La ofensiva de esta semana es un nuevo episodio de un conflicto que ya lleva tres décadas. ¿Sigue formando parte de la secuencia abierta por el colapso de la Unión Soviética?

Sí, por supuesto. Tras la disolución de la URSS, en diciembre de 1991, iniciada por tres de sus principales repúblicas –Rusia, Ucrania y Bielorrusia–, se firmaron rápidamente acuerdos que garantizaban la inviolabilidad de las fronteras y el respeto de la integridad territorial. Los dirigentes armenios y azerbaiyanos figuraban entre los firmantes. Los georgianos, inicialmente, ausentes debido a un golpe de Estado, se unieron, poco después, a la comunidad de Estados independientes.

No obstante, las tensiones persistieron. Algunas minorías étnicas exigían un cambio de estatus para su región o el traspaso de tutela de una república a otra, con Azerbaiyán y Armenia como ejemplos destacados; otras, como los chechenos, buscaban la independencia.

Estas tensiones salieron a la luz con el fin de la URSS, pero, en realidad, tienen raíces históricas mucho más profundas, relacionadas, en particular, con la conquista de estos territorios por la Rusia zarista y con la posterior demarcación de sus fronteras bajo Stalin. El debate sobre el estatuto de Karabaj, por ejemplo, se remonta a 1920. En el Cáucaso, la historia es una herramienta poderosa: cada nación recurre a ella para legitimar y anclar sus reivindicaciones territoriales, aunque la veracidad de ciertos argumentos está abierta al debate entre los historiadores.

El debate sobre el estatuto de Karabaj se remonta a 1920.

JEAN RADVANYI

¿Este fuerte sentimiento de arraigo en la región es una respuesta a los años de dominación soviética, periodo en el que muchas personas fueron desplazadas a la fuerza y en el que el Estado central negó cualquier forma de expresión nacional?

Este resurgimiento nacionalista ha sido innegable desde el final de la Unión Soviética. Sin embargo, es necesario aclarar la cronología porque no todo empezó en 1989. El nacionalismo armenio, azerbaiyano (en ese entonces, conocidos como tártaros caucásicos) y georgiano tuvieron sus orígenes en la época zarista. Hacia finales del siglo XIX, se formaron movimientos patrióticos georgianos, armenios y azeríes para reclamar derechos dentro del Imperio zarista.

De hecho, cada vez que el Estado dominante se debilita, como ocurrió en 1917-1918 y, de nuevo, en 1988-1990, la expresión de estos movimientos nacionalistas se intensifica. Esto condujo, por ejemplo, a un breve periodo de independencia de Georgia, Azerbaiyán y Armenia, entre 1918 y 1921. El final de la era soviética acentuó aún más este fenómeno, ya que se observaron movimientos nacionalistas no sólo entre los quince pueblos que obtuvieron su independencia en aquella época, sino, también, entre los «súbditos» de la Federación de Rusia. Además, en la mayoría de estos Estados, había minorías étnicas o religiosas con sus propios programas, reivindicaciones y organizaciones políticas.

¿Cómo las políticas y reformas soviéticas, en particular, las de Gorbachov, configuraron y resucitaron reivindicaciones territoriales históricas entre Armenia y Azerbaiyán y cuáles fueron sus implicaciones a lo largo del tiempo?

Es esencial recordar que, en la era soviética, las cuestiones nacionales eran tabú. El régimen socialista soviético abogaba por la fraternidad entre los pueblos y aspiraba a la fusión de las naciones. Todo se orquestaba bajo la dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética. No se toleraban movimientos nacionalistas. Sin embargo, existían, ocultos porque, si se expresaban, eran castigados y sus líderes podían ser encarcelados o, incluso, ejecutados.

A medida que el poder empezó a debilitarse, estos movimientos cobraron fuerza, sobre todo, a raíz de las reformas de Gorbachov. A partir de 1988, se produjo un aumento espectacular de movimientos nacionalistas en todas las repúblicas. En esta época, también, se empezó a plantearse la cuestión de las minorías, sobre todo, en el Cáucaso. En Georgia, están los abjasios y los osetios; en Azerbaiyán, están, principalmente, los armenios, aunque hay otras minorías en el norte y el sur del país. Armenia, que era la más homogénea en aquel momento, incluía, no obstante, una minoría azerbaiyana y kurda.

