En un auditorio cercano al aeropuerto de Madrid, un aire de exaltación y triunfo impregna el ambiente. Como guerreros que se congregan antes de la batalla, una docena de líderes de la extrema derecha europea se reunieron el sábado 8 de febrero para forjar su destino en la primera cumbre de Patriotas por Europa. Este estandarte, alzado en el Parlamento Europeo en julio de 2024 bajo la égida de Viktor Orbán y el Agrupamiento Nacional (RN), ha reunido a 86 eurodiputados, erigiéndose como la tercera gran fuerza en Estrasburgo. Con la determinación de quienes buscan reescribir la historia, estos líderes proclamaron su desafío a un orden liberal que hoy pasa por viejo o peor aún, por «establishment», listos para expandir su influencia sobre el continente.
Como un presagio del cambio, el estruendoso regreso de Donald Trump a la Casa Blanca —arquitecto del legendario MAGA, Make America Great Again, e inspiración de la extrema derecha europea— impulsó a los líderes reunidos en Madrid a adoptar con orgullo el mismo grito de batalla. Patriotas por Europa, reafirmó así su ambición de reconquistar el continente y forjar un nuevo destino. Se trata de la revolución del sentido común que ya anticipó Donald Trump en su discurso de investidura, pero en realidad consiste en presentar el odio como libertad: se confiere una apariencia de autenticidad y emergencia moral a posturas que sin embargo buscan restringir la diversidad y el pluralismo. La ofensiva neoreaccionaria pretende reestructurar el debate público, robando palabras al argot progresista, redefiniendo lo que se considera «evidente» y «natural». El objeto es imponer una agenda que, bajo esa apariencia, reivindica la libertad aunque busque limitarla imponiendo una visión única y excluyente. Esta estrategia, impulsada por líderes de la extrema derecha como Santiago Abascal, Marine Le Pen o Viktor Orbán, se alimenta del miedo y del desencanto social, presentándose como una respuesta a la crisis económica, migratoria y cultural.
El eco de lo que parece ser esta revolución en marcha resonó bien fuerte en Madrid. El encuentro se planteó como un claro tributo al legendario «Make America Great Again» de Donald Trump, cuyo retorno triunfal proyectó su sombra sobre la cumbre, como un presagio de esa nueva era. Es verdad que no todos los líderes congregados comparten la misma veneración por el presidente estadounidense y que entre ellos reinan las contradicciones. Por ejemplo, Viktor Orbán arremetió contra la financiación europea destinada a Ucrania, calificándola de un derroche en una guerra condenada al fracaso, un asunto que muchos otros líderes han preferido esquivar con cautela. Pero no dudó en presentarse como un precursor de las políticas del nuevo presidente estadounidense destacando, orgulloso que, en sus 15 años en el poder, había transformado a Hungría en un campo de pruebas para el conservadurismo. Incluso consiguió que durante el mitin, las 2.000 personas presentes se levantaran para ovacionarlo cuando mencionó el respaldo de la dictadura franquista a la revolución húngara de 1956.
Esta estrategia, impulsada por líderes de la extrema derecha como Santiago Abascal, Marine Le Pen o Viktor Orbán, se alimenta del miedo y del desencanto social, presentándose como una respuesta a la crisis económica, migratoria y cultural.
Máriam Martínez-Bascuñán
Entre los seguidores de Trump hay grados de fanático seguidismo. Por ejemplo, está el de Santiago Abascal, líder de Vox, lacayo servil que aclamó al magnate como un «aliado en la batalla por el bien, la verdad y la libertad», o un Matteo Salvini, menos esbirro obediente pero también entusiasta, que proclamó que Trump había demostrado que la rebelión del sentido común es posible.
Más allá de matices y diferencias, la victoria republicana fue recibida como un augurio innegable: los cimientos del viejo orden tiemblan en Europa, y sus falsos patriotas se preparan para tomar la historia en sus manos. La posibilidad de una ampliación internacional de una «aceleración reaccionaria» —denunciada por Emmanuel Macron— se vuelve cada vez más tangible. Es obvio que los ecos del huracán Trump resuenan en este lado del atlántico. Su retorno ha encendido el espíritu de los movimientos autoritarios del Viejo Continente, que ven en su victoria una señal de que es el momento de «la reconquista».
Siguiendo la estela de Trump, esta revolución no solo se opone al progresismo y al liberalismo político, sino que los demoniza, reduciéndolos a caricaturas de «wokeismo represivo» o «fanatismo climático». En este marco, los derechos de las minorías, la lucha contra el cambio climático y la cooperación supranacional son presentados como imposiciones ideológicas de Bruselas, mientras que el blindaje de fronteras, el proteccionismo económico y la exaltación del pasado se erigen como los pilares de un nuevo orden.
El encuentro de Patriotas en Madrid escenificó esta insurgencia, donde el discurso de Abascal y sus aliados no solo reivindicó el trumpismo como modelo, sino que trazó un plan para redibujar la política europea, desplazando los consensos del liberalismo democrático hacia una visión autoritaria del poder. Es, en definitiva, una contrarrevolución que se presenta como la verdadera revolución, una que busca imponer su relato como única verdad y silenciar cualquier otra posibilidad de imaginar el futuro.
En Madrid, Orbán consiguió que durante el mitin, las 2.000 personas presentes se levantaran para ovacionarlo cuando mencionó el respaldo de la dictadura franquista a la revolución húngara de 1956.
