El 11 de noviembre, el barco Ocean Viking, fletado por la ONG Sos Méditerranée, tuvo autorización para detenerse en el puerto militar de Toulon para desembarcar a los 230 migrantes que había recogido en las costas de Libia. Este episodio representa un resurgimiento de la tensión entre París y Roma, un déjà vu no muy diferente a la grave crisis bilateral de 2018-2019. Vale la pena repasar las distintas movilizaciones que ha suscitado este asunto para analizar intereses cruzados que reflejan la imbricación de los ámbitos políticos internos y externos en el contexto franco-italiano.
La oposición entre el gobierno Conte 1, fruto de un acuerdo entre la Lega y el M5S, y la presidencia de Macron había marcado un momento oscuro para las relaciones entre Francia e Italia entre 2018 y 2019. La salida de la Lega de la mayoría y su sustitución por el Partido Demócrata, en el verano de 2019, había producido un nuevo gobierno en Roma, el ejecutivo Conte 2, un hecho que también había permitido reanudar buenas relaciones bilaterales. La posterior llegada de Mario Draghi a la cabeza de un gobierno de amplia coalición, en 2021, hizo avanzar aún más la calidad y la intensidad de las relaciones entre ambos países, una fuerte convergencia materializada en la firma, en noviembre de 2021, de un tratado bilateral: el Tratado del Quirinal. Sin embargo, la crisis de esta coalición, en 2022, condujo a unas elecciones que le dieron la victoria a una coalición de derecha liderada por el partido Fratelli d’Italia.
Esta nueva mayoría italiana expresó exigencias más nacionalistas, lo que pareció, desde el principio, un factor problemático para la continuación de la cooperación bilateral, aunque el partido Fratelli d’Italia no dejó de hacer promesas de buena conducta europea durante la campaña para las elecciones legislativas. Por ello, los primeros contactos entre el nuevo jefe de gobierno, Giorgia Meloni, y la presidencia de Macron se produjeron con cierta cautela1.
La suerte quiso que, el 23 de octubre Emmanuel Macron, participara en una cumbre por la paz organizada en Roma por la Comunidad de Sant’Egidio, un viaje en el que el presidente francés también se reunió con el Papa Francisco. El 22 de octubre, el ejecutivo de Giorgia Meloni juró su cargo ante el presidente de la república italiana, Sergio Mattarella. A partir de ese momento, pareció oportuno que el presidente francés se reuniera con el nuevo jefe de gobierno italiano, aunque sólo fuera para respetar los deberes de la buena conducta diplomática. Así, pues, el 23 de octubre por la tarde, se celebró una reunión y ya era evidente la diferencia de mensajes entre los dos servicios diplomáticos. Mientras que, por parte de Italia, el equipo de Giorgia Meloni mostró su satisfacción por un primer buen contacto con el jefe de Estado francés, por parte de Francia, se estableció una comunicación de mínimos que insistía en una forma de deber institucional. La única foto que se tomó de este encuentro muestra a un Emmanuel Macron serio que estrecha la mano de una más bien relajada Giorgia Meloni, una diferencia de pose que lo dice todo.
Giorgia Meloni se ha embarcado en una estrategia de legitimación internacional y parece que quiere contener a la facción más soberanista de su mayoría, la Lega de Matteo Salvini, que había aparecido, en 2018, como la encarnación de una tendencia opuesta a Francia y a Emmanuel Macron. En el seno de su ejecutivo, hay tensiones entre el deseo de seguir la agenda muy proeuropea definida por Mario Draghi y la propensión a una defensa nacionalista de los propios intereses que acarrea, inevitablemente, conflictos con los demás miembros de la Unión.
Para Emmanuel Macron la relación con el nuevo ejecutivo italiano también es complicada. En Francia, la tendencia política encarnada por Giorgia Meloni se define, con frecuencia, como «neofascista», lo que conduce, automáticamente, al oprobio por parte de las fuerzas que se apresuran a condenar cualquier compromiso con esta mayoría política, en especial, en la izquierda. Además, la lectura francesa está muy influenciada por la interpretación interna del escenario político: la normalización de las relaciones con Giorgia Meloni y su ejecutivo podría significar también el resquebrajamiento del techo de cristal que mantiene a la Agrupación Nacional fuera del poder, un escenario que muchos funcionarios franceses temen. Por otra parte, el contexto europeo empuja a Francia a adoptar una posición más pragmática frente a Italia. La cancillería de Scholtz marca una brecha en el poder de Alemania, que debilita la tradicional pareja franco-alemana, y mantener una buena relación de trabajo con Italia sería, sin duda, una ventaja en el contexto de la Unión, aunque Giorgia Meloni se encargó, durante la campaña electoral, de declarar, en una entrevista a Le Figaro, que no tenía intención de cuestionar el mecanismo de cooperación bilateral derivado del Tratado del Quirinal2.
