Capitalismos políticos en guerra

Semiconductores: Washington cambia de sistema

En una confrontación cada vez más asertiva con China, la administración Biden quiere llevar muy lejos su estrategia en materia de semiconductores. En un importante discurso, la Secretaria de Comercio estadounidense, Gina Raimondo, demuestra que la doctrina global de la Ley CHIPS se inscribe en el largo plazo -y plantea cuestiones tan concretas y diversas como el envasado de chips y la formación de ingenieros-.

Autor
Alessandro Aresu
Portada
© JEMAL COUNTESS/POOL/SIPA USA

La CHIPS Act y una visión a largo plazo del liderazgo tecnológico de Estados Unidos

Buenos días a todos. Gracias por estar aquí. Y gracias a la Escuela de Servicio Exterior de Georgetown por recibirnos y acogernos.

Hoy, me gustaría hablar de la increíble oportunidad que tenemos como nación de darle rienda suelta a la próxima generación de innovación estadounidense, de proteger nuestra seguridad nacional y de preservar nuestra competitividad económica en el mundo mediante la aplicación de la histórica CHIPS and Science Act.

Del foco al láser, de los semiconductores a los superordenadores, Estados Unidos siempre ha sido una nación de invención, de emprendimiento y de innovación.

A lo largo de nuestra historia, ha habido momentos, como ahora, de feroz competencia global en los que, como nación, nos hemos unido para impulsar el progreso tecnológico a una escala sin precedentes y garantizar el liderazgo mundial de Estados Unidos.

En la década de 1860, el presidente Lincoln realizó inversiones históricas en agricultura y creó el sistema universitario de enseñanza superior para garantizar la seguridad alimentaria de Estados Unidos.

En la década de 1940, los presidentes Roosevelt y Truman invirtieron en nuestra seguridad nuclear y ampliaron, así, los límites de la innovación científica.

En 1961, el presidente Kennedy reunió al país en torno a su llamado para poner a un hombre en la luna antes del final de la década. Al hacerlo, creó una generación de ingenieros, científicos, pilotos de pruebas y trabajadores de la industria que impulsaron la economía y la seguridad nacional de Estados Unidos muy por delante de la Unión Soviética.

Raimondo sitúa la CHIPS and Science Act en una tradición de inversión industrial y tecnológica que se encuentra en todas las etapas de la historia estadounidense, en términos de ambición y movilización pública y privada. Es una tradición que se remonta a Lincoln, pasa por Roosevelt y llega hasta Kennedy.

Ahora, gracias al liderazgo del presidente Biden, en colaboración con el Congreso, la CHIPS and Science Act nos brinda la oportunidad de realizar inversiones igual de importantes en el futuro de nuestra nación.

Sin embargo, es posible sólo si, como nación, nos unimos en torno a un objetivo común, si generamos una movilización similar en los sectores público y privado y si somos astutos.  

La investigación, la innovación y el desarrollo industrial que propiciará esta ley pueden convertirnos en una superpotencia tecnológica, lo que garantizaría nuestro futuro económico y nuestra seguridad nacional durante las próximas décadas.

El objetivo de Estados Unidos no es ser una gran potencia tecnológica en un mundo multipolar sino, en línea con el planteamiento ya esbozado por Jake Sullivan, ser la potencia líder y, por tanto, actuar para frenar el crecimiento chino y reducir la acción de los países aliados si es necesario.

Al igual que nuestro liderazgo en energía nuclear y en la carrera espacial, la capacidad de Estados Unidos para mantener su ventaja competitiva en tecnologías avanzadas es fundamental para garantizar el despliegue responsable de estas tecnologías.

Los semiconductores son la base de todas las tecnologías avanzadas… muchas de las cuales pueden utilizarse para bien o para mal.

Lo que está en juego no podría ser mayor.

La próxima semana, lanzaremos nuestra primera solicitud de financiamiento CHIPS, que se centra en las instalaciones industriales comerciales.

Este dinero motivará a las empresas a fabricar semiconductores en suelo estadounidense.

