Puntos claves
  • Casi la mitad (48 %) de los europeos considera a Donald Trump un «enemigo de Europa», lo que supone un aumento de 4 puntos con respecto a la encuesta realizada en septiembre (44 %).
  • La mayoría de los europeos (51 %) considera que el riesgo de una guerra abierta con Rusia en los próximos años es «alto» (y «muy alto» para el 18 % de los encuestados).
  • Dos tercios de los encuestados (69 %) creen que su país no sería capaz de defenderse militarmente de una agresión rusa. En Portugal, Italia y Bélgica, esta cifra supera el 80 %.
  • La mayoría de los europeos (55 %) cree que es preferible mantener una equidistancia entre Estados Unidos y China, en lugar de alinearse con una de las dos superpotencias por encima de la otra.
  • El apoyo a la pertenencia a la Unión sigue siendo abrumadoramente favorable: el 74 % de los encuestados quiere que su país permanezca en el bloque, mientras que el 19 % preferiría salir.
  • Francia es el país encuestado donde este deseo de pertenecer al bloque es más débil, con más de una cuarta parte (27 %) de la población que desea salir, mientras que el 12 % se muestra indeciso.
  • Cinco años después de la salida del Reino Unido de la Unión, el Brexit se percibe de forma abrumadora como un fracaso entre la opinión pública europea: el 63 % de los encuestados afirma que ha tenido un impacto negativo en el país.

Un año después del primer barómetro europeo, lanzado por Cluster 17 y el Grand Continent, y del Eurobazuka de la primavera pasada, que analizaba las reacciones a la llegada de Trump, y de la edición de septiembre, que sondeaba la opinión de los europeos tras el verano de la humillación, esta nueva edición, realizada en nueve países europeos (Francia, Italia, España, Alemania, Polonia, Portugal, Croacia, Bélgica y Países Bajos), llega en un momento decisivo. 1

Al leer el informe en su conjunto, lo que más llama la atención es la densidad de las preocupaciones y la simultaneidad de las conmociones: el regreso duradero de la guerra al continente, la aceleración de las rivalidades entre potencias, el cambio climático como fuente de conflictos, la inquietante revolución tecnológica y las crisis políticas internas que minan la confianza.

Europa no solo se enfrenta a una acumulación de riesgos, sino también a una transformación de su entorno histórico, geopolítico y político.

Este barómetro permite comprender este cambio en toda su profundidad y sus contradicciones.

El interés del estudio radica en su doble enfoque. Por un lado, ofrece un detallado mapa de las amenazas externas: los europeos jerarquizan los riesgos de guerra, identifican a los adversarios, evalúan las intenciones de las grandes potencias y cuestionan la solidez militar de sus propios países.

Por otro lado, explora las tensiones internas que combinan el sentimiento de amenaza terrorista, la percepción del antisemitismo, la relación con la inmigración, la desconfianza hacia las élites, la demanda de reducción del Estado, la tentación tecnocrática y las divisiones sobre la autoridad o la participación democrática.

A esto se añade un tercer eje, a menudo subestimado, que atraviesa todo el barómetro, a saber, la forma en que los europeos viven la modernidad, entre la fascinación y la inquietud (IA, drones, robots, criptomonedas, redes sociales, espacio…), así como la necesidad de anclarse en un entorno nacional estable (cultura, paisajes, calidad de vida, salud).

Todo ello dibuja el perfil de una Europa inquieta, profundamente consciente de sus vulnerabilidades y que tiene dificultades para proyectarse positivamente hacia el futuro. Esta dificultad se refleja incluso en indicadores más indirectos, como la cuestión que opone el atractivo del pasado al del futuro.

Este panorama también está plagado de paradojas estructurales. La más notable se refiere a Estados Unidos, con un claro deterioro de la imagen de Donald Trump, hasta el punto de que la mayoría lo percibe como un enemigo de Europa. Al mismo tiempo, la demanda de conflicto con Estados Unidos está disminuyendo en favor de una preferencia por el compromiso.

En otras palabras, los europeos endurecen su juicio político sobre Trump, al tiempo que tratan de evitar una ruptura estratégica con Washington. Este tipo de contradicción no es un ruido estadístico, sino que se encuentra en el centro del nuevo momento europeo.

Por último, el estudio recuerda la multiplicidad de opiniones europeas. Las diferencias nacionales son importantes en la gran mayoría de las cuestiones.

En materia de guerra, China, Ucrania, inmigración, confianza en la Unión o visión del progreso técnico, las opiniones dibujan perfiles culturales y políticos claramente diferenciados. Esto es precisamente lo que permite leer este barómetro: no solo las grandes tendencias continentales, sino también la estructura de las fracturas internas y lo que estas dicen sobre el posible futuro de la Unión.

1 — La voluntad de pertenecer a la Unión Europea sigue estando generalizada, pero su solidez varía considerablemente, y el eslabón débil podría ser Francia

En los nueve países encuestados en noviembre, la pertenencia a la Unión sigue siendo una opción mayoritaria: el 74 % de los encuestados desea que su país permanezca en el bloque, mientras que el 19 % prefiere salir de él.