Es esencial recordar que, en la era soviética, las cuestiones nacionales eran tabú. El régimen socialista soviético abogaba por la fraternidad entre los pueblos y aspiraba a la fusión de las naciones.

JEAN RADVANYI

Entonces fue cuando empezaron a resurgir viejos agravios. Los armenios, en particular, impugnaron las decisiones que tomó Stalin en 1920: la asignación de Najicheván y Karabaj a Azerbaiyán, a pesar de que, en este segundo territorio, había una gran mayoría de armenios. Concretamente, los armenios de Karabaj se sentían discriminados, sobre todo, en las escuelas, en los medios de comunicación y en la vida política, lo que los llevó a exigir su anexión a Armenia. Estas reivindicaciones, que surgieron a finales de los años 80, provocaron enfrentamientos muy violentos entre las dos comunidades, incluido un pogromo antiarmenio en Bakú, en 1988. La situación se degeneró hasta el punto en el que el ejército soviético tuvo que intervenir en varias ocasiones.

En resumen, no fue la desintegración de la URSS lo que creó estas tensiones, sino que, en gran medida, eran anteriores a dicha desintegración. No obstante, la desaparición de la URSS significó que esas tensiones nacionalistas se desataron por completo, sobre todo, porque el ejército soviético ya no existía y, por lo tanto, ya no podía ponerle fin a la violencia intercomunitaria. La retirada de las fuerzas de intervención, decidida por Yeltsin, marcó el inicio de una guerra a gran escala que duraría tres años hasta un alto al fuego a favor de los armenios, en 1994. Para entonces, el ejército armenio estaba mejor organizado y contaba con más apoyo de su diáspora: al final del conflicto, controlaba alrededor del 13 % del territorio de Azerbaiyán, incluida la región de Karabaj y los territorios adyacentes.

Esta situación se confirmó con el acuerdo de 1994, aceptado por los armenios, pero rechazado por Bakú. Los dos presidentes sucesivos de Azerbaiyán, Heydar Aliyev y su hijo, Ilham Aliyev, siempre han insistido en la integridad del territorio azerbaiyano. Insistieron en volver a las fronteras de 1991 y declararon, repetidamente, que, si la cuestión no podía resolverse por la diplomacia, tendría que resolverse por la fuerza. Podemos ver que han cumplido con su palabra.

Los dos presidentes sucesivos de Azerbaiyán declararon, repetidamente, que, si la cuestión no podía resolverse por la diplomacia, tendría que resolverse por la fuerza. Podemos ver que han cumplido con su palabra.

JEAN RADVANYI

¿Cómo sobrevivieron las reivindicaciones nacionalistas durante el periodo soviético, a pesar de estar proscritas por el Estado central?

Los pueblos tienen una memoria persistente, que no siempre depende de lo que digan los libros de texto oficiales. Esto se observa, por ejemplo, en los ucranianos, que recuerdan la violencia que sufrieron bajo el dominio ruso durante siglos. Durante el periodo soviético, aunque este recuerdo era totalmente tabú y aunque los libros que podrían haber sido sus receptáculos fueron censurados, la memoria sobrevivió.

Luego, cuando uno le echa un vistazo a la historia soviética, nos damos cuenta de que la prohibición no siempre fue uniforme. Bajo Stalin, cualquier referencia a estos temas o a estas reivindicaciones estaba absolutamente proscrita, pero, bajo Jruschov, durante el periodo de deshielo, empezaron a resurgir diversos elementos, aunque no siempre a través de un trabajo científico riguroso. La disidencia que surgió en los años 60 podía estar teñida de nacionalismo. Los escritos empezaron a circular, sobre todo, en las repúblicas, donde el control era, a veces, menos estricto que en Moscú. En general, las lenguas sobrevivieron. Estudié el cine de las repúblicas bálticas soviéticas, así como el de Georgia y Armenia. El sistema soviético era extremadamente autoritario y cerrado, pero algunos creadores de talento, ya fueran músicos, cineastas o escritores, lograron expresar, a la vez, ideas dentro de este estricto régimen y preservaron sus lenguas y ciertos aspectos de su cultura.

