¿Cómo negocia Putin? Comprender la doctrina Gromyko
«Exige lo máximo y no te avergüences de exagerar en tus demandas. No escatimes en amenazas y luego propón negociaciones como salida a la situación: siempre habrá gente en Occidente que muerda el anzuelo».
En una semana histórica, la larga historia de la diplomacia soviética puede ayudar a comprender cómo negociar con Putin.
- Autor
- Guillaume Lancereau •
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- © Mikhail Metzel/TASS via ZUMA Press

Este texto, firmado por el escritor y periodista ruso Leonid Mlechin, procede de una biografía dedicada al antiguo ministro de Asuntos Exteriores Evgueni Primakov, sin duda la personalidad más influyente para comprender la geopolítica rusa de la era que va de Yeltsin a Putin. 1
En este extracto, Mlechin analiza la evolución de la diplomacia soviética a través de varias personalidades, desde Trotski hasta Gromyko, haciendo hincapié en los estilos de negociación y las estrategias de cada uno, con ayuda de varias fuentes confidenciales. A través de esta lectura, se comprende que las tácticas de negociación de Putin o Lavrov son el resultado de una visión de la diplomacia diametralmente opuesta a la imagen que se tiene en Europa. Su matriz fue el apodado «martillo» de Stalin: Molotov.
En este texto se encuentra la formulación más completa de la «doctrina Gromyko», consignada por escrito por uno de sus asistentes.
«En primer lugar, exige lo máximo y no te avergüences de exagerar en tus peticiones. Exige incluso lo que nunca te ha pertenecido. En segundo lugar, presenta ultimátums. Amenaza con la guerra, no escatimes en amenazas y luego propón negociaciones como salida a la situación: siempre habrá gente en Occidente que muerda el anzuelo. En tercer lugar, una vez iniciadas las negociaciones, no cedas ni un ápice. Tus interlocutores acabarán ofreciéndote parte de lo que has pedido. Pero incluso entonces, no firmes: presiona para obtener más y aceptarán. Cuando hayas conseguido la mitad o dos tercios de lo que no te pertenecía, podrás considerarte un diplomático».
La actual Alta Representante Kaja Kallas lo recordó hace dos años en la Conferencia de Múnich, estableciendo una continuidad directa entre el método de Gromyko y el de Putin. 2
En la semana del encuentro entre Putin y Trump en Alaska, es esencial releer —y comprender— la influencia de esta doctrina en la forma de negociar de Vladimir Putin.
Trotski, Stalin y el aprendizaje soviético de la diplomacia
Según Trotski, el proletariado mundial no necesitaba diplomacia: los trabajadores se entenderían directamente sin necesidad de intermediarios. León Davidovich detestaba especialmente la diplomacia secreta. Tras él, se instauró la costumbre de concluir discretamente un acuerdo mientras se proclamaba públicamente lo contrario.
Nombrado comisario del pueblo para Asuntos Exteriores, Trotski pretendía desmantelar el orden diplomático y militar del antiguo régimen. Así, publicó en el Pravda varios tratados secretos firmados por la Rusia zarista para denunciar la diplomacia imperialista y provocar un escándalo internacional, apostando por una revolución mundial.
Durante las negociaciones de Brest-Litovsk (entre 1917 y 1918), León Trotski, que encabezaba la delegación soviética, empleó una táctica poco convencional y deliberadamente provocadora: se negó a firmar cualquier tratado y proclamó un estado definido como «ni guerra ni paz», que consideraba susceptible de provocar una revolución en Europa. Esta solución fracasó y la posición de Trotski quedó totalmente derrocada por la práctica del poder estalinista.
Esta reputación se ve atenuada por la historiografía más reciente. El general Max von Hoffmann, jefe del Estado Mayor alemán en el momento de Brest-Litovsk, mostraba en sus memorias que Trotski había demostrado más bien habilidad, imaginación y capacidad de improvisación durante las negociaciones. Este testimonio es confirmado por historiadores como Sydney Bailey, Robert Service o Borislav Chernev.
Stalin admiraba el estilo diplomático británico, pero lo consideraba simplemente como el arte del engaño llevado a su más alto grado de perfección: «Las palabras de un diplomático no deben tener ninguna relación con sus actos; de lo contrario, ¿qué es la diplomacia? Las palabras son una cosa y los hechos son otra… La diplomacia sincera es tan imposible como el agua seca o un bosque de hierro».
