El gran relato de las guerras de Yugoslavia
En su primera novela, Für Seka, la joven escritora de origen bosnio Mina Hava narra una historia arrolladora sobre la guerra de Bosnia, sobre la vida de los trabajadores inmigrantes yugoslavos en Suiza y sobre el deseo de hacer que el destino propio forme parte de la Historia para encontrar un sentido y un lugar en ella.
En los últimos años, la literatura contemporánea en lengua alemana se ha llenado de novelas sobre las guerras recientes, sobre el exilio y sobre las dificultades para rehacerse una vida; muchas de ellas fueron escritas, a partir de experiencias autobiográficas, por mujeres jóvenes: Nino Haratischwilli, Ronya Othmann, Olga Grjasnowa, entre muchas otras.
Sin embargo, la forma en la que Mina Hava, de 25 años, nacida en Suiza y de familia bosnia, aborda estos temas es nueva y bastante desconcertante. Su novela expresa el deseo de recoger, a través de la escritura, los pedazos de una vida destrozada y de devolverle su sentido situándola en un contexto que va más allá de los destinos individuales. Es una búsqueda dolorosa en la que el lector participa activamente hasta el punto en el que la forma fragmentada de la novela lo obliga a unir las distintas piezas para encontrar una coherencia, una historia con la que pueda identificarse, como –aunque sea un caso muy diferente– un migrante que tiene que orientarse.
Desde la primera página, Mina Hava le hace sentir al lector, literalmente, cómo la ausencia de puntos de referencia puede retorcer la psique humana, cómo los recuerdos pueden invadir la mente y darle vueltas y vueltas.
Compuesta de breves párrafos, esta novela relata numerosos acontecimientos históricos, entremezclados con recuerdos familiares, letras de canciones, documentos de archivo y referencias literarias cuya yuxtaposición no parece seguir ninguna lógica en un primer momento.
La novela comienza con los horrores del campo de prisioneros de Omarska, una ciudad minera del norte de Bosnia-Herzegovina, donde los serbios encarcelaron y torturaron a entre 5000 y 7000 bosnios y croatas durante la guerra de Bosnia de 1992. Sin transición, el lector se entera de que la madre de Seka está hospitalizada tras el suicidio de su sobrino. Luego, está la historia de la mina de Potosí, de la que esclavos latinoamericanos extrajeron plata en los siglos XVI y XVII, lo que conformó la fortuna de los colonizadores españoles.
Poco a poco, la historia empieza a tomar forma y el lector comprende quién es esa Seka a la que está dedicada esta novela. El alter ego de la autora, Seka, también nació en Suiza y procede de una familia bosnia que llegó a los campos de Berna en los años 80, como muchos otros temporeros yugoslavos de la época. La vida como trabajador inmigrante es difícil, en especial, para los hombres de la familia, empezando por el hermano de Seka, que dejó la escuela para escribir poesía y hundirse en la depresión, un hijo fracasado, según el padre, que fue incapaz de rehacer su vida en Suiza y que acabó por canalizar su odio a sí mismo contra su familia acosando a sus hijos y a su mujer.
Madre e hija compartían la experiencia de la impotencia. Habían identificado al padre como un «órgano de violencia», cosa que Seka descubriría, más tarde, con Herta Müller. Cada una por su lado. Solas, sin hablar de ello: ésta era la experiencia que las unía. Por un lado, las unía un sentimiento de tristeza y, por otro, la rabia que las llevaba a querer matar.
Además de la violencia contra las mujeres, en esta novela, se abordan otros fenómenos observados en los niños de familias inmigrantes, como la «huida a un mundo imaginario» y la «transferencia transgeneracional».
Ninguno de estos obstáculos impide que Seka quiera vivir y comprender lo que le ocurrió a su familia y al pueblo bosnio. Por eso, se traslada a estudiar a Leipzig e intenta rehacer su vida sentimental, pero fracasa. Se enferma de cáncer de mama; nuevas cicatrices se añaden a las numerosas heridas que, con el tiempo, resultan demasiado profundas para cerrarse del todo.
Y lo mismo ocurre con los países cuya historia ha estado marcada por la guerra u otras formas de violencia. Como explica Mina Hava en su novela, los paisajes también tienen cicatrices y basta con cavar para descubrir lo que hay abajo. Y, por fin, entendemos por qué hace la conexión entre la mina de Omarska y la mina de Potosí. La destrucción irreversible del hombre y de la naturaleza es lo que las une a través de los siglos:
La mina de Potosí fue el prototipo. Sirvió de modelo para miles de minas que funcionarían del mismo modo. La extracción de mercurio, necesario para la extracción de plata, ya había contribuido a la destrucción del medio ambiente. Con la plata, llegó la riqueza. Con la corona española, llegó la cruz. Trescientos años después, llegó la mina de Omarska. También, aquí, se cavó y se cavó.
En los tiempos de Tito, excavaban en busca de dinero; tras la guerra de Yugoslavia y las masacres de Omarska, excavaban en busca de cadáveres; ahora, la mina pasó a manos del gigante siderúrgico Mittal Steel, que sigue excavando en busca de mineral de hierro. Y, así, la historia continúa como si nada hubiera pasado.
Para Mina Hava, en cambio, el sentido de seguir excavando es sacar a la luz los episodios oscuros de la historia para hacer algo con ellos. Como ella misma explica en su novela, «excavar no significa otra cosa más que anhelar encontrar algo». Podría ser nuestro lugar en el mundo o, tal vez, el comienzo de una respuesta a lo absurdo de la guerra. Lo importante es no olvidar.