En la historia de la relación de los Países Bajos con la integración europea, pueden distinguirse tres periodos principales1. El primer periodo (de 1950 a 2000) se caracteriza por el idealismo comunitario; el segundo (de 2000 a 2016), por un cierto desencanto; el tercero (de 2016 a la actualidad), por una nueva creencia, más pragmática y laica, menos ideológica.  

Idealismo

El primer periodo es, claramente, el más largo. Sin embargo, los primeros tiempos de la integración comunitaria holandesa fueron vacilantes. La acogida del Plan Schuman en los Países Bajos, en 1950, para el que no se había consultado a La Haya, fue, más bien, tibia. Del mismo modo, su participación en la CECA no fue muy convincente. En el caso de Holanda, esto era comprensible: a principios de la década de 1950, era un país tradicionalmente oceánico y neutral que desconfiaba de las grandes potencias europeas. Su protestantismo, a pesar de una población con un 40 % de católicos, era más afín al mundo anglosajón. Por ello, el país se sentía incómodo con este giro hacia el continente. No obstante, esto cambió pronto. Al no poder seguir dependiendo de Indonesia, la economía holandesa se hizo cada vez más dependiente de Alemania, facilitada por un acuerdo bilateral de libre comercio en 1949.

Así como Francia perdió su idealismo supranacional, en 1954, con el fracaso de la Comunidad Europea de Defensa en la Asamblea Nacional, los Países Bajos descubrieron el suyo. En 1955, el ministro de Asuntos Exteriores Jan Willem Beyen presentó un plan de integración económica de los seis países fundadores de la CECA. Este plan era tan ambicioso que, en lugar de una integración sectorial, como proponían Jean Monnet y Robert Schuman, abogaba por la creación de un verdadero mercado económico integrado, empezando por una unión aduanera. El Plan Beyen, que se convirtió en la base del Memorándum del Benelux en la Conferencia de Messina (1955), quedó consagrado en el Tratado de Roma por el que se creó la Comunidad Económica Europea en 1957.

Así como Francia perdió su idealismo supranacional, en 1954, con el fracaso de la Comunidad Europea de Defensa en la Asamblea Nacional, los Países Bajos descubrieron el suyo.

TOM DE BRUIJN

Sin embargo, este idealismo europeo era sólo parcial: en realidad, se limitaba a la integración económica. En el ámbito político y militar, los Países Bajos siguieron una política claramente atlantista y, a veces, más monárquica que la del rey, es decir, en una línea menos europea que la preconizada por Estados Unidos. De ahí, la feroz oposición de los Países Bajos ante el plan Fouchet de unión política europea del general De Gaulle, por un lado, y su firme apoyo a la adhesión británica a las Comunidades Europeas, por otro, lo cual (como señaló De Gaulle) era un tanto contradictorio, ya que el Reino Unido se oponía a cualquier construcción europea supranacional.

En cualquier caso, los Países Bajos siguieron, durante muchos años, estos dos caminos en paralelo: uno comunitario y otro atlántico. Ambos caminos nacían de la misma preocupación: contener a los grandes Estados europeos.

El idealismo comunitario se reflejó, por ejemplo, en el desarrollo de la Política Agrícola Común por parte del comisario europeo Sicco Mansholt, pero, también, en un flujo de ideas sobre el establecimiento de una unión monetaria, en especial, el plan Duisenberg (que se convertiría en el primer presidente del Banco Central Europeo) en 1976. También, cabe mencionar el papel del presidente Wisse Dekker, de la gran empresa Philips, con el pleno apoyo del primer ministro Ruud Lubbers, en la realización del mercado interior.

La persecución de una política de integración económica cada vez más profunda duró hasta el Tratado de Ámsterdam de 1997, a pesar de que las ambiciones federalistas de los Países Bajos habían sido rechazadas por sus socios europeos (excepto Bélgica) durante la presidencia neerlandesa de la Conferencia Intergubernamental sobre el Tratado de Maastricht en 1991. 

Todo este largo periodo se caracterizó, en los Países Bajos, por un consenso político casi unánime sobre la política europea, tanto en el Parlamento como en la opinión pública.

Los Países Bajos siguieron, durante muchos años, estos dos caminos en paralelo: uno comunitario y otro atlántico. Ambos caminos nacían de la misma preocupación: contener a los grandes Estados europeos.

