Las formas del querer
"En ese mapa que va hilando la escritora, asistimos a un viaje al pasado que se extiende al propio presente". Las formas del querer, la novela de Inés Martín Rodrigo, Premio Nadal 2022, ahonda en las diferentes caras que puedes desplegar el amor y se apoya en la memoria para narrar una historia familiar.
André Malraux solía decir que la muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida. La escritora y periodista Inés Martín Rodrigo, ganadora del premio Nadal 2022 por su novela Las formas del querer, bien podría suscribir las palabras del intelectual francés, ya que admite que, a pesar de empezar a escribir la historia en 2019, se ha llegado a plantear que lleva 25 años construyéndola, el tiempo que hace que perdió a su madre. La memoria, el amor y la literatura son los grandes temas de la primera obra de Martín Rodrigo: un escrito que ahonda en las infinitas caras que puede desplegar el querer, una mirada al pasado como ejercicio para comprenderse a uno mismo, pero también un canto a la literatura como refugio y al proceso de la escritura como redención. Como Alicia atravesando el espejo, Inés Martín Rodrigo ha traspasado su labor de periodista para encaminarse hacia la ficción, y ofrecernos un retrato de las infinitas caras del querer, donde las contradicciones y las dudas conviven con los personajes.
Las formas del querer narra la historia de la familia de Noray, una mujer en plena crisis existencial que toca fondo cuando mueren de forma inesperada sus abuelos Carmen y Tomás. Después del funeral, con una tristeza insoportable y muchas preguntas a cuestas, la protagonista decide encerrarse en la casa familiar del pueblo, la misma donde creció y donde le enseñaron las muchas formas del querer. Lejos de todo, pero en el epicentro de su infancia, en el mismo lugar donde se hizo adulta, se refugia en la escritura y decide afrontar el proyecto que lleva años postergando: una novela que cuenta la historia de sus raíces.
La novela comienza con Ismael, el personaje en el que, como descubriremos más adelante, Noray cree haber encontrado al amor de su vida. Estrella, la mujer de Ismael, no logra entender que él esté aún tan atado a la protagonista. El arranque de la historia es ilustrativo de lo que veremos más adelante: un crisol de personas que intentan lidiar con sus incoherencias, sus obsesiones, sus afectos y sobre todo con la voluntad por encontrar un hueco adecuado donde encajar todas esas problemáticas. En el caso del personaje de Ismael, uno de los protagonistas, lo hará leyendo la novela de Noray sin que ella lo sepa. El proceso de escritura de la novela de Noray se entremezcla con el presente, en el que ella está sedada en una habitación de hospital por haberse intentado quitar la vida. Ismael sufrirá con la lectura del manuscrito pero a la vez entenderá muchos frentes abiertos y llegará a plantearse si es demasiado tarde o si aún está a tiempo para encauzar el presente y su amor por la chica, incluso se martirizará preguntándose si no la habrá abandonado a su suerte en el pasado, por no haber estado a la altura.
Partiendo de ese escenario, el de una mujer sedada en un hospital y un hombre casado leyendo su historia, Martín Rodrigo hila la historia familiar de Noray con la de España, un país con serios conflictos a la hora de mirar atrás, para devolvernos el reflejo desde la guerra civil hasta la consolidación de la democracia. La protagonista trazará las vidas de sus familiares, cruzándolas con sus inseguridades y sus propios fantasmas, encaminada a preguntarse lo que nos preguntamos todos en algún momento de la existencia: ¿Quién soy realmente? ¿De dónde vengo y cuál es mi verdadero yo?
La estructura de la novela es cuanto menos original. Como las muñecas rusas, hay varias novelas en una: mientras Ismael lee la historia familiar de la joven, en la misma habitación de hospital donde reposa la mujer, irá recolocando piezas y aprendiendo a entenderla. El amor aparece encarnado en ellos como ese ideal de amor romántico y definitivo, casi irremediable, pese a estar atravesado por mil grietas y una distancia que tal vez no sea otra cosa que falta de comunicación o comprensión entre ambos. He aquí uno de los grandes valores de Las formas del querer: las palabras escritas como refugio, la escritura como flotador donde acudir cuando todo se desmorona. En aquella habitación 205 del hospital, Ismael le dirá a Noray, y ahí cristaliza el sentido de toda la relación: “Te amo con toda mi alma, y de una forma de la que no he podido ser consciente hasta que he leído tus palabras, todas tus palabras”.
Lo que no se nombra, no existe, y precisamente con esta intención se construye la novela. Una característica esencial y admirable del manuscrito no sólo es el amor a las personas que nos rodean, sino también el amor a la enseñanza y al papel de los maestros, encarnado especialmente en el personaje de Filomena. El amor, además, a la literatura que conecta a las personas y al proceso de escritura que facilita entendernos a nosotros mismos y comunicarnos con los demás. Para ello, Martín Rodrigo teje un mapa geográfico sentimental.