La opción de salida del bloque sigue siendo minoritaria a escala europea. Pero la solidez de este apego difiere mucho según el país. La diferencia entre el deseo de permanecer o salir de la Unión es abrumadora en Portugal y España (+81 puntos en ambos casos), lo que indica una adhesión casi indiscutible.

Por el contrario, es en Francia donde esta diferencia es menor (34 puntos), con un 27 % a favor de salir de la Unión y un 12 % de indecisos. Es allí donde el potencial de cuestionamiento de la pertenencia es mayor. Francia podría convertirse así en el eslabón débil de la Unión.

Francia, país fundador de la Unión y del euro, es sin embargo el país menos comprometido con la moneda única entre los miembros históricos.

Jean-Yves Dormagen

Esta dinámica a la baja se observa en los dos países que durante mucho tiempo se han presentado como los motores de la Unión, a saber, Alemania y Francia, lo que hace que la tendencia sea especialmente preocupante. Hay dos contraejemplos destacados: España, donde la adhesión a la Unión se está reforzando claramente, y Polonia, donde se observa una recuperación más reciente entre las dos últimas oleadas disponibles.

Este retroceso se produce en un momento en que las amenazas externas parecen aumentar, lo que sugiere que el apego a la Unión no se refuerza automáticamente por el efecto del contexto geopolítico.

La cuestión de la moneda confirma una gran heterogeneidad y muestra que la media europea encubre realidades nacionales muy diferentes. En total, el 65 % de los encuestados prefiere el euro, frente al 25 % que se decanta por una moneda nacional.

Pero las diferencias entre países son considerables: España (86 %) y Portugal (82 %) son los países donde el apego al euro es más fuerte, en consonancia con su fuerte apego a la Unión. Por el contrario, Polonia, que no utiliza el euro, se muestra ampliamente desfavorable a la moneda única: solo el 14 % desearía adoptarla, mientras que el 72 % se muestra a favor de una moneda nacional. Croacia, que entró en la zona del euro en 2023, ocupa una posición singular: la voluntad de conservar el euro sigue siendo minoritaria (43 %), mientras que el 46 % preferiría una moneda nacional.

Entre estos dos polos, el caso francés ocupa una posición central. País fundador de la Unión y del euro, Francia es, sin embargo, el país menos apegado a la moneda única entre los miembros históricos (59 %), con una demanda sustancial de retorno a la moneda nacional (23 %) y un alto nivel de indiferencia (el 14 % respondió «no importa» cuando se les planteó la pregunta). Al igual que en el caso de la pertenencia a la Unión, es en Francia donde la integración europea parece más frágil.

2 — El Brexit sigue siendo un repelente para la mayoría de los europeos

Cinco años después de la salida del Reino Unido de la Unión, el Brexit es percibido por una amplia mayoría de la opinión pública europea como un fracaso. En los nueve países del sondeo, el 63 % de los encuestados considera que el Brexit ha tenido un impacto «negativo» para el Reino Unido, mientras que el 19 % considera que ha sido positivo. Casi uno de cada cinco europeos no tiene una opinión clara (el 10 % considera que no ha tenido un impacto «ni positivo ni negativo» y el 9 % no sabe).

Muy pocos encuestados lo consideran un éxito rotundo, la opción «muy positivo» es marginal en todos los países. En otras palabras, en el conjunto de Europa, el Brexit no constituye un modelo atractivo de salida.

Esta interpretación está estrechamente relacionada con el primer punto: cuanto más desea un país permanecer en la Unión, más duramente juzga el Brexit. Esta tendencia es especialmente visible en los países ibéricos, que son a la vez los más favorables a permanecer en la Unión y los más severos con la experiencia británica: en España, la percepción «negativa» del Brexit alcanza el 82 % (frente al 7 % positiva), y en Portugal el 79 % (frente al 11 %). Por lo tanto, ambos países parecen reafirmados en la idea de que salir de la Unión es una mala opción.

Estos resultados zanjan así un debate central: el Brexit sirve más como repelente que como ejemplo en la Europa de 2025.

Jean-Yves Dormagen

Por el contrario, algunos países parecen más ambivalentes, lo que es estratégico para comprender el potencial de cuestionamiento de la Unión. Polonia y Croacia son los Estados miembros donde la valoración negativa del Brexit es menor (43 % y 40 %, respectivamente), mientras que casi tres de cada diez encuestados ven el Brexit de forma positiva (30 % y 29 %). También son los dos países donde la integración europea es menos pronunciada, como demuestra su relación con la moneda común.

Francia ocupa una posición intermedia que los partidarios de la Unión podrían considerar preocupante: el Brexit se considera negativo por una escasa mayoría (52 %), pero la indecisión es pronunciada (el 11 % no sabe qué opinar y el 13 % no sabe). En otras palabras, el Brexit no convence, pero tampoco disuade por completo. Esta ambigüedad se suma a la fragilidad ya observable en cuanto a la pertenencia a la Unión.

Italia, Bélgica y los Países Bajos mantienen una opinión claramente negativa, aunque menos unánime que la de España y Portugal, lo que refleja su relación más ambivalente con la integración.

