«La geopolítica de Europa necesita una teoría de conjuntos«
François Mitterrand, 1990 1
La presidencia checa del Consejo de la Unión, bajo la dirección del presidente del Consejo, Charles Michel, convocó la primera reunión de prefiguración de la Comunidad Política Europea, que se celebrará en Praga el 6 de octubre de 2022 2. El objetivo es dar cuerpo a la propuesta realizada por el presidente Emmanuel Macron en la sesión de clausura de la Conferencia sobre el futuro de Europa, el 9 de mayo, en Estrasburgo.
«En 1989, el presidente François Mitterrand abrió esta reflexión en un momento de desintegración de la Unión Soviética, al proponer la creación de una confederación europea. Su propuesta no tenía futuro. Probablemente, era demasiado pronto. Ponía de socio a Rusia en esta confederación, lo que, por supuesto, fue inaceptable para los Estados que acababan de liberarse del yugo de la Unión Soviética. Sin embargo, planteaba una buena pregunta, que sigue vigente: ¿cómo podemos organizar a Europa desde un punto de vista político y más allá de la Unión Europea? Es nuestra obligación histórica responder, hoy. a esta pregunta y crear lo que hoy llamaré una ‘comunidad política europea’”.
La cuestión central era, entonces, cómo organizar a Europa en el sentido de un continente, sin que todo dependiera exclusivamente de la Unión Europea. El Kremlin simplificó la situación al excluirse del espacio de la civilización europea con el recurso de la guerra, es decir, rompiendo el principio de «nunca más», que es la base de la reconciliación de los países europeos con regímenes democráticos. La geografía de la Europa contemporánea está en su política, la democracia, y la lista de países invitados incluye a todos los países miembros del Consejo de Europa, en su configuración de 2022.
En la conferencia de embajadores, el presidente francés precisó las delimitaciones: «a partir de esta experiencia (la de la confederación) y de la realidad en la que vivimos, la Comunidad Política Europea debe permitir, en primer lugar, que nos reunamos cada seis meses los miembros de la Unión Europea, pero que lo hagan los británicos, los noruegos, los suizos, los Estados de los Balcanes occidentales o los ucranianos también. La cuestión de Turquía ha sido planteada por muchos otros miembros, será debatida y Francia no tiene ningún veto que poner en ningún caso a favor de una formación amplia y lo más inclusiva posible, pero en la que las instituciones de la Unión Europea no están en el centro del proyecto, tampoco lo que lo estructura”.
El objetivo de la Comunidad Política Europea es hacer que Europa exista en su configuración política actual como una entidad democrática independiente y soberana. La lista de invitados en Praga muestra una agrupación de todos los países de la Europa geográfica en el sentido convencional ( Rusia y Bielorrusia están excluidas).
En esta perspectiva, es esclarecedor extraer las lecciones del fracaso de 1991 e insistir en el contexto. De 1989 a 1991, se produjo una importante bifurcación geopolítica. El proyecto confederal se construyó para afrontar y responder a tres retos históricos: el fin pacífico de la Guerra Fría, la unificación alemana en el marco de la Comunidad Europea, por lo tanto, sin modificar las fronteras, y la incapacidad de la Comunidad Europea para hacerse cargo rápidamente de los países emancipados del bloque del Este.
La respuesta francesa fue inventar un organismo distinto de la Comunidad Europea proponiendo una organización común y permanente para el comercio, la paz y la seguridad.
El modus operandi elegido fue el de una conferencia, no una conferencia diplomática clásica. La referencia de Mitterrand fue la reunión fundacional de La Haya, en 1948, a la que se presentó. Se propuso copatrocinar la conferencia con Vaclav Havel, figura destacada de la renovación democrática y símbolo de la libertad recuperada. Se dedicó un periodo de dieciocho meses a la preparación en formato franco-checoslovaco con grupos de trabajo temáticos y la participación del mundo cultural e intelectual.
El método consistía en reunir a las viejas y nuevas democracias en pie de igualdad y de forma flexible en un foro de diálogo político y un marco de cooperación para tratar temas concretos a escala europea: energía, medio ambiente, redes de comunicación, circulación de personas y cuestiones culturales.
El reto directo para Francia era no perder el control en un contexto de cambio estratégico.
Los principales obstáculos para el éxito de este proceso confederal fueron contundentes. El primer lugar de la lista, lo ocupa el rechazo estadounidense a una nueva estructura que podría limitar su creciente influencia. George H.W. Bush estaba pensando en dar un papel político a la Organización del Tratado del Atlántico Norte y cuestionaba su ampliación geográfica, que, en principio, no se había decidido y no era la prioridad en ese momento. Los países centroeuropeos y bálticos estaban impacientes, presionados por Washington, por iniciar el proceso de negociación de la adhesión a la Comunidad Europea y, por lo tanto, veían la Confederación como una larga sala de espera o, peor aún, como un elemento secundario.
Además, en junio de 1991, no apreciaban tener que sentarse al lado de una Unión Soviética moribunda, pero aún activa, con Gorbachov y Shevardnadze y que excluía a Estados Unidos, garante de su seguridad en última instancia. Su marco de referencia era la «familia euroatlántica», la antesala de la OTAN, y no el «gran continente» en sentido geográfico. Varios países europeos temían perder la comodidad de la garantía de seguridad estadounidense y Bush se lo había señalado a Havel unas horas antes de la apertura de la Conferencia. Por otro lado, los dirigentes alemanes se mostraron reacios a aceptar una iniciativa que consideraban secundaria para el proceso de unificación alemana y prefirieron el formato de la Conferencia de Seguridad y Cooperación, único foro de diálogo entre Moscú y Washington. Por último, la situación de la Unión Soviética en el momento de la Conferencia de Praga era crítica y Estados Unidos, al negarse a apoyar financieramente a Mijaíl Gorbachov, ya apostaba por su rival Boris Yeltsin.