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Desencanto

El segundo periodo, de 2000 a 2016, el de desencanto, ya se anunciaba en los últimos años de la década anterior. 

En primer lugar, la Unión Económica y Monetaria (UEM) había resultado ser menos supranacional de lo que los Países Bajos hubieran deseado. A La Haya, le preocupaba, en particular, que la supervisión de los criterios de convergencia se rigiera más por consideraciones políticas que por consideraciones fiscales. Por ello, los Países Bajos querían entrar en la tercera fase de la unión monetaria con un número de países limitado a los que cumplieran, sin falta y de forma permanente, los criterios de convergencia. Al final, sin embargo, por razones políticas, once países se incorporaron a la unión monetaria desde el principio, seguidos de Grecia en 2001.

En segundo lugar, en febrero de 1995, en los Países Bajos, el consenso político sobre la integración se rompió por el partido liberal de Frits Bolkestein –¡futuro comisario europeo!–, que abrió el debate, después de Margaret Thatcher, sobre la contribución neta de los Países Bajos al presupuesto de la Unión Europea. Por primera vez, un gran partido político, que participaba en el gobierno, ponía en discusión los beneficios de la integración europea, muy a pesar de su primer ministro socialdemócrata, Wim Kok. En los años siguientes, esta cuestión se convirtió en un elemento recurrente, pero controvertido, de la política europea y alimentó el euroescepticismo en los Países Bajos.

Sin embargo, la era del desencanto sigue asociada, sobre todo, con una fecha. Es el Consejo ECOFIN del 25 de noviembre de 2003 en Bruselas. Como embajador ante la Unión Europea en aquella época, lo recuerdo como si fuera ayer. Aquel día, los Estados miembros se negaron a aplicar el procedimiento de déficit excesivo para Francia y Alemania, dos países que, claramente, no respetaban los criterios presupuestarios del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. En particular, el hecho de que Alemania, tradicional aliado en cuestiones monetarias y presupuestarias, violara impunemente el Pacto tuvo un efecto devastador. Los Países Bajos se sintieron permanentemente traicionados.

La era del desencanto sigue asociada, sobre todo, con una fecha. Es el Consejo ECOFIN del 25 de noviembre de 2003 en Bruselas. El hecho de que Alemania, tradicional aliado en cuestiones monetarias y presupuestarias, violara impunemente el Pacto tuvo un efecto devastador.

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Un año después, Geert Wilders abandonó el Partido Liberal, sobre todo, por una razón de política europea: se oponía radicalmente a una futura adhesión de Turquía a la Unión, que los liberales se negaban a excluir si el país cumplía, alguna vez, las condiciones necesarias. Dos años más tarde, fundó su propio partido político, el Partido de la Libertad, abiertamente antieuropeo y partidario de la vuelta al florín en términos monetarios.

Este creciente euroescepticismo de la sociedad no fue reconocido inmediatamente por la clase política establecida. El voto negativo de los holandeses, en 2005, para el referéndum sobre la Constitución Europea, surgida de la Convención presidida por Valéry Giscard d’Estaing (una propuesta que había sido rechazada por Francia una semana antes), supuso una considerable conmoción. De la noche a la mañana, casi todos los partidos políticos empezaron a revisar sus posiciones europeas y a tomar en cuenta la corriente crítica popular. Incluso, las palabras cambiaron: el gobierno ya no hablaba de «integración» europea, sino de «cooperación» europea. 

En 2010, se formó un gobierno liberal/cristiano-demócrata con el apoyo del partido de Wilders: un gobierno, aunque de corta duración, que era, al menos en apariencia, crítico con todo lo que salía de Bruselas. El periodo de desencanto había llegado a su punto álgido.

Después de 2005, casi todos los partidos políticos empezaron a revisar sus posiciones europeas y a tener en cuenta la corriente popular crítica.

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Asociación pragmática

El tercer periodo, desde 2016 hasta la actualidad, es el de la creencia renovada, menos ideológica que pragmática. Al igual que el periodo anterior, ya había comenzado antes de 2016, en especial, durante la crisis de la deuda soberana. A pesar de su actitud verbal más bien crítica, los Países Bajos se dieron cuenta de que la supervivencia del euro era crucial para su economía. Por ello, el país desempeñó un papel muy constructivo en el desarrollo de los instrumentos necesarios, tanto los destinados a controlar la crisis inmediata como los destinados a prevenir crisis futuras. El genio creativo de los expertos holandeses del Tesoro fue crucial para dominar los acontecimientos sin precedentes que azotaron a la Unión Europea en aquel momento.

