¿Puede recordarnos a los Tiradores para quien está dedicada la película de Mathieu de Vadepied, en la que usted participó como asesor militar e histórico?
Los llamados «Tiradores senegaleses» deben distinguirse de otros cuerpos de tiradores, como los tiraderos argelinos o marroquíes. Es un cuerpo que se reclutó en África occidental a partir de 1857, pero que se amplió enormemente con la creación del ejército colonial en 1900. Normalmente, estaba destinado a proteger el imperio. Finalmente, se empleó en la conquista de Marruecos y, después, durante la Primera Guerra Mundial, en Francia, en particular. A partir de entonces, el cuerpo se expandió enormemente hasta su disolución, en 1959. Así pues, tenemos cerca de un siglo de historia de los tiradores senegaleses, soldados reclutados en las colonias francesas de África subsahariana para luchar bajo bandera francesa.
La película de Mathieu Vadepied está ambientada en la Primera Guerra Mundial. ¿En qué se diferencia la experiencia de los Tiradores senegaleses que participan en la guerra de la de otros soldados franceses?
En primer lugar, hay que recordar que, al principio, no era necesariamente obvio contratar a estas personas en Francia. No estaba previsto. No obstante, fueron reclutados con bastante rapidez porque el ejército francés necesitaba hombres y también porque había todo un mito forjado por autores como Charles Mangin, quien publicó La Force noire, en 1910, y propagó la idea de que los africanos eran guerreros «naturales». Muchos pensaban, entonces, que los africanos eran más fuertes, más sólidos y más duros que los franceses porque seguían en contacto con la naturaleza, mientras que los franceses se habían desgastado por la suavidad de la vida urbana. A partir de 1916, cada vez más batallones de tiradores senegaleses se fueron incorporando al ejército colonial, sobre todo, porque estaban convencidos de que eran «buenos guerreros».
Sin embargo, no todos tienen la estatura física de Omar Sy. Al fin y al cabo, sufren mucho más que los de estatura promedio; en primer lugar, un choque cultural. Hay que recordar que estos «senegaleses» no se entienden entre sí. De hecho, proceden de toda África y no todos hablan la misma lengua ni tienen la misma cultura. Cuando llegan a Francia, sufren un choque cultural cuya magnitud es difícil de imaginar hoy, en la era de la globalización. Hay que imaginarse a gente que llega «del monte» y que, de repente, se ve empujada a las trincheras del noreste de Francia. Esto es un shock terrible. También hay un choque climático. Muchos de estos soldados africanos sufren enormemente por los horrores del clima, por las enfermedades, por no hablar del tratamiento que reciben cuando los retiran del frente en invierno, ya que las condiciones son demasiado duras para ellos. Es una situación bastante terrible, como si estuvieran en otro planeta.
Por lo demás, se utilizaron de forma muy similar a otras unidades de infantería francesas. Por lo tanto, hay que acabar con la leyenda de que se utilizaron como carne de cañón, como fuerzas de asalto específicas. En realidad, no fue así: las pérdidas de tiradores senegaleses fueron, en proporción, más o menos las mismas que las de los demás regimientos franceses. Por otro lado, sufrieron más bajas por causas ajenas al combate.
Cabe señalar que, en el frente, se mezclaban con soldados blancos: había unidades mixtas. Mi abuelo formó parte de este ejército colonial. Luchó en la Primera Guerra Mundial con tiradores senegaleses. Insisto porque es una particularidad que nos distingue del resto del mundo. Nuestro caso es muy diferente del de las unidades estadounidenses que llegaron a Francia en 1917 y donde sí existía una verdadera segregación: los soldados blancos y negros no se mezclaban en absoluto. Así pues, los soldados afroamericanos que se alistaron en el ejército francés consideraron que, en general, se les trataba mejor que en su país. Hay una famosa fotografía que muestra a todos estos soldados negros estadounidenses en Francia, condecorados con la medalla militar y quienes, en la mayoría de los casos, corrieron una suerte desastrosa cuando regresaron a Estados Unidos. Otra famosa fotografía muestra también a veteranos afroamericanos de la Primera Guerra Mundial ahorcados en Estados Unidos.
¿Le sorprendió que le propusieran ser asesor histórico de la película? ¿Dudó en decir que sí?
