La plaza de Bolívar es un triángulo en pendiente severa que se extiende entre la avenida Simón Bolívar y la calle Clavel, en el distrito 19 de París. El ángulo agudo del triángulo está en la parte inferior, en el lado de la avenida, entre una cafetería y una panadería. En los bordes laterales, los edificios, todos idénticos, forman un conjunto modesto pero digno. En la parte superior, el triángulo se abre de par en par a la calle Clavel, que lleva el nombre de un oficial que defendió las Buttes-Chaumont contra los rusos y los prusianos el 20 de marzo de 1814.
La línea media de la plaza de Bolívar está marcada por la magnífica alineación de cinco castaños centenarios. Solían situarse directamente en medio de los grandes adoquines que tapizaban la pendiente. El lugar era perfecto y sólo necesitaba que lo dejaran en paz.
Pero hace cinco o seis años sufrió una terrible agresión: fue vegetalizado. Después de quitar todos los adoquines, instalaron un triángulo metálico verde alrededor de los castaños, una valla pobre y mal diseñada («ellos»: ¿el Departamento de Parques y Jardines, el de Carreteras y Caminos?).
En el interior, introdujeron tierra y plantaron arbustos polvorientos que desde entonces no han producido una sola flor ni dado una mancha de color.
Alrededor del triángulo, rehicieron el suelo alternando adoquines y franjas de granito grisáceo. Esta plaza, que podría haber sido un tema para Cartier-Bresson, quedó convertida en un trozo de ciudad nueva que ha caído por casualidad en el este de París.
La vegetalización (un neologismo que data, me parece, del inicio de la era Delanoë) ha atacado otros sitios populares. Entre otras cosas, ha desfigurado el noble eje de los bulevares que hay entre Barbès y la plaza Clichy.
En 1914, Sacha Guitry realizó una serie de retratos titulada Ceux de chez nous. En uno de ellos, vemos en el Boulevard de Clichy, en medio de la multitud, a un anciano con barba y bombín, caminando lentamente como si dudara. La voz en off dice: «Ése es Degas”.
Estaba ciego y nunca podría haber caminado por el bulevar tal y como está ahora, erizado de vallas, cortado por carriles para bicicleta, sembrado de arbustos raquíticos, sembrado de latas vacías que dejan los turistas antes de subir a sus autobuses.
La manía vegetal es, evidentemente, una derivación arquitectónica y urbanística del discurso ecológico y de todas sus palabras con -able. Pero probablemente no sea la única causa: el «impulso verde» podría encontrar su lugar en una historia moderna del ornamento arquitectónico. El Art Nouveau había cubierto los edificios con decoraciones florales, especialmente en Francia y sobre todo en París (como en las entradas de metro de Guimard).
Entonces llegaron a la escena arquitectónica teóricos y profesionales que, como reacción, prohibieron toda forma de ornamento, floral o de otro tipo: Adolf Loos, ornament ist verbrechen, el ornamento es un crimen. Y durante medio siglo, de lo mejor a lo peor, de la Villa Savoye al Maine-Montparnasse, la arquitectura que pretendía formar parte del Movimiento Moderno desplegó el vidrio y el metal sin ningún ornamento ni nada remotamente vegetal.
Tampoco encontramos verde en la arquitectura posmoderna que surgió en los años sesenta: colores vivos, frontones, columnas, pero nada de clorofila.
La actual invasión vegetal puede considerarse un avatar del ornamento sin precedentes (salvo quizás en el rococó del sur de Alemania a finales del siglo XVIII o en el barroco ibérico).
Nunca antes el ornamento había ocupado el lugar de la arquitectura, como es el caso, por ejemplo, de un edificio de Édouard François llamado Tower Flower en la Porte d’Asnières, donde las macetas parecen tener un papel tectónico.
Pero probablemente sea difícil ganar un concurso en París hoy en día si no se chorrea un poco de ensalada desde alguna terraza. También se podría pensar que los arquitectos de hoy en día utilizan lo vegetal, un material con «connotación positiva», como dicen, para que los perdonen. Saben que sus edificios son odiados, que ellos mismos son despreciados como aprovechados del despilfarro del espacio urbano. Así que utilizan las plantas para intentar demostrar que ellos también son responsables y sustentables, si no es que amables.
Los que no estén convencidos pueden ir a ver cómo Jean Nouvel «humanizó» a golpes de vegetación la nave helada instalada en el nuevo campus del hospital Necker-Enfants malades de París, en la esquina del bulevard du Montparnasse con la calle du Cherche-Midi.
Pero quizá lo peor esté por llegar: parece que a Dominique Perrault se le ha encargado un plan para vegetalizar la Île de la Cité, y se nos proponen sin esconderlos proyectos de «ciudad verde» que hacen que el plan Voisin parezca dulce anticipación.
Tengamos cuidado: en todas partes el espíritu de los tiempos prevalece sobre el espíritu del lugar.