1- La doctrina del régimen de Al-Sissi

El mariscal Abdel Fattah Al-Sissi, de 69 años, asumió el poder el 8 de junio de 2014, tras haber sido ministro de Defensa con Morsi. Pasó al primer plano de la escena política egipcia tras el derrocamiento por el ejército del primer presidente elegido democráticamente, Mohamed Morsi, en 2013. El mariscal lleva casi diez años en el poder y está previsto que permanezca en él hasta 2030, tras una reforma constitucional hecha a su medida en 2019. El 2 de octubre, Al-Sissi anunció sin sorpresa su candidatura para un tercer mandato en 2024. 

Construido sobre las cenizas de una revolución fracasada, la legitimidad del régimen descansa en una paradoja: mantener un régimen autoritario al tiempo que satisface, al menos en apariencia, las expectativas democráticas que llevaron al estallido de la Primavera Árabe. Para lograr este oxímoron, el régimen ha recurrido a un truco ideológico tan audaz como eficaz: frente al oscurantismo y el peligro que representan los Hermanos Musulmanes, usurpadores de la revolución, el ejército y el presidente son los garantes de la democracia. De este modo, el sistema político egipcio es un híbrido, cercano a una autocracia electoral. Incorpora el discurso y las instituciones democráticas, pero los distorsiona, al tiempo que conserva modos autoritarios de gobierno y vigilancia. 

Por lo demás, el régimen militar no tiene ideología propia en el sentido de un sistema original de valores y creencias. Cuando llegó al poder, el mariscal prometió volver a hacer grande a Egipto y mejorar las condiciones económicas de su pueblo. Utilizó temas movilizadores relativamente comunes en las repúblicas autoritarias para justificar un sistema represivo. Ante todo, «seguridad», pero también «desarrollo», «modernización», «prosperidad económica»… a marchas forzadas si es necesario. 

El régimen de Al-Sissi está marcado por un cierto culto a la personalidad y una tendencia recurrente a la megalomanía. A menudo comparado con un faraón, el presidente tiene una visión para el país y se ha embarcado en megaproyectos tan desconectados de las realidades económicas del país como excesivos. Diez años después, el programa sigue siendo el mismo y puede resumirse en las palabras del propio presidente, pronunciadas dos días antes de que se oficializara su candidatura: «Si la construcción, el desarrollo y el progreso tienen que venir al precio del hambre y la privación, nunca digan: preferimos tener comida».

2- Los megaproyectos del presidente 

Al llegar al poder, el mariscal se embarcó en una serie de grandes proyectos destinados a restaurar la grandeza de Egipto y reflejar el poder de construcción del régimen. La primera medida del dictador fue ampliar el Canal de Suez. Al-Sissi espera duplicar los ingresos del canal duplicando su anchura, olvidando que el paso de los buques comerciales también depende del flujo del comercio mundial. Como todos los presidentes que lo han precedido desde el fin de la monarquía, el mariscal se ha embarcado en la construcción de una nueva ciudad, una nueva capital, a las afueras de El Cairo. Sin embargo, el proyecto era mucho más ambicioso que los anteriores, a pesar de los repetidos fracasos de este tipo de planteamientos urbanísticos. La Nueva Capital Administrativa (NCA), a veces apodada El-Masa, pretende reducir la densidad y el tráfico de El Cairo, que está a punto de reventar con sus 23 millones de habitantes. Auténtica Atlántida en el desierto, la NCA es un proyecto de 700 km² que se parece a Dubái, a 50 km de El Cairo. Para su ciudad, el mariscal quiere «la torre más grande de África», «la iglesia más grande de África», «la mezquita más grande de Egipto»… Todos los ministerios, consulados, embajadas y las mejores universidades tendrán su sede allí. La ciudad contará también con una majestuosa ópera, un nuevo parlamento y una veintena de barrios comerciales y residenciales. 

Este proyecto emblemático esconde muchos otros. El mariscal ha rediseñado todo el país con nuevas carreteras y puentes de ocho carriles: proyectos de zonas industriales a lo largo del Canal de Suez, un complejo portuario en Port Said, un programa de desarrollo para el Sinaí, otras nuevas ciudades… También ha emprendido la modernización de su ejército y la construcción de «la mayor base de África». 