En los próximos meses, ofreceremos más oportunidades de financiamiento para empresas de la cadena de suministro y de inversiones en investigación y desarrollo.

Dentro de unos años, cuando evaluemos el éxito de este programa, nos basaremos en, al menos, dos imperativos clave.

En primer lugar, se tratará de saber si este programa nos habrá permitido construir una industria de semiconductores confiable y resistente que proteja el liderazgo tecnológico de Estados Unidos durante las próximas décadas.

Con una competencia mundial cada vez más centrada en la tecnología y los chips, más que en los tanques y los misiles, los países que inviertan en investigación, innovación y mano de obra serán los que lleven la delantera en el siglo XXI.

En segundo lugar, se nos juzgará por nuestra capacidad de gestionar bien el dinero de los contribuyentes. Estamos realizando una inversión pública en la industria privada sin precedentes en los últimos tiempos y los contribuyentes merecen transparencia y responsabilidad.

Pero, antes de mirar al futuro, volteemos hacia atrás.

Estados Unidos inventó la industria de los semiconductores. En los años sesenta, este sector disfrutó de su época dorada.

Nuevas empresas surgían a diestro y siniestro en lo que se conoció como Silicon Valley.

Las universidades crearon nuevos departamentos de informática, ingeniería eléctrica y ciencia de materiales para formar a los talentos que necesitaba la industria.

Es interesante observar que la industria, y no el software o los algoritmos, es la que ha alimentado este motor de innovación.

Aunque ha habido una competencia feroz entre los fabricantes de chips, la industria, en su conjunto, se ha esforzado por hacer avanzar la tecnología. El gobierno ha fomentado este progreso mediante compras y transferencias de tecnología.

Decenas de miles de ingenieros de estas empresas realizaban, cada día, innovaciones incrementales en las técnicas de fabricación, lo que mejoró la escala y el rendimiento, con una experiencia que sólo es posible alcanzar produciendo millones y millones de obleas.

Este ritmo incesante de innovación de laboratorio a fábrica y de fábrica a laboratorio se ha convertido en sinónimo del liderazgo tecnológico de Estados Unidos, que duplica su capacidad informática cada dos años.

Este ecosistema está detrás de todos los teléfonos inteligentes, los servicios de computación en la nube, los autos nuevos, los equipos médicos y los sistemas de armamento que utilizamos hoy en día, pero lo que antes era un motor autopropulsado de innovación y producción se ha desequilibrado.

Sacrificamos nuestra capacidad de producción y nuestra mano de obra por creer, erróneamente, que podríamos mantener nuestro liderazgo tecnológico sin ellas.

En 1990, Estados Unidos representaba el 37 % de la capacidad mundial de fabricación de chips. Hoy, esa cifra es sólo del 12 %.

Hubo un tiempo en el que fabricábamos casi todos los semiconductores más avanzados del mundo. Hoy, no fabricamos ninguno.

Sólo Taiwán produce el 92 % de los chips avanzados del mundo, aunque la mayoría de ellos siguen basándose en tecnología desarrollada en la UC Berkeley con financiamiento federal.

En 2001, Estados Unidos empleaba a más de 300000 personas en la fabricación de semiconductores.

En los últimos 20 años, hemos perdido un tercio de estos puestos de trabajo, mientras que la industria mundial de semiconductores ha triplicado con creces su tamaño.

Al aumentar el costo de la innovación, la cadena de suministro de semiconductores se hizo más global, en busca de especialización y de ahorrar en distintas partes del mundo.

Como resultado, ahora, hay menos proveedores para la industria y menos oportunidades para que una nueva generación de innovadores desarrolle una R&D de vanguardia.

Por supuesto, como señala, con frecuencia, el presidente Biden, estas pérdidas no se limitan a la industria de los semiconductores. De hecho, en los últimos 25 años, Estados Unidos ha perdido una cuarta parte de sus pequeños y medianos fabricantes y, con ellos, los conocimientos técnicos, las capacidades y los puestos de trabajo que antes poseían.

