Hace veinte años, el ganador del Premio Nobel de Química Paul Crutzen proponía el término Antropoceno para describir la era actual. Desde finales del siglo XVIII, la acción humana sobre el medio ambiente se ha agravado tanto que, según sus propias palabras, « el clima de la Tierra podría desviarse considerablemente de su régimen natural durante milenios »1.  Dos décadas después, el concepto se ha generalizado en los debates sobre el cambio climático y la degradación ambiental, y poco a poco comienza a formar parte del lenguaje común. 

Su gran ventaja es la de señalar la responsabilidad del comportamiento humano en los fenómenos del cambio climático. Sin embargo, carga también con el inconveniente de diluir el análisis y la reflexión con referencias abstractas. ¿Quién es ese anthropos que ha provocado el calentamiento global y cuáles son aquellos seres humanos que se ven más directamente afectados por él? Crutzen no ofrece respuestas a estas preguntas. El Antropoceno tiene como asignaturas pendientes sociología y geografía. Es apenas el comienzo de una historia. Sin embargo, si ignoramos sus causas y sus manifestaciones materiales entre determinados ecosistemas, territorios y comunidades humanas, si ignoramos las « reflexividades ambientales »2 que suscita, nos privamos de la posibilidad de comprenderlo en profundidad y, por tanto, de reorientar las acciones humanas3

Establecer la fecha de nacimiento del Antropoceno no es lo más complicado. Crutzen elige 1784, año de la « invención » de la máquina de vapor por parte de James Watt, como fecha clave. En retrospectiva, la potencia de la máquina de vapor, y el consumo del carbón que la alimenta, parece haber permitido a los seres humanos romper la camisa de fuerza que los límites naturales imponían a la producción, y salir de la economía de subsistencia a la que estaban confinados desde el Neolítico temprano. 

Algunos, como el sociólogo estadounidense Jason Moore, creen que la lógica de esta nueva era en la historia de nuestro planeta solo puede entenderse si nos remontamos a los « grandes descubrimientos » que inauguraron el imperialismo europeo, y a los orígenes científicos e intelectuales del régimen capitalista a finales del siglo XV y comienzos del siglo XVI4. Otros, como el historiador ambiental John McNeill, insisten en cambio en la « gran aceleración » del consumo de energía y de la producción de gases de efecto invernadero que tuvo lugar tras la Segunda Guerra Mundial5

Estas discrepancias son más relativas que absolutas. En primer lugar, porque en la escala de tiempo geológico, unos pocos siglos tienen poca importancia: el periodo geológico anterior se extiende a lo largo de un periodo flexible, que abarca los últimos diez o doce milenios. En segundo lugar, y sobre todo, porque lo importante es definir la causalidad de la transición de una época a otra, es decir, la dinámica inherente a la entrada en el Antropoceno. Al hacer de la invención de la máquina de vapor el símbolo de esta transición, Crutzen establece una analogía entre el Antropoceno y el periodo geológico anterior. En el Holoceno, la « revolución agrícola » posibilitada por el clima templado dio lugar a la civilización neolítica; la entrada en el Antropoceno está provocada por la « revolución industrial » y da lugar a nuestra civilización productivista y urbana6. Si seguimos la línea de razonamiento de Crutzen, podemos rastrear los orígenes intelectuales del Antropoceno en la revolución científica que tuvo lugar entre los siglos XV y XVII7, identificar sus primeras traducciones materiales en Europa a finales del siglo XVIII y rastrear su generalización a escala planetaria a partir de la segunda mitad del siglo XX8. Resulta necesario señalar, y esto no es ni mucho menos un detalle, que en el primer caso un cambio de orden climático es el que lleva a una profunda transformación de los métodos de producción y de las relaciones sociales, mientras que en el segundo caso la causalidad se invierte.

¿Quién es ese anthropos que ha provocado el calentamiento global y cuáles son aquellos seres humanos que se ven más directamente afectados por él? El Antropoceno tiene como asignaturas pendientes sociología y geografía. Es apenas el comienzo de una historia.

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Esto nos lleva casi naturalmente al lugar de orígen del Antropoceno. Si esta nueva era nace de la extracción y el consumo masivo de carbón, su cuna está sin duda en Gran Bretaña y el reto es estudiar « cómo la estructura de la economía fósil se ha desarrollado desde su patria británica hasta abarcar la mayor parte del mundo, al enraizarse en las más variadas formaciones sociales, en estrecha conexión con el proceso de acumulación de capital y las relaciones que supone »9. Esta partida de nacimiento ya está bien establecida hoy en día. Fue el paso al vapor en la industria algodonera de Lancashire, motivado por el deseo de concentrar la mano de obra para explotarla y controlarla mejor, lo que inauguró la intensificación de la minería de carbón10

