El mantra de la unidad occidental en respuesta a la guerra de Rusia contra Ucrania oculta una profunda división. Por un lado están los líderes políticos y las sociedades que abrazan un nuevo idealismo geopolítico con visión de futuro. Por otro, ignorando a nativistas y populistas, hay dos grupos: los primeros, como el canciller alemán Olaf Scholz, parecen paralizados en el pasado reciente, aferrados al insostenible statu quo internacionalista neoliberal que prevalecía antes de la invasión de Ucrania; los segundos, como el presidente francés Emmanuel Macron, a veces parecen demasiado ansiosos por anteponer el «gran juego» de la política de poder al orden liberal y democrático.

Los abanderados de este nuevo idealismo son las Primeras Ministras estonia y finlandesa, Kaja Kallas y Sanna Marin, el Viceprimer Ministro letón, Artis Pabriks, pero también los Ministros de Asuntos Exteriores, Edgars Rinkevics (Letonia), Gabrielius Landsbergis (Lituania) y Jan Lipavsky (República Checa). A ellos se une la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, una líder resurgente en el crisol de la respuesta europea a la agresión rusa. Pero a la cabeza del pelotón se encuentra el Presidente ucraniano Volodymyr Zelenskiy, que, canalizando el coraje y la convicción de su pueblo, es quien más ha contribuido a la síntesis neoidealista de moralidad y concreción, principios y progreso.

En un momento en que muchos países se encuentran atrapados entre distintos planteamientos, el ejemplo de los neoidealistas exige ahora que los liberales y demócratas de todo el mundo consideremos nuestras opciones geoestratégicas en términos de cómo influyen en nuestra política a escala nacional, regional y mundial. Por ello, nos parece útil ofrecer una breve «cristalización interpretativa» de lo que supone este nuevo idealismo y en qué se diferencia de otras perspectivas.

¿Qué es el neoidealismo?

El neoidealismo es un enfoque moral de la búsqueda geopolítica de intereses que hace hincapié en el derecho a la autodeterminación de todos los Estados democráticos, incluidos los más pequeños. Esto significa, por ejemplo, que las democracias pueden elegir libremente las instituciones a las que desean adherirse. De este modo, pueden incorporarse voluntariamente a «esferas de integración» como la OTAN o la Unión Europea, en lugar de que se les impongan «esferas de influencia» autoritarias -como Rusia ha intentado hacer con Ucrania-.

El neoidealismo es un enfoque moral de la búsqueda geopolítica de intereses. 

BENJAMIN TALLIS

El neoidealismo «se basa en el poder de los valores concebidos como ideales a alcanzar»1: derechos humanos y libertades fundamentales, gobernanza democrática, sociedades social y culturalmente liberales y -quizá lo más importante- el derecho de los ciudadanos de esas sociedades a un futuro mejor. Es esencial que sus partidarios vean la lucha por estos ideales y el progreso hacia ellos como intereses en sí mismos que también contribuyen a la consecución de otros intereses de sus sociedades en materia de seguridad y prosperidad.

Estos ideales no son gratuitos. Y en un mundo en el que la competencia entre autocracias y democracias se intensifica y muchas de estas últimas están en entredicho, están cada vez más amenazadas. Los neoidealistas sostienen que para maximizar la ventaja competitiva de las democracias y ganar en la competencia sistémica, debemos luchar por mantener la democracia, los derechos y las libertades, y defenderlos cuando se vean amenazados. No sólo porque son bienes en sí mismos, sino también porque son condiciones y vectores del progreso humano, que sustentan nuestras luchas.

Hilma Af Klint, Le Cygne, No. 12, Groupe IX/SUW, 1915

Bajo la presidencia de Zelensky, el gobierno ucraniano, desde el principio de la invasión rusa, aprovechó sus limitados recursos materiales confiando en el valor demostrado por los ucranianos para apelar a los mejores instintos de las democracias de todo el mundo. Invocando un principio moral tras otro, el Presidente ucraniano pidió a los parlamentos, dirigentes y pueblos de Occidente que ayudaran a su país. Animó a ciudadanos y políticos a revivir los momentos heroicos de su historia y los confrontó con los precedentes en los que habían fracasado a la hora de estar a la altura de sus ideales2.