Esta atrofia de la industria tiene consecuencias reales.

En primer lugar, supone una amenaza para nuestra seguridad nacional.

Raimondo vincula explícitamente el declive estadounidense en la fabricación de semiconductores -en una versión muy simplificada de la estructura de la industria que subestima deliberadamente las enormes capacidades estadounidenses en el resto de la cadena de suministro- con el declive general de la industria estadounidense. Revitalizar la industria es un objetivo central de la administración Biden.

Muchas de nuestras capacidades de defensa, como las armas hipersónicas, los drones y los satélites, dependen del suministro de chips que, actualmente, no se producen en Estados Unidos.

Sin embargo, nuestra dependencia de cadenas extranjeras de suministro de semiconductores también perjudica nuestra economía.

En 2021, los precios de los autos subieron casi un 30 % y fueron responsables de un tercio de la inflación subyacente; todo porque no teníamos suficientes chips.

El año pasado, debido a que Ford tampoco tenía acceso suficiente a éstos, incluso para cosas tan simples como los limpiaparabrisas, sus trabajadores, en lugares como Michigan e Indiana, sólo trabajaron una semana completa tres veces… en todo el año.

La escasez de chips provocó que los fabricantes de equipos médicos no tuvieran suficiente material para producir dispositivos que salvan vidas, como marcapasos y bombas de insulina, que se utilizan a diario en todos los hospitales de Estados Unidos.

En los dos últimos años, China ha producido más del 80 % de la nueva capacidad mundial y su cuota de mercado va en aumento.

Este es el único punto del discurso de Raimondo en el que hay una referencia explícita a China, que toca la -no mencionada- cuota de mercado que Pekín tiene ahora en la producción de semiconductores. Recordemos que el 7 de octubre de 2022, la Oficina de Industria y Seguridad, una agencia del Departamento de Comercio, golpeó duramente a la industria china con controles a la exportación. Las sanciones estadounidenses afectan principalmente a las transferencias de tecnología.

El proceso de diseño y fabricación de chips se ha convertido en el más técnico y sofisticado de la historia de la humanidad.

Y la brutal verdad es que, sin la fuerza manufacturera de Estados Unidos ni la innovación que conlleva, estamos en clara desventaja en la carrera por inventar y comercializar las futuras generaciones de tecnología.

La ley CHIPS asignó 39000 millones de dólares para incentivos industriales para animar a las empresas a construir y crecer.

Esto es lo que anunciaremos la semana entrante.

Éstos son los objetivos que queremos alcanzar para 2030:

En primer lugar, Estados Unidos diseñará y producirá, en su propio territorio, los chips más avanzados del mundo. Seguimos a la cabeza en diseño, pero eso no basta.

En concreto, Estados Unidos contará con, al menos, dos nuevos complejos de plantas a gran escala de semiconductores avanzados, que habrán sido construidos por una mano de obra sindical altamente calificada.

Cada grupo incluirá un sólido ecosistema de proveedores, instalaciones de investigación y desarrollo para innovar continuamente en tecnologías de transformación y contará con infraestructuras especializadas. Cada uno de estos clusters empleará a miles de trabajadores en puestos bien remunerados.

Además, Estados Unidos desarrollará múltiples instalaciones de embalaje avanzado de gran volumen y se convertirá en líder mundial en tecnologías de embalaje.

En el discurso desinformado sobre la industria de los semiconductores, se suele subestimar el segmento del envasado y el envasado avanzado. Sin embargo, esta parte de la cadena de suministro ha estado en el centro de la estrategia estadounidense durante los últimos tres años, ya que es el área en la que China tiene una ventaja real.

Las fábricas estadounidenses también producirán chips de memoria avanzados en condiciones económicamente competitivas.

Por último, Estados Unidos ampliará estratégicamente su capacidad de producción en la actual generación de chips y en la de chips de nodos maduros más importantes para nuestra economía y seguridad nacional. Son los chips que hacen funcionar automóviles, dispositivos médicos y muchas de nuestras capacidades de defensa.