En ese mapa que va hilando la escritora, asistimos a un viaje al pasado que se extiende al propio presente, con flashbacks que nos llevan atrás en el tiempo y vuelven continuamente a la habitación de hospital donde Ismael sigue leyendo con nosotros la novela de la joven. El ritmo no decae en las casi 400 páginas, donde van presentándonos los miedos internos de la protagonista y van resolviéndose las historias de los muchos personajes que desfilan ante nuestros ojos, y he aquí dos de las grandes claves de la historia que ha construido Martín Rodrigo: la naturalidad y originalidad en la forma de tratar los temas y de plasmarlos en el papel, pero también la capacidad de construir un crisol de personajes -tanto protagonistas como secundarios- con sus propios miedos, sus deseos y sus infinitos recovecos emocionales, que están dispuestos en la novela para hacernos entender, junto a Noray, que, de entre las muchas formas de amar, la mejor es ser fiel a uno mismo.
El proceso de aprendizaje de Noray parte, en gran medida, de la memoria de su abuela Carmen y del legado que ésta le ha ido dejando. Resulta interesante ver cómo la escritora plantea la maraña de espinas que puede suponer la memoria: ¿Hasta qué punto lo que recuerda Noray es enteramente real, o más bien está atravesado por un sinfín de interpretaciones de la propia joven? ¿Hasta qué punto los recuerdos pueden ser fieles al pasado? Con el personaje de la abuela Carmen, una mujer que sobrevivió a la guerra civil y a la postguerra, no sólo discurren estas preguntas, sino que aparece también el poder de la memoria como enseñanza, y especialmente el valor del apoyo entre las mujeres. Esa fraternidad cristaliza en relaciones como la de Carmen y sus amigas inseparables, Margarita, Filomena o Mari, representando la cercanía y el hombro siempre dispuesto para la otra. Y he aquí otro punto destacable de la novela que la hace especial: el homenaje a todas esas comadres que no tuvieron la oportunidad de estudiar y desarrollar sus inquietudes vitales, que tiraron hacia delante con la vida como pudieron y levantaron familias en un contexto histórico tan difícil, en un país que estaba roto.
La historia reciente de España vertebra la novela de numerosas formas. Para empezar, en la forma de plasmar las vidas truncadas por la dictadura, como es el caso de Tomás y Carmen, que tuvieron que emigrar a Madrid para ganarse el pan y alcanzar sus aspiraciones, como en la propia forma en que el conflicto civil y la postguerra condicionaron las infinitas formas del querer. Precisamente uno de los puntos clave de la novela es el amor en todas sus vertientes, no sólo el pasional y romántico que encarnan sus abuelos, sino también el amor a la familia, como puede ser el de la abuela por sus nietas o el de los hermanos Tomás y Sixto, separados por una guerra que les colocó en bandos distintos, o el amor incondicional que une a Noray con Marta.
Dicen que el futuro tiene un corazón antiguo, y quizá por ello la protagonista decide presentarnos un gran crisol de amores, tanto de su familia como de gente cercana, para comprenderse a sí misma. Cada historia es particular, pero entre todas entendemos las distintas formas del querer, por ejemplo, a través de la historia de Trini y Blanca, dos mujeres que se quisieron como pudieron a pesar de las circunstancias, en una época que no aceptaba como ahora la diversidad. Como ellas, también encontramos a Manolín, desubicado con el momento que le ha tocado vivir, o la relación de Olivia y Alberto, que no supieron quererse en el molde convencional, como les habían enseñado. Todos los personajes parecen vivir en los márgenes de la sociedad, bordeando la realidad a su manera, inentando adecuarse a las circunstancias y salir adelante como pueden.
El final es un canto a la esperanza, pese a todo. Ismael llora y se tumba al lado de Noray en la habitación del hospital, y como si fuera una metáfora del comienzo de otra vida, comienza a amanecer en la estancia. Hay un gesto especial, en la última escena, que abre paso al futuro: la protagonista aprieta con fuerza la mano del que consideraba el amor de su vida, y le sonríe, como correspondiéndole, pero sin hablar de ningún futuro conjunto. “- Y ahora qué?”, le pregunta él. “Ahora solo quiero descansar”, sentencia ella. La última frase nos descubre que Ismael será padre junto a su mujer, Estrella, y que a Noray se le abre, como en una novela infinita, la posibilidad de otra vida, de una ventana abriéndose para dejar entrar aire fresco, aire nuevo.