También hay que mencionar la discreta, pero eficaz, acción del presidente de la república italiana, Sergio Mattarella. Este europeísta, gran demócrata, ha sido siempre el garante de la comunicación entre Roma y París, incluso en los momentos más difíciles, y está especialmente atento a mantener las buenas relaciones entre los dos gobiernos.
Por lo tanto, este complejo marco es en donde se produjo este primer encuentro, cuyo carácter fortuito también elimina el simbolismo del «primer viaje» realizado por el nuevo jefe del ejecutivo italiano. En Italia, las reacciones fueron ampliamente favorables e insistieron en la capacidad de construir relaciones con un socio europeo fundamental, mientras que, en Francia, ésta fue criticada por la oposición de izquierda3.
El tema de los migrantes volvió con fuerza a la agenda política italiana y europea a principios de noviembre, pues varios barcos fletados por determinadas ONG recogieron a unos mil migrantes en las costas de Sicilia y están intentando llegar a un puerto para desembarcarlos. Por lo tanto, se plantea la cuestión de su acceso a los puertos del sur de Italia, que están relativamente cerca de sus posiciones.
Para Giorgia Meloni se trata de una cuestión delicada. Está presionada por la Lega y, en particular, por Matteo Salvini, pero también por el nuevo ministro del Interior, el prefecto Matteo Piantedosi, que no es otro que el antiguo jefe de gabinete de Salvini cuando él mismo era ministro del Interior en 2018-2019. Esta tendencia «salviniana» vocifera por una posición rígida de cierre de puertos y de rechazo al desembarco, lo que retoma la mayor parte de los temas de 2018 al insistir en la falta de solidaridad europea y en la responsabilidad de los estados europeos en los que los distintos barcos de las ONG están abanderados. Sin embargo, la postura de Giorgia Meloni es menos clara, ya que afirma que quiere tener en cuenta los imperativos humanitarios y que le gustaría establecer una iniciativa de desembarque filtrado en función de los propósitos de los migrantes. Se trata, por supuesto, de un mecanismo muy difícil, por no decir imposible, de organizar, pero indica una inflexión con respecto a la política de cierre absoluto de Matteo Salvini, en 20184.
En este contexto de ensayo y error en la gestión del asunto de los desembarques, se desarrolla un episodio más específicamente bilateral.
Según varias fuentes periodísticas, Emmanuel Macron y Giorgia Meloni se reunieron en Sharm El Sheik el lunes 7 de noviembre, en el marco de la conferencia sobre el clima5. Esta reunión no figura en el orden del día oficial. Al día siguiente, la agencia italiana ANSA publicó información en la que citaba fuentes del Ministerio del Interior francés para afirmar que el buque Ocean Viking será acogido por Francia, en el puerto de Marseille, tras un acuerdo entre Giorgia Meloni y Emmanuel Macron6. En un primer momento, el gobierno francés no reaccionó, pero, por la noche, el gobierno italiano emitió un comunicado en el que comentaba positivamente esta apertura por parte de Francia, mientras que Matteo Salvini empezó a retomar el tema.
Esta comunicación de Italia no fue, aparentemente, del agrado de Francia, mientras que el portavoz del gobierno, Olivier Veran, salió a la palestra para recordar a Italia sus deberes de recepción. Las sucesivas declaraciones del ministro del Interior, Gérard Darmanin, y, luego, de la ministra de Asuntos Exteriores, Catherine Colonna, insistieron en criticar a Italia y plantearon la suspensión de la participación francesa en el mecanismo de redistribución voluntaria de migrantes.
Al referirse a este episodio en una conferencia de prensa, el viernes 11 de noviembre, la propia Giorgia Meloni lo calificó de «malentendido» entre Italia y Francia, pues reconoció, implícitamente, la brecha, si no el error de comunicación, entre ambos ejecutivos.
