Las elecciones legislativas francesas —a la escala pertinente: en cifras, en perspectiva—. Para seguir todas nuestras publicaciones, suscríbete al Grand Continent
Para comprender los vertiginosos cambios que se están produciendo en la política contemporánea, nunca está de más abandonar el flujo de nuestras pantallas y volver por un momento a los clásicos.
En la dialéctica entre populismo y élites, entre cólera y gobierno, emerge una especie de regularidad. Una historia circular —Polibio la habría llamado una anaciclosis— exhuma de forma extrañamente eficaz las teorías de los historiadores y filósofos de la Antigüedad, desde Platón en adelante. Comienza con la protesta furiosa, una carga política que alimenta el populismo, la antipolítica —y termina con el gobierno de las estructuras—. Este es el secreto de «la romanización de los bárbaros», como escribió Giovanni Orsina en el volumen en papel del Grand Continent.
En Italia, una figura encarnó este proceso y definió una temporada política. De la revuelta contra el gobierno técnico de Monti al apoyo de los Chalecos Amarillos, pasando por la experiencia de gobernar con el tecnócrata más escuchado de Europa, la trayectoria de Luigi Di Maio es un paradigma de nuestra era tecnopopulista.
No es inútil tener presente esta historia a la hora de considerar el actual escenario político tras las elecciones europeas, donde en Italia asistimos a una completa institucionalización del populismo y el nacionalismo siguiendo las líneas rojas de un tecnosoberanismo inscrito en el orden euroatlántico, mientras que la crisis de legitimidad de las antiguas élites políticas moderadas parece afectar profundamente a Francia y Alemania —años después de Italia—.
Las claves de un mundo roto.
Desde el centro del globo hasta sus fronteras más lejanas, la guerra está aquí. La invasión de Ucrania por la Rusia de Putin nos ha golpeado duramente, pero no basta con comprender este enfrentamiento crucial.
Nuestra época está atravesada por un fenómeno oculto y estructurante que proponemos denominar: guerra ampliada.
Con la aparición de la figura de Jordan Bardella, el caso francés presenta muchos rasgos que los politólogos italianos ya han tenido ocasión de examinar.
Al igual que Di Maio, Bardella es la cara presentable de su movimiento, su hábil comunicador: un proxy que rompe con la tradición extremista de los Le Pen, que habla en embajadas y universidades, toma café en los silenciosos salones de las finanzas y almuerza con los directores generales del CAC 40. Sabe mostrarse dócil, maleable y abierto a las exigencias de las clases dirigentes, a las que tranquiliza demostrando a la vez novedad y continuidad con el pasado. Pero al mismo tiempo —y porque procede del mismo entorno político y cultural— Bardella también muestra rasgos de «melonismo». Si en los mítines se muestra insolente, populista, nacionalista y se presenta como una nueva criatura de RN, cuando habla ante los medios de comunicación internacionales tiende a querer tranquilizar a sus interlocutores más cualificados: nada de Frexit, una política económica razonable, nada de caza de brujas contra banqueros, grandes industriales y altos funcionarios. Según este esquema —del que Meloni y Di Maio fueron, por diferentes razones, los precursores— Bardella puede demostrar a la vez que es un vacío que hay que llenar —incluso por aquellos que aparentemente se presentan como sus adversarios— y que puede iniciar una fase de institucionalización de la derecha, es decir, aceptar esencialmente limitaciones externas como las normas constitutivas de la Unión y la línea política de la OTAN, para evitar que cunda el pánico entre las élites francesas e internacionales.
Sin embargo, a diferencia de Di Maio y Meloni, tiene que hacer frente a tres factores que ellos no tuvieron que tener en cuenta de la misma manera. El primero es la pesada herencia de Le Pen: la radiactividad dentro del electorado moderado —incluido el de la derecha— que representa este apellido y que dificulta acelerar el proceso de reorientación de la derecha como ocurrió en Italia. Por otro lado, un sistema electoral e institucional que complica el acceso al poder entre el contrapeso del Presidente de la República y un sistema electoral a dos vueltas que favorece las coagulaciones electorales de quienes se alían para impedir que gane el adversario más formidable. ¿Será capaz Bardella de romper estas barreras y hacer añicos el frente republicano? Sin duda tiene más posibilidades que Marine Le Pen, pero será una tarea difícil a corto plazo. Por último, hay otra diferencia importante. Mientras que la inercia de las instituciones políticas italianas puede haber actuado como fuerza canalizadora para la anaciclosis, en Francia la situación parece más frágil. Parece difícil analizar la secuencia abierta por la disolución del 9 de junio como parte de un proceso, y no es imposible que anuncie una transformación histórica de la República Francesa si RN llega al poder.