Situada en un contexto más amplio, esta transición energética explica la singularidad europea. En comparación con las regiones que habían alcanzado un nivel equivalente de desarrollo científico y tecnológico en los albores del Antropoceno, la mayor prosperidad de Europa solo puede explicarse por la minería de carbón, por un lado, y por el imperialismo, por otro11. Sin la violencia de la conquista y la explotación colonial, Europa no habría podido obtener los recursos necesarios para mantenerse en pie en tiempos de auge demográfico: trigo, madera, algodón, azúcar, té, café y chocolate producidos en América, a menudo con mano de obra esclavizada extraída del suelo africano. Sin el carbón, los europeos no habrían podido romper la camisa de fuerza energética que les condenaba, desde la extensión de la agricultura, a las hambrunas recurrentes y a las epidemias que a menudo las acompañaban. Estos dos grandes factores históricos, el imperialismo y la explotación masiva de los combustibles fósiles, tienen su origen en el proyecto político de la burguesía inglesa de mediados del siglo XIX12

Sin embargo, si se sigue la analogía de Crutzen, se podría defender un enfoque espacial más amplio. Cuando los historiadores y antropólogos de principios de siglo trataron de definir las raíces del Neolítico, se lanzaron a explorar los territorios de las civilizaciones mesopotámica y egipcia. Fue allí, a las orillas de los ríos Tigris, Éufrates y Nilo, donde descubrieron los primeros vestigios del cultivo de cereales, los restos de las primeras formas de escritura y contabilidad, así como las primeras fundaciones de ciudades. Basándose en este trabajo, el egiptólogo estadounidense James Henry Breasted propuso en 1914 delimitar la cuna de esta civilización, a la que le dio el nombre de « Creciente Fértil ». Según sus propias palabras, fue en esta « franja cultivable del desierto » regada por el Nilo, el Jordán, el Tigris y el Éufrates, donde se « inventó » la agricultura13. El cultivo del trigo nació allí, antes de extenderse a la Europa mediterránea y luego al resto del mundo. 

Sobre esos fundamentos se desarrollaron la escritura y los instrumentos de medida, y de la conjunción de estos descubrimientos surgieron la civilización urbana y los primeros estados14. Si la revolución industrial es al Antropoceno lo que la revolución agrícola es al Holoceno, como señala Crutzen, el carbón es a nuestra época lo que el trigo fue a la civilización neolítica: un hecho social total15. Podemos entonces intentar delimitar la cuna geográfica del Antropoceno y definir un « Creciente Fósil » en el que el norte de Inglaterra constituye un foco esencial, sin limitarse a él. La veta de carbón inglesa se extiende hacia el este, hasta Silesia, pasando por Picardía y Nord-Pas-de-Calais, Valonia y el Ruhr, e incluso hacia el oeste, cruzando el Atlántico, hasta los Apalaches. Fue allí donde se explotó el carbón en proporciones cada vez mayores desde finales del siglo XVIII, y donde surgió la máquina de vapor de Watt. Fue allí donde un hecho geológico particular, la presencia de una gran cantidad de energía fósil explotable16, dio lugar a un modo de producción, el famoso modelo extractivista-productivista, y a una civilización que, como la surgida del Neolítico, terminó por extenderse a los cuatro rincones del planeta. 

Podemos entonces intentar delimitar la cuna geográfica del Antropoceno y definir un « Creciente Fósil » en el que el norte de Inglaterra constituye un foco esencial, sin limitarse a él. La veta de carbón inglesa se extiende hacia el este, hasta Silesia, pasando por Picardía y Nord-Pas-de-Calais, Valonia y el Ruhr, e incluso hacia el oeste, cruzando el Atlántico, hasta los Apalaches.

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© Images / Rex Features

El objetivo de ampliar el enfoque espacial para abarcar un « Creciente Fósil » más vasto que el foco británico es señalar la forma en que el carbón ha engendrado una civilización que traspasa las fronteras políticas y administrativas. Lo que sorprende al visitante que recorre las regiones que componen el Creciente Fósil, desde las Tierras Medias hasta el Ruhr, es su extraña similitud. Las películas de Ken Loach podrían rodarse en Charleroi, y las de los hermanos Dardenne no desentonarían en Newcastle. Con sus acciones, el hombre ha transformado tan profundamente el espacio, y se ha transformado tan profundamente a sí mismo, que ha borrado incluso la memoria de la naturaleza y las relaciones sociales anteriores. 