El acuerdo informal para que Francia recibiera un barco de migrantes habría sido una operación bastante buena si no se hubiera visto superada por una politización total. De este modo, Francia le hizo una propuesta a Italia que podía servir para dos propósitos. El primero era mostrar una solidaridad concreta, aunque se limitara a un pequeño número de migrantes, en el contexto del inicio del mandato de Meloni, un gesto que podría reforzar los lazos bilaterales. El segundo era salir de las cuentas de botica entre los distintos países miembros sobre la acogida de los migrantes y realizar una acción simbólica, aunque no se reivindicara, que pudiera curar de alguna manera las heridas de una Italia que, durante mucho tiempo, se ha percibido a sí misma como abandonada en el pago del precio de la desestabilización de Libia tras la guerra y la intervención de 2011, escenario en el que Francia tiene una parte de responsabilidad.
Sin embargo, la filtración de información del Ministerio del Interior francés y la torpe comunicación del gobierno italiano han provocado un escenario completamente diferente, el de la politización del asunto en Francia con la movilización de las fuerzas de la oposición. La cuestión de la inmigración es un tema extremadamente sensible en el contexto político francés desde hace décadas, con dimensiones simbólicas que van mucho más allá de la realidad de los flujos, de forma bastante paralela a la situación italiana.
Las oposiciones de izquierda y derecha se han apoderado del tema y pusieron al ejecutivo en la picota tanto por negarse a acoger a los inmigrantes como por criticar las relaciones con un gobierno italiano visto con gran recelo. Así, la presidencia de Macron se vio atrapada en un movimiento de pinzas en el contexto interno y adoptó una línea que implicaba fuertes críticas a Italia, una estrategia de defensa a través del ataque que reflejaba la fragilidad de un juego político francés caracterizado por una mayoría relativa. El buque Ocean Viking fue finalmente recibido el 11 de noviembre en el puerto militar de Toulon, pero en medio de una cacofonía mediática y política. Tras estas contundentes declaraciones de varios funcionarios franceses, surgieron las reacciones italianas y nos encontramos con un mecanismo de crisis que nos recuerda los momentos de gran tensión vividos en 2018, cuando funcionarios franceses e italianos se apostrofaban mutuamente casi a diario. También hay que señalar que las reacciones del gobierno francés insisten en una postura firme frente a Italia7, una posición quisquillosa que resulta difícil de entender para los italianos en comparación con la actitud conciliadora inicial8. Si la reacción francesa estuvo motivada por exigencias políticas internas, la escalada supuso una amenaza duradera para las relaciones bilaterales.
La acción del gobierno de Giorgia Meloni había comenzado bajo auspicios moderados, si no favorables, con respecto a Francia. Sin embargo, siempre existe el riesgo de que se reactiven los sentimientos antifranceses en Italia, un conjunto de percepciones negativas que ya se observaron no sólo en 2018, con la coalición del M5S y la Lega, sino también en 2011, cuando varios asuntos fueron noticia entre la coalición de centro-derecha italiana liderada por Silvio Berlusconi y la presidencia de Sarkozy. Las torpezas en la gestión de las inversiones cruzadas, como en los casos Stx-Fincantier o Edf-Edison, así como las diferencias de apreciación de la situación en Libia, al sentir Italia que sus posiciones y su seguridad se veían amenazadas por la acción francesa, siguen presentes en la memoria colectiva italiana y sólo falta revivirlas entre los despectivos del nacionalismo. Además, estas percepciones se recombinan, con frecuencia, con una lectura italiana de la historia de la relación con Francia, que se cristaliza en torno a dolorosos episodios de decepción en el contexto del Risorgimento o a los intentos de expansión colonial italiana9. Giorgia Meloni expresó su visión de derecha afirmando su deseo de recuperar una posición más soberana, un proyecto que podríamos calificar de «retrogaullista», tanto que se asemeja a los conceptos que podíamos encontrar en el panorama francés cuando, por ejemplo, Charles Pasqua o Philippe Seguin hacían campaña contra Maastricht. Si la afirmación nacional está efectivamente en la agenda de Roma, puede combinarse fácilmente con la crítica a París, lo que aumenta el riesgo de dificultades bilaterales.
Este episodio no resuelve, en absoluto, la compleja y grave cuestión de la acogida de inmigrantes en Europa y su distribución. Habrá que evaluar, más adelante, los posibles bloqueos o desarrollos que la emergencia pueda crear en la Unión Europea, pero también observar el futuro de las operaciones de los buques de rescate en el Mediterráneo.