Lo cierto es que parece que asistimos a la emergencia de una generación de políticos que no tiene nada en común con la anterior: se ha criado en la era del tecnopopulismo y ha aprendido con sagacidad a equilibrar la propaganda, el vínculo con la realidad y el arraigo; a navegar —buscando el apoyo de la tecnocracia y sus diversos matices funcionales e ideológicos— en el complicado mundo de las altas esferas del poder político, económico y administrativo. Esta emergencia es el signo de una nueva fase —una nueva cara del poder—. El motor del movimiento de las élites se ha puesto de nuevo en marcha en el centro de Europa. La reorganización institucional que resultará de esta propulsión, en términos de poder concreto y no sólo formal, será una de las cuestiones cruciales a seguir en los próximos años.
Para empezar a entender cómo funcionará, tenemos que adentrarnos en el laboratorio italiano.
Política para aficionados: en los orígenes estaba Beppe Grillo
Un atardecer de verano. El sol se pone tarde sobre las colinas florentinas. Las piedras del anfiteatro romano de Fiesole aún están calientes. Desde el escenario, una de las figuras más enigmáticas de la historia política italiana reflexiona abiertamente: «Puede que el Movimiento que creamos ya no exista: dicen que nos hemos evaporado. Probablemente esa sea la palabra correcta».
El orador se llama Beppe Grillo. Estamos en su último espectáculo. La creación que se le ha escapado es el Movimiento 5 Estrellas.
¿Qué intenta decir?
Si observamos la trayectoria del Movimiento 5 Estrellas (Movimento 5 Stelle en italiano, o M5S), desde su sedimentación institucional hasta su pulverización, encontramos muchas pistas de un proceso de transformación política e institucional que ha marcado la historia de la política italiana y que, si intentamos ponerlo en perspectiva, podría afectar a la política europea.
Grillo había fundado un movimiento antipolítico, inspirado en el qualunquismo, «ni de derechas ni de izquierdas», cuya principal tarea era sustituir a las desgastadas élites políticas de la era Berlusconi. Es el partido de los anticasta, los Vaffa Days, que ataca ferozmente a Berlusconi pero también a la izquierda tradicional y moderada —y a la que Grillo llama la «izquierda frufrú»—. En las elecciones de febrero de 2013, el Movimiento había desbancado literalmente al Partido Democrático (PD), hasta un mes antes de la votación destinado a la victoria, y este resultado había obligado a la derecha de Berlusconi a aliarse con los opositores de izquierda para crear un Gobierno de compromiso, presidido por Enrico Letta. Se buscó un acuerdo entre el PD y el M5S, pero la intransigencia de Grillo impidió que se concretara, a pesar de los intentos de formalizar una alianza, incluida la persuasión moral del entonces Presidente de la República, Giorgio Napolitano. Comenzaba así una transformación de la política italiana difícil de gestionar por las instituciones.
Por un lado, el Movimiento 5 Estrellas. Por otro, la nueva derecha de Giorgia Meloni y Matteo Salvini. Atenazados, los partidos moderados de izquierda y derecha, que iban a pagar su atrincheramiento con una hemorragia de votos.
El Movimiento, que entonces creía en la democracia directa, los referendos a gran escala y escogía a los candidatos parlamentarios mediante el voto en su plataforma en línea, había introducido en las instituciones a gente completamente nueva, ajena al mundo de la política. Los aficionados tuvieron su momento de gloria. Aunque la mayoría de estos elegidos desaparecieron tras una o dos legislaturas en el cargo, algunos consiguieron engrosar las filas de los políticos profesionales. Entre ellos había un joven napolitano de 26 años. Sin título ni experiencia profesional real, pero con una inclinación natural a llevar corbata con elegancia y encarnar la gravedad institucional. Rápido, intuitivo y dotado para entender las dinámicas políticas, consiguió ser elegido por Grillo y Casaleggio como Vicepresidente de la Cámara de Diputados.
Su nombre, lo han adivinado: Luigi Di Maio.
Contra el PD y con la Lega: el acuerdo de Matterrella y la primera transformación
Di Maio es visto como el interlocutor clave: es una persona de confianza, una de las únicas figuras del Movimiento 5 Estrellas en la legislatura 2013-2018 que puede interactuar con las élites administrativas y económicas. Es a él a quien se invita a las embajadas. Es a él a quien ponen delante de los grupos de presión y los fondos de inversión extranjeros. Por último, es él quien se cree que tiene más posibilidades de convertirse en el líder político del M5S. Mientras tanto, para gestionar a cientos de parlamentarios inexpertos, los fundadores del Movimiento han impuesto un consejo de administración formado por los partidarios más competentes y mediáticos de Beppe Grillo («grillini»). Luigi Di Maio es uno de ellos.
Fue este joven vicepresidente de la Cámara de Diputados quien se convirtió muy rápidamente en el testaferro del M5S durante la campaña electoral de 2018 —la campaña de la promesa de una renta de ciudadanía y la aplastante victoria de las 5 estrellas con más del 32% de los votos—. Ya sabemos lo que pasó después: el ascenso del Movimiento y la Liga en las encuestas allanó el camino para el primer ejecutivo populista en un gran país europeo —el llamado gobierno amarillo-verde— tras el fracaso del segundo intento del jefe del Estado Sergio Mattarella de institucionalizar el Movimiento mediante una alianza con el PD. En aquel momento, fue Luigi Di Maio quien pronunció públicamente el «no» del Movimiento durante las negociaciones: consideraba que un acuerdo programático de gobierno con Salvini —líder de una nueva Lega euroescéptica y nacionalista— sería más fácil y llegaría más fácilmente a la parte de su electorado tentada por la promesa populista de volcar la mesa.
Lo que hemos llamado el gran momento «tecnopopulista» de la política italiana está ahora en proceso de florecer y tomar forma: el gobierno M5S-Lega puede nacer, pero sólo bajo los auspicios y las condiciones de la Presidencia de la República.
En el Palazzo Chigi —sede de la Presidencia del Consejo de Ministros—, un catedrático de Derecho Civil poco conocido por la opinión pública y miembro del Movimiento desde hacía pocos meses encabezaría el gobierno: Giuseppe Conte. Giovanni Tria, técnico, se encargaría de la economía. Durante las negociaciones entre las fuerzas políticas y el presidente Mattarella, Di Maio llegó a amenazar al jefe del Estado con una destitución después de que éste hubiera vetado los nombres propuestos para ser ministros —como el de Paolo Savona para la Economía— por ser demasiado euroescépticos. En este tira y afloja, el propio Di Maio, considerado demasiado joven y poco cualificado para convertirse en Primer Ministro, tuvo que conformarse con un «superministerio» de Trabajo y Desarrollo Económico y el cargo de Viceprimer Ministro. Al frente del Gobierno, Conte parece ser la figura que ofrece más garantías de estabilidad: competente, con un sólido currículum, es católico y está integrado en el establishment romano y vaticano a través de un prestigioso bufete de abogados; también se le percibe como moderado y ajeno a los excesos de la génesis del Movimiento.
En torno a esta figura, los dos partidos nacional-populistas aceptan un pacto institucional y ceden al compromiso de construir un cordón sanitario buscado por la Presidencia de la República. El acuerdo obtenido por Mattarella constituye una garantía esencial. En aquel momento, ni el Movimiento ni la Liga eran lo que son hoy: el primero había predicado la necesidad de un referéndum sobre el euro hasta 2017 y denunciado la austeridad de los autócratas, mientras que la segunda calificaba a Bruselas de «jaula de locos» y sugería, en voz baja, una salida del euro. Desde el punto de vista del establishment institucional, económico y financiero, el Movimiento 5 Estrellas —tras la muerte de su fundador Gianroberto Casaleggio en 2016 y la retirada de Beppe Grillo— era el vientre blando sobre el que operar para evitar volantazos euroescépticos. Por otro lado, parecía difícil saber qué pensaban realmente los líderes del Movimiento. En público, Di Maio declara que quiere abolir la pobreza con una renta de ciudadanía y enviar un fuerte mensaje de protesta a Bruselas. Más allá de eso, su visión sigue siendo vaga y nebulosa.
Von der Leyen, Gentiloni y 2019: la segunda transformación
En resumen, Di Maio es un comunicador eficaz y un táctico hábil, pero sobre todo se presenta como el representante perfecto del populismo post-ideológico —a la vez preparado para el éxito electoral y muy maleable en el gobierno—. Estos elementos aflorarían tras poco más de un año en el gobierno cuando, en el verano de 2019, a pesar de un resultado en las elecciones europeas poco ilusionante para el Movimiento 5 Estrellas y, por el contrario, muy importante para la Lega, Di Maio y Conte deciden en el último momento que su delegación en el Parlamento Europeo vote a favor de Ursula von der Leyen para la presidencia —con votos que, de hecho, resultarían decisivos para su elección—.
A cambio, el gobierno italiano obtendrá el nombramiento de Paolo Gentiloni —ex presidente del Consejo en 2017-2018 con el PD— como comisario de Asuntos Económicos en la nueva Comisión. Se trata de un punto de inflexión en la historia del Movimiento 5 Estrellas: gracias a las elecciones de Conte y Di Maio, se acerca a la Unión al tiempo que se distancia de su base populista.
Pero, por simetría, esta decisión también afectará a la imagen de la Lega, percibida como el verdadero partido euroescéptico de la alianza y vista por el establishment como un factor de desestabilización de la política italiana. La decisión «proeuropea» y oportunista del M5S allanará el camino a la crisis del Gobierno Conte 1, a la exigencia de «plenos poderes» de Salvini y a la jugada de Matteo Renzi de abrir la posibilidad de que un PD gobierne con el Movimiento, ya plenamente institucionalizado tras apoyar a von der Leyen.
En pocos meses, el partido de Grillo y Casaleggio se había convertido en el partido de Conte y Di Maio. Este nuevo vehículo había sido juzgado suficientemente fiable para gobernar con el centro-izquierda y actuar como dique, aunque temporalmente, contra la derecha nacionalista. El Presidente de la República dará los últimos retoques a esta operación de transformación: un acuerdo PD-M5S para una nueva mayoría, y la posibilidad de que Conte siga siendo Presidente del Consejo con otra mayoría.
En el nuevo gobierno, Di Maio es ascendido a ministro de Asuntos Exteriores, un papel reservado normalmente a políticos experimentados considerados de confianza por las clases dirigentes italianas y extranjeras. Pero fue quizás el último episodio de este periodo el que más marcó esta transformación. En plena pandemia y tras obtener una enorme financiación de Bruselas con el Plan de Recuperación, Matteo Renzi provocó la caída del Gobierno Conte 2, abriendo una crisis política que llevaría a Mario Draghi a la presidencia del Consejo. Conte fue derrotado. Pero Di Maio encontró los recursos para sobrevivir a esta nueva convulsión. Dentro del Gobierno Draghi, fue confirmado como Ministro de Asuntos Exteriores —convirtiéndose así en el director de uno de los mayores vuelcos de la historia de la política europea—. El joven populista, antipolítico, euroescéptico y defensor de la democracia directa se encuentra al frente de la Farnesina, el ministerio de Asuntos Exteriores italiano, con el hombre del «whatever it takes», el tecnócrata más poderoso y respetado de Europa.
Este último Di Maio, el hombre que ha completado su transformación, es apreciado por las altas esferas de la burocracia italiana y europea. Los diplomáticos dicen estar encantados de tener un ministro tan atento a las preocupaciones de las estructuras técnicas y tan poco ideológico. Más que una muestra de confianza, quizás sea más bien una admisión de falta de competencia y de capacidad de programación, pero el truco funciona. Da a Di Maio una imagen institucional. A medida que se acercan las elecciones de 2022, el Ministro de Asuntos Exteriores —que entretanto había abandonado el Movimiento 5 Estrellas por desacuerdos con Giuseppe Conte— crea su propia lista. Y se alía con el partido que antes consideraba el parangón del establishment y contra el que arremetía: el PD.
En términos electorales, la parábola de Di Maio se saldó con una desastrosa derrota y la imposibilidad de ser reelegido diputado. Pero las credenciales políticas que se había labrado —con Draghi y los altos funcionarios de la Comisión Europea gracias a su maleabilidad y su capacidad de conversión política— le abrieron la puerta a otro puesto sorprendente, que ahora ocupa: el de Representante Especial de la Unión Europea para el Golfo.