Para su ciudad, el mariscal quiere «la torre más grande de África», «la iglesia más grande de África», «la mezquita más grande de Egipto»…

GABRIELLE BERGOT

En El Cairo, el ritmo de las obras es tal que ni siquiera Google Maps puede seguirlo: renovación de las carreteras del centro de la ciudad, destrucción de barrios informales, construcción (y privatización) de la ribera del Nilo, traslado del Mogamma. El mariscal también ha puesto en marcha un nuevo Gran Museo Egipcio. Con una superficie mayor que la del Museo Vaticano, pretende ser uno de los más grandes del mundo. Y todo ello aunque suponga arrasar el patrimonio histórico de El Cairo, privar a los ciudadanos de espacios públicos gratuitos y vaciar las arcas del Estado.

La exposición inmersiva de Tutankamón en el Gran Museo Egipcio de Giza. © Chine nouvelle/SIPA

Todos estos proyectos los llevan a cabo empresas militares y afirman no afectar a el presupuesto público, lo que pudo ser cierto al principio, ya que el Estado recurrió a todos los ciudadanos que quisieran invertir y poseer acciones, o a socios extranjeros, como en el caso de la nueva capital administrativa. Sin embargo, estos enormes proyectos, llevados a cabo sin ninguna consulta local ni estudios de mercado, acabaron convirtiéndose en protuberancias económicas que pesaban mucho sobre el presupuesto del Estado. Los inversionistas extranjeros, entre ellos China y Emiratos Árabes Unidos, se plantearon retirarse ante la opacidad financiera y la envergadura del proyecto.

3- Crisis económica y social 

Supuestamente destinados a resolver todos los males del país (densidad, tráfico, insalubridad, hipercentralización, dependencia del exterior, etc.) y a devolver a Egipto su grandeza, los megaproyectos del presidente, una vez terminados, no han dado los resultados esperados y han dejado al país más pobre de lo que ya era. La nueva capital ha costado ya 60 mil millones de dólares y aún no tiene habitantes. El gobierno anima ahora a la población a trasladarse a barrios secundarios, construidos en las afueras y menos caros, para intentar darle vida. Las zonas industriales y comerciales construidas a lo largo del Canal de Suez y sus ciudades portuarias están vacías y luchan por llenarse. Ni siquiera el yacimiento de Zohr, anunciado como un tesoro sin fondo, ha convertido a Egipto en un centro energético. El país importa gas natural del yacimiento de Tamar, que pertenece a Israel. 

Aunque han enriquecido a los contratistas militares, estos megaproyectos han llevado al país al borde de la bancarrota. Desde hace casi dos años, Egipto sufre una crisis económica sin precedentes. En 2021, el país tuvo que recurrir por segunda vez al FMI y devaluar su moneda. La deuda, que ya se acercaba al PIB anual en 2015, se ha triplicado y se calcula que superará los 160 mil millones de dólares en 2022. El dólar, que valía 17 libras egipcias en 2021, vale ahora 31 libras. Para un país que importa la mayor parte de sus necesidades alimentarias y energéticas y que lleva décadas sin subir los salarios, las repercusiones en la vida de la gente son diarias. En agosto, la inflación alcanzó un máximo histórico del 40%, y la moneda había perdido casi todo su valor en comparación con un año antes.

En las tiendas de El Cairo, las estanterías están mal surtidas. Los productos desaparecen regularmente durante semanas. La carne y los huevos se han vuelto inasequibles, mientras que la leche cuesta tanto como en Europa. La escasez es cíclica, y de vez en cuando se racionan productos de primera necesidad como el arroz, el azúcar y el aceite. Egipto se acerca peligrosamente a un escenario como el venezolano. Desde este verano, los cortes de electricidad son cotidianos. Incluso hoy, la electricidad se corta de 19:00 a 21:00 en el centro del viejo Cairo, y a veces incluso más tiempo en los distritos más pobres. Las retiradas de efectivo son limitadas, lo que hace muy compleja la vida cotidiana en un país donde casi todo se paga en efectivo. 