Al recordar a la gente que la lucha de su país es sólo un frente en la lucha más amplia por la democracia contra la tiranía, por la libertad contra la opresión, por la autodeterminación contra la subyugación imperial, Zelensky convenció a la opinión pública de todo el mundo de que la lucha de Ucrania era también la suya. Este «efecto Zelensky» se extendió inmediatamente a Europa Central y Oriental, donde los principios y cuestiones del neoidealismo se comprendieron intuitivamente, resonaron con la experiencia histórica y desencadenaron el despertar de formas latentes de política.

Un «efecto Zelensky» se extendió inmediatamente a Europa Central y Oriental, donde los principios y cuestiones del neoidealismo se comprendieron intuitivamente, resonaron con la experiencia histórica y desencadenaron el despertar de formas latentes de política.

BENJAMIN TALLIS

Los primeros conversos

Los Estados de Europa Central y Oriental estuvieron a la vanguardia de las respuestas europeas al asalto de Rusia a Ucrania, dedicando proporciones considerables de su PIB y de su gasto en defensa a la asistencia militar. Lideraron el suministro de armamento pesado a Ucrania y fueron los primeros en apoyar formalmente la candidatura ucraniana a la Unión -una prioridad para el gobierno ucraniano en su intento de devolver la esperanza en medio del horror de la guerra-.

Sin embargo, no todas las respuestas de estos países a la guerra de Rusia y su apoyo a Ucrania pueden calificarse de neoidealistas. Hungría ha acogido a cientos de miles de refugiados, pero el régimen de Orban hace poco por apoyar la sociedad, el orden o las instituciones liberales y democráticas, y socava activamente a Occidente al actuar en connivencia con el régimen de Putin. Polonia ha acogido al mayor número de refugiados y ha enviado el mayor número absoluto de armas pesadas de todos los países de la región, pero el gobierno del PiS basa su defensa de los intereses y la autodeterminación del país en una visión conservadora de línea dura y ha restringido derechos y libertades.

Esto los distingue de los neoidealistas como Jan Lipavsky, que hace alarde de su participación en orgullos gays, y Edgar Rinkevics, que es abiertamente gay y subraya que «el mundo democrático debe defender sus valores». El poderoso discurso de Kaja Kallas el 20 de abril de 2022 en Berlín vinculó la experiencia histórica de Estonia bajo la ocupación soviética con la necesidad de «hacer todo lo posible para ayudar a Ucrania» en nombre de la defensa de la libertad en todas partes. Pero también subrayó la necesidad de «mantener los derechos del individuo y el Estado de Derecho en el centro de la gobernanza».

Artis Pabriks insistió en que «todos los países que apoyan los valores democráticos deben dar el máximo apoyo a Ucrania». Ante la lentitud de Alemania a la hora de apoyar a Kiev, se preguntó abiertamente si el país «actuaría de acuerdo con [sus] valores proclamados». En Berlín, dejó claros los términos de la cuestión: «¿Estamos hablando de valores y democracia liberal, o lo hacemos en serio? […] Estamos dispuestos a morir por la libertad. ¿Lo están?»

Jan Lipavksy, por su parte, fue mordaz en sus críticas a la reelección de Orban, afirmando que «Hungría tiene que elegir bando, pertenezca o no a la Unión y a la OTAN». A la inversa, subrayó la «responsabilidad moral» de ayudar al pueblo ucraniano: «quieren formar parte de la sociedad occidental, quieren elecciones democráticas, quieren libertad de expresión y la prosperidad que conlleva».

Este planteamiento se hace eco del discurso de Ursula von der Leyen del 27 de febrero de 2022, cuando, trastornando dos décadas de política europea, declaró: «Son uno de los nuestros y queremos hacerlos entrar». En una sola frase, combinando valores e intereses en una singular forma creativa de geopolítica, la Presidenta de la Comisión había resucitado el planteamiento, olvidado durante mucho tiempo, de una Unión abierta a la ampliación. Si, en general, a la Unión le queda mucho camino por recorrer para ser considerada neoidealista, Ursula von der Leyen se ha asegurado al menos de que no pierda la oportunidad geoestratégica europea de una generación.

Si, en general, a la Unión le queda mucho camino por recorrer para ser considerada neoidealista, Ursula von der Leyen se ha asegurado al menos de que no pierda la oportunidad geoestratégica europea de una generación.