Estos resultados zanjan así un debate central: el Brexit sirve más como repelente que como ejemplo en la Europa de 2025. Pero la presencia de focos nacionales más indecisos o más tolerantes —Polonia, Croacia y una Francia donde la indecisión es fuerte— señala espacios en los que el euroescepticismo podría ganar terreno si el contexto político se prestara a ello.

3 — Múltiples vulnerabilidades y una demanda de protección a escala europea

La primera lección es la de una inseguridad ampliamente compartida. Ante las amenazas a las que se enfrentan los europeos —tecnológicas, militares, energéticas o alimentarias—, solo el 12 % afirma no sentirse inseguro en ningún ámbito o no saberlo. En otras palabras, las vulnerabilidades evaluadas tienen sentido para la gran mayoría de los encuestados.

A escala europea, la seguridad tecnológica y digital es la amenaza más citada (28 %), por delante de la seguridad militar (25 %) y energética (22 %). Pero esta jerarquía media encubre perfiles nacionales muy diferenciados.

Cuando se les pide que indiquen a qué escala habría que actuar para protegerse, los europeos se decantan por una respuesta que incluye a Europa.

Jean-Yves Dormagen

En varios países de Europa occidental, la amenaza tecnológica predomina claramente (España, Francia, Portugal, Bélgica). Por el contrario, la amenaza militar ocupa el primer lugar en los países más expuestos al riesgo geopolítico, entre los que destaca Polonia (el 38 % cita en primer lugar la inseguridad militar).

Italia se distingue por dar una prioridad muy clara a la seguridad energética (30 %), mientras que Croacia destaca la inseguridad alimentaria (31 %). El panorama de la inseguridad europea es, por tanto, plural: no se trata de un miedo único, sino de una agenda de amenazas con una fuerte dimensión nacional.

Cuando se les pide que indiquen a qué escala habría que actuar para protegerse, los europeos se decantan por una respuesta que incluye a Europa.

Apenas el 23 % elige solo la escala nacional, mientras que el 30 % se decanta por la escala europea y el 39 % considera que ambos niveles son igualmente importantes. En total, el 69 % de los encuestados incluye la escala europea en la protección. Una vez más, las diferencias son muy significativas.

España y Portugal, que ya son los más favorables a la Unión, son también los más «europeístas prácticos»: el 85 % de los encuestados incluye la escala europea (por sí sola o conjuntamente). Por el contrario, Francia y Polonia, los dos países donde el apego a la Unión es más frágil, son también los que presentan un reflejo nacional exclusivo más pronunciado (37 % en Francia, 30 % en Polonia).

Cabe destacar un último resultado: Italia aparece como uno de los países que más confía en la escala europea (el 38 % la prefiere, frente al 19 % que prefiere la escala nacional). Podría parecer una paradoja en un momento en que el país está gobernado por Giorgia Meloni y una coalición de derecha a menudo descrita como soberanista. Sin embargo, en la opinión pública, la protección se concibe en gran medida a nivel europeo.

Este punto pone de manifiesto una tensión estructural. La inseguridad es casi universal, sus prioridades varían mucho de un país a otro, pero la demanda de protección integra masivamente a Europa, con resistencias nacionales concentradas en los países que ya son más ambivalentes con respecto a la Unión.

4 — Rusia vuelve a ser la principal amenaza de guerra

El primer resultado de esta pregunta no es la diferencia entre los países, sino el propio cambio en Europa: una mayoría relativa de europeos (51 %) considera que el riesgo de una guerra abierta con Rusia en los próximos años es «alto» (y «muy alto» para el 18 % de los encuestados).

Tal anticipación habría sido impensable hace unos años y marca la entrada de las opiniones europeas en un nuevo régimen geopolítico en el que la hipótesis de un conflicto directo en el continente se convierte en mayoritaria.

Este cambio es muy territorializado. Polonia, país fronterizo con Rusia, se distingue como un caso extremo: el 77 % de los encuestados considera que el riesgo es «alto», de los cuales el 36 % lo considera «muy alto», lo que demuestra un nivel de proyección mucho más pronunciado.

A continuación, se sitúa un conjunto de países en torno a la media europea: Países Bajos (59 %), Bélgica (58 %), Francia (54 %), Alemania (51 %) y España (49 %). En este bloque, la mayoría considera que el riesgo es alto, más que muy alto. Así, se anticipa una amenaza real, pero menos catastrófica que en el este. 

Tal anticipación habría sido impensable hace unos años y marca la entrada de las opiniones europeas en un nuevo régimen geopolítico.

Jean-Yves Dormagen

Por último, un tercer grupo de países aparece más distanciado: Croacia (41 %), Portugal (39 %) y, sobre todo, Italia (34 %). El contraste entre el noreste y el sur es evidente: cuanto más se aleja geográficamente uno del frente ucraniano y de la frontera rusa, más disminuye el riesgo percibido. Italia se distingue por un elevado nivel de encuestados que consideran que «no hay riesgo» (29 %) de una guerra abierta con Rusia, lo que indica una menor percepción de una amenaza directa.

