Un viaje de ida y vuelta a Alaska y una rueda de prensa bien preparada: el mundo ha tenido su dosis de diplomacia trepidante, sin otro efecto que el de ganar tiempo para Vladimir Putin. El ministro de Asuntos Exteriores Lavrov ya anuncia que Rusia ha vuelto al punto de partida: no aceptará ningún plan que ofrezca garantías de seguridad a Ucrania sin la participación, e incluso el derecho de veto, del Kremlin. Nada ha cambiado: a ojos de los responsables rusos, Ucrania nunca ha sido ni será más que un Estado títere, incapaz e indigno de ejercer su propia soberanía sin el aval de la «superpotencia» vecina.
En el ámbito militar, tras una semana de ralentización del avance ruso, el Ministerio de Defensa ha anunciado la conquista de una primera aldea en la región de Dnipropetrovsk, una zona que Rusia no reclama oficialmente. En la noche del miércoles al jueves, las fuerzas rusas atacaron Ucrania con 574 drones y 40 misiles, entre ellos cuatro misiles balísticos Kinžal y dos Iskander. Los ataques se centraron en el este de Ucrania, desde Lviv hasta Lutsk, así como en Mukačevo, en Transcarpacia, donde fue alcanzada una fábrica de la empresa estadounidense Flex.
Hemos salido de la espectacular temporalidad de las negociaciones para volver a caer en la de una guerra larga, cuyo aspecto militar va acompañado de una transformación profunda del Estado ruso, de su capacidad de causar daño, de control y de represión. Dentro de las fronteras de la Federación, no se ignora que Rusia lleva mucho tiempo tratando de crear una especie de realidad alternativa que parece tener eficacia ideológica a pesar de su carácter rudimentario y burdo. De hecho, la visión del mundo que proponen Vladimir Putin y los ideólogos del régimen presenta un carácter contradictorio y caricaturesco. Incluso los objetivos bélicos de Rusia siguen siendo oscuros. Vladimir Putin, Serguei Lavrov y Serguei Shoigu los han definido sucesivamente como: la protección del Donbas, la de la propia Rusia o de sus «valores tradicionales», el reconocimiento de la anexión de Crimea, la «desnazificación» de Ucrania, su desmilitarización o la garantía de su estatus no nuclear, o incluso la reorganización general de la arquitectura de seguridad mundial. 1 Del mismo modo, recientemente se han señalado las contradicciones en las que se ha visto envuelta la propaganda rusa en el contexto de las manifestaciones en Ucrania relacionadas con los órganos independientes de lucha contra la corrupción que Volodimir Zelenski amenazaba con suprimir. Los propagandistas rusos no dudaron en desarrollar dos interpretaciones lógicamente insostenibles sobre este acontecimiento: por un lado, no podía existir ninguna movilización autónoma en Ucrania, ya que su población carecía de conciencia política y todos los manifestantes estaban pagados por Occidente; por otro, estas manifestaciones masivas y entusiastas representarían un verdadero levantamiento popular contra el régimen autoritario de un presidente ilegítimo. 2
En definitiva, la credibilidad de esta «realidad alternativa» importa poco.
Esta ambigüedad no impide que la mayoría de los rusos apoyen activa o pasivamente la guerra en Ucrania, siempre y cuando tengan la sensación de que la están ganando o de que pueden ganarla. Estas incoherencias tampoco impiden que el nacionalismo explote en Rusia, ya que la mayoría del país declara que prefiere que su país sea ante todo una «gran potencia, temida y respetada», en lugar de una potencia de segundo orden con un mejor nivel de vida, lo que es exactamente lo contrario de la tendencia que mostraban las encuestas en los últimos veinte años. 3 Quizás ha llegado el momento de prestar menos atención al «discurso del Kremlin» y más a la forma en que este se arraiga concretamente en las mentes una serie de representaciones del mundo, quizá vagas y alejadas de la vida real, pero generadoras de creencias y acciones —o de la inacción— muy reales.
Hemos salido de la temporalidad espectacular de las negociaciones para volver a caer en la de una guerra larga, cuyo aspecto militar va acompañado de una transformación profunda del Estado ruso, de su capacidad de causar daño, de control y de represión.
Guillaume Lancereau
La voz de Moscú
Cuando se habla de «desinformación rusa», lo que suele venir a la mente es la forma en que los órganos de propaganda de la Rusia contemporánea difunden a escala mundial «noticias falsas sobre la guerra», así como información errónea, deliberadamente truncada o distorsionada, sobre la situación social, política o económica del país y del mundo en general.
De hecho, desde hace una década, Rusia ha multiplicado las operaciones de desinformación y desestabilización política, a veces antes, a veces en el momento mismo de sus operaciones militares. Así, se ha demostrado que las operaciones rusas en el Donbas y Crimea, en 2014-2015, se basaron en gran medida en el «control reflexivo», es decir, en elementos propios de la guerra de información, que tienden a hacer que el adversario adopte determinadas posiciones modificando su percepción de la realidad sobre el terreno. Al ocultar la presencia de sus tropas en Ucrania, con soldados enviados en uniformes sin insignia, al velar sus objetivos e intenciones, al mantener una apariencia de legalidad en cada nueva etapa, multiplicando las amenazas contra Occidente y socavando la legitimidad de Ucrania como nación en los medios de comunicación rusos y occidentales, la Federación Rusa ha logrado su objetivo: conseguir que Europa y Estados Unidos le dejen desmantelar un Estado soberano, supuestamente para evitar una guerra a gran escala, con el éxito que ya conocemos. 4
Desde 2022, Rusia sigue esta línea, jugando esencialmente con los sentimientos de la población europea —sobre todo con ese sentimiento primario que es el miedo— con el fin de erosionar el apoyo militar a Ucrania. El proceso consiste en dejar flotar el riesgo de una Tercera Guerra Mundial con Rusia, al tiempo que se inculca la idea de que los responsables de la Unión Europea y de los Estados miembros estarían dispuestos, por rusofobia congénita, militarismo desenfrenado y atlantismo beatífico, a importar al continente una guerra lejana que no les incumbe en absoluto. Esta táctica supone la existencia de un punto de inflexión político más allá del cual ya no sería rentable electoralmente promover el apoyo a Ucrania, y por lo tanto la existencia de una democracia representativa funcional en Europa, lo cual aún está por demostrar.