No será fácil alcanzar estos objetivos. Somos ambiciosos, pero no ingenuos.

Nunca ha habido mejor momento para esforzarnos más de lo que lo hemos hecho hasta ahora.

Quiero que Estados Unidos sea el único país del mundo en el que todas las empresas capaces de producir chips de última generación tengan una presencia significativa en R&D y fabricación en serie.

Seremos el primer destino del mundo donde se puedan inventar nuevas arquitecturas de chips de vanguardia en nuestros laboratorios de investigación, donde se puedan diseñar para todas las aplicaciones de uso final, donde se puedan fabricar a gran escala y embalar con las tecnologías más avanzadas.

Esta combinación de liderazgo tecnológico, diversidad de proveedores y resistencia no se encuentra, hoy, en ningún otro lugar del mundo.

Es muy importante señalar que no pretendemos la autosuficiencia ni cerrarnos a los mercados mundiales o a la competencia.

Esta es la parte más realista del discurso de Raimondo: la complejidad de la cadena de suministro de semiconductores no hará que Estados Unidos sea autosuficiente. El objetivo es, por tanto, depender menos de otras regiones y preservar y aumentar la superioridad estadounidense en los distintos segmentos de la cadena de suministro.

Sin embargo, si alcanzamos estos objetivos, Estados Unidos, con un ecosistema industrial próspero, estará en una posición mucho mejor para desempeñar un papel de liderazgo en una industria mundial sumamente competitiva.

Aunque me he estado enfocando en la industria, nuestro éxito será efímero si nos centramos únicamente en este sector. Los 39000 millones de dólares en incentivos traerán de vuelta la fabricación de semiconductores a Estados Unidos, pero un sólido ecosistema de R&D es lo que la mantendrá aquí.

Por eso, invertiremos 11000 millones de dólares en la construcción de un sólido ecosistema de R&D de semiconductores que genere las ideas y el talento que necesitamos para respaldar estos esfuerzos.

El núcleo de estas inversiones será la creación del Centro Nacional de Tecnología de Semiconductores.

Dicho centro será una ambiciosa asociación público-privada en la que convergerán la Administración, la industria, los clientes, los proveedores, las instituciones educativas, los empresarios y los inversores para innovar, conectar y resolver problemas.

Prevemos una red de varios centros en todo el país que abordarán los retos de R&D más importantes, relevantes y universales de la industria.

Su trabajo, impulsado por el apoyo de la industria, generará nuevos dispositivos, procesos, herramientas y materiales para nuestro ecosistema industrial.

Y lo que es más importante: el Centro Nacional de Tecnología de Semiconductores garantizará que Estados Unidos lidere la próxima generación de tecnologías de semiconductores, ya se trate de computación cuántica, de ciencia de materiales, de inteligencia artificial o de aplicaciones futuras en las que aún no hemos pensado.

La estrategia de Raimondo hace hincapié en el Centro Nacional de Tecnología de Semiconductores como una asociación público-privada que reúne a los distintos actores del ecosistema, en una red de centros en distintos territorios, capaces de investigar nuevas tecnologías y estar a la altura de las ambiciones estadounidenses. Los objetivos de este proyecto son numerosos, pero sólo se aclararán con más detalles por parte del gobierno estadounidense. Hay que recordar que el mejor ejemplo de centro de investigación sobre semiconductores del mundo está en Europa: el IMEC, con sede en Lovaina.

La industria estadounidense de semiconductores empezó y floreció porque era un espacio en el que las startups podían impulsar la innovación y competir, pero, hoy en día, las barreras para la entrada de nuevas empresas del sector pueden ser prohibitivas.

De hecho, nunca ha sido tan caro introducir chips en el mercado estadounidense, ya que, a veces, llega a costar hasta 500 millones de dólares.

El financiamiento de equipos tecnológicos representa sólo el 3 % del capital de riesgo estadounidense, frente al 20 % en 2005.

El acceso a los laboratorios de fabricación es difícil; también lo es encontrar talento si no se es una empresa establecida.

