La guerra en Ucrania y las crecientes tensiones en la región Indo-Pacífica están transformando la posición estratégica de la Unión. Mientras empieza la Presidencia española del Consejo de la Unión Europea, interrogamos a once expertos y dirigentes sobre el rumbo de la Unión y los seis meses que nos aguardan.
Para considerar estas cuestiones dentro de una perspectiva multidimensional, les pedimos que se posicionaran en una escala de 1 a 5 (1 no, para nada; 5 sí, absolutamente) respondiendo a dos afirmaciones:
1. Desde la invasión de Ucrania y la unidad de la reacción occidental, el momento que atravesamos y la Presidencia Española del Consejo contribuirán a acelerar la transición geopolítica de la Unión, profundizando su autonomía estratégica
2. La autonomía estratégica requiere definir una posición común a nivel de la Unión sobre Taiwán
Pol Morillas
(P1) 3,5/5 | (P2) 2/5
Si por transición geopolítica de la UE entendemos un cambio drástico en su capacidad de hacer frente a la inestabilidad en su vecindario, y el uso de instrumentos de gestión de crisis de manera concertada y estratégica, entonces la guerra de Ucrania ha sido un revulsivo para la política exterior europea. La unión ante la agresión rusa, incluyendo múltiples paquetes de sanciones adoptados por unanimidad y el uso de mecanismos conjuntos como el European Peace Facility para proveer de asistencia militar a Ucrania, hubiesen sido imposibles en otras crisis y circunstancias. También el cambio de paradigma respecto a la relación con Rusia, uno de los elementos tradicionalmente más divisivos en la política exterior europea. En términos de respuesta inmediata y alcance de la misma, la UE ha dado un gran paso adelante en su capacidad de ser un actor internacional.
Pero la transición geopolítica requiere algo más: que el alineamiento estratégico entre estados miembros sea duradero y que los mecanismos de acción conjunta se conviertan en estructurales. En estos términos, las posiciones respecto a la autonomía estratégica, la relación con Estados Unidos y la OTAN, o las relaciones a largo plazo con otras potencias internacionales se leen aún bajo prismas estratégicos diferentes entre los estados miembros. Y seguirá siendo así. Sobre todo cuánto más estructurales se vuelvan las crisis y menos fácil sea que la movilización extraordinaria de instrumentos en el corto plazo determine la capacidad de la UE de ser un actor geopolítico en el largo. El riesgo sigue siendo el vacío creciente entre la necesidad que Europa hable el lenguaje del poder, y la voluntad política y las capacidades reales para llevarlo a cabo. Por esto a la UE le conviene mantener su aproximación actual a China, y por extensión su posición respecto a Taiwán, bajo la tríada de “socio, competidor y rival”. En Taiwán, “events, dear boy, events”, determinarán la posición de la UE, y sería ingenuo pensar que, sin ellos, Europa será capaz de definir una posición común ex ante distinta a la actual.»
Ana Palacio
(P1) 2/5 | (P2) 2/5
Es cierto que en este año hemos visto progresos encomiables en coordinación y esfuerzo común en la Unión Europea. Estos progresos van desde la conciencia compartida de que la atroz conducta del ejército de Putin en Ucrania traspasa las más elementales fronteras de la decencia humana, hasta las señales concretas de las instituciones en términos de la conexión a nuestra red eléctrica o el roaming para el nuevo país candidato, pasando por el apoyo de los Estados miembro al esfuerzo de guerra. Sin embargo, las proclamas (muy francesas) sobre autonomía estratégica ni se traducen en hechos. Ni siquiera el couple franco-allemand funciona en este punto: basta recordar -ya en la era post-Zeitenwende– la European Sky Shield Initiative -liderada por Berlín, en la que no participa Francia (frente a un proyecto similar liderado por París con tecnología europea)-, y la compra reciente por el Bundeswehr -monto de 8.400 millones de dólares- no de aviones europeos, sino de F35 estadounidenses. Hemos de tener en cuenta, además, que el centro de iniciativa -si no de gravedad- se ha trasladado al este, a Polonia y los Bálticos; y que en estos países, la visión de seguridad pasa por Estados Unidos. Que buscan, ante todo, estrechar relaciones con Washington. Por último, y en cuanto a la función de coordinación e impulso de la Presidencia española, hemos de lamentar el peso de las elecciones anticipadas.
