Doctrinas de la Rusia de Putin

El informe Karaganov: Putin y la nueva doctrina del «hombre ruso» (traducción completa comentada)

Serguéi Karaganov es uno de los pocos autores vivos que Vladimir Putin afirma leer.

Acaba de publicar un informe de 50 páginas que pretende sentar las bases para una refundación: el «Código del hombre ruso».

Para comprender su proyecto radical, presentamos la primera traducción íntegra, introducida y comentada por la investigadora Marina Simakova.

El pasado 11 de julio, en las instalaciones de la agencia de noticias TASS, el politólogo ruso Serguéi Karaganov presentó un informe titulado La idea-sueño viva de Rusia. En él desarrollaba una idea que le interesa desde hace años: la necesidad de elaborar e imponer, en la Rusia actual, una verdadera ideología de Estado.

Este informe se preparó en el marco del proyecto «La idea-sueño rusa y el Código del hombre ruso en el siglo XXI», bajo los auspicios del Consejo de Política Exterior y Defensa y de la Facultad de Economía y Política Mundial de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Económicas. Serguéi Karaganov sintetiza en él una serie de debates anteriores, empezando por los de la Asamblea del Consejo de Política Exterior y Defensa, al tiempo que abre perspectivas para una futura profundización.

El objetivo de este documento de unas cuarenta páginas se expone con toda claridad: se trata de esbozar los contornos de una política ideológica de Estado. Por lo tanto, esta propuesta debe ser objeto de un doble comentario, que se centre respectivamente en su dimensión conceptual y en sus objetivos pragmáticos. El informe Karaganov requiere, en primer lugar, un análisis de su lenguaje político y su lógica argumentativa, que movilizan un conjunto de representaciones e ideas relativas a la sociedad rusa y sus relaciones con el Estado. Al mismo tiempo, el examen de este informe debe tratar de establecer los efectos políticos que podría tener la aplicación de estas ideas.

Desde esta primera perspectiva, hay que empezar por subrayar que el informe Karaganov no contiene ninguna idea o propuesta fundamentalmente nueva. El texto es más bien un popurrí de representaciones sobre la cultura, la moral y la identidad rusas ya presentes en los discursos presidenciales ante la Asamblea Federal o en el Club Valdai, en publicaciones anteriores del propio Karaganov e incluso en algunos decretos presidenciales, como el relativo a los valores tradicionales. El propio concepto de «sueño», que a primera vista podría parecer original e intrigante, es un préstamo de la prosa de Alexander Projanov, a quien hemos descrito en estas páginas como uno de los cantores de la matanza en Ucrania. Hace muchos años que Projanov celebra la capacidad única del pueblo ruso para «soñar». 1 Promotor de una doctrina del «sueño ruso», incluso la ha convertido en el nombre de un movimiento social. 2 Al igual que Projanov, Karaganov entiende la capacidad de soñar de los rusos de dos maneras: por un lado, una calidez humana y una disposición intuitiva y creativa, que da lugar a un rechazo del pensamiento exclusivamente analítico y racionalista que sería monopolio de la cultura occidental; por otro lado, una aspiración a ir siempre más alto, siempre más lejos, fuente de ensoñaciones contemplativas y de una propensión natural a embarcarse en las hazañas más descabelladas.

Karaganov y sus colegas llevan varios años trabajando para plasmar su ideología en forma de «sueño». Algunas de las tesis desarrolladas en el siguiente texto ya se presentaron en una mesa redonda celebrada en 2023 sobre el tema: «¿Ideología de Estado? De la idea rusa al sueño ruso». 3 La lectura de estos diferentes materiales confirma que el término «sueño» se ha elegido por su dimensión apolítica: la ideología del Estado, que no figura en ningún documento oficial, tendría un origen apolítico, ya que sus raíces se hunden en lo más profundo del corazón ruso.

Introducción

Somos un Estado-civilización, e incluso una civilización de civilizaciones. Varias civilizaciones diferentes, cada una con sus particularidades y su propio destino histórico, coexisten y prosperan armoniosamente dentro de nuestra civilización.

Todos y todas somos portadores de una conciencia civilizacional compartida, unidos por un espíritu común. Tenemos ante la humanidad, nuestro país y el Altísimo una responsabilidad: la del futuro de nuestra tierra y de toda la humanidad. Esta responsabilidad intangible la bebemos en el seno de nuestra madre; nos acompaña a todos, independientemente de nuestra confesión, nuestra nacionalidad, el color de nuestra piel y el tipo de conciencia que predomina en nosotros, ya sea la sensibilidad oriental o la racionalidad occidental.

Guillaume Lancereau — Como suele ocurrir en los escritos teóricos o pseudoteóricos rusos, este texto aprovecha al máximo las posibilidades lingüísticas que ofrece la lengua, empezando por la sustantivación de los adjetivos, mucho más delicada en francés. Si tradujéramos a Evald Ilienkov o Lev Vygotskij, tendríamos que tomarnos el tiempo de sopesar cada uno de estos términos, pero aquí nos encontramos ante un escrito de la segunda categoría, la de los textos pseudoteóricos. Cabe precisar que hemos traducido sobriamente sobornost por «solidaridad» y čelovečnost (lo que es propio del ser humano) por «humanidad». Hemos traducido indistintamente rodina y otečestvo por «patria»; en cambio, hemos mantenido la distinción entre los sustantivos rossijane y russkie y los adjetivos correspondientes (rossijskij y russkij), que designan respectivamente a los ciudadanos y ciudadanas de la Federación Rusa, independientemente de su origen, y a las personas de etnia rusa. El propio autor atribuye o retira mayúsculas a ciertas palabras (Fe, Victoria, Patria); hemos respetado estos efectos. También utiliza los términos «idea» e «ideología» sin distinción estricta, como lo demuestra la alternancia entre «idea-sueño» e «ideología-sueño».

El traductor declina toda responsabilidad por los pasajes que puedan parecer oscuros o repetitivos. El autor del texto afirma —y asume— catorce veces «repetir» la misma idea, incluso cuando se trata de conceptos vagos y fórmulas poco legibles, sin que se perciba bien qué motiva esta elección, salvo una imitación del estilo oratorio de Putin.

Cada uno de nosotros lleva en su interior, de una forma u otra, esa calidez que une, una conciencia de amor que nos corresponde preservar y cultivar. Tenemos la vocación de mantener en nosotros y compartir con el resto del mundo esta cualidad salvadora, esta capacidad de amar y de vivir juntos en comunión, en amor.

Somos un pueblo portador de Dios. Nuestra misión, tanto de cada uno de nosotros como del conjunto del país, es preservar y mantener lo mejor y lo más noble del ser humano, defender la soberanía de las naciones y los pueblos, velar por la paz.

Incluso aquellos que aún no han encontrado la fe, esa fe oprimida en nuestro país durante casi un siglo, conocen o presienten nuestra misión específica: la de un pueblo liberador, enemigo de todas las hegemonías; un pueblo espiritualmente elevado; un pueblo protector de lo humano en el ser humano, de lo que hay de superior en el ser humano. Todos y todas aspiramos a este ideal, incluso cuando aún no lo hemos alcanzado plenamente. Para ello, debemos componer juntos —o simplemente sacar a la luz lo que ya reside en nosotros— un sueño, el Código de los ciudadanos rusos, el Código ruso. Hay que entender esta palabra en un sentido civilizatorio y no nacional. Grandes rusos, bielorrusos, tártaros, pequeños rusos, chechenos, bashkirios, yakutos, georgianos, uzbekos, buriatos y otros: la palabra «ruso» incluye aquí a todos los pueblos que desean compartir nuestros valores, que hablan el idioma ruso, que conocen y aman nuestra cultura común, que están dispuestos a construir juntos nuestra Patria, a defenderse mutuamente y a proteger nuestro mundo común.

No podremos afrontar ninguno de los grandes retos comunes de la humanidad sin esta capacidad de amar, de vivir en el amor, en una solidaridad íntima.

Si existieran en este camino salvador puntos de referencia claros, orientaciones maduras, comprendidas y aceptadas por la mayoría, podrían constituir una verdadera política ideológica del Estado ruso.

A los ojos del mundo actual, todos somos percibidos como rusos, independientemente de la forma en que los diferentes componentes de nuestra civilización común elijan definirse. Por una serie de motivos, es posible que una parte de nuestra sociedad sienta inicialmente cierto malestar al designarse como «rusa». Por lo tanto, será necesario abrir un amplio debate, acompañado de un trabajo colectivo de explicación y profundización de este concepto. Proponemos adoptar una doble designación: la de «ciudadanos rusos» y la de «rusos». El propio Pushkin utiliza estos dos términos juntos en varios de sus poemas.

Nuestro camino está decididamente orientado hacia el futuro, pero sus raíces se hunden en nuestra historia y nuestra cultura. Necesitamos una guía, una estrella común que seguir juntos, al unísono.

Necesitamos una ideología capaz de impulsarnos hacia adelante, respaldada por el Estado y arraigada en las mentes gracias a la instrucción y la educación. Sin ser objeto de una orden o una obligación, esta concepción debe proponerse e imponerse a través de los libros de texto, los debates, las imágenes, la literatura y el arte. Sin una concepción compartida, la extinción y la degradación del pueblo y del país son inevitables.

Guillaume Lancereau — No se entiende bien la distinción que Serguéi Karaganov quiere establecer aquí entre, por un lado, un «orden» y, por otro, algo «impuesto» . Más adelante en el texto, este mismo verbo (navjazyvat’) designa la ideología contemporánea supuestamente «impuesta» por las élites liberales occidentales. El autor incluso admite, utilizando la misma palabra, que es imposible «imponer» a los rusos de hoy una base ideológica única como en la época de la URSS.

Las prácticas del poder ruso, desde la censura hasta el adoctrinamiento de adultos y niños, confirman que, en realidad, no se trata de «proponer» contenidos ideológicos, como sugiere Karaganov por puro interés retórico, sino de «imponerlos».

¿Por qué es necesaria la idea-sueño de Rusia?

1.1. — Desde hace muchos años, una cuestión vuelve a aparecer en el debate público con una insistencia cada vez mayor: la necesidad de crear e inyectar en la sociedad una plataforma ideológica común, que sirva de hilo conductor para la construcción del Estado y el desarrollo social y personal, pero también de criterio fundamental para la selección de los ciudadanos y ciudadanas llamados a formar la élite dirigente del país.

Esta plataforma ideológica, que debe construirse colectivamente, debe inculcarse desde la infancia. Antiguamente, esta función correspondía a los mandamientos divinos y, posteriormente, al Código moral del constructor del comunismo. Hoy en día, se ha creado un vacío, un vacío peligroso.

Marina Simakova — Nos encontramos aquí ante una cita casi literal del presidente. Vladimir Putin ha destacado en más de una ocasión las virtudes del Código moral del constructor del comunismo, subrayando su proximidad con los diez mandamientos. Adoptado en 1961 durante el XXII Congreso del PCUS, este código moral marcó, para la ideología soviética oficial, un giro de la política de clase a la moral individual, poniendo el acento en la educación del individuo y del ciudadano, y ya no en la organización de la sociedad como tal. En este marco institucional, en esta nueva atmósfera, crecieron y se abrieron al mundo personas como Putin y Karaganov. En vísperas de la Perestroika, estas instituciones (desde los programas educativos como el ateísmo científico hasta las organizaciones pan-soviéticas como el Komsomol) estaban en total declive y pronto dejarían de existir, arrastradas por la caída del Estado soviético.

La Perestroika proclamó la libertad de conciencia. Desde entonces, y hasta la década de 2010, las cuestiones relacionadas con la moral y la educación cívica se dejaron en manos de la iniciativa de los propios ciudadanos. Al mismo tiempo, el fin de la Guerra Fría dejó flotando la ilusión de un «fin de las ideologías». Los primeros intentos del poder central por recuperar el control de los valores morales y las disposiciones éticas de los rusos se remontan a la nueva política familiar inaugurada en 2008.

El tercer mandato presidencial de Vladimir Putin, iniciado en 2012, supuso un «giro conservador» que llevó al presidente, al patriarca de la Iglesia ortodoxa y a los diputados de la Duma Estatal a comprometerse con una remodelación del estado espiritual de la sociedad rusa. La moral tradicional, que se supone distingue a Rusia de la sociedad occidental, adquirió en esos mismos años un lugar destacado en las declaraciones de los responsables políticos, las nuevas leyes y programas estatales, así como en los medios de comunicación cercanos al Kremlin. La agresiva propaganda destinada a defender esta moral frente a sus enemigos externos o internos, así como su canonización en una serie de documentos oficiales, delataban su carácter profundamente ideológico. Karaganov fue, sin embargo, el primer portavoz del régimen en proclamar de forma explícita y deliberada que la moral debía ser la base de la ideología estatal de Rusia.

Históricamente, nuestro Estado se ha desarrollado y ha superado las pruebas más duras basándose en un conjunto de convicciones que definían su significado esencial. Si bien el espíritu de la época ha podido influir de una u otra manera en este sistema de ideas, su núcleo ha permanecido inalterado: Rusia es una entidad civilizatoria única, investida de una misión especial ante Dios y ante la humanidad. Esta conciencia de sí misma se ha forjado a lo largo de muchos siglos, a través de las pruebas —a veces de carácter existencial— a las que ha tenido que enfrentarse nuestra Patria. En un momento en el que, una vez más, nos enfrentamos a un reto de esta magnitud, sin duda sentimos la necesidad de redefinir nuestro lugar en el mundo, de determinar quiénes somos y qué es lo que valoramos. En otras palabras, debemos discernir, en la brumosa e incierta bóveda del futuro, la estrella que nos servirá de guía.

En este periodo de cambio civilizatorio a escala planetaria, necesitamos más que nunca un punto de referencia de este tipo. La civilización contemporánea ha acabado amenazando con la extinción —si no física, al menos moral y espiritual— de la humanidad y del propio ser humano, al borrar, o incluso invertir, los valores en los que se basa su existencia y su crecimiento. Varias tecnologías recientes ya nos están llevando por ese camino.

La cultura y la civilización contemporáneas parecen estar inmersas en un proceso de destrucción del ser humano. Este movimiento, impulsado en gran parte por Occidente, comenzó con el escepticismo de la Ilustración, antes de hundirse en el nihilismo más absoluto: la glorificación del ego. Esta deriva beneficia a las élites neoliberales, ya que desarma todas las formas de resistencia al orden socioeconómico impuesto por el imperialismo liberal y globalista, un orden cada vez más injusto y nefasto para la humanidad. Nuestro objetivo mínimo consiste en hacer frente a esta ola destructiva y trazar nuestro propio camino, el que nos permita conducir a nuestro país y a nuestro pueblo hacia un futuro luminoso, un futuro humano. El objetivo máximo sería proponer este camino a toda la humanidad. Porque una Rusia que no tuviera nada que ofrecer al mundo ya no sería Rusia, y mucho menos la Rusia del futuro.

Marina Simakova — Este pasaje confirma que el marco ideológico propuesto aquí por Karaganov representa, ante todo, una amplia síntesis de sus propias declaraciones, las del presidente, la administración presidencial y los medios de comunicación pro-Kremlin. La principal novedad de su informe reside en el hecho de señalar el futuro como el principal campo de reflexión abierto a los ideólogos. Hasta entonces, las construcciones ideológicas promovidas por los portavoces del régimen se habían centrado principalmente en el pasado del país: los responsables oficiales, desde Putin hasta Vladimir Medinski, se habían esforzado sobre todo por establecer un vínculo entre la gloriosa historia de Rusia y su presente. Desde la financiación de películas históricas para el gran público hasta la creación de cientos de parques patrióticos en todo el territorio, toda la política cultural y memorialística de la última década ha subrayado la importancia del pasado para la identidad del régimen, haciéndo eco de las constantes digresiones históricas del propio presidente, cuyo ejemplo más llamativo fue su entrevista con Tucker Carlson.

Así surgió la noción de «Rusia histórica», cuyos orígenes se remontarían a la noche de los tiempos y que aún perduraría, sin cambios. El énfasis decidido en el pasado nacional no hacía más que reforzar el tono conservador de la retórica oficial de las autoridades. Tras estos años de política del pasado, que probablemente haya alcanzado sus objetivos, el documento programático de Karaganov marca, por el contrario, el inicio de una política del futuro. De este modo, confirma una tendencia que se perfila en los trabajos de otros centros ideológicos, como el muy controvertido Tsargrad-TV, que celebró un «Foro del futuro» los días 9 y 10 de junio pasado.

También hay que mencionar aquí uno de los tropos esenciales de la oposición rusa, que celebra por adelantado «La bella Rusia que está por venir». Este eslogan, que apareció por primera vez en el programa político de Alexei Navalni, ha acabado convirtiéndose en un auténtico mantra de la oposición rusa que abandonó el país tras la invasión de Ucrania, pero que apuesta por un próximo colapso del régimen y ya sueña con un futuro en la Rusia post-Putin. El mantra se ha convertido en un tropo que permite a la oposición y a sus aspiraciones progresistas orientadas hacia el futuro romper con la «Rusia de ayer», militarista y asesina, al tiempo que insiste en su carácter efímero y su inminente fin. El informe Karaganov sostiene que no es así: el futuro, según él, pertenece a Putin y a su régimen.