En su primera formulación, la idea confederal se concibió como una respuesta democrática a la idea de Gorbachov sobre una casa común, un último intento de salvar un remanente de influencia en Europa Central y Oriental.
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¿Qué podemos aprender del fracaso del proyecto confederal de 1991 para el proyecto de 2022?
El único defecto de François Mitterrand fue que acertó demasiado pronto. La referencia de Emmanuel Macron a su intento de 1991 es totalmente legítima y el contexto crítico impone la necesidad de volver a poner la obra en marcha, de forma innovadora y más controlada.
En 2022, el riesgo de una objeción estadounidense puede considerarse menor, aunque el proyecto podría verse ahogado por el de la «comunidad de democracias» y volver a ser juzgado como un competidor de una OTAN que ha recuperado su impulso inicial.
La necesidad es la ley; era imprescindible dar cuerpo a una improvisación exigida por la petición de Ucrania de ser candidata y la impaciencia de los candidatos permanece, así, como la objeción de la antesala para los países candidatos, que resultan ser los más desfavorecidos económicamente.
Por último, se plantea la cuestión del formato. La Unión de los 27 miembros es lo suficientemente fuerte como para que la Comunidad Política Europea prevista no sea percibida como un organismo competidor, aunque reúna a los países que tienen un vínculo institucional con ella. Si es demasiado grande, habrá muchas fuentes de bloqueo y la confusión con una alianza antirrusa es tan probable como el hecho de que los británicos y los polacos pueden convertirla en un objetivo.
La fuerza del enfoque confederal consistía en trabajar entre Praga y París en igualdad de condiciones. La igualdad de condiciones es un requisito previo. A diferencia del marco de la Unión Europea, no es necesario estar al final del camino para tener derecho a la palabra. El concepto de vecindad ha dejado de ser relevante, ya que connota asimetría y periferia, pero hay que aceptar desde el principio la heterogeneidad histórica y socioeconómica de los participantes.
El objetivo no es crear una nueva entidad, sino establecer un foro de diálogo sobre temas de interés común que no se tratan en otros organismos. El canciller Olaf Scholz apoyó este razonamiento en su discurso, en la Universidad Carolina de Praga 3.
Lo ideal sería acordar una estrecha lista de intereses compartidos (no sólo valores) para superar las disputas bilaterales. Esta Comunidad no es ni una antesala ni una cámara de descontaminación ni un acelerador de la adhesión ni una nueva ventana ni un café comercial ni un tribunal.
Al terminar la primera reunión en Praga, un memorándum debería explicitar los motivos y objetivos buscados, para disipar malentendidos y aproximaciones. Este texto servirá de base para la obra y la narración frente a las inevitables distorsiones de los medios de comunicación.
Por lo tanto, el formato debería acercarse más a un foro tipo G20, preferible sobre escenarios más institucionalizados tipo Consejo de Europa. El Sol puede convertirse en Mi: Mi 46. Habría un intercambio equitativo independientemente de su estatus en otros foros y de su grado de avance en la adhesión. Un ejemplo es el Foro de Estabilidad Financiera (1999), que no es una institución, pero que ha propuesto soluciones a los riesgos de inestabilidad 4.
Por último, la presencia de las instituciones existentes (OSCE, OTAN, Consejo de Europa) en estas reuniones no se desea en esta fase, pues se subraya la dimensión innovadora de la reunión y su significado exclusivamente político. Las reuniones deberían limitarse a los Jefes de Estado y de Gobierno, a puerta cerrada, según el modelo del Consejo Europeo, bajo la égida del país que ejerce la presidencia del Consejo de la Unión, para marcar claramente el vínculo entre la Unión Europea como centro de gravedad y el conjunto más amplio que se está estructurando.
El hecho de que esta reunión se celebre en Praga, 31 años después de la Asamblea de la Confederación Europea, es un recordatorio de la centralidad simbólica y geopolítica de esta ciudad en el corazón de la historia europea. Rindamos, pues, un doble homenaje a sus coautores.
Vaclav Havel nos advirtió en 2005: «Rusia no sabe realmente dónde empieza y dónde acaba. A lo largo de la historia, Rusia se ha expandido y contraído. La mayoría de los conflictos surgen por disputas fronterizas y la conquista o pérdida de territorio. El día que nos pongamos de acuerdo con calma sobre dónde termina la Unión Europea y dónde empieza la Federación Rusa, la mitad de la tensión entre ambos desaparecerá« 5. La calma ha dado paso a la tempestad y a tiempos de angustia.
Y François Mitterrand se mostró lúcido, pero seguro. «Europa existe más de lo que piensa sobre sí misma. Estoy trabajando para acelerar el momento en el que sus diferentes partes, como contrafuertes, se unan para sostener la misma bóveda« 6.
Notas al pie
- El equipo diplomático del presidente Mitterrand me asoció estrechamente a la preparación de la Conferencia de Praga sobre la Confederación Europea (junio de 1991). El presidente me pidió entonces, en 1993, durante una reunión individual, que pensara en un relanzamiento; insistió en la dimensión institucional, más duradera que la de los diseñadores.
- 1 de septiembre de 2022.
- 29 de agosto de 2022.
- Me gustaría agradecer a Serge Guillon, director de estudios del Ciclo de Altos Estudios Europeos (INSP), por esta sugerencia y sus comentarios.
- Le Monde, 25 de febrero de 2005.
- Le Monde, 20 de junio de 1990.