Karol Cariola
Creo que sería insuficiente realizar un análisis de lo que fueron los resultados de las elecciones del 15 y 16 de mayo en Chile sin considerar el contexto que hemos venido viviendo durante los últimos dos o tres años.
En primer lugar, resulta importante señalar que nuestro país ha vivido intensos procesos de movilización, que se han ido acumulando durante ya varios años. Incluso antes del 18 de octubre del 2019, habíamos tenido grandes movilizaciones estudiantiles, de pescadores y una expresión, en mayo de 2019, de la movilización feminista que fue muy importante en nuestro país. Todos estos movimientos sociales fueron acumulando fuerza, hasta la revuelta social que abrió paso a un proceso constituyente que, afortunadamente, de alguna manera, se hizo cargo de dar inicio a una nueva etapa de la democracia de nuestro país. La consolidación de este proceso constituyente con la elección de nuestros representantes para la redacción de la nueva Constitución es un elemento muy satisfactorio para poder seguir proclamando que: « el proceso sigue su curso, sigue adelante ». Y Chile, después de tantos años de transición democrática, va a poder tener una Constitución democrática.
Eso también abrió camino a que muchas personas que no participaban en política decidieran formar parte de este proceso, incluso a pesar de la pandemia. Es por eso que en el plebiscito que vivimos algunos meses atrás para aprobar el proceso constituyente Chile finalmente se manifestó contundentemente a favor de una nueva Constitución.
Hoy, los resultados de las convencionales constituyentes dan cuenta de que hay una mayoría electa de personas que quieren cambios estructurales y profundos, y que entienden la Constitución como una herramienta para poder fortalecer nuestra democracia. La Constitución es el principal resguardo de la implementación forzosa del modelo neoliberal en Chile. Y eso es fundamental destacarlo: si hay algo por lo cual se movilizaron los ciudadanos –por lo cual nos movilizamos– es precisamente para terminar con la desigualdad, para terminar con el modelo de desarrollo mercantilizado que todo lo ha privatizado (las pensiones, la salud, la educación, la vivienda), pero que sin embargo no se hace cargo de las necesidades del pueblo de Chile. Por eso me parece tan relevante el momento que estamos viviendo. La composición de esta convención constitucional es muy importante en función de las mayorías transformadoras. La derecha obstruccionista que fue protagonista de la dictadura militar, no obtuvo ni siquiera el tercio que les hubiera permitido el veto dentro de la constituyente. Por lo tanto, hoy lo que queda es que las fuerzas de oposición puedan tener acuerdos en pos del impulso de estas transformaciones. Solo quiero destacar brevemente que este proceso dejó además como resultado la elección de muchos jóvenes, de personas provenientes de los movimientos sociales y también de mujeres.
Pamela Figueroa
El pasado fin de semana, Chile vivió una mega elección: no solamente se eligió la Convención que redactará una nueva Constitución, sino que también se eligieron los gobernadores regionales –por primera vez en la historia de Chile– y los alcaldes y concejales, es decir, los gobiernos locales y regionales. El foco de este proceso electoral ha sido, sin duda, la elección de la Convención constituyente, fundamentalmente porque se ha descrito como una elección histórica. Y así lo es en dos sentidos: primero, porque busca canalizar, a través de una vía democrática, una crisis política y social, de confianza y legitimidad, muy profunda que está viviendo el país; también porque la elección de la Convención implicó nuevas reglas electorales que fueron clave para sus resultados. Esta Convención constitucional se eligió con un mecanismo electoral paritario, con escaños reservados para los pueblos indígenas y, por primera vez, con la posibilidad de que los independientes pudiesen armar listas.