El Centro Nacional de Tecnología de Semiconductores invertirá estas tendencias facilitando y abaratando la entrada de nuevos operadores en el mercado.

Y, si lo hacemos bien, para finales de la década, habremos reducido a la mitad el costo previsto de llevar un nuevo chip desde su diseño hasta el mercado.

Por supuesto, esperamos seguir trabajando con nuestros socios y aliados para crear cadenas de suministro diversas, resistentes y sostenibles, para establecer normas tecnológicas que vayan acorde con nuestros valores y para invertir en nuestro futuro digital común.

Esto forma parte del trabajo que ya estamos realizando a través del Marco Económico Indo-Pacífico, de la Cuadrilateral, del Concejo de Comercio y de Tecnología entre EEUU y la UE.

Esto significa ser transparentes con nuestros aliados y desarrollar estrategias en colaboración con ellos. Hará que nuestras cadenas de suministro combinadas sean más resistentes y diversas. Evitará que todos creemos una carrera de subvenciones.

Y lo que es más importante: seguiremos aplicando restricciones en coordinación con nuestros aliados que nos protejan a nosotros y a ellos mismos del uso indebido de estas tecnologías por parte de agentes malintencionados.

La verdad es que, para alcanzar la magnitud de nuestra ambición, no basta con la inversión pública.

Para empezar, les pedimos a las empresas y a los inversores privados que inviertan en la industria del chip, incluida la cadena de suministro.

La Ley CHIPS pretende estimular la inversión privada en todas sus fases, no sustituirla.

Para cumplir esta misión, necesitamos que el sector privado invierta con nosotros, utilizando nuestros 50000 millones de dólares de inversión pública, para apalancar, al menos, 500000 millones de financiamiento adicional para la fabricación y R&D. Estamos sentando las bases de una industria estadounidense del chip más competitiva.

Estamos sentando las bases para que las empresas estadounidenses hagan lo que mejor saben hacer: innovar, crecer y competir.

El programa CHIPS for America también creará cientos de miles de empleos que pueden cambiar vidas, beneficiar a las familias y conducir a carreras profesionales a largo plazo.

No obstante, ésta es la verdad: si no invertimos en mano de obra estadounidense, por mucho que gastemos, no tendremos éxito.

Tenemos que ser honestos con nosotros mismos y creativos en nuestras soluciones si queremos enfrentar el reto de la mano de obra.

Todo empieza por formar e inspirar a una generación de ingenieros y científicos entusiastas de la industria.

En los diez años transcurridos desde que Kennedy anunció su misión de poner a un hombre en la luna, el número de doctores en ciencias físicas se triplicó y el de doctores en ingeniería se cuadruplicó.

Del mismo modo, en la próxima década, les pediremos a las facultades y universidades que tripliquen el número de licenciados en campos relacionados con los semiconductores, incluido el de la ingeniería.

También, necesitamos que más estadounidenses formen parte de este apasionante ecosistema de innovación. Esto significa que esas mismas facultades y universidades deben ampliar sus vías de contratación para que más poblaciones desatendidas (incluidas las mujeres, las comunidades infrarrepresentadas y los veteranos) puedan acceder a estos programas y comenzar estas carreras.

De igual manera, necesitamos que nuestros alumnos estén preparados para trabajar desde el primer día.

Esto significa que las facultades y universidades deben colaborar con la industria para adaptar sus programas a las necesidades de los empleos en los fabs y para garantizar que los titulados tengan las aptitudes prácticas que necesitan para triunfar.

El sector manufacturero es, también, uno de los mejores lugares para que los trabajadores sin titulación universitaria encuentren empleos bien remunerados.

De hecho, más del 60 % de los puestos de trabajo en un fab no requieren titulación universitaria.

Para satisfacer esta demanda, les pedimos a las empresas de semiconductores que colaboren con escuelas y community colleges para formar a 100000 nuevos técnicos durante la próxima década a través de programas de aprendizaje, de educación profesional y técnica y de orientación profesional.

Si no actuamos, se calcula que Estados Unidos sufrirá una escasez de 90000 técnicos calificados de aquí a 2030.