En Polonia, la población es así objeto de un flujo permanente de propaganda rusa, que muestra asesinatos de falsos soldados rusos por parte del ejército ucraniano o prisioneros ucranianos psicológicamente destruidos, llamando —bajo la amenaza de sus carceleros— a sus compatriotas a rendirse. 5 Se trata sobre todo de hacer creer a los polacos que su propia seguridad está en juego y que deben resistir a toda costa los llamados de los belicistas europeos dispuestos a enviarlos a morir al frente. Una retórica antiucraniana similar se utiliza ahora en Hungría, donde Viktor Orbán quiere hacer creer a la población que votar por él es votar contra Europa, una Europa que sueña con sumir al continente en la guerra. En resumen, votar por Orbán sería votar por la paz. 6
Una de las últimas campañas ha sido la difusión en X de videos de unos treinta segundos, en inglés, realizados gracias a la IA y dirigidos al público alemán. En ellos se muestran los resultados de pseudoencuestas y declaraciones de supuestos responsables y expertos alemanes, que explotan los temores y las divisiones de la población alemana con respecto a Rusia y la guerra en Ucrania. Uno de estos videos afirma que un estudio del Austrian Center for Intelligence, Propaganda and Security Studies (ACIPSS) habría revelado cómo la televisión alemana prepara sistemáticamente a la población para la guerra contra Rusia, deshumanizando a los rusos y avivando el odio de los alemanes hacia ellos. 7 Este ACIPSS tiene una página web, pero no hay rastro de dicho estudio. Asimismo, el video muestra una fotografía del psicólogo alemán Rainer K. Silbereisen y le atribuye la siguiente declaración: «Si se consigue convencer de nuevo a los alemanes de la necesidad de combatir a Rusia, al final no quedará nada de Alemania. Los alemanes parecen haber olvidado que Rusia los derrotó hace 80 años. Si el gobierno alemán pretende embarcarse en una guerra revanchista, está cometiendo un error. En aquel entonces, Rusia se mostró clemente. Pero en el siglo XXI borraría a Alemania de la faz de la Tierra y dispersaría a los alemanes que quedaran vivos por todo el mundo». Si existe realmente un psicólogo alemán con ese nombre, al parecer nunca se ha pronunciado sobre Rusia.
Es bien sabido que una de las características más destacadas de la guerra informativa rusa es su capacidad para adaptar su discurso y sus prácticas a los diferentes espacios a los que se dirige.
Dirigida a lo que denomina el «Sur global» —desde Cuba hasta Mali, pasando por la República Centroafricana, Siria y Venezuela—, la propaganda rusa explota el filón antiimperialista, cuya retórica domina desde la Guerra Fría y cuyas consecuencias geopolíticas se desarrollan en la cadena «TV BRICS». Allí donde puede, Rusia se apoya en otras redes, empezando por las de la Iglesia ortodoxa, como es especialmente el caso de Serbia. Paralelamente, el Kremlin se esfuerza por influir en los procesos electorales y legislativos de los países del antiguo espacio soviético, como se ha visto en Rumanía, Moldavia o Serbia, pero también en Georgia y Kirguistán, que han aprobado una ley sobre «agentes extranjeros» inspirada en el modelo ruso.
Sin embargo, las injerencias rusas en materia electoral no se limitan a su espacio cercano. El pasado mes de julio, un informe de la Dirección de Inteligencia Nacional de Estados Unidos señalaba a Rusia como «la principal amenaza para las próximas elecciones presidenciales». 8 Por último, Rusia ha sabido construir unos medios de comunicación suficientemente eficaces como para que Russia Today haya podido pasar ante algunos intelectuales y activistas europeos como un soporte del «pensamiento crítico».
En el discurso estratégico ruso, la «guerra híbrida» designa una operación de la que Rusia sería víctima, y no responsable.
Guillaume Lancereau
«Guerra híbrida» y «guerra contra-híbrida»
A esta política rusa se le suele asignar el nombre de «guerra híbrida», una guerra que no solo se libra en el terreno militar, sino en todas las dimensiones posibles de la existencia, movilizando todos los medios disponibles.
Este concepto no está exento de problemas: si basta con llevar a cabo maniobras militares y operaciones psicológicas para hablar de «guerra híbrida», entonces la Primera Guerra Mundial, con su avalancha de propaganda, fue una guerra híbrida; entonces, las guerras de la Revolución también fueron una «guerra híbrida», ya que los franceses difundieron miles y miles de panfletos en territorio enemigo, llamando a los soldados prusianos y austriacos a dejar de luchar contra sus hermanos en la humanidad, a deponer las armas y a establecerse en Francia, patria de la libertad.
Vasilji Mikrjukov, una de las referencias del nuevo pensamiento estratégico ruso, lo subrayaba en un artículo de 2013: ya Gengis Kan, Tamerlán, César o Pompeyo y, antes que ellos, Sila o Alejandro Magno, se habían esforzado por manipular a las poblaciones y las tropas enemigas con amenazas de destrucción y promesas de una vida mejor, sobornos y chantajes, al tiempo que sembraron la desorganización en el ejército y la administración. 9 Del mismo modo, para limpiar a Rusia de toda acusación de haber practicado una «guerra híbrida» en Ucrania en 2014-2015, Ruslan Pujov, director del Centro de Análisis de Estrategias y Tecnologías, comparó los combates en Ucrania con la guerra entre Estados Unidos y México de 1846-1848 o con las estrategias del irredentismo italiano. 10
Sobre todo, en el discurso estratégico ruso, la «guerra híbrida» se refiere a una operación de la que Rusia sería víctima, y no responsable.
El régimen ruso percibe su territorio digital e informativo como una fortaleza sitiada. Serguei Kirienko, director adjunto de la Administración Presidencial de la Federación Rusa, que formaba parte de la delegación rusa en Alaska, no dijo otra cosa hace unos días al inaugurar el Festival de los Nuevos Medios. En su opinión, el siglo XXI se perfila como una época de guerra informativa sin fin:
«Estamos en plena guerra informativa. Hemos dicho en repetidas ocasiones que la guerra caliente terminará, esperemos que pronto. Pero la guerra informativa nunca terminará. En primer lugar, porque el objetivo o la víctima de esta guerra informativa son nuestros hijos, la próxima generación. Y también porque no hay nada más importante, para cada individuo, para cada familia y para cada país, que ser capaz de proteger a sus hijos de la guerra informativa y transmitirles sus convicciones, su fe, sus sueños».
De este lenguaje típico de la propaganda rusa, incluso cuando sale de la boca de los representantes más autorizados de su vertiente tecnocrática, hay que recordar dos cosas: la recuperación del tema del «sueño» ruso, tan querido por Serguei Karaganov, y, más fundamentalmente, el hecho de que, desde el punto de vista del Kremlin, Rusia solo se estaría defendiendo de los ataques informativos de Occidente, librando, en definitiva, una «guerra contra-híbrida» frente a la «guerra híbrida».
[Sobre el «sueño ruso», publicaremos en unos días una traducción comentada línea por línea del informe de casi 150.000 caracteres sobre la ideología rusa en el siglo XXI, elaborado por Karaganov. Para recibir esta publicación, suscríbete al Grand Continent]
Esta tesis se ha visto alimentada durante años por un torrente de publicaciones rusas que adoptan con gusto un tono conspirativo.
En 2016, el politólogo Igor Panarin, de la Academia de Ciencias Militares de la Federación Rusa, publicó una obra con un título elocuente: La guerra híbrida contra Rusia (1816-2016). En su opinión, todos los acontecimientos históricos que condujeron a la desintegración o al debilitamiento de Rusia fueron resultado de maniobras clandestinas de Occidente: la Revolución de febrero de 1917 fue obra híbrida de masones, liberales y traidores nacionales rusos; Stalin desarrolló afortunadamente un proyecto de «guerra contra-híbrida»; Rockefeller, Reagan, la OTAN y las «revoluciones de color» no fueron más que hitos en la modernización de la «guerra híbrida» contra Rusia, llegando el autor a describir al Estado Islámico como «gladiadores de la guerra híbrida de Occidente».
