Las elecciones presidenciales en Estados Unidos siempre han sido un asunto espinoso para los europeos. Hay mucho en juego y tienen poca influencia sobre los millones de votantes estadounidenses que deciden. Sin embargo, desde la elección de Donald Trump, en 2016, las tendencias populistas y nacionalistas dentro del partido republicano han dado a entender que la existencia misma de la relación transatlántica puede estar en juego en las elecciones presidenciales estadounidenses.
No es una idea descabellada. Actualmente, los dos principales candidatos a la nominación republicana (Donald Trump y el gobernador de Florida Ron DeSantis) han insinuado que, como presidentes, abandonarían el compromiso de Estados Unidos con Ucrania. La historia sugiere que las promesas de las campañas presidenciales estadounidenses tienden a cumplirse. Si un cambio en la política estadounidense diera como resultado la victoria rusa en Ucrania, podría muy bien destruir la idea misma de que Estados Unidos está comprometido con la defensa europea.
Sin embargo, por supuesto, la alianza atlántica sobrevivió al paseo de carnaval del primer mandato de Trump, en parte, porque amplios segmentos de la clase política exterior republicana no compartían la visión de Trump sobre los aliados. De cara al futuro, el debate sobre política exterior con el partido republicano es, en efecto, más matizado que las poses políticas machistas de los candidatos.
Entonces, ¿qué significaría una administración republicana para la política exterior estadounidense?
La revolución Trump
El legado duradero de Trump en la política exterior del Partido Republicano proviene menos de una postura política específica que de la forma en la que cambió la relación entre la élite de la política exterior y la base de votantes del partido. Antes de 2016, cualquier candidato presidencial republicano sentía que necesitaba el apoyo de, al menos, algún segmento de esa élite para atraer al electorado. Necesitaba una multitud de generales retirados y exfuncionarios canosos que lo apoyaran en los mítines y que salieran en televisión para afirmar, en tono serio, que al candidato se le podía confiar el botón nuclear. Este enfoque limitaba sus opciones de política exterior a un espectro bastante estrecho de política internacionalista que prevalecía dentro de la élite republicana de política exterior.
Trump se negó a jugar a este juego. Al parecer, creía que su conexión directa con los votantes republicanos significaba que no importaba lo que las eminencias de Washington y los generales manipulados pensaran sobre su capacidad de liderazgo. La élite republicana de la política exterior, los llamados «Never-Trumpers«, reaccionaron con furia y lanzaron el blob equivalente a un arma nuclear: una serie de cartas firmadas por docenas de prominentes profesionales republicanos de seguridad nacional en la que proclamaban que Trump no era apto para servir como comandante en jefe.
Resultó ser un momento de «emperador sin ropa». Las cartas no tuvieron casi ningún impacto en el electorado y Trump pasó a ganar la nominación republicana y, luego, la presidencia. Y la élite de la política exterior republicana perdió, de manera permanente, su influencia política sobre candidatos presidenciales republicanos. Hoy en día, los candidatos republicanos diseñan una política exterior dirigida, sobre todo, a asegurar la base republicana y a ganar, primero, la nominación y, luego, las elecciones generales. Los expertos republicanos en política exterior o se suben al tren o se quitan de las vías.
Los diktats de la base
La política exterior no es una preocupación central del electorado estadounidense. Como residentes de un país con vecinos amistosos, grandes océanos protectores y miles de armas nucleares, no necesitan temer que el mundo se entrometa directamente en sus vidas a la manera de, por ejemplo, los ucranianos o los coreanos. Los encuestadores pueden convencerlos para que expresen sus opiniones sobre cuestiones de seguridad regional, como si Irán debería tener un arma nuclear. No obstante, por lo general, sus opiniones sobre estas cuestiones no están profundamente arraigadas y no determinan su voto.