Cuando Mathieu Vadepied se puso en contacto conmigo, lo hizo para saber más sobre la psicología del combatiente. Resulta que escribí un libro sobre este tema, Sous le feu. La mort comme hypothèse de travail, en el que describo todo esto; también, soy historiador de la Primera Guerra Mundial; trabajé sobre la experiencia de los soldados franceses. Así que fue un motivo para colaborar con él. Lo hice con mucho gusto y de inmediato porque fue una experiencia muy enriquecedora.
¿Cuál es el papel de un asesor histórico en una película? ¿Cuál es su alcance y su margen de maniobra?
Se desarrolla en varias etapas. La primera es escribir el guion. Mi trabajo consistía en hacer verosímil este escenario. Yo era asesor histórico y militar. Así que interviene todo lo que se refiere a la vida militar, a la relación entre todos los individuos en esta película, entre todos los oficiales y suboficiales, a los tiradores. Teníamos que hacer algo que fuera militar e históricamente plausible. No contribuí a la escritura del guion como tal, sino que mi misión era proyectarlo y decir, si era necesario: «Aquí, no es posible; aquí, sí es posible». La segunda etapa es la preparación del rodaje.
Son elementos muy concretos: cómo es la ropa militar, cómo se equipa a los soldados, cómo se supone que se desarrolla un asalto… Trabajé con diferentes equipos de diseñadores de vestuario y decoradores para, una vez más, intentar que las cosas fueran lo más históricamente exactas posible. Esto no siempre tuvo éxito, sobre todo, porque nos encontramos con problemas muy concretos y materiales. Por ejemplo, cuando dije que los tiradores llevaban cascos con anclas de mar, me dijeron que no había ninguno disponible y que tendríamos que prescindir de ellos. Así que tuvimos que hacer las cosas de forma diferente por muchos detalles como ése. Y esto es tan cierto como la brevedad de la preparación. Entre la obtención de financiamiento, el COVID y la disponibilidad del actor principal, Omar Sy, queda poco tiempo. Esto explica, a veces, los pequeños fallos desde el punto de vista histórico, que son culpa mía por no haber sido suficientemente preciso o convincente. Sin embargo, en general –y esto es lo más importante–, la trama no deja de ser históricamente verosímil.
¿Le pareció que este trabajo fue un complemento a su labor como consultor de medios de comunicación sobre temas militares, a lo que se dedica desde hace varios años? En términos generales, ¿cómo define hoy su papel, como figura pública, en el centro del vínculo ejército-nación?
Tengo la regla de responder a todas las peticiones. Puede tratarse de peticiones de medios de comunicación, pero también de peticiones políticas, por ejemplo, de representantes electos que piden reunirse conmigo. Lo hago porque lo considero mi deber como ciudadano. Parto del hecho de que soy experto en un campo concreto y de que, si me hacen preguntas al respecto, tengo el deber de responderlas. En este caso, fue una experiencia un poco original, pero no lo dudé ni un segundo. Para mí, es más o menos lo mismo. Por cierto, sufro mucho cuando veo una película en la que aparecen soldados franceses haciendo cualquier cosa, lo cual es absolutamente irreal. Así que me digo que, si puedo ayudar a evitarlo, debo hacerlo.
¿Platicó con antiguos tiradores para preparar esta película? ¿Cuáles fueron sus reacciones?
De hecho, después de la película, conocí, por primera vez, a auténticos tiradores senegaleses. Sus comentarios fueron positivos. Ése también es el objetivo de la película: hablar de estas personas y hacer que hablen; simplemente, rendirles homenaje. Estos tiradores se han quedado un tanto de lado en la historia porque no escribían mucho. La Primera Guerra Mundial dio lugar a una abundante literatura. Era la primera vez que millones de hombres alfabetizados entraban en combate. Tras esta extraordinaria experiencia, muchos sintieron la necesidad de escribir. Así, surgió un corpus destacado de literatura bélica, pero los tiradores, quienes rara vez sabían leer y escribir, estuvieron ausentes. Se trata de un factor de borrado.
