. Una de las primeras medidas políticas adoptadas fue ponerle fin a un debate de diez años y comprar aviones para transportar las bombas nucleares americanas almacenadas en territorio alemán en el marco del famoso reparto nuclear con Estados Unidos dentro de la OTAN. La decisión de comprar los F-35 americanos fue considerada como una primera muestra de desconfianza en Francia, aunque fue, en realidad, una reacción ante la creciente conciencia alemana de su extrema vulnerabilidad.
La cuestión del reparto nuclear está en el centro de las decisiones alemanas, algo que se le olvida a Francia a veces. De esta decisión, se derivan muchas otras, ya que, una vez reafirmado el vínculo transatlántico, nos sentimos cada vez más tentados a colaborar estrechamente con Estados Unidos. La guerra de agresión de Rusia contra Ucrania tomó por sorpresa tanto a Alemania como a Francia, pero, probablemente, a Alemania más que a Francia. En Berlín, los debates sobre la entrega de distintos tipos de armas revelan el temor a una escalada y el deseo de seguir el ritmo de la potencia protectora, Estados Unidos. La política interior americana se examina con gran detalle a través de este prisma.
Por ejemplo, Francia y Gran Bretaña, ambas poseedoras de misiles, han decidido entregar, para Ucrania, misiles Scalp y Storm Shadow, respectivamente, pero Alemania, que dispone de un equivalente aún más moderno en forma de misil Taurus, se abstiene de hacerlo a falta de la aprobación americana. Este enfoque implica un cierto distanciamiento de Francia, tanto así que esta última se mantiene en una posición «prebélica» centrada en la soberanía europea, en particular, en materia de defensa y política exterior. Por el contrario, la Zeitenwende alemana está bien canalizada hacia Estados Unidos como su principal socio militar y fiscal en materia de seguridad. Ésta es, posiblemente, la primera vez, desde la reunificación pacífica de Europa y Alemania, que este país tiene que enfrentar un cambio tan profundo en su entorno. Es lamentable que el diálogo franco-alemán sobre estas cuestiones no funcione. El artículo 4 del Tratado de Aquisgrán de 2019 prevé la convergencia de objetivos y de políticas de defensa. Sin embargo, el alineamiento de Alemania con Estados Unidos en la cuestión de los ataques profundos también tiene una correspondencia con la falta de diálogo entre Francia y Alemania.
Los tratados franco-alemanes se celebran con gran pompa y ceremonia, como el Tratado del Elíseo del pasado enero. Sin embargo, el tratado más reciente, el Tratado de Aquisgrán, a veces, parece haber quedado en el total olvido por sus signatarios. ¿Se firmó en el momento equivocado?
El Tratado de Aquisgrán fue firmado, en 2019, por una gran coalición, cuyo vicecanciller era Olaf Scholz; no obstante, apenas lo menciona. Había sido anunciado en 2017, en el discurso de la Sorbona, y correspondía a un deseo francés de vincular más estrechamente los destinos de Alemania y Francia. Tras el largo periodo de gobierno de coalición, el tratado se negoció con bastante precipitación y los actores no se implicaron tanto. Durante la ceremonia de firma, en el ayuntamiento de Aquisgrán, Angela Merkel declaró que, ahora, habría que darle vida al tratado, como si ya tuviera dudas sobre sus ambiciosas disposiciones. La historia se repite, como ocurrió tras el Tratado del Elíseo, que fue modificado en el Bundestag para incluir un preámbulo en el que se alababa el vínculo transatlántico. Así pues, el Tratado del Elíseo tardó en ir más allá de la cooperación que ya estaba en marcha. El Tratado de Aquisgrán se encuentra en la misma fase: es muy ambicioso y podría servir para avanzar de verdad, sobre todo, en el sector de defensa, pero, en Alemania, no hay una verdadera voluntad de acercarse a Francia en estos ámbitos en tiempos de guerra.