Gran parte del país sufre inseguridad alimentaria, pero exporta sus productos agrícolas y el gas que importa de Israel para obtener divisas. Desde hace un año, el gobierno hace todo lo posible por recuperar dólares allí donde puede: exportar lo que se puede exportar, aumentar los derechos de aduana, cobrar en dólares las actividades de ocio y el transporte a los turistas y expatriados, etc. 

4- Una diplomacia limitada

En los primeros días del derrocamiento de Mohamed Morsi, el régimen militar emprendió una represalia virulenta y sistemática contra los Hermanos Musulmanes, siguiendo el ejemplo de la masacre de la plaza Rabaa en agosto de 2013, que se cobró la vida de 600 de sus partidarios. El régimen confunde a la organización con los movimientos de insurgencia yihadista en el Sinaí que se desarrollaron entre 2013 y 2014. Por definición, el ejército, del que emana el régimen, pretende actuar como baluarte contra el islamismo de los Hermanos Musulmanes. Muy poco después de la destitución de Morsi, el país recibió el apoyo de las monarquías del Golfo, en particular de Arabia Saudita, y se distanció de Turquía y Qatar, que apoyan a los Hermanos Musulmanes. Sin embargo, las relaciones con Riad ya no son tan sencillas. Atrás quedaron los días en que Arabia Saudita gastaba sin límite para mantener a Egipto a flote. Ahora, el reino exige un retorno de la inversión y una racionalización de la economía egipcia. En cuanto a los Emiratos Árabes Unidos, el otro patrocinador financiero del régimen, poseen amplios sectores de la economía egipcia a cambio de su ayuda financiera.

Las relaciones con Israel se han desarrollado considerablemente desde la llegada al poder del mariscal, aunque la relación es discreta. En una entrevista para la CBS en 2019, el presidente reconoció que mantenía «una amplia cooperación», sobre todo en materia de seguridad y económica, con Israel, y que las relaciones entre ambos países nunca habían sido más fuertes. Al día siguiente, la embajada egipcia pidió que se retirara la entrevista. 

A nivel internacional, Egipto es el segundo mayor receptor de ayuda militar estadounidense después de Israel. Sin embargo, consciente de su dependencia de sus financiadores y de las necesidades financieras que crearán las ambiciones del presidente, Egipto buscó rápidamente diversificar sus asociaciones. Primero se acercó a Rusia, luego a China, con quien ha elevado sus relaciones al rango de «asociación estratégica integral». Al mostrarse de las tres grandes potencias, Egipto espera obtener de Rusia y China lo que Estados Unidos le niega. 

También se ha acercado a Europa, erigiéndose en baluarte contra el terrorismo y abasteciéndose en el Viejo Continente para modernizar su enorme ejército: Rafales de Francia, submarinos de Alemania, fragatas de Italia… Ahora busca hablar con todo el mundo: Chipre, Grecia, Hungría, India, Corea del Sur, Serbia… Bajo esta lógica de diversificación en todos los frentes, El Cairo también busca socios con los que hacer negocios y transferir capital al país.

Al mostrarse de las tres grandes potencias, Egipto espera obtener de Rusia y China lo que Estados Unidos le niega. 

GABRIELLE BERGOT

5- Las elecciones presidenciales

Las elecciones presidenciales, que normalmente se celebran en primavera, se adelantaron este año en un contexto de crisis económica y críticas crecientes. El verano se vio alimentado por una sucesión de escándalos y contradicciones insoportables para la población. El Diálogo Nacional, que debía dar voz a los ciudadanos y a la oposición, se celebró en un contexto de detenciones. En agosto, en un momento en que el país hacía todo lo posible por recuperar dólares, un avión procedente de El Cairo transportó a Zambia 5.6 millones de dólares en efectivo, 127.2 kg de oro y armas. A bordo viajaban cinco altos mandos del régimen. Todo ello en un contexto de racionamiento de electricidad, olas de calor e inseguridad alimentaria. Al adelantar las elecciones, el régimen esperaba impedir que se formara la oposición y validar cuanto antes el tercer mandato del presidente. 

Consciente de las críticas sobre la transparencia y el carácter personal de las anteriores elecciones, el mariscal quería jugar este año la carta del pluralismo… con opositores títeres. Las figuras más creíbles de la oposición, como Ahmed Tantawi, fueron llevadas ante los tribunales, junto con sus familias y partidarios. Tantawi, que quería restablecer el Estado de derecho y la libertad de prensa, fue acusado de falsificar documentos electorales y de «distribuir documentos relacionados con las elecciones sin autorización oficial» porque, según el gobierno, no había obtenido las firmas necesarias. La semana anterior, un centenar de sus partidarios fueron detenidos en El Cairo mientras hacían campaña y recogían las firmas necesarias para validar la candidatura de Tantawi. Hicham Kassem, fundador de Corriente Libre y figura respetada del periodismo político, también fue detenido incluso antes de que el rumor de una posible candidatura se hiciera realidad. Sus comentarios en canales extranjeros y redes sociales sobre el estado de los medios de comunicación en Egipto, la ilegalidad de la candidatura del mariscal y el proceso electoral le valieron un extraño destino tiempo después, como ocurre tan a menudo en Egipto. 

El mariscal se presentó a la reelección junto a tres candidatos surgidos para la ocasión: Abdel Sanad Yamama, del partido Wafd, Hazem Omar, del Partido Republicano del Pueblo y, por último, Farid Zahran, líder del Partido Socialdemócrata. Los dos primeros son fieles seguidores del presidente y no difieren mucho de la línea del régimen. El primero, además, sustituyó la preocupante candidatura del líder del partido Wafd, Fouad Badraway. El tercero, no menos leal, reunió a la oposición en torno a su programa para infligir una derrota «aceptable» al presidente en las urnas. 

La campaña del presidente consistió esencialmente en desplegar, en todas partes y en todo momento, los «diez años de construcción y desarrollo» del régimen, al tiempo que se apresuraba a abrir, aunque muy parcialmente, los monstruos financieros que habían llevado al país al borde de la quiebra: la fase 1 de la Nueva Capital, el vestíbulo del Gran Museo Egipcio… 

Para demostrar su compromiso con los derechos humanos y el Estado de derecho, el presidente también ha intensificado sus iniciativas públicas en los últimos seis meses. En primer lugar, organizó un Diálogo Nacional (del que se retiró parte de la oposición invitada), liberó a presos políticos y periodistas (sólo para encarcelar a otros en el proceso), instaló quioscos de distribución de alimentos y organizó foros como la «Primera Conferencia Mundial sobre Población, Salud y Desarrollo» y una «Conferencia Nacional para la Juventud» (olvidando a sabiendas que las políticas económicas del régimen son la causa del empobrecimiento de la población, no la solución). 

Un hombre mira por la ventana bajo una pancarta gigante de apoyo al presidente egipcio Abdel Fattah Al-Sissi durante una marcha en El Cairo. © Amr Nabil/AP/SIPA

Además, Al-Sissi hizo una campaña sin campaña, ya que los medios de comunicación se encargaron de todo. También ha mostrado cierta indiferencia, enviando a sus representantes a los medios de comunicación para garantizar su publicidad. La cara del presidente estaba pegada por todo el país, incluso delante de las ventanas de la gente. Cada iniciativa del presidente aparecía en la portada de todos los periódicos, mientras que los canales de televisión daban amplia cobertura al mariscal y a su trabajo.

Al-Sissi hizo una campaña sin campaña, ya que los medios de comunicación se encargaron de todo.

GABRIELLE BERGOT

6- ¿Qué grado de popularidad tiene el presidente entre la población? 

Difícil de estimar sin una organización de sondeo oficial e imparcial. En sus primeros días, el mariscal fue realmente recibido con los brazos abiertos por una parte de la población y la intelectualidad del país, especialmente porque gozaba del apoyo de unos medios de comunicación enfáticos. Si bien la prioridad concedida a la seguridad y la estabilidad puede haber complacido a una parte de la población, la ruptura del contrato social autoritario pone ahora en serio peligro la base del presidente. A cambio de su férreo control del país, el mariscal había prometido a los egipcios mejores condiciones de vida. Como esta promesa no se ha cumplido, la cólera aumenta en todo el país.

Las muy dudosas decisiones tomadas en materia económica, la sordera del régimen y su desvergonzado desprecio por la población han puesto el nombre del presidente en boca de todos. El pasado mes de junio, incluso antes de los cortes de electricidad, las críticas eran audibles en todas partes: en los cafés y taxis de El Cairo, en las redes sociales, en los medios de comunicación radicados en el extranjero… Nadie parece tener confianza en el gobierno para resolver los problemas del país. Incluso figuras favorables al régimen expresan su descontento con las políticas de austeridad que se están aplicando. En las redes sociales, último espacio seguro para que los ciudadanos se expresen, aparecen cíclicamente hashtags hostiles al presidente: # إرحل_سيسي («Sissi vete»), #_ مادتين _كفاية («Dos mandatos son suficientes»)…

El 3 de octubre tuvieron lugar en Marsa Matrouh y El Cairo manifestaciones de oposición al régimen -hechos poco frecuentes porque son duramente reprimidos- tras hacerse oficial la candidatura del presidente. Incluso en las manifestaciones organizadas por el régimen, y a pesar de los cientos de detenciones que se han producido desde el 2 de octubre, se oye el mensaje: «El pueblo quiere la caída del régimen». Aunque es imposible resumir la opinión pública general, dado que los datos son inexistentes o evidentemente sesgados, existe efectivamente una parte de Egipto que se opone al régimen.

7- ¿Cómo consigue el gobierno mantener el statu quo?

La formación y el éxito de los movimientos sociales dependen de un conjunto de factores que van más allá del descontento social. Del mismo modo, la longevidad de un régimen depende de un conjunto de variables internas y externas: represión y vigilancia de la oposición, organización de los poderes, métodos de redistribución de la riqueza y la lealtad, instituciones, condiciones de acceso al espacio público y a la expresión, presencia de salvaguardias, ideología, entorno regional, unidad de las élites, aliados externos, etc. Aunque el descontento popular parece ir en aumento, no sería la primera vez que el régimen consigue salirse con la suya. Ya en 2016, cuando estallaron las manifestaciones a los pies de Maspero tras la publicación de un proyecto en el Parlamento para validar la retrocesión de las islas de Sanafir y Tirán a Arabia Saudita, el régimen había enviado señales muy claras. También en 2019, cientos de egipcios salieron a la calle para protestar contra las restricciones a la libertad y exigir la salida del presidente. 

Podemos destacar tres elementos característicos del caso egipcio: la represión, la organización del poder y la capacidad de diluir o desacreditar las críticas. Aquí encontramos modos de dominación tanto verticales, bastante tradicionales en este tipo de regímenes, como horizontales, que tienen que ver con acciones de captura ideológica, de las que los medios de comunicación, piedra angular del sistema, son a la vez víctimas y vectores. 

Una de las razones por las que el régimen militar es capaz de mantenerse es su extrema cautela ante cualquier rumor creíble de manifestaciones o concentraciones públicas. En pocos años, el régimen de Sissi se ha vuelto más autoritario que el de Mubarak. Al parecer, hay 60 mil presos políticos en el país, y se ha esforzado por hacer prácticamente inaccesibles a la oposición todas las formas de espacio público: mobiliario urbano, vigilancia policial, represión, etc. La más mínima voz que se alce demasiado alta para dañar la pulida imagen del país es reprimida, o incluso encarcelada por motivos de descrédito o secundarios. Y el régimen prefiere cortar de raíz cualquier oposición. En noviembre de 2022, por ejemplo, ya había crecientes rumores sobre la situación económica del país, y las convocatorias de manifestaciones en internet llevaron al régimen a tomar medidas tan simples como drásticas. El 11 de noviembre, día de la reunión, se desplegó una gran fuerza de policía antidisturbios en Tahrir. Se restringieron las conexiones a internet, se cerraron los cafés y las puertas de acero que atrincheraban las avenidas que conducían a la plaza Tahrir estaban listas para cerrarse. Durante unas horas, la capital contuvo la respiración mientras pasaba el rumor. Según las ONG, los registros y los interrogatorios preventivos se habían reanudado en los últimos días. Este llamado, sin embargo misterioso y sin base política conocida, provocó una reacción superficial del régimen. 

La más mínima voz que se alce demasiado alta para dañar la pulida imagen del país es reprimida, o incluso encarcelada por motivos de descrédito o secundarios. Y el régimen prefiere cortar de raíz cualquier oposición.

