La reciente decisión del Tribunal Constitucional de Karlsruhe, que sumió a Alemania en una grave crisis política y presupuestaria, y su desequilibrada actitud ante el actual conflicto de Gaza ilustran una asombrosa paradoja: aunque sinceramente desea ser el mejor amigo del proyecto europeo, en la práctica Alemania resulta ser a menudo uno de sus peores y más poderosos enemigos.
La paradoja alemana
Desde que comenzó la integración europea, Alemania ha sido sin duda uno de los países de Europa, si no el país de Europa, más comprometido con el proceso, sea cual sea el color político de su gobierno y con el apoyo abrumador de la sociedad alemana. Sin embargo, desde hace varias décadas, es también el país que ha puesto regularmente en grave peligro la integración europea al defender con rigidez posiciones que atentan contra la Unión y su futuro, sea cual sea el color de su gobierno en turno y con el apoyo de la inmensa mayoría de su población.
El 15 de noviembre, el Tribunal de Karlsruhe declaró inconstitucional la reasignación por el gobierno alemán a la lucha contra el cambio climático de 60 mil millones de euros de fondos no utilizados, aparcados en un fondo extrapresupuestario creado para apoyar la economía durante la epidemia de Covid-19. La decisión provocó un terremoto político en Alemania.
Sortear la Schuldenbremse
Desde hace varios años, el gobierno alemán y los Estados federados multiplican este tipo de fondos especiales (hay 29, con un total de 869 mil millones de euros). Se utilizan para eludir las normas presupuestarias muy restrictivas que el país se impuso al incorporar a la Constitución alemana en 2009, en plena crisis financiera, la Schuldenbremse, un «freno a la deuda», que impone límites muy estrictos al déficit y a la deuda en que pueden incurrir el Estado federal, los Länder y los municipios: no debe superar el 0.35% del PIB. Si en un año determinado se supera temporalmente ese límite por razones coyunturales, el exceso debe compensarse con superávits presupuestarios cuando la economía se recupere.
Esta modificación de la Constitución alemana se aprobó por mayoría de dos tercios en el Bundestag y el Bundesrat, gracias al apoyo conjunto del SPD y la CDU en aquel momento. Hoy en día, también sería necesaria una mayoría de dos tercios para cambiar esa absurda norma constitucional, pero tal mayoría parece imposible de reunir en estos momentos.
Importantes consecuencias negativas para Alemania y Europa
Esta decisión del Tribunal de Karlsruhe hunde a Alemania en una grave crisis justo cuando la economía del país está entrando en recesión y necesitaría un importante apoyo presupuestario en muchos ámbitos. En particular, amenaza la financiación de una transición energética que ya es muy difícil de realizar. Esta crisis presupuestaria alemana también tiene importantes repercusiones negativas a escala europea en un momento en que se están negociando cambios en el presupuesto de la UE para los próximos años, entre ellos un paquete de 50 mil millones de euros para ayudar a las finanzas de Ucrania y otros 20 mil millones para prestar apoyo militar al país en los próximos años.
A corto plazo, por tanto, las consecuencias de esta decisión son preocupantes, tanto para Alemania como para Europa, pero a largo plazo cabe esperar que tenga un efecto positivo al demostrar a los propios alemanes lo absurdo y peligroso de las normas presupuestarias que querían imponer a toda Europa.
Austeridad permanente y euroescepticismo
La insana insistencia alemana en la austeridad presupuestaria permanente ya había debilitado considerablemente la economía europea en los años noventa, antes de la creación del euro, al impedirle recuperarse durante varios años de la sacudida de la crisis económica de 1993. Esta política manifiestamente contraproducente alimentó un euroescepticismo creciente, que culminó en el fiasco de 2005 sobre la Constitución Europea tanto en Francia como en los Países Bajos, dos miembros fundadores de la Unión.
Tras la gran crisis financiera de 2008, la prolongada negativa de Alemania a aceptar cualquier forma de solidaridad con los países más afectados por la crisis estuvo a punto de acabar tanto con el euro como con la integración europea en su conjunto. En la propia Alemania, esta negativa decidida llevó a la adopción de la malhadada Schuldenbremse para indicar a sus vecinos que Alemania iba muy en serio con su austeridad y pretendía dar ejemplo. Afortunadamente, tras haber llevado a Europa al borde del abismo, la Alemania de Wolfgang Schäuble y Angela Merkel dio marcha atrás en el último minuto.