Máriam Martínez-Bascuñán
En Madrid, la siniestra convergencia de líderes ultraderechistas, engalanados con la oscura nostalgia del «Make America Great Again» han vuelto a desatar una visión escalofriante: fagocitar un «sentido común» liberal para erigir un régimen autoritario que, como una sombra devoradora, amenaza con aniquilar décadas de conquistas democráticas y progresistas. Los líderes de la extrema derecha europea argumentan que Bruselas ha perdido el rumbo y que ellos representan la recuperación de principios básicos que consideran universales y evidentes. El universalismo se define así en oposición al progresismo y los valores democráticos, su sentido común se impone como identidad nacionalista.
Para Abascal, la revolución ultra no es solo una cuestión de política económica o social, sino que se liga a la identidad nacional y a la soberanía.
La «reconquista» y la defensa de fronteras son ejemplos de cómo esta noción se utiliza para justificar medidas restrictivas en inmigración y reforzar una visión homogénea de Europa. Desde esta perspectiva, las instituciones europeas y los partidos tradicionales han traicionado el sentido común al imponer políticas globalistas y ecologistas que, según ellos, perjudican a la economía y a los ciudadanos. Matteo Salvini, por ejemplo, culpa a la Unión del desempleo en la industria del automóvil, en lugar de atribuirlo a cambios estructurales en el mercado o a decisiones empresariales, y Santiago Abascal alega que «el gran arancel es el Pacto Verde” de la Unión Europea y «los impuestos confiscatorios» de Bruselas.
Hubo tiempo también para que, desde el otro lado del Atlántico, Javier Milei, con su retórica incendiaria, enviara su bendición a los líderes europeos, consolidando un frente unido en la batalla por un nuevo rumbo político. Con un viento favorable soplando desde América, los líderes reunidos de la internacional reaccionaria sienten que es el momento de recuperar el continente. Para muchos, el momento es de reconquista, una empresa para recuperar Europa de las fuerzas que, según ellos, la han debilitado.
Sin embargo, Marine Le Pen prefiere hablar de «renacimiento», una visión arraigada en la historia y el destino de Francia. Ve en el regreso de Trump no solo un cambio político, sino un desafío de poder, una llamada a que Europa recupere su lugar en el mundo que está por nacer y en la historia que se está escribiendo. Por supuesto no se hizo referencia a la voluntad de Donald Trump de gravar con nuevos impuestos las exportaciones europeas, ni a su demanda de que Europa duplique su inversión militar. La cumbre MEGA exhibió la fuerza de sus líderes, pero también dejó al descubierto las contradicciones de su estrategia: al alinearse con Trump, iluminan su propio ascenso, pero también las sombras que proyecta su vinculación con las facciones más radicales del trumpismo.
Madrid no fue solo un encuentro político; fue la proclamación de una lucha por el alma de Europa. Pero ya nos lo decía Paul Auster: «Parecía que el mundo estaba a punto de acabarse pero no se acabó». En Europa la esperanza siempre se ha conjugado con la palabra precipicio. La Unión destaca por su resiliencia; lo vimos con la crisis del euro, la crisis migratoria, el Brexit, la covid y lo de ahora, que se parece mucho a una encrucijada existencial. Las democracias son difíciles de matar, son como juncos, resistentes y flexibles a los vientos de la historia y Europa es siempre resistente al derrumbe. Cuando llegan los tiempos del borde del abismo, surge el viejo adagio de Jean Monnet: Europa se forja en las crisis.
El retorno de Trump ha encendido el espíritu de los movimientos autoritarios europeos, que ven en su victoria una señal de que es el momento de «la reconquista».
Máriam Martínez-Bascuñán
Tampoco hay que engañarse.
Es inevitable sentir un miedo porque lo que sucede rima mucho con los años 30, la ultraderecha está no solo en Estados Unidos, sino en varios gobiernos europeos, y algunos líderes de centroderecha, como Friedrich Merz de la Unión Demócrata Cristiana Alemana —nada menos— exploran un acercamiento controvertido a la extrema derecha.
Pero toca reinventarse y sacar lo mejor. Hasta ahora parece que la Unión ha estado de perfil, pero esta amenaza le obliga a dar un revolcón a un exceso de regulación que ha impedido que haya más innovación, volver a preguntarse por las políticas económicas, invertir en defensa y tecnología y saber que los tratados no están escritos en bronce. En momentos complicados la Unión Europea ha sabido reescribir las reglas. El desafío de la ultraderecha, que se extiende por varios gobiernos europeos y no solo en Europa, pone a prueba los principios fundacionales de la Unión. En un momento en que las divisiones internas parecen más profundas que nunca, la amenaza de estos movimientos populistas podría erosionar los cimientos democráticos sobre los que se construyó.
Sin embargo, Europa ha demostrado en el pasado que sabe reaccionar cuando la historia la empuja al límite. Si bien hoy enfrenta desafíos en seguridad, tecnología y liderazgo global, también tiene la oportunidad de reinventarse, fortalecer su autonomía y recuperar el espíritu de innovación que la ha caracterizado. La mejor idea del último siglo, como la ha catalogado la nobel de literatura Olga Tokarczuk, no está condenada a la inacción, sino llamada a adaptarse y responder con la misma firmeza con la que ha sabido sortear cada tormenta.