GABRIELLE BERGOT

El régimen no tiene ni ideología que galvanice a las masas ni partido único, pero cuenta con el peso del ejército en el edificio del poder. La capacidad de resistencia y adaptación de los militares fue especialmente evidente durante los dos años de transición política que finalmente desembocaron en la destitución de Mohamed Morsi y la reinstauración del régimen. El ejército se beneficia tanto de una red económica, soldada por el deseo de conservar sus ventajas, como de una posición privilegiada, con el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas como órgano capaz de ejercer el poder como último recurso. Estas salvaguardias hacen que la institución sea muy resistente en tiempos de crisis, y también es capaz de controlar su imagen. 

La era Sissi está marcada por severas restricciones a la libertad de expresión y de prensa, que van mucho más allá de las ya impuestas por Mubarak. En pocos años, el régimen se ha dotado también de un repertorio de acciones destinadas a distorsionar la opinión general: falsas manifestaciones de apoyo, campañas en Internet para dividir o desacreditar a la oposición, persecución de periodistas, publicación de resultados electorales desproporcionados a favor del presidente, imposición de un discurso casi único en los medios de comunicación, etc. Esto permite al régimen mantener el control sobre la narración de los acontecimientos y ordenarla a su favor incluso en caso de crisis pública. El problema de este tipo de propaganda no es que los egipcios se la crean. Sino que, al sembrar la duda entre los ciudadanos, divide la comunidad de sentimientos que está en el origen de la coordinación popular y/o política.

8- El papel de la Mutahida

Una nueva herramienta se ha añadido al arsenal del poder egipcio: la Mutahida. En el mundo periodístico de El Cairo, su omnipotencia y dirección son un secreto a voces. Ha revolucionado la prensa egipcia hasta el punto de marcar una ruptura entre la era Mubarak y la de Sissi. El papel de la prensa es fundamental para que los ciudadanos estén informados y tomen decisiones políticas con conocimiento de causa. Es uno de los contrapesos civiles más importantes frente a los excesos del gobierno y las empresas. En este sentido, el control de la prensa es un elemento clave de la estrategia de mantenimiento de los regímenes y de gestión de las contingencias.

Creada en 2016 bajo la supervisión de Jaled Fawzy, director de inteligencia de los Servicios Generales de Inteligencia, a partir de la fusión de las empresas de Tamer Morsi y Ahmed Abu Hashima, Mutahida es una empresa privada de la cual el régimen ha adquirido participaciones mayoritarias en los medios privados nacionales más importantes. Uno a uno, metódicamente, con la ayuda de ventajas o de la fuerza, el régimen hizo firmar escrituras de venta a los actores mayoritarios de las empresas de medios de comunicación para reunirlos bajo un mismo conglomerado. Verdadera fábrica de consentimiento, la Mutahida, con sus 20 periódicos, cadenas de televisión y emisoras de radio, es especialmente visible en vísperas de elecciones o escándalos. Tanto los medios públicos como los privados reciben las mismas órdenes: alabanza y sobrerrepresentación del presidente, prohibición de entrevistas a los opositores, alineación del discurso con el de los medios públicos, silenciamiento de cualquier escándalo, etc. 

Vehículos pasan junto a pancartas de apoyo al presidente Abdel Fattah Al-Sissi antes de las elecciones presidenciales. © Amr Nabil/AP/SIPA

Si no es sorprendente que los medios de comunicación públicos reciban órdenes del gobierno, los medios de comunicación privados, antaño captados por esta empresa, se encuentran ahora en la misma situación. Aunque el desarrollo del sector privado en Egipto ha estado enmarcado por relaciones clientelares y un marco reglamentario disuasorio, el panorama mediático egipcio ha seguido siendo uno de los más variados de la región desde la década de 2000. Ofrecían diversidad de puntos de vista y, con el tiempo y la creciente libertad de expresión, se afirmaron frente a los tradicionales periódicos estatales. Mientras que el régimen de Mubarak consiguió mantener el debate dentro de ciertos límites, el debate público se ha reducido a la nada bajo Al-Sissi.

Desde la aparición de la Mutahida, no es raro leer los mismos titulares en toda la prensa. Periódicos y medios que antes eran conocidos por su objetividad o resistencia están reproduciendo el mismo mensaje y las mismas normas de redacción que los medios públicos, que a su vez están más censurados que antes.