Además, las burbujas de la memoria se conservaron, a veces, de forma distorsionada o mitificada: muy a menudo, su preservación se debió a la labor de redactores que escribieron sobre ellas sin llegar a publicarlas. Por ello, los periodos de apertura –y, en particular, el momento Gorbachov– se caracterizaron por su resurgimiento. A finales de la década de 1980, se manifestaron en forma de panfletos nacionalistas con reivindicaciones, algunas veces, extremas. Estos escritos reavivaron preocupaciones y cuestiones enterradas mucho tiempo atrás. Preocupaciones concretas, como el trato a las minorías, el acceso de determinados estudiantes a la enseñanza superior y la lengua de enseñanza en la escuela y la universidad, seguían muy vivas.

Los pueblos tienen una memoria persistente.

JEAN RADVANYI

¿Cómo se debate el legado soviético en los Estados que obtuvieron su independencia en 1991?

Varía mucho. En un extremo, la posición de los Estados bálticos ha sido clara desde finales de los años 80 y principios de los 90: quieren la independencia y la autonomía, al mismo tiempo que critican la política soviética bajo Stalin y sus sucesores. Consideran que el periodo soviético ya terminó y no pretenden volver a él. Fuera de los Estados bálticos, las opiniones han evolucionado con el tiempo. Aunque una gran parte de la población no desea, en absoluto, volver al periodo soviético, existe cierta nostalgia, sobre todo, entre las personas mayores, de una vida percibida como más pacífica. El hecho es que la opinión pública de los países postsoviéticos se inclina más hacia las democracias occidentales que hacia la URSS de antes de 1991.

¿Las revoluciones de colores fueron una verdadera ruptura con el pasado? ¿Se sigue sintiendo su legado?

Por un lado, las revoluciones de colores no tuvieron lugar en todos los países; Azerbaiyán, por ejemplo, no experimentó ninguna. En segundo lugar, en el mundo postsoviético, los países y los regímenes han evolucionado de forma heterogénea. Algunos de ellos, como Georgia y Armenia, respetan relativamente bien las normas democráticas: celebran elecciones periódicas, aunque hay presiones y corrupción considerables; tienen sistemas multipartidistas con oposiciones que tienen derecho a expresarse a través de la prensa y los medios de comunicación. Formalmente, estas democracias parecen funcionar bien, con alternancia en el poder.

Sin embargo, los ciudadanos no juzgan únicamente en función de estos criterios. También, analizan la evolución del nivel de vida y la manera en la que ciertos dirigentes se aprovechan del sistema. Aunque los avances democráticos son apreciados, no garantizan la estabilidad política. Ha sido evidente en Georgia en los últimos años y es, actualmente, el caso de Armenia. La liberalización postsoviética, tanto política como económica, ha creado nuevas desigualdades. Esto puede explicar el rechazo de ciertos líderes, como Saakashvili, el expresidente georgiano. A pesar de sus políticas liberales, el daño causado en el seno de la población ha provocado el rechazo de una parte de ella hacia el modelo occidental. En resumen, la situación socioeconómica del mundo postsoviético aún no se ha estabilizado y las grandes crisis, como la de Karabaj, complican aún más las cosas.

La situación socioeconómica del mundo postsoviético aún no se ha estabilizado y las grandes crisis, como la de Karabaj, complican aún más las cosas.

JEAN RADVANYI

Encerrada en una guerra a gran escala que ha deseado y provocado, ¿Rusia aún es capaz de tener influencia en el espacio postsoviético?

Rusia no ha dejado de dar muestras de debilitamiento, sobre todo, en el Sur del Cáucaso. Este declive está ligado con el gran fracaso, bajo Yeltsin y Putin, de su política sobre lo que Moscú denominaba el «extranjero próximo». Nunca han logrado establecer una política equilibrada hacia sus vecinos en el seno de la Comunidad de Estados Independientes ni en los demás organismos creados sucesivamente. Éste es el fracaso más grave de la política exterior rusa.

Una de las principales razones de este fracaso es la diferencia de tamaño, de riqueza y de potencial económico entre Rusia y sus vecinos. Esto llevó a Rusia a creer que, naturalmente, debía tener una voz más fuerte. Aunque Yeltsin pudo haber previsto una estructura similar a la de la Unión Europea para los antiguos Estados soviéticos, esta visión nunca se hizo realidad. Los rusos han presionado bastante para que se les dé prioridad a sus propuestas, pero no ha funcionado.