Para explicar la génesis de la ciudad donde vivo, Charleroi, suelo presentar dos mapas. El primero es el elaborado por Ferraris hacia 1775: muestra una pequeña aldea sobre el río, con algunos cientos de hogares, a unas diez leguas de distancia de otras aldeas y pueblos idénticos. La naturaleza primaria ha desaparecido casi por completo, en beneficio de los campos y pastos ganados durante siglos a los bosques ancestrales. Sin embargo, las formas del terreno no cambian, los ríos siguen su curso natural y las aldeas y carreteras construidas por el hombre, imitando los meandros del paisaje, solo ocupan una pequeña parte del espacio. El segundo mapa se elaboró 135 años después, con motivo de la Exposición Universal de 1911. Entre tanto, Charleroi se ha convertido en una de las ciudades más ricas y tecnológicamente avanzadas del mundo, uno de los centros del Antropoceno. En este segundo mapa, el río, en el pasado sinuoso, se encauza en una línea recta, las pequeñas ciudades se ahogan en una serie de conurbaciones anárquicas, el territorio está salpicado de líneas de ferrocarril, canales, carreteras, puentes y líneas eléctricas. Decenas de símbolos negros muestran pozos de carbón, fábricas de metal y de vidrio. 

El Antropoceno ha hecho irreconocible el entorno natural, ha desterrado a decenas de miles de personas de sus campos y las ha hacinado en corons construidos alrededor de los pozos mineros y las fábricas. Y cuando los campos circundantes ya no eran suficientes para abastecer de recursos humanos a la industria, se importaron trabajadores del norte y del sur del Mediterráneo, dejando una huella duradera en la dinámica demográfica y la diversidad antropológica de la región. 

El carbón también ha marcado la vida social y democrática. La alta concentración de minas y fábricas de hierro en el Creciente Fósil otorgó a ciertas categorías de la clase obrera un papel estratégico central. Los mineros, los siderúrgicos, los ferroviarios, los estibadores y los marineros vivían y trabajaban en zonas densamente pobladas en las que el contacto directo les permitía tomar conciencia del carácter común de su destino y organizar sus luchas. Así conquistaron, en beneficio de toda la clase obrera, los derechos sindicales y políticos que constituyen el fundamento de nuestras democracias, y sentaron las bases de una cultura cívica comunitaria17. Desde las Tierras Medias hasta Silesia, el Creciente Fósil se caracteriza por los desarrollos industriales, los cambios medioambientales, las formaciones urbanas, las dinámicas migratorias y demográficas, así como por las movilizaciones sociales y políticas que están estrechamente entrelazadas y profundamente marcadas por la presencia del carbón. Forma una biorregión que es a la vez singular y universal: singular en su génesis y en el contraste que forma con los territorios que la bordean; universal en cuanto que prefigura un modelo extractivista y productivista que acabó imponiéndose, en el momento de la « gran aceleración », en la mayor parte del mundo. 

Esta observación permite establecer responsabilidades. El Antropoceno nació en algún lugar, y es ese lugar, Europa Occidental, al que luego se unieron Estados Unidos y China, el principal responsable de las emisiones de gases de efecto invernadero y de las perturbaciones resultantes. El desarrollo de las regiones del mundo que aún hoy están condenadas a la subsistencia solo es posible si las altas esferas del Antropoceno, a las cuales han estado sometidas desde hace tiempo, restringen su consumo de combustibles fósiles y ponen fin a la destrucción de los sumideros de carbono y de biodiversidad. 

El desarrollo de las regiones del mundo que aún hoy están condenadas a la subsistencia solo es posible si las altas esferas del Antropoceno, a las cuales han estado sometidas desde hace tiempo, restringen su consumo de combustibles fósiles y ponen fin a la destrucción de los sumideros de carbono y de biodiversidad. 

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La delimitación del Creciente Fósil nos invita también a pensar en la salida de esta primera edad del Antropoceno. Cuando las minas cerraron una tras otra, desde las Tierras Medias hasta el Ruhr, dejaron tras de sí plazas desoladas y hombres desocupados. La agonía fue rápida en la escala de tiempo geológico, pero inquietante en la escala de tiempo humano. Con la generación de nuevas luchas sociales, la salida de esta primera energía fósil, más bien forzada que fruto de una elección, dio también lugar a una forma única de cooperación transnacional, de la que surgió la Unión Europea, hija de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. 

La salida de esta primera era del Antropoceno prefigura las tensiones que inevitablemente acompañarán a la necesaria salida de los combustibles fósiles y del modelo industrial y urbano que se deriva de ella. Las ciudades del Creciente Fértil han conocido una caída de su población y una disminución de sus territorios. Dos generaciones después del cierre de los últimos pozos mineros, la economía, la tasa de empleo y el nivel medio de educación de estas regiones siguen estando muy por debajo de la media nacional18. De los inicios del Antropoceno quedan territorios desatendidos en los que la naturaleza reclama sus derechos, una población diversa y móvil, una cultura cívica en la que persisten los rasgos comunitarios y una determinada forma de habitar el espacio que refleja la geología. 