Por el contrario, las demás potencias aparecen muy por detrás: solo el 15 % de los europeos considera que un conflicto abierto constituye un «riesgo elevado», mientras que esta cifra es del 17 % para Irán y del 10 % para Estados Unidos.

Por lo tanto, Rusia representa, con diferencia, la amenaza de guerra estatal más determinante en la opinión europea.

5 — El terrorismo es la amenaza más destacada, y Francia percibe un nivel de alerta máximo

Si Rusia es la gran amenaza estatal, el terrorismo es la amenaza más inmediata en la opinión pública europea. En los nueve países cubiertos por la encuesta, el 63 % de los encuestados considera «alto» el riesgo de una guerra abierta con organizaciones terroristas (el 27 % considera que este riesgo es «muy alto»). Esta cifra es superior a la de Rusia (51 %) y a la de otros actores geopolíticos.

Esta preocupación es especialmente fuerte en Europa occidental: el 69 % en Bélgica, el 65 % en Alemania y el 62 % en España consideran que el riesgo es «alto».

Pero es sobre todo Francia la que destaca por un nivel excepcionalmente alto: el 86 % considera que el riesgo de entrar en guerra abierta con organizaciones terroristas es «alto», y el 47 % lo considera «muy alto» . Solo el 1 % afirma que «no hay riesgo». Francia aparece así como el país donde la amenaza terrorista está más arraigada.

En las opiniones, Irán parece percibirse más a través del prisma de una amenaza terrorista potencial que de una amenaza de guerra interestatal inminente.

Jean-Yves Dormagen

Italia también reconoce esta amenaza, pero en un tono más moderado: el 54 % considera que el riesgo es «alto» y el 34 % que es «bajo». Los Países Bajos presentan un perfil atípico, ya que el riesgo alto alcanza el 49 %, pero con un porcentaje muy importante que considera que «no hay riesgo» (32 %), lo que indica una percepción mucho más dividida.

Por último, Europa Central y Meridional (Polonia 46 %, Portugal 42 %, Croacia 41 %) sitúa el terrorismo en un lugar mucho más bajo entre las amenazas, con un mayor número de respuestas que consideran que el riesgo es bajo o que no existe.

Este punto también aclara la lectura de otros riesgos «de Medio Oriente». Francia es el país más preocupado por el riesgo de un conflicto con Irán, lo que puede interpretarse como una asociación más directa entre la crisis iraní y el horizonte terrorista. En las opiniones, Irán parece percibirse más a través del prisma de una amenaza terrorista potencial que de una amenaza de guerra interestatal inminente.

6 — La duda militar europea: fragilidades nacionales frente a la amenaza rusa

El regreso de la guerra como horizonte plausible y la clarificación de las intenciones atribuidas a las grandes potencias plantean la cuestión de la percepción de los europeos sobre las capacidades de defensa de sus países.

La jerarquía de las dudas dibuja una geografía del poder percibido. Los países que se sienten menos capaces son también los que menos se proyectan en un enfrentamiento militar directo con Rusia.

Jean-Yves Dormagen

En este sentido, el barómetro muestra una preocupación masiva, muy estructurada y con gran peso político. La amenaza rusa se considera elevada, pero los europeos estiman que están mal armados para hacerle frente por sí solos.

Primer dato importante: la confianza en la capacidad militar nacional es minoritaria en todas partes. Así, casi siete de cada diez europeos dudan de la capacidad de su país para defenderse de una agresión rusa.

Las diferencias entre países son muy marcadas, pero ninguno escapa a esta falta de confianza. Francia es el país más confiado, pero esta opinión sigue siendo minoritaria: el 44 % cree que el país podría defenderse de una agresión rusa, mientras que el 51 % no está de acuerdo con este escenario.

La jerarquía de las dudas dibuja una geografía del poder percibido. Los países que se sienten menos capaces son también los que menos se proyectan en un enfrentamiento militar directo con Rusia. La distancia geopolítica se traduce así en una escasa confianza en la preparación nacional.

Por el contrario, los países más expuestos expresan una confianza ligeramente superior, pero esta sigue siendo claramente minoritaria. Incluso en Polonia, país fronterizo con Rusia, el 58 % responde «no» y el 14 % no sabe: la incertidumbre nacional sigue siendo elevada a pesar de la máxima exposición.

Este punto revela una falla estratégica central. Los europeos contemplan ahora la posibilidad de una guerra abierta con Rusia, pero no se sienten lo suficientemente armados para responder a ella a escala de sus Estados. La entrada en una era de peligro se produce con la sensación de una debilidad nacional persistente.

7 — La autonomía estratégica como reflejo mayoritario: Europa rechaza la elección binaria entre EUA y China

Tras el aumento del riesgo de guerra y el sentimiento de fragilidad nacional, el barómetro pone de manifiesto otra característica estructurante: el rechazo a verse envueltos en un enfrentamiento entre grandes potencias.

Ya se trate del equilibrio geopolítico global o de la batalla tecnológica, los europeos expresan la misma lógica: no disolverse en la órbita estadounidense, pero tampoco inclinarse hacia China. En resumen, buscar un camino propio.