BENJAMIN TALLIS

La posición abiertamente liberal de los neoidealistas no se limita a sus intereses nacionales, ni siquiera a los asuntos europeos. Jan Lipavsky, por ejemplo, ha apoyado a Taiwán -al que considera «tiranizado por China»- con el argumento de que «las democracias del mundo deben permanecer unidas» y Sanna Marin ha defendido que «el comercio o la economía no son razón para hacer la vista gorda ante […] los abusos de los derechos humanos y la opresión de las minorías».

Estas posturas se hacen eco del planteamiento de Lituania, que ha renunciado al comercio y se ha enfrentado a las amenazas de Pekín por apoyar a Taiwán. Estas posturas le han granjeado la ira de Berlín, al igual que su insistencia en aplicar plenamente las sanciones contra Rusia a través de Kaliningrado. Sin embargo, Gabrielius Landsbergis no se privó de elogiar abiertamente el viaje de Nancy Pelosi a Taiwán como una defensa de la democracia. En resumen, aunque este camino ha tenido un coste político, los neoidealistas han dejado claro que sus países conocen el precio de la libertad y están dispuestos a pagarlo.

Hilma af Klint, Groupe IX/SUW, Le Cygne, No. 9, 1915

Contra el realismo y más allá del internacionalismo liberal

Rechazando la injustificada denigración de los idealistas del pasado como pacifistas o utópicos «ingenuos», el neoidealismo confirma la necesidad de enfrentarse a los autócratas y luchar para defender la democracia allí donde se vea amenazada. El influyente historiador E.H. Carr, admirador de la Unión Soviética y partidario de una actitud complaciente hacia la Alemania nazi, es quien más ha contribuido a propagar este mito3, aunque los realistas posteriores lo han encontrado un hombre de paja útil contra el que rebatir su propia visión supuestamente lúcida.

Sin embargo, ni la mayoría de las definiciones ni el uso del término en el sentido común califican de forma convincente a muchos de aquellos a los que se ha aplicado la etiqueta de «idealistas»4.

Incluso el emblemático compromiso de Woodrow Wilson con la autodeterminación y con «hacer un mundo seguro para la democracia» se vio fatalmente socavado por sus opiniones sobre la cuestión racial. Como ha demostrado recientemente Matthew Specter, muchos de los llamados idealistas compartían en realidad el tipo de opiniones «realistas» que se utilizaban para autorizar los planteamientos imperiales y chovinistas de la política internacional5.

En cambio, El neoidealismo toma los compromisos con la democracia y la autodeterminación y los profundiza, pero también los actualiza con una visión global de los derechos y las libertades. Al igual que el liberalismo en las relaciones internacionales, vincula la política nacional e internacional y sitúa en su centro la lucha por estos valores y el restablecimiento de la esperanza de progreso en las sociedades democráticas. Lo que este nuevo enfoque añade al idealismo son precisamente los ideales. Lo que extrae del idealismo – y sus sucesores liberales – en el ámbito de las relaciones internacionales es la posibilidad y la necesidad del progreso en los asuntos internacionales.

El neoidealismo toma los compromisos con la democracia y la autodeterminación y los profundiza, pero también los actualiza con una visión global de los derechos y las libertades.

BENJAMIN TALLIS

El neoidealismo se opone así a la visión trágica y antiidealista de la política internacional y también cuestiona los planteamientos realistas6 popularizados por John Mearsheimer y Charles Kupchan, así como la «coalición de la moderación», que reserva el margen de maniobra a las grandes potencias -y en particular a Estados Unidos-. No se trata sólo de rechazar la legitimidad de las esferas de influencia, sino también de tomarse en serio el tipo de régimen.

Para los neoidealistas, la cuestión de si un Estado es una democracia o una dictadura es fundamental para entender la política exterior que seguirá y el tipo de relación que las democracias deberían mantener con ese Estado. Hay que implicar y apoyar a otras democracias, y evitar y contener a los regímenes autoritarios y autocráticos. Los valores se consideran fines en sí mismos y vehículos de progreso, pero su defensa también se ve como un medio de apoyar el orden liberal y democrático.