La paridad finalmente integró hombres. Las mujeres sacaron más votos que los hombres y, por la regla de paridad, se tuvieron que integrar a hombres, demostrando así que este tipo de reglas no buscan sobre-representar o favorecer a las primeras, sino más bien una igualdad entre éstas y los hombres. Con la igualdad en las reglas de competencia, las mujeres han demostrado que son competitivas y elegibles. Por otro lado, habrá 17 convencionales constituyentes que representan a los diez pueblos indígenas del país. Por último, de los 1460 candidatos que se presentaron para los 155 escaños de la Convención constitucional, 61% han sido independientes. Eso también se reflejó en la elección. Ante una oferta más amplia y la crisis de los partidos políticos, gran parte de la ciudadanía eligió candidatos y candidatas independientes: de los 155 miembros, únicamente 50 son militantes de partidos políticos y 105 independientes. Si bien algunos fueron en listas de partidos y otros en independientes, estas nuevas reglas del juego permitieron que el malestar social, la sociedad y los nuevos actores sociales se vean reflejados en la representación. Los resultados de esta elección están teniendo efectos considerables en la reordenación del sistema político y, probablemente, también lo tendrán en lo que serán las elecciones presidenciales y parlamentarias de noviembre de 2021.
Paulina Astroza
Lo ocurrido este fin de semana en Chile, con el resultado de las elecciones, es un terremoto. Es finalmente el término de un proceso que no comienza el 18 de octubre de 2019 –ese fue solo el detonante–, sino que, en definitiva, es la consecuencia de una segregación y de desigualdades que se han ido acumulando paulatinamente en el tiempo y que ya venían dando rasgos de agotamiento entre la ciudadanía. La molestia inicial con la clase política, en especial, pero con todas las instituciones, en general, se fue transformando en rabia. Nos encontramos entonces con una Convención constitucional que ha sido 100% elegida por la ciudadanía y que representa la diversidad de lo que es realmente Chile y no tanto ese país caracterizado todas estas décadas por un poder concentrado en Santiago y una clase política muy endogámica que fue perdiendo la vinculación con la ciudadanía.
La gran sorpresa de la Convención constitucional ha sido que, pese al sistema electoral que se decidió aplicar, el de cifra repartidora que supuestamente los favorecería, la ciudadanía no votó mayoritariamente por los partidos políticos. La gran ganadora ha sido la ciudadanía, diversa y distinta, sin bandera política, que salió a la calle a pedir cambios y transformación. Sin sentirse representados por los partidos políticos, tanto de derecha como de izquierda, buscaron sus espacios en el mundo independiente o encontraron que los partidos de izquierda radical eran aquellos que los representaban.
Por el contrario, los grandes vencidos han sido los partidos políticos tradicionales, pero especialmente aquellos del oficialismo del gobierno de Sebastián Piñera, que no lograron un tercio en la Convención, ni siquiera incluyendo en sus listas a la extrema derecha de José Antonio Kast. Esa cifra les habría permitido tener el derecho a veto para impedir modificar aquellas normas que no quieren modificar. A la derecha también le ha ido muy mal en las otras tres elecciones, la de gobernadores, alcaldes y concejales. Además de que el gobierno se encuentra absolutamente desacreditado, mucha gente que había votado por el rechazo en octubre del año pasado no fue a votar, con una baja de la participación del electorado de la derecha en todas las elecciones.
Luego, lo que fue la antigua Concertación, principalmente de los partidos de centro-izquierda tradicionales, también sufrió: ni siquiera quedaron segundos. Dentro de la coalición debilitada, la Democracia Cristiana y el Partido por la Democracia han sido los grandes derrotados. El Partido Socialista ha logrado salvar un poco la cara al obtener 15 convencionales.
Entre la izquierda, a la lista Apruebo Dignidad, con el Frente Amplio y el Partido Comunista, le ha ido muy bien, obteniendo el segundo lugar. Otra lista que es muy interesante es la denominada Lista del Pueblo, de independientes, que surge de los movimientos sociales, aquellos grupos que salieron a las marchas, que organizaron ollas comunes durante la pandemia y que representa ciertas causas determinadas, como el medioambiente y el feminismo. En cuanto a los independientes, resulta necesario reconocer que no constituyen un grupo homogéneo. Están aquellos que se presentaron dentro de un partido político y cuyo comportamiento es aún una incógnita. Muchos de ellos, en todo caso, ya han adoptado una autonomía considerable en sus últimas declaraciones. Están también aquellos independientes que uno podría asimilarlos, en función de sus sensibilidades, a la centro-izquierda. Se trata de individuos provenientes de la antigua Concertación, de la antigua Nueva Mayoría, pero que rechazan las prácticas y las formas de cómo han administrado el poder. Ahí nos encontramos con la lista de independientes no neutrales, que representan justamente ese mundo y que lograron 11 constituyentes. Es un grupo que se creó en agosto del año pasado para llamar a votar por el apruebo, pero por fuera de los partidos.