La autonomía estratégica requiere, ante todo, contenido. En primer lugar, mediante avances en nuestras políticas escindidas: desde energía -donde la seguridad energética (y su corolario de asequibilidad) se mantienen en manos de los Estados miembro mientras la sostenibilidad es competencia transferida a “Bruselas”-, hasta la política comercial -que, aunque formalmente comunitarizada, acaba teniendo que pasar por los Parlamentos nacionales-. Además, precisamos progresar sobre el fondo de la defensa y la política exterior. Taiwán es parte -importante y simbólica- de este panorama.
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Claudi Pérez
(P1) 4/5 | (P2) 5/5
A la pregunta sobre la transición geopolítica, mi respuesta es un 4 esperanzado, animoso… pero quizá poco realista. Porque en realidad no estoy tan seguro de que sea así, pero sí creo que debería ser así. La Comisión Europea ha hecho grandes esfuerzos al respecto, y presenta una hoja de servicios más que aceptable. En la práctica, sin embargo, detrás de esa agenda hay graves problemas nacionales. El patinazo de Emmanuel Macron en China, con sus desafortunadas declaraciones sobre Taiwán, demuestra que el presidente francés es ahora mismo una suerte de pato cojo mucho antes de tiempo. La falta de liderazgo de Scholz en Alemania, con continuos rifirrafes con los socios de coalición en política exterior, deja muy descabezado ese objetivo de transición geopolítica. Alemania tiene un problema profundo: su modelo económico, basado en subcontratar la seguridad a Estados Unidos, la energía a Rusia y la demanda de sus productos a China, se ha desvanecido: la consecuencia es que en estos momentos Alemania no está para liderar nada. Italia, el tercero en discordia, está dirigida por una neofascista: mala cosa. Von der Leyen, a pesar de las trabas de Charles Michel y de las dificultades en varios de los socios fundamentales de la UE, ha hecho pasos decididos hacia la autonomía estratégica. Pero ojo. La autonomía estratégica necesita muchísimo dinero. Las palabras están ahí. Pero rascarse el bolsillo es más difícil.
A la segunda pregunta mi respuesta es un 5 rotundo. Que es lo contrario que estamos teniendo. Macron ha metido la pata hasta el garrón, en plena guerra de Ucrania. Como casi siempre, el presidente francés va por libre: tras las grandes palabras de charol del europeísmo hay un personalismo muy acusado que no ayuda en nada a la Unión. En Alemania, Scholz está chocando con los Verdes en este asunto. Hay tiempo: no creo que Taiwán vaya a ser un problema este año; los chinos no van a forzar la mano mientras haya unas elecciones en el horizonte en las que aspiran a mejorar su posición con esa mezcla de instrumentos políticos y propaganda tan propia de Xi. Si no lo consiguen, habrá lío. O Europa va con una posición común muy definida o su autonomía estratégica quedará muy desdibujada en una maraña de dudas poco respaldada por los hechos. Y cuando se avecina un conflicto los hechos pesan más que las palabras.
Manuel Muñiz
(P1) 5/5 | (P2) 4/5
Claramente la guerra de Ucrania ha obligado a la Unión Europea a actuar de manera más geopolítica. No solo se ha implementado el mayor paquete de sanciones de la historia de la UE, sino que además se han usado herramientas y fondos comunitarios para apoyar a una de las partes en el conflicto: Ucrania. A través del European Peace Facility se ha establecido un mecanismo de provisión de armamento, otro tabú que esta crisis se ha llevado por delante. Siempre habrá quien diga que esto no es suficiente pero, honestamente, es un cambio radical en la manera en la que la UE se relaciona con sus vecinos.
Si Europa quiere tener peso en el mundo es evidente que debe tener una posición concreta sobre el asunto geopolítico más delicado en estos momentos, que es la relación con China. Y no tener una posición sobre Taiwán es equivalente a no tener una posición sobre China.