Esta cita procede de un artículo firmado por Iosif Vissarionovich Dzhugashvili publicado en el número 30, con fecha del 12 (25) de enero de 1913, del periódico Социал-демократ (Socialdemócrata) y también figura en las obras completas de Stalin. 3
En ella, el tirano rojo ataca la diplomacia burguesa y su doble discurso: «Cuando los diplomáticos burgueses se preparan para la guerra, comienzan a proclamar en voz alta la paz y las relaciones amistosas. Si un ministro de Asuntos Exteriores comienza a crucificarse por una «conferencia de paz», sepan que su gobierno ya ha encargado nuevos acorazados y monoplanos».
El estilo de negociación estalinista imita, por tanto, lo que pretende combatir, ocultando sus intenciones. Para aplicar este método, cuenta con su asesor más experimentado y retorcido: Viatcheslav Molotov (1890-1986), quien inventa lo que será la diplomacia soviética hasta el fin de la URSS.
Mólotov y el nacimiento de la escuela soviética de negociación
El arte de la negociación constituye la cúspide de la diplomacia.
La escuela soviética de negociación fue fundada por Viatcheslav Mólotov. Este último no era un diplomático en el sentido tradicional del término: no buscaba cautivar a sus interlocutores, ni hacer amigos o aliados. Obstinado y meticuloso, llevaba las negociaciones con dureza e inflexibilidad. Decía lo que consideraba necesario y, cuando sus interlocutores lo contradecían, repetía incansablemente lo mismo, como un gramófono, hasta exasperarlos. Demostraba una tenacidad fuera de lo común, dispuesto a mantenerse firme en sus posiciones hasta el agotamiento total.
Solo después de haberlo intentado todo, incluso amenazar con romper las negociaciones, accedía a hacer una concesión. Ganaba por desgaste.
Veterano de la diplomacia soviética, Molotov —«Aunt Molly» (tía Molly), como acabaron llamándolo los diplomáticos británicos— también era conocido como «el martillo» (molotok, en ruso). Sus técnicas de desestabilización consistían, en la mayoría de los casos, en repetir incansablemente las mismas preguntas o en cortar de raíz cualquier discusión, o incluso en posponer constantemente una reunión para hacer ceder a sus interlocutores.
Así lo hizo con Georges Bidault, que intentaba imponer la presencia de Francia en la conferencia de Potsdam. Según relata el secretario de Estado estadounidense John Foster Dulles: «El objetivo de Molotov era empujar a [Bidault] a abandonar la conferencia. Con este fin, Molotov intentó ofender el honor francés con una serie de pequeños comentarios despectivos. A veces también solicitaba un aplazamiento sin informar a Bidault. Este último, que se presentaba puntualmente a la hora prevista, esperaba con creciente impaciencia a que sus colegas se manifestaran, antes de regresar a su hotel. En varias ocasiones estuvo a punto de regresar a París».
En sus Memorias (War or Peace, 1957), el mismo Dulles cuenta cómo el hombre de Stalin logró descifrar la personalidad de Ernest Bevin, el secretario de Estado británico para Asuntos Exteriores. Bevin, escribe Dulles, «era fanfarrón y cordial, colérico pero rápido en arrepentirse. El señor Molotov lo trataba como un matador trata a un toro, lanzándole sucesivas estocadas para provocarlo hasta que explotaba. En un momento dado, Bevin se sintió tan provocado que acabó diciendo que Molotov hablaba como Hitler… Molotov se levantó de un salto y se dirigió hacia la puerta. Bevin, contrito, se apresuró a explicar sus vehementes palabras y, en señal de sinceridad, cedió en el punto litigioso». 4

Esta intransigencia y esta negativa a revisar sus posiciones podían parecer cualidades. Sin embargo, en política, a menudo perjudicaban al país, ya que se topaban con una firmeza igual por parte del adversario. En Washington, Molotov encontró adversarios a la altura de su obstinación.
Molotov asistió a más de dos mil reuniones en el despacho privado del líder soviético entre 1928 y 1953. 5 Aunque destacó en su papel de «número dos» de Stalin —caería en desgracia bajo el mandato de Jruschov y moriría en 1986—, su brutal forma de negociar se puso sobre todo al servicio de un proyecto ideológico que encuentra continuidad hasta Putin o Surkov. En 1946, en su libro Problemas de política exterior, escribió que «a veces es difícil distinguir entre el deseo de seguridad y el deseo de expansión».
