El mundo de Maxar
Una empresa marcada más que cualquier otra por el debate mundial de 2022, pero sin que nadie lo sepa. Es ella quien retransmite en realidad la mayoría de las imágenes de la guerra en Ucrania desde el espacio. Las fotografías satelitales que muestran armamento, edificios, personas y cadáveres en los sitios de internet y en los periódicos vienen acompañadas de un nombre: Maxar Technologies.
Maxar es heredera de varias historias de innovación de la segunda mitad del siglo XX. Entre ellas, citemos a Philco –que Ford compró en la década de 1960– y WorldView Imagining Corporation, fundada por Walter S. Scott en 1992 para penetrar en un mercado en pleno crecimiento que nació bajo autorización del gobierno estadounidense a fines de la Guerra Fría: el mercado de los datos de imágenes satelitales. Hoy, Maxar Technologies cotiza en Nueva York, con una capitalización de alrededor de 2.75 mil millones. Tiene importantes contratos tanto gubernamentales como comerciales. Quien lleva a cabo una tarea tan delicada desde el punto de vista político también tiene que estar presente en el mercado y responder a la presión de los inversionistas.
La afluencia de imágenes de Maxar en los medios de comunicación de todo el mundo indica una importante transición en nuestro tiempo, en este interregno que también incluye al espacio. La observación de la Tierra ha sido un elemento crucial de la inteligencia desde el comienzo de la era espacial. Nada es más importante que ver sin ser visto, así como entender lo que se ve para obtener ventaja sobre los adversarios. Y sobre los aliados. Por ello, las grandes potencias espaciales, empezando por Estados Unidos, han desarrollado capacidades específicas, con satélites clasificados y contratos con empresas privadas, como la propia Maxar. Agencias como la National Geospatial-Intelligence Agency y la National Reconnaissance Office proporcionan esos servicios e información. El nivel de confidencialidad necesario para la vigilancia espacial queda patente en la historia de la National Reconnaissance Office, cuya existencia fue desclasificada en 1992: eso significa que antes el gobierno estadounidense no admitía abiertamente su existencia.
Treinta años después, ¿qué vemos? La expansión del uso de los datos espaciales por motivos comerciales, con aplicaciones que afectan nuestra vida cotidiana —como en la agricultura, la logística y las telecomunicaciones—, recientemente ha estado acompañada de la creciente difusión de imágenes militares y de seguridad con diversos fines políticos. La confidencialidad extrema que suele regir los contratos entre las agencias de inteligencia y las empresas privadas con conocimientos específicos se superpone así al uso público generalizado de las imágenes por satélite, cuya precisión y potencia son cada vez más conocidas por el público en general. Treinta años después de que se revelara su existencia, la agencia más secreta de Estados Unidos también decidió contar su historia en un podcast, mientras que Maxar, la empresa que ha recibido unos 300 millones de dólares al año de esa agencia por su programa EnhancedView, muestra sus capacidades en un escenario abierto.
Todo esto sucede durante la crisis más importante de nuestro tiempo, y precisamente en un momento en que el espacio se está convirtiendo en un dominio más disputado, un campo de crecientes oportunidades comerciales.
También cabe señalar que los entornos operativos del espacio y el ciberespacio se están fusionando. En efecto, la relevancia estratégica de la infraestructura espacial se basa en gran medida en la recopilación, el tratamiento y la aplicación de datos, especialmente en los ámbitos de la observación de la Tierra, los sistemas de posicionamiento y las telecomunicaciones. Este fenómeno ya se observó durante la guerra en Ucrania, pues se interrumpió la red Starlink de SpaceX y grupos de hackers se infiltraron en la red KA-SAT de Viasat, en ambos casos para reducir la capacidad de conexión a internet de los usuarios ucranianos.
Esto abre un frente de conflicto en el campo de la ciberseguridad espacial, pues los datos deben ser protegidos. En sentido contrario, pueden llegar a ser militarmente relevantes para interrumpir o captar los datos de los adversarios. Por lo tanto, es importante comprender el espacio de oportunidades y vulnerabilidades que abre la tecnología espacial, que ahora es cada vez más central para las capacidades de inteligencia, de comunicaciones, de mando y de control. En Estados Unidos, la creación de una verdadera fuerza espacial armada e independiente de las fuerzas tradicionales, la American Space Force, marcó una discontinuidad histórica en este sentido, pues llevó a la ampliación de las capacidades de recopilación de información, logística, defensa y proyección de poder en el espacio.
Un interregno espacial, entre la cooperación y la profecía del conflicto
En nuestro libro I Cancelli del cielo, intentamos describir los aspectos políticos y económicos del nuevo enfrentamiento espacial. Además de la epopeya de la conquista del espacio entre la Unión Soviética y Estados Unidos, es importante adentrarse en un pasado más cercano. En los últimos treinta años, el espacio ha funcionado como una oportunidad única para la cooperación internacional y como precursor del conflicto entre Estados Unidos y China, y ha marcado el mundo de la posguerra fría con esta doble identidad.
El símbolo más evidente —observable a simple vista desde la superficie de la Tierra— de esta lógica cooperativa es la Estación Espacial Internacional, fruto de la distensión de la primera carrera espacial entre las superpotencias de la Guerra Fría. La estación, formada por los módulos orbitales ruso, estadounidense, europeo y japonés, marca la capacidad humana de un mundo en paz en el que la colaboración científica va de la mano con un objetivo político para mantener unidas a las superpotencias de la carrera espacial de la Guerra Fría, Japón, Canadá y la Agencia Espacial Europea. Este es el preludio del conflicto en la nueva carrera espacial. La maduración del proyecto de la Estación Espacial Internacional se produce en la era de la inclusión económica global de China, también bajo la presión de Estados Unidos, pero es precisamente en el espacio donde Washington ya identifica a Pekín como adversario.
