Nuestra serie Gran Tour continúa. Después de Nikos Aliagas sobre Mesolongi, Françoise Nyssen sobre Arles, Gérard Araud sobre Hidra, Édouard Louis sobre Atenas, Anne-Claire Coudray sobre Río, Edoardo Nesi sobre Forte dei Marmi, Helen Thompson sobre Nápoles, Pierre Assouline sobre Córcega, Denis Crouzet y Élisabeth Crouzet-Pavan sobre Venecia, Carla Sozzani en Milán, Edwy Plenel en Martinica, Mazarine Mitterrand Pingeot en La Charité-sur-Loire, Jean-Pierre Dupuy en California, Hélène Landemore sobre Islandia, Jean-Christophe Rufin en Albania, Bruno Patino sobre Estrasburgo o Fabrice Arfi en Lyon, Gisèle Sapiro en Berlín, pero también un poco a Nueva Delhi, Josep Borrell nos hace descubrir la Patagonia.
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Antes de hablar de la Patagonia, quizás podríamos hablar de su relación con Chile. ¿Cómo caracterizaría esa relación?
Yo siempre he tenido una fijación con Chile que se remonta al golpe de Estado contra Allende —que marcó a mi generación—.
Recuerdo perfectamente ese 11 de septiembre de 1973, cuando vimos cómo Pinochet bombardeaba La Moneda. Allende era un símbolo para el socialismo democrático.
Eso me hizo sentir siempre muy cerca de los chilenos. Cuando los exiliados chilenos llegaron a España, los socialistas españoles empezamos a darles trabajo. Y vino gente muy preparada que huía de la represión.
¿Usted trabajó con algunos chilenos?
En los primeros años, cuando los socialistas llegamos a los gobiernos locales y regionales, yo mismo trabajé con varios economistas chilenos que ya han fallecido.
Después, en la siguiente etapa de aproximación a Chile, empecé a tener amigos chilenos. Fue cuando Ricardo Lagos visitó España. Yo era ministro de Obras Públicas por entonces, a finales de los años noventa, y Ricardo, que había fundado el Partido Democrático —una especie de segunda marca del Partido Socialista—, vino a España como ministro también de Obras Públicas.
España estaba sumida en un proceso masivo de construcción de infraestructuras, en parte gracias a los fondos estructurales europeos. Recuerdo que lo llevé en un vuelo en helicóptero. Sobrevolamos las obras que estábamos haciendo en Madrid, Barcelona y Sevilla. Y me preguntó de dónde sacábamos tanto dinero para construir todo ello.
Yo siempre he tenido una fijación con Chile que se remonta al golpe de Estado contra Allende —que marcó a mi generación—.
Josep Borrell
¿Qué le contestó?
Miré también por la ventana y le dije: «básicamente, es por estar en Europa».
Lagos me respondió que ellos no estaban en Europa y nadie les iba a dar tanto dinero. Dijo que tenía que pensar en un sistema de concesiones —un sistema de peajes, por así decirlo—.
¿Luego le tocó a usted ir a Chile?
Sí, le devolví la visita, visité Chile y creo que tuve un papel importante en la relación entre Ricardo Lagos y los sindicatos mineros.
Entonces fue cuando empecé a ir a las montañas chilenas para ver las grandes minas de los Andes.
Ricardo me invitó a ver la región de los Lagos —en el sur de Chile—.
Todavía no estamos en la Patagonia entonces…
Es la antesala de la Patagonia, con el volcán Villarrica y la ciudad del mismo nombre.
Fuimos en una avioneta destartalada del Ministerio de Obras Públicas de Chile a un campo de tierra en Villarrica.
La última vez que fui, me encontré ya con una ciudad turística gigantesca en las lomas del volcán; pero entonces era un pequeño pueblo con un inmenso volcán.
Había sido fundada por los españoles, pero los indígenas la reconquistaron —y quedó abandonada—.
¿Cuándo fue por primera vez a la Patagonia?
La Patagonia es una región muy extensa. Por un lado, está la Patagonia argentina y por el otro, la chilena —que geográficamente son una sola— pero que quedaron divididas por las fronteras trazadas en tiempos coloniales con escuadra y cartabón: son líneas rectas.
Cuando dejé el Ministerio en el 96, lo primero que hice fue volver a Chile.
Inmediatamente después de una experiencia política…
Sí, entonces fuimos a Chile y Ricardo me llevó a la Patagonia profunda. Eso significa coger un avión y luego de varias horas de vuelo, llegas a Punta Arenas.