Como muestra uno de los historiadores más importantes de la época, Geoffrey Roberts, citando al diplomático británico Sir William Seeds, Molotov —que no hablaba ningún otro idioma que el ruso— era un hombre «para quien la idea misma de negociar —distinta de la mera imposición de la voluntad del líder de su partido— era totalmente ajena». 6
Sin embargo, frente a él, especialmente en las conferencias de Yalta, Washington y Dumbarton Oaks en 1944, sus interlocutores estadounidenses —Cordell Hull y, posteriormente, Edward Stettinius— se mostraron igual de decididos, lo que limitó la eficacia de esta táctica de desgaste.
El estilo de Stalin y Molotov tuvo un profundo impacto en el Ministerio de Asuntos Exteriores y en la red diplomática soviética. Como ha demostrado la historiadora Sabine Dullin, esta estrategia tuvo como consecuencia un empobrecimiento de las competencias: «Ni Stalin ni Molotov tenían intención de dejar un amplio margen de maniobra a sus embajadores y desconfiaban de las posiciones consideradas «oportunistas» de los diplomáticos experimentados del periodo anterior que habían servido durante la guerra y la Gran Alianza». 7 Al final de su vida, Molotov, consciente del bajo nivel general de los diplomáticos soviéticos en el extranjero, lo explicó por su inexperiencia: en realidad, esta era una consecuencia y no una causa de esta política.
El interregno de Chepilov y Vyshinski
Los diplomáticos extranjeros no confiaban en Andréi Vyshinski; sabían que no era posible llegar a ningún acuerdo con él ni alcanzar ningún compromiso. Vyshinski ni siquiera intentaba convencer a sus interlocutores de que aceptaran las propuestas soviéticas: se contentaba con invectivas e insultos.
Estalinista fiel hasta el extremo —es conocido por haber sido fiscal general durante los Grandes Purgos—, Andréi Vyshinski fue ministro de Asuntos Exteriores de la URSS de 1949 a 1953, antes de ser nombrado representante permanente de la Unión Soviética en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Vyshinski estaba acostumbrado a las diatribas contra Estados Unidos, especialmente en la tribuna de la Asamblea General de las entonces jóvenes Naciones Unidas, reunida en París. Inauguró una práctica brutal de invectivas directas en la arena internacional del orden posterior a la Segunda Guerra Mundial. Dirigiéndose directamente a los delegados estadounidenses Eleanor Roosevelt, John Foster Dulles, Warren Austin y George Marshall, Vyshinski acusó, por ejemplo, a Estados Unidos de estar preparando una guerra atómica contra la Unión Soviética.
Con esta práctica de insistencia, de invectivas al límite de la ofensa, encarnó una forma de radicalidad al estilo de Molotov que, sin embargo, acabaría despertando la desconfianza de sus interlocutores.
Dmitri Chepilov, más joven, abierto y nada rígido en sus costumbres, sabía escuchar a su interlocutor y, cuando consideraba que sus argumentos eran razonables, le daba la razón. Los diplomáticos extranjeros, acostumbrados a Molotov y Vyshinski, se sorprendieron al encontrarse con un hombre «normal».
Dmitri Chepilov fue ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética entre 1956 y 1957, cuando Molotov había retomado el cargo durante unos años tras la muerte de Stalin, pero Jrushchov aprovechó la crisis de Suez para destituirlo.
Es conocido sobre todo por ser el autor del «plan Chepilov» en respuesta a la doctrina Eisenhower sobre Medio Oriente. Como sugiere Mlechin, fue sobre todo un ministro de transición, destinado a marcar una ruptura con el método Molotov.
Gromyko, el consolidador de la escuela molotoviana
Gromyko se había formado en la escuela de Molotov. En raros momentos de franqueza, daba consejos a sus jóvenes asistentes.