Arancha González Laya
(P1) 2,5/5 | (P2) 1/5
Creo que la autonomía estratégica de la Unión Europea avanza menos rápido de lo que sería deseable y necesario, pero menos lento que los peores augurios de quienes a menudo, por razones ideológicas, se oponen a una Unión más responsable de su destino también en política exterior. Porque creo que lo que está en juego es la capacidad de la UE para ser un actor más responsable y por lo tanto pertinente en el mundo. Un actor con voz propia.
Entre los avances, hemos visto unidad de acción de la UE frente a Rusia, con la adopción de importantes paquetes de sanciones, incluyendo en materia de energía; hemos visto avances europeos en la descarbonización energética; los miembros de la UE han aumentado significativamente su gasto de defensa incluyendo la compra conjunta de material de defensa para Ucrania y el lanzamiento de varios proyectos comunes en el sector de la defensa; la UE ha ejercido un liderazgo claro en las negociaciones climáticas internacionales creando puentes entre Estados Unidos y China.
Entre las tareas pendientes de la UE: decidir cuál va a ser su postura ante la gran rivalidad entre Estados Unidos y China que es hoy el elemento estructurante de las relaciones internacionales. La presidenta de la Comisión Europea ha avanzado su posición: reducción de riesgo pero no desacople. Queda por definir qué significa en la práctica el “de-risking».
Una mayor responsabilidad europea en política exterior necesita de una política clara y consistente con respecto a Taiwán, y la Unión Europea la tiene: se resume en “política de una sola China”.
Así se han pronunciado líderes europeos como el Canciller alemán Scholz, la Presidenta de la Comisión europea Von der Leyen, el Presidente francés Macron o el Alto Representante Borrell. La UE no cuestiona esta política. Pero la Unión Europea no puede ser indiferente hacia Taiwán. Es de suma importancia para el comercio internacional. Es vital para la paz y la seguridad global. Por eso en estos momentos de volatilidad geopolítica es importante rebajar la tensión, evitar provocaciones así como dejar claro que la UE rechazará cambios del estatus quo por la fuerza.
Máriam Martínez-Bascuñán
(P1) 5/5 | (P2) 5/5
El hecho de que la Presidencia española del Consejo sea de fin de legislatura antes de las elecciones al Parlamento Europeo del próximo año puede hacer acelerar algunas estrategias surgidas al calor de la guerra de Ucrania que podrían ser cuestionadas con un cambio en la correlación de fuerzas de las instituciones europeas. Si la marea conservadora y ultra sigue avanzando y se afianza tanto en el Parlamento como en la cúpula de poder comunitaria probablemente el eje que organice y señale las prioridades políticas también cambie en función de una visión que anteponga el repliegue nacionalista frente a otra que persiga mayor integración y europeísmo.
La autonomía estratégica será uno de esos campos de batalla, e implica básicamente que Europa quiere ser un tercer polo o una «potencia de equilibrio» en la disputa de la dupla sino-estadounidense. Autonomía estratégica respecto a Taiwán significa que Europa tendrá una posición propia, debe valorar si los casos de Ucrania y Taiwán son similares, como pretende fijar EEUU, pero también debe valorar el riesgo de que una posición contraria a esa línea pueda debilitar la implicación norteamericana en la Guerra de Ucrania.
