Tradicionalmente, la Iglesia, cuerpo místico (corpus mysticum) de Cristo y «sociedad perfecta» (societas perfecta) que él fundó para la salvación de los hombres, está dividida, según los teólogos, en tres realidades: en la tierra, la Iglesia militante; en el cielo, la Iglesia triunfante; y en el purgatorio, la Iglesia sufriente. El papa solo tiene jurisdicción sobre la Iglesia militante.

  • Es importante subrayar, en contra de toda papolatría, que el verdadero jefe de la Iglesia, según todos los cristianos, es Cristo. El poder del papa, jefe de la Iglesia visible, proviene de una larga sedimentación histórica que tiene sus raíces en la primacía petrina, según la cual Jesús instituyó a Pedro como jefe del colegio de los 12 apóstoles (Mt 16, 18): «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella».
  • Según una tradición que tiene cierta verosimilitud histórica, el apóstol Pedro, tras la muerte de Jesús, fue primero jefe de la comunidad cristiana —y, por tanto, obispo, del griego episkopos, «vigilante» — en Antioquía, en Oriente, antes de desempeñar la misma función en Roma, capital del Imperio romano, donde habría sufrido el martirio bajo el emperador Nerón, entre los años 64 y 67.
  • Todos los obispos de Roma reivindicarían ser sucesores de Pedro y, como tales, gozar de cierta supremacía sobre los demás obispos: ya a finales del siglo I, el obispo Ignacio de Antioquía, un cristiano de segunda generación, escribe que el obispo de Roma «preside en la caridad» y, de hecho, a lo largo de la Antigüedad, se le reconoce una cierta función arbitral.

A partir de los siglos IV y V, el sistema de la Pentarquía ve cómo cinco sedes patriarcales reclaman una forma colectiva de ejercicio de la primacía petrina: Roma, en primer lugar, pero también Constantinopla (nueva capital del Imperio y, según la leyenda, lugar del martirio del apóstol Andrés, hermano mayor de San Pedro), Antioquía, Alejandría (sede del evangelista San Marcos, que según la tradición fue secretario de Pedro) y Jerusalén. En aquella época, todos los obispos importantes se hacían llamar «papas», apelativo que entonces significaba una proximidad familiar y afectuosa con un padre (es el equivalente literal de «papá»).

  • Los obispos de Roma fueron acaparando progresivamente este título para sí mismos (al igual que otras prerrogativas episcopales, como las canonizaciones), sin embargo, no lograron monopolizarlo por completo: aún hoy, el patriarca de Alejandría, jefe de la Iglesia ortodoxa oriental copta (separada de Roma desde 451), también lleva el título de «papa».

A lo largo de los siglos, los poderes reivindicados y a menudo ejercidos por el obispo de Roma en nombre de la primacía petrina fueron aumentando, hasta identificarse con el gobierno de la Iglesia católica en todo el mundo. Una etapa clave en este sentido fue la Reforma gregoriana del siglo XI, durante la cual los papas obtuvieron una verdadera independencia del emperador del Sacro Imperio, invocando el tema de la libertas Ecclesiae, la libertad de la Iglesia, que ya no se confundía con las estructuras sociales.

  • En la Edad Media, los papas invocaron la plenitudo potestatis, o pleno poder; a principios del siglo XIV, la monarquía pontificia de Bonifacio VIII llegó muy lejos en el «absolutismo pontificio», reivindicando el poder de destituir a los reyes (doctrina de las dos espadas) en nombre de la supremacía de lo espiritual sobre lo temporal; la bula papal Unam Sanctam afirma que es absolutamente necesario someterse al pontífice romano para ser salvado. Si bien, posteriormente, el poder de los papas sufrió retrocesos, con el gran cisma de Occidente (1378-1415) y la crisis concomitante del conciliarismo, que reivindicaba la supremacía del concilio ecuménico de obispos sobre el papa, el poder espiritual de este último, radicalmente negado por las Reformas protestantes, fue reafirmado en la época moderna por la Reforma católica, que definió numerosos instrumentos de gobierno de los papas.

El Concilio Vaticano I (1869-1870) elevó al máximo el poder del papa en la constitución dogmática Pastor AEternus, que afirma y define su primacía inmediata de jurisdicción (y, por tanto, su pleno derecho a intervenir en todos los asuntos de las Iglesias locales) y, bajo ciertas condiciones, la garantía de su infalibilidad en la fe por la asistencia del Espíritu Santo, por ejemplo, en la proclamación de nuevos dogmas (como el de la Asunción de la Virgen, por Pío XII, en 1950). Estas proclamaciones solemnes provocaron el cisma de los viejos católicos. Desde el Concilio Vaticano II (1962-1965), la práctica de la monarquía pontificia se ve en cierto modo atenuada por el ejercicio de la colegialidad con los obispos y, desde Francisco, por la sinodalidad, una forma de cogobernanza que asociaría a clérigos y laicos. En la práctica, el papa sigue siendo el soberano absoluto del Estado de la Ciudad del Vaticano, y sus decisiones no son susceptibles de recurso (prima sedes a nemine judicetur).

En resumen, las funciones del papa quedan bien resumidas en la lista de sus títulos oficiales publicada cada año en el Anuario Pontificio. El papa se define como:

  • el obispo de Roma
  • el Sucesor del Príncipe de los Apóstoles [San Pedro]
  • el Sumo Pontífice de la Iglesia universal [título procedente de un sacerdocio mayor de la Roma pagana, recuperado por los emperadores romanos y pasado a los papas en el siglo VII]
  • el Primado de Italia y arzobispo metropolitano de la provincia de Roma
  • el soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano [título reciente, añadido por los acuerdos de Letrán de 1929 que crearon el Vaticano como Estado]
  • el servidor de los servidores de Dios [título que data del papa Gregorio Magno (590-604), recuperado por Pablo VI, y que recuerda la concepción cristiana de la autoridad como servicio]

Recientemente se han suprimido otros dos títulos oficiales del papa: en 2006, el de «patriarca de Occidente», por Benedicto XVI, para significar que la jurisdicción papal no se limita a Occidente; y, de forma más sorprendente —¿quizás por humildad?— desde 2021, el de «vicario de Cristo», que se remontaba al papa Inocencio III (1198-1216).