Uno de ellos, Oleg Alexeievitch Grinevski, los puso por escrito: “En primer lugar, exige lo máximo y no te avergüences de tus peticiones. Exige incluso lo que nunca te ha pertenecido. En segundo lugar, presenta ultimátums. Amenaza con la guerra, no escatimes en amenazas y luego propón negociaciones como salida a la situación: siempre habrá gente en Occidente que muerda el anzuelo. Tercero, una vez iniciadas las negociaciones, no cedas ni un paso. Tus interlocutores acabarán ofreciéndote parte de lo que has pedido. Pero incluso entonces, no firmes: insiste para obtener más y aceptarán. Cuando hayas conseguido la mitad o dos tercios de lo que no te pertenecía, podrás considerarte un diplomático”.
Basada en la amenaza y en la firme creencia de que Occidente siempre acaba cediendo, la táctica de negociación de Gromyko, que refina y teoriza la práctica de Molotov, reside sobre todo en el tercer punto: no ceder nunca en ningún punto.
En cuanto a Ucrania, contrariamente a lo que pueda afirmar la administración estadounidense y a pesar de la apariencia de haber entrado en «negociaciones», la Rusia de Putin nunca ha cambiado de línea: exige la rendición de Ucrania y la decapitación de su poder soberano. Por eso Volodimir Zelenski volvió a declarar el 11 de agosto que consideraba que ninguna concesión podría hacer retroceder a Vladimir Putin.

Estas son las recomendaciones que Gromyko padre le dio a su hijo cuando se marchó a trabajar al extranjero:
“En un colectivo, adopta una actitud igualitaria hacia todos; no te pongas en primer plano, sé modesto. Escucha más de lo que hablas. Lo importante es escuchar a tu interlocutor, no a ti mismo. Si no estás seguro de si debes hablar, mejor calla. Y, sobre todo, no entables amistad con extranjeros: para los políticos y los diplomáticos, es una carga innecesaria”.
Apodado «Señor No», Gromyko encaja en el ideal del diplomático soviético, diametralmente opuesto a las tradiciones europeas —francesas o británicas, por ejemplo—, donde la diplomacia es sinónimo de saber vivir bien, de conocimiento del mundo, de redes…
Como resume Sabine Dullin: «El método de Molotov en la conducción de los asuntos exteriores no requiere tanto como en el período anterior una comprensión del modo de pensar del otro. En efecto, se trata, en la mayoría de los casos, no de entrar en el terreno del adversario, sino de mantenerse firme en las propias posiciones y obligar al adversario a venir hacia uno mismo. En las circunstancias de la posguerra, contar con diplomáticos que conocían poco el mundo exterior, impermeables a sus encantos gracias a una estricta educación política y, por lo tanto, no influenciables, podía resultar una ventaja en la diplomacia de la Guerra Fría». 8
Gromyko superaba a Molotov en habilidad, algo que reconoció un observador tan perspicaz como el exsecretario de Estado estadounidense Henry Kissinger. Según él, Gromyko no creía ni en las inspiraciones repentinas ni en las maniobras hábiles: eso contradecía su prudencia innata. Incansable e imperturbable, solo se enfadaba a propósito. Nunca iniciaba una negociación sin haber estudiado el expediente: entablar una discusión con él sin conocer a fondo los documentos era un suicidio, confesó Kissinger.
Henry Kissinger dedicó un importante discurso con motivo del centenario de Gromyko en 2009 —en el que también lo calificó de «amigo»— en el que elogiaba la inteligencia y la eficacia del diplomático soviético: «Andrei Gromyko daba la imagen de un hombre muy austero, muy profesional, muy correcto, y era cierto. Así era. Pero me gustaría añadir que también era muy inteligente, siempre estaba bien preparado y nunca perdía la calma. Tenía un gran sentido del humor, que no se notaba a primera vista, pero que, una vez que lo conocías, nos ayudaba enormemente en nuestras discusiones».
En el mismo discurso, también reconoce lo mucho que le costaba a Gromyko aplicar a veces un cambio de línea en tal o cual posición que hasta entonces había mantenido inflexiblemente: «Cuando se le ordenaba cambiar de posición, era evidente que se sentía incómodo».
Gromyko concedía gran importancia al trabajo preparatorio: él mismo reunía la documentación necesaria para estar listo en el momento oportuno. No desdeñaba las tareas ingratas, lo que a menudo le permitía dominar a diplomáticos menos preparados. No dejaba lugar a la improvisación, aunque esta formaba parte integrante de la diplomacia, ya que, en plena Guerra Fría, podía ser peligrosa. Podía negociar durante horas sin olvidar nada, recordando casi todo: solo un torrente de cifras técnicas le obligaba a consultar sus notas. Aunque dominaba el inglés, siempre exigía una traducción: mientras el intérprete hablaba, ganaba un tiempo precioso para pensar en su respuesta.