Las excepciones son las pocas cuestiones de política exterior que afectan la vida del votante republicano promedio. Entre estas cuestiones, destaca la inmigración, que Trump convirtió en el eje de su campaña de 2016, pero incluyen otras cuestiones en la frontera de la política exterior e interior, como el comercio, la política económica exterior hacia China y, cada vez más, el enfoque de Estados Unidos sobre el cambio climático. En estas cuestiones, los candidatos republicanos se ven bastante limitados por las preferencias un tanto rígidas de la base. Podemos confiar en que todos los candidatos presidenciales republicanos competitivos adoptarán, más o menos, el mismo enfoque al respecto. Favorecerán una política de inmigración restrictiva, una política comercial nacionalista y adoptarán una línea muy dura en la protección e, incluso, la recuperación de la producción industrial y de las industrias estratégicas frente a China. En cuanto al clima, los candidatos republicanos han interiorizado plenamente la exigencia de su base de evitar costosos esfuerzos para llevar a cabo una transición energética y, de hecho, mantener bajos los precios del gas mediante el aumento de la producción de combustibles fósiles.
La libertad de las tribus
Estos dictados siguen dejándoles mucha libertad en política exterior a los candidatos republicanos y a cualquier presidente republicano. En muchas de las cuestiones que les importan a los europeos, incluida la postura de Estados Unidos ante la invasión rusa de Ucrania, los candidatos republicanos tienen una gran libertad para diseñar una política, en gran medida, libre de limitaciones de política electoral. Aunque estas cuestiones no se destaquen, por definición, en las elecciones presidenciales, pueden ayudar a los candidatos a distinguirse unos de otros.
De hecho, existe todo un firmamento intelectual sobre política exterior dentro del partido republicano. Para poner un poco de orden en ese caos intelectual, vemos tres enfoques básicos. Un ala «restrictiva» favorece un enfoque estricto de «Estados Unidos primero». Desconfían profundamente de los compromisos en el exterior y de las alianzas enredadas que, en su opinión, muchas veces, han instrumentalizado el poder de Estados Unidos al servicio de aliados cuestionables. Desprecian el parasitismo y los foros multilaterales y adoptan un enfoque muy transaccional de la política exterior.
Un bando «prioritario» se centra en el desafío hegemónico de China y pretende subordinar todos los demás esfuerzos de política exterior a ese imperativo primordial. Los prioritarios tratan de reducir otros compromisos de política exterior, en especial, en Medio Oriente y Europa, con el fin de preservar recursos para el problema de China. Evalúan a los aliados en función de su utilidad y compromiso para apoyar el enfoque estadounidense sobre China.
Y, por último, un bando «primacista» pretende continuar con el enfoque tradicional de liderazgo estadounidense en todas las regiones estratégicas del mundo, en especial, Europa, Asia Oriental y Medio Oriente. Los primacistas tienden a favorecer el papel estadounidense en casi todos los problemas de las regiones estratégicas. Consideran que los aliados y las alianzas son un amplificador esencial del poder estadounidense y tratan de garantizar su continuidad y fortaleza en todo el mundo.
Donald Trump, a pesar de toda la incoherencia de su administración en política exterior, es claramente un restrictivo. Aborrece las alianzas y los compromisos exteriores y adopta un enfoque estrictamente transaccional para todo en su vida, desde la relación de Estados Unidos con la OTAN hasta su propio matrimonio. Su decisión de 2019 de no responder al ataque iraní contra la instalación petrolífera más importante de Arabia Saudita, un país que creía haber cultivado con éxito su apoyo personal, lo dice todo.
El enfoque exterior de su principal contrincante, Ron DeSantis, es un poco más misterioso. A pesar de sus antecedentes militares y de su paso por el Congreso de Estados Unidos, el gobernador de Florida aún se muestra reacio a adoptar posturas en política exterior que vayan más allá de las dictadas por su base. Su reciente incursión en la política rusa ilustra los escollos. En 2014, le dio la espalda, por primera vez, al perfil de halcón ruso que había desarrollado como congresista y describió la guerra rusa en Ucrania como una disputa territorial en la que Estados Unidos no tenía por qué involucrarse. Esta descripción generó tal reacción que posteriormente «aclaró» sus declaraciones subrayando que Vladimir Putin es, no obstante, un criminal de guerra. Esto aportó poca claridad, pero aún le permite ofrecerles esperanza a los seguidores de las tres tribus e implica que irá hacia donde sople el viento en cuestiones de política exterior en general.