Además, son personas atrapadas en una situación intermedia, entre Francia y su país de origen. En el momento de la independencia, estaban algo alejados de la historia de Francia sin estar completamente integrados en la historia de estas nuevas naciones que querían cortar el vínculo colonial. La película fue, por lo tanto, una oportunidad para recordar su historia y rendirles homenaje. Éste es su punto de origen. Éste era el deseo de Omar Sy, también productor y quien me dijo que incluso él desconocía esta historia tan ausente de los libros de texto y del debate público. El poder de evocación y proyección del cine es mucho más importante que el de cualquier libro académico. Obviamente, el contenido no será necesariamente el mismo, pero tendrá más impacto y, quizás, haga que los espectadores quieran profundizar en el tema.
Volviendo al vínculo ejército-nación, ¿cómo percibe la institución militar este tipo de películas?
Casi no tengo contacto con la institución, fuera de vínculos personales. En cualquier caso, la institución militar tiene grandes dificultades para venderse, para destacar a sus combatientes, a sus héroes. Siempre me ha llamado la atención una película como Black Hawk, de Ridley Scott, que sigue el periplo de un combatiente estadounidense en Mogadiscio. Comienza como un bestseller de un periodista y se convierte en una película muy famosa. Lo que me molesta es que los franceses lucharon exactamente en el mismo lugar unos meses antes y nadie en Francia se enteró. Tras haber vivido unas cuantas operaciones, existe un sentimiento de frustración hacia una institución que habla mal de sí misma y hacia un mundo exterior que tampoco quiere hablar necesariamente de los militares. Y, cuando la institución lo hace, a veces, propone cosas un poco caricaturescas. Por ello, trato de contribuir a tejer este vínculo entre el mundo militar y el resto de la sociedad.
La experiencia de los Tiradores senegaleses terminó a finales de los años cincuenta. ¿Dejó un legado en los ejércitos franceses?
Se reconoce a los tiradores senegaleses; se reconoce a todas las tropas de las antiguas colonias del ejército francés. Yo mismo comencé mi carrera como suboficial en un regimiento de tiradores argelinos. Pertenezco a las tropas de marina que, hasta 1959, eran el ejército colonial. Siempre llevo un ancla naval, la misma que llevan los tiradores senegaleses en la película. Para mí, es la misma historia y me identifico perfectamente con ellos, a quienes veo como hermanos de armas, antes de ver africanos o franceses.
Paradójicamente, los tiradores senegaleses que conocí son reconocidos por la institución militar: tienen «carteles de medallas» que me hacen desfallecer de envidia. Sin embargo, por otro lado, Francia también es capaz de emanar una mezquindad increíble hacia ellos. Siempre es sorprendente esta mezcla de grandeza y pequeñez. Y, luego, están las mezquindades más estúpidas. Por ejemplo, ¿cómo es posible que, en 1959, cuando se le puso fin a las colonias y, por lo tanto, a los regimientos de tiradores senegaleses, los veteranos tuvieran derecho a pensiones diferentes de las de estos regimientos? Alguien en París decidió arbitrariamente que los franceses tendrían una pensión y los africanos otra. Franceses o africanos, los soldados eran hermanos de armas y de espíritu: corrían los mismos riesgos, le servían a Francia de la misma manera. ¿Por qué Francia no los trató de la misma manera? Aquí, hay una injusticia. En los últimos días, esto ha cambiado y ésta es, quizás, una de las consecuencias beneficiosas de la película.
Muchas instituciones, ya sean Estados, empresas o autoridades locales, ven, cuestionan o incluso se preocupan por su pasado colonial. Desde el exterior, el ejército francés da la impresión de no plantearse estas cuestiones. ¿Cuál es su relación con su pasado colonial?
Es bastante complejo. En la jerga militar, a un miembro de la Armada se le sigue llamando «colonial». Es un término que todavía se utiliza y nos contamos constantemente nuestra historia colonial, una historia militar que, sin duda, está un poco fantaseada y embellecida. Sin duda, esto borra los aspectos más oscuros, pero, dentro del ejército, no hay arrepentimiento ni vergüenza, sobre todo, porque el vínculo no está necesariamente roto. Las tropas de marines y la Legión Extranjera no han dejado de intervenir en África desde la independencia. El ejército francés todavía es una de las principales potencias militares activas en África, una región que, por lo tanto, ha permanecido plenamente en nuestro universo mental.
