El horizonte realista de una política climática en Francia y en Europa debe pasar por la creación de una amplia coalición social favorable a la descarbonización y la sostenibilidad. 1 Las alertas científicas y los acuerdos internacionales, al igual que los llamados abstractos a la responsabilidad, carecen de carácter transformador intrínseco, y solo la movilización de intereses a corto y mediano plazo relacionados con el empleo, el nivel y la calidad de vida, y el modelo social, puede movilizar a la sociedad hacia una nueva orientación histórica. En otras palabras, la salida de la dependencia de los combustibles fósiles debe basar sus métodos y estrategias en la forma en que históricamente entramos en ella: mediante el impulso de la modernización y la integración social en torno a un proyecto tecnopolítico común. Solo el surgimiento y la ampliación de esta coalición posfósil pueden eliminar las contradicciones históricas entre sostenibilidad y emancipación, así como entre sostenibilidad y seguridad.
El estado actual de esta coalición, que sabemos que abarca esencialmente a la élite progresista de los ganadores de la transición, debe ser objeto de una transformación importante para incluir a amplios sectores de las clases populares, en particular las industriales. En efecto, la lógica subyacente a la aparición de segmentos de la sociedad favorables a la ecología puede prolongarse: ser partidario de la ecología no es en absoluto una decisión moral abstracta, sino el resultado de intereses a más o menos largo plazo, relacionados con la pertenencia profesional, el beneficio simbólico obtenido por las opciones de consumo alternativas, la accesibilidad a infraestructuras compartidas, sostenibles y económicamente interesantes. La transformación concertada de estas mismas estructuras de formación y empleo, de la morfología de la ciudad y del transporte, del valor social del consumo, puede llevar a la extensión de estas convicciones y, por tanto, de nuestra coalición hacia nuevas categorías sociales, las mismas que a menudo sienten hoy la violencia simbólica de los privilegios ecológicos que posee la clase media alta.

Esta dinámica, como hemos visto, se debe a la evolución de la diferenciación interna de la sociedad, tanto en su componente corporativo (masa relativa de las profesiones y su dependencia de los combustibles fósiles) como en su componente socioeconómico más clásico (desigualdades), y corresponde al Estado garantizar su coordinación mediante políticas industriales y sociales. La idea básica aquí es la aparición de un bucle de retroalimentación positiva entre las políticas climáticas y la demanda social de transformación, capaz de alterar los conflictos sociales tal y como están organizados hoy en día y que, lamentablemente, tienden más bien a alimentar el escepticismo ecológico, la desconfianza hacia el poder público y el refugio en el voto de extrema derecha.
Dicho esto, quedan por explorar dos dimensiones esenciales de la lógica de la coalición. Ambas tienen que ver con la composición interna, la conciencia de sí mismo de este grupo y el significado social general que puede adquirir. Una primera cuestión que puede plantearse es la diferencia entre una coalición y una clase social, es decir, la cohesión interna del grupo en cuestión. De hecho, en el debate sobre las políticas climáticas, es principalmente este último concepto de clase el que se utiliza para articular la transición y los conflictos sociales, tanto por la preeminencia de esta noción en el léxico político como por la esperanza manifestada por el movimiento climático de un grupo social motor unido capaz de defender su causa.
En el debate sobre las políticas climáticas, es principalmente el concepto de clase el que se utiliza para articular la transición y los conflictos sociales.
Pierre Charbonnier
Por un lado, la literatura de inspiración marxista intenta describir el problema climático como un testimonio de la persistencia de la lucha de clases, ya que la élite socioeconómica se encuentra en una posición de monopolio de las inversiones emisoras, de grupo de influencia para el statu quo y de categoría de consumidores por encima de su presupuesto de emisiones, lo que lógicamente debería situar a la clase obrera en una posición adversa (aunque empíricamente no sea así). Por otro lado, se han realizado diversos intentos para trazar el retrato-robot de una clase emergente que no se reduce al antiguo proletariado. 2 Un tercer grupo de trabajos moviliza el concepto afín de «bloque social», 3 pero hasta la fecha sin considerar la cuestión climática como un factor de divergencia sociopolítica relevante. El interés del concepto de coalición radica, por el contrario, en que permite asumir el carácter compuesto del grupo social transformador, en particular el hecho de que, aunque se define por la convergencia en cuanto al objetivo climático y sus condiciones materiales, esta convergencia no elimina las divergencias, e incluso los conflictos, sobre otras cuestiones. La cuestión de su identidad sustancial y su conciencia de sí misma se relativiza, por tanto, en favor de su función estratégica en un contexto de polarización sociopolítica con la extrema derecha y de amenaza existencial.