Kissinger también destaca la gran atención que prestaba a los trabajos preparatorios. Varios testimonios de diplomáticos también relatan que Gromyko era dado, durante sus reuniones, a leer largas notas cuidadosamente redactadas y preparadas, recitadas o leídas, sin saltarse ni una coma, sin levantar la vista del papel.
Con una paciencia infinita, Gromyko se esforzaba por agotar a sus interlocutores, negociando cada punto. Contaba con su impaciencia y no cedía en nada hasta que estaban dispuestos a ceder. Sabía intercambiar pequeñas concesiones por contrapartidas importantes y se mostraba tanto más inflexible cuanto más quería parecer menos interesado en llegar a un acuerdo que sus socios estadounidenses.

Como en el póquer, siempre comenzaba por mantener sus posiciones, luego enumeraba las exigencias que Washington consideraba excesivas, antes de elogiar la paciencia y la generosidad de su propio gobierno: una especie de ritual de apertura. Las negociaciones se convertían así en una prueba de resistencia. Al final, podía reformular sutilmente la posición contraria, acercándola a la suya, con el fin de crear un precedente para la siguiente reunión.
A pesar de la continuidad formal y táctica de Molotov a Putin, pasando por Gromyko, el análisis no debe pasar por alto lo que sigue siendo una diferencia fundamental entre el período soviético y la Federación de Rusia bajo el putinismo.
Como señala Mlechin al final de este texto, la inflexibilidad y el cierre que acabaron convirtiéndose en una doctrina de la diplomacia de la URSS podían explicarse en parte por un sistema extremadamente jerárquico, centrado sin duda en la figura del soviet supremo, pero que, tras la muerte de Stalin, también dependía de una lógica administrativa y burocrática con un fuerte efecto inercial.
La diplomacia putiniana, impulsada por Lavrov o Patrushev —que a principios de 2025 profetizó que «Ucrania podría dejar de existir este año»— puede desplegar esta intransigencia con tanta eficacia cuanto que solo tiene un tema y responde a una única voluntad: la de Vladimir Putin de ampliar el territorio de Rusia.
Sin embargo, con el tiempo, esta táctica se volvió en su contra: sus socios extranjeros comprendieron que, si se mantenían firmes, podían empujarlo a hacer concesiones. Temiendo que las negociaciones se prolongaran o se rompieran en el último momento, a veces firmaba demasiado rápido, por miedo a tener que rendir cuentas ante el Politburó por un fracaso.
Nunca tomaba la iniciativa sin instrucciones, e incluso cuando estas preveían la posibilidad de un compromiso, se resistía a utilizarlas. Esta rigidez le hizo perder en ocasiones la oportunidad de cerrar acuerdos en condiciones favorables. También podía encerrarse en promesas poco realistas hechas a Brezhnev, hasta el punto de tener que sacrificar lo esencial para salvar el acuerdo. Como escribe el exembajador Valentin Falin, «acorralado, a menudo por él mismo, no consideraba indigno sacrificar valores fundamentales». Al perseguir ganancias menores, a veces perdía lo esencial.
Notas al pie
- Leonid Mijailovich Mlechin, Евгений Примаков: История одной карьеры (Evgueni Primakov: historia de una carriera), Moscú, Tsentrpoligraf, 2008.
- Ver el video aquí.
- Staline, Œuvres, 1954. T. 2. 1907-1913. p. 273.
- Véase el retrato que le dedicó la revista Timeen su edición del 20 de abril de 1953.
- Na Priyome u Stalina: Tetradi (Zhurnaly) Zapisei Lits, Prinyatykh I. V. Stalinym (1924–1953gg) (Moscow: Novyi Khroniograf, 2008) — citado por Geoffrey Roberts, Molotov: Stalin’s Cold Warrior. Washington, D.C., Potomac Books, 2012, p. 15.
- Ibid., p. 15.
- Sabine Dullin, «Une diplomatie plébéienne ?», Cahiers du monde russe, 44/2-3 | 2003.
- Ibid.