Pero esa austeridad, impuesta a destiempo, había debilitado aún más una economía europea ya desangrada, ofreciendo a China, en particular, la oportunidad de afianzarse masivamente en Europa comprando a bajo precio las «joyas de la familia» de los países en crisis que Alemania les obligaba a vender, como el puerto del Pireo o el operador de la red eléctrica portuguesa.
El rechazo de toda política industrial europea
Durante décadas, Bonn y luego Berlín también se opusieron constante y firmemente a cualquier forma de política industrial europea, tras la eliminación definitiva de las políticas nacionales a principios de los años noventa, con la implantación del mercado único. La negativa fue sistemática, ya se tratara de proteger las fronteras de la Unión con derechos de aduana sobre determinados productos, de limitar y controlar las inversiones extranjeras o de utilizar el dinero europeo para apoyar a un determinado sector de actividad emergente a niveles significativos.
Esta negativa a adoptar una política industrial común ha provocado, como era de esperar, que Europa se haya perdido todas las revoluciones tecnológicas recientes, ya sea en internet, telefonía móvil, semiconductores, plataformas, redes sociales, inteligencia artificial o energía fotovoltaica, en beneficio de países como China, Corea del Sur o Estados Unidos, que no tienen reparos en aplicar políticas industriales activas. Como resultado, Europa se ha vuelto excesivamente dependiente tanto de Estados Unidos como de Asia en todas esas áreas, cruciales para el futuro, a pesar de que el alto nivel educativo de su población y la calidad de su investigación deberían haberle permitido estar a la vanguardia de la innovación tecnológica.
La austeridad excesiva y prolongada que Alemania impuso a toda la economía europea tras la crisis de 2008 también ha tenido un efecto depresivo duradero en el mercado interior del continente. Y es en gran medida esta política la que ha hecho a la industria europea, y especialmente a la alemana, excesivamente dependiente del mercado chino al privarla de salidas europeas, con el riesgo de que esta industria se vea ahora aplastada en la guerra comercial sino-estadounidense y en la toma autoritaria de la economía china por parte de Xi Jinping. A estas amenazas se añade el retraso tecnológico, sobre todo en vehículos eléctricos y tecnologías verdes, provocado por la mencionada ausencia de una política industrial a escala de la UE.
Gas ruso y ceguera ante Putin
No cabe duda de que Alemania no ha sido la única en querer arrastrarnos a este lío, pero también es en gran medida Alemania la que ha llevado a Europa a depender demasiado del gas ruso y a engañarse seriamente sobre las intenciones de Vladimir Putin al respecto. También en este caso, esta política errónea ha sido objeto de un consenso muy amplio al otro lado del Rin, con la demócrata-cristiana Angela Merkel continuando sin vacilar, con la construcción del gasoducto Nordstream 2, la obra de su predecesor socialdemócrata Gerhard Schröder, amigo de Vladimir Putin que llegó a ser director de la empresa rusa Gazprom. Esta excesiva dependencia nos obligó a enfrentarnos al proyecto imperialista y reaccionario de la Rusia de Putin tras la invasión de Ucrania. Una vez más, esto tuvo un costo económico y social muy alto para la Unión y sus ciudadanos.
Alemania tiene también gran parte de la responsabilidad por haber impedido durante décadas, mediante una combinación de atlantismo y pacifismo excesivos, la construcción de una defensa europea digna de ese nombre, así como la consolidación de los actores continentales en la industria de defensa. Esto nos coloca en una posición de gran debilidad en un momento en que la Rusia de Putin se está volviendo muy agresiva y Estados Unidos, cada vez más tentado por el aislacionismo trumpista, corre el riesgo de retirarse del continente. Es especialmente probable que esta dramática debilidad de la defensa europea conduzca a la derrota de Ucrania en los próximos meses.