Aunque el neoidealismo puede parecerse al internacionalismo liberal, va mucho más allá. Los neoidealistas destacan el valor del multilateralismo y de las instituciones internacionales como medios para alcanzar fines idealistas, más que como fines en sí mismos. Recelosos de la instrumentalización de las instituciones liberales con fines antiliberales, los neoidealistas dan prioridad en sus instituciones clave a la cohesión frente a la inclusión -de ahí su presión sobre Hungría y su petición de que la Unión haga más por Ucrania-.

Los neoidealistas se centran en los resultados geopolíticos liberales más que en la forma y el proceso. La confianza en las normas y las instituciones cobró especial importancia para el internacionalismo liberal cuando, corrompido por el exceso de confianza en la apuesta de la convergencia -que la difusión de la economía liberal conduciría inevitablemente a la difusión de la política liberal-, se quedó sin fuerza política.

Esta lectura fácil del fin de la historia ha llevado a algunos en las democracias liberales a suponer erróneamente que los vínculos lucrativos con regímenes autoritarios sirven a un noble propósito. Por el contrario, ha enriquecido a los autoritarios y ha contribuido a afianzar su poder como rivales sistémicos de las sociedades liberales, confirmando la opinión neoidealista de que los competidores antiliberales no deben ser tratados con demasiada liberalidad.

Aunque el neoidealismo puede parecerse al internacionalismo liberal, va mucho más allá. Los neoidealistas destacan el valor del multilateralismo y de las instituciones internacionales como medios para alcanzar fines idealistas, más que como fines en sí mismos.

BENJAMIN TALLIS

Ni del lado de los neoconservadores ni del de la moderación

Pero, ¿no es entonces el neoidealismo más bien como el neoconservadurismo? De hecho, ambos pretenden hacer del mundo un lugar seguro para las democracias, oponerse a los regímenes autoritarios, fomentar la construcción de comunidades nacionales en torno a una mayor cohesión y adoptar una visión más instrumental que intrínseca de los beneficios de las instituciones internacionales. Pero ahí acaban las aparentes similitudes.

Mientras que los neoconservadores pretendían imponer la democracia por la fuerza, los neoidealistas buscan en cambio defenderla allí donde se ve amenazada. Si la intervención en Irak fue la quintaesencia del esfuerzo neoconservador, apoyar a Ucrania hasta el final para garantizar su victoria es una maniobra neoidealista. Defender las sociedades democráticas es necesario para darles la oportunidad de ofrecer los beneficios que prometen y convertirse así en un faro de atracción y emulación para los demás.

Sin embargo, para convertirse en tal faro, el neoidealismo ve la urgente necesidad de revitalizar y reorganizar nuestras sociedades y nuestra economía política para compartir mejor estos beneficios y hacer así más tangible la superioridad de la libertad para más personas. Mientras que los neoidealistas y los neoconservadores comparten un enfoque holístico de la sociedad para combatir la tiranía, los primeros han ido un paso más allá al trabajar en una teoría holística para la victoria y el desarrollo continuo de la sociedad.

Mientras que los neoconservadores pretendían imponer la democracia por la fuerza, los neoidealistas buscaban, por el contrario, defenderla allí donde se viera amenazada.

BENJAMIN TALLIS

Al igual que el internacionalismo liberal, el neoconservadurismo se ha enredado con las formas globalizadoras de la economía neoliberal, cuyos innumerables fracasos han sido dolorosamente expuestos y combatidos. Alejándose de este modelo, los neoidealistas buscan crear acuerdos políticos y económicos más inclusivos y participativos que permitan a sociedades diversas unirse en torno a esperanzas razonables de un futuro mejor. La ruptura con el conservadurismo cultural y la economía elitista resuena con el enfoque social y culturalmente liberal del neoidealismo, que apoya abiertamente los derechos de los homosexuales, rechaza la islamofobia y reconoce las ventajas de una inmigración bien gestionada.

Mientras que los neoidealistas siguen viendo la posibilidad de que el poder de las democracias se utilice sabiamente, aunque no sea en intervenciones militares del tipo de la operación estadounidense en Irak, la «coalición de la moderación» se centra en el mal uso del poder estadounidense -los elementos más realistas se centran en el daño causado al interior del país, los miembros de izquierda en el daño causado en el extranjero-. De este modo, pretenden limitar la implicación de Estados Unidos en el mundo a lo que consideran sus «intereses vitales».