Ruth Ferrero
(P1) 3/5 | (P2) 2/5
La transición geopolítica de la UE comenzó hace ya tiempo. Ya en el año 2020 tanto Von der Leyen como Borrell plantearon la necesidad de avanzar hacia una Europa más geopolítica. Se manifestaba de manera implícita algo de lo que los líderes europeos eran conscientes desde hace tiempo. El fracaso de la propuesta de Europa Amplia sostenida sobre la exportación del modelo normativo como instrumento de transformación de la vecindad europea comenzó a cobrar fuerza ya tras las Primaveras Árabes en la frontera sur, y por la situación que se vivía en el Donbass desde 2014. La pandemia primero y después la invasión rusa de Ucrania han acentuado la sensación de fragilidad y dependencia externa del proyecto europeo en sectores esenciales como es el energético, el de suministros y el de la defensa. La reacción a la emergencia sanitaria dio los primeros pasos en la construcción de la autonomía estratégica con la compra conjunta de deuda, pero la situación en la frontera oriental y el contexto internacional de división en bloques ha acentuado todavía más la necesidad de avanzar de manera rápida en esa dirección. Sin embargo, no considero que ninguna presidencia rotatoria del Consejo de la Unión sea determinante, puesto que no es la que marca la dirección política. Además, en este caso, coincide también en que nos encontramos ante una presidencia de fin de legislatura por lo que más apremiante es el cierre de los expedientes pendientes, como puede ser el Pacto Europeo de Migración y Asilo. En este sentido la propuesta de la Presidencia Española de Autonomía Estratégica Abierta puede ayudar a preparar el marco para avanzar, no tanto en la transición geopolítica, pero sí en la transición geoeconómica gracias a los planes de reindustrialización y de transición verde, no es el mismo caso en el ámbito de la defensa donde la UE continuará dependiendo de las decisiones estratégicas que marque la OTAN liderada por Washington.
En torno a la posición sobre Taiwán: sería algo interesante, siempre y cuando esa posición común se adoptara al margen de las demandas procedentes del marco euroatlántico que presionan para que la UE se alinee con sus objetivos estratégicos. En todo caso, una posición común en relación a Taiwán tiene que estar siempre acompañada de una posición común también en relación con China. Ambas posiciones deben ser coherentes y compatibles, pero especialmente deben ser netamente europeas.
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Carlos Corrochano
(P1) 3/5 | (P2) 3/5
El adelanto electoral en España dificulta cualquier previsión al respecto. A la espera de conocer el resultado del próximo 23 de julio, en caso de una victoria del bloque progresista, la Presidencia española podría suponer un paso modesto en la transición geopolítica de la Unión, siempre que España sea capaz de explicar que el futuro del proyecto europeo, en su aspiración democrática y federal, depende de su capacidad de avanzar, de forma paralela, en los planos social y geopolítico. En el caso contrario, un eventual Gobierno de las derechas conduciría al repliegue a un atlantismo sin sustancia ni programa, continuador del desnortado Concepto Estratégico de la pasada Cumbre de Madrid. Sea lo que fuere, Europa no puede confiar en las garantías de seguridad estadounidenses. Mientras dependamos de los Estados Unidos, no podremos vivir con tranquilidad. ¿Qué sucedería con la OTAN si Donald Trump gana en 2024? ¿Qué sucederá, ante un escenario de victoria demócrata, con un Estados Unidos que muestra, cada vez más, intereses divergentes en el escenario global? Necesitamos una voz propia y una lectura autónoma del mundo ante el desorden actual de la globalización y la criminal agresión del régimen de Moscú al pueblo ucraniano. Necesitamos superar tanto el “antiimperialismo unidireccional”, esa fórmula de campismo contemporáneo acuñada por Balibar, Dardot y Laval, como el automatismo belicista carente de una estrategia a medio plazo. Con esos objetivos, Europa debe, en lo más inmediato, sostener la solidaridad integral con Ucrania, reforzando, al mismo tiempo, la vía diplomática para alcanzar una paz justa y duradera, tal y como es definida por la Asamblea General de las Naciones Unidas, y siempre alineada con las aspiraciones del pueblo ucraniano. Con las luces largas, la UE debe desacoplar de manera gradual la defensa europea de la OTAN, priorizando el desplazamiento de las responsabilidades de seguridad de un espacio atlántico inestable a un espacio europeo de seguridad sujeto a control democrático, al servicio de la ciudadanía europea y no de los balances de la industria armamentística del continente.