Sin embargo, el acontecimiento político que más influyó en el estado de ánimo europeo neerlandés fue el referéndum del Brexit en el Reino Unido. La clase política tradicional, incluidos los partidos que habían coqueteado por motivos electorales con posiciones reservadas hacia Bruselas, se dieron cuenta de que existía el riesgo de que este tipo de discurso despertara una peligrosa tormenta antieuropea; peligrosa porque un «Nexit» sería un desastre no sólo para la economía holandesa, sino, también, para la estabilidad de Europa en su conjunto. Esto explica no sólo la vuelta a la retórica proeuropea (por ejemplo, por parte del primer ministro Rutte), sino la posición extremadamente dura de los Países Bajos en las negociaciones sobre las condiciones de la salida británica. Así, David Cameron y sus sucesores recibieron la frialdad del primer ministro Rutte cuando intentaron influir en La Haya, un viejo amigo de Londres.

Un segundo acontecimiento iba a tener una influencia decisiva en la política europea: la agresión rusa en Ucrania y el ataque ruso al vuelo MH-17. La importancia de una Unión Europea fuerte se sintió y se reconoció más que nunca. El primer ministro, que, hasta entonces, había hablado de la importancia económica del mercado interior principalmente, ahora, también hizo hincapié en el interés político de la integración europea.  Esta evolución se vio reforzada por la elección del presidente Trump y por el advenimiento de una China cada vez más autoritaria e internacionalmente activa.

El acontecimiento político que más influyó en el estado de ánimo europeo neerlandés fue el referéndum del Brexit en el Reino Unido.

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Esta mentalidad proeuropea es la que se ha reflejado claramente en el acuerdo de coalición del actual gobierno. 

En conjunto, estos acontecimientos tuvieron una influencia sobre los partidos políticos opuesta a la del referéndum de 2005. Mientras que este último llevó a una revisión crítica de las posiciones de los partidos políticos tradicionalmente proeuropeos, estos acontecimientos llevaron a una revisión menos radical de los partidos políticos abiertamente euroescépticos. Es el caso del Partido Socialista e, incluso, del partido de Wilders. La única excepción es el partido Foro para la Democracia de Thierry Baudet, el partido euroescéptico más radical de los Países Bajos.

En la actualidad, el panorama político europeo en los Países Bajos podría clasificarse en tres grupos: los partidos políticos muy proeuropeos -D66, los Verdes y el joven partido Volt-, los partidos proeuropeos moderados -el Partido Liberal, el Partido Socialdemócrata y los dos partidos democristianos- y la categoría de partidos más o menos euroescépticos -en orden ascendente, el Partido Socialista, el Partido para los Animales, el partido de derecha Ja-21 y el Foro para la Democracia de Baudet-. La gran incógnita es el posicionamiento europeo del recién creado BBB -Movimiento Campesino y Ciudadano-, gran vencedor de las elecciones provinciales -y, por lo tanto, del Senado- del 15 de marzo. Podrían entrar en la segunda categoría. Su programa no dice mucho, pero afirma claramente que se oponen a un «Nexit» y critican ciertas políticas de Bruselas que suelen influir en la vida cotidiana de los ciudadanos. El tiempo dirá si el BBB aclara sus posiciones.

La gran incógnita es el posicionamiento europeo del recién creado BBB -Movimiento Campesino y Ciudadano-.

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Sin embargo, una de las principales consecuencias de los acontecimientos mencionados y de la nueva posición de Holanda en la Europa continental es el acercamiento a Francia. En los últimos años del siglo pasado, el ministro de Asuntos Exteriores, Hans van Mierlo, ya había intentado una cooperación bilateral más profunda, por desgracia, en vano. Hoy, la intensidad de la cooperación franco-holandesa, simbolizada por la visita de Estado del presidente Macron, los días 11 y 12 de abril, no tiene absolutamente ningún precedente.

Notas al pie
  1. Este texto es la elaboración de una presentación dada por Tom de Bruijn en la Embajada de los Países Bajos en París el 23 de marzo de 2023 como parte de una serie de reuniones sobre la relación franco-holandesa llevadas a cabo en el período previo a la visita de Estado de Emmanuel Macron a los Países Bajos los días 11 y 12 de abril. Refleja únicamente la opinión personal del autor.