La posición dominante es la de la distancia. A la pregunta sobre la posición de Europa frente a Estados Unidos y China, el 55 % opta por la misma distancia entre ambos. A esto se suma un 16 % que no desea aliarse con ninguno de los dos. En total, el 71 % aboga por una posición de autonomía o no alineación, frente a solo el 20 % que prefiere una alineación prioritaria con Estados Unidos frente a China, y el 4 % que prefiere la alineación inversa.

Este resultado es sorprendente. La opción «pro Estados Unidos contra China» sigue siendo minoritaria en todos los países, mientras que la posición «pro China contra Estados Unidos» sigue siendo marginal en todas partes. La distanciación predomina ampliamente en Bélgica, Polonia, Alemania, Portugal, Francia e Italia.

La opción «ninguno de los dos» es especialmente fuerte en Italia, Portugal, Francia y España. Europa busca claramente afirmarse como un tercer polo, lo que confirma el creciente interés por una defensa europea, ya observado en numerosos estudios.

Los europeos no desean elegir bando, pero son conscientes de estar atrapados en una rivalidad estratégica y tecnológica.

Jean-Yves Dormagen

Se desprende un segundo punto esencial: China es percibida como el principal adversario tecnológico, pero Estados Unidos ya no se considera un aliado natural en esta competencia. A la pregunta sobre el adversario tecnológico, el 44 % de los encuestados señala a China, el 37 % sitúa a ambos países al mismo nivel y el 9 % menciona a Estados Unidos.

En varios países, China se identifica claramente como el principal adversario. Sin embargo, Francia se distingue por un perfil singular: la opción «los dos al mismo nivel» (49 %) supera a China por sí sola. Este resultado revela un punto esencial: Estados Unidos ya no se percibe como un aliado natural de Europa frente a Pekín, sino como un competidor, incluso un adversario, también en el ámbito tecnológico.

Estas dos cuestiones dibujan una misma inflexión histórica. Los europeos no desean elegir bando, pero son conscientes de estar envueltos en una rivalidad estratégica y tecnológica.

China aparece como el rival central, mientras que Estados Unidos se percibe simultáneamente como una potencia competidora. Esta percepción refleja una fuerte demanda de autonomía estratégica, así como un mayor distanciamiento respecto a Estados Unidos.

8 — Los europeos dudan sobre la línea a seguir frente a Estados Unidos

El barómetro revela una profunda tensión en la forma en que los europeos perciben a Estados Unidos. Por un lado, Donald Trump suscita un rechazo masivo que se ha acentuado a lo largo de las diferentes oleadas de la encuesta; por otro, la posición deseada frente al gobierno estadounidense se vuelve menos conflictiva. La demanda de oposición frontal disminuye en favor de una preferencia por el compromiso.

En la última oleada, Trump es percibido mayoritariamente como un enemigo de Europa.

Jean-Yves Dormagen

En otras palabras, los europeos endurecen su juicio sobre Trump, pero no desean endurecer la relación global con Washington.

En la última oleada, Trump es percibido mayoritariamente como un enemigo de Europa. De media, el 48 % de los europeos encuestados lo ve así, frente a solo el 10 % que lo considera un amigo; el 40 % lo describe como «ni amigo ni enemigo».

El rechazo predomina en toda Europa occidental. Alcanza el 62 % en Bélgica, el 57 % en Francia, el 53 % en España, el 50 % en Italia, el 49 % en los Países Bajos, el 46 % en Alemania y el 45 % en Portugal. Polonia es una excepción: allí se percibe a Trump más a menudo como un amigo que como un enemigo. Pero esta singularidad no basta para modificar la dinámica general. A escala continental, el trumpismo se considera claramente una fuerza hostil.

Sobre todo, esta percepción no se ha suavizado con el tiempo. La comparación entre diciembre de 2024, las dos oleadas intermedias de 2025 y la última oleada de noviembre revela una tendencia clara: en la mayoría de los países, la zona «ni amigo ni enemigo» retrocede en favor de un juicio explícitamente hostil.

Este endurecimiento es especialmente notable en dos grandes países de Europa occidental: tanto en Francia como en Italia, Trump es identificado hoy en día como un enemigo con más frecuencia que al principio del periodo estudiado. Por lo tanto, esta dinámica no es un simple fenómeno coyuntural, sino que refleja un cambio de clima duradero, que se ha ido instalando progresivamente a lo largo del año.

Sin embargo, este endurecimiento político no se traduce en un aumento de la conflictividad estratégica. Por el contrario, cuando se pregunta qué actitud debería adoptar la Unión Europea frente al gobierno estadounidense, la encuesta sitúa el compromiso en primer lugar en casi todos los países: el 48 % opta por esta opción, el 33 % por la oposición y el 19 % por la alineación.

La comparación entre septiembre y noviembre muestra un descenso de la demanda de oposición, mientras que el compromiso avanza. Francia e Italia ilustran muy claramente esta tendencia: la oposición disminuye considerablemente en favor de un enfoque más pragmático de la relación con Washington. Incluso allí donde Trump es percibido como hostil, la estrategia dominante consiste, por tanto, en negociar en lugar de enfrentarse.