En el contexto geopolítico actual, caracterizado por las tensiones crecientes en el área del Indo-pacifico, Europa debe poner en marcha una diplomacia activa que presione a China para que el status quo de Taiwán no se modifique, en ningún caso, por la vía unilateral o militar. En todo caso, es necesario hacer un matiz importante: la autonomía estratégica requiere, antes que nada, definir una posición común, y propia, sobre el papel de China en el mundo contemporáneo. Sabemos que China es, para la UE, de forma simultánea, un “socio cooperador”, un “socio negociador” y un “competidor económico”. Este análisis, buen reflejo de la ambivalencia con la que se percibe el ascenso de China en gran parte del mundo, debe servir como base para construir una posición nueva y propia, alejada de la nueva beligerancia estructural de Washington y más cercana a los anhelos de la ciudadanía europea, que, según la última encuesta del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, muestra una actitud más abierta hacia el gigante asiático. El diálogo con China es imprescindible, por ejemplo, para construir unas relaciones comerciales más sostenibles y para avanzar en la lucha contra la emergencia climática. Europa debe encontrar una interlocución autónoma y pacífica, cooperativa pero crítica con China, en defensa de nuestros valores, principios e intereses, alejados siempre de toda veleidad militar.
Emilio Ordiz
(P1) 3/5 | (P2) 5/5
El momento ayuda y la presidencia española será interesante precisamente por eso, pero para que la UE se convierta en un actor geopolítico relevante hace falta bastante más que una coyuntura determinada. No veremos de forma clara la voluntad de que la Unión tenga autonomía estratégica hasta que el escenario sea, por así decir, estándar. No sería la primera vez que la UE olvida avances o retos porque “ya no hacen falta”. La autonomía estratégica, como la integración europea en su conjunto, es una carrera de fondo. Ahora la UE va a buen ritmo, pero la meta está todavía lejos.
Sí, sobre Taiwán y sobre los asuntos de política exterior en general. Ese es desde luego el escenario ideal, lo que no quiere decir que se vaya a conseguir porque la complejidad de poner de acuerdo a 27 Estados miembros es muy alta. Es casi utópico, de hecho. En todo caso, la afirmación es correcta: no hay autonomía estratégica completa (o al menos avanzada) si hay divisiones en cómo posicionar a la UE en el mundo.
Juan Manfredi
(P1) 5/5 | (P2) 5/5
España ha crecido en la esfera internacional desde 2019. Ha contribuido a la respuesta multilateral y ha apostado la unidad de acción europea, tanto en la provisión de recursos como en el mundo de las ideas. El Pacto Verde Europeo, la dimensión medioambiental y energética de la diplomacia multilateral o las migraciones son prioridades españolas que encuentran acomodo en la Europa geopolítica.
La presidencia española se presenta como una oportunidad para avanzar en dos ejes. El primero es económico. No habrá autonomía estratégica si no existe una auténtica industria tecnológica y defensa distribuida por todo el territorio. No es asunto de las firmas radicadas en Francia, Alemania e Italia. La seguridad principia en la economía y la industria. Y la digitalización de procesos y decisiones es el único camino.
El segundo es el impacto geográfico. Hay que huir del eurocentrismo y las etiquetas (ring of fire!) para ofrecer soluciones compartidas a la vecindad sur y los Balcanes. La relación con América Latina es la puerta de entrada para ganar influencia en el nuevo mundo que viene. El principio de soberanía y las reglas multilaterales son activos sólidos y alejados del paternalismo. Y lo que vale para Ucrania nos valdrá para Taiwán.
En síntesis, la presidencia española es clave para apuntalar el proyecto estratégico de la UE antes del ciclo electoral de 2024 incluyendo el Parlamento Europeo, Estados Unidos, Taiwán, Rusia y Ucrania.
Áurea Moltó
(P1) 3/5 | (P2) 5/5
La transición geopolítica de la UE y la búsqueda de la autonomía estratégica es un proceso en curso que no se consolidará por el impulso de una presidencia concreta. Tendrá que sobrepasar obstáculos, sobre todo la diferente visión de la seguridad y del papel de la Unión por parte de los países miembros, pero es un proceso imparable.
Absolutamente. Si la UE quiere tener un papel en cualquier escenario que se presente en Taiwán necesita una posición común y clara. Otra cosa es que esa posición recoja, de manera común, algunos matices que reduzcan el nivel actual de hostilidad entre China y Taiwán y posibiliten un diálogo. En cualquier caso, es preciso que la posición de la UE parta de la defensa de la democracia taiwanesa. Una posición sobre Taiwán es, sin duda, una manera de situarse en la relación con China.