La relación bilateral vuelve a estar en la mira, lo que resulta tan paradójico como el que los primeros contactos entre Giorgia Meloni y Emmanuel Macron parecían esbozar estrategias de compromiso que podrían resultar muy útiles en un momento en el que la agenda de la crisis europea exige la búsqueda de sinergias, sobre todo, en materia económica y energética. Estábamos lejos de las oposiciones a priori de 2018 y la herencia cultivada entre Emmanuel Macron, Sergio Mattarella y Mario Draghi podía seguir guiando a los dos gobiernos incluso en una nueva fase política. La firma del Tratado del Quirinal, en 2021, fue un acontecimiento sistémico, la traducción no sólo de un clima bilateral particularmente favorable, sino también la puesta en marcha de un nuevo sistema de gobernanza, necesario por la intensidad de la integración entre los dos países y la multiplicación de las cuestiones multisectoriales.
Cabe destacar que Sergio Mattarella ha vuelto a la palestra para ayudar a poner fin a este episodio. El lunes, 14 de noviembre, los presidentes Mattarella y Macron hablaron durante una reunión telefónica destinada a reafirmar el buen entendimiento y el marco de cooperación entre ambos países. En 2019, el presidente Mattarella quien, en plena crisis bilateral, mantuvo relaciones con la presidencia francesa, al participar en las celebraciones del aniversario de la muerte de Leonardo da Vinci, en Blois. Sergio Mattarella ejerce una función de garante, pero no duda en hacer incursiones en política exterior cuando surgen tensiones. Este diálogo representa un gesto útil para pasar la página y volver a una comunicación más pacífica en la medida de lo posible.
La explosión de este nuevo caso ilustra tanto la delicadeza de las cuestiones bilaterales como el entrelazamiento de juegos políticos internos, inestables y, con frecuencia, débiles. Por un lado, la situación parlamentaria francesa impone una navegación inédita a la vista, mientras que, por otro lado, la coalición de derecha italiana está marcada por la dificultad de gestionar y contener las tendencias populistas de Matteo Salvini y la Lega, un aliado minoritario, pero que conserva un fuerte poder para hacer daño. Así, tanto los ejecutivos franceses como los italianos viven situaciones complejas y, con frecuencia, tensas.
El reconocimiento implícito de una forma de torpeza por parte de Giorgia Meloni, durante su conferencia de prensa del 11 de noviembre, indica una posición no dogmática por parte del primer ministro italiano. Por otro lado, el interés de la presidencia francesa empuja a renovar el diálogo para afrontar los grandes temas europeos, una necesidad imperiosa. El Tratado del Quirinal también ofrece la posibilidad de avanzar en la colaboración entre administraciones, un factor importante para mejorar las percepciones. Éste es, probablemente, el sentido que debe atribuirse a la intervención del presidente Mattarella, quien ha trabajado siempre por un acercamiento entre Italia y Francia.
Sin embargo, esta crisis es una advertencia para los círculos políticos franceses e italianos: los ingredientes bilaterales deben manejarse con gran delicadeza porque basta una chispa para que la antorcha entre París y Roma se encienda, lo que no le interesa a nadie.
Notas al pie
- Tras su toma de posesión, Giorgia Meloni dejó claro que deseaba que se refirieran a ella en masculino como Señora Presidente del Consejo de Ministros. Por ello, el autor adopta en este texto la dicción oficial italiana.
- Giorgia Meloni : « Nous voulons une Italie qui compte d’avantage en Europe », Entrevista realizada por Valérie Segond, Le Figaro, 16 de septiembre de 2022
- Davide Basso, « Violente passe d’armes entre la gauche et les macronistes sur leur rapport à l’extrême droite », EurActiv.fr, 26 de octubre de 2022
- Andrea Maggiolo, “Lo scontro sui migranti tra governo Meloni e Ong (spiegato facile)” , Citynews, 7 de noviembre de 2022
- Emanuele Lauria, “Migranti, Meloni : « Incomprensione con Parigi, reazione ingiustificata ». Il giallo di quelle otto ore alla base dello strappo” La Repubblica, 11 de noviembre de 2022
- ANSA General News “ANSA : LE NOTIZIE DEL GIORNO ORE 23.00”, 8 de noviembre de 2022
- Henri Vernet, Nicolas Ghorzi, « Catherine Colonna sur la crise des migrants : « Si l’Italie persiste, il y aura des conséquences », Aujourd’hui en France, 12 de noviembre de 2022
- Véase la rueda de prensa de Giorgia Meloni del 11 de noviembre de 2022 https://www.youtube.com/watch?v=t3o45HzEqUk
- Veáse Jean-Pierre Darnis, « Les relations entre la France et l’Italie et le renouvellement du jeu européen », Paris, l’Harmattan, 2021