La coalición posfósil está compuesta actualmente por consumidores comprometidos, por retomar la categoría de Sophie Dubuisson-Quellier, 4 actores estratégicos de la transición que trabajan en las ciencias, la ingeniería, urbanismo, urbanistas titulados que se benefician de infraestructuras sostenibles y de oportunidades de empleo con bajas emisiones de carbono, diversos actores industriales y comerciales que han interiorizado la ecología en su modelo de negocio, y ciudadanos críticos comprometidos con iniciativas alternativas o sensibles a ellas. Esta coalición, por ahora demográficamente reducida, privada de poder político y limitada a una función expresiva, puede y debe ampliarse a la mayor parte de la pequeña clase media beneficiaria de una estrategia de transición voluntarista basada en un consenso tecnológico e industrial y en un marco normativo y presupuestario estable, pero también en la representación de una nueva era de modernización social compartida.
Solo a partir de este punto de inflexión se puede considerar de manera realista la cuestión climática como un reto estructurante capaz de modificar los equilibrios políticos y respaldar la legitimidad democrática de una clase dirigente a la altura de los retos. Es también este paso el que distingue, en términos políticos, a un grupo de intereses sectoriales periféricos de una base social y electoral crítica capaz de alterar la orientación del marco de referencia nacional, o incluso comunitario. El elemento central de esta coalición no es estrictamente sectorial (agrupa a todos los ganadores de la transición, pero también a las categorías profesionales más neutrales de los servicios y la educación, por ejemplo), ni está estrictamente vinculado a la jerarquía de ingresos (también incluye a grupos económicamente privilegiados), sino intrínsecamente político, en la medida en que se trata de un horizonte de transformación colectiva que, más allá de los intereses que aglutina, tiene un significado histórico más amplio, como era el caso del paradigma modernizador del siglo XX.
Los diferentes segmentos de esta coalición pueden tener representaciones morales y culturales muy diferentes, pueden incluso encontrarse en situación de conflicto distributivo, pero este carácter profundamente político del horizonte que les es común les permite representarse un enemigo más radical contra el que luchar. Así, ciertas divergencias de orden cultural entre un ambientalismo urbano y titulado (la bicicleta, la renuncia a la carne, la ostentación de la responsabilidad) y un ambientalismo popular (el acceso a los oficios de la transición, la integración en infraestructuras públicas de calidad, etc.) podrán dejarse de lado en nombre de una confrontación más sustancial con el frente del rechazo, codificado ya no como un enemigo cultural o ético, sino como la encarnación de un modelo socioeconómico obsoleto y peligroso. El carácter inevitablemente heterogéneo de esta coalición supone, por tanto, que se realicen arbitrajes internos: el segmento más modesto de la coalición pedirá al segmento más favorecido que conceda los impuestos necesarios para financiar este modelo, así como que se cuestionen los cuasi monopolios materiales y simbólicos (en particular, el inmobiliario y el educativo), que serán, en cierto modo, el precio de entrada en la vanguardia política. A la inversa, la legitimidad científica, técnica y burocrática de la transición, impulsada más bien por el segmento privilegiado de esta coalición y a veces cuestionada por las personas más alejadas de los centros de decisión, se verá reforzada por las ventajas reales que proporciona al resto de la coalición. 5
El interés del concepto de coalición radica en que permite asumir el carácter heterogéneo del grupo social transformador.
Pierre Charbonnier
La otra cuestión relativa a la dinámica política general de una coalición emergente es simplemente el hecho de que, con toda probabilidad, seguirá siendo numéricamente minoritaria durante algún tiempo. El ejercicio de un recuento metódico de las capacidades de reclutamiento de esta coalición es evidentemente peligroso, pero dada la ventaja histórica de la que gozan los intereses fósiles e insostenibles en el Estado, la sociedad y la infraestructura técnica, la movilización en torno al clima por parte de los intereses a corto y mediano plazo está fatalmente limitada, al menos en la situación inicial. Esta ventaja histórica se traduce, en términos más políticos, en el acceso preexistente de estos intereses a los centros de poder y, por lo tanto, en su capacidad para sobrevivir a su obsolescencia técnica tomando como rehenes, por así decirlo, al Estado y a la sociedad.