En aquella época ni siquiera había carretera para llegar a Punta Arenas; la Carretera Austral no estaba terminada todavía. Desde allí fui a ver lo que quizás es lo más conocido hoy: las Torres del Paine.
Cuando dejé el Ministerio de Obras Públicas en 1996, lo primero que hice fue volver a Chile.
Josep Borrell
Me imagino que ha vuelto desde entonces…
Desde entonces he vuelto tres veces y pienso volver unas cuantas más, si la vida me lo permite.
Es uno de los sitios más hermosos que he visto nunca.
A usted le gusta caminar, ¿nos podría contar cuál es su caminata preferida allá?
El circuito que rodea las Torres del Paine por el Paso de los Perros es absolutamente excepcional.
Dudo que ya fuera capaz de hacerla porque mis rodillas ya no aguantan eso. Pero puedes subir hasta la laguna que está al pie de las torres. Es una subida bonita y factible.
Al hacer el circuito, no pasas por la base de las torres. Simplemente vas siguiendo los ríos y luego subes la gran subida del Paso de los Perros y bajas al otro lado. Hay un par de refugios. Hacerlo lleva varios días. Esa sería mi caminata preferida.
Si pudiera repetir ese circuito, ya me daría por satisfecho.
Ha mencionado efectivamente la doble nacionalidad por así decirlo de la Patagonia. ¿Qué parte le gusta más: la Patagonia chilena o argentina?
He estado más veces del lado chileno. Es el que primero descubrí. Me pareció más salvaje. Para llegar, por ejemplo, a las Torres del Paine tienes muchas horas de carretera desde Punta Arenas. No hay una gran ciudad al pie de las torres.
Justo al otro lado está la versión argentina de las Torres del Paine: el cerro Torres, el cerro Castillo y el famoso Chaltén o Fitz Roy, su nombre inglés. Me contaron que lo bautizaron así por el capitán del HMS Beagle, Robert Fitz Roy —que había navegado en el río Santa Cruz en la primera mitad del siglo XX—. El Fitz Roy también es excepcional.
La parte argentina es quizás la más conocida, con el famoso glaciar Perito Moreno que todo el mundo va a ver. La Patagonia argentina está más desarrollada y urbanizada, pero morfológicamente son idénticas y están muy cerca.
Si estás en el lado argentino, te recomendaría que fueras al otro lado del Perito Moreno, a la estancia Cristina, para ver un ejemplo de cómo los colonos europeos llegaron a esas tierras y construyeron todo con las manos desnudas.
Para llegar a las Torres del Paine tienes muchas horas de carretera desde Punta Arenas. No hay una gran ciudad al pie de las torres.
Josep Borrell
¿Qué se puede ver, por ejemplo?
Estancias donde cultivar, criar ganado, construir barcos, las casas que hicieron ellos mismos, etc. Había allí gente que venía de todos los países europeos, en muchos casos huyendo de la guerra y de las persecuciones.
Y desde Chaltén, puedes llegar hasta el pie del Fitz Roy y del cerro Castillo, que están juntos. Yo sólo llegué hasta el pie —porque para seguir más arriba hay que ser un escalador muy bueno—. Por el camino, si sigues subiendo, llegas a un poblado típico, como debieron ser los primeros poblados europeos que acogían a los escaladores. Es pequeño y sólo tiene alojamientos para escaladores.
Recuerdo que pasamos algunas noches allí con ellos, escuchando historias de escaladas. Nosotros subimos hasta dónde puede llegar alguien que no es un escalador experto, pero aun así ver esas moles de piedra es realmente impresionante.
Ha habido muchas discusiones etimológicas sobre la Patagonia. ¿Qué evoca para usted el término?
Lo que sé es que, durante la expedición de Magallanes, cuando llegaron a esas tierras, salió un indígena que, según ellos, era un ser descomunal, un gigante con unos pies enormes, de ahí que acabara siendo conocido como patagón.
Capturaron a uno de ellos. Lo metieron lleno de hierros en un barco, que se hundió —y el patagón murió ahogado—.
Nunca más volvieron a tener contacto con ellos. Se convirtieron en figuras míticas hasta que la República de Chile rompió la frontera entre españoles e indígenas —son sobre todo tehuelches y mapuches en esa región—.