En cierto modo, esta guerra también exige cierta honestidad por parte de los franceses porque demostró una innegable superioridad militar americana. Hoy en día, Francia no tiene capacidad para sustituir a Estados Unidos como socio de seguridad de Alemania. Tanto Francia como Alemania han invertido poco en su defensa porque creyeron que se beneficiarían de los dividendos de la paz. Dado el preocupante estado de la Bundeswehr, cuyo deterioro ha señalado el inspector del ejército, es lógico que el rearme alemán se centre en equipos que estén disponibles rápidamente. Esto no debería significar el fin de programas aún en fase de desarrollo, como el futuro sistema de aviones o el tanque franco-alemán. Francia ha propuesto, incluso, un diálogo sobre la cuestión nuclear sin entrar demasiado en detalles, pero Berlín no ha hecho suya la idea.
Como señala en su artículo, los proyectos de defensa son el principal barómetro de las relaciones franco-alemanas. Sin embargo, mientras que la voluntad política se reafirma siempre en las reuniones interministeriales, las industrias parecen extremadamente reacias a trabajar juntas. ¿Cómo se explica esta desconfianza mutua?
Los grandes proyectos de defensa lanzados en 2017 fueron la respuesta de Angela Merkel hacia la presidencia de Donald Trump. El avión del futuro (SCAF) y el tanque conjunto (MGCS) salieron el 13 de julio de 2017. Ese día, Donald Trump fue recibido en el Elíseo. No obstante, antes, Emmanuel Macron había firmado un acuerdo de principio sobre sus proyectos con Angela Merkel. Era una forma de respuesta ante las preocupantes declaraciones de Donald Trump sobre la OTAN y sobre el fin de una garantía americana de seguridad en Europa. Existe una conexión entre Donald Trump, el miedo de Alemania a quedarse sola y el deseo de lanzar proyectos conjuntos. Sin embargo, en 2019, el Bundestag declaró que existía un vínculo entre los dos proyectos, una simetría, y obligó al gobierno alemán a integrar Rheinmetall en el proyecto de tanques, para contrarrestar la influencia francesa considerada como predominante dentro de la empresa KNDS. Este ajuste resultó bastante desastroso para el proyecto. Es cierto que el nuevo ministro de Defensa de Alemania, Boris Pistorius, que habla francés y que es francófilo, anunció, el 20 de septiembre, en Évreux, que quería seguir adelante con ambos proyectos, pero esta voluntad política no disipa el escepticismo creciente en Alemania, ligado a una percepción divergente de la amenaza. Francia, que dispone de una fuerza de disuasión nuclear, no se considera un país que pueda ser invadido con tanques. Alemania, en cambio, tiene una percepción diferente de la amenaza. Como señaló el ministro Pistorius, la antigua Alemania Occidental estuvo, durante mucho tiempo, en el flanco oriental de la OTAN y se beneficiaba de su protección. Ahora, Alemania considera que su papel consiste en proteger el nuevo flanco oriental de la OTAN.
Es cierto que tanto Alemania como Polonia se benefician del artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte y del paraguas nuclear americano, pero, como no es Alemania quien decide el último recurso, esto hace que se sienta vulnerable ante el escenario de una guerra convencional. En Francia, también hay quienes sostienen que se confía demasiado en la disuasión nuclear, pero no me parece que Francia esté planeando un aumento importante de sus capacidades de carros de combate. En el programa MGCS, Francia sigue muy apegada a un modelo de carro de combate que no sea demasiado pesado, que sea maniobrable y multifuncional y que pueda utilizarse, sobre todo, en operaciones exteriores. Por parte de Francia, el pensamiento militar aún está muy influido por estas experiencias africanas. No parece que se haya tomado muy en cuenta la situación actual en el Sahel.
Han pasado casi dos años desde que la coalición tricolor llegó al poder, pero, a pesar de ello, se sigue hablando de crisis y de desencuentros en otoño de 2023. En su reciente discurso ante los diplomáticos del Auswärtiges Amt, Robert Habeck, ministro de Economía, se refirió a la relación franco-alemana como una «polaridad». ¿Por qué es tan difícil este nuevo comienzo constantemente anunciado?