Apoyo incondicional a Benjamin Netanyahu
Por último, pero no por ello menos importante, Alemania está arrinconando a Europa en Medio Oriente con su apoyo incondicional al gobierno de Netanyahu en el conflicto palestino-israelí, lo que impide que la Unión Europea adopte una posición equilibrada en este explosivo asunto. Por supuesto, su actitud puede explicarse por la particular historia del país. Pero no es menos dramática para Europa. En primer lugar, está alimentando importantes tensiones internas, con un mayor riesgo de terrorismo, un resurgimiento del antisemitismo, sobre todo en las comunidades musulmanas, y un aumento paralelo de las actitudes antimusulmanas y xenófobas, alentadas por una extrema derecha en auge en todas partes.
Fuera de sus fronteras, existe el riesgo de que la UE, al dar demasiado apoyo a las políticas irresponsables del gobierno de Netanyahu, se vea envuelta en una «guerra de civilizaciones», promovida tanto por los islamistas como por la extrema derecha europea. Esto sin duda ampliaría el abismo que ya nos separa de nuestros vecinos al sur del Mediterráneo, en África y Medio Oriente, como hemos visto de nuevo recientemente en el Sahel, en particular como resultado de la política de «Fortaleza Europa» en materia de migración. Un enfrentamiento entre el mundo musulmán y la «Europa cristiana» amenazaría seriamente el futuro mismo de una Unión Europea en declive y envejecida, cada vez más encerrada en sí misma.
Ya sea en términos económicos o geopolíticos, las opciones políticas sobre las que existe un amplio consenso en Alemania han tenido regularmente consecuencias muy negativas para la construcción europea de las últimas décadas.
En la propia Alemania, como en el resto de Europa, se suele decir que los dirigentes alemanes actuaron así para defender los intereses nacionales de su país por encima de todo. Si así fuera, no sería necesariamente ilegítimo en una Europa que sigue siendo en gran medida una confederación de Estados nacionales. Pero esto no es en absoluto cierto, como demuestran el actual episodio tragicómico de la Schuldenbremse, el deplorable estado de las infraestructuras alemanas debido a una prolongada falta de inversión pública, el considerable daño causado a su economía por la excesiva dependencia alemana del gas ruso y la grave crisis a la que se enfrenta su industria automovilística como consecuencia del retraso tecnológico europeo debido a la falta de política industrial. Las posiciones dogmáticas defendidas con uñas y dientes en Europa por los dirigentes alemanes de todos los colores políticos desde hace varias décadas han hecho tanto daño a la propia Alemania como a sus vecinos y a la Unión Europea.
Las responsabilidades de Francia
Evidentemente, no es éste el lugar para afirmar que Alemania es la única responsable de las profundas dificultades que atraviesa actualmente Europa en muchos ámbitos. Francia, en particular, ha mostrado regularmente una gran pusilanimidad, combinando a menudo una retórica proeuropea con una soberanía de facto a la hora de actuar. Sus dirigentes también se han mostrado muy a menudo incapaces, por arrogancia y desprecio a nuestros vecinos, de construir coaliciones suficientemente amplias para apoyar eficazmente sus proyectos europeos. Francia también ha incumplido a menudo sus compromisos, dando lugar a una desconfianza legítima entre muchos de nuestros vecinos. En este sentido, el fracaso de la acción de Emmanuel Macron en Europa, a pesar de haberse presentado inicialmente como uno de los ejes principales de su proyecto político, ilustra perfectamente las debilidades de Francia.
Pero lo cierto es que es Alemania quien marca hoy el ritmo en el seno de la Unión Europea, debido a su peso demográfico, económico y geopolítico en el corazón de una Europa ampliada hacia el Este. Y mientras nuestros vecinos sigan defendiendo políticas tan contraproducentes para Europa, ésta no tendrá ninguna posibilidad de salir de sus profundas dificultades.
Alejarse del «demasiado poco, demasiado tarde”
¿Puede cambiar la situación? Cada vez que se han dado cuenta de que están llevando a Europa al paredón, los dirigentes alemanes han aceptado cambiar de postura, pero hasta ahora esos cambios siempre han sido del tipo «demasiado poco, demasiado tarde».
Cabe esperar, sin embargo, que la escala excepcional de los retos ecológicos, económicos y geopolíticos combinados a los que nos enfrentamos actualmente acabe por desencadenar un despertar al otro lado del Rin y conduzca a un replanteamiento fundamental del obsoleto pensamiento alemán. Por supuesto, mucho dependerá también de la capacidad de los vecinos de Alemania para ejercer una presión concertada suficiente en esta dirección.