Los europeos distinguen ahora entre el hombre y el poder. Se distancian del trumpismo, pero siguen considerando la relación transatlántica como un imperativo estratégico.

Jean-Yves Dormagen

Se perfilan tres perfiles nacionales. Los grandes países de Europa occidental se inclinan claramente por el compromiso (Italia 60 %, Francia 52 %, Alemania 50 %, Bélgica 49 %) . Por el contrario, varios Estados se inclinan más por una lógica de alineamiento estratégico (Polonia 47 %, Croacia 36 %, Portugal y Países Bajos 31 %). Por último, algunos países siguen más divididos entre el compromiso y la oposición, como España o los Países Bajos, donde la conflictividad sigue siendo elevada sin llegar a imponerse.

La paradoja es, por tanto, central y coherente. El rechazo a Trump se acentúa, pero no se traduce en un deseo de romper con Estados Unidos.

Los europeos distinguen ahora entre el hombre y el poder. Se distancian del trumpismo, pero siguen considerando la relación transatlántica como un imperativo estratégico, sobre todo porque la amenaza rusa se considera intensa y los Estados europeos dudan de sus propias capacidades militares.

9 — Polarización de las sociedades europeas en torno a la identidad, el Estado social y el clima

El barómetro muestra que las preocupaciones europeas no son solo externas. Paralelamente al retorno de la guerra y las amenazas geopolíticas, las sociedades europeas se ven atravesadas por fuertes tensiones internas.

Cuatro cuestiones lo ilustran con especial claridad: la inmigración, la percepción de un aumento del antisemitismo, la demanda de una reducción masiva del Estado y del gasto público, y la relación conflictiva con el clima. En conjunto, dibujan una Europa polarizada en torno a temas centrales de cohesión.

La cuestión migratoria pone de manifiesto una profunda división sobre la forma de anticipar el futuro colectivo. A escala de los nueve países, la inmigración se percibe ante todo como una amenaza para la cohesión nacional: el 46 % elige esta opción, frente al 33 % que la ve como una necesidad para compensar el envejecimiento demográfico; el 18 % considera que no es ni lo uno ni lo otro.

Pero esta media europea oculta una fractura geográfica muy marcada. En varios países del norte y el este, la percepción de la inmigración como una amenaza es mayoritaria: alcanza el 61 % en Polonia, el 60 % en Bélgica, el 54 % en Francia y Croacia, y el 50 % en los Países Bajos. En estas sociedades, la inmigración se percibe principalmente como un factor de presión identitaria y de desorden social.

Por el contrario, los países del sur, y especialmente la península ibérica, se distinguen por una interpretación más sensible a los retos demográficos: el 49 % de los españoles, el 45 % de los portugueses y el 44 % de los italianos consideran la inmigración como una necesidad, aunque la percepción de amenaza sigue siendo elevada.

Italia ofrece aquí una aparente paradoja: mientras que el gobierno de Meloni llegó al poder con una línea muy dura hacia los migrantes, la opinión pública sitúa claramente la necesidad por delante de la amenaza. Alemania parece ser el país más dividido, con un 38 % que percibe la inmigración como una «necesidad» y un 48 % como una «amenaza» , lo que indica un debate realmente abierto entre dos planteamientos contrapuestos.

A esta división migratoria se suma una alarma social muy generalizada sobre el antisemitismo. A la pregunta «¿cree que el antisemitismo está aumentando en su país?», el 61 % de los europeos responde «sí», mientras que el 30 % responde «no».

Pero, una vez más, los niveles varían considerablemente. En Francia, el 73 % observa un aumento del antisemitismo, el 65 % en Alemania, el 64 % en Bélgica y el 63 % en los Países Bajos. En Italia, España y Portugal, la preocupación sigue siendo mayoritaria, pero menos pronunciada (entre el 56 % y el 58 %).

Estas divisiones internas no son secundarias, sino que ahora estructuran la forma en que las sociedades europeas se perciben a sí mismas, en un momento en que las tensiones geopolíticas exigirían una mayor cohesión colectiva.

Jean-Yves Dormagen

Polonia y Croacia son los países más divididos sobre este tema. Se observa un equilibrio casi perfecto entre el «sí» y el «no». Esta geografía sugiere que, en una parte de Europa Occidental, la percepción de un aumento del antisemitismo se ha convertido en un hecho social importante, mientras que otros países siguen mostrándose más indecisos o divididos sobre este diagnóstico.

El tercer componente de esta polarización interna es la relación con el Estado y el gasto público. Una clara mayoría de europeos desea una fuerte reducción del gasto público y del número de funcionarios: el 64 % se muestra de acuerdo con esta propuesta, mientras que el 33 % se opone.

La demanda de reducción es abrumadora en Croacia (80 %), Alemania (76 %), Polonia (74 %) y Bélgica (70 %). Sigue siendo mayoritaria en Francia y España (59 % en ambos casos), así como en los Países Bajos (57 %), mientras que Italia se distingue por una opinión mucho más dividida sobre esta cuestión: solo el 50 % está a favor, mientras que el 48 % se opone.