Por el contrario, cuando los teóricos rusos hablan de su propia estrategia, el término preferido es «guerra de nueva generación». 11
En 2013, el coronel Serguei Chekinov y el general Serguei Bogdanov, ambos del Centro de Estudios Militares Estratégicos del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Rusas, publicaron un artículo al respecto en la revista Voennaya Mysl’, en el que afirmaban que el factor esencial en los combates futuros sería la «guerra informativa y psicológica, capaz de garantizar la superioridad en el control de las tropas y el armamento, al tiempo que desmoraliza a las tropas y la población enemigas a nivel moral y psicológico». 12
Ese mismo año, el coronel Yuri Gorbachov, antiguo director del servicio de guerra radioeléctrica del Estado Mayor ruso, anunciaba: «La ciberguerra ya está en marcha». Subrayaba que las acciones de combate en el ámbito de la información podían influir, a veces de manera decisiva, en el curso de las operaciones puramente militares, incitar al adversario a iniciar, proseguir o detener las hostilidades y crear condiciones favorables para la consecución de los objetivos militares y políticos fijados por el Estado, ejerciendo una influencia cognitiva determinada sobre los soldados, el Estado Mayor y el personal político del bando contrario. 13 La pseudodoctrina Gerasimov, que suele citarse como origen del concepto de «guerra híbrida», afirmaba una tesis muy similar.
Cuando los teóricos rusos hablan de su propia estrategia, el término preferido es el de «guerra de nueva generación».
Guillaume Lancereau
Desinformación en el exterior, aislamiento cognitivo en el interior
Las autoridades rusas mantienen, por tanto, relaciones muy intensas con gran parte de los ciudadanos del planeta, pero en un marco muy particular: el de los contactos unilaterales con el exterior, que adoptan cada vez más la forma exclusiva de campañas de desinformación.
Por el contrario, el Kremlin hace ahora todo lo posible para que los propios ciudadanos rusos evolucionen en un espacio informativo cada vez más aislado del resto del mundo, apoyándose para ello en su Roskomnadzor, o «Servicio Federal de Supervisión de las Comunicaciones, las Tecnologías de la Información y los Medios de Comunicación».
Esta tendencia se ha confirmado recientemente en el ámbito científico. Al igual que a principios de los años veinte y treinta, tras la adopción de la lógica «clase contra clase» en el VI Congreso de la Comintern, los contactos de los científicos rusos con el extranjero tienden a convertirse, en sí mismos, en una fuente de sospecha. 14 El régimen lleva años tratando de controlar las relaciones internacionales de los científicos rusos: ya en 2015, la Universidad Estatal de Moscú (MGU) había instituido un control previo por parte del Servicio Federal de Seguridad (FSB) de las publicaciones con investigadores extranjeros, como consecuencia directa de la ampliación, en mayo de 2015, de la legislación sobre secretos de Estado, en relación con la primera fase de la invasión militar de Ucrania. Durante los últimos diez años, la presencia física y la presión política de agentes uniformados en los laboratorios de investigación no han dejado de aumentar. En proyecto desde 2018 y confirmada en 2021, la lista de «Estados hostiles» incluye ahora a unos 50 países —entre ellos todos los miembros de la OTAN y de la Unión Europea— con los que los ciudadanos rusos tienen prohibido mantener determinadas relaciones comerciales y financieras, pero también científicas.
El último episodio destacado fue la aprobación por la Duma Estatal, el pasado 10 de junio, de una ley que autoriza al gobierno ruso a elaborar una lista de ámbitos científicos en los que la cooperación de los investigadores rusos con sus homólogos internacionales se llevará a cabo bajo el control directo del FSB. Según este texto, las universidades, los institutos de investigación y otras instituciones científicas privadas o públicas deberán comunicar a los servicios de seguridad los «trabajos de investigación previstos» en los que participen ciudadanos u organizaciones extranjeros, incluso si no existen compromisos financieros para las instituciones en Rusia. Todos estos datos deberán centralizarse en el «Sistema gubernamental unificado de información para el registro de trabajos de investigación científica, desarrollo experimental y tecnología para uso civil» (EGISU NIOKTR), desde donde los agentes del FSB podrán evaluar y validar o prohibir los contactos científicos internacionales previstos, en función de las posibles amenazas para la seguridad nacional.
Si bien los intercambios científicos solo afectan a una pequeña parte de la población rusa, no ocurre lo mismo con los principales medios de comunicación que permiten a las personas residentes en Rusia acceder a la información producida fuera del país e intercambiarla con sus familiares o contactos en el extranjero. Sin embargo, en las últimas semanas se han producido numerosos cortes en las aplicaciones de mensajería.
De acuerdo con un anuncio de Roskomnadzor el pasado 13 de agosto, las autoridades rusas han bloqueado completamente las llamadas desde Rusia a través de WhatsApp, propiedad de Meta, cuyas actividades han sido calificadas de «extremistas» y, por lo tanto, prohibidas en Rusia. Se han observado problemas similares en Telegram, la principal herramienta de comunicación en el espacio postsoviético. Según un comunicado del FSB, estos bloqueos tenían como objetivo principal impedir la actividad de los servicios secretos ucranianos, acusados de utilizar WhatsApp y Telegram para implicar a ciudadanos rusos en acciones de sabotaje y atentados terroristas. 15
Pero el objetivo real de las autoridades rusas es sobre todo obligar a los usuarios a utilizar la aplicación MAX, creada en 2025 por la empresa VK, propiedad de Vladimir Kirienko, hijo del tecnócrata del Kremlin Serguei Kirienko. Dado que MAX no está encriptada, es de temer que los servicios de seguridad la utilicen para vigilar a la población a gran escala. Basta con abrir cualquier página de internet para darse cuenta del peligro que supone este uso, pero en el futuro podría ser obligatorio para acceder a determinados servicios públicos electrónicos, verificar la identidad digital y realizar ciertos pagos. El gobierno ha anunciado incluso que MAX y la tienda de aplicaciones RuStore vendrán preinstaladas por defecto en todos los dispositivos vendidos en Rusia. Las escuelas de algunas regiones, entre ellas Tartaristán, deberían inaugurar, con carácter experimental, la transferencia de todos los chats escolares a la aplicación MAX. 16 En general, la población ve con muy malos ojos estas restricciones al uso de las aplicaciones de comunicación, pero la protesta de una veintena de personas reunidas en Novosibirsk por la sección local del Partido Comunista el 19 de agosto tiene pocas posibilidades de presionar al gobierno. 17
El pasado 13 de agosto, las autoridades rusas bloquearon por completo las llamadas desde Rusia a través de WhatsApp, propiedad de Meta, cuyas actividades han sido calificadas de «extremistas» y, por lo tanto, prohibidas en Rusia.
Guillaume Lancereau
Paralelamente, las autoridades llevan muchos años tratando de competir con YouTube y eliminarlo, que sigue siendo la principal plataforma de intercambio y consumo de contenidos de video en Rusia, con un número de visitantes mensuales rusos estimado en 96 millones en el segundo semestre de 2024.
Algunos reportajes y campañas informativas de la oposición rusa, entre ellos las investigaciones de Navalni, han circulado exclusivamente en esta plataforma, acumulando decenas de millones de visitas.