A primera vista, los logros de la civilización contemporánea pueden tener algo de sublime, y a menudo lo son. Esto no cambia el hecho de que, objetivamente, privan al ser humano de su esencia humana. El ser humano ya no necesita saber contar, orientarse en el espacio ni luchar contra el hambre. Ya no necesita hijos ni familia, base fundamental de toda sociedad humana: la familia era necesaria en una época en la que los hijos apoyaban a los ancianos a medida que estos envejecían. Muchos ya ni siquiera sienten la necesidad de tener una tierra propia, una Patria. Las computadoras, los flujos de información y, ahora, la inteligencia artificial, cuando se utilizan sin precaución ni razón, debilitan nuestra capacidad de reflexión y de lectura de textos complejos. La pornografía omnipresente sustituye al amor en muchos de nuestros contemporáneos. Todo indica que, en este mundo, el culto al consumo se ha convertido en la principal herramienta de sometimiento de los seres humanos, en manos de las hábiles élites globalistas.

Las ventajas de un consumo casi ilimitado pueden parecer atractivas, sobre todo si se comparan con épocas en las que se moría literalmente de hambre. Pero esta abundancia, posible gracias a un crecimiento sin precedentes del sector servicios, ha subordinado la inteligencia y relegado a un segundo plano la moral, el conocimiento y la resistencia frente a los riesgos que amenazan a la humanidad. El progreso material ha sustituido al progreso espiritual y científico: aparecen constantemente nuevos artilugios y servicios inéditos, cada vez más sofisticados, pero la humanidad ha dejado de lanzarse hacia las estrellas lejanas, mientras que innumerables enfermedades siguen sin ser vencidas, traicionando los sueños de los escritores de ciencia ficción y los futurólogos del siglo pasado.

La amenaza que se cierne y crece afecta, por tanto, a la naturaleza humana. El escepticismo de la Ilustración ha degenerado en nihilismo, dando la espalda a lo más elevado del ser humano. Este caldo de cultivo es propicio para todas las pseudoideologías incongruentes que proliferan hoy en día: el transhumanismo, el feminismo radical, la negación de la historia y muchas otras. La racionalidad occidental ha sobrepasado sus propios límites y, tras decretar que tenía derecho a ello, se ha imaginado que podía dar sentido y legitimidad a todo lo que contradice el orden natural de las cosas. El ideal de libertad se ha convertido en una permisividad absoluta, hasta convertirse en su propia caricatura.

Este giro ideológico ha sido impuesto por las élites liberal-globalistas atlantistas, preocupadas por consolidar su poder y los privilegios que de él se derivan. Evidentemente, es más fácil controlar a las masas ofreciéndoles una libertad ilusoria en sus elecciones de consumo y una licencia total en sus modos de vida. Pero estas tendencias tienen raíces que afectan a toda la humanidad. Si queremos seguir siendo humanos, no alienar nuestra identidad, entonces no tenemos más remedio que resistir conscientemente a estas tendencias fundamentales, oponiéndoles una alternativa: la salvaguarda de lo humano y, para los creyentes, de la parte divina que reside en el Hombre, que reside en el Hombre ruso.

1. 2. — Las voces hostiles a esta alternativa, que aún dominaban la escena rusa en las últimas décadas, se están desvaneciendo poco a poco. Los discursos presidenciales y las alocuciones del ministro de Asuntos Exteriores, al igual que el último Libro Blanco de política exterior rusa, están salpicados de numerosas ideas que, en nuestra opinión, podrían sentar las bases de una nueva plataforma ideológica para Rusia, su sociedad y su verdadera élite, reconciliar al país con sus raíces y proyectarlo con fuerza hacia un futuro triunfante.

1.3. — Por el momento, no existe ningún marco definido, y mucho menos un marco formalmente validado en las más altas esferas del Estado, que esté orientado decididamente hacia un objetivo concreto y que, al mismo tiempo, se someta a un debate vivo y creativo en los círculos de la élite ampliada, antes de implantarse en la conciencia pública del país. En el mundo actual, y especialmente en la Rusia relativamente libre y pluralista de hoy, es inconcebible imponer un conjunto de principios ideológicos obligatorios, como ocurría en la Unión Soviética. La imposición del pensamiento único marxista-leninista y del ateísmo forzado fue una de las principales causas de la atrofia intelectual de las clases dirigentes soviéticas y de la derrota final del modelo que encarnaban.

Marina Simakova — Tras el fin de la Guerra Fría y la desintegración de la URSS, el concepto de ideología se percibió durante mucho tiempo de forma peyorativa, ya que se asociaba exclusivamente a la historia política de la URSS, reducida a su dimensión de puro adoctrinamiento. Esta asociación duradera generó una ilusión inversa: la idea de que la sociedad postsoviética estaba preservada de toda forma de ideología y que las poblaciones tenían por fin acceso a una imagen veraz del mundo, al tiempo que eran capaces de distinguir el orden natural de las cosas de su aspecto artificial. Esta ilusión fue de gran ayuda para los portavoces del régimen, desde el presidente hasta los representantes de diversos partidos y movimientos, que defendían el carácter no ideológico de sus mensajes y axiomas políticos.

Paradójicamente, cuando reivindica y rehabilita el término ideología, Karaganov no cuestiona esta ilusión generalizada de la era postsoviética, sino que le da una nueva dimensión. Su programa sigue basándose en la idea de que es posible ver el mundo sin filtros. A diferencia de la del Estado soviético, la ideología del Estado ruso contemporáneo debería emanciparse de las doctrinas existentes para basarse únicamente en la moral. En otras palabras, la ideología rusa debería carecer de contenido político propio (pero no de pragmatismo político), y ahí es precisamente donde residiría, según Karaganov, su principal ventaja.

En muchos sentidos, estos dogmas inquebrantables nos han convertido en personas desarraigadas. Nos han hecho perder de vista lo esencial de nuestra historia y sus lecciones, el espíritu del pueblo que habíamos heredado e incluso las realidades del mundo exterior, empezando por las del mundo occidental, al que tantos de nosotros aspirábamos en otro tiempo, cansados de la pobreza y la falta de libertad del «socialismo real».

Guillaume Lancereau — El autor utiliza aquí el término «mankurty» (que traducimos como «desarraigados»), que en la novela El día dura más de cien años, del escritor kirguís Chingiz Aitmatov (1980), designa a los prisioneros sin alma, reducidos a la esclavitud y que han perdido el vínculo con su historia y su patria de origen.

1.4. — Hay que recordar este axioma y repetirlo tantas veces como sea necesario: las grandes naciones, las naciones poderosas, no nacen sin ideas grandes y poderosas capaces de impulsarlas. Cuando una nación pierde el contacto con estas ideas, declina, ruidosa o silenciosamente, y se retira de la arena mundial con un suspiro de despecho. El mundo está sembrado de tumbas y sombras, las de las grandes potencias desaparecidas, que rompieron ese vínculo entre sus élites y sus pueblos: la idea nacional, la base ideológica.

Las grandes guerras, incluida la que se ha desatado recientemente contra nosotros y que todavía llamamos «operación militar especial», no se ganan sin grandes ideas, sin fuentes profundas de inspiración para el pueblo, sin que el propio pueblo comprenda el alcance de su existencia, sin que cada ciudadano tome conciencia de sí mismo y de su propia responsabilidad en la obra colectiva. La defensa de la Patria y el patriotismo son condiciones necesarias para esta misión, pero no hay que perder de vista los objetivos más elevados de esta guerra: no solo está en juego la supervivencia física de Rusia, sino la salvación de lo humano en el Hombre, la salvaguarda del código civilizatorio ruso, la contención de la guerra nuclear mundial, la emancipación de la humanidad frente a un enésimo aspirante al dominio mundial y, por último, la libertad de los pueblos y los Estados para elegir su propio destino político y social y proteger su propia cultura.

Marina Simakova — Durante estos tres años y medio de guerra en Ucrania, la narrativa legitimadora del poder ruso ha experimentado una profunda remodelación. Si al inicio de la operación militar su principal objetivo era la supuesta «desnazificación de Ucrania», dejando en un segundo plano la lucha contra la OTAN y las pretensiones de supremacía ideológica mundial de Occidente, desde entonces estos elementos han pasado de ser un mero fondo retórico a convertirse en el verdadero objetivo de la guerra.

Además, se sabe que el propio término «guerra», aplicado al conflicto ruso-ucraniano, ha sido objeto de una censura sistemática durante mucho tiempo: su uso podía constituir un motivo de enjuiciamiento penal por desacreditar o difundir información falsa sobre el ejército ruso. Sin embargo, en este cuarto año de guerra, ha comenzado a aparecer con mayor frecuencia en la retórica de los representantes del Estado, aunque la ley y el aparato de censura no han cambiado.

Karaganov pide que se reconozca abiertamente el estado de guerra del país, al tiempo que sostiene, en consonancia con la idea repetida por Putin, que Occidente es el verdadero iniciador del conflicto militar, e incluso un agresor a escala mundial. Al entrar en confrontación con Occidente en el frente ucraniano, Rusia solo habría defendido su identidad, su código cultural e incluso su soberanía cultural.

En el informe Karaganov, la interpretación de los objetivos de la guerra va aún más lejos: Rusia no solo lucharía por sí misma, sino por objetivos universales: salvar el mundo y el humanismo. Desde la perspectiva de la elaboración de una nueva ideología, esta misión universal no es solo una pretensión espectacular, por decir lo menos. Se convierte sobre todo en la justificación moral universal de la agresión rusa.

Fundamentalmente, es una guerra para que el ser humano siga siendo humano, para que no se convierta en un simple animal consumidor, privado de alma, como lo fomentan muchas tendencias —y quizás incluso las tendencias más esenciales— de la civilización contemporánea, ahora que las élites occidental-globalistas se esfuerzan por conservar su dominio mundial sembrando valores inhumanos, que privan al ser humano de su condición de sujeto y fragmentan las sociedades hasta el punto de hacerles perder su capacidad —e incluso su voluntad— de resistencia.

1.5. — Muchos de nosotros hemos fantaseado —y algunos aún persisten en ese sueño despierto— con que Rusia se convierta en «un país europeo como los demás», bañado en comodidad y tranquilidad. Pero no se nos ha dejado esa opción, no se nos ha dejado retirarnos discretamente a un rincón tranquilo del mundo, al margen de los grandes procesos mundiales. Es evidente que nunca nos dejarán hacerlo. La historia, el Altísimo y los esfuerzos de nuestros antepasados han convertido a Rusia en una gran nación, demasiado grande y demasiado rica en recursos. Sobre todo, hemos demostrado más de una vez nuestro apego a la autonomía y la soberanía: un apego profundo, genético. Durante casi cuarenta años, hemos «negociado», multiplicado las concesiones, convenciéndonos de la buena fe de nuestros interlocutores mientras nos engañábamos a nosotros mismos. A cambio, hemos cosechado una expansión cada vez más brutal de Occidente… y la guerra. Si hubiéramos renunciado antes a nuestras fantasías y nuestros sueños, tal vez se habría podido evitar este baño de sangre, tal vez la violencia se habría atenuado.

Sea como fuere, ni siquiera los países más «tranquilos» se libran de ser sacudidos, tarde o temprano, por la agitación del mundo actual.

1.6. — La expresión «ideología de Estado» tiene hoy en día una connotación peyorativa en el lenguaje (político) ruso. Por lo tanto, sería más acertado hablar de «idea rusa», de «sueño de Rusia» o, simplemente, de «mundo en el que nos gustaría vivir», si bien algunos consideran que la palabra «sueño» sería más propia de los Estados jóvenes y las naciones emergentes. Por nuestra parte, consideramos que nuestro Estado y su pueblo multinacional son a la vez maduros y apasionados, y que la capacidad de construir y soñar de manera constructiva siempre ha sido una cualidad esencial.

La idea de un sueño orientado hacia el futuro, pero profundamente arraigado en la historia, un sueño que eleva y lleva hacia adelante, se ajusta bien a uno de los rasgos fundamentales de nuestro carácter nacional: el cosmismo, la aspiración a ir siempre más lejos, siempre más alto. Ese mismo sueño es el que debió animar a nuestros antepasados durante los largos inviernos rusos e inspirarles hazañas sin precedentes. Una de esas hazañas fue la conquista, o más bien la apropiación, de Siberia: en apenas seis décadas, y a una velocidad casi increíble, los cosacos recorrieron, primero por iniciativa propia y luego con el respaldo del zar, toda la distancia que separa los Urales del Pacífico.

Guillaume Lancereau — El autor ya ha expuesto en más de una ocasión, incluso en nuestras páginas, su concepción muy personal del pasado y el futuro de Siberia, corazón histórico del «milagro» ruso. Vuelve a ello ampliamente en varios puntos del texto que sigue. En el momento de traducir estas líneas, la probabilidad de que la capital rusa se traslade a Omsk o Irkutsk sigue siendo muy baja, por mucho que le pese a Serguéi Karaganov.

Hoy en día, poco a poco vamos tomando conciencia de cuál debe ser nuestra dirección histórica. De este movimiento dependerán no solo las características físicas y espirituales de las generaciones futuras, sino también la propia supervivencia de nuestro país. En este sentido, nuestra idea-sueño es constante, pero no puede permanecer inmutable. La URSS nos ha proporcionado un ejemplo suficientemente elocuente de ideología —o, si se quiere, de sueño— convertido en una idea fija. Si la URSS fracasó en la realización del sueño comunista, no fue solo porque ese sueño fuera irrealista, sino también por el inmovilismo del régimen, incapaz de adaptar sus instrumentos a las realidades cambiantes.

1.6.1. — Los historiadores deberán necesariamente buscar explicaciones racionales a estas hazañas —la conquista de los Preurales y Siberia, pero también el triunfo sobre toda Europa a principios del siglo XIX y, de nuevo, a mediados del siglo XX— para alimentar nuestra comprensión de la experiencia histórica nacional. Pero, en el fondo, la explicación radica sobre todo en la fe rusa en la protección divina y en el apoyo de poderes superiores. ¿No es por esta razón por la que tantos episodios de nuestra historia escapan a toda lógica puramente racional, sin dejar de ser perfectamente comprensibles para el alma rusa? Esto es lo que da todo su sentido y actualidad a las palabras de un gran comandante militar del siglo XVIII, de origen alemán, el mariscal de campo Burckhardt Christoph von Münnich, frase escrita en realidad por su hijo, autor de memorias sobre su padre y su época: «Rusia está gobernada directamente por el Señor nuestro Dios. De otro modo, es imposible comprender cómo sigue existiendo un Estado así».

El autor de este informe citó a menudo estas palabras a principios de la década de 2000. A finales de la década anterior, parecía que el país, desgarrado por la oligarquía de los «siete banqueros», las crisis repetidas y un presidente cada vez más incapaz, ya tenía un pie en la tumba. Junto con sus colegas del Consejo de Política Exterior y Defensa, el autor luchaba con el celo de la desesperación para evitar que el país se hundiera en el abismo. Entonces ocurrió un milagro. La única explicación «científica» que se le puede dar es que el Señor se apiadó de Rusia y le perdonó sus pecados. Algo similar ya había ocurrido a principios del siglo XVII, cuando Rusia logró salir del Período Tumultuoso.

Marina Simakova — La idea de que Rusia siempre ha debido su salvación a una intervención divina durante sus diversas crisis históricas contrasta con el tono habitual de los informes oficiales, redactados por expertos políticos. No obstante, tiene su propia lógica pragmática, sin relación real con la vida religiosa de los ciudadanos rusos. Este pasaje, al igual que las repetidas y enfáticas declaraciones de Karaganov sobre los rusos como pueblo «portador de Dios», produce un efecto muy particular.

En primer lugar, separa una vez más a Rusia de los Estados occidentales, definiéndolos respectivamente como un espacio de espiritualidad y sensibilidad, y como una civilización basada en una racionalidad excesiva, una oposición binaria que ya se encuentra, por cierto, en el pensamiento ruso del siglo XVIII. Así es como hay que interpretar la idea, secular y bastante simple, que Karaganov repite, siguiendo a Putin y a los representantes de la administración presidencial: es vital para el Hombre ruso creer, sin importar en qué. Por otra parte, la afirmación relativa a la salvación divina de Rusia explota al máximo el mito de su excepcionalidad y su misterio, un mito muy arraigado en el canon cultural clásico y, por lo tanto, familiar para todos los rusos.

De manera indirecta, este retorno a la idea de excepcionalidad y significado oculto de los acontecimientos y fenómenos encaja perfectamente en el relato contemporáneo que sirve de legitimación a casi todas las decisiones del poder ruso: un relato que podría calificarse de «conspiracionismo positivo». Este discurso, especialmente extendido durante el primer año de guerra, supone que el conocimiento del estado real del mundo (por ejemplo, las intenciones y los planes de acción de otros países o incluso su atmósfera política interna) es propiedad exclusiva de los altos responsables, los servicios de inteligencia y el Estado Mayor.

«No lo sabemos todo», «Ellos ven cosas a las que nosotros no tenemos acceso», «Quizás la OTAN ya esté en la frontera rusa, ¿cómo podríamos saberlo?», «Somos gente sencilla, ¿cómo podríamos saber cómo son realmente las cosas?». Estos y otros comentarios similares han proliferado en las palabras y los escritos de innumerables rusos, simples soldados o ciudadanos de a pie, que justificaban sin quererlo el inicio de la operación militar por el acceso exclusivo a la información —o incluso a la realidad— del que habrían disfrutado las autoridades.

El país se derrumbó por primera vez en 1917, cuando una parte considerable de la élite y del pueblo perdió su fe en el Señor, el Zar y la Patria. Se derrumbó por segunda vez en los años ochenta y noventa, cuando la ideología comunista, sobre la que se sustentaba todo el edificio estatal, cayó en ruinas.