Esta cuestión plantea un reto estratégico y hace que la figura de Gramsci se cierna sobre nuestra reflexión: ¿cómo ganar cuando se es minoría? De hecho, el filósofo marxista italiano es uno de los principales teóricos de las crisis de legitimidad de la élite capitalista arraigada en el Estado, y la cuestión climática representa un caso bastante típico de un período de contestación estructural de la hegemonía que no logra forjar un consenso social sustitutivo capaz de llegar al poder de forma espontánea.
Ahí es donde entra en juego la segunda dimensión singular de la lógica de coalición frente a la lógica de clase (indexada a una estrategia revolucionaria): el hecho de que su masa demográfica bruta sea minoritaria puede compensarse con su posición estratégicamente favorable en un campo de fuerzas y oposiciones más amplio. La cuestión climática es, en efecto, divisiva dentro de la sociedad (crea ganadores y perdedores), del Estado (la administración central y territorial está ella misma sujeta y moldeada por los intereses industriales históricos) y de la industria (no todas las empresas pueden hacer del clima su caballo de batalla, ni siquiera de forma oportunista). Pero dentro de cada uno de estos tres órdenes, los actores alineados con el imperativo climático son capaces de obtener ascendiente sobre sus contrapartes, demostrando que sus propios intereses trascienden la lógica egoísta para encarnar el interés general (que es precisamente la definición gramsciana de hegemonía), o, más concretamente, para forjar una nueva imagen de lo que puede ser el interés general, entendiendo que este no tiene un significado eterno.
En la industria, y siempre que exista un marco regulatorio, los actores emergentes de los sectores verdes pueden presentarse como garantes de la resistencia al declive irreversible de los modos de producción fósiles, ocupando la vanguardia de la innovación y el desarrollo a gran escala de infraestructuras resilientes. La competencia existencial entre los sectores implicados en el cambio climático y los sectores que aportan una contribución positiva (por sustitución, eficiencia o sobriedad), arbitrada por los sectores más neutros pero que sufren las consecuencias de la crisis ecológica, 6 no beneficia necesariamente a los primeros en las condiciones tecnológicas y sociales actuales.
La idea de que la dependencia persistente de las tecnologías fósiles sea percibida por las organizaciones sindicales como una fuente de riesgos futuros es aquí determinante para la formación de alianzas sectoriales militantes, que incluyen a ciertos segmentos del trabajo y del capital: los trabajadores obtienen una renegociación del contrato salarial sobre la base del valor social de su trabajo (en una lógica de «primeros en la fila» que esta vez se aplica realmente), y los inversionistas obtienen una posición favorable en la competencia económica. El frente industrial de la transición es, por tanto, el núcleo de la coalición climática, ya que es en este nivel donde se produce la unión entre el consenso tecnológico y el conflicto distributivo que conduce a una transición justa y efectiva, es decir, a la estabilización de un marco político que integra alianzas y concesiones entre grupos sociales.
El frente industrial de la transición es, por lo tanto, el núcleo de la coalición climática.
Pierre Charbonnier
Por parte del Estado, es esencialmente la cuestión geopolítica la que puede convertir el interés por el clima en un motor realista de transformación y romper su alianza histórica con los sectores emisores. Desde el inicio de la guerra en Ucrania, y más aún con el giro estratégico del Estados Unidos de Trump, la convergencia entre seguridad y sostenibilidad está en el centro de los cambios políticos europeos y nacionales. Si bien la Unión Europea aún no ha desarrollado una política integrada para el clima, la seguridad y la igualdad social, existe un consenso sobre las externalidades geopolíticas del modelo fósil, lo que en principio puede permitirnos escapar de los dilemas de la acción colectiva. De hecho, si en un escenario abstracto el esfuerzo climático solo es económicamente sostenible si lo comparte la comunidad mundial, la existencia de una amenaza militar directa financiada por los ingresos fósiles permite concebir la descarbonización como una ventaja más general y como un programa que puede desarrollarse incluso de forma unilateral, no universal.
De este modo, los actores estatales pueden sopesar los posibles sacrificios económicos de una transición acelerada por sus dividendos geopolíticos, lo que abre la puerta a una situación hegemónica dentro de la burocracia y las instituciones de protección y defensa. 7 Esta dimensión geopolítica y estratégica es absolutamente central en la estrategia de la coalición climática, ya que es la que permite romper el círculo vicioso lógico del inicio institucional del cambio. Hemos visto anteriormente que el interés de la pequeña clase media por la transición solo puede despertarse mediante políticas públicas de transición-redistribución, por lo que se plantea un problema de «el huevo y la gallina»: se necesitan condiciones favorables para el surgimiento de esta coalición, que a su vez desempeñará un papel motor en el cambio. Ahora bien, es este factor estratégico el que, en virtud de la lógica de la ecología de guerra, permite por sí solo resolver este círculo lógico y político.