En otras palabras, la idea de una reducción del Estado es dominante en una parte importante del continente, pero no tiene el mismo grado de evidencia en todas partes. Esto refleja una tensión social y fiscal muy profunda que se suma a otras líneas de fractura observadas en la encuesta.

Esta desconfianza hacia el Estado político se prolonga, por último, en una tentación antiélites más directa. A la pregunta de si las personas que han tenido éxito económico serían más competentes que los responsables políticos para dirigir el país, los europeos están divididos: el 43 % responde «sí», el 47 % «no» y el 10 % no sabe.

Pero algunos países se inclinan claramente hacia la adhesión a esta idea. Es el caso de Croacia, donde el 68 % responde «sí», Portugal (61 %) y Alemania (59 %). Polonia también se sitúa en un nivel elevado (56 %), aunque la incertidumbre es grande.

Por el contrario, Francia e Italia rechazan claramente esta alternativa: solo el 24 % responde «sí» en Francia y el 30 % en Italia. España y Bélgica presentan un panorama más equilibrado. Este cuadro muestra que, más allá de la crítica al Estado, una parte de Europa se siente tentada por una solución «extrapoliática» más o menos libertaria, basada en la competencia económica. Mientras que otros países, en particular Francia, siguen claramente apegados a la idea de que la legitimidad política no debe confundirse con el éxito financiero.

Por último, la cuestión climática revela otro tipo de polarización: la que opone la confianza en el diagnóstico medioambiental y la sospecha de exageración o instrumentalización. A escala europea, el 43 % de los encuestados se muestra de acuerdo con la afirmación de que «el cambio climático es exagerado o instrumentalizado», frente al 54 % que no está de acuerdo.

Por lo tanto, la mayoría está en desacuerdo, pero el acuerdo con esta cuestión sigue siendo elevado, lo que muestra una profunda división sobre un tema que, sin embargo, es fundamental. Una vez más, las diferencias son notables. Los niveles más altos de acuerdo se encuentran en Polonia (52 %), seguida de los Países Bajos (48 %), Croacia (47 %), Portugal (47 %), Alemania (46 %) y España (45 %).

Italia se sitúa por debajo (39 %), y Francia es el país menos inclinado a esta idea (35 %), con un desacuerdo mayoritario (62 %). La cuestión climática no genera un consenso uniforme. En varios países, ya es un terreno de controversia cultural y política, al igual que las cuestiones identitarias o sociales.

En conjunto, estos cuatro conjuntos de resultados describen una Europa dividida. La inmigración divide al continente entre quienes la ven como una amenaza y quienes la consideran una necesidad. La mayoría percibe que el antisemitismo está en aumento, con una alarma especialmente fuerte en Occidente. La relación con el Estado social se endurece, hasta el punto de generar una demanda mayoritaria de reducción generalizada del gasto público y, en algunos países, la tentación de sustituir a las élites políticas por élites económicas.

Por último, el clima parece ser un tema de división duradera, con una minoría muy importante que considera que el fenómeno es exagerado o instrumentalizado. Estas fracturas internas no son secundarias, sino que ahora estructuran la forma en que las sociedades europeas se conciben a sí mismas, en un momento en que las tensiones geopolíticas exigirían una mayor cohesión colectiva.

10 — Revolución tecnológica, futuro político y bases nacionales: una modernidad disputada en un contexto de inquietud europea

El barómetro tecnológico revela una relación selectiva con el progreso. Esta no es ni uniformemente entusiasta ni mecánicamente hostil. Distingue entre lo que abre un horizonte positivo y lo que amenaza los equilibrios sociales o políticos.

Las redes sociales constituyen el caso más masivo: el 73 % se declara preocupado, mientras que el 20 % se declara «entusiasta», con un nivel de preocupación muy elevado en la mayoría de los países.

Los drones también suscitan una preocupación mayoritaria (64 %).

Las criptomonedas siguen dominadas por el temor (57 %), pero con una gran indecisión (23 %), lo que indica una innovación menos estabilizada.

La inteligencia artificial suscita una ambivalencia más marcada. Predomina la preocupación (54 %), pero algunos países se acercan al equilibrio, mientras que otros se inclinan claramente hacia el temor.

Por el contrario, hay dos ámbitos que suscitan una imagen positiva: los robots (53 % de entusiasmo) y la conquista espacial (64 % de entusiasmo), que funcionan como soportes de un progreso deseado.

Las preocupaciones específicas sobre la IA muestran que el miedo económico no es fundamental: la pérdida de empleo divide. Por el contrario, hay tres polos de temor que se imponen como un cuasi consenso: las noticias falsas y la manipulación, el debilitamiento de la enseñanza y del hábito de pensar por uno mismo, y la vigilancia y el control.

El progreso preocupa menos por lo que puede afectar al mercado laboral que por lo que podría hacer a las sociedades en su capacidad de producir verdad, vínculos y juicio. Por último, la prohibición de las redes sociales a los menores de 15 años cuenta con un 70 % de apoyo: la desconfianza da lugar a un deseo de un marco regulador fuerte.