1.7. — La idea-sueño de Rusia, el Código del ciudadano ruso, o incluso una auténtica ideología de Estado, son hoy necesarios por otra razón. La historia nos muestra que la vida de cada persona, de cada nación y de cada pueblo está determinada por las relaciones entre tres fuerzas íntimamente relacionadas: el interés económico, es decir, la búsqueda del bienestar material; la fuerza del espíritu y las ideas; la fuerza bruta, es decir, el poder militar. En el momento de inflexión histórica que vivimos hoy, estos dos últimos componentes están tomando la delantera. Es hora de comprenderlo y asumirlo. La economía sigue siendo, sin duda, indispensable: sin ella, el espíritu del pueblo se agota y el poder militar se debilita. Pero en nuestra coyuntura histórica, este factor está a punto de quedar relegado a un segundo plano, quizá de forma temporal. El factor económico debe estar al servicio de los dos primeros, el ímpetu del espíritu y la fuerza de las armas, que ahora ocupan el primer plano, como ya ha ocurrido en el pasado.

1.8. — Para llegar a una verdad evidente, pero esencial: la imagen del mundo en el que queremos vivir, la idea-sueño viva de Rusia, la ideología del Estado, promovida y difundida por el Estado, son indispensables para que todos, desde el presidente hasta el agricultor, desde el obrero hasta el ingeniero, desde el oficial hasta el científico, desde el empresario hasta el funcionario, sepamos lo que queremos ser y lo que nos gustaría que Rusia llegara a ser. Sin la idea de un futuro mejor, los Estados —y sobre todo un Estado como Rusia— no pueden desarrollarse; en cambio, se pudren en pie. El destino ha querido que la eterna pregunta «¿Para qué?» resuene y pulse continuamente en nuestro carácter nacional. Esa es la clave de nuestra fuerza, o de nuestra debilidad, si la respuesta nos la dictan o nos la confiscan aquellos que desean nuestra desaparición. A la pregunta «¿Para qué?», ellos nos responden: «Para nada». O más bien: «Solo por uno mismo. Para vivir, y nada más que vivir». Y cada vez que les damos crédito, nos debilitamos y comenzamos a declinar.

1.9. — Hay otra evidencia que se impone: la existencia de una plataforma ideológica compartida, de una idea nacional, es uno de los signos que garantizan que se trata de un Estado soberano, y nosotros no queremos ni podemos ser otra cosa que un Estado soberano. Por el contrario, la ausencia de esta idea delata un déficit de soberanía. Durante los largos años en los que nuestras élites, privadas del sueño comunista, se mostraron incapaces de formular uno nuevo, para ellas mismas y para el país, caímos en la confusión. Perdimos nuestra soberanía, nuestra fe en nosotros mismos, la confianza en nuestro futuro.

Marina Simakova — Este pasaje suscita cierta sorpresa: ¿qué relación podría existir entre la ideología y la soberanía, dos nociones que pertenecen a dimensiones completamente diferentes de la vida política? El objeto de este pasaje es, en realidad, la identidad, concebida como una especie de «soberanía cultural» . Este concepto, utilizado por los propagandistas rusos, desde Vladislav Surkov hasta Vladimir Medinski, supone que es necesario individualizar, hacer reconocible y visible la imagen y las ideas de Rusia en la escena internacional. Tras su derrota en la Guerra Fría, Rusia perdió la singularidad que le confería el socialismo soviético (el comunismo como orientación política, el marxismo-leninismo como doctrina, etc.) y que la distinguía tan claramente del resto de los Estados. Según Karaganov, esto es una fuente de debilidad a los ojos de los demás actores de la política global.

Es significativo que el socialismo histórico, como sistema, en particular de relaciones económicas e instituciones sociales y políticas, se haya reducido a una idea puramente abstracta, a la que el autor se esfuerza por oponer una alternativa. En su ausencia, según él, el vacío se llenaría automáticamente con ideas nocivas, difundidas en el espacio informativo ruso en beneficio de otros Estados, socavando así la soberanía de Rusia tanto desde el exterior como desde el interior.

1.10. — Nuestra idea nacional no debe dirigirse contra nadie, aunque, en la mayoría de los casos, ese «nadie» resulte ser Occidente. Erigir el antioccidentalismo en principio sería en sí mismo un signo de dependencia respecto a Occidente, una falta de soberanía intelectual. La idea rusa, como todo pensamiento social, como todas las ciencias sociales modernas, debe ser absolutamente soberana. En lugar de definirse por oposición a sus adversarios, debe incorporar los logros intelectuales de todas las civilizaciones. Porque Rusia es, sin duda, una civilización de civilizaciones.

1.11. — Cuando se trata de elaborar y difundir nuestra idea-sueño, nuestra ideología nacional, la cuestión más delicada es sin duda la de su relación con la fe en Dios. Esta fe siempre ha sido uno de los pilares de la idea rusa, antes de ser dejada de lado en la época comunista por la nueva élite en el poder, que intentó —no sin éxito, al menos durante un tiempo— sustituirla por la fe en un futuro comunista radiante.

Una serie de rasgos característicos de la civilización contemporánea —y muy especialmente de la civilización occidental— inscriben efectivamente en una lógica de erradicación de la fe. Pero, ¿puede un ser humano, y más aún un ruso, existir y prosperar sin la fe? Para responder a esta pregunta, hay que recordar un hecho histórico: fue la fe la que permitió a nuestros antepasados dar sentido a su papel y a su lugar en el mundo, en los momentos de grandes pruebas de los siglos XIII y XIV, y no renunciar a su espiritualidad en la época de los disturbios. Fue también la fe la que les dio la fuerza para su increíble expansión hacia el noreste y el este, durante la cual no impusieron, sino que más bien regalaron su fe a los pueblos con los que se encontraban.

Tal y como lo conciben el autor y los colegas que comparten sus convicciones, el código ético que debe encarnar la idea-sueño viva de Rusia debe reflejar imperativamente todo lo que pertenece al orden normativo de los Mandamientos divinos o, si se prefiere, al orden normativo de la Humanidad. En este sentido, la idea-sueño de Rusia debe sustituir provisionalmente a la fe para aquellos que aún no creen y, en un segundo momento, convertirse en la chispa de un renacimiento de la fe. Es absolutamente impensable que el espíritu del pueblo ruso pueda verse privado de la fe, la esperanza y el amor, ya sea que el contenido de esa fe sea de inspiración ortodoxa, musulmana, budista o judía.

¿Por qué no surgió antes la idea-sueño de Rusia?

2.1. — No es del todo así. Algunos de sus elementos ya figuran en innumerables escritos de filósofos y publicistas, pero también en los discursos del presidente y otros dirigentes del país.

2.2. — ¿Cuáles son los factores que impiden hoy en día dar a esta idea-sueño una forma clara y coherente, que posteriormente deba actualizarse constantemente de manera creativa?

2.2.1. — En primer lugar, está el hecho de que aún no hemos definido plenamente nuestra identidad. Nuestra Doctrina de Política Exterior ha reconocido por fin una idea evidente y reprimida durante demasiado tiempo: somos un Estado-civilización. A pesar de lo evidente que es, una parte importante de nuestra sociedad —y, en particular, de sus élites— se niega a renunciar a su antiguo deseo, un deseo que el tiempo ha convertido en monstruoso, retrógrado y ridículo: el de querer «ser europeos».

La experiencia de Alejandro Nevski, fundador de nuestra cultura estratégica nacional, demostró claramente que era totalmente desastroso optar por una civilización exclusiva, sobre todo a favor de Occidente. Una vez más, hay que repetir que somos una civilización de civilizaciones absolutamente única, arraigada en el noreste. Herederos espirituales de la Gran Bizancio, también hemos tomado prestados, por motivos de supervivencia, elementos de gobierno político del Gran Imperio mongol fundado por Gengis Kan. Por último, compartimos con los pueblos euroasiáticos que nos rodean una herencia escita común.

2.2.2. — Por otra parte, y esto es un punto esencial, ninguna idea-sueño de Rusia puede ser occidental, si por esta expresión se entiende la Europa actual, con sus élites consumistas en descomposición, o Estados Unidos, con sus axiomas morales e ideológicos posthumanos, de los que, precisamente, una parte de la élite y de la sociedad estadounidenses, siguiendo el camino abierto por Trump, está tratando de emanciparse en este mismo momento. La idea-sueño de Rusia tampoco debe ser de naturaleza antioccidental, lo que equivaldría, una vez más, a perseverar en el paradigma occidental simplemente atribuyéndole un valor negativo. Nuestra idea-sueño debe ser una idea específica, elaborada de forma autónoma.

2.2.3. — Además, el vacío ideológico actual concuerda perfectamente con el deseo de una parte de nuestra élite, la que siempre ha querido que Rusia mantenga su rumbo hacia Occidente, porque esta élite, que ha invertido o enviado a sus hijos a estudiar a Occidente, depende personalmente de ello. Sin embargo, es precisamente este vacío el que hace posible la infiltración de la ideología liberal occidental.

2.2.3.1. — La ausencia de una columna vertebral ideológica deja necesariamente el campo libre a las ideas y al espíritu de los demás. Esto es lo que ocurrió a principios del siglo XX, cuando la fe en Dios, el zar y la Patria se erosionó bajo el efecto combinado de los errores de las élites y las desigualdades sociales, dando paso al marxismo occidental y al nihilismo, que tomarían la forma del marxismo-leninismo. A finales del siglo pasado, la fe en la idea comunista se erosionó a su vez, tras largos años de relativa pobreza y escasez permanente, en beneficio, esta vez, del liberalismo, el individualismo, el economicismo y el culto al consumo. Una vez más, este giro precipitó el colapso del país.

2.2.4. — Otro obstáculo para la idea-sueño de Rusia es el hecho de que la introducción de una ideología de Estado, cuya adopción sería obligatoria para las élites dirigentes, choca frontalmente con los estratos sociales que desearían prolongar los años noventa, extremadamente beneficiosos para ellos, pero desastrosos para el resto del país y su población, prolongar esos años en los que «el dinero prevalecía sobre el bien», en los que el enriquecimiento personal se presentaba como el fin de la existencia, en los que reinaba la ideología del desvío y el saqueo, en lugar de una ideología al servicio del pueblo y del Estado.

Marina Simakova —De acuerdo con una representación muy extendida, Karaganov presenta los años noventa —es decir, los años de formación del capitalismo ruso contemporáneo— como un período excepcionalmente difícil y traumático para la inmensa mayoría de la población del país. Desde hace unos quince años, Vladimir Putin también utiliza la imagen de los años noventa como un verdadero repelente, una época de caos espantoso y violencia generalizada, de la que solo él y su círculo más cercano habrían logrado sacar al país, garantizando así la estabilidad económica a escala nacional.

2.2.5. — Evidentemente, hay que tener en cuenta aquí el rechazo visceral al pensamiento único comunista impuesto desde arriba y el resentimiento hacia las élites de la última etapa de la Unión Soviética, que demostraron su incapacidad para emprender las reformas económicas necesarias, como hizo la China de Deng Xiaoping, una incapacidad que se debía en gran parte a ese mismo pensamiento único.

2.2.6. — No se puede pasar por alto la cobardía o la pereza de una parte considerable de la clase intelectual, incapaz de cuestionar sus «verdades» rutinarias —ya sean liberales o comunistas— o aterrorizada por esta sola perspectiva. Esta es sin duda la razón más vergonzosa de la falta de columna vertebral ideológica a escala de la sociedad y del Estado. Por lo general, se oculta tras una serie de excusas y pretextos, sosteniendo, por ejemplo, que la idea nacional debe venir de abajo, de la propia sociedad. Es una idea tan estúpida como perversa. Las ideas capaces de animar a pueblos y países enteros siempre provienen de los soberanos, los dirigentes, las élites y, a veces, como ocurre hoy en día, de élites ajenas, de orientación globalista. El comunismo internacionalista o el globalismo liberal no surgieron del pueblo. Estas ideas fueron concebidas por teóricos de primer orden y luego inculcadas en la mente de la población por medios políticos e ideológicos. Y si las ideologías ajenas contaminan las sociedades, es únicamente porque la élite nacional no puede o no quiere definir la suya propia. La estupidez y la pereza degeneran entonces en traición e infamia.

Marina Simakova — Es difícil imaginar una tesis más antidemocrática y elitista que la de Karaganov cuando afirma que las ideologías siempre tienen como tema y autor a las élites nacionales. ¿Con qué fin pretende privar así a los rusos de toda capacidad de acción en la elaboración de ideas y significados políticos?

Para explicarlo, hay que suponer que Karaganov intenta aquí trazar su propio camino evitando dos modelos vinculados al ideal democrático: por un lado, el modelo liberal asociado a Occidente y, por otro, el socialismo soviético, en la medida en que el socialismo soviético como proyecto y los soviets como institución designaban a las masas como sujeto de la vida política.

En definitiva, Karaganov llega a un rechazo del pensamiento democrático, definido como un pensamiento erróneo. Así, a pesar de todos sus esfuerzos por renunciar a la realpolitik y desarrollar una ideología de Estado, él mismo sigue siendo «realista» en lo que respecta a sus representaciones de lo social.

Más abajo, el punto 2.2.9 propone una visión igualmente antidemocrática, al descalificar la democracia como una forma de gobierno inadecuada para las sociedades complejas. Karaganov no justifica en ningún momento esta afirmación.

2.2.7. — Evidentemente, el jefe del Estado —del que dependen muchas cosas en Rusia— todavía duda en abandonar ciertas ilusiones del pasado, las de los años 1980-1990. Al mismo tiempo, sigue aferrado a la idea de que el artículo 13 de la Constitución rusa prohíbe la ideología. Si realmente es así, basta con revisar dicho artículo. Sobre todo, la formulación de la Ley Fundamental es lo suficientemente vaga como para permitir, tras un trabajo adecuado de preparación y aplicación, imponer la adhesión al Código del Ruso al menos a aquellos que pretenden formar parte de la clase dirigente y hacer avanzar al país.

Marina Simakova — El objetivo del informe Karaganov no es solo convencer a los escépticos de la necesidad de una ideología de Estado, sino también, y de manera más amplia, descalificar esos temores y eliminar cualquier restricción formal que pueda obstaculizar su proyecto. Este párrafo aborda aquí la más importante de esas restricciones, formulada explícitamente en el artículo 13 de la Constitución de la Federación Rusa, que consagra el pluralismo ideológico y la pluralidad de partidos. Es precisamente esta disposición la que justifica, aún hoy, la participación (al menos nominal) de varios partidos en las elecciones legislativas, a pesar de que desde hace tiempo existe un sistema de partido único. Las restricciones impuestas por este artículo son aún más evidentes en el plano ideológico: la Constitución rusa no se limita a afirmar el pluralismo ideológico, prohíbe pura y simplemente el establecimiento de una ideología estatal u oficial.

En 2020, se introdujeron una serie de enmiendas a la Constitución, lo que suscitó un acalorado debate público. Las críticas y los movimientos de protesta estuvieron motivados tanto por el contenido de estas enmiendas (empezando por la ampliación de las prerrogativas presidenciales y el reinicio de los mandatos presidenciales de Vladimir Putin) como por el hecho mismo de que el presidente se permitiera tal injerencia en la ley fundamental del país. Si bien estas enmiendas dejaron intactas las disposiciones relativas a la ideología del Estado, sentaron un precedente único: la posibilidad de «corregir» la Constitución en función de las necesidades políticas del momento. En concreto, este precedente permite a Karaganov dirigirse aquí directamente al presidente para proponerle una revisión del artículo 13 de la Constitución que legalice la instauración de una ideología del Estado. Por otra parte, es significativo que Karaganov ofrezca aquí varias salidas, que van desde la revisión del artículo 13 hasta su elusión de facto, por ejemplo, designando esta ideología como ideología de partido y no de Estado.

La Constitución establece: «Ninguna ideología puede establecerse como ideología de Estado o ideología obligatoria». Esto no prohíbe en modo alguno que una ideología sea APOYADA, aunque solo sea por el partido en el poder. Un partido no solo puede, sino que DEBE tener su propia ideología, ya que, de lo contrario, deja de ser un partido para convertirse en un club de intereses privados. Más adelante se lee: «Las asociaciones públicas son iguales ante la ley». Ante la ley, claro está. ¿Pero ante la conciencia?

Marina Simakova — La ligereza con la que Karaganov trata estas cuestiones constitucionales no es solo fruto de las recientes enmiendas. Es sobre todo una muestra del profundo escepticismo que inspiran todos los procesos políticos e institucionales a los principales artífices del régimen de Putin, así como de una forma de nihilismo jurídico. Vladimir Putin, del mismo modo, no deja de recordar en cada discurso que las disposiciones legales y los procedimientos institucionales son secundarios en comparación con las cuestiones de valores. Por lo tanto, es fácil comprender por qué esos mismos «valores», en este caso la moral y la espiritualidad, son los fundamentos de la idea-sueño propuesta por Karaganov.

Y, por último, nadie prohíbe ni puede prohibir promover, difundir o incluso imponer, desde el jardín de niños, desde la escuela, un Código moral y ético del ciudadano ruso, esa misma idea-sueño viva de Rusia, que cada persona está llamada a realizar y encarnar desde su más tierna infancia. Repetimos: este Código no debe ser obligatorio para todos, sino solo para aquellos que deseen formar parte del círculo dirigente del Estado ruso.

2.2.7.1 — En cualquier caso, hay varias razones que nos llevan a pensar que el movimiento ya está en marcha. A finales de 2024, las más altas esferas del poder comenzaron por fin a evocar la necesidad de un «sueño para Rusia».