Ante esta popularidad inquebrantable, las autoridades rusas han optado por dos vías: por un lado, ralentizar deliberadamente el funcionamiento de YouTube hasta hacer la plataforma inutilizable; por otro, una política de sustitución mediante proyectos competidores. Aquí volvemos a encontrar a la empresa VK, con su servicio de streaming VK Video, que aún lucha por imponerse frente a YouTube, pero que cuenta con la capacidad técnica y financiera, así como con los recursos políticos, para librar una larga batalla y conquistar proporciones más importantes del mercado ruso. 18 Rusia aún no ha llegado al nivel de cierre de internet de China. No obstante, se observa que ambos países persiguen un objetivo común: el de un «internet soberano». Sus esfuerzos diplomáticos en este sentido condujeron en 2024 a la adopción de la Convención de las Naciones Unidas contra la Ciberdelincuencia, en la que muchos observadores dieron su visto bueno a los regímenes autoritarios deseosos de cerrar aún más, y con toda legalidad, su espacio informativo a cualquier producción procedente de Occidente.
Por el momento, el principal efecto de estas medidas es sobre todo la multiplicación de las VPN, que permiten aislar su conexión del resto del tráfico en internet: medios de comunicación de la oposición como The Insider Russia, Astra y Mediazona ofrecen ahora sus propios servicios de redes privadas virtuales que permiten a los residentes en Rusia acceder a la información bloqueada por el régimen.
El pasado mes de mayo, Vladimir Putin declaró al respecto: «Hay que estrangularlas, lo digo sin ningún reparo». De hecho, una nueva ley firmada el 31 de julio endureció las sanciones por promover servicios de VPN que permiten eludir los bloqueos del Estado ruso, con un sistema gradual de multas que van desde los 500 euros para los particulares hasta los 5.000 euros para las personas morales.
La cruzada represiva rusa
Mientras tanto, Rusia continúa su cruzada represiva, armada con un nuevo arsenal jurídico.
En marzo de 2022, dos leyes federales rusas completaron el Código Penal de la Federación Rusa, precisando los contornos de los delitos de «desprestigio de las fuerzas armadas y su uso» y de «difusión de información falsa» sobre las fuerzas armadas y sus operaciones. Estos delitos se castigan con penas que van, respectivamente, de cinco a quince años de prisión (artículos 280.3 y 207.3).
Por lo tanto, rara vez pasa una semana sin que se anuncie un nuevo juicio dramático. Uno de los últimos ha sido el de Irina Nikolskaya, profesora de historia en Chuvashia, acusada de «desacreditar al ejército». Tras ser multada con 30.000 rublos por sus críticas a los bombardeos de Mariupol, esta profesora nacida en 1961 —en una época, recordaba, en la que las paredes estaban cubiertas de carteles que pedían «paz en el mundo» («miry — mir!»), fue juzgada en agosto de 2025 en Kazán por diversas publicaciones en la red social VKontakte, en las que calificaba de «criminales» las acciones de las autoridades rusas y expresaba su esperanza de que «Rusia, una vez más, supiera encaminarse hacia la luz». 19
Aún no se ha dictado sentencia, pero casos similares ya han valido a los rusos acusados penas de entre dos y siete años de prisión.
El 21 de agosto, otro tribunal juzgaba a Anastasija Gordienko, jubilada de 71 años y residente en un pueblo de la región de Omsk, por publicar en internet estas palabras: «¡No maten, no a la guerra!». Estas cuantas palabras le valieron dos años de prisión con suspensión de la pena. La jubilada siberiana aprovechó la ocasión para declarar ante el tribunal: «Amo a mi país, pero odio a mi gobierno. Todos somos hermanos y hermanas. ¿Por qué hacer la guerra, por qué aniquilar a los demás?». 20
El pasado mes de mayo, Vladimir Putin declaró al respecto: «Hay que estrangularlas, lo digo sin ningún reparo».
Guillaume Lancereau
Estos juicios se inscriben en una larga dinámica de censura sistemática que apunta tanto a las opiniones divergentes como a las desviaciones de la norma de los «valores tradicionales» promovidos activamente por el poder.
Desde 2007, existe en Rusia una «lista federal de materiales extremistas», elaborada por el Ministerio de Justicia ruso. Antes de apresurarse para establecer un paralelo con el Index librorum prohibitorum, hay que señalar que esta lista ha seguido durante mucho tiempo un principio bastante similar al de muchos países europeos: prohibir la incitación al odio, los contenidos pedopornográficos y el negacionismo. Al consultar los 5.466 «contenidos extremistas» prohibidos por la Federación Rusa, encontramos álbumes musicales que promueven la supremacía blanca, defensas del «nacionalsocialismo ruso», textos islamistas sospechosos de apología del terrorismo, llamados a la violencia contra la policía o incluso obras de Oleg Platonov, ultranacionalista y negacionista, con títulos tan evocadores como Judaísmo y masonería. 21
Sin embargo, desde 2022 han aparecido nuevos temas, propios esta vez de la Federación Rusa: ahora figuran en la lista de llamados a la rebelión de Kursk contra Rusia, obras históricas en lengua ucraniana sobre La ocupación rusa y la desocupación de Ucrania o incluso canciones interpretadas por el «Cuerpo de Voluntarios Rusos», una unidad paramilitar de extrema derecha que lucha, del lado de Ucrania, contra el ejército regular de Vladimir Putin.
Por último, Rusia acaba de dar un nuevo paso con la ley federal n.º 281-FZ, aprobada por la Duma el 22 de julio y firmada por Vladimir Putin el 31 de julio. Esta ley ha añadido una nueva dimensión al Index ruso al modificar el Código de Infracciones Administrativas para crear el delito de «búsqueda intencionada» de contenidos «extremistas» en internet.
Esta nueva disposición ha sido objeto de críticas, incluso por parte de los más cercanos al Kremlin, que la han visto como lo que es: un absurdo. Margarita Simonyan, redactora en jefe de Russia Today, llegó a declarar en esta ocasión: «¿Y cómo vamos a investigar ahora las actividades y revelar públicamente a los extremistas del tipo «Fondo de Lucha contra la Corrupción» si ya ni siquiera se nos permite leerlos?».
Someter la literatura
Para dar cuenta de las prácticas de censura y represión del Estado ruso contemporáneo, no basta con enumerar las obras prohibidas por los tribunales o el Roskomnadzor: hay que prestar atención a las inflexiones concretas de esta política, a sus evoluciones y a sus sobresaltos.
Las operaciones policiales que han golpeado al mundo editorial son un ejemplo flagrante. 22
El pasado 14 de mayo, las fuerzas del orden detuvieron en Moscú a once directivos, empleados y antiguos colaboradores del mayor grupo editorial ruso, EKSMO, y en particular de dos editoriales de su propiedad: por un lado, Popcorn Books, editorial especializada en literatura para «jóvenes adultos», con un catálogo de novelas fantásticas o fanfictions que narran la experiencia de la entrada en la edad adulta y la construcción del yo; por otro, Individuum, editorial de figuras políticas como Oleg Navalni, hermano del fallecido Aleksei, buscado por la policía rusa, y el periodista Andrei Zajarov, de BBC News Russia, «agente extranjero», ahora afincado en Londres. Los registros en las propias instalaciones de las editoriales dieron lugar a la incautación de obras. Esta instrucción se dio de conformidad con el artículo 282.2 del Código Penal ruso relativo a las actividades de las «organizaciones extremistas», un delito castigado con penas de hasta 12 años de prisión. Tras estas detenciones, las librerías del país recibieron de EKSMO una lista de 48 obras que debían destruirse, editadas en su mayoría por Popcorn Books, excepto uno de Individuum: la del historiador Rustam Alexander sobre la vida de los homosexuales en la URSS.
El comité de investigación acusa a los sospechosos de «publicar y vender libros que promueven el movimiento LGBT con fines lucrativos». Ya en 2013 se aprobó en Rusia, a escala federal, la primera ley que prohibía la «propaganda» de las «relaciones sexuales no tradicionales». En 2022, una nueva ley prohibió la difusión de cualquier contenido que pudiera «hacer propaganda de las relaciones sexuales no tradicionales, la pedofilia y el cambio de sexo». Por último, el 30 de noviembre de 2023, el Tribunal Supremo de Rusia reconoció como «organización extremista» a un movimiento inexistente, el «movimiento social internacional LGBT». En el caso de mayo de 2025, los investigadores afirmaron que la lectura de algunas obras publicadas por las editoriales en cuestión había «convertido» a jóvenes lectoras y lectores a la causa del «movimiento LGBT».
El argumento citaba diez libros centrados en la identidad, la amistad y las experiencias adolescentes, entre ellos la exitosa novela El verano con el pañuelo de pionero, de Katerina Silvanova y Elena Malisova. Este libro, que narra una historia de amor homosexual entre un adolescente pionero, Jura, y un monitor, Volodija, fue uno de los más vendidos del año 2021. Con más de 250.000 ejemplares impresos, fue el segundo más vendido según la Unión Rusa del Libro a finales de 2022, hasta tal punto que las autoras publicaron inmediatamente una secuela: Lo que calla la golondrina. Estas publicaciones indignaron a las autoridades: el Roskomnadzor exigió que se restringiera su venta, varios diputados presentaron denuncias ante el Ministerio del Interior y exigieron que se multara a las autoras. Desde entonces, las autoras y los antiguos editores de Individuum han sido reconocidos por las autoridades como agentes del extranjero.
Censura a priori y censura retrospectiva
Por lo tanto, la acusación se refiere a la publicación y venta de obras, en particular a menores, después de noviembre de 2023, a sabiendas de que ya estaban sujetas a la ley sobre el extremismo. La lista de libros mencionados en la causa penal muestra que todas estas obras fueron editadas entre 2019 y 2022, es decir, antes de la prohibición del «movimiento LGBT» como «organización extremista». Es probable que los investigadores traten de demostrar que estos libros siguieron distribuyéndose después de la prohibición, lo que confirmaría la tesis de la participación de los editores en una «organización extremista».
En el mundo del libro, la cuestión del «retorno de la censura» se debatió acaloradamente hace un año, con la creación de un consejo de expertos dentro del Sindicato Ruso del Libro, encargado de controlar la conformidad de los libros propuestos para su publicación con la legislación rusa vigente, con el pretexto de ayudar a los editores en su trabajo. En realidad, se trata de reinstaurar un control a priori sobre el mercado literario, a través del dictamen «experto» de representantes del Roskomnadzor, de varias confesiones monoteístas, de la Academia Rusa de Educación y de la Sociedad Rusa de Historia Militar dirigida por Vladimir Medinskij.
Sin embargo, este clima de censura no podría existir si no contara con el apoyo, dentro de este espacio, de un cierto número de leales.
El caso más revelador en este sentido fue la suspensión, el 22 de abril de 2024, de la venta de la novela El legado de Vladimir Sorokin, sin duda el último escritor ruso considerado un «clásico», que reside en Berlín desde que se posicionó en contra de la invasión de Ucrania. Uno de los motivos de la retirada de la obra, en nombre de su supuesta promoción de «valores no tradicionales» (en este caso, la homosexualidad), fue la intensa campaña mediática y política desatada en su contra por la escritora Olga Uskova, que escribió el 21 de abril de 2024 en su canal de Telegram, seguido por 116.000 suscriptores:
«Ahora tenemos en nuestras manos un informe pericial, oficial y completo, sobre el caso Sorokin. Se está estudiando una investigación administrativa, así como una investigación penal independiente. Un amplio grupo está detrás de esta iniciativa. […] El mundo del libro ruso debe ahora tomar una decisión: o está con Moscú o está con Berlín. La situación política exterior se ha deteriorado tanto en los últimos seis meses que ya no hay compromiso posible».
Es la primera vez que un procedimiento penal se dirige directamente contra editores, y las autoridades pretenden hacer de este caso un ejemplo, una advertencia dirigida a todo el mundo del libro, siguiendo una práctica habitual que consiste en dar un golpe fuerte en un punto para aturdir y desarmar al resto de actores de ese espacio, disuadiéndolos de cualquier acción o reacción. La pregunta que se plantea el mundo cultural ruso es clara: ¿quiénes son los siguientes en la lista?
Hace unos meses, se temía que fuera el cine. Se sabe, en particular, que las dos series The Young Pope y The New Pope, que han experimentado un renovado interés con la muerte del papa Francisco, se han presentado al público ruso con 45 minutos menos. En la primera de ellas, se ha eliminado la representación hermafrodita que aparece en el cuadro La mujer barbuda, de José de Ribera (1631). Del mismo modo, en una larga diatriba del «joven papa», interpretado por Jude Law, desde la plaza de San Pedro, todo el pasaje en el que se declara a favor de la fornicación y la anticoncepción, el matrimonio entre homosexuales y sacerdotes, el divorcio y la tolerancia del suicidio, ha sido suprimido de la versión rusa.
Estos temores sobre el futuro del cine en Rusia acaban de confirmarse.
El 31 de julio, Vladimir Putin firmó una ley que prohíbe la difusión de películas que puedan desacreditar «los valores espirituales tradicionales y morales rusos» o promover su desacreditación. Además, esta ley tiene tiene efecto retroactivo: las autorizaciones de difusión en Rusia concedidas por el Ministerio de Cultura podrán ser retiradas de las plataformas de cine en línea en caso de que se identifiquen contenidos que incumplan esta ley. Por último, esta ley obliga a los propietarios de las principales redes sociales a vigilar estos contenidos audiovisuales. 23
La guerra en el frente cultural
Sin embargo, el Estado moderno no puede contentarse con prácticas represivas sin acompañarlas de políticas incentivadoras que favorezcan la adhesión y la lealtad.
La guerra moderna, en particular, produce necesariamente sus propagandistas (y sus adversarios), ya que pretende ser algo más que un mero hecho del príncipe. En un régimen de opinión e ideología, la guerra debe encontrar partidarios en lugar de simples mercenarios y, por lo tanto, debe dotarse de motivos que deben ser explicados, difundidos y justificados. Esa es la tarea que asumen en Rusia una serie de autores de éxito pertenecientes a la «literatura Z». 24
Esta literatura, con acentos militaristas y nacionalistas, ya tiene varios años. En diciembre de 2023, la 25 Feria del Libro de No Ficción organizada en Moscú ya destacó a una serie de autoras y autores por su apoyo explícito a la acción del ejército ruso en Ucrania. Se reservó un lugar destacado a la poeta Anna Revjakina, natural de Donetsk, invitada a participar en tres presentaciones diferentes. La obra de la que se anunciaba como la «musa del Donbas» se presentaba en los siguientes términos: «En los poemas de la poetisa del Donbas, las poblaciones locales actúan como auténticos héroes, sobre los que se sustenta toda la gran civilización rusa, con su compleja historia y sus tradiciones espirituales superiores».
Entre las obras publicadas desde la invasión de Ucrania, no todas tienen pretensiones poéticas tan evidentes.
Si bien todas comparten un nacionalismo exacerbado, varias se distinguen por la violencia de su escritura y sus intenciones, en particular al describir a la población ucraniana con los rasgos más deshumanizantes. Algunas novelas valoran opciones políticas y militares ya superadas, como Coronel Nadie, de Aleksei Sukonkin, una especie de oda al grupo Wagner. En su novela, esta sociedad militar privada habría sido la única institución capaz de salvar la ofensiva rusa de las incoherencias y los errores del Estado, cuyos servicios de inteligencia aseguraban, erróneamente, que los ucranianos iban a recibir al ejército ruso con gritos de alegría y carretadas de flores. En su momento, el difunto Evgenij Progožin elogió la obra, afirmando que, en su opinión, se trataba de una descripción muy fiel de las deficiencias del ejército regular sobre el terreno.
Sin embargo, al leer las contraportadas y los extractos disponibles, no se puede dejar de señalar que la principal característica de estas obras es su trivialidad literaria. En El caldero de Crimea, el autor Nikolai Marčuk describe un mundo en el que toda la comunidad internacional, excepto Corea del Norte, se habría vuelto militarmente contra Rusia, que sin embargo acabaría levantando la cabeza y tomando el Capitolio. La trama gira en torno a una especie de superhéroe ruso que avanza por Crimea, de combate en combate, enfrentándose a ucranianos cada vez más nazis, drogados y perversos. La editorial AST, una de las dos principales empresas del sector en Rusia junto con el grupo EKSMO, presenta la obra en los siguientes términos:
«La llama de la Tercera Guerra Mundial se ha encendido, ardiente y brillante. Occidente, unido, ha golpeado primero, lanzando una devastadora lluvia de bombas y misiles sobre la Federación Rusa. Pero Rusia no se ha dejado abatir. Ha resistido. Hoy ha llegado la hora de la respuesta. Una compañía de voluntarios rusos parte en misión al corazón de las líneas enemigas. Todos saben que es un camino sin retorno. Su misión: desviar la atención del enemigo del lugar donde debe asestarse el golpe fatal. Solo son un centenar frente a un enemigo mil veces más numeroso… ¡Pero su misión se cumplirá! ¡El enemigo será derrotado! ¡La victoria será nuestra!».
Rusia única, pasado único
La política rusa se inscribe, por tanto, en el largo plazo.
Ahora bien, un poder que pretende afianzarse en el tiempo no tiene mejor medio para hacerlo que modelar el sistema escolar a su imagen, al menos a la imagen que tiene de sí mismo o que pretende dar.
Así hay que interpretar el reciente anuncio de la generalización de las «Conversaciones sobre lo esencial» (Razgovory o važnom, literalmente: «conversaciones sobre lo importante»). Este dispositivo, similar a la «educación cívica y moral», propone a los alumnos rusos una serie de actividades que demuestran la importancia de la familia y la amistad, las cualidades morales de la justicia y la honestidad, así como la necesidad del amor a la patria y el respeto por la historia y la cultura de Rusia. Por el momento, este dispositivo se ha implantado en unas pocas regiones rusas y, sobre todo, en los territorios ocupados de Ucrania. A partir del próximo 1 de septiembre, se ampliará a los grados inferiores (de 3 a 7 años) de 22 regiones, entre ellas la de Moscú. De este modo, completará una pedagogía patriótica en pleno auge desde 2022, que ha adoptado, entre otras cosas, la forma de distribución de retratos de Vladimir Putin en las escuelas y recitaciones de poemas en alabanza a la «operación militar especial» por parte de veteranos de Afganistán.
Todas estas medidas tienen un claro alcance ideológico. Por si fuera necesario confirmarlo, el Ministerio de Educación ruso acaba de publicar un decreto en el que anuncia que a partir de 2026 se impartirán clases de «Cultura espiritual y moral de Rusia», que servirán para enseñar a los alumnos la grandeza del «mundo ruso» y de Rusia como «Estado-civilización». 25
Ahora bien, desde el siglo XIX, se admite comúnmente —con razón o sin ella— que los libros de historia escolar son el fermento por excelencia del comportamiento cívico y la moral política de los futuros ciudadanos. De hecho, Vladimir Putin ya se indignaba en 2013 por la existencia de 65 obras diferentes en la lista de libros de texto de historia autorizados en las escuelas. Ante lo que calificaba de florecimiento desordenado, el presidente ruso abogaba por la definición de un «concepto unificado» que subrayara la continuidad entre todas las épocas y todas las generaciones de la historia rusa con el fin de infundir «el respeto por cada una de las páginas de nuestro pasado». Al año siguiente, la Sociedad Histórica Rusa, la Sociedad de Historia Militar y el Instituto de Historia Universal de la Academia de Ciencias de Rusia adoptaron un Estándar histórico y cultural, que definió la nueva línea de enseñanza que se impartiría a los alumnos a partir del año siguiente. 26
Naturalmente, se mantuvieron todas las precauciones lingüísticas habituales. La población rusa conservaba su aversión a todo lo «único»: un manual, un partido, un pensamiento. En 2013, Vladimir Putin se defendía de pretender retomar ese pasado soviético y declaraba: «Esto no significa en absoluto que debamos volver al modo de pensar totalitario. Por un lado, hay un marco general y, por otro, opiniones diferentes: esta, aquella, una tercera…». Así, la iniciativa de Putin de revisar la historia escolar tenía como objetivo proponer un manual «unificado» (edinyj) y no «único» (edinstvennyj), tan unificado como Rusia en el nombre del partido presidencial «Rusia Unida» (Edinaja Rossia), al tiempo que proponía, a largo plazo, un manual tan «único» en cuanto a los hechos como lo es este partido en la Rusia contemporánea.
El primer paso para poner la historia en cintura fue, por tanto, el Estándar Histórico y Cultural promulgado a instancias de Vladimir Putin. Su orientación señalaba desde el principio el giro que se había producido en la enseñanza superior durante los últimos veinte años, cuando el nacionalismo ruso tomó el relevo del patriotismo soviético. El primer objetivo asignado a los profesores era inculcar a los alumnos «un conjunto de valores que fomenten el patriotismo, el sentido cívico y la tolerancia entre las naciones», una idea bastante alejada del internacionalismo o la «amistad entre los pueblos» que se predicaba en la URSS. El punto siguiente lo confirmaba: «el enfoque patriótico adoptado en la exposición de los hechos históricos tiene por objeto cultivar en las generaciones jóvenes un sentimiento de orgullo por su país y por su papel en la historia mundial».
Esta nueva orientación de la enseñanza de la historia contribuyó directamente a preparar las mentes para la agresión de Rusia a Ucrania.
Al menos, eso es lo que se desprende del examen de los libros de texto de historia de la década de 2020, empezando por el dirigido por Vladimir Medinski, miembro entre 2010 y 2012 de la Comisión Presidencial para la Lucha contra la Falsificación de la Historia, ministro de Cultura de 2012 a 2020 y, consejero del presidente de la Federación de Rusia desde 2020. En el momento de la invasión rusa de 2022, Medinski había alcanzado un estatus suficiente para ser nombrado jefe de la delegación rusa que se reunió en la frontera bielorrusa con los representantes de las autoridades ucranianas, antes de dirigir la delegación rusa en las negociaciones de Estambul.
También fue director de uno de los libros de texto más difundidos en los últimos años, desde su publicación en 2021 por la editorial Prosveshchenie. Mientras que las obras de décadas anteriores pasaban por alto la anexión de Crimea a Ucrania bajo Jrushchov, en 1954, el de Medinski se detenía en esta decisión, presentada como uno de los mayores errores del siglo XX. El manual de Medinski no se contentaba con justificar la anexión ilegal de Crimea, llevada a cabo en 2014, por la unión secular de esta región con Rusia y por el carácter arbitrario de su cesión a Ucrania por parte de Jrushchov: completando este argumento histórico con uno político, la obra subrayaba que, con su intervención de 2014, Rusia había preservado Crimea de los «nacionalistas» de Kiev y respetado la voluntad profunda de los habitantes de la región, de conformidad con el derecho de los pueblos a la autodeterminación:
«Batallones de nacionalistas armados se dirigieron entonces hacia Crimea. En este contexto, y con el fin de evitar un baño de sangre, el gobierno ruso se vio obligado a movilizar sus unidades estacionadas en Crimea. Los soldados rusos, junto con voluntarios y la policía local, aseguraron los lugares estratégicos, detuvieron el avance de las unidades militares ucranianas e impidieron la penetración de las hordas de nacionalistas en la península, creando al mismo tiempo las condiciones necesarias para que los habitantes de Crimea pudieran expresar libremente su voluntad sobre el futuro del territorio».
El 27 de enero de 2025, Vladimir Medinski volvió a la carga presentando en Moscú un nuevo manual en tres volúmenes, dedicado esta vez a la Historia militar de Rusia.
En él se incluye, por primera vez, un capítulo de historia reciente sobre la «operación militar especial» que Rusia está llevando a cabo en Ucrania, junto con justificaciones históricas de toda la geoestrategia rusa de las últimas décadas. La obra celebra, en primer lugar, el gran regreso de Rusia a la escena internacional tras el colapso de la URSS y su capacidad para «proclamar firmemente sus intereses nacionales». Este resurgimiento del poder podría haber transcurrido de forma pacífica si las fuerzas coaligadas de Estados Unidos y la OTAN no se hubieran interpuesto en su camino con su injerencia política e ideológica:
«A principios del siglo XXI, el mundo entró en una nueva fase. Convencido de haber ganado la Guerra Fría contra la URSS, Estados Unidos hizo todo lo posible por extender su dominio unilateral por toda la superficie del planeta. […] Bajo el patrocinio de Estados Unidos y la OTAN, ideas abiertamente neonazis comenzaron a extenderse en los Estados bálticos, Ucrania y una serie de antiguas repúblicas soviéticas».
La presentación de los acontecimientos que se han producido desde 2014 es similar a lo anterior y sigue un patrón ya bien conocido: los «nacionalistas» y «nazis» habrían llegado al poder en Ucrania gracias al «golpe de Estado» de 2014, lo que habría supuesto un «peligro mortal» para la población rusoparlante del país. Por lo tanto, Rusia habría intervenido en Crimea y, «sin disparar un solo tiro», habría impedido la organización de una «operación punitiva de las fuerzas armadas ucranianas». Esta intervención habría permitido al mismo tiempo la organización del referéndum de marzo, que habría salvado a los habitantes de un «destino trágico» similar al del Donbás, que sufre la sangrienta represión de los batallones ucranianos Azov y Ajdar. Sin embargo, el párrafo esencial es el siguiente, en el que los autores del manual afirman las intenciones estrictamente humanitarias de Rusia y legitiman su invasión de Ucrania con el único deseo de evitar un nuevo derramamiento de sangre. 27 En definitiva, no se trataría de una voluntad activa por parte de Rusia, sino de una simple operación preventiva ante las masacres que se avecinaban. Rusia solo habría actuado a regañadientes, obligada y forzada, como afirma otro párrafo clave, situado al principio del capítulo «Profesionalismo, resiliencia, valentía», dedicado a la guerra en Ucrania:
«A lo largo de la historia postsoviética, Estados Unidos y la OTAN han ignorado constantemente las legítimas reivindicaciones de Rusia en materia de seguridad. Finalmente, el golpe fascista que organizaron en Kiev con el apoyo de Occidente, la transformación de Ucrania en un puesto avanzado antirruso, así como los asesinatos en masa perpetrados por los nacionalistas ucranianos contra quienes se oponían a la política de las autoridades de Kiev, obligaron a Rusia a iniciar en febrero de 2022 una operación militar especial destinada a proteger el Donbas».
Sin retroceder ante ningún exceso ni hipocresía, los autores del manual llegan a afirmar que sus adversarios, calificados sucesivamente de «nazis» y «fascistas», recurrieron a métodos «terroristas» en su guerra contra Rusia, citando como prueba la destrucción de la presa de Kajovka — recordemos que la información disponible sobre este episodio llevó al Parlamento Europeo a adoptar una resolución en la que declaraba a Rusia culpable de crímenes de guerra. 28
Por último, una parte notable del contenido de este nuevo manual de historia militar es propaganda de guerra de lo más banal, que busca convertir a sus lectores en material humano para las próximas operaciones —«especiales» o no— que Vladimir Putin decida desplegar en todo el mundo. Los redactores ensalzan a una serie de «héroes» y actos de valentía patriótica: incluso se dedica un recuadro de media página al relato de las maniobras realizadas, arriesgando sus vidas, por el teniente jefe Baksikov y el teniente Levakov, miembro de la tripulación del tanque Alëša, a quienes se ve posando junto a Vladimir Putin en una fotografía reproducida en el manual. Sobre todo, las últimas frases de la obra invitan al lector a alistarse en el ejército y a formar parte, a su vez, de la historia secular de valor y gloria del soldado ruso: «Piénsalo. Quizás ese soldado seas tú».
Estamos, por tanto, muy lejos del Estándar Histórico y Cultural de 2014. Si este insistía en el «orgullo» que debía inspirar a los alumnos la contemplación de las «hazañas del pueblo» y los ejemplos de «sacrificio en nombre de la patria», en particular en 1812 y 1941-1945, no dejaba de hacer un llamado a profundizar en esos sentimientos patrióticos mediante el examen de los avances rusos en el ámbito científico y cultural o la formación de una sociedad multicultural y multiconfesional basada en la ayuda mutua, la tolerancia y la coexistencia religiosa.
De estos diversos elementos, en la nueva Historia militar de Rusia solo queda la elevación de las hazañas militares al honor supremo en la sociedad rusa y del espíritu militar a la moral cívica por excelencia.
***
Este conjunto de leyes federales y decisiones del Roskomnadzor, juicios y bloqueos de aplicaciones, iniciativas patrióticas y destrucciones, confirman que el Estado ruso está luchando en todos los frentes contra un enemigo con dos caras: por un lado, el Occidente corrupto y corruptor, al que pretende combatir en territorio ucraniano; por otro, el enemigo interior que puede esconderse en cada ciudadano ruso.
Convencido de estar rodeado de adversarios declarados, disidentes y sospechosos, este mismo Estado reacciona con reflejos y violencia en cuanto constata por parte de cualquier grupo o institución una negativa a la lealtad plena y total a todos los puntos de su política militarista, autoritaria y tradicionalista.
Así lo vio claramente Georgi Urušadze, expresidente del premio literario ruso Bolšaja Kniga y fundador de la editorial Freedom Letters, cuando subrayó que esta política era ante todo la marca de un poder incapaz de existir sin imaginarse y asignarse constantemente un nuevo enemigo:
«Los que están en el poder tienen miedo a los libros y, hasta cierto punto, eso es tranquilizador. Están asustados y quieren hacer desaparecer los libros desatando la represión contra “pecados” retroactivos. […] Pero ningún libro ha cambiado nunca la orientación sexual de nadie. Lo lees, ¿y qué? ¿Cambia el color de tus ojos? ¿El de tu pelo? ¿Tu orientación? Todo eso es un hecho natural, un hecho de nacimiento, y los libros no tienen nada que ver. No obstante, las autoridades necesitan crear constantemente una cierta imagen del enemigo y controlar mediante el miedo a todos aquellos que podrían actuar».
Notas al pie
- Samuel Charap, Khrystyna Holynska, Russia’s War Aims in Ukraine: Objective-Setting and the Kremlin’s Use of Force Abroad, Santa Monica, RAND Corporation, 2024.
- «Пропаганда про протесты в Украине», Свобода, 28 de junio de 2025.
- Dina Smeltz, Lama El Baz, Denis Volkov, «Three in Four Russians Expect Military Victory over Ukraine», nota del Chicago Council on Global Affairs, con el Centre Levada.
- Maria Snegovaya, Putin’s Information Warfare in Ukraine: Soviet origins of Russia’s Hybrid Warfare, Washington, Institute for the Study of War, 2015.
- Зоряна Вареня, «Фейки, пропаганда, манипуляции. Как Россия влияет на польское общественное мнение», Новая Польша, 19 de mayo de 2025.
- Keno Verseck, «Hungary’s Orban blasts Ukraine to bolster domestic support», DW, 11 de mayo de 2025.
- Enlace compartido por un usuario en X.
- David R. Shedd, Ivana Stradner, «The Covert War for American Minds: How Russia, China, and Iran Seek to Spread Disinformation and Chaos in the United States» Foreign Affairs, 29 de octubre de 2024.
- Василий Микрюков, «В основе победы в войне лежит победа в идеологической борьбе», Вестник Академии военных наук, vol. 44, n°3, 2013, pp. 8-10.
- Руслан Пухов, «Миф о “гибридной войне”», Независимое военное обозрение, 29 de mayo de 2015.
- Dmitry Adamsky, «From Moscow with coercion: Russian deterrence theory and strategic culture», Journal of Strategic Studies, vol. 41, n°1-2, 2018, pp. 33-60.
- Сергей Чекинов, Сергей Богданов, «О характере и содержании войны нового поколения», Военная Мысль, n°10, 2013, pp. 13-24.
- Юрий Горбачев, «Кибервойна уже идет», Независимое военное обозрение, 12 de abril de 2013.
- «ФСБ хочет поставить под контроль все контакты ученых с иностранцами», Медуза, 7 de febrero de 2025; «ФСБ начнет контролировать международное сотрудничество в вузах — такой закон приняла Госдума», Мемориал, 28 de julio de 2025.
- « ФСБ: Киев использует Telegram и WhatsApp для вовлечения россиян в диверсии», ТАСС, 23 de agosto de 2025.
- «Татарстан вошел в число “пилотных” регионов по переводу школьных чатов в мессенджер Max», Idel.Реалии, 22 de agosto de 2025.
- «Новосибирские коммунисты провели пикет против блокировки звонков в мессенджерах», Интерфакс, 19 de agosto de 2025.
- Майк Эккель, «“Это угроза для властей”. Россия без YouTube — возможно, но не сейчас», Свобода, 27 de julio de 2025.
- «“Главная ценность человека — это его жизнь”. В Казани судят 64-летнюю учительницу истории — ее обвиняют в повторной “дискредитации” армии», Idel.Реалии, 11 de agosto de 2025.
- «Пенсионерку из Омской области условно осудили по второму уголовному делу о дискредитации армии», ОВД-Инфо, 21 de agosto de 2025.
- Список экстремистских материалов.
- Никита Сологуб, «Утилизация книг, арест издателей. Что известно о деле об “ЛГБТ‑экстремизме” в “Эксмо”», Медиазона, 15 de mayo de 2025.
- Ольга Александрова, «“Чтобы боялись”. Новый российский закон о цензуре в кино», Свобода, 7 de agosto de 2025.
- En el ruso contemporáneo, los nombres que empiezan por «Z-algo» provienen de la letra latina «Z» pintada en los vehículos militares rusos durante el inicio de la invasión de Ucrania. De hecho, encontramos una referencia a ello en el título de una de las obras de este género: la novela bélica La Z blanca en el blindaje delantero, de Mijaíl Mijéev. Esta Z, primera letra de la palabra za («a favor»), se ha convertido en el símbolo del apoyo expresado al ejército y a la guerra en curso, aunque, paradójicamente, su principal característica es revelar la vacuidad del proyecto político ruso. Decir «a favor» sin precisar a favor de qué, dejando que todo el mundo adivine que se trata de «a favor de la victoria» o «a favor de la patria», es, en efecto, la mejor ilustración del carácter tautológico de la retórica propagandística rusa.
- «Школьникам начнут рассказывать про “Русский мир”», Агентство, 23 de agosto de 2025.
- Историко-культурный стандарт, versión de 2013.
- «A principios de 2022, las fuerzas armadas ucranianas y los batallones nacionalistas estaban listos para lanzar una violenta «operación de limpieza» en el Donbas. Al mismo tiempo, la OTAN rechazaba las propuestas de Moscú que pedían garantías mutuas de seguridad. Así pues, las cosas estaban claras: solo era cuestión de días que comenzara una nueva operación punitiva contra el Donbas. Con el fin de evitar la muerte de decenas de miles de civiles y garantizar la protección de la población del Donbas contra el genocidio que preparaban las autoridades de Kiev, el presidente de la Federación de Rusia, V. V. Putin, tomó la decisión de lanzar, el 24 de febrero de 2022, una operación militar especial».
- Submerged: Study of the Destruction of the Kakhovka Dam and Its Impacts on Ecosystems, Agrarians, Other Civilians, and International Justice, rapport de Truth Hounds et du projet Expedite Justice, 6 de junio de 2024.