Para empezar por la declaración de Robert Habeck, hay que decir que se hizo en un contexto especialmente sorprendente. No se dijo durante un acto partidista, sino antes de la conferencia de embajadores, el momento en el que se escucha la voz de Alemania en el extranjero. Así que los envían al mundo para decir que la amistad franco-alemana es una polaridad y no aquello en lo que cree el país. Incluso, el resto de la oración es ambiguo: » […] si Alemania y Francia están de acuerdo, el techo es suficientemente grande para el resto de Europa». Esto puede parecer una actitud paternalista. La caracterización de la amistad franco-alemana como si estuviera en lados o polos opuestos expresa una concepción que puede encontrarse por doquier en la actual coalición: Francia es percibida como un país que no facilitaría las cosas, sino que, a menudo, abogaría por caminos opuestos. Es cierto que, en el plano social, la coalición va por el camino de la modernización «macroniana», pero, en todos los demás ámbitos, no es así.
Tomemos el ejemplo de la energía: tras la decisión de eliminar progresivamente la energía nuclear alemana, Francia y Alemania llegaron a un acuerdo gracias al gas ruso barato, que permitió alcanzar un equilibrio. Hoy, eso ya no funciona, pues Alemania tiene que comprar su electricidad a un precio elevado. Además, esta coalición es mucho más misionera contra la energía nuclear en el extranjero de lo que era la coalición de Angela Merkel. Esta polarización en campos pro- y antinucleares en Europa es preocupante cuando recordamos los inicios de la Comunidad Europea. Jean Monnet hizo hincapié en la centralidad de las cuestiones energéticas, que eran el carbón y el acero (una industria intensiva en energía) en aquel momento.
Otro aspecto preocupante es el cambio generacional en los altos cargos, salvo en el caso del canciller Olaf Scholz. En la siguiente generación, la de Robert Habeck, Annalena Baerbock y Christian Lindner, ya no se habla francés, con la excepción del ministro de Transportes, Volker Wissing. En términos más generales, se ha producido un importante distanciamiento cultural, ejemplificado por el cierre de institutos culturales alemanes (Goethe-Institut) en Burdeos, Lille, Estrasburgo y, en cierta medida, Toulouse. El francés se percibe, ahora, como «elitista» y difícil. Habeck y Baerbock lo aprendieron en la escuela: Baerbock ha hecho algunos esfuerzos por ponerse al día, pero Habeck admite haberse saltado las clases. Esta generación se abre al mundo a través de la lengua inglesa, lo que también ocurre, a menudo, en Francia. Por si hiciera falta una prueba, el Tratado de Aquisgrán se negoció en inglés.
¿Cómo influyen las crisis sociales (protestas de los «chalecos amarillos» en 2019, disturbios en los suburbios en el verano de 2023) en la percepción de Francia en Alemania?
Las crisis que atraviesa Francia son reales y los estallidos de violencia son, por supuesto, notables, pero estropean una imagen, generalmente, positiva de Francia porque la prensa se basa cada vez más en el sensacionalismo y la inmediatez. Cada vez menos gente es capaz de explicar la situación de Francia en Alemania y cada vez más personas se alimentan de estas imágenes debido a su distancia cultural. No obstante, no todo es pesimismo: las encuestas muestran que los alemanes tienen mucha confianza en su socio francés, pero, a algunos de ellos, les preocupa la posibilidad de que Marine Le Pen llegue al poder, por lo que un acercamiento a Francia en el ámbito militar no es necesariamente deseable.
¿Hay algún éxito del tándem franco-alemán que pueda destacarse?
En 2014, tras la anexión de Crimea, Francia y Alemania se situaron al frente de la solución pacífica del conflicto ucraniano (formato Normandía, Acuerdos de Minsk I y II). Los dos países más grandes de la Unión Europea se hicieron cargo de las negociaciones, con el beneplácito de Estados Unidos. Actualmente, se tiende a considerar que su política no ha hecho más que retrasar el conflicto, pero hay que valorar la capacidad de Francia y Alemania para tomar las riendas de un asunto tan vital para el futuro de Europa. Aunque sus esfuerzos no hayan funcionado realmente, le han permitido a Ucrania establecerse como entidad democrática, luchar contra la corrupción y armarse.