2.2.8. — En octavo lugar, hay que tener en cuenta la resistencia, antes abierta y ahora más insidiosa, que parte de la élite en el poder opone a la formulación y difusión de una idea-sueño para el país. La clase dirigente sigue estando dominada por economistas-tecnócratas y otros poli-tecnólogos, que realizan una labor útil, incluso necesaria, en la gestión cotidiana del Estado, pero son incapaces de guiar al país y a su población hacia nuevos horizontes, de garantizar la unidad profunda, la unidad ideológica entre el pueblo y el poder, esa unidad que es más indispensable que nunca en estos tiempos de lucha en los que se encuentran inmersos Rusia y el mundo.

Marina Simakova — El hecho de que el régimen de Putin se apoye cada vez más en un cuerpo de élites tecnocráticas se ha señalado en numerosas ocasiones durante los últimos años. A este grupo se pueden añadir el presidente del gobierno ruso, Mijaíl Mishustin, una serie de otros ministros, así como leales con tendencias liberales, como la presidenta del Banco Central, Elvira Nebiullina.

Desde el inicio de la guerra, también se ha observado que los cargos, responsabilidades y carteras ministeriales se asignan cada vez más a representantes de la siguiente generación, los «treintañeros», que comparten el enfoque tecnocrático de sus predecesores. Los tecnócratas de Putin están dispuestos a dejar de lado sus sensibilidades políticas o éticas para hacer frente a problemas considerables y recurrir a los expedientes necesarios en plazos muy cortos.

Uno de los tecnócratas en los que Karaganov seguramente piensa al escribir estas líneas es Serguéi Kirienko, una de las figuras clave de la administración presidencial. Actuando preferentemente en la sombra y cultivando su imagen de tecnócrata discreto, Kirienko ha contribuido enormemente a la construcción y la prosperidad del régimen de Putin, especialmente en el contexto de la guerra en Ucrania. Ha sido el impulsor de una serie de programas estatales de desarrollo y educación destinados a garantizar la lealtad de diversos sectores de la población al poder, en particular una reforma del sistema de formación de los gobernadores. Ahora se encarga no solo de la política interior, sino también de las relaciones con las autoproclamadas «repúblicas populares» de Donetsk y Lugansk.

El hecho más evidente desde el punto de vista administrativo es que, en la larga lista de departamentos de la Administración presidencial, no hay ninguno que se ocupe específicamente de la ideología, de la producción de sentido y de eslóganes que puedan hacer prosperar al país, a la sociedad y a sus ciudadanos. El caldo de cultivo de toda ideología, su orientación, su base emocional son cosas que se cultivan —o se «preparan», como dicen los artistas cuando impregnan una superficie con una primera capa de preparación— con todos los recursos del arte. Se trata, ante todo, de un estado de ánimo, una aspiración, un deseo, incluso antes de desarrollar fórmulas más explícitas que, hay que ser conscientes de ello, siempre son menos cruciales en la práctica que las emociones fundamentales.

Hasta la fecha, seguimos sin tener una política cultural clara. No obstante, podemos alegrarnos de verla surgir desde abajo, desde la vida cotidiana militar, desde el heroísmo ordinario, desde la comprensión cada vez mayor, aunque todavía imperfecta, de lo que somos.

2.2.9. — Una de las principales razones de la vacilación sobre la necesidad de una ideología de Estado radica en la definición incompleta de nuestro sistema político. Encerrados en el paradigma intelectual y político importado de Occidente, nos obstinamos en creer que nuestro ideal es la república democrática. Al hacerlo, olvidamos que las democracias de épocas pasadas siempre han acabado muriendo, para renacer en otros lugares y morir de nuevo, arrastrando muy a menudo a todo el país en su caída. La democracia no es una forma de gobierno adecuada para sociedades complejas. Solo puede subsistir en un entorno externo favorable, sin grandes desafíos ni rivales poderosos. Por último, y contrariamente a la idea extendida, la democracia no garantiza la soberanía popular.

La única democracia que lo hizo fue la democracia directa aristotélica, que, recordemos, excluía a las mujeres y a los esclavos de todo el proceso de toma de decisiones. En las sociedades extensas y complejas, lo que hoy se denomina «democracia» no es más que la forma más eficaz de gobierno de oligarquías y/o plutocracias sin rostro y, a menudo, extranacionales.

2.2.9.1. — En las democracias se vota por los iguales, lo que significa que no se vota por los mejores. La democracia es la antítesis de la meritocracia, como demuestran cada día las élites estadounidenses y, más aún, las élites europeas. La propaganda occidental ha embrutecido a su propia población durante tanto tiempo que, para ser elegido, ahora hay que amoldarse a su imagen.

2.2.10. — Recordemos una vez más este hecho, que parece perfectamente evidente pero que nunca se repite ni se cuestiona, ya que es tan difícil cuestionarlo como deshacerse de los antiguos estereotipos: las repúblicas griegas fueron sustituidas por despotismos; la república romana por el imperio; las repúblicas del norte de Italia por monarquías.

Guillaume Lancereau — este hecho parece tan indiscutible que basta con recordar que nunca existieron las «repúblicas griegas». En cuanto a la idea de que una forma de gobierno queda descalificada por su caída, se puede refutar fácilmente: el colapso del zarismo en 1917 descalifica cualquier forma de gobierno autoritario e imperial; por lo que la propia Rusia de Vladimir Putin queda descalificada.

Recordemos las repúblicas de Nóvgorod y Pskov. La república francesa fue enterrada por el emperador Napoleón. Sería un error olvidar lo que le costó a Rusia la revolución democrática de febrero de 1917. La democracia de Weimar condujo a la Alemania hitleriana, a la que se sometieron casi todos los países democráticos de Europa. Gran Bretaña se libró gracias al valor de Churchill, pero sobre todo al hipererror estratégico de Hitler, que decidió atacar a la Unión Soviética, dotada de una población dispuesta a luchar hasta el final y de un poder superautoritario.

En Europa, la resistencia a Hitler solo fue obra de los griegos, los yugoslavos y un puñado de franceses e italianos. Todos estos resistentes eran comunistas, a los que los «demócratas» dirigidos por las plutocracias combatieron antes de la guerra y finalmente derrotaron después de la victoria.

Guillaume Lancereau — En lugar de «democracias dirigidas por plutócratas» o «democracias plutocráticas», el texto original dice claramente: «demócratas dirigidos por plutocracias». En el párrafo anterior, también hemos conservado los prefijos «hiper» y «super» elegidos por el autor.

Tampoco debemos olvidar nuestra propia experiencia de los años noventa, por la que seguimos pagando el precio. Es un verdadero milagro que hayamos escapado de la muerte en 1999, cuando el Altísimo se apiadó de Rusia y nos permitió remontar el vuelo, reforzando los elementos autoritarios del sistema de gobierno y sofocando o domando a la oligarquía, al menos hasta cierto punto.

2.2.10.1. — Si se ha intentado tanto imponer el modelo democrático a Rusia, China y otros países, ha sido únicamente para debilitarnos y someternos, después de comprar a nuestras clases políticas y, a través de ellas, someter a nuestros países a la oligarquía mundial. En el mundo tan turbulento que se avecina, el único país que puede seguir siendo «democrático» en el sentido actual del término es Estados Unidos. Este país nació como una república aristocrática controlada directamente por la oligarquía y la masonería de la época. El Estado profundo de Estados Unidos no conoce comprador, salvo él mismo. Por muy complejos y contradictorios que sean los procesos de compra y venta, estos tienen lugar, a pesar de todo, dentro del propio país. La forma democrática de gobierno está profundamente arraigada en el carácter nacional de los estadounidenses. Si se les privara de ella, su país probablemente no sobreviviría. Además, Estados Unidos es un Estado insular, rodeado de vecinos débiles.

2.2.10.2. — El azar de la historia —en este caso, su victoria sin apenas esfuerzo en la Segunda Guerra Mundial— quiso que Estados Unidos se convirtiera en un imperio global. Pero hoy en día están cediendo terreno. La facción globalista de la oligarquía gobernante se esfuerza por luchar contra esta retirada, pero no ha podido impedir que Estados Unidos abandone Afganistán, Oriente Próximo y Oriente Medio o incluso Europa.

Todos los presidentes futuros seguirán con esta retirada a un ritmo más o menos sostenido, ya que asumir la responsabilidad de un espacio sin tener la posibilidad de ejercer un dominio total y absoluto es una opción demasiado costosa para unos beneficios demasiado escasos. Ahora bien, Estados Unidos no restaurará su dominio sin aplastar a Rusia, que a su vez ha socavado el único fundamento del poder de los europeos: su superioridad militar, en la que se han basado durante cinco siglos su saqueo y la imposición universal de su cultura y su sistema político.

2.2.10.3. — Estados Unidos tiene hoy la oportunidad de retirarse, de replegarse sobre sí mismo. No es el caso de Rusia. Durante los años 1980-1990, intentamos renunciar a nuestra identidad plurisecular, dejar de ser lo que habíamos sido desde que cruzamos los Urales: un Estado-civilización y un imperio. Conocemos el resultado de este intento de adoptar el traje de la democracia. Estuvimos a punto de desaparecer y apenas estamos empezando a salir del abismo. Es esta misma lucha contra Occidente, dispuesto a explotar cada una de nuestras debilidades, la que continúa en el campo de batalla en Ucrania. Occidente se aprovecha de cada una de nuestras vacilaciones, que percibe, en parte con razón, como la prolongación de ese debilitamiento pasado.

2. 2.11. — Todo esto no equivale a un rechazo total de los procesos democráticos, ni siquiera en el caso de la Rusia actual. No puede existir una sociedad sin interacciones o efectos de retroalimentación política. La dificultad radica en que, en las llamadas democracias, estos mecanismos de retroalimentación simplemente han dejado de funcionar, dejando solo la ilusión de su eficacia pasada. Por el contrario, debemos garantizar la aplicación concreta de estos mecanismos en nuestra propia sociedad, so pena de romper los vínculos del poder político con la realidad, lo que sería fatal para nosotros. Sin embargo, hay que reconocer que estos mecanismos exigen una cierta dosis de autoritarismo para contener dentro de un marco estricto a las oligarquías que el capitalismo nunca deja de generar.

Marina Simakova — Al designar el autoritarismo como la única forma de régimen posible y adecuada en Rusia, Karaganov reconoce indirectamente la naturaleza autoritaria del régimen tal y como existe hoy en día. Esta afirmación pretende al mismo tiempo desactivar cualquier crítica al régimen de Putin como régimen autoritario, ya que Karaganov niega que la democracia sea una forma de régimen viable.

En primer lugar, afirma, las instituciones democráticas no garantizarían necesariamente una retroalimentación entre la cúpula y la base, razón por la cual más adelante opone la autonomía local a las instituciones liberales y democráticas. En segundo lugar, estas instituciones crearían supuestamente un entorno propicio para la proliferación de la oligarquía. El objetivo aquí no es tanto esbozar una estrategia precisa como legitimar el poder establecido, preocupado desde la década de 2010 por mantener un control político total sobre la oligarquía rusa, esencialmente mediante la intimidación, mediante juicios espectaculares o nacionalizaciones parciales de empresas. El resultado ha sido una ganancia menos económica que política: no tanto la regulación del mercado y la redistribución de los ingresos, sino la lealtad total y absoluta de los actuales representantes del gran capital.

2.2.12. — Si quiere seguir existiendo como un Estado-civilización, inmenso, relativamente poco poblado y soberano dentro de sus fronteras naturales, Rusia no puede ser una democracia en el sentido actual del término. Esa es su historia y su destino. Podemos y debemos incorporar elementos democráticos al sistema de gobierno, sobre todo a nivel local, municipal o regional —en definitiva, a nivel de los zemstva—, donde la democracia puede ser directa y donde es evidente que no está. Ese es precisamente el ámbito en el que nacen y se forman los ciudadanos responsables.

Marina Simakova — Aquí, la idea de soberanía pasa del ámbito cultural al de la autonomía local. Entendida así, ya no se refiere únicamente a cuestiones relacionadas con el país, sino que se trata de un enfoque ideológico. En Rusia, los zemstva —antigua denominación de los órganos de autonomía local— tienen una larga historia. Se crearon en 1864, tres años después de la abolición de la servidumbre. Las autoridades las concibieron como una invitación a la nobleza, privada de sus privilegios de clase, a participar más activamente en la vida política. Muy pronto, los zemstva desempeñaron funciones más sociales que políticas, en particular la organización de los servicios sanitarios y educativos a nivel local. Si bien los zemstva no contaban solo con nobles entre sus filas, su sistema electoral mantenía una distinción entre los distintos estratos sociales, lo que explica su supresión en 1918 durante la Revolución. Los logros de esta institución han sido valorados de diversas maneras, pero está claro que una referencia explícita a los zemstva en 2025 debe interpretarse como una enésima manifestación de simpatía de la élite rusa contemporánea por la Rusia prerrevolucionaria y, a la inversa, de su aversión por el poder soviético de los primeros años.

Cabe señalar, además, que en el momento del endurecimiento del régimen, en el contexto de las manifestaciones de 2011-2012, la participación política a escala local se convirtió en una de las pocas opciones legales que se ofrecían a la oposición. Algunos de sus representantes popularizaron la figura del diputado municipal, haciéndola atractiva para los jóvenes de entre 20 y 30 años, que concebían el compromiso a escala local como una forma de militancia. No obstante, en la década de 2020, los candidatos de la oposición fueron objeto de presiones sin precedentes y la inmensa mayoría de los escaños recayó en los representantes del partido en el poder, Rusia Unida.

Sin duda, la propuesta de Karaganov tiene en cuenta este contexto. Sin embargo, resulta paradójico que contradiga la nueva ley sobre autonomía local firmada por el presidente en marzo de 2025, que permite transferir las competencias de los órganos locales a las autoridades regionales, es decir, concentrar progresivamente en un solo nivel funciones que antes se repartían entre dos niveles.

2.2.13. — También es necesario garantizar una renovación periódica de la clase política, incluso en las altas esferas del poder. En un Estado autocrático, la élite gobernante siempre acaba cediendo a la apatía; las altas esferas, por su parte, pierden fácilmente toda noción de la realidad del país y multiplican entonces las decisiones inadecuadas y los errores.

Evidentemente, esta renovación no debe tener lugar cada cuatro años, ni siquiera cada seis o siete años. No se puede lograr nada ambicioso en tan poco tiempo en nuestro mundo viscoso, lleno de inercia. Incluso en Estados Unidos, que goza de una larga tradición democrática y de una poderosa continuidad en el poder, el perpetuo circo electoral es claramente un obstáculo para cualquier gestión adecuada del país. 

Lo anterior no es en modo alguno un llamad a cuestionar el poder supremo en Rusia, especialmente en este momento de grave crisis exterior, que durará aún muchos años. Pero la rotación de las élites en el poder no es menos una condición sine qua non para nuestro éxito. Quizás en el marco de una modernización del sistema político, que garantice una transición del poder supremo transparente, regular y validada electoralmente.

2.2.14. — El hecho de que Rusia sea un imperio, e incluso un Estado-civilización, no debe ser motivo de vergüenza, sobre todo porque nuestro país se distingue radicalmente de los imperios occidentales. Durante su expansión, Rusia, su Estado y su pueblo integraron esencialmente a los pueblos anexionados, en lugar de aplastarlos; los incorporaron y se incorporaron a ellos. Este hecho se explica, en particular, por la baja densidad de población: estos pueblos eran considerados recursos humanos, valiosos desde el punto de vista demográfico, pero también fiscal, con el yassak, un tributo pagado en pieles. En cuanto a la época soviética, la RSFSR sustentaba económicamente a todas sus «colonias».

Nuestra singularidad es, por tanto, un hecho histórico. Sus rasgos son los de un pueblo multiétnico que ha sabido conservar su propia identidad, unido por normas morales compartidas, cimentado por la lengua y la cultura rusas: los rusos, el pueblo ruso, principal creador de nuestro Estado; un pueblo nunca opresor, siempre preocupado por preservar y hacer prosperar las culturas de todas las etnias que viven en Rusia. Esto nos da derecho a reclamar el título de Estado-civilización, e incluso de civilización de civilizaciones, sin que esta denominación sea un pretexto o una fuente de ilusiones frente a la modernidad venidera, en el sentido globalista del término. Al contrario, adaptamos la lógica del mundo contemporáneo a nuestra singularidad, trazando nuestro propio camino y esperando que inspire a otros países.

Somos un imperio de tipo asiático, chino o indio. Por supuesto, no hay que olvidar que los imperios se debilitan o sucumben cuando se aventuran más allá de sus fronteras naturales, como ha sido el caso de los imperios europeos, de la URSS con su internacionalismo comunista y de los Estados Unidos en la actualidad. Por otro lado, para los grandes Estados, el imperio es la forma natural de desarrollo, e incluso de supervivencia, sobre todo porque, en los imperios normales, todos los pueblos son iguales en derechos.

15. — Si finalmente reconocemos lo evidente, es decir, el hecho de que Rusia es un Estado-civilización, una civilización de civilizaciones y un imperio de un tipo específico, del mejor tipo, desde nuestro punto de vista (y es el único punto de vista que nos importa), entonces debemos admitir al mismo tiempo que dicho imperio no puede tener una constitución política democrática de tipo occidental, independientemente incluso del hecho de que las democracias son incapaces de sobrevivir en un entorno altamente competitivo. La mayoría casi nunca elige, salvo quizás cuando le caen encima misiles nazis Vergeltungswaffe, sacrificar deliberadamente su bienestar inmediato en nombre de grandes visiones estratégicas. Incluso si la supervivencia del pueblo y del Estado depende directamente de su realización. Para Rusia, el único camino natural es el de una democracia dirigida, con fuertes componentes autoritarios.

2.3. — No pedimos necesariamente la derogación del artículo 13 de la Constitución, aunque sirva de pretexto o excusa para todas las formas de pereza, cobardía y estupidez. Este artículo puede eludirse fácilmente: basta con definir la ideología del Estado como un «sueño vivo para nuestro país» o, en versión resumida, un «Código de los rusos». Creer en el sueño de Rusia, tomarlo como guía, esforzarse por construir un país y un «mundo en el que nos gustaría vivir» es algo mucho más sencillo, agradable y eficaz que someterse a exámenes de comunismo científico sin creer una sola palabra. O vivir sin la menor idea del edificio que estamos construyendo, como suele ocurrir hoy en día.

2.4. — En uno de los territorios de la antigua URSS, Ucrania, la clase dirigente, preocupada por emanciparse de un vecino más poderoso cultural, espiritual y económicamente, Rusia, desarrolló su propia ideología de Estado con el apoyo masivo de Occidente. En un principio, se expresaba de la siguiente manera: «Ucrania no es Rusia». Posteriormente, esta fórmula se simplificó en «anti-Rusia», con elementos de neonazismo.

Se puede y se debe condenar esta ideología y la política que la reivindica. Sin embargo, hay que reconocer que ha funcionado: ha puesto contra Rusia a parte de la población rusa o cercana a Rusia, hasta tal punto que han acabado poniéndose al servicio de nuestros enemigos. El propio Andrii Bulba traicionó a su patria, a su familia y a sus compañeros por amor a una bella polaca.

Guillaume Lancereau — En la novela de Gogol, Taras Bulba (1843), uno de los hijos del héroe, un cosaco ucraniano que lucha contra el ejército polaco, se pasa al bando del enemigo por amor a una joven.

Tras el colapso de la URSS, la élite que llegó al poder en esta región de Rusia conocida como «Ucrania» traicionó a su país y a su pueblo. Con el apoyo de un Occidente dispuesto a aceptar complacientemente su venalidad y corrupción, cedió al mito ideológico de que «Ucrania es Europa». A continuación, una parte notable de la sociedad imitó a esta clase dirigente, llenando su propio vacío ideológico con rusofobia y ultranacionalismo. Y eurofilia. Aunque, si comparamos los niveles de desarrollo cultural, los territorios ucranianos son mucho menos «europeos» que los territorios gran-rusos. Recordemos que estos territorios no han dado a Europa ni al mundo ninguna figura histórica de talla mundial. No pretendo ofender a los habitantes de un país devastado por la guerra. Este país nos ha dado escritores, cantantes, artistas y otros creadores de gran calidad.

Guillaume Lancereau — Aquí, como en otras partes del texto (en particular, en la cita «Ucrania es Europa»), Karaganov utiliza una palabra ucraniana (pys’mennyky) para referirse a los «escritores», en lugar del término ruso (pisateli). Hay que ver en ello una forma de folclorizar y denigrar a los escritores ucranianos, reservando este término, en su sentido pleno y culturalmente legítimo, únicamente a los escritores rusos.

La élite putinista es habitual en este procedimiento retórico, que se encuentra, por ejemplo, en el uso de la palabra nezaležnost’, calco del ucraniano nezaležnist’, para designar las veleidades de «independencia» de Ucrania —por definición inauténticas, incompletas e ilegítimas según el poder ruso—, mientras que el término ruso que designa la independencia (nezavisimost’) se aplica a cualquier otro país.

Pero eso no cambia el hecho de que todos los ucranianos que han logrado algo notable lo han hecho trabajando o viviendo en el imperio ruso o soviético.

Ucrania es un ejemplo especialmente significativo de la eficacia de las ideologías de Estado, incluso, en este caso, cuando dicha ideología actúa en detrimento de su propio pueblo. Al mismo tiempo, demuestra que existe un peligro muy real en dejar que se instale un vacío ideológico. En el caso de Ucrania, fue fácil concebir e implantar esta ideología, ya que su único objetivo era destruir y erradicar, en lugar de construir. Nada más sencillo que el viejo sueño de creer que basta con matar al vecino para que todo mejore de la noche a la mañana. En cambio, solo se puede soñar con construir, con edificar, si se tiene un proyecto real. Así pues, con el ejemplo ucraniano vemos hasta qué punto una ideología movilizadora puede convertirse en una poderosa fuente de energía.

La difusión de la cultura —o más bien del culto— del nihilismo en Occidente es otro ejemplo elocuente de cómo llenar un vacío ideológico. Su proliferación es tan lógica como esperada. Se explica por la desaparición del modo de vida y la ética protestantes que habían sido la base ideológica de los Estados anglosajones y germano-escandinavos desde su constitución como naciones hasta mediados del siglo pasado.

Los componentes ideológicos del espíritu de los rusos, del sueño de Rusia

3.1. — Precisemos desde el principio que el Código del Ruso, en la versión abreviada que presentamos al final de este texto, debe reflejar la experiencia y el saber de las generaciones anteriores, que se han distinguido por sus tesoros de heroísmo y pasión. Las fechas de estas diferentes hazañas pueden y deben convertirse en los «puntos de partida del orgullo nacional común».

Debemos inspirarnos en ellas y recordarlas, sin intentar imitarlas. Tenemos que crear algo nuevo, a la altura del formidable ejemplo de nuestros antepasados. No se trata de resucitar el pasado ni de aferrarnos a toda costa al presente, sino de abrir el camino hacia el mundo futuro basándonos en la experiencia acumulada.

3.2. — Este mundo venidero se anuncia más cambiante y peligroso que nunca. Sin embargo, ofrece a nuestro país y a nuestra sociedad considerables oportunidades de victoria política. Recordemos en pocas palabras sus principales características, a las que deben responder nuestra idea-sueño, así como la política estatal y social y el comportamiento cívico que se derivan de ella.

3.3. — Como decíamos, a medida que hace más cómoda la vida del ser humano, la civilización moderna también destruye muchas de las funciones que lo hacen humano. Ya no necesita saber contar ni mantenerse en forma, de lo que depende en gran medida su estado moral. Los flujos de información obstaculizan una de las capacidades esenciales que hacen humano al ser humano: la capacidad y la necesidad de reflexionar, pensar, recordar y orientarse en el espacio. La pornografía omnipresente sustituye al amor. La mayoría de la población ha olvidado incluso la sensación del hambre, lo que no es malo en sí mismo, pero conduce inevitablemente a un relajamiento. La civilización contemporánea priva al hombre de la necesidad de vivir en familia. Los hijos ya no encarnan la esperanza de una vejez armoniosa y próspera, sino una carga pesada y una responsabilidad superflua. Por fin vemos desaparecer incluso la necesidad de luchar por nuestro entorno vital, nuestra Patria.

La civilización occidental contemporánea, que sigue dominando a pesar de su declive, ha cedido al escepticismo y al nihilismo, negando uno tras otro los principios superiores del ser humano, la moral y Dios. El capitalismo contemporáneo, con su culto al consumo infinito, transforma al ser humano en un consumidor sin alma. En general, la tendencia que se perfila es la de una degradación del ser humano, reducido a su estado animal.

A pesar de todas las promesas de una nueva «edad de oro» y de un aumento sin precedentes del poder humano gracias al desarrollo de internet, el resultado no es más que una degradación, cada día más evidente, del propio ser humano.

Como en otras épocas, especialmente cuando el Imperio Romano tardío estaba a punto de colapsar, lo innoble comienza a predominar en el ser humano. Asistimos a un cuestionamiento universal de los valores humanos normales: el amor entre un hombre y una mujer, el amor por los hijos, los valores familiares, el patriotismo, el respeto por la historia. Todos estos principios están siendo sustituidos por valores y modelos de comportamiento inhumanos o posthumanos: el LGBTismo, el ultra-feminismo, el transhumanismo, etcétera. Una lectura religiosa vería en ello la señal de un rápido avance hacia el reinado de Satanás, del Sheitan.

3.3.1. — En Occidente —pero no solo allí— las élites liberal-globalistas, incapaces de afrontar los retos actuales, empezando por el cambio climático y el auge sin precedentes de las desigualdades sociales, han desarrollado durante los últimos treinta años toda esta serie de «-ismos». Su objetivo: quebrantar la voluntad del ser humano, desviar la atención social de su incapacidad —e incluso de su reticencia— para resolver todos esos problemas que el modelo sociopolítico existente necesariamente agrava.

3.3.2. — La segunda etapa consistió en exportar todos estos «-ismos» a otros países, a otras civilizaciones, con el fin de debilitarlos. Hasta ahora, Rusia ha contenido esta tendencia, pero los motivos fundamentales de la aparición de estos «-ismos» también están presentes en nuestra sociedad. Debemos seguir a bloquear su avance, tomando como base ideológica y práctica la lucha por lo humano en el Hombre y por el principio divino que hay en él, so pena de degradarnos a nuestra vez como nación, pueblo, país y civilización.

3.4. — Todavía no hemos elevado a la categoría de credo, de objetivo de política nacional, esta defensa de lo humano en el Hombre. Es casi por instinto que nos defendemos de todos los intentos de desestabilizar nuestra sociedad. Pero esta resistencia basta para enfurecer a Occidente, empezando por su facción europea, y para justificar la guerra de exterminio desatada contra nosotros. Una estrategia puramente defensiva siempre resulta ineficaz a largo plazo, tanto en el campo de batalla como en la lucha ideológica. Es evidente que ha llegado el momento de erigir la preservación de lo humano en el hombre como idea nacional. Debemos dejar de defendernos para pasar a la ofensiva y promover este credo. En esta lucha, tenemos potencialmente a nuestro lado a la mayoría de la humanidad, y tal vez incluso a la mayoría del mundo occidental.

La defensa combativa de los valores humanos debe convertirse en parte integrante de la idea-sueño viva de Rusia, tanto para nosotros como para el mundo entero. Al mismo tiempo, ya no tenemos derecho a actuar como simples epígonos. Incluso después del establecimiento del poder absoluto del Estado ruso, seguimos recurriendo por reflejo a los griegos, a quienes sin duda debíamos una parte considerable de nuestra cultura. Posteriormente, a partir de la época de Pedro el Grande, nos vimos obligados a imitar todo lo que hacía Occidente, descuidando al mismo tiempo nuestra propia identidad. Si supimos sacar provecho de ello, lo que nos hizo más fuertes fue nuestra capacidad para combinar lo mejor de esas aportaciones externas con toda la grandeza de nuestra propia cultura.

Tenemos que ofrecer al mundo una concepción de la justicia y la igualdad de oportunidades en las relaciones internacionales, del retorno en fuerza de las grandes naciones y de la solidaridad mundial concebida como una comunidad de intereses. Sin embargo, al hacerlo, no debemos olvidar que somos un pueblo animado por una misión, y no un pueblo mesías: las responsabilidades, los costos y los motivos de tentación son demasiado elevados. ¡Que Dios quiera que nadie vuelva a pretender soñar con ser un pueblo mesías!

3.4.1. — También hay que comprender que la civilización occidental contemporánea, profundamente arraigada en nosotros, se basa en una exageración antinatural del individualismo. Ahora bien, el ser humano es un ser social. Y todos los seres sociales que existen en la naturaleza solo pueden llevar una vida normal si establecen una cierta jerarquía, gracias a la cual cada uno de ellos posee algo tan importante, o incluso más importante, más esencial incluso que su propia saciedad o incluso su vida. Por eso el ser humano no ha sabido y no sabría prosperar fuera de la familia, la sociedad, la naturaleza, la nación. Y sin ponerse a su servicio. La idea del servicio es la esencia de todos los códigos morales y de todas las religiones. Incluida la del cristianismo. Recordemos que Cristo se sacrificó por la salvación de toda la humanidad. Y, sin embargo, hoy en día son los países occidentales, antes cristianos y ahora cada vez más postcristianos, los que mantienen este culto al individualismo y al consumismo.

Repitámoslo: el servicio prestado a la familia, a la comunidad, al país, al Estado y a Dios es el rasgo común de todas las grandes religiones. Incluso sin creer en Él, es imposible negar esta verdad, si eres Humano. Sin embargo, algunos se esfuerzan por negarla, lo que es una de las principales causas de la enfermedad de la civilización contemporánea.

3.5. — Rusia, con su tradición de solidaridad y comunidad, heredada en gran medida de la necesidad de sobrevivir en condiciones climáticas (somos un pueblo septentrional) y geopolíticas difíciles, no puede ni debe ceder a la influencia corruptora de la civilización contemporánea, al culto occidental del individuo y del consumidor descerebrado, y no está de más recordar de paso que no somos un pueblo lo suficientemente numeroso como para permitirnos el lujo de una psicología individualista.

Guillaume Lancereau — Al determinismo climático se suma, por tanto, un determinismo demográfico, seguido, en las líneas siguientes, de un determinismo genético. El autor supone, por tanto, que el frío empujaría inevitablemente a los miembros de una población a unirse social y políticamente (lo que supone una transposición del mundo de la supervivencia biológica al de la vida en comunidad) y que un país con una población relativamente escasa (hablamos de 144 millones de habitantes) no podría sobrevivir si sus miembros desarrollaran un mayor sentido de su existencia y su valor individuales. Recordemos solo que las sandías crecen muy bien en Krasnodar, que en Elista se superan regularmente los 40 grados en verano y que no existe ningún país en la Europa de «psicología individualista» cuya población supere a la de Rusia.

Ser ciudadano ruso de pleno derecho significa, por tanto, servir a la sociedad, a la familia, a la patria y al Estado. Si no se tiene otra ambición que la de servirse a uno mismo, no se puede ni se debe esperar ningún tipo de respeto o reconocimiento social. La idea-sueño viva de Rusia debe generar una nueva forma de solidaridad dentro del país y a escala internacional, donde es prácticamente imposible resolver los retos que se le plantean a la humanidad sin trabajar conjuntamente.

El modelo que aquí se propone no es el de la multilateralidad occidental, sino el de la comunidad, la cooperación y la solidaridad, cercano al perfil genético de la mayoría de las civilizaciones asiáticas. No hemos olvidado la tesis del destino común de la humanidad, promovida oficialmente por China. Uno de los postulados fundamentales del confucianismo es precisamente la idea de que «el hombre virtuoso» no puede realizarse sin cooperar con los demás.

3.5.1. — Dicho esto, evidentemente no se trata de privar a los ciudadanos de toda libertad de elección, incluido su derecho a optar por el individualismo y el servicio exclusivo a su propia persona, siempre que paguen sus impuestos y respeten la ley. Pero deben comprender que el camino que eligen es el de la traición a sí mismos, de inspiración liberal.

3.6. — Durante las muchas décadas en las que hemos evolucionado en el canal de las ideas occidentales, hemos condenado el modelo oriental-colectivista de producción y el «despotismo» oriental. Pero estos dos tipos de producción y gobierno han sido dictados por las necesidades de supervivencia en condiciones difíciles.

Las condiciones que se nos presentan hoy en día se anuncian igualmente rigurosas, a pesar de los vertiginosos avances tecnológicos.

3.7. — La radicalización de retos globales como el cambio climático, la escasez de alimentos, la escasez de agua, las migraciones y las epidemias es cada vez más evidente. Se está produciendo una nueva carrera armamentística que se anuncia profundamente desestabilizadora. Por el momento, en lugar de resolver estos retos, se prefiere desviar la atención hacia «agendas verdes» y pseudovalores, al tiempo que se traslada la responsabilidad de su resolución a los productores, en lugar de a los sobreconsumidores.

Para hacer frente a estos retos, es necesario actuar juntos, de forma solidaria, en cooperación constructiva, y no en competencia, en una guerra de todos contra todos por la mayor parte posible del pastel. Sin embargo, esa es la esencia de la civilización occidental. Por lo tanto, se concluye que la solidaridad rusa es la respuesta adecuada a las exigencias y expectativas del mundo actual y del futuro. Debe convertirse en el componente principal de la imagen de un «mundo en el que se podría querer vivir», una imagen que ofrecer no solo a nuestro pueblo, sino a toda la humanidad.

3.8. — Lo mismo ocurre con otro rasgo del carácter nacional, del espíritu de los rusos: la aspiración a la justicia, en un mundo que el capitalismo contemporáneo y el imperialismo liberal de los países occidentales hacen cada vez más injusto. En general, si Occidente entiende el progreso social como la multiplicación de los bienes materiales y las libertades, a menudo efímeras (según la idea de que, si algo que ayer estaba prohibido hoy está permitido, entonces estamos en camino hacia un futuro brillante, y así es como Occidente destruye incluso los tabúes derivados de los mecanismos de preservación de la especie humana, en nombre de una ilusión de progreso), Rusia, al igual que China, según todas las apariencias, concibe el progreso como el aumento del nivel de justicia en la sociedad. La justicia en el sentido ruso de la palabra: «que cada uno renuncie a trabajar en su beneficio exclusivo, sino que todo lo que realice una persona o unas pocas personas pueda convertirse en un bien común». Por eso, a pesar de una abundancia y unas posibilidades técnicas sin comparación con las de la época soviética, muchos de nosotros tenemos la sensación de que la historia ha dado marcha atrás y de que no hemos tomado el camino correcto, o, al menos, de que hemos vagado por el camino equivocado durante décadas.