La frontera la trazó Pedro de Valdivia. Es la República de Chile quien avanza y quien hace una verdadera guerra de exterminio contra los habitantes de la Patagonia en la que se premiaba a quienes les llevaban orejas o cabezas. Fue terrible, porque los patagones sólo eran personas que sobrevivían en un clima inclemente.
Los españoles nunca se instalaron allí —sólo algunos, que murieron de hambre—.
De hecho, es en la Patagonia que se encuentra un lugar llamado Puerto del Hambre…
Esa historia es tremenda.
Cuando pasas por los canales de Magallanes, llegas a un sitio que se llama, efectivamente, Puerto del Hambre. No queda nada de él más que unas cuantas casas y unas placas conmemorativas.
¿Cuál es la historia de ese sitio?
Es una historia larga, casi tan larga como una vida humana.
Parece que se la sabe de memoria.
Una vez descubierto el paso de Magallanes y con la circulación ya en marcha, el rey de España tomó conciencia de la importancia estratégica que tenía la Patagonia —que entonces todavía no se llamaría así—.
Decidió construir un castillo al estilo de Gibraltar para controlar el paso y evitar que fueran los ingleses. Mandó entonces una flota para que construyera un castillo.
La flota estaba al mando de uno de los nobles españoles, Pedro Sarmiento de Gamboa.
De todos los barcos que iban, sólo llega uno —los demás se hunden—.
Construyen una pequeña colonia, un pequeño puerto y una noche el barco que tenían atracado, el único que les quedaba, rompe amarras por la tempestad y se va mar adentro. Entonces, Sarmiento y unos cuantos marinos abordaron el barco con una barca y subieron a bordo.
Pero el viento era tan fuerte que no pudieron volver a puerto y los llevó mar adentro. Entonces, ya que no pudieron volver a puerto, decidieron volver a España.
¿Lo lograron?
Sí, pero por el camino los hicieron prisioneros los piratas, los llevaron a Inglaterra, se escaparon y atravesaron toda la Francia hugonote. Al final, unos cuantos años después, llega Sarmiento de Gamboa a la corte del rey y consigue verle.
¿Cómo lo recibe?
Le cuenta lo que ha pasado. El rey le dice que ya no tiene interés en construir el castillo.
Pero Sarmiento quiere volver para salvar a su gente.
Con su propio dinero, monta una flota y vuelve unos cuantos años después a ese lugar.
Desembarca y los encuentra a todos muertos de hambre. Ante la desesperación por haberles abandonado, se ata a una viga y se ahorca.
Desde entonces, ese puerto se llama Puerto del Hambre.
¡Es una historia muy novelesca!
Fíjate qué historia, nadie ha hecho una ópera, ni una novela, ni un recital.
Cuando llegas allí, te bajas, lo imaginas y piensas: «Dios mío, ¿cómo era la gente de aquella época?».
¿Por qué?
No hay nada.
El viento lo azota todo, es un páramo inhóspito. Ahora cada vez va más gente —y hay que tener cuidado de no romper el ecosistema—. Pero es un territorio infinito.
La Patagonia empieza muy al sur, pero la gente suele llamar Patagonia a todo el territorio desde la isla de Chiloé hasta Punta Arenas o Puerto Natales. Eso no es todavía la Patagonia, pero está lleno de parques naturales, sitios maravillosos, costas, escarpadas, lagos…
Entre Argentina y Chile se encuentran los campos de hielo: el campo de hielo Norte y el campo de hielo Sur, dos inmensas extensiones heladas, permanentemente heladas —inmensas—. Los más atrevidos los cruzan desde Argentina o Chile, o atraviesan los pasos entre ambos países más arriba de la cordillera de los Andes. En este último caso no estamos en la Patagonia, pero es un conjunto natural espectacular que recorrieron y descubrieron los misioneros jesuitas al pasar desde Argentina a Chile.
El viento lo azota todo, es un páramo inhóspito.
Josep Borrell
Como la Cordillera de los Andes que acaba de mencionar, la Patagonia puede estar muy presente en ciertos imaginarios europeos. ¿Cuándo tuvo ganas por primera vez de ir allá? ¿Hubo alguna lectura, por ejemplo, que estimuló ese deseo?
Sí, había leído las cartas que Pedro de Valdivia mandaba al rey. Es increíble pensar que alguien escribía cartas desde allí y que llegaban a Valladolid —y volvían—. Es una cosa inaudita.
