Estrategia de seguridad nacional estadounidense: el plan de la Casa Blanca contra Europa (texto íntegro)
La Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América ya es pública.
Basada en un proyecto imperial, su objetivo explícito es fracturar el continente: «cultivar, en el seno de las naciones europeas, la resistencia a la trayectoria actual de Europa».
La traducimos.
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Mis queridos compatriotas estadounidenses
Durante los últimos nueve meses, hemos salvado a nuestra nación y al mundo entero, que se encontraban al borde del abismo y de la catástrofe. Tras cuatro años de debilidad, extremismo y desastrosos fracasos, mi administración ha actuado con urgencia y una rapidez histórica para restaurar el poder estadounidense en el ámbito nacional e internacional, y devolver la paz y la estabilidad a nuestro mundo.
Ninguna administración en la historia ha logrado un cambio tan espectacular en tan poco tiempo.
Desde mi primer día en el poder, restablecimos las fronteras soberanas de Estados Unidos y desplegamos el ejército estadounidense para poner fin a la invasión de nuestro país. Eliminamos la ideología radical de género y la locura woke de nuestras fuerzas armadas, y comenzamos a fortalecer nuestro ejército con una inversión de 1 billón de dólares. Hemos reconstruido nuestras alianzas y hemos conseguido que nuestros aliados contribuyan más a nuestra defensa común, en particular con un compromiso histórico de los países de la OTAN de aumentar sus inversiones en defensa del 2% al 5% de su PIB. Hemos liberado la producción energética estadounidense para recuperar nuestra independencia y hemos impuesto aranceles históricos para repatriar industrias esenciales.
En el marco de la operación Midnight Hammer, hemos destruido la capacidad de enriquecimiento nuclear de Irán. He declarado como organizaciones terroristas extranjeras a los cárteles de la droga y a las feroces bandas extranjeras que operan en nuestra región. Y en sólo ocho meses, hemos resuelto ocho conflictos violentos, en particular entre Camboya y Tailandia, Kosovo y Serbia, la República Democrática del Congo y Ruanda, Pakistán e India, Israel e Irán, Egipto y Etiopía, Armenia y Azerbaiyán, y hemos puesto fin a la guerra en Gaza con el regreso de todos los rehenes vivos a sus familias.
Estados Unidos vuelve a ser fuerte y respetado, y gracias a ello estamos instaurando la paz en todo el mundo.
En todo lo que hacemos, Estados Unidos sigue siendo nuestra prioridad.
Lo que sigue es una estrategia de seguridad nacional destinada a describir y aprovechar los extraordinarios avances que hemos logrado. Este documento es una hoja de ruta destinada a garantizar que Estados Unidos siga siendo la nación más grande y próspera de la historia de la humanidad, así como la cuna de la libertad en la tierra. En los próximos años, continuaremos desarrollando todas las dimensiones de nuestro poder nacional y haremos que Estados Unidos sea más seguro, más rico, más libre, más grande y más poderoso que nunca.
Presidente Donald J. Trump
I. Introducción: ¿Cuál es la estrategia estadounidense?
1. ¿Cómo se ha desviado la «estrategia» estadounidense?
Para que Estados Unidos siga siendo el país más fuerte, rico, poderoso y próspero del mundo durante las próximas décadas, nuestro país necesita una estrategia coherente y centrada en cómo interactuamos con el mundo. Y para lograrlo, todos los estadounidenses deben saber exactamente qué estamos tratando de hacer y por qué.
Una «estrategia» es un plan concreto y realista que explica la relación esencial entre los fines y los medios: comienza con una evaluación precisa de lo que se desea y de las herramientas disponibles, o que pueden crearse de manera realista, para lograr los resultados deseados.
Una estrategia debe evaluar, clasificar y jerarquizar. No todos los países, regiones, cuestiones o causas, por muy loables que sean, pueden ser el centro de la estrategia estadounidense. El objetivo de la política exterior es la protección de los intereses nacionales fundamentales; ese es el único objetivo de esta estrategia.
Las estrategias estadounidenses desde el final de la Guerra Fría han sido insuficientes: han consistido en largas listas de deseos u objetivos deseados, han enunciado vaguedades en lugar de definir claramente lo que queremos y, a menudo, han evaluado mal lo que deberíamos querer.
Tras el fin de la Guerra Fría, las élites de la política exterior estadounidense se convencieron de que el dominio permanente de Estados Unidos sobre el resto del mundo redundaba en beneficio de nuestro país. Sin embargo, los asuntos de otros países sólo nos conciernen si sus actividades amenazan directamente nuestros intereses.
Nuestras élites se equivocaron gravemente al suponer que Estados Unidos estaría dispuesto a asumir indefinidamente responsabilidades globales que el pueblo estadounidense no consideraba relacionadas con el interés nacional. Sobreestimaron la capacidad de Estados Unidos para financiar simultáneamente un Estado del bienestar, regulador y administrativo masivo, así como un complejo militar, diplomático, de inteligencia y de ayuda exterior igualmente masivo. Tomaron la decisión extremadamente errónea y destructiva de apostar por el globalismo y el llamado «libre comercio», que han vaciado de contenido a la clase media y la base industrial en las que se sustenta la preeminencia económica y militar de Estados Unidos. Han permitido que sus aliados y socios hagan recaer el coste de su defensa sobre el pueblo estadounidense y, en ocasiones, nos han arrastrado a conflictos y controversias que son fundamentales para sus intereses, pero periféricos o ajenos a los nuestros. Y han vinculado la política estadounidense a una red de instituciones internacionales, algunas de las cuales están animadas por un antiamericanismo puro y simple y muchas por un transnacionalismo que busca explícitamente disolver la soberanía de los Estados individuales. En resumen, nuestras élites no sólo han perseguido un objetivo fundamentalmente indeseable e imposible, sino que, al hacerlo, han socavado los medios necesarios para alcanzar ese objetivo: el carácter de nuestra nación en el que se basaban su poder, su riqueza y su decencia.
2. La necesaria y bienvenida corrección del presidente Trump
Nada de esto era inevitable. El primer mandato del presidente Trump demostró que, con un liderazgo adecuado que tomara las decisiones correctas, todo lo anterior podría haberse evitado —y debería haberse evitado— y se podrían haber logrado muchas otras cosas. Él y su equipo lograron movilizar las grandes fuerzas de Estados Unidos para corregir el rumbo y comenzar a inaugurar una nueva edad de oro para nuestro país. Continuar por este camino es el objetivo principal del segundo mandato del presidente Trump y del presente documento.
Las preguntas que se nos plantean son las siguientes: 1) ¿Qué debe querer Estados Unidos? 2) ¿De qué medios disponemos para lograrlo? y 3) ¿Cómo podemos relacionar los fines y los medios en una estrategia de seguridad nacional viable?
II. ¿Qué debe querer Estados Unidos?
1. ¿Qué queremos en general?
En primer lugar, queremos la supervivencia y la seguridad continuas de Estados Unidos como república independiente y soberana cuyo gobierno garantiza los derechos naturales otorgados por Dios a sus ciudadanos y da prioridad a su bienestar y sus intereses.
Queremos proteger este país, su pueblo, su territorio, su economía y su modo de vida contra los ataques militares y las influencias extranjeras hostiles, ya sea espionaje, prácticas comerciales depredadoras, tráfico de drogas y de seres humanos, propaganda destructiva y operaciones de influencia, subversión cultural o cualquier otra amenaza para nuestra nación.
Queremos un control total sobre nuestras fronteras, nuestro sistema de inmigración y las redes de transporte por las que las personas entran en nuestro país, ya sea de forma legal o ilegal. Queremos un mundo en el que la migración no sea simplemente «ordenada», sino en el que los países soberanos trabajen juntos para poner fin a los flujos de población desestabilizadores en lugar de facilitarlos, y tengan un control total sobre las personas que aceptan o rechazan.
Queremos una infraestructura nacional resistente, capaz de soportar desastres naturales, resistir y contrarrestar amenazas extranjeras, y prevenir o mitigar cualquier evento que pueda dañar al pueblo estadounidense o perturbar la economía estadounidense. Ningún adversario ni peligro debería poder poner en peligro a Estados Unidos.
Queremos reclutar, entrenar, equipar y desplegar el ejército más poderoso, letal y tecnológicamente avanzado del mundo para proteger nuestros intereses, disuadir las guerras y, si es necesario, ganarlas de forma rápida y decisiva, con el menor número posible de pérdidas para nuestras fuerzas. Y queremos un ejército en el que cada militar esté orgulloso de su país y confíe en su misión.
Queremos disponer de la fuerza de disuasión nuclear más sólida, creíble y moderna del mundo, así como de defensas antimisiles de nueva generación —en particular, un «Golden Dome» para el territorio estadounidense— con el fin de proteger al pueblo estadounidense, los activos estadounidenses en el extranjero y los aliados de Estados Unidos.
Queremos tener la economía más fuerte, dinámica, innovadora y avanzada del mundo. La economía estadounidense es la base del estilo de vida estadounidense, que promete y garantiza una prosperidad generalizada y amplia, fomenta la movilidad ascendente y recompensa el trabajo duro. Nuestra economía es también la base de nuestra posición mundial y el fundamento necesario de nuestro ejército.
Queremos la base industrial más sólida del mundo. El poder nacional estadounidense depende de un sector industrial fuerte, capaz de satisfacer las demandas de producción tanto en tiempos de paz como de guerra. Esto requiere no sólo una capacidad de producción industrial de defensa directa, sino también una capacidad de producción relacionada con la defensa. El desarrollo del poder industrial estadounidense debe convertirse en la máxima prioridad de la política económica nacional.
Queremos el sector energético más robusto, productivo e innovador del mundo, capaz no sólo de alimentar el crecimiento económico estadounidense, sino también de ser en sí mismo una de las principales industrias de exportación de Estados Unidos.
Queremos seguir siendo el país más avanzado e innovador del mundo en materia científica y tecnológica, y aprovechar estas ventajas. Y queremos proteger nuestra propiedad intelectual contra el robo extranjero. El espíritu pionero de Estados Unidos es un pilar esencial de nuestro dominio económico constante y nuestra superioridad militar; debe preservarse.
Queremos mantener el poder blando sin igual de Estados Unidos, gracias al cual ejercemos una influencia positiva en todo el mundo que sirve a nuestros intereses. Al hacerlo, asumiremos sin complejos el pasado y el presente de nuestro país, respetando al mismo tiempo las diferentes religiones, culturas y sistemas de gobierno de otros países. El poder blando que sirve a los verdaderos intereses nacionales de Estados Unidos sólo es eficaz si creemos en la grandeza y la decencia inherentes a nuestro país.
Por último, queremos restaurar y revitalizar la salud espiritual y cultural de los Estados Unidos, sin la cual la seguridad a largo plazo es imposible. Queremos un Estados Unidos que aprecie sus glorias pasadas y sus héroes, y que aspire a una nueva edad de oro. Queremos un pueblo orgulloso, feliz y optimista, convencido de que dejará a la próxima generación un país mejor que el que encontró. Queremos ciudadanos con empleos bien remunerados, sin que nadie se quede atrás, y que se sientan satisfechos al saber que su trabajo es esencial para la prosperidad de nuestra nación y el bienestar de las personas y las familias. Esto no puede lograrse sin un número creciente de familias tradicionales sólidas que críen hijos sanos.
2. ¿Qué queremos en y del mundo?
Para alcanzar estos objetivos, es necesario movilizar todos los recursos de nuestro poder nacional. Sin embargo, esta estrategia se centra en la política exterior. ¿Cuáles son los intereses fundamentales de Estados Unidos en materia de política exterior? ¿Qué queremos en y del mundo?
- Queremos asegurarnos de que el hemisferio occidental siga siendo lo suficientemente estable y bien gobernado como para prevenir y desalentar las migraciones masivas hacia Estados Unidos; queremos un hemisferio cuyos gobiernos cooperen con nosotros contra los narcoterroristas, los cárteles y otras organizaciones criminales transnacionales; queremos un hemisferio que siga estando a salvo de incursiones extranjeras hostiles o del control de activos clave, y que respalde las cadenas de suministro esenciales; y queremos garantizar nuestro acceso continuo a ubicaciones estratégicas clave. En otras palabras, afirmaremos y aplicaremos un «corolario Trump» a la doctrina Monroe;
- Queremos poner fin y revertir el daño continuo que los actores extranjeros infligen a la economía estadounidense, al tiempo que mantenemos la libertad y la apertura de la región indopacífica, preservamos la libertad de navegación en todas las vías marítimas cruciales y mantenemos cadenas de suministro seguras y fiables, así como el acceso a materiales esenciales.
- Queremos ayudar a nuestros aliados a preservar la libertad y la seguridad de Europa, al tiempo que restauramos la confianza en sí misma de la civilización europea y la identidad occidental.
- Queremos impedir que una potencia hostil domine Oriente Medio, sus reservas de petróleo y gas y los puntos de estrangulamiento por los que transitