Hoy está usted indisolublemente asociado a la ciudad de Orán. Pero no siempre ha vivido allí. Nació en 1970 en Mostaganem, y pasó su infancia en un pequeño pueblo del valiato de Mostaganem. ¿Cuál era entonces su imagen del mundo urbano?
Soy un pueblerino. En Argelia hay una línea divisoria muy clara entre la Argelia rural, la Argelia de los pueblos, y la Argelia de las grandes ciudades (Argel, Constantina, Orán, Annaba). Mi relación con esas ciudades escaparate fue inicialmente la de muchos argelinos rurales: de desconfianza, miedo, ansiedad, dolor y a veces rechazo. En cualquier caso, no son relaciones felices. Cuando llegué a Mostaganem para estudiar en el liceo, uno de mis profesores pidió a todos los alumnos que no eran de ahí que levantáramos la mano, y nos relegó a una fila aparte. Su actitud reflejaba el desprecio de las élites urbanas, las llamadas «grandes familias», por las masas rurales. Mi relación con la ciudad es, pues, sinónimo de desconfianza, desorientación y vergüenza. Y no tiene nada de original: mi padre me contó que mi abuelo, de niño, iba descalzo a la ciudad y sólo cuando llegaba a las puertas de la ciudad se ponía los zapatos. A la vuelta, se los quitaba al salir de la ciudad, para no desgastarlos innecesariamente.
¿Cuándo visitó Orán por primera vez? ¿Cuál fue su primera impresión de la ciudad?
Fui a Orán por primera vez cuando tenía 14 años, en el marco de una excursión escolar. Fuimos a visitar el museo de la ciudad. Una imagen se me quedó grabada: los mosaicos romanos con mujeres con el torso desnudo. Después del bachillerato, volví a Orán para estudiar francés en la universidad. Mi primer año en Orán fue doloroso. Tuve que vivir con la sensación de ser un campesino. Me matricularon en el Instituto de Lenguas Extranjeras, donde la mayoría de los estudiantes procedían de la clase media urbana. Las chicas eran guapas, los chicos tenían camisas nuevas todos los días. Durante mucho tiempo, para ir de la estación a la universidad, caminaba la mitad del trayecto antes de tomar el autobús. Siempre me habían dicho que desconfiara de los habitantes de la ciudad, que no les preguntara por la dirección, así que me sentía más seguro caminando. Tardé tres años en tomar un taxi, de nuevo porque la gente del pueblo me había advertido de los conductores que inflan los precios para los de fuera. Puede parecer una caricatura, pero en realidad fue esa dimensión de frustración, desorientación y exclusión la que caracterizó mi relación con Orán. La primera imagen que me viene a la mente cuando descubro Orán es la de un laberinto. El pueblo es una sola calle con calles perpendiculares. La ciudad es otra cosa, mucho más grande y ruidosa. Allí me sentí invisible desde el principio. Un poco como el Minotauro, un poco como Teseo, pero sin un hilo en la mano ni una espada.
Sin embargo, uno se instalaba allí y llegaba a amar profundamente la ciudad.
El carácter terrorífico de la ciudad también me fascinaba y contribuía a su encanto. Porque la ciudad también tenía que ver con las chicas, la sexualidad y la libertad. Al fin y al cabo, esta relación ambivalente entre los habitantes del pueblo y la gran ciudad es un clásico desde Balzac. Comparada con lo que estaba descubriendo, la vida en el pueblo me parecía muy anodina. Desde el principio, fue una llamada a la aventura. El laberinto urbano ofrecía la posibilidad de perderse, pero también de encontrar mil cosas. Mi pasión por Orán se desarrolló con el tiempo. Amueblé ese laberinto con bares, pasiones y amores fracasados. Y luego hubo un trasfondo histórico que enriqueció el laberinto: cuando estás en Orán, entras en contacto con murallas españolas, otomanas y francesas. En el pueblo, no había nada de eso. En el pueblo, la Historia era una abstracción; en Orán, estaba físicamente encarnada, omnipresente.
¿Cómo se manifiesta la larga historia multicultural de Orán, formada por herencias árabes, bereberes, andaluzas, españolas, judías y francesas, cuando muchas de las comunidades que la conformaron han desaparecido en gran medida de la ciudad?
En un país que niega su pasado plural y reduce su historia a la descolonización y al papel del FLN, la historia aún consigue sobrevivir. Orán tiene una larga historia. Hay restos romanos a unos diez kilómetros de la ciudad. Hay vestigios otomanos, españoles, franceses y judíos. Todo se siente y se vive. Los platos y utensilios de cocina tienen nombres españoles. Algunas callejuelas conservan sus nombres judíos. Un cierto arte de vivir, el gusto por la alegría, la risa y la sensualidad han sobrevivido. No es casualidad que Orán, en la cartografía conservadora de Argelia, tenga fama de ser una ciudad salvaje, una Babel del baile y del raï. Un amigo mío me dijo con razón que Argel fue ocupada por los jenízaros turcos y que lo que quedó de ella fue un encierro, mientras que Orán fue ocupada por los españoles, y lo que queda de ella es una alegría de vivir. La forma en que a los oraneses les gusta comer, bailar, nadar, cantar y jugar es única.
La historia de Orán no es todo ligereza y alegría de vivir. En la memoria de los franceses sigue estando asociada a las masacres de pieds-noirs de julio de 1962. ¿Qué lugar ocupan esos acontecimientos en la memoria oranesa?
No se habla de ellos. Orán es una ciudad alegre, demasiado cerca del mar para tener convicciones definitivas o el valor de investigar los asesinatos. Por eso, en la epopeya colonial oficial argelina, ocupa un lugar subordinado. A menudo se dice que todas las regiones argelinas lucharon en la guerra, excepto Orán, que lo hizo a medias. Existe una especie de acusación perpetua, si no de traición, al menos de tibio compromiso revolucionario. Como reacción, muchos veteranos intentan superarse unos a otros en su recuerdo para contrarrestar ese relato. La alegre tradición de Orán se ve así empañada por una forma de culpabilización y de jactancia exagerada sobre el pasado bélico. Por eso los sucesos de julio de 1962 son tan inquietantes. Entrevisté a varios testigos que me explicaron que toda la historia de Orán estaba contenida en esta secuencia tan trágica. Muchos de los que salvaron la vida aquel día lo hicieron porque, como el personaje de Camus en El extranjero, habían ido a la playa. Lo que me contaron los testigos con los que hablé es que esas masacres no fueron el resultado de una orden del FLN, sino de una lógica de «ponerse al día» por parte de los independentistas de última hora. También había una lógica de botín: se mataba a la gente para apoderarse de sus bienes. Es un recuerdo vergonzoso, del que no presumimos y que a menudo negamos.
¿Cuál es la relación de Orán con el Mediterráneo? ¿Es cierto, como lamentaba Camus, que esta ciudad costera «da la espalda al mar»?
Es cierto que Orán da la espalda al mar en el sentido de que el litoral está monopolizado por el puerto mercante. Al día de hoy, hay que salir de Orán para llegar al mar, sobre todo porque al puerto se han adosado cuarteles que bloquean el acceso a la costa con pesados muros rematados con alambre de púas. Pero el mar es omnipresente a pesar de todo, y se siente cuando se está en Orán. Cuando todo la aleja, resurge en canciones raï. El mar es el exilio, la partida, el amor, las mujeres, la desnudez, el vino. La playa es lo que queda de territorio sensual en Argelia. Por eso los islamistas intentan desbaratar ese pequeño borde donde los cuerpos se desnudan.
En cuanto a la visión que Camus tenía de Orán, lo primero que hay que recordar es que él era de Argel. Incluso hoy, cuando la gente de Argel visita Orán, sigue llegando con este tipo de veredicto radical y exótico. Pero sería un error pensar que tiene una visión puramente negativa de Orán. Se trata de un hombre que llegó a Orán joven, enfermo y arruinado. Se enfrentó a la opulencia de los grandes colonos que se habían construido enormes villas, como la «Maison du Colon» que aún se puede ver hoy en día. Lo que Camus vio fue esa fealdad. Pero no era sólo una imagen negativa de la ciudad. La Orán de La peste es pagana, poderosa, griega, religiosa, impulsada por una visión casi mística. Los pasajes dedicados al mar en La Peste son sobrecogedores por su fuerza y su sensualidad.
Usted se dio a conocer en Orán y Argelia como periodista y luego como redactor en jefe del Quotidien d’Oran. ¿Puede hablarnos de la historia y el papel de ese periódico?
Empecé a hacer periodismo en 1992, en plena guerra civil, por razones alimentarias. Empecé en un periódico llamado Détective, especializado en reportajes policíacos. Durante tres años trabajé en comisarías y juzgados. Fue mi primera escuela de periodismo, y fue estupenda. Le Quotidien d’Oran se creó en 1994, una época de apertura. Por desgracia, en aquella época mataban a muchos periodistas, así que reclutamos a muchos, incluso jóvenes. Me presenté espontáneamente al director, que me dio una oportunidad. El periódico se convirtió en la primer diario argelino en términos de tiraje (200 mil ejemplares), lo que no gustó a los periódicos argelinos, que tendían a mirarse el ombligo, y no veían con buenos ojos la competencia de un periódico de Orán. Fui ascendiendo en la redacción: periodista, reportero, jefe de sección, redactor en jefe adjunto y, por último, redactor en jefe. Por encima de todo, siempre he sido columnista.
Concretamente, ¿cómo era la vida cotidiana de un periodista en Orán durante los años de la guerra civil?
Era una época en la que estallaba la prensa libre en Argelia, pero también una época en la que los periodistas estaban en el punto de mira. Más de cien periodistas fueron asesinados. En las redacciones se discutía si dar las cifras reales de las masacres y hacer el juego a la propaganda islamista, o callarlas y renunciar así a ser periodista. También había censura: hacías un reportaje y al día siguiente tenías un cuadrado blanco en su lugar. Orán tenía la particular reputación que he mencionado antes de ser una ciudad tibia. Por eso se decía que estaba menos afectada por la guerra civil, lo que no era cierto. Pero se decía que los terroristas utilizaban Orán como base de retaguardia y que, por tanto, no incrementaban allí sus operaciones. Por eso era también una ciudad de refugio para la élite argelina que huía de los atentados.
Fue un periodo complejo para mí. Una guerra, cuando se ve desde fuera, está dominada por las atrocidades y la muerte. Cuando se vive desde dentro, por el contrario, hay largos momentos de silencio. Es una sensación extraña que experimentan muchos reporteros de guerra: la guerra es esquiva, está ahí pero no está. Es tanto menos visible cuando se está dentro. Hubo atentados, tomas de rehenes, desapariciones, y de vez en cuando encontrabas un cadáver en la calle, como el del gran dramaturgo Abdelkader Alloula.
Un día, cuando estaba en la redacción, oí disparos en la calle. Bajé las escaleras y descubrí que habían atacado a un productor de raï. Ya habían retirado el cadáver, pero vi el reguero de sangre en la acera. Me han criticado mucho por decir esto, pero la verdad es que junto a esa guerra intensa, también había una vida intensa: bares, raï, alcohol, sexo, la ingenuidad de la juventud, la sensación de urgencia por vivir. Fueron mis años más intensos, y quizá los más felices: en medio de la desgracia, vivíamos cada día como si fuera el último. Nada tenía un mañana y todo tenía la intensidad del propio día.
¿Cómo hizo la transición del periodismo a la literatura? ¿Cómo consiguió que lo leyeran y publicaran en Orán en aquellos años?
Siempre quise ser escritor. Llegué a Orán como un personaje balzaciano deseoso de aprender y de publicar. El problema era que escribir libros no me llenaba el plato. Así que tuve que volverme periodista. Ejercí el periodismo como un trabajo temporal, hasta que tuve un techo y una cama que me permitieron escribir libros. Los años de vacas flacas fueron muy duros, muy orwellianos. Dormía en las redacciones. El periodismo no sólo me dio de qué vivir, también me dio fama. Poco a poco pasé a formar parte del pequeño grupo de columnistas estrella de Argelia, lo que me dio acceso a los editores porque ya no era un desconocido.
Orán tiene un vínculo especial con la literatura. Cervantes pasó por allí y escribió sobre la ciudad. Muchos otros escritores siguieron sus pasos.
El pasado literario de Orán no es institucional como el de Argel, que cuenta con sus propias editoriales y escritores consagrados. Orán es más salvaje. Es un poco como la tierra de Tennessee Williams, de esos escritores rurales estadounidenses como Steinbeck o Faulkner. Es una ciudad más lírica que Argel. Se nota en sus canciones, pero también en los escritores que han vivido allí o a los que ha inspirado. Orán es una ciudad que ofrece vida y escritura, mientras que en Argel, la capital, sólo se puede escribir. A Orán se va a vivir y, de paso, a escribir.
¿Puede hablarnos de los vínculos entre Orán y la música, en particular el raï?
Orán es la capital del raï. El raï nació en el Orán rural (Orania): Mostaganem, Mascara, Sidi Bel Abbès. Es una región vinícola, y el vínculo dionisíaco entre vino, fiesta y música es evidente. Orán, ciudad portuaria, ha visto converger cantantes hombres y mujeres en sus cabarets. Sobre todo las cantantes: el raï nació femenino y se ha perpetuado como tal. Mientras Argel sigue siendo una ciudad conservadora, el raï se ha refugiado en Orán, ciudad de reputación alegre y jovial. En Orán se podían cantar cosas que no se podían cantar en Argel. Que una cantante evocara la pérdida de su virginidad, la forma en que se esconde con su amante en un maquis, era impensable en Argel, el lugar de la autoridad moral y política, pero era posible en Orán. Tiene que ver con la herencia española de la ciudad, que no tiene la misma historia que Argel o Annaba.
También se dice que una de las grandes «especialidades» de Orán es el humor.
Esto es a la vez cierto y estigmatizante. En todos los países existe ese tipo de ciudad que se asocia con el humor, el libertinaje y la indulgencia, como una especie de vicio y virtud al mismo tiempo. En parte es cierto, porque en Orán no tenemos una autoridad política monumental, soberana y rígida. Es cierto que los oraneses tienen sentido del humor, pero también un acento cadencioso muy popular en el resto del país: no es raro que los argelinos que conocen a un oranés le pidan la palabra simplemente por el placer de escucharlo. Los oraneses tienen facilidad para el chiste, la réplica y la seducción. Cuando era joven, me sorprendió al ir a Argel que fuera imposible bromear con una camarera. En Orán, era natural bromear con una camarera, intercambiar algunas palabras, reírse con ella. En Argel no se podía. Tenemos una relación particular con la alegría, ligada a la historia y quizá también a la geografía: es una ciudad cruce de caminos y, en esto discrepo con Camus, es una ciudad demasiado cerca del mar.
¿Cómo ha cambiado Orán desde que la descubrió en los años ochenta?
Orán tiene un aire napolitano: las fachadas están decrépitas e incluso en ruinas, pero el interior está bien cuidado. Sin embargo, la ciudad ha sufrido una falta de cuidado y mantenimiento de su patrimonio arquitectónico, que no se exhibe. Ha estado gobernada por prefectos sin cultura estética. La afluencia de habitantes del campo ha dado lugar a la construcción de enormes suburbios llenos de edificios sin encanto. Esto desequilibró la estética de la ciudad. Ahora estamos intentando poner las cosas en su sitio, pero es difícil. Y luego está el raï, que fue perseguido y masacrado por los islamistas. Tuvimos el Festival del raï en Orán, que duró décadas. Los islamistas nos presionaron para rebautizarlo como Festival de la Canción Oranesa. Al final, el festival se exilió a Oujda y las chicas del raï se fueron a Francia. También cerraron muchos bares. Bajo la presión islamista, la vida nocturna ha retrocedido considerablemente, y ya no es el corazón palpitante de la ciudad. En las últimas semanas, la novelista Inaâm Bayoud ha sido objeto de violentos ataques por su novela Houaria, que narra la vida de una mujer en el Orán de los años noventa. Me duele porque he pasado por lo mismo: ataques políticos, amenazas, libreros que tiran tus libros a la basura. Houaria es el nombre de pila más común entre las mujeres de Orán, y habla de la vida nocturna, la prostitución y del Orán del que los conservadores no quieren oír hablar. Si pudieran borrar Orán, lo harían.
Además de la novela de Inaâm Bayoud, ¿qué libros recomendaría para impregnarse de la atmósfera de Orán?
Muchos de los libros que me vienen a la mente no han sido traducidos o son de difícil acceso fuera de Argelia. Es el caso, por ejemplo, de la trilogía Izuran, que significa «raíz» en amazig, de Fatéma Bakhaï. Pero para mí, es La Peste de Camus la que mejor habla de Orán y de su sensualidad. En La Peste hay dos cuerpos: un cuerpo en descomposición, el cuerpo humano afectado por la peste, y un cuerpo eterno, perfecto, bello y luminoso, el cuerpo de Orán. Creo que es un error leer este libro y centrarse en la enfermedad, cuando en realidad es un himno y un homenaje a la sensualidad de la ciudad.
¿Podría nombrar algunos lugares de Orán que le sean especialmente queridos?
Para mí, Orán es ante todo un bar, el Titanic. Cuando empecé en el periodismo, sin un céntimo, nos sentábamos cuatro en una mesa y compartíamos una sola cerveza. Me hice amigo del dueño, que era un hombre extraordinario. Orán es también el paseo marítimo, sobre todo al amanecer. Es el lugar de los sin techo, de los noctámbulos que beben y miran al mar. También está el paseo «de Létang», creado por un general francés. También me encanta la Plaza de Armas, con sus dos leones similares a los del Ayuntamiento de París. Me encanta la Orán de los soportales, la Orán antigua. Y luego los pueblecitos de los alrededores. También me encantaban las tiendas de discos, pero ya no quedan. Las tiendas de discos ponían las canciones a todo volumen porque era la única forma que tenían de anunciarse: el raï estaba prohibido en la televisión y los periódicos, así que las dos únicas formas de darse a conocer eran regalar casetes a los taxistas y poner la música a todo volumen desde las tiendas.
¿Cómo ve el futuro de Orán?
Hablar del futuro de Orán es hablar del futuro de Argelia. ¿Quién ganará? ¿Será la alegría de vivir, la despreocupación, la falta de certeza y convicción que hace que la gente se tome todo con humor, incluidas las grandes verdades? ¿O será el lado conservador, hipernacionalista, paranoico, conspiracionista e islamista? La lucha por el poder político se libra en Argel. Pero la lucha por el sentido de la argelinidad, la cuestión vital para Argelia, se libra en Orán: si Troya cae, si Orán se convierte en una ciudad saneada, desvitalizada, toda una cultura y un modo de vida habrán desaparecido.