Pero realmente quien me habló de la Patagonia fue Ricardo Lagos.
Me dijo que si quería conocer el Chile más desconocido podía elegir entre los desiertos del norte o la Patagonia sureña de las Torres del Paine —donde muy pocos chilenos han estado—.
No hay gran historia allá.
¿En qué sentido?
La historia no se escribió allí; no hubo colonización, sino en todo caso querellas entre Argentina y Chile —pero ya cuando las dos eran repúblicas criollas—. Durante muchos años fueron perfectamente desconocidas.
En cambio, ahora son un punto de atractivo cada vez mayor.
¿Ha cruzado la frontera entre Chile y Argentina por esa región?
Se puede pasar por el Campo de Hielo Sur pero hay que ser un alpinista experto.
Más arriba, a la altura de Puerto Varas, hay pasos en la cordillera para ir a la Villa La Angostura, del lado argentino, o por el lago Todos los Santos, del lado chileno, que pertenece a la cuenca del río Petrohué. Forma parte de la “ruta de los lagos” que une Puerto Montt y Puerto Varas en Chile con San Carlos de Bariloche sobre el Lago Nahuel Huapi en Argentina.
Para llegar, primero vas en carretera y luego en catamarán. Allí ves los grandes volcanes del cerro Tronador y el Puntiagudo…
Lo veo ensimismado…
¡Tengo que volver!
Ha mencionado la gran variedad de paisajes que la Patagonia ofrece. ¿Tiene alguna preferencia entre los bosques, la selva, las montañas, los lagos, el mar?
Los lagos.
Esos lagos verde esmeralda —vistos desde arriba o bordeándolos por la orilla—. Tienen un color que no tienen nuestros lagos. Los nuestros son transparentes o azules, pero ese verde esmeralda es muy intenso.
Y luego está el agua, la presencia permanente del agua, de los barrancos, de los ríos…
Es otra dimensión.
Estamos acostumbrados al Mont Blanc, a las Dolomitas, pero cuando vas allí te parece todo mucho más grande e impresionante. Todo lo que conocías te parece de juguete.
¿Se ha cruzado con algún animal? Están, por ejemplo, los pumas en las Torres del Paine…
No, la verdad es que no he visto ninguno. He oído hablar mucho de los famosos pumas —pero nunca los he visto—.
Lo que sí te sorprende mucho es la pujanza de la naturaleza.
Parece que está pensando en un recuerdo en particular…
Un día, yendo por el Circuito de las Torres —en el que hay varios refugios—, llegamos a una altura en el último tramo, que se llama el Paso de los Perros.
Era pleno verano, pero cuando lo vi desde arriba tuve la sensación de que estaba nevado. Estaba todo blanco. Desde la distancia parecía nieve, pero no lo era.
¿Qué era?
Margaritas.
Había tal profusión de margaritas tupidas que, desde lejos, parecía que estuviera nevado por el manto blanco de las flores.
Se veía todo blanco.
Si tuviera que elegir un solo lugar en la Patagonia, ¿cuál sería?
No conozco toda la Patagonia, pero me quedaría con las Torres del Paine, con el circuito del Calafate y el Chaltén, con los paseos en catamarán por algunos lagos. Es impresionante.
Lo vi más auténtico —aunque ahora no sé cómo será—.
Ya no es la Patagonia pero más arriba hay unos fiordos con parques naturales y saltos de agua que me fascinan. También, siempre más al Norte de la Patagonia, se han abierto unas termas de aguas naturales espectaculares —con saltos de agua— en Puyuhuapi.
Todo lo que conocías te parece de juguete al lado de la Patagonia.
Josep Borrell
¿Hay algo que le guste comer allí en particular?
No soy muy gastrónomo pero se come muy bien y mucha carne en las grandes parrilladas.
La hostelería es de gran calidad.
Y, además, tienen un vino muy bueno.
¿Le gustaría, o hubiera gustado, incluso instalarse allá?
Instalarme no, porque tengo demasiados lazos personales y afectivos en otras partes.
No sé si la vida me dará la oportunidad de volver por allí, pero ojalá. Lo que me encantaría es pasar algún tiempo —sin contar el tiempo—.
Mi deseo sería ir sin tener que volver por nada.
Bueno, todo es proponérselo, ¿no?
Es verdad que hubo un tiempo en que pensábamos comprar lo que llaman un fundo en la Patagonia. Ojalá lo hubiéramos hecho…