Algunos dirán que esta presencia es una forma de continuación de la colonización tras la descolonización, cosa que, en realidad, no habría sido una colonización…
Muchas veces, se hace referencia a ella, sobre todo, porque Francia suele librar batallas que se asemejan, en cierta medida, a las guerras coloniales. Cuando me hice oficial de las tropas navales, me dijeron que mi trabajo consistía en hacer que la gente amara a Francia y que el mejor método, heredado de la época colonial, era comprender a las poblaciones a las que me enviaban. Mi trabajo, me dijeron, consistía en empatizar con el entorno extranjero en el que me iba a desenvolver y, por lo tanto, comprenderlo.
Nuestra misión no era necesariamente «pegar tiros en la cara», sino también conocer gente, simplemente hablar con ellos, incluso, vivir entre ellos. Cuando estuve en Ruanda, viví en una aldea entre la gente. En donde más cerca estuve de la gente fue, paradójicamente, Europa, en la ciudad sitiada de Sarajevo. Cuando llegué ahí con mi unidad, nos dijeron que íbamos a tener que hacerlo a nuestra manera, a la «manera colonial». Así que me dijeron: ‘Ésta es la zona de la ciudad de la que eres responsable. Cuando te vayas, dentro de seis meses, toda la gente debe llorar de tristeza al verte marchar porque te habrás vuelto indispensable para sus vidas». Así que me pasé meses en medio de la gente, riéndome con ellos, a pesar de que estábamos en el lugar más peligroso del mundo para cualquiera que viviera en los años noventa. Organicé un espectáculo de marionetas, distribuí nuestra comida y agua, ayudé a construir un gasoducto para la población local…
En los últimos años, hemos oído cada vez más que están expulsando a Francia de África, tanto por parte de los propios africanos como por parte de los rusos. ¿Cree que esta disminución de la presencia francesa en África es real? ¿Es una simple retirada? ¿Es algo bueno?
Las intervenciones poscoloniales siempre son complicadas por muchas razones. Éste es el tema de mi último libro, Le Temps des guépards, que aborda la historia de nuestras intervenciones en África tras la independencia. Son complejas porque estamos presentes y también porque somos militarmente fuertes.
De hecho, somos más fuertes que todas las fuerzas sobre el terreno, pero estamos sujetos a una especie de maldición que hace que, si no intervenimos cuando estamos al lado, se nos acuse de una pasividad culpable. El problema es que, si intervenimos rápidamente, también se nos acusará, pero, esta vez, de entrismo, injerencia o, incluso, neocolonialismo. A veces, incluso, se nos puede acusar de ambas cosas a la vez. Esto ocurrió en la República Centroafricana. En 2016, Francia decidió abandonar el territorio centroafricano poniendo fin a la operación Sangaris; entonces, se le acusó de abandono, mientras que, el día anterior, se le acusó de estar demasiado presente.
Esta situación tan compleja se explica también por el hecho de que las propias sociedades están muy polarizadas…
Por supuesto. Pasamos por una primera fase en la que, hasta 1978, Francia intervenía directamente sobre el terreno y ayudaba a un Estado local en dificultades que le pedía apoyo porque era incapaz de resolver el problema por sí mismo, muchas veces, por razones estructurales. Esta fase de intervención directa finalizó en 1978. Francia, implicada en Chad, decidió mantenerse al margen, en una postura de segundo plano en la que dejaba que la gente sobre el terreno hiciera lo que quisiera, al mismo tiempo que la apoyaba. Yo participé en este contexto en Ruanda en 1992. Apoyábamos al ejército ruandés. En realidad, este método no funciona muy bien o, más exactamente, es mucho menos eficaz militarmente. Depende de la fuerza del ejército local al que apoyas y esa fuerza militar, con frecuencia, depende de la fuerza del Estado. Cuando se apoya a Estados corruptos y débiles, no se suele hacer gran cosa. Como mínimo, estamos un poco más atrasados y, por lo tanto, somos menos visibles, pero también menos eficaces.