Hoy, en una época de grandes desafíos, nuestro pueblo siente una necesidad especialmente acuciante de justicia, en el sentido más amplio de la palabra: una necesidad de verdad, de unidad, de recompensa justa para los héroes y de castigo severo para los traidores y los enemigos. Gracias a Dios, por fin estamos empezando a satisfacer esa necesidad.

La defensa de la justicia social y política es otro componente del sueño de los rusos, perfectamente alineado con sus valores esenciales. Sin embargo, debemos tener cuidado de no llevar este rasgo nacional hasta la autodestrucción. Recordemos el «internacionalismo proletario» que tanto le costó a nuestro país y a nuestro pueblo. O el igualitarismo socialista que sofocaba toda iniciativa individual.

3.8.1. — ¿Qué debemos hacer ante unas desigualdades sociales tan evidentes, aunque en constante disminución, en gran parte gracias a la guerra? Debemos avanzar con determinación hacia un modelo económico de capitalismo nacional-social, que está en gran parte inscrito en la historia del capitalismo ruso. Recordemos el mecenazgo, la caridad, lo que hoy llamaríamos socialismo empresarial, practicado en las empresas de los viejos creyentes rusos, entre los que se encontraban la mayoría de las grandes fortunas. Su credo se resumía en dos palabras, formuladas más tarde por Riabushinksi: «la riqueza obliga».

Guillaume Lancereau — No hay que buscar aquí una tradición típicamente rusa. La idea de que la fortuna «crea deberes» aparece en numerosos textos reformistas o socialistas utópicos de principios del siglo XIX europeo. El creador del positivismo, Auguste Comte, la expone en estos términos.

Estas dos palabras resumían toda la misión del propietario ruso acomodado, basada en la ética del trabajo y la visión del mundo de los viejos creyentes rusos.

Al Estado y a la sociedad solo les queda favorecer este modelo u otros similares. Y, por supuesto, condenar moralmente, si no administrativa y jurídicamente, el consumismo ostentoso, sobre todo cuando tiene lugar en el extranjero, con dinero ganado en Rusia. Los yates gigantes deben convertirse en un motivo de vergüenza.

Por otra parte, los enemigos de Rusia nos están liberando de esta vergüenza nacional: gracias a ellos por declarar la guerra a todo lo ruso, incluidos los oligarcas. Pero el dinero no ha dejado de salir del país y disiparse en el extranjero. A partir de ahora, incluso un Maybach debe convertirse en un signo de atraso moral. Si alguien quiere distinguirse, destacar su mérito o su valor, que compre un Aurus.

3.9. — Repitamos lo que hemos dicho y escrito más de una vez. Los esfuerzos conjuntos de Rusia y otros países de la Mayoría Mundial —pero ante todo de Rusia, que, al terminar la obra de la URSS, ha socavado definitivamente los cimientos históricos de la preeminencia militar de Occidente, que le había permitido durante cinco siglos dominar el sistema mundial y practicar un saqueo generalizado— han vuelto a poner al mundo en la senda del renacimiento nacional en materia cultural, moral y económica. La transición que se avecina anuncia décadas de gran conflictividad, incluso una Tercera Guerra Mundial que podría poner fin a la civilización humana contemporánea. No compartimos el punto de vista de algunos creyentes, convencidos de que una catástrofe de tal magnitud nos llevaría a la Segunda Venida de Cristo, a la resurrección de los Justos, al renacimiento de la humanidad y de los Hombres y a la gracia generalizada. Nada de eso está garantizado, ninguno de los Padres de la Iglesia nos lo ha asegurado, y es mejor no comprobarlo. El botón rojo no es un caballo pálido; el lamentable Biden y los «halcones» radicales liberales de la política europea no son el Anticristo. Es más probable que los sobrevivientes se hundan en los abismos del infierno, de donde nunca podrán salir.

3.9.1. — La rápida alteración del equilibrio de poder a escala mundial y la lucha desesperada de Occidente por mantener su dominio sobre el sistema mundial han situado al mundo al borde de la guerra desde hace ya mucho tiempo, quizá unos quince años. La guerra en Ucrania forma parte de esta gran ola de conflictos e incluso, si no se hace nada, de una Tercera Guerra Mundial.

3.10. — A un nivel más práctico, la nueva etapa de esta carrera por armas cada vez más letales —por no mencionar aquí la revolución en curso en el ámbito de las armas biológicas, el armamento espacial o incluso la «revolución de los drones y los misiles»— corre el riesgo, si no se hace nada al respecto, de afectar profundamente las condiciones y la calidad de vida de la mayoría de las poblaciones, sin llegar siquiera a una guerra termonuclear mundial. Hay que evitar a toda costa que se produzca este mundo, este nuevo siglo de guerras, la Tercera Guerra Mundial. Tal vez sea esta la nueva misión universal e histórica de Rusia, su idea y su sueño, en la continuidad de otra de sus misiones: liberar al mundo de todos los aspirantes al dominio mundial, que siempre lo obtienen mediante la violencia global. Un mundo sin agresiones militares sería sin duda «un mundo en el que se podría querer vivir». Nicolás II ya era partidario del desarme. Nikita Jruschov también promovió la idea. Si se trataba en gran parte de maniobras políticas, estas no habrían germinado en la mente de estos líderes sin encontrar eco popular en países con tradiciones culturales diferentes.

3.11. — Los grandes rusos, los tártaros, los bielorrusos, los osetios, los yakutos, los armenios, los buriatos y otros, toda la interminable lista de pueblos que componen Rusia, son los más aptos, debido a su historia, para encarnar y realizar esta vocación: mantener la paz, una paz justa. Deben aferrarse a esta vocación y enorgullecerse de ella. La supervivencia de las poblaciones en un inmenso territorio de llanuras ha forjado un carácter particular: el de un pueblo guerrero, dispuesto a defenderse y a acudir en ayuda de los débiles. Lo que ha hecho durante casi toda su historia. Una de las fórmulas más brillantes que definen la esencia del Estado ruso afirma: «Se trata de una organización formada en la guerra por el pueblo ruso». El historiador Vasili Kliucheski también hablaba de «la Gran Rusia combatiente». No somos un pueblo pacífico, sino un pueblo belicoso, siempre dispuesto a defenderse y a socorrer a los demás: un pueblo guerrero. Esa es también la razón por la que amamos la paz, ya que conocemos mejor que otros pueblos el tributo de sangre que exige la guerra y la cruel necesidad que a veces hay de pagar ese precio. Por eso somos pacificadores armados, un pueblo guerrero. Pacifistas dispuestos, si es necesario, a tomar las armas. Ahí está nuestro destino, nuestra vocación, nuestra carga, pero también nuestra ventaja competitiva en un mundo cada vez más peligroso. El mantenimiento de este rasgo de carácter debe convertirse en uno de los componentes de la ideología del Estado, el sueño de Rusia. Y aquellos de nosotros que no estamos dispuestos a tomar las armas son nuestros escudos contra nuestros propios excesos belicistas.

Guillaume Lancereau — Sin embargo, sabemos cuál fue el destino político de aquellos rusos que no estaban dispuestos a ir a masacrar a sus vecinos ucranianos. Hasta nuevo aviso, ningún responsable ruso —ni siquiera Serguéi Karaganov— ha pedido nunca que se entreguen medallas con la inscripción: «A los escudos contra nuestro belicismo excesivo».

Como sabemos, toda reacción está condicionada por el equilibrio entre dos procesos: la excitación y la inhibición. Incluso los corazones más nobles necesitan inhibiciones para no dejarse llevar por su propia nobleza. Recordemos una vez más el internacionalismo proletario, que en su momento habría necesitado frenos. Somos un pueblo guerrero. Guerreamos por la paz, no por la conquista y la esclavitud.

3.12. — Se nos presenta otro reto considerable: el capitalismo moderno, que ha perdido todos sus fundamentos éticos y mantiene un crecimiento ilimitado del consumo con una lógica de puro lucro, ha comenzado a destruir las bases mismas de la existencia humana: la naturaleza. El cambio climático se explica por un conjunto de factores que no se limitan en absoluto al crecimiento insensato del consumo de productos materiales o inmateriales, que se convierten también en gigantescos devoradores de recursos, especialmente energéticos.

Aún no sabemos —o no queremos saber— qué sistema socioeconómico permitirá asegurar la salvación del mundo del mañana.

A principios del siglo XX, Rusia propuso un concepto de justicia social que impulsó toda la historia de la humanidad. Experimentar este modelo en nosotros mismos, con el maximalismo que nos caracteriza, nos ha costado, lamentablemente, muy caro. Hoy en día, la necesidad de una idea de esta naturaleza, tanto para Rusia como para el resto del mundo, es cada vez más acuciante. Repitamos una vez más su denominación provisional: «capitalismo popular de tipo dirigido o autoritario». En resumen, algo análogo a lo que existe en China. Pero debemos tener nuestro propio modelo, formulado explícitamente para servir de orientación a la política del Estado, a las prácticas y a la regulación de las empresas privadas.

3.13. — Por último, en el mundo venidero, cada vez más diverso y multicultural, un mundo de culturas y civilizaciones renacidas, al que hemos contribuido en gran medida, e incluso de manera decisiva, a emancipar del «yugo occidental», otra característica que nos es intrínsecamente propia es la universalidad, la «apertura», como decía Dostoievski. Esta cualidad ha sido forjada por la propia historia de nuestra expansión territorial, que se ha llevado a cabo, no mediante la conquista y la subyugación, sino mediante la integración de los pueblos anexionados y el establecimiento de profundos vínculos con ellos. El desarrollo de esta cualidad convierte a Rusia, si conservamos y alimentamos esta parte de nuestro legado, en un país ideal para liderar y unificar este mundo diverso, multicultural y multirreligioso: el mundo abierto del futuro. Contamos con muchos requisitos previos para unir al mundo, empezando por la aleación, específicamente rusa, la aleación por el corazón, del carácter espiritual y soñador asiático y el racionalismo europeo. Evidentemente, a diferencia de nuestros vecinos occidentales, que han entrado en la era del intelecto cognoscitivo, hemos sabido preservar en nosotros las potencialidades de una «cultura del alma», aplastada por el progreso de la época moderna y contemporánea, y que, por otra parte, nos ha ayudado a preservar nuestra humanidad. Nuestro carácter multicultural nos ofrece la oportunidad de convertirnos en el nuevo aglutinador del mundo, sustituyendo así a aquellos que han querido unificarlo por la fuerza, por el fuego y por la espada, imponiendo sus construcciones ideológicas.

3.13.1. — Nuestra cultura, y en primer lugar nuestra gran literatura, la de Dostoievski, Tolstói, Pushkin, Blok, Lermontov, Gogol, pero también la música de Tchaikovski, Stravinski, Rachmaninov, Shostakóvich y Khachaturian, esta cultura abierta al mundo, debe seguir siendo una parte fundamental de nuestra ideología-sueño. Contamos con sólidos apoyos en materia cultural, al menos tanto como los demás grandes pueblos.

3.13.2. — Al abrir siempre nuevos caminos y trazar el de Rusia en el mundo venidero, debemos destacar nuestro carácter único: el multiculturalismo dentro de un mismo pueblo, basado en la lengua rusa y en una historia común. La mayoría de nuestros ilustres compatriotas del pasado tenían raíces étnicas mixtas. Es el caso de Alexander Pushkin, Mikhail Lermontov, Lev Tolstoy, Alexander Blok, Joseph Brodsky, Chingiz Aitmatov, Mustai Karim, Serguei Eisenstein, Georgy Danielia… y la lista podría continuar indefinidamente. Lo mismo ocurre con nuestros guerreros, los grandes defensores de nuestra Patria: recordamos los nombres de Alexander Nevski, Alexander Suvorov y Georgy Zhukov, pero también los de Michel Barclay de Tolly, Hovhannes Bagramian o Konstantin Rokossovski. Una de las grandes victorias heroicas de nuestra historia siberiana, a finales del siglo XVI, la defensa de Albazin, tuvo lugar bajo la dirección de un alemán rusificado, Afanasii Beiton, que se convirtió en atamán tras ser elegido por los cosacos.

3.13.3. — Sin duda, debemos esta mezcla inédita, nuestro multiculturalismo, nuestra apertura religiosa y nacional, a nuestra pertenencia al Imperio mongol durante dos siglos y medio. Los mongoles saquearon, extirparon tributos y, por lo tanto, ralentizaron nuestro desarrollo material, pero no nos impusieron ni su cultura ni su organización política. Sobre todo, no tocaron la ortodoxia, el alma del pueblo. De la época mongola y, en general, de todos los periodos en los que tuvimos que defender un territorio inmenso, desprovisto de montañas o mares que sirvieran de obstáculos naturales, hemos heredado otra característica intrínseca: la disposición a luchar con el mayor valor, el valor último, la fuerza de la desesperación. No debemos desperdiciar esta cualidad, sino cultivarla por todos los medios, si queremos sobrevivir y vencer en un mundo actual y futuro cada vez más peligroso.

3.14. — Numerosos pensadores, teólogos e incluso neurofisiólogos afirman que la vocación de Rusia es unir, con su corazón-idea-sueño, el hemisferio derecho del cerebro, responsable de los sentimientos, la intuición, la creatividad y el pensamiento espacial (lo que comúnmente se denomina «asiatismo»), y el hemisferio izquierdo, que controla la lógica, el pensamiento racional y analítico (principales características de la «europeidad», aunque Europa también está perdiendo esta cualidad) . Si comprendemos esta realidad, si damos a este pensamiento un carácter universal, si lo arraigamos en los corazones, entonces cumpliremos otra de nuestras misiones: ser los unificadores de la humanidad frente a sus nuevos retos.

3.15. — Repitámoslo una vez más: somos un pueblo guerrero, formado históricamente para repeler agresiones sin fin. A veces, en nuestro afán por protegernos, por ampliar nuestro territorio, nuestra «zona de amortiguación», por decirlo en lenguaje contemporáneo, hemos llevado a cabo operaciones ofensivas. Pero estas nunca han tenido otro objetivo que nuestra seguridad, nunca el saqueo o el enriquecimiento. En esencia, a lo largo de nuestra historia, la metrópoli ha dado todo lo que ha podido a los territorios que ha anexionado, con la notable y feliz excepción de la conquista relativamente pacífica de Siberia. En ella se ha basado durante los últimos cuatro siglos —y se basará aún más en el futuro— el poder de nuestro país y la prosperidad material de nuestro pueblo. Sin la conquista de Siberia y sus recursos, Rusia no habría puesto un pie en la llanura central y nuestro pueblo no se habría convertido en el gran pueblo, el pueblo universal que es hoy.

3.16. — Siberia encarna otra característica sublime del carácter ruso: la aspiración a una libertad ilimitada.

En el nuevo mundo que se avecina, Siberia, sus recursos, sus vastas extensiones y sus reservas de agua serán uno de los pilares del desarrollo y el bienestar de la casa común rusa. Una Rusia fuerte, próspera y autosuficiente podrá contribuir a la mejora del mundo entero. Lo esencial es empezar cuanto antes a gestionar con habilidad este gigantesco legado, recibido de manos del destino y de nuestros antepasados. Hacerlo fructificar, pero también estar dispuestos a preservarlo, a defenderlo con fervor. Porque la guerra que se nos libra es en gran parte una guerra por nuestros recursos.

Los horizontes ilimitados de Siberia pueden convertirse en una verdadera escuela de vida para aquellos a quienes se dirigen la idea-sueño viva de Rusia y el Código del Ruso. Este campo de trabajo por descubrir requiere cuidados atentos, los que se deben a un ecosistema plurisecular; espera a todos aquellos que arden sinceramente por servir a su Patria. Al proponer nuestra idea-sueño viva, creemos que esta parte del territorio nos dará el mejor resultado posible: un carácter templado por el dominio de inmensos espacios y una conciencia dispuesta a servir a su país.

El hecho de que rusos, yakutos, evencos, buriatos, tártaros y muchos otros pueblos autóctonos hayan trabajado codo con codo en estas grandes extensiones durante siglos, compartiendo valores nacionales comunes, confirma el potencial de esta alianza y crea un terreno fértil para la buena implantación de la idea-sueño rusa.

3.17. — La pasión por las grandes extensiones y la curiosidad por el mundo no pueden, sobre todo hoy en día, limitarse a una dimensión espacial. ¿Qué hay detrás de esa curva? ¿Y detrás del bosque? ¿Detrás de ese meandro del río? ¿Cuántas ardillas, cuántos visones? Esta curiosidad original, primitiva, ha desempeñado un papel fundamental en la gran marcha de Rusia, desde los Urales hasta el océano Pacífico. Ahora, las antiguas fuentes de curiosidad están cerradas o a punto de cerrarse, mientras que las nuevas siguen siendo terra incognita.

Para convertirlas en objeto de nuestra curiosidad y luego satisfacerla, se necesita una educación de alto nivel. No la que supone un «proceso de aprendizaje agradable, ligero y lúdico», sino la que acostumbra al ser humano a trabajar hasta la última gota de sudor.

Sin ello, no se construirá ningún futuro, ni siquiera se sentarán sus bases.

El gran escritor ruso de ciencia ficción Iván Efremov observó un día que el hombre solo puede realizarse plenamente cuando alcanza los límites de sus capacidades. Mientras un niño no haya aprendido ni comprendido las alegrías de superar sus propios límites físicos e intelectuales (y sobre todo intelectuales), la alegría de saltar más alto que su propia cabeza, no conoce la verdadera felicidad. Y entonces «el mundo en el que nos gustaría vivir» se aleja de él para ofrecerse a alguien más.