Por último, en el seno de la sociedad civil, el problema de la hegemonía climática se plantea de forma quizás más dolorosa, en la medida en que una gruesa frontera simbólica y cultural, brevemente descrita anteriormente, separa a los actuales defensores de la causa climática de los nuevos participantes necesarios para reforzar la coalición. La ecología debe pasar de ser un bien simbólico posicional para una minoría bastante favorecida a un paradigma técnico, productivo, político y estratégico central, que articule el desarrollo colectivo, la seguridad y la sostenibilidad. Desde este punto de vista, la comunidad ecológica tiene por delante una labor gigantesca para deshacer, en la medida de lo posible, la asimilación de su causa a la acumulación de privilegios educativos, urbanos y económicos, y recodificar por completo las políticas climáticas como cuestiones de acceso compartido a infraestructuras de seguridad, justicia y salud.
La guerra cultural en torno a los símbolos más divisivos del estilo de vida ecológico (clasificación de residuos, eliminación de correos electrónicos y patrones de consumo en general) tiene el defecto de centrar la atención pública en acciones esencialmente individuales y susceptibles de transmitir un mensaje de renuncia, mientras que la demanda de nuevas infraestructuras sostenibles, de producción, de vivienda y de transporte es menos divisiva, más integradora socialmente y reduce más claramente las emisiones. 8 La unificación de la clase media y popular, que es hoy uno de los retos intelectuales y políticos más importantes, no encuentra respuesta sin una articulación clara con el reto climático, pero, a la inversa, el significado político del «clima» debe cambiar casi por completo para desempeñar plenamente este papel integrador. Lejos de remitir a un interés predominante, universal, indexado a conocimientos especializados y vinculado al largo plazo, debe anclarse en intereses socialmente situados, relacionados con el arte de gobernar, producir y redistribuir.
Por parte del Estado, es esencialmente la cuestión geopolítica la que puede convertir el interés por el clima en un motor realista de transformación.
Pierre Charbonnier
En este sentido, la cuestión climática puede alterar la dinámica actual de las divisiones políticas y económicas, no subsumiéndola bajo un imperativo sublime y abstracto surgido de la nada, sino prolongando desde una nueva perspectiva la historia de los conflictos sociales.
Probablemente, el punto de inflexión hegemónico de las políticas climáticas no se alcanzará a corto plazo, ya que, por el momento, no se dan las condiciones descritas anteriormente. Sin embargo, es urgente tomar conciencia del potencial transformador real de esta coalición y de la influencia que puede tener en la construcción de una agenda política general capaz de salir de los atolladeros actuales. El hecho de que esta coalición, y solo ella, sea capaz de reflexionar sobre la seguridad, el desarrollo y la integración social es una ventaja importante que solo hay que aprovechar.
Notas al pie
- Este texto reproduce las páginas 97 a 105 del libro de Pierre Charbonnier.
- Voir Matthew T. Huber, Climate Change as Class War, Verso, 2022; y Bruno Latour y Nikolaj Schultz, Mémo sur la classe écologique, La Découverte, 2022.
- Bruno Amable y Stefano Palombarini, Blocs sociaux et domination. Pour une économie politique néoréaliste, Raisons d’Agir, 2024.
- Sophie Dubuisson-Quellier, La Consommation engagée, Presses de Sciences Po, 2009.
- Aunque nuestro enfoque es similar al de los «bloques sociales» de Bruno Amable y Stefano Palombarini en lo que respecta a los principios metodológicos denominados «realistas», existe una diferencia fundamental. De hecho, dado que la cuestión ecológica está relacionada en parte con un problema de autoridad científica, de relación con la información y el conocimiento, para nosotros estos factores forman parte de la formación de las divisiones sociales, mientras que estos autores no los consideran relevantes.
- Retomamos aquí la tipología propuesta por Jessica Green en Existential Politics: Why Global Institutions Are Failing and How to Fix Them, Princeton University Press, 2025.
- Joschka Wanner et al., «The Geopolitical Externality of Climate Policy», Kiel Working Paper, 2283, 1 de marzo de 2025.
- Sophie Dubuisson-Quellier, «L’envers des écogestes», Revue Projet, vol. 400, nº 3 (3), junio de 2024, pp. 49-53.