Por último, necesitaremos más de 100000 trabajadores de construcción en todo el país para construir estas nuevas instalaciones.

Si no hacemos algo diferente, no tendremos éxito. Es una simple cuestión de matemáticas.

Nos enfrentamos a una grave escasez de mano de obra y los trabajadores calificados que ocuparán estos puestos nunca han sido tan solicitados.

Para tener éxito, tenemos que encontrar nuevas formas de atraer a nuevas personas hacia estos sectores.

Necesitamos que los fabricantes de chips, las empresas constructoras y los sindicatos colaboren con nosotros para alcanzar el objetivo nacional de contratar y formar a un millón de mujeres más en el sector de construcción durante la próxima década para satisfacer la demanda, no sólo en el sector de los chips, sino, también, en otras industrias y proyectos de infraestructuras.

Esta parte del discurso de Raimondo aborda un viejo problema de Estados Unidos: la formación de la mano de obra industrial, en comparación con los esfuerzos de otros países. Este problema surgió en los años 80 en la industria de los semiconductores. Robert Noyce, cofundador de Intel, dijo en 1989 que la dimensión más importante para la industria nacional de semiconductores era que las madres estadounidenses se sintieran orgullosas de sus hijos ingenieros.

Muchos sindicatos han ejecutado programas innovadores y eficaces para llegar a las comunidades desatendidas. El sector privado debería aprender de estas buenas prácticas y ampliarlas.

Si lo conseguimos, la mano de obra estadounidense del sector de los semiconductores servirá de referencia para otras industrias.

Duplicaremos la plantilla de semiconductores a lo largo de la década, con trabajadores más diversos, productivos y con más talento del mundo.

Su éxito atraerá a personas con aún más talento para unirse al ecosistema y los programas de formación se basarán en las mejores técnicas y herramientas para captar, desarrollar y graduar a un conjunto de trabajadores cada vez más sólido y diverso.

Para concluir, diría que tenemos opciones.

Lo que esbocé hoy será muy difícil.

Podemos tener una visión limitada, construir unos cuantos laboratorios de fabricación nuevos y quedarnos ahí.

O, si todos nos comprometemos con este esfuerzo, tenemos el potencial de hacer mucho más.

Pensemos en lo que será posible dentro de diez años si somos audaces.

Podemos demostrarle al mundo que cadenas de suministro globales eficientes no nos obligan a sacrificar la resistencia y la seguridad.

Podemos volver a estar a la vanguardia de la fabricación y de toda la innovación que conlleva.

El nivel de liderazgo tecnológico, de diversidad de proveedores y de resistencia que buscamos no existe, ni existirá, en ningún otro lugar del mundo.

Creará la nueva generación de innovadores que escribirá el próximo capítulo de nuestra historia.

Los fabricantes de chips verán una mayor expansión aquí, más que en el extranjero, como parte esencial de su modelo de negocio.

Habrá más capital de riesgo en las nuevas empresas de hardware relacionadas con los chips.

El Centro Nacional de Tecnología de Semiconductores estimulará la innovación con científicos e ingenieros, instalaciones de vanguardia y, al final de la década, habrá desarrollado logros técnicos que resuelvan problemas reales.

Las facultades y universidades triplicarán el número de nuevos licenciados en ingeniería a lo largo de la década, lo que creará un flujo constante de trabajadores diversos y talentosos.

Decenas de miles de trabajadores estadounidenses no calificados tendrán acceso a empleos y carreras bien remunerados.

Y añadiremos combustible a nuestra competitividad global, lo que garantizará que Estados Unidos mantenga su papel de superpotencia tecnológica durante las próximas décadas.

El camino es claro para mí.

El presidente Biden ha hecho más que ningún otro presidente para revitalizar la fabricación y la innovación estadounidenses. El programa CHIPS for America es el núcleo de estos esfuerzos.

Manos a la obra.

Créditos
Discurso pronunciado el 23 de febrero de 2023 en la Georgetown University’s School of Foreign Service.
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