No es posible ningún desarrollo autónomo sin medios científicos. Pero el patriotismo por sí solo no basta para convertirse en un gran científico. El amor a la Patria, el amor más ardiente y sincero, no supone ningún conocimiento del cálculo diferencial o de las estructuras genéticas. Requiere una sed de conocimiento inculcada y cultivada desde la infancia, un profundo respeto por la ciencia y los científicos. Afortunadamente, no nos faltan ejemplos en este sentido.

3.18. — Por último, la historia ha forjado otro componente esencial de nuestra identidad: la defensa de nuestra soberanía, incluida nuestra soberanía espiritual, cueste lo que cueste. Esta cualidad se manifestó cuando el gran príncipe Alejandro Nevski concluyó una alianza con los mongoles contra los teutones, con el fin de preservar la ortodoxia, el alma del pueblo. Se reavivó durante la liberación dirigida por Minin y Pozharski, en 1611-1613, cuando Pedro derrotó a los suecos en Poltava, luego durante la Guerra Patriótica de 1812 y, por supuesto, en la Gran Guerra Patriótica de 1941-1945, cuando, ante una amenaza existencial, nuestro pueblo unido, indisolublemente unido por la causa común, trabajando con todas sus fuerzas, luchó hasta el final para defender su independencia, su singularidad, la tierra en la que vivía y trabajaba. Todos estos acontecimientos, al igual que el bautismo de Rusia y la campaña de Ermak que inauguró la conquista de Siberia, han sido verdaderamente determinantes para la historia nacional.

La defensa de la soberanía es una de las grandes fuentes del poder de atracción de nuestro país y nuestro pueblo para el resto del mundo, que, tras la era del colonialismo y luego del neocolonialismo, ahora denominado «globalismo liberal», ha entrado en una fase de soberanía, de renacimiento de la realidad nacional en todas sus formas. El proyecto occidental de imperialismo liberal global, de «gobierno mundial», de la mano de las multinacionales y las ONG internacionales, se encuentra claramente en un callejón sin salida. Ha demostrado ser incapaz de responder adecuadamente a los grandes retos a los que se enfrenta la humanidad y, en la mayoría de los casos, no hace más que agravarlos. De ahí el cambio de rumbo. El antiguo sistema de gobernanza globalista, basado en la fantasía de un gobierno mundial, se está derrumbando. 

Las sociedades no ven otra forma de responder a los retos globales y nacionales que el fortalecimiento del Estado nacional. En este sentido, Rusia, con su inigualable deseo de independencia y soberanía, se encuentra en el lado correcto de la «tendencia» de las próximas décadas. El estatismo, es decir, el énfasis tradicionalmente puesto en Rusia en el fortalecimiento del Estado, sitúa a nuestro país a la vanguardia moral del mundo del mañana. Esta propiedad nacional debe presentarse al resto del mundo como uno de los componentes clave de la idea-sueño de Rusia.

Este componente del «sueño» y la política que se deriva de él, una política de respeto y fomento de la soberanía y las identidades, es otro motivo del odio que nos profesan las élites liberal-globalistas, que ven en nosotros, no sin razón, un bastión de resistencia contra el modelo planetario que se esfuerzan por imponer a la humanidad.

3.18.1. — Entre los motivos que alimentan este odio figura también nuestra tenaz resistencia a la imposición de valores posthumanos y antihumanos. En Europa, se trata de valores antieuropeos, si tenemos en cuenta que los valores fundamentales de Europa han sido, históricamente, el cristianismo, el humanismo y el nacionalismo estatal. La «Europa» actual niega también el apego al Estado de la mayoría de los ciudadanos rusos, quienes comprenden perfectamente que solo el Estado puede defender al ser humano y al ciudadano en un mundo plagado de obstáculos.

3.19. — Los rusos no han perdido su sentimiento de unidad con la naturaleza, que siempre han concebido como un espacio infinito, un espacio de libertad, una fuente de subsistencia que exige que se cuide y se le devuelva lo que le corresponde. Esta unidad fundamental debe mantenerse y profundizarse. No nos contentamos con «preservar», sino que nos esforzamos por cuidar y desarrollar al mismo tiempo la naturaleza y a nosotros mismos, en unidad con ella, sin ignorar que la naturaleza puede existir sin el hombre, pero que el hombre no puede existir sin la naturaleza, de ahí, por cierto, el entusiasmo masivo por las dachas, ya que tanto ricos como pobres en Rusia aspiran a poseer su pequeño pedazo de tierra, a crear su propia noosfera. Por otra parte, la teoría de la noosfera, de la unión activa entre el hombre y la naturaleza, nació precisamente en Rusia (recordemos aquí la teoría de Vladimir Vernadski). En resumen, digamos simplemente que nadie ha captado mejor el fondo del pensamiento ruso sobre la naturaleza que Mijaíl Prishvin: «Amar la naturaleza es amar la Patria».

3.20. — Rusia no puede seguir desarrollándose sin apoyarse en grandes ideas capaces de inspirar al pueblo, de impulsar a cada ciudadano; necesita grandes proyectos y una comprensión claramente formulada de su propia vocación. Hubo un tiempo, en la antigua Rus, en que los cronistas-teólogos afirmaban que éramos un pueblo portador de Dios, que la Rus era el nuevo Israel. Luego vino la Tercera Roma. Siempre la lucha por la independencia. El culto a las victorias militares.

3.20.1. — Los cosacos partieron «al encuentro del sol», luego vino una época de conquista de inmensos espacios y de arraigo, en particular con la construcción del Transiberiano. Todas estas conquistas fueron fruto del trabajo de obreros, oficiales e ingenieros animados por el lema tan pertinente hoy en día: «¡Adelante hacia el Gran Océano!». Hubo grandes proyectos soviéticos, empezando por la nueva conquista de Siberia que fue la Ruta Marítima del Norte. Hubo guerra, con el lema: «Todo por la victoria». Hubo la conquista espacial, que apasionó a millones de personas. Luego las ideas se agotaron y, para nuestra gran vergüenza, no hemos sabido, por el momento, hacer de nuestra victoria sobre Occidente en la guerra de Ucrania una parte esencial de la idea-sueño nacional. Durante todo este tiempo, hemos persistido en llamarla pudorosamente «operación militar especial».

En un país criado en el culto a la victoria, nos escondemos detrás de fórmulas evasivas, tenemos miedo de enunciar claramente el objetivo de esta guerra. Al igual que en 1812-1814, al igual que en 1941-1945, este objetivo no es otro que el aplastamiento de Occidente y la gran victoria en la Guerra Patriótica, la cuarta de estas guerras, si tenemos en cuenta que la guerra ruso-alemana se denominó en su momento Segunda Guerra Patriótica. Cuando ya casi la habíamos ganado, acabamos perdiendo esta guerra en febrero de 1917 debido a la debilidad del zar, el caos y la traición de una parte importante de las élites, la burguesía, que soñaba con convertirse en una oligarquía gobernante tras derrocar la monarquía y establecer la «democracia», y, por último, los bolcheviques, compuestos en parte por idealistas dementes y, por lo demás, por agentes financiados por la burguesía y, sobre todo, por el Estado Mayor alemán. Finalmente, vivimos la Tercera Guerra Patriótica, la Gran Guerra, que ganamos en cuanto comprendimos esta verdad fundamental: no se trataba de política, sino de nuestra existencia y nuestra supervivencia.

Sin el lema «Todo para el frente, todo para la victoria», perderemos la guerra. La victoria se nos escapará de las manos, como ocurrió en 1916-1917. Sin embargo, no podemos conformarnos con eslóganes. Hay que proponer grandes ideas, alimentar nuestro carácter apasionado y nuestra energía dirigiéndolos según grandes visiones de futuro.

El cese de las operaciones militares activas, una victoria parcial o una semivictoria no serán suficientes para derrotar a las élites occidentales actuales, especialmente las europeas, decididas a destruir a Rusia. La guerra continuará hasta que Europa sea nuevamente aplastada, hasta que Estados Unidos sea rechazado.

Al oeste de nosotros se encuentra Francia, una nación que en otro tiempo fue influyente y que hoy ofrece un ejemplo manifiesto de lo que ocurre cuando falta una idea nacional, cuando la idea nacional es sustituida por una decadencia y una permisividad totales, una «anemia del orgullo nacional» generada por la experiencia de tres grandes derrotas en casi ciento cincuenta años, desde 1812 hasta 1940. Todos estos elementos han creado las condiciones para la aparición de un nuevo fenómeno, del que es aún más difícil salir: el nihilismo occidental.

Recordémoslo una vez más: más al este se encuentra una formación estatal en la que la ideología, aunque nociva y contraproducente, ha logrado tomar forma. Su lema se resume en pocas palabras: «Ucrania no es Rusia», es decir, en la sola idea de la anti-Rusia. Esta ideología es a la vez una de las causas de la feroz resistencia que oponen al frente los soldados adoctrinados y un ejemplo, tan triste como elocuente, de la eficacia de la ideología estatal.

Objetivos de la idea-sueño de Rusia

4.1. — El principal objetivo de la ideología estatal, que consideramos más acertado calificar de «idea viva» contemporánea o de «sueño» de Rusia que encarna el espíritu de los rusos, es desarrollar lo mejor del ser humano: física e intelectualmente, pero también espiritual y moralmente. El arraigo de cada uno en sí mismo y en Rusia. Para ello es necesario emprender una política estatal que exija, pero también anime a los ciudadanos a no preocuparse únicamente por sí mismos. La preocupación por uno mismo es esencial, pero degenera rápidamente en hedonismo si no va acompañada de una preocupación por los demás: la familia, la comunidad, la sociedad, el país y el Estado. Servirles, servir a Dios, es el sentido más elevado de la vida humana. Si no crees en Dios, sirve solo a estos valores, porque este servicio es en sí mismo una obra agradable a Dios, aunque la fe también puede ayudar a hacerlo más feliz y más eficaz. La preocupación por los demás y por el otro es la única forma de elevarse a uno mismo.

En estas condiciones, el objetivo principal de la ideología de Estado, de la idea-sueño de Rusia, es la formación y el desarrollo del Ruso, de sus cualidades más elevadas: la capacidad de amar, de conocer, de pensar, de compadecerse, de defender a su familia, a sus seres queridos, a su país y, por lo tanto, a su Estado. Otra de estas tareas consiste en desarrollar en este ser humano su sensibilidad hacia lo universal y su propensión a defender la Patria y a todos los débiles, la primacía de lo espiritual sobre lo material, la tendencia y la aspiración a lo más alto, a horizontes lejanos, pero también su formidable y explosiva energía creadora, su voluntad de trabajar sin descanso en beneficio de la Patria, de metas elevadas, de dar todas sus fuerzas y luchar desesperadamente por su tierra natal.

4.2. — Queremos resucitar y hacer prosperar lo mejor de nosotros mismos para avanzar y vencer juntos, en política, en el ámbito de las tecnologías o del espíritu, dando lugar al país más sólido espiritual y físicamente.

Lo esencial es que el Ruso se esfuerce siempre por cumplir su destino: seguir siendo un ser humano en el sentido estricto de la palabra, a imagen y semejanza de Dios, sin pretender convertirse en Dios. Queremos y debemos aspirar a lo mejor y más elevado que hay en nosotros.

A diferencia de los pensadores occidentales y sus herederos, que elevaron a la criatura por encima del Creador, justificando así el auge del racionalismo hasta convertirse en sus prisioneros, nuestros hombres de ciencia eligieron otro camino. Apoyándose en la sabiduría de nuestros hermanos en la fe en Oriente, sintieron mucho antes y más profundamente la inaccesibilidad de este camino, bloqueado por el obstáculo mismo de la caída original. Así, el único camino que nos quedaba era dirigir nuestras miradas, nuestros pensamientos y, si se quiere, nuestras oraciones hacia el cielo, perfeccionarnos mediante esfuerzos creativos y un trabajo espiritual continuo.

4.3. — El fortalecimiento absoluto del Estado ruso es otra condición esencial e innegociable. A la luz de las realidades históricas y geoestratégicas, solo el Estado ha sido capaz de garantizar las condiciones necesarias para la supervivencia y el desarrollo de los ciudadanos rusos. Así es como se han estructurado las cosas históricamente, cuando las realidades geográficas y políticas de la primera centralización del Estado ruso le asignaron como función principal la protección de la población, relegando a un segundo plano —o incluso al último— la preocupación por su seguridad material. La lucha por un Estado fuerte es especialmente esencial en las condiciones del mundo actual, que continúa su globalización, mientras persisten las antiguas amenazas y surgen otras nuevas.

Solo un Estado fuerte, en cooperación con otros, es capaz de hacer frente a todos estos retos: el progresivo deslizamiento hacia guerras en serie (entre ellas la Tercera Guerra Mundial, la última para la civilización humana actual), el cambio climático, la aparición y propagación de epidemias, la hambruna, la insuficiente regulación de flujos migratorios tan potentes como imprevisibles.

4.3.1. — Sobre todo, solo un Estado fuerte, capaz de contar con el apoyo de una sociedad igualmente fuerte, puede salvar al ser humano del efecto degradante de las tendencias de la civilización contemporánea, que conducen a la pérdida de las funciones que hacen al ser humano ser humano, a imagen y semejanza de Dios, pero también de los problemas globales ya enumerados y, por último, de las guerras.

El Estado es indispensable para contrarrestar todas estas tendencias y los intentos de las élites liberal-globalistas de hoy en día de destruir al hombre, engatusándolo para inyectarle mejor valores innobles y antihumanos.

4.4. — Por último, el fortalecimiento del Estado, incluso como idea nacional, es necesario para contrarrestar la orientación de las élites liberales, imperialistas y globalistas que tratan de debilitarlo para conquistarlo mejor. Recordemos que su sueño es un gobierno mundial aliado con las empresas transnacionales y las ONG —privatizadas desde hace mucho tiempo— para gobernar Estados «democráticos», es decir, Estados nacionales débiles, sometidos a las oligarquías internacionales. Este proyecto ha animado desde sus inicios las teorías de la globalización surgidas en los años setenta y ochenta. Gracias a Dios, este esquema se está derrumbando ante nuestros ojos. Pero en lugar de renunciar a él definitivamente, volvemos a él una y otra vez.

4.4.1. — Las relaciones entre el ciudadano ruso y el Estado se asemejan, por tanto, a las que tendría un hijo con un padre especialmente severo. El amor de un padre así no es directo y tierno, sino duro y, sobre todo, protector. Algunos «hijos»-ciudadanos pueden percibir esta situación como una violación de sus derechos y una limitación de su libertad en sus elecciones personales. El sentido del amor paterno no consiste en prohibirlo todo, sino en definir razonablemente lo lícito y lo ilícito, en mostrar dónde está el bien y dónde está el mal, en dar ejemplos edificantes y en proteger a toda costa a su hijo del peligro. Al igual que el niño necesita la tutela paterna, el ciudadano necesita referencias morales y patrióticas, recomendadas, si no obligatorias, pensadas para la futura élite meritocrática, que no serán universales.

Pero nunca hay que perder de vista el deber filial. Desde el punto de vista de la continuidad histórica, el Estado que nos educó se ha visto indefenso ante unos hijos indolentes que no han sabido resistirse a los encantos del individualismo occidental y del capitalismo salvaje, demostrando al mismo tiempo que algunos de nuestros dogmas educativos han resultado ser falsos, no hay que ocultarlo. Para nosotros, la única fuente de alegría es ver cómo el Estado se recupera poco a poco. Pero, como un padre anciano, nos necesita especialmente a nosotros, sus hijos. Y nuestra tarea es ayudarlo, apoyarlo, para que la labor paterna de educación y protección de los ciudadanos se perpetúe con las generaciones futuras.

4.5. — Repitámoslo: la organización ideal del sistema político es una democracia fuerte y dirigida. Evidentemente, el Estado no debe ser un Leviatán que lo devora todo. Debe servir al hombre, protegerlo: por eso también debe incluir, como hemos dicho, elementos democráticos, sobre todo a nivel local. Al mismo tiempo, debe estar dirigido por una élite meritocrática fuerte, liderada por un jefe poderoso. La idea ideal también debe ser un código de honor para la élite en el poder.

En la Rusia actual se están realizando muchos esfuerzos para favorecer la creación de esta élite meritocrática: las «reservas presidenciales», el «Movimiento de los Primeros», etc. Pero aún no existe ningún pilar ideológico poderoso, o casi ninguno, cuando es absolutamente necesario para esta labor.

4.6. — Este pilar consiste en la idea de un servicio desinteresado, pero naturalmente garantizado por todo el sistema sociopolítico, destinado al pueblo, al país, al Estado y a su encarnación: el jefe de Estado y Dios, para quienes creen en él. Pero, repitámoslo, servir a la sociedad, a la causa, al país, al pueblo, ya es creer.

4.7. — Quizás no sea deseable convertir el autoritarismo —a pesar de sus avances a escala planetaria, donde las democracias están, por el momento, claramente en retroceso— en el objetivo oficial de la idea-sueño de Rusia. Bajo el efecto de un largo dominio de Occidente en la esfera informativa e ideológica, el término «democracia» goza de una connotación positiva, lo que aún no es el caso del término «autoritarismo». Si alguien afirmara «Queremos vivir en un mundo autoritario», sonaría como una aberración. Queremos vivir en un mundo libre. Sin embargo, el hecho es que, en la situación actual, el Estado es precisamente el que puede garantizar el máximo grado de libertad posible, utilizando un cierto grado de autoritarismo. Pero debemos aspirar a ser lo que la historia nos ha destinado a ser. Ser lo que las circunstancias del mundo presente y futuro esperan de nosotros: una autocracia tan eficaz como sea posible, pero responsable ante su pueblo y ante Dios. Como siempre, caminamos por la cuerda floja.