La mayoría del resto de los candidatos republicanos actuales y potenciales -incluidos Nikki Haley, Asa Hutchinson, Mike Pompeo y Mike Pence- son primacistas más tradicionales. Pretenden volver al enfoque tradicional y representarían la mayor continuidad con la administración de Biden, que se ha inclinado cada vez más por definir la política exterior estadounidense como un conflicto ideológico entre un bloque de democracias liderado por Estados Unidos y un bloque autoritario liderado por China y Rusia.
Republicanos en el poder
No es sencillo traducir todo este debate republicano sobre política exterior durante la larga campaña en una predicción de cómo gobernaría un presidente republicano. Trump, al fin y al cabo, sólo gobernó de forma irregular mientras fue presidente. Sin embargo, las promesas de campaña presidencial tienden a cumplirse y los presidentes, una vez en el cargo, suelen tener un enorme control sobre la política exterior. En su mayor parte, deberíamos esperar que un presidente republicano gobierne como se postuló y que, en política exterior, nunca se aparte de las preferencias de la base republicana.
Si las preferencias restrictivas de Trump no se manifestaron plenamente durante su mandato como presidente, se debe a que carecía del personal y la comprensión de la maquinaria gubernamental para aplicar plenamente su preferencia. A lo largo de su mandato, empezó a encontrar lugartenientes más leales y competentes, capaces y dispuestos a aplicar una política exterior más moderada. Así pues, en su segundo mandato, se produciría una revolución más completa en política exterior. Esto comenzaría, sin duda, con su enfoque hacia Rusia. Una de las pocas posturas inamovibles de Trump en política exterior ha sido su constante adoración por Vladimir Putin y su casi igual de constante aversión por Ucrania. A estas alturas, poco importa si el enamoramiento de Trump por Putin se debe al kompromat o, simplemente, a la envidia de un pene autoritario. Podemos esperar que, como ya prometió, uno de sus primeros actos de política exterior como presidente sea forzar a Ucrania a un compromiso con Rusia para ponerle fin a la guerra.
Cualquier otro candidato republicano es más difícil de predecir. Sin embargo, aunque no estén bien representados entre los candidatos, los prioritarios pueden ser los que mejor representen el futuro de la política exterior republicana en el gobierno. El enfoque de prioritarios como Josh Hawley y J.D. Vance sobre China proporciona un pegamento que puede unir las facciones dispares. China sirve de conexión directa entre la voluntad de liderazgo de los primacistas y el deseo de los restrictivos de promover la deslocalización y la reindustrialización del corazón de Estados Unidos. Esto implica que cualquier presidente republicano, como mínimo, le prestará mucha menos atención a la guerra de Ucrania y exigirá mayores contribuciones europeas para que Estados Unidos pueda centrarse en China. Ese presidente republicano, probablemente, reservará un lugar especial en el infierno para líderes europeos, como el presidente francés Emmanuel Macron, que quieran forjar un camino europeo independiente sobre China.
En general, cualquier presidente republicano será menos multilateral, menos complaciente con el cambio climático y estará centrado en China con mayor rigor que la administración de Biden. Además, Trump cuestionará la noción misma de alianza transatlántica y, probablemente, dejará sin sentido el compromiso de Estados Unidos con la seguridad europea. Por supuesto, está lejos de ser inevitable que Trump o cualquier candidato republicano gane las elecciones presidenciales de 2024. Sin embargo, es una posibilidad e, incluso si el presidente Biden persevera, una de estas tres filosofías republicanas de política exterior acabará por volver al poder en Estados Unidos. Los europeos deberían estar preparados.