Esta tensión política está marcada en particular por el Informe Cox, elaborado a raíz de la investigación del Congreso estadounidense a finales de los años 90 sobre la transferencia de tecnología militar a la República Popular China en materia de misiles balísticos intercontinentales y armas de destrucción masiva. En los mismos meses de 1998 en que la Comisión del Congreso trabajaba sobre las actividades irregulares de China, se lanzaron los primeros componentes de la Estación Espacial Internacional. Loral Space and Communications, cuya filial Space Systems/Loral es ahora, en una curiosa ironía del destino, parte de Maxar Technologies, se ve afectada por las sanciones por sus tratos con el gobierno chino que violan los controles de exportación.
La exclusión de China de la Estación Espacial Internacional y la minimización de la cooperación entre Estados Unidos y China en el ámbito espacial son precursores del desacoplamiento tecnológico que empezamos a ver muchos años después en otros sectores. En este caso, ocurrió antes, pues el aparato de defensa y seguridad estadounidense detectó un «peligro» en una zona muy poblada e identificó al adversario a largo plazo.
Si el espacio anticipa el gran conflicto de nuestro tiempo, ¿qué nos pueden deparar los próximos años? En el presente, por supuesto, vemos las repercusiones de la guerra en Ucrania en el espacio, ya que más allá de las imágenes de Maxar y otras empresas, la histórica cooperación científica y tecnológica, especialmente entre Europa y Rusia, se ha visto perturbada en gran medida. Además, el hecho de que el conflicto entre Estados Unidos y China en el espacio se adelante unos 15 años al de otros ámbitos puede indicar algunos de los costos del desacoplamiento. China ha seguido una trayectoria autónoma en el espacio, con su clásica fusión de lo militar y lo civil, llamando especialmente la atención por sus actividades en la Luna, con la serie de sondas, módulos de aterrizaje y rovers del programa Chang’e, así como su nueva estación espacial Tiangong, que ya es operativa con su módulo central y ya recibió a las primeras tripulaciones de astronautas. El gigante asiático también aprovechó que las administraciones de Bush y de Obama hayan infravalorado la competencia espacial para impulsar sus inversiones y adquisiciones globales de empresas prometedoras. Sin embargo, en la actualidad, el frenesí de compra de China está detenido por los controles a la inversión extranjera en muchos países y por la feroz competencia de Estados Unidos.
Economía y política espacial
En la última década, el sector de la nueva economía espacial ha crecido mucho, con un aumento en la integración y el despliegue de infraestructuras espaciales con aplicaciones en la Tierra. Se trata de una tendencia que debería continuar en los próximos años y que contaminará cada vez a más sectores de la economía. En la actualidad, las empresas que operan en sectores tradicionales —como la agricultura, la energía y la infraestructura— invierten e invertirán en el espacio no por moda ni por prestigio, sino para obtener ventajas competitivas.
Este proceso también se concretará en China, con las probables inversiones espaciales de los actuales y futuros gigantes tecnológicos, siempre dentro de las líneas rojas políticas establecidas por el Partido Comunista Chino. Así, la capacidad espacial está y estará condicionada no sólo por la acción de los poderes públicos, sino también por el acceso al capital, a los mercados financieros y al capital de riesgo. Se trata de una importante ventaja competitiva para Estados Unidos y sus «barones del espacio», como demuestra el desafío de Elon Musk y Jeff Bezos, ventaja que ahora están aprovechando cientos de «astroemprendedores» que desarrollan nuevas empresas capaces de transformar el sector. A la inversa, su menor conciencia de la carrera financiera en el espacio hace que los europeos corran el riesgo de rezagarse, pues tendrán que fijarse objetivos más ambiciosos, además de resolver sus divergencias internas. A medida que se intensifique la competencia entre Estados Unidos y China, los propios empresarios espaciales se integrarán en una lógica de capitalismo político. En la identificación y la negociación. Por ejemplo, los efectos de la constelación de satélites «Starlink» de Musk pueden achacarse a Estados Unidos, como ya ocurre. O él u otros empresarios del espacio pueden convertirse en figuras de diálogo o de enlace entre los distintos poderes en momentos de tensión.
La nueva carrera en el espacio entre los Estados Unidos y China, impulsada por las dos fuerzas de la comercialización y la militarización, aunque vayan en direcciones diferentes, corre el riesgo de marginar el deseo de paz por el espacio. Las incitaciones a reducir el nivel de cooperación son cada vez más fuertes, y el proceso de «desglobalización» que se vive en el planeta parece extenderse más allá de la atmósfera. No es sólo un problema político, ya que para resolver muchos retos globales, como el cambio climático, es necesaria la cooperación, así como el uso coordinado de las infraestructuras espaciales. En este caso, las mediciones de la temperatura de los océanos, del estado de la tierra y de la contaminación atmosférica, realizadas con la ayuda de la tecnología satelital, son hoy en día de suma importancia. La fragmentación de los grandes proyectos científicos no contribuirá, desgraciadamente, a resolver los problemas ecológicos y climáticos de nuestro planeta, sino que sólo aumentará las divisiones ya existentes.
La verdad es que no vivimos en un mundo en paz. Y que no es posible separar verdaderamente los aspectos civiles y militares en la competencia tecnológica entre grandes potencias. Sin embargo, hay que mantener el espíritu de cooperación científica y tecnológica para evitar que una vaga militarización del espacio agrave los conflictos de nuestra época.