Estas preocupaciones sobre la modernidad se prolongan en la forma en que los europeos conciben sus instituciones. La primera demanda sobre el estilo de poder es la de un equilibrio entre autoridad y participación (41 %), con una aspiración participativa significativa (33 %) y una minoría autoritaria (13 %).

Francia se distingue por una sociedad claramente dividida: la participación, el equilibrio y el autoritarismo son tres polos consistentes. Esta fragmentación cobra especial relevancia en el contexto francés actual: ausencia de una mayoría estable, gobiernos frágiles, impresión difusa de bloqueo. El deseo de participación puede traducirse en una expectativa de reapertura democrática, mientras que la demanda de autoridad puede aparecer como otra forma de romper con la impotencia percibida.

La cuestión de la transformación radical de las instituciones frente al orden y la estabilidad radicaliza aún más esta tensión: Europa se divide casi exactamente en dos (47 % transformación, 46 % estabilidad).

Varios países se inclinan claramente por la ruptura (Francia, Italia, España, Bélgica), mientras que otro bloque privilegia la estabilización (Países Bajos, Polonia, Croacia, Alemania, Portugal). Así pues, nos encontramos con una Europa en la que el futuro político está abierto, pero no es consensuado, y en la que Francia acumula una fuerte demanda de transformación y una sociedad dividida sobre la forma del poder.

La pregunta sobre los «dos principales puntos fuertes del país» funciona como contrapunto final del barómetro. Tras la secuencia de preocupaciones y tensiones, obliga a los europeos a decir lo que aún perciben como una base positiva. Y esta base es clara: los encuestados no definen en primer lugar a su país por su poder o su rendimiento económico, sino por sus recursos de civilización, entorno de vida, historia, salud y naturaleza.

En otras palabras, lo que más les importa no es el orden de la competencia mundial, sino el de la identidad colectiva y la vida cotidiana.

A escala europea, la cultura y el patrimonio histórico ocupan un lugar destacado (42 %). En casi todos los países, este aspecto es fundamental, y lo es de manera espectacular en Italia (73 %). La idea de fuerza nacional sigue estando profundamente ligada a la larga historia, la memoria y la narrativa.

A continuación, se sitúan los paisajes, la naturaleza y la belleza del país (39 %). Croacia (66 %) e Italia (61 %) lo consideran una ventaja importante, pero esta idea está muy extendida en otros lugares: el valor de un país también se concibe como un vínculo con el territorio en el que se vive.

La calidad de vida emerge como el tercer pilar (27 %). Este aspecto es especialmente importante en España, donde se convierte en la principal baza (47 %), y está muy presente en Portugal, Bélgica y los Países Bajos. En estos países, el éxito nacional se expresa menos a través del poder que a través de una forma de vida.

Otro punto fuerte que se repite con frecuencia es el sistema sanitario (21 %). Se valora especialmente en Bélgica, donde ocupa el primer lugar (51 %), pero también en España, Francia y los Países Bajos. Aquí se observa que, para una parte de Europa, el Estado social sigue siendo una dimensión constitutiva del orgullo nacional.

Lo que aparece más rezagado es igualmente revelador. La economía (12 %), la innovación tecnológica (10 %) y la industria (7 %) son secundarias cuando se pregunta por las principales bazas de un país. Incluso en los casos en que la economía se cita con más frecuencia (Polonia, Países Bajos), no estructura la imagen dominante. Del mismo modo, la democracia y las instituciones se citan poco en promedio (14 %), salvo en algunos países como Alemania o los Países Bajos. En Francia, este registro es muy bajo (8 %).

La proporción de encuestados que responden que su país «no tiene ningún punto fuerte» alcanza niveles considerables en varios países (alrededor del 15 % en Francia, Bélgica, Alemania y Portugal), lo que es señal de un cansancio o un desánimo más profundos.

Este último punto cierra el estudio con una idea sencilla: a pesar de las preocupaciones y las divisiones, Europa sigue percibiéndose a sí misma como un espacio rico en recursos culturales, territoriales y sociales. Se define menos por su poder que por lo que es y lo que ha construido.

Esto es también lo que hace más sensibles las vulnerabilidades que se ponen de manifiesto en el conjunto de la encuesta. El corazón simbólico de las naciones europeas es ante todo patrimonial, y es ese patrimonio el que los europeos sienten hoy expuesto.

Notas al pie
  1. Este estudio se realizó en línea utilizando el método CAWI entre 9 553 personas de nueve países de la Unión Europea: Francia (1 015), Italia (1 072), España (1 111), Alemania (1 098), Polonia (1 008), Portugal (1 004), Croacia (1 006), Bélgica (1 186) y Países Bajos (1 053). Las muestras son representativas de las poblaciones encuestadas y se seleccionaron utilizando el método de cuotas, basándose en criterios como la edad, el género, las categorías socioprofesionales, el tamaño del municipio y la región de residencia. Las entrevistas se realizaron del 22 al 25 de noviembre (Francia), del 22 al 26 de noviembre (España, Italia, Bélgica), del 22 al 27 de noviembre (Portugal), del 23 al 27 de noviembre (Alemania) y del 25 al 28 de noviembre (Polonia, Países Bajos, Croacia).