Para que se convierta en un concepto eficaz que guíe el análisis y la acción colectiva, el Antropoceno debe trazar sus orígenes. No por chovinismo ni para inventar tradiciones, sino para identificar la lógica que ha hecho de estas biorregiones lo que son, y para extraer lecciones útiles para nuestro tiempo. ¿Qué ocurre con las personas y los territorios que habitan al cesar la minería de carbón? ¿Cómo reclama la naturaleza sus derechos? ¿Cómo reaccionan las sociedades? ¿Se diluyen los lazos cívicos y se recomponen las solidaridades? ¿Podemos restaurar las ciudades que se han vuelto inadecuadas para su entorno y su población? ¿Qué hacer con todas esas infraestructuras industriales que hoy son irrelevantes? ¿Cómo reparar la naturaleza dañada y prevenir los efectos del cambio climático? En resumen, ¿hay futuro cuando la orgía del Antropoceno termine? Una vez respondidas estas preguntas, los territorios del Creciente Fósil podrán dar sentido a su dolorosa transición y ofrecer a los que aún viven de la explotación masiva de los combustibles fósiles una imagen de su futuro.

Notas al pie
  1. Paul J. Crutzen, « La géologie de l’humanité : l’Anthropocène », Ecologie et politique, 2007, n°34, pp. 141-148, traducción de la publicación original, « Geology of Mankind : The Anthropocene », Nature, 3 de enero de 2002, n°415, p. 23.
  2. Cf. Christophe Bonneuil y Jean-Baptiste Fressoz, L’événement Anthropocène, La Terre, l’histoire et nous, Paris, Points Histoire, 2016.
  3. Cf. Bruno Latour, « Quel Etat peut imposer des « gestes barrières » aux catastrophes écologiques ? », Esprit, 2020, n° 466, pp. 159-168.
  4. Cf. Jason W. Moore (ed.), Anthropocene or Capitalocene ? Nature, History and the Crisis of Capitalism, Oakland, Kairos/PM Press, 2016.
  5. Cf. John R. McNeill, Peter Engelke, The Great Acceleration, An Environmental History of the Anthropocene since 1945, Cambridge (MA), The Belknap Press of Harvard University Press, 2014
  6. Crutzen señala que los primeros análisis del aire atrapado en el hielo polar que muestran el comienzo de un aumento de las concentraciones de dióxido de carbono y metano también datan de este período.
  7. Cf. Carolyn Merchant, La mort de la nature, Les femmes, l’écologie et la révolution scientifique, Paris, Editions Wildproject, 2021
  8. La fecha de 1850 la mantiene el medievalista Lynn White Jr. que escribió en 1967 que «la aparición, como práctica generalizada, del credo de Francis Bacon de que el conocimiento científico significa poder técnico sobre la naturaleza, rara vez puede fecharse antes de 1850 aproximadamente», Lynn White Jr, Les racines historiques de notre crise écologique, Paris, PUF, 2019, p. 25.
  9. Andreas Malm, L’anthropocène contre l’histoire, Le réchauffement climatique à l’heure du capital, Paris, La Fabrique éditions, 2017, p. 60.
  10. Cf. Andreas Malm, Fossil Capital, Londres, Verso, 2015.
  11. Cf. Kenneth Pommeranz, Une grande divergence, La Chine, l’Europe et la construction de l’économie mondiale, Paris, Albin Michel, 2010.
  12. Cf. Charles-François Mathis, La civilisation du charbon, En Angleterre, du règne de Victoria à la Seconde Guerre mondiale, Paris, Vendémiaire, 2021.
  13. Sobre la génesis y los usos de este concepto, cf. Vincent Capdepuy, « Le « croissant fertile ». Naissance, définition et usages d’un concept géohistorique », L’information géographique, 2008, vol. 72, n°2, pp. 89-106. 
  14. Cf. James C. Scott, Homo Domesticus, Une histoire profonde des premiers Etats, Paris, La Découverte, 2020.
  15. Tomando prestado el concepto de «hecho social total» de Marcel Mauss, el historiador estadounidense Steven Kaplan lo aplica al papel del trigo y del pan en la civilización europea, y en particular en el siglo XVIII francés, Steven Kaplan, Raisonner sur les blés. Essais sur les Lumières économiques, Paris, Fayard, 2017. Fernand Braudel habló del trigo como «planta de la civilización», que es para el Mediterráneo y Europa lo que el arroz es para Asia y el maíz para América. Cf. Fernand Braudel, Civilisation matérielle et capitalisme, Paris, Armand Colin, 1967. 
  16. Cf. Elena Esposito, Scott F. Abramson, « The European Coal Curse », Journal of Economic Growth, 2021, vol. 26, n°1, pp. 77-112.
  17. Cf. Timothy Mitchell, Carbon Democracy, Political Power in the Age of Oil, Londres, Verso, 2011.
  18. Cf. Elena Esposito, Scott F. Abramson, art. citado.