La gran ganadora de la constituyente ha sido entonces la variedad. Además de la paridad y la representación de los pueblos indígenas, la gran mayoría de constituyentes viene de colegios públicos o subvencionados, lo que constituye una novedad entre nuestros representantes políticos. Y si bien es cierto que, por ejemplo, una representante del partido de ultraderecha y radicales de izquierda han obtenido buenos resultados, eso también refleja lo que es Chile, con sectores que se sienten representados por ellos.
El gran desafío ahora será la conformación de esta Convención constitucional, que deberá dictar el reglamento y empezar a funcionar a través de acuerdos y negociaciones. Sin la amenaza del veto por parte de la derecha, se abrirá el campo de la negociación para que, en definitiva, las normas que determinen lo que va a ser el Chile de las próximas décadas sea el resultado del compromiso de la gran mayoría de los chilenos y chilenas representados por esa Convención constitucional. Chile cambió, Chile venía cambiando, pero la estructura política no permitía que esos cambios se reflejaran de la manera en que se reflejaron en esta constituyente. El nuevo texto constitucional deberá ser aprobado en el referéndum ratificatorio, en el que no solamente también votarán los chilenos en el extranjero, sino que se hará con sufragio obligatorio –una gran novedad–.
Chile está acostumbrado a los terremotos. Chile tiene también una capacidad de resiliencia enorme. En Chile nos hemos levantado de terremotos telúricos y esta conformación de la Convención constitucional constituye una esperanza para nuevos aires.
Giorgio Jackson
Chile y la esperanza de una nueva democracia:
Esperanza y responsabilidad: ese es el mandato que parecen dejar los resultados de la elección de las personas que integrarán la Convención Constitucional para redactar una nueva constitución en Chile.
Esperanza de cambios y de transformación porque las ideas que chilenos y chilenas exigieron con mucha fuerza desde el 18 de octubre de 2019 tendrán mayoría abrumadora con una alta renovación y un espaldarazo a quienes buscan hacer las cosas de manera distinta en este país.
En medio de una desastrosa gestión de la pandemia y precedidos de una impugnación generalizada a la política tradicional de los últimos 30 años, Chile tendrá una convención paritaria (donde además se corrigió a favor de hombres para llegar a un 50/50) con escaños reservados para pueblos indígenas y con una gran representación de sectores independientes e impugnadores del modelo.
Con el prestigio de la política por el suelo, el escenario es hoy cuesta arriba para la mayoría de los partidos políticos tradicionales, quienes están siendo desplazados por quienes han chocado una y otra vez con los enclaves autoritarios que dejó el texto constitucional escrito durante la dictadura de Augusto Pinochet.
Pero no es sólo un voto de confianza, sino que un mandato claro: las y los chilenos quieren dignidad expresada en la carta magna y quieren participar de la toma de decisiones que durante los últimos 30 años ha estado amarrada y reservada para la élite. “Nunca más sin nosotras” y sin un poder de veto de los sectores conservadores, un paso concreto y gigante para corregir las injusticias del experimento neoliberal “más exitoso” de América Latina.
Marco Enríquez-Ominami
El resultado de las elecciones constituyentes es el triunfo del cambio en todas sus dimensiones. La enorme derrota de la derecha es el triunfo también en este plebiscito sobre las reglas de un nuevo Estado de bienestar. Es una constituyente joven, feminista y de izquierda con los partidos políticos arrinconados. Aun así, son los mismos partidos políticos que ganaron el 90% de las elecciones regionales (el equivalente a las provincias gobernadoras de Argentina) con una participación tímida, mediocre, de solo el 38%. Siento que Chile entró en una fase irreversible, nueva y creativa, desafiada por la economía, el desempleo y también por la abstención. Es un país que avanza políticamente, pero no avanza todavía en la unidad social y política. Dicho esto, la desunión no impidió que ganáramos, pero sí impidió ofrecer una alternativa de cambio. Hoy hay un hombre solo con sus ideas derrotadas, Sebastián Piñera, y comienza desde hoy la transición económica y política encabezada no por el gobierno ni por el Congreso, sino por la Convención constitucional.