9- Las consecuencias de la guerra entre Israel y Hamás en la campaña presidencial y en el país

A la sombra de la guerra, los autoritarios saben cómo hacerse olvidar. El contexto político no era favorable al presidente en los meses anteriores al estallido del conflicto. Su campaña se vio empañada por las detenciones de sus opositores y las críticas de dentro y fuera del país, que denunciaban la propia decadencia del país bajo el mariscal. Egipto, como mediador tradicional entre Israel y las facciones palestinas, aprovecha el conflicto para reafirmar su papel y obtener algunas victorias diplomáticas junto a Qatar, cuyo papel ha sido probablemente crucial dada su proximidad a Hamás. 

A corto plazo, las trágicas imágenes del bombardeo de Gaza dejaron de lado una actualidad que había entrado en un ciclo muy apretado de escándalo en internet y propaganda pro-Sissi. En las televisiones egipcias, los canales de noticias reproducen una y otra vez la noticia de la guerra. El caso es un buen ejemplo del uso que hace el régimen de los medios de comunicación y de la actualidad. En Al-Qahera News, puro producto del matrimonio entre la agencia estatal de medios de comunicación y la Mutahida, los rostros maltrechos de Gaza han sustituido a los del presidente. El canal de noticias toma prestados los códigos del cine para destacar la posición de Egipto y la acción de la única ONG presente en el territorio, la Media Luna Roja. El régimen sabe utilizar cualquier medio a su alcance. Cuando cientos de egipcios acudieron a manifestar su apoyo a Palestina, Al-Watan (comprado por Mutahida) publicó el siguiente titular: «El pueblo unido tras el presidente por Palestina».

A largo plazo, la guerra podría suponer una mayor presión económica para el país, debido a la caída del turismo y de las actividades de cooperación económica con Israel, incluido el preciado gas. Dado el estado de las finanzas egipcias, cualquier perturbación podría tener graves consecuencias. La violencia contra la población civil de Gaza hará aún más difícil que los ciudadanos acepten la cooperación con Israel, un tema ya de por sí muy delicado.

El canal de noticias toma prestados los códigos del cine para destacar la posición de Egipto y la acción de la única ONG presente en el territorio, la Media Luna Roja.

GABRIELLE BERGOT

Por último, aunque puede considerarse el ángulo económico para entender la negativa de Egipto a abrir sus fronteras, parece que esta decisión está motivada principalmente por razones de seguridad. El desplazamiento masivo de palestinos hacia Egipto no haría más que exportar el conflicto al país, transformando el norte del Sinaí en un nuevo escenario de operaciones, lo que podría tener consecuencias inciertas y dramáticas. Por otro lado, el ejército egipcio lleva años luchando contra movimientos yihadistas e insurgencias tribales en el Sinaí, en los que a veces participaron algunos miembros de Hamás. Aunque la situación ha mejorado desde 2018, los acontecimientos de los dos últimos años en el Sinaí demuestran que el régimen aún no ha acabado del todo con este problema. La precariedad de la región, combinada con las difíciles relaciones entre el gobierno y las tribus del Sinaí, podría volver a convertir el Sinaí en un auténtico polvorín.

10- ¿Qué futuro le espera al régimen en un país que se hunde en la crisis?

Ahora que ha sido elegido para un tercer mandato, Al-Sissi se encuentra en un acto de equilibrismo con la crisis económica y la creciente presión del FMI. Por un lado, tiene que racionalizar su gasto y el papel del Estado en la economía para liberar nuevos tramos de su préstamo. Por otra, en una economía dominada por el ejército, cada concesión que el régimen hace al FMI equivale a quitar algo de las manos de los oficiales del régimen. La situación se hace aún más peligrosa por el hecho de que este tipo de régimen carece de órganos con los que dirimir los conflictos internos. Como único árbitro, la presidencia está sobreexpuesta. El régimen también tiene que gestionar la contradicción entre proseguir sus megaproyectos y sacar al país de la crisis económica con carácter de urgencia, a riesgo de enfrentarse a un estallido de ira popular. Si el ejército perdiera demasiado y el pueblo gruñera, la presidencia podría verse obligada a actuar internamente para catalizar la ira popular y mantener el statu quo.