Luego, hay toda una fase de interposición, como la operación Turquesa en Ruanda, en la que fuimos y nos interpusimos entre los combatientes. Enseguida, nos dimos cuenta de que era una trampa, de que la situación era muy complicada. Después, en 2013, volvimos a Mali con la operación Serval. Mali nos llama a derrotar a los yihadistas, una operación que funciona militarmente, aunque nunca hay que quedarse demasiado tiempo en medio de los problemas, a riesgo de asociarse con ellos. Para hacer una comparación médica, el injerto siempre acaba por rechazar all cuerpo francés. Éste es el error que cometimos en el Sahel: nunca debimos quedarnos después de la operación Serval. Deberíamos habernos retirado y esperar a que se nos pidiera ayuda de nuevo.
¿Por qué se quedaron?
Al principio, estábamos atrapados en una especie de hybris de omnipotencia. Hicimos una operación militar con éxito y pensamos que, a partir de eso, podríamos hacer muchas otras cosas. Así que continuamos, todavía más cuando la amenaza se redujo. Al mismo tiempo, nos implicamos en la República Centroafricana y en Irak y desplegamos Sentinelle en Francia, al mismo tiempo que redujimos, al menos hasta 2015, los medios de las fuerzas armadas. Hay una coherencia global en esta estrategia dispersa. Eso se debe a que, en Francia, es fácil recurrir a la fuerza militar. Para el ejecutivo, es muy sencillo: decide y, al día siguiente, se despliegan los soldados sobre el terreno. Con Barkhane, pensábamos que estábamos en condiciones de mantener la presión sobre los grupos yihadistas a la espera de reformar un ejército local, unas instituciones locales que, luego, tomarían el relevo. Esto fue un engaño desde el principio. Los problemas estructurales son tan profundos, sobre todo, en Malí, que el esfuerzo fue inútil. Mauritania, por su parte, ha conseguido librarse de la amenaza yihadista. Ésta es la prueba de que tal adquisición aún es posible.
Otros actores, como el grupo Wagner, aprovechan, ahora, las dificultades que encontró Francia en el teatro africano para promover sus intereses.
La paradoja es que los Estados africanos que recurren a Wagner acusan a los franceses de expoliar sus recursos naturales, lo que es evidentemente absurdo, mientras les pagan a los rusos recién llegados en concesiones mineras. Los rusos saben jugar con este resentimiento hacia la antigua potencia colonial de una manera muy básica: simplemente, les pagan a periodistas o líderes de opinión para que hablen mal de los franceses.
La guerra de Ucrania ha obligado al ejército francés, como a todos los ejércitos occidentales, a reorientarse hacia el frente europeo. ¿Son capaces los soldados franceses, acostumbrados a los teatros de África o de Medio Oriente, de adaptarse rápidamente a este nuevo teatro?
Es otro tipo de conflicto, de confrontación. Confrontación significa oponerse a otro Estado y hacer todo lo posible para presionarlo, pero sin entablar un combate abierto a gran escala contra él.
Se habla de confrontación en relación con la de Borneo entre el Reino Unido e Indonesia, que se mantuvo en secreto y que nunca desembocó en una guerra abierta entre ambos países. También ha ocurrido antes en nuestra historia. A pequeña escala, en 1963, tuvimos un enfrentamiento con Brasil por los caladeros de langosta. Y, finalmente, gracias a la intervención de la marina nacional, conseguimos desbloquear la situación, asustar a los brasileños y hacerles ceder. Este episodio se conoce como la «guerra de la langosta».
En los años ochenta, Francia se vio inmersa en un enfrentamiento con Irán. Presionamos al régimen y éste nos superó completamente: toma de rehenes en Líbano, asesinatos, atentados contra el contingente francés en Beirut, un atentado en París… Francia permaneció un tanto impotente ante estas acciones clandestinas. Finalmente, acabamos por ceder ante Irán en todo lo que pedía y, así, perdimos esta confrontación contra Teherán. A continuación, llevamos a cabo otro enfrentamiento contra la Libia de Gadafi, en el que nos fue un poco mejor. Para tener éxito en esta confrontación, Chad nos llamó a hacer frente a la amenaza libia. Francia despliega su ejército muy rápidamente, establece una línea roja y emplea una fuerza aérea. Les decimos a los libios que, si cruzan la línea roja, habrá combates y que les haremos la guerra. Al mismo tiempo, Francia apoya al ejército chadiano para reconquistar el norte y hacer frente al ejército libio.
¿Le parece que este marco teórico es funcional para describir la situación actual?
Funciona, pero resulta que estas situaciones se quedaron en el olvido porque este tipo de enfrentamientos aludían mucho a la Guerra Fría. Ahora, nos encontramos en un contexto similar. Desde mediados de la década de 2010, el juego de la energía nuclear regresó. La gramática que utiliza Rusia es bastante clásica; tenemos relaciones muy parecidas a las que hubo durante la Guerra Fría. Así que no hay nada nuevo aquí. Simplemente, nos olvidamos de este aspecto durante algún tiempo.
Francia se encuentra, pues, en un enfrentamiento con Rusia. Esto adopta varias formas: sanciones, ciberataques… También hay aspectos militares que consisten en demostraciones de fuerza (como, probablemente, la amenaza de utilizar armas nucleares), en atemorizar definitivamente. Se podría haber pensado, como hicimos en Chad, en desplegar soldados franceses en Kiev para hacer uso de presencia y esperar la reacción rusa. Nosotros también somos una potencia nuclear. No nos atrevimos a hacerlo. No teníamos necesariamente los medios para actuar con tanta rapidez. Así que lo hicimos de forma más indirecta y nos desplegamos en los Estados bálticos después de 2014 y en Rumanía desde 2022, con la misma idea, con la misma postura. Un batallón francés no detendrá nada. Así que el razonamiento es el siguiente: si entras en Rumanía, te verás obligado a matar soldados franceses.
¿Es suficiente?
En cualquier caso, hay algo que, definitivamente, no hemos considerado: la capacidad de ayudar a otro país.
Nadie pensó en que, quizás, algún día, tendríamos que ayudar material y masivamente a otro país. No tenemos reservas, pero almacenar es sobrevivir. Y, para hacer frente a lo inesperado, a una gran sorpresa, tenemos que ser capaces de acumular rápidamente nuestro poder.
Cuando establecía una operación militar sobre el terreno, siempre ponía una unidad detrás, de reserva, por si me atacaban. Este elemento de reserva es, en términos contables, un activo no utilizado y, cuando se quiere ahorrar, lo primero que se recorta es la reserva.
El problema es que, al eliminar esta reserva, nos volvemos vulnerables. Si viene una sorpresa, no podemos hacer nada más porque no tenemos nada detrás. Por lo tanto, los que han mantenido algunas reservas, como Estados Unidos, son los que inevitablemente toman la delantera.
No fue por falta de avisos durante años. Hablaba antes de la inercia: muchas veces, hace falta un choque de acontecimientos para desbloquear situaciones. Las cosas cambiaron en nuestra política de defensa, en 2015, tras los atentados, que no fueron sorpresa: todos los especialistas dijeron que había amenaza de atentado en suelo francés. Por lo tanto, no había en sí ninguna razón para cambiar nuestra política de defensa ante un acontecimiento anticipado. Sin embargo, la conmoción de los hechos es más importante que la conmoción de la palabra escrita. Del mismo modo, llevamos años diciendo que tenemos que prepararnos, para aumentar nuestro poder, pero nos hemos convertido en un ejército meramente expedicionario al que la guerra de Ucrania toma por sorpresa.
Sin embargo, usted mismo dice que no debemos alargarnos en nuestros teatros de intervención exterior. ¿No es esta lógica de ejército expedicionario la mejor para un país con recursos demográficos limitados como Francia, que no cuenta con varios cientos de millones de habitantes como Estados Unidos?
Pero la diferencia es que, si hiciéramos el mismo esfuerzo que Estados Unidos en términos de porcentaje del PIB, si cada francés gastara en defensa lo mismo que cada estadounidense, el presupuesto francés de defensa sería de 92000 millones de euros y no de 42000 millones.
Si hiciéramos, simplemente, el mismo esfuerzo de defensa en porcentaje del PIB que en 1990, tendríamos un presupuesto de entre 65000 y 70000 millones de euros. A lo largo de varios años acumulados, quizás tendríamos más recursos y, en el caso de Ucrania, quizás seríamos una alternativa más creíble sobre Estados Unidos, que está aplastando el mercado de la ayuda para Ucrania con el 70% de los recursos aportados. Si queremos influir en la dimensión política, debemos tener los medios para hacerlo. De lo contrario, no debería sorprendernos que los países de Europa del Este acudan a Estados Unidos en busca de protección. Nuestra posición no es pésima, pero el poder se gana.