Hilma af Klint, Altarpiece, No. 1, Group X, Altarpieces, 1907 © Stiftelsen Hilma af Klints Verk. Photo: Albin Dahlström/ Moderna Museet.

Dado su apoyo muy limitado a Ucrania, estos intereses aparentemente no incluyen los derechos y las libertades de las personas en los Estados democráticos, a menos que sean aliados de tratados. Aun así, existen algunas dudas, ya que muchos miembros de la coalición por la restricción culpan a Estados Unidos -a través de la expansión de la OTAN- de la guerra en Ucrania. Piden repetidamente un alto el fuego y negociaciones de «paz» que recompensarían la agresión rusa, le darían tiempo para reagruparse y podrían fomentar la proliferación nuclear.

La ruptura con el conservadurismo cultural y la economía elitista resuena con el enfoque social y culturalmente liberal del neoidealismo, que apoya abiertamente los derechos de los homosexuales, rechaza la islamofobia y reconoce las ventajas de una inmigración bien gestionada.

BENJAMIN TALLIS

Los neoidealistas no ven los «intereses nacionales» en términos tan estrechamente nacionales7. Confían en el potencial de una determinada identidad nacional para fines progresistas, pero reconocen profundamente el enredo inherente de sus sociedades con otras. La comprensión de esta interdependencia, la indivisibilidad de la seguridad de las democracias y el valor del orden democrático liberal consiguiente pueden resultar más evidentes para los Estados más pequeños. Sin embargo, el retorno de la multipolaridad a la escena internacional significa que todos los Estados democráticos deben pensar «en más pequeño» -al menos en este sentido- e intensificar, en lugar de retirar, su compromiso de reforzar el orden democrático con sus aliados.

La elección de las democracias

Un mundo más hospitalario para la democracia redunda en interés de las sociedades libres, pero de lo que se han dado cuenta los neoidealistas es de que renovar el liberalismo en casa haciendo sus sociedades más inclusivas y reavivando la esperanza de progreso va de la mano de apoyar el orden liberal a escala internacional. La agresión de Rusia y la valiente y moralmente sólida resistencia ucraniana fueron una llamada de atención para que muchos de los políticos mencionados renovaran y hicieran realidad sus compromisos con la libertad, la democracia -y el futuro-.

En muchos casos, esto responde a la demanda popular. En todo el mundo democrático, la gente ha dejado a un lado el cinismo y la desesperación que se han apoderado de sus países en los últimos años y se ha levantado para unirse a la lucha contra la autocracia. Ya sea informándose para presionar mejor a sus gobiernos, recaudando dinero y financiación participativa para drones (e incluso tanques) para Ucrania, luchando contra los trolls rusos o reclamando redes sociales para la democracia, el neoidealismo trasciende con mucho las fronteras de los gobiernos.

Los neoidealistas han abierto la puerta a un nuevo tipo de geopolítica. En lugar de aferrarnos a los modelos inadecuados del pasado reciente, que no harían sino acelerar el declive de las democracias, o de perdernos en un realismo fatalista y perdedor, el neoidealismo nos muestra un camino hacia un futuro viable y esperanzador. Al sacar las lecciones de Ucrania, deberíamos seguir ese camino.

Notas al pie
  1. https://rusi.org/explore-our-research/publications/commentary/are-czechia-and-slovakia-eus-new-radical-centre
  2. Por ejemplo frente al Bundestag
  3. ASHWORTH, L. (2006). Where are the idealists in interwar International Relations? Review of International Studies, 32(2), 291-308. doi:10.1017/S0260210506007030
  4. Wilson, Peter. “The Myth of the ‘First Great Debate.’” Review of International Studies 24 (1998): 1–15. http://www.jstor.org/stable/20097558.
  5. Matthew Specter, The Atlantic Realists. Empire and International Political Thought Between Germany and the United States, Stanford University Press, 2022, 336 p.
  6. Specter, Matthew. «Realism after Ukraine: A Critique of Geopolitical Reason from Monroe to Mearsheimer» Analyse & Kritik, vol. 44, no. 2, 2022, pp. 243-267. https://doi.org/10.1515/auk-2022-2033
  7. En el sentido de Barry Posen en Restraint, por ejemplo.