La ruptura del 24 de febrero se hace sentir con tanta fuerza porque Francia y Alemania perdieron, definitivamente, su posición de liderazgo en este asunto al cederle la iniciativa a Estados Unidos. Es cierto que Europa ha superado a Estados Unidos en términos de ayuda (militar y de otro tipo), pero Estados Unidos es quien marca la pauta y la dirección. Hoy, Francia y Alemania quieren, objetivamente, lo mismo: se niegan a permitir que Rusia cambie las fronteras y el orden de seguridad mediante la violencia; apoyan a Ucrania y consideran que tiene un lugar en la Unión Europea; han decidido, conjuntamente, las sanciones y el suministro de armas, punto en el que Alemania ha tenido que hacer considerables esfuerzos.
Sin embargo, nuestros dos países no deciden juntos. Lo más importante, ahora, es que Francia y Alemania recuperen este liderazgo no para los demás, sino con los demás. En cualquier caso, no veo apetito para ello en Berlín. En la actual coalición, tampoco queremos dinamitar nuestra relación con París; de ahí, el intento de reconciliación en Hamburgo; por otro lado, también, queremos que Francia acepte que este conflicto exige que Alemania afirme sus lazos transatlánticos.
El hecho de que Alemania haya acogido a tantos ucranianos también influye en la percepción del conflicto, ya que su presencia refuerza la sensación de que se trata de una guerra que concierne al país. Por el contrario, en el debate sobre la política interior francesa, a veces, parece que no hay guerra, como en el debate sobre las pensiones. En Alemania, ya no hay discurso que no haga referencia a la guerra. Si nos fijamos en el debate sobre los misiles de largo alcance, también, resulta sorprendente que no exista, en Francia, un verdadero debate público sobre este tema. En Alemania, por otra parte, hay que controlar cada arma para evitar una escalada.
Usted es corresponsal de FAZ en Francia desde 1998. ¿Cómo resumiría estos veinticinco años y cómo ha visto evolucionar, con el tiempo, las relaciones entre las empresas francesas, más allá de las reuniones entre directivos y de los anuncios?
En los últimos veinticinco años, sobre todo, la Alemania reunificada es la que ha cambiado la relación franco-alemana. Hasta entonces, el equilibrio estaba garantizado. Yo misma comencé mi trabajo durante la cumbre de Niza, cuando Gerhard Schröder reivindicó una población de 80 millones de habitantes, lo que irritó en serio a Jacques Chirac. Además, el relativo declive de la economía francesa y el cambio de modelo económico alemán, que se orientó hacia mercados extranjeros como China y que hizo su primer abandono nuclear optando por el gas ruso, establecieron las bases de la situación actual. Luego, vino la guerra y la cuestión de la protección de Estados Unidos. No existe una ruptura real entre Francia y Alemania, pero la evolución del mundo tiende a distanciarnos aún más.
La situación es tal que Alemania no quiere buscar la autonomía estratégica en materia de defensa que a Emmanuel Macron le hubiera gustado conseguir. Sin embargo, los mecanismos franco-alemanes son lo suficientemente fuertes como para superar los malentendidos y, como somos democracias, los errores de unos serán corregidos por los otros. Sin embargo, cuando se empieza, como lo hizo Emmanuel Macron en 2017, con una serie de iniciativas, la situación con Alemania es muy frustrante. Ya en 2019, hubo una disputa acerba, pero teórica, con Annegret Kramp-Karrenbauer, que, en ese entonces, era ministra de Defensa. Dijo que la autonomía estratégica era una «ilusión»: en aquel momento, esta cita se consideró muy torpe y adelantada al futuro.
Si nos remontamos aún más atrás, muchos de los problemas actuales tienen su origen en el rechazo de Francia hacia la Comunidad Europea de Defensa, en 1954, cosa que condujo a la integración de Alemania a la OTAN y, más tarde, a la instalación del reparto nuclear americano y al acercamiento estratégico.