Guillaume Lancereau — Aquí encontramos una paradoja intelectual y política que gusta especialmente a la propaganda rusa de los últimos años.

Por un lado, se trata de afirmar que Rusia traza su camino en la historia con total libertad; por otro, que responde a una misión providencial que no tiene más remedio que cumplir, una especie de voluntarismo providencialista. En un contexto más amplio, es la misma retórica que encontramos en Vladimir Putin cada vez que declara que «Rusia no tenía otra opción» que invadir Ucrania.

Bajo la pluma de Karaganov, la idea de esforzarse por ser lo que se está condenado a ser adquiere un cariz mucho más erudito, basándose en la historia política, cultural y religiosa del país. Sin embargo, no es más que la versión intelectualizada del eslogan más descabellado de la propaganda militarista rusa, que en 2023 se dirigía a los posibles soldados contratados con estas palabras: «¡Eres un hombre, compórtate como tal!».

4.8. — En particular, es necesario, incluso para la eficacia de la democracia dirigida, conservar la libertad rusa: la voluntad y, más aún, la libertad de pensamiento. Nuestro «alfa y omega nacional», Pushkin, Lermontov, Tolstói, Dostoievski, Lomonosov, Pavlov, Kurchatov, Landau, Korolev, Sajarov, todos estos hombres no dejaron de discrepar con las autoridades y criticar al poder. Pero simplemente servían al país, a su cultura, a su ciencia, lo que sigue siendo el primer criterio de conformidad con el Código del Ruso.

4.9. — La conclusión es sencilla. La libertad intelectual y espiritual es una condición sine qua non para el desarrollo del país. Debe ser un componente esencial de la idea-sueño viva de Rusia. En la práctica, los intelectuales deben servir a la Patria y, a cambio, beneficiarse de su apoyo. Fusionar la libertad intelectual, la libertad de pensamiento y el autoritarismo político no es una tarea fácil. Pero la historia rusa está repleta de ejemplos de esta fusión.

4.10. — Una vez más, ya es hora de poner fin a los estúpidos debates sobre «qué es un ruso». ¿Nos referimos a la etnia? ¿Al lugar de nacimiento? ¿A la confesión religiosa o a la ausencia de ella? Un ruso, un ciudadano ruso, es una persona que habla ruso, arraigada en la cultura rusa o que busca estarlo, que conoce la historia de Rusia. Y, por supuesto, que comparte los valores éticos fundamentales de su pueblo multinacional. Y, sobre todo, que está dispuesto a servir y proteger a su Patria, a su familia, al Estado ruso y al espíritu de Rusia. Desde este punto de vista, François Lefort, Vitus Béring, Iván Lazarev (Lazarian), Piotr Bagration, Catalina I y Catalina II, Serguéi Witte y la gran duquesa Isabel son tan rusos como Pedro I, Mijaíl Kutuzov, Dmitri Mendeleev, Gagarin o Putin. Los grandes líderes de la Rusia de los siglos XX y XXI, el tártaro Mintimer Shaimiev o el checheno Ajlad Kadyrov, eran absolutamente rusos de espíritu. Aunque cuidaban de sus pequeñas patrias rusas, comprendían perfectamente que estas no podrían existir sin la Gran Rusia y contribuyeron poderosamente a salir del período turbulento que vivimos en los años noventa. Son rusos distinguidos, y en el más alto grado. Por el contrario, no se puede ni se debe considerar rusos a los dirigentes de Ucrania, que han hecho todo lo posible por separarse de Rusia, condenándola a numerosos sacrificios humanos y a sus propias pequeñas patrias a la aniquilación. Tampoco se puede considerar rusos a aquellos que traicionaron a su Patria en el momento decisivo, como los vlasovianos [formación de militares rusos en la Wehrmacht] o sus actuales sucesores. Son la escoria y la vergüenza del pueblo.

4.10.1. — Esto no impide que un ruso de nacimiento, un ciudadano ruso, se considere ciudadano del mundo. Es su derecho más absoluto, siempre y cuando pague sus impuestos, no perjudique a su país y no sirva a los intereses de otros Estados. La apertura cultural, el cosmopolitismo cultural e incluso la universalidad son uno de los puntos fuertes de muchos rusos cultos. Pushkin es aquí el ejemplo más elocuente. Pero los mejores ciudadanos del mundo, los defensores y salvadores del mundo, son en realidad aquellos que luchan contra el nazismo y defienden Rusia.

4.10.2. — El Ruso-Gran Ruso pertenece a la etnia fundadora de Rusia. La mayoría de nosotros somos de confesión ortodoxa. La ortodoxia salvó a Rusia en sus peores momentos. Pero las otras confesiones, el islam, el budismo o el judaísmo, no son menos importantes para nuestra Patria.

Lo esencial es que todos los creyentes, e incluso los no creyentes o aquellos que aún desconocen el alcance de su fe, estén dispuestos a servir a esos fines superiores que son Dios, la Patria, el Estado, la familia, a hacer prosperar la cultura y a defender la Patria. Si están dispuestos a hacerlo, son rusos, son ciudadanos rusos.

4.11. — Entre los rusos de sangre se encuentran muchas personas que desprecian su país, no admiran en absoluto su cultura, detestan cualquier forma de poder, excepto, naturalmente, el «suyo» propio. Es un tipo de personas perfectamente descrito por Dostoievski. El ejemplo más llamativo es la figura de Smerdiakov, pero se podrían añadir muchos héroes de Los demonios. Cuando penetran en las esferas del poder, solo anuncian desgracias para el país. Los dirigentes bolcheviques de los primeros años tras la Revolución contaban con varias personas de este tipo entre sus filas. Al hacerse con el poder aprovechando la guerra, el caos causado por las antiguas élites y la debilidad del zar, causaron daños considerables que casi llevaron al país a la ruina total, destruyendo deliberadamente todo lo que era su alma —la ortodoxia, las otras religiones— y ejecutando masivamente a los clérigos. Sus herederos espirituales se encontraban en gran número entre personas que profesaban opiniones políticas y económicas radicalmente opuestas: los opositores a las reformas de los años 1980-1990. Al destruir los últimos restos del edificio comunista, casi arrastraron consigo a todo el país. Muchos de los logros acumulados durante las décadas anteriores fueron suprimidos, de forma más suave que en el caso de los bolcheviques, sin matanzas masivas, pero, por desgracia, con una mortalidad masiva. Consecuencia de causas supuestamente naturales, esta mortalidad fue en realidad provocada por reformas estúpidas y malintencionadas, que finalmente aniquilaron o expulsaron del país a una parte considerable de la élite meritocrática: ingenieros, científicos, militares, gestores, obreros cualificados.

Apenas estamos empezando a reparar estos daños.

4.12. — Otra cuestión muy compleja para la autodefinición de Rusia, para determinar quiénes somos y quiénes queremos ser, es saber si somos un pueblo portador de Dios. La respuesta es «sí». Esa fue la respuesta de los antiguos cronistas rusos, que hablaban de Rusia como un «nuevo Israel», de autores más recientes, que veían en Moscú la Tercera Roma, e incluso de los comunistas, que se esforzaban por emancipar al mundo del colonialismo y la adoración de Mammón.

Rusia no ha renunciado a su misión específica, la de liberar al mundo, como lo hizo en el pasado al liberar a la humanidad de Napoleones y Hitlers, del yugo de Occidente, al socavar las bases de su supremacía —la superioridad militar— y al proponer al mundo una alternativa: una comunidad multinacional y multicultural, basada en valores que erróneamente se denominan «conservadores», cuando en realidad son simplemente humanos. ¿Estamos preparados para asumir nuestra misión manifiesta, la que corresponde a un pueblo portador de Dios? Esta es la pregunta que debe animar nuestros próximos debates. Para nosotros, la respuesta no ofrece ninguna duda. ¿Estamos preparados para asumir esta misión hoy mismo? Ya lo veremos.

4.13. — Es evidente que una parte esencial de la idea-sueño de Rusia debe consistir en un movimiento hacia sí misma, hacia las fuentes mismas de nuestro poder como gran nación, Siberia, gracias a un nuevo giro hacia el Este, a una «siberización de Rusia». Este hecho es tanto más evidente cuanto que Siberia, con su carácter multicultural y multinacional, con el valor sin igual de sus conquistadores y la dedicación de sus colonizadores, es verdaderamente «la quintaesencia del carácter ruso», la concentración de todo lo mejor de nuestro pueblo. Al volvernos hacia los Urales y Siberia, nos volveremos hacia lo mejor de nosotros mismos. Así, abrazaremos y anunciaremos al mismo tiempo las tendencias futuras de la construcción del mundo, ya que somos, desde siempre, una gran potencia euroasiática, la Eurasia del Norte, mientras que Eurasia está recuperando el lugar que le corresponde: el de epicentro del desarrollo mundial.

4.14. — No debemos perder nunca de vista el hecho de que las principales fuentes externas de nuestra identidad no son Occidente, sino Bizancio y el Imperio mongol, aunque el injerto europeo nos haya aportado muchas cosas que debemos conservar y hacer fructificar en nosotros. Hoy terminamos nuestro largo viaje europeo. «Volvemos a casa».

Panorama general de la ideología-sueño de Rusia o Código del Ruso

5.0. — Los valores que animan la idea-sueño viva de Rusia deben estar, en esencia, ya presentes en la conciencia colectiva. Ahora se trata de formularlos como un ideal: el ideal de lo que queremos ser, del país que queremos ver surgir.

5.1. — En nuestra época de fracturas mundiales y guerras, necesitamos más que nunca una nueva conciencia espiritual de nosotros mismos. Los descubrimientos científicos, la relativa prosperidad que hemos alcanzado y los nuevos retos del momento nos exigen mucho, al tiempo que nos dan la oportunidad de convertirnos en «Hombres con mayúscula», Hombres que llevan a Dios en su interior. Occidente aniquila a este Hombre que lleva a Dios en su interior. En lugar de la bandera mancillada del humanismo, que nunca ha sido más que un sinónimo de individualismo, debemos enarbolar la bandera de la Humanidad, de los lazos entre los Hombres, del respeto mutuo, de la camaradería, del servicio, del amor y de la compasión.

5.1.1. — En un nivel más práctico, sostenemos que la vocación del Hombre es amar y defender a su familia, su sociedad, su Patria, servir a su Estado y a Dios, si es creyente. El mero hecho de estar convencido de esta vocación ya es un paso hacia Dios. No se trata simplemente de valores conservadores, sino de valores humanos, cuyo servicio es la vocación de Rusia, de nuestro pueblo, de cada hombre y mujer rusos, independientemente de su origen étnico.

5.1.2. — Para nosotros, los valores más elevados son el honor, la dignidad, la conciencia, el amor a la Patria, el amor entre el hombre y la mujer, el amor por los hijos, el respeto a los mayores.

5.1.3. — Somos el pueblo euroasiático del norte, el unificador de la Gran Eurasia y del mundo; un pueblo abierto a todos, pero siempre dispuesto a defender lo que le pertenece, su soberanía política y espiritual.

5.1.4. — Somos un pueblo portador de Dios. Tenemos la vocación de defender lo mejor del ser humano, la paz en todo el mundo, la libertad de todos los países y todos los pueblos, su diversidad, su variedad, su riqueza cultural. Somos un pueblo animado por una misión, no un pueblo mesías.

5.1.5. — Somos un pueblo descubridor. Antiguamente, los mongoles, dirigiéndose de este a oeste, quisieron descubrir el último de los mares. Llegaron hasta Rusia, tomaron mucho, dieron mucho: las pérdidas y las donaciones se confundieron en gran medida. Luego, los cosacos partieron de oeste a este y llegaron al último mar de nuestra geografía, el océano Pacífico. Fuimos los primeros en llegar al espacio.

Hoy en día, los fines y los medios del descubrimiento han cambiado, pero debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para que siga ardiendo en nosotros esa curiosidad por el mundo. Ese deseo de comprenderlo. En este camino podemos encontrar muchos compañeros de pensamiento procedentes de otros países: se trata de un inmenso campo de cooperación. Una vez adquiridos estos conocimientos, debemos ponerlos al servicio de la humanidad. Seremos de los primeros en crear y dominar la inteligencia artificial al servicio del hombre y de la humanidad.

5.1.6. — Lo esencial para nosotros sigue siendo y seguirá siendo el Hombre, el Ruso —el gran ruso, el bielorruso, el tártaro, el pequeño ruso, el daguestaní, el chuvasio, el yakuto, el checheno, el buriato, el armenio, el nenets y todos los demás—. Lo esencial sigue siendo el desarrollo espiritual, físico e intelectual del ser humano. Somos partidarios de la humanidad, de un humanismo auténtico, de la preservación de todo lo que hay de humano en el ser humano, de la parte divina que hay en él. El objetivo de nuestra política solidaria y estatal es la preservación del ruso y de lo mejor que hay en él.

5.1.7. — Somos partidarios de un colectivismo que llamamos solidaridad. El ser humano solo puede realizarse y ser verdaderamente libre poniéndose al servicio de una causa común.

5.1.8. — Estamos abiertos a todas las confesiones religiosas si sirven a lo más elevado del ser humano y favorecen el servicio a la familia, la Patria y el Estado.

5.1.9. — Somos una aleación única de lo mejor que han dado Asia y Europa: el sentimiento y la razón, que mantenemos unidos en el crisol de nuestros corazones. Somos un gran Estado euroasiático, una civilización de civilizaciones —esto es un hecho y no una defensa— destinada a unir a todos y todas, a defender la paz y la libertad de los pueblos.

5.1.10. — Somos un pueblo de guerreros y vencedores. Un pueblo liberador, dispuesto a resistir a todos aquellos que sueñan con la hegemonía, la dominación y la explotación de otros pueblos. Pero el servicio a nuestra propia Patria y a nuestro Estado es nuestro deber supremo.

5.1.11. — Defendemos nuestra soberanía, nuestro Estado, pero también el derecho de todos los pueblos a elegir su propio camino de desarrollo económico, cultural, político, religioso y espiritual. Pero también somos un pueblo portador de paz. Nuestra vocación es proteger al mundo de todos los conquistadores, de todas las guerras mundiales.

5.1.12. — Somos un pueblo internacionalista; el racismo nos es totalmente ajeno. Estamos a favor de la diversidad y la riqueza cultural y espiritual.

5.1.13. — Defendemos los valores humanos normales, el amor entre el hombre y la mujer, el amor de los padres por sus hijos, el respeto a los mayores, la compasión, el amor por la tierra.

5.1.14. — Somos un pueblo de mujeres femeninas y fuertes, que más de una vez han salvado a la Patria en sus momentos más peligrosos. Mujeres que sostienen el hogar familiar, que dan a luz y crían a sus hijos mientras sirven a su país y a su patria. De mujeres que han sabido mantener unidas estas dos vocaciones y fusionarlas en una sola: el servicio a lo más elevado. Y somos un pueblo de hombres fuertes y valientes, dispuestos a defender a los débiles.

5.1.15. — Estamos a favor de la justicia entre los pueblos y dentro de cada pueblo. Todos y cada uno deben recibir la justa compensación por sus aportaciones a la causa común. Pero los ancianos, las personas débiles y aisladas deben ser protegidos.

5.1.16. — No somos acumuladores vanos de riquezas, sino que aspiramos al bienestar familiar y personal. El consumo excesivo y ostentoso es inmoral y antipatriótico. Para nosotros, los negocios deben ser un medio para enriquecer y mejorar materialmente la vida de todos, y no la propia, excluyendo a los demás.

5.1.17. — Nuestro pueblo no ha roto sus lazos con su tierra natal ni con la naturaleza, que pretendemos preservar y proteger. Rusia es el principal recurso ecológico de la humanidad.

5.1.18. — Nuestros héroes son el guerrero, el científico, el médico, el ingeniero, el maestro, el funcionario incorruptible, el empresario filántropo, el campesino y el obrero, que con sus manos crean la prosperidad del país y hacen todo lo posible por defenderlo.

5.1.20. — El Estado que queremos construir es una democracia dirigida por un líder renovable, confirmado electoralmente por el pueblo, y con una fuerte participación a nivel local.

Económicamente, estamos construyendo un capitalismo popular, en el que la propiedad es tan inviolable como vergonzoso es el consumo ostentoso, en el que el objetivo de cada empresario es la prosperidad común, el aumento del poder del Estado y de la nueva ideología rusa, poniendo ahora el énfasis en el desarrollo del ser humano y el servicio a la Patria.

Guillaume Lancereau — El punto 5.1.19. no aparece en el informe original. A la vista de lo anterior, no cabe duda de que el autor repite en él elementos ya mencionados en más de una ocasión.

La última frase del texto tiene al menos el mérito de introducir un nuevo elemento, ya que se trata de un llamado totalmente explícito al mecenazgo de los empresarios rusos. Mientras que en el punto 3.8.1 se leía, en esencia, «si tiene dinero de sobra, compre un Aurus en lugar de un Mercedes», el texto nos deja con la idea de que «si tiene dinero de sobra, envíelo a mi grupo de trabajo ideológico», con el doble sentido de que ya veremos qué lugar le reservaremos en la «economía nacional-social» de la Rusia del mañana.

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