Ahora bien, los próximos pasos son la instalación de la constituyente, las segundas vueltas electorales de la gobernación en las que ganamos todas las gobernaciones (la oposición ganó 100 a 0) en primera vuelta. Y a su vez, habrá segunda vuelta. También es cierto que viene el desafío económico y del empleo que el gobierno no va a poder enfrentar sin una transición en colaboración con la oposición; va a ser imposible para el gobierno avanzar. Viene, a mi juicio, la desaparición de una energía, la del Congreso de Chile que fracasó durante todos estos años: entramos en un modo constituyente. Sí creo que este resultado es importante para Perú, Colombia, para muchos países con crisis democrática y participativa, crisis en materia de derechos humanos. Los procesos constituyentes son pacificadores. Son enormes oportunidades.
Manuel Alcántara
Aunque la apertura del proceso de cambio constitucional en Chile atendió al viejo reclamo de clausurar el legado más simbólico que real de Pinochet y respondió al clamor callejero de finales de 2019, los pasos emprendidos no han hecho más que evidenciar los problemas que tal empeño conlleva e incrementar la fatiga que envuelve a la democracia. Complicaciones de naturaleza técnica, pues no hay evidencias recientes de cambios constitucionales salvo los casos bolivarianos que no aplican en absoluto, y dificultades de agenda de un proceso que se demoró en dos ocasiones por la pandemia, al alimón del calendario electoral ordinario con una convocatoria de elecciones presidenciales y legislativas en noviembre.
En cuanto a las secuelas de la democracia fatigada, estas se nutren del creciente malestar de la gente al que se une la crisis generalizada de la representación en una sociedad que se ha visto envuelta en un cambio exponencial en las últimas dos décadas de la mano de la revolución digital. La bajísima tasa de participación es un indicador de ello a pesar de que por primera vez se desdobló la cita electoral en dos jornadas y se daba el aliciente de unos comicios asimismo inéditos para elegir a la primera autoridad de las regiones; también lo es la profunda fragmentación de las opciones políticas que van a constituir la Asamblea en donde los partidos tradicionales han obtenido pésimos resultados; y, finalmente, el ascenso de candidaturas independientes que reflejan el individualismo rampante.
Olivier Compagnon
2021: Chile, centro del mundo
Las elecciones chilenas del 15 y 16 de mayo de 2021 son un hito importante en la larga historia de la transición chilena. Sin adelantarse al texto que producirá la Asamblea Constituyente, deberían permitir que la democracia restaurada formalmente en 1990 se deshaga de la carga más pesada que heredó de los años de Pinochet. La Constitución de 1980, con su presidencialismo centralizador y su obsesión antiestatal, que limitaba el alcance de las posibilidades políticas, pronto será cosa del pasado.
Pero estas elecciones también hablan más allá de las fronteras de Chile. Demuestran, por ejemplo, que un movimiento social masivo y decidido, aunque sea brutalmente reprimido, puede cristalizar políticamente y hacer tambalear un gobierno o un régimen. Sobre todo, demuestran que una sociedad en la que las ideas de bien común y de servicio público se han diluido por los intereses privados, en la que la gente debe endeudarse para financiar su educación o pagar las facturas del agua, en la que la “buena gobernanza” es compatible con algunas de las mayores desigualdades de renta del planeta, en la que las cuestiones medioambientales se sacrifican en el altar del extractivismo, es capaz un día de decir “basta” cuando estas lógicas han alcanzado su paroxismo.
Como cuna de la revolución neoliberal de hace medio siglo, Chile es una brújula política para el mundo, que permite no solo evaluar los efectos devastadores de un modelo de desarrollo, sino también anticipar lo que podría ocurrir en otros lugares cuando ya está claro que este modelo es inicuo.