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Además, Rusia no ha reconocido ni comprendido la complejidad de su relación con otras naciones, sobre todo, en términos de historia, cultura y lengua. Nunca ha asumido algunos de los aspectos más oscuros de su historia, ya sea zarista o soviética, incluida la forma en la que se integraron diferentes regiones, a menudo, por la fuerza. Peor aún: bajo Vladimir Putin, ha acogido esta retórica neoimperial más que nunca, hasta el punto de participar en varias guerras de agresión, contra Georgia y, por supuesto, contra Ucrania.

El principal problema para los rusos es que han pasado por alto un factor crucial: ya no son los únicos actores influyentes en la región. Desde la disolución de la URSS, otros Estados han tratado de establecer alianzas en otros lugares para equilibrar la presión de Rusia. Esto ha ocurrido en Ucrania, los Estados bálticos, Kazajstán, Asia Central y el Cáucaso. Cada Estado sigue su propia agenda. Por ejemplo, Azerbaiyán, como nación de habla túrquica, ve a Turquía como un aliado natural, en especial, porque Turquía ha querido establecer una influencia panturca en la región desde principios del siglo XX, lo que ha creado tensiones con países como Armenia. Por ello, cada nación busca nuevos aliados: Georgia hacia la Unión Europea y Estados Unidos; los países bálticos y Ucrania también, etcétera.

El principal problema para los rusos es que han pasado por alto un factor crucial: ya no son los únicos actores influyentes en la región.

JEAN RADVANYI

En cuanto a Armenia, se encuentra en una posición delicada. Por un lado, la visión panturca de Turquía y las aspiraciones geopolíticas de Azerbaiyán, en particular, su deseo de crear un corredor terrestre que atraviese territorio armenio, alimentan esta animadversión. Además, el aislamiento geográfico de Armenia acentúa su distanciamiento, lo que la priva de oportunidades económicas y estratégicas y lo que la hace dependiente de rutas de tránsito que, a menudo, están bajo control hostil. Además, aunque Armenia puede contar con el apoyo de su poderosa diáspora, sobre todo, en Francia y Estados Unidos, tiene dificultades para encontrar aliados poderosos en la escena internacional. La mayoría de los principales actores mundiales permanecen indiferentes ante su situación, lo que deja a Armenia en una posición vulnerable. Y sus relaciones con Rusia, aunque sean potencialmente beneficiosas, están teñidas de ambigüedad. Moscú, ya sea con Yeltsin o con Putin, ha pagado, a menudo, por su apoyo y, a cambio, le ha exigido concesiones económicas, políticas o militares. Este tipo de relación, en la que la ayuda está condicionada, coloca a Armenia en una posición delicada y la obliga a hacer malabares entre sus aspiraciones de soberanía y las exigencias de una gran potencia.

Lo que demuestra la secuencia actual es que, además de debilitarse a sí misma, Rusia está debilitando a sus aliados, lo que, a su vez, debilita aún más su posición en esta zona.

Los conflictos que desgarran esta región repercuten directamente en los vecinos de la Unión Europea, pero ésta se muestra, sorprendentemente, discreta. ¿Por qué le resulta tan difícil a la UE hacer oír su voz?

Varios factores pueden explicar esta reserva. Históricamente, aunque la región no está muy lejos de Europa, los países europeos no han tenido una presencia fuerte en ella. Por supuesto, ha habido intervenciones esporádicas, como las de alemanes y británicos durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, la postura de los países occidentales, en particular, de la Unión Europea, se ha percibido, a menudo, como hipócrita. Por ejemplo, poco después de la independencia de los países del Cáucaso, en la década de 1990, la Unión Europea firmó acuerdos en los que planteaba principios contradictorios: la integridad territorial con Azerbaiyán y el derecho de los pueblos a la autodeterminación con Armenia.

Esta contradicción es evidente en la cuestión de Nagorno-Karabaj. Por un lado, Azerbaiyán quiere recuperar el control de esta región; por otro, Armenia quiere integrarla. A pesar de sus buenas intenciones, la Unión Europea se enfrenta a una contradicción fundamental en su política. Además, dado que Azerbaiyán es un país rico en petróleo y gas, los Estados miembros de la Unión se resisten a ofenderlo y prefieren proteger sus propios intereses económicos.

Históricamente, aunque la región no está muy lejos de Europa, los países europeos no han tenido una presencia fuerte en ella.

JEAN RADVANYI

Los intentos de mediación, como los del Grupo de Minsk, no han logrado producir un compromiso duradero. En este contexto, la Unión Europea favoreció, a menudo, las buenas relaciones con Bakú y Ereván, en lugar de abordar de frente el problema planteado por la intransigencia aterradora de ambas partes. Los azerbaiyanos tenían una fuerte postura antiarmenia y apoyaban la idea de restablecer la tutela de Azerbaiyán sobre Karabaj. En los últimos treinta años, desde 1994, se sucedieron declaraciones muy agresivas que demostraban que no era concebible ningún compromiso. La parte armenia era igual de cerrada. Durante años, se vinculó con el recuerdo del genocidio, lo que transmitió la idea de que no se podía confiar ni en los turcos ni en los azeríes. También, consideraban que habían ganado la guerra en 1994 y que Karabaj y los territorios circundantes eran, definitivamente, armenios. El único intento serio de compromiso tuvo lugar en 1997, cuando Levon Ter-Petrossian, entonces presidente de la República, trató de encontrar una solución negociada considerando la posibilidad de ceder algunas partes del territorio que había ganado. Sin embargo, se vio frustrado por la oposición encabezada por los líderes de Karabaj. Y, durante veinte años, no se tomó ninguna iniciativa seria para preparar a la opinión pública para un posible compromiso.

En 2020, la situación se complicó aún más cuando Azerbaiyán decidió emprender acciones militares con el apoyo de nuevos aliados, en especial, de Turquía. Ante esta ofensiva, Armenia se encontró aislada y Rusia, a pesar de sus obligaciones como miembro de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, no intervino. En cuanto a la Unión Europea, cayó en la trampa de sus propias contradicciones, lo que se repitió esta semana.

¿Cuáles son los posibles escenarios para el futuro del espacio postsoviético? ¿Qué oportunidades existen para la resolución pacífica de conflictos y tensiones?

Hay dos factores principales por considerar en relación con el futuro del espacio postsoviético. En primer lugar, la política rusa. Desde la época de Yeltsin, ha surgido una estrategia rusa dirigida a explotar las tensiones en sus vecinos. Aunque algunas de estas tensiones se remontan a la época zarista, las políticas de Yeltsin y Putin han tratado de explotar estos conflictos locales para hacer avanzar la agenda rusa. Así ocurrió en Osetia del Sur y Abjasia. En ocasiones, los rusos intervinieron directamente para apoyar determinados movimientos secesionistas porque consideraban que servía para sus intereses, en particular, para debilitar a sus vecinos o impedir que entraran a la OTAN.

Aunque Rusia puede estar bien situada para resolver diplomáticamente algunos de estos conflictos, se encuentra en una mala posición cuando participa ella misma en las hostilidades apoyando a los separatistas.

Sin embargo, cada conflicto tiene sus características específicas. En el caso de Karabaj, parece posible una solución diplomática, sobre todo, si las autoridades de Karabaj aceptan la tutela de Azerbaiyán, un cambio importante en comparación con sus predecesores. No obstante, quedan muchas interrogantes, como la forma en la que se preservará a la población armenia de Karabaj y el estatuto que se le concederá. Hay declaraciones azerbaiyanas que sugieren diferentes estatutos de autonomía, pero el riesgo reside en las posibles presiones de Bakú para reducir el número de armenios en Azerbaiyán.

Hay declaraciones azerbaiyanas que sugieren diferentes estatutos de autonomía, pero el riesgo reside en las posibles presiones de Bakú para reducir el número de armenios en Azerbaiyán.

JEAN RADVANYI

La situación es compleja. El regreso a la situación previa al año 1991 parece inconcebible para muchos armenios. Los sangrientos conflictos han dejado profundas cicatrices. Los actores internacionales, como la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia, tendrán un papel crucial a la hora de garantizar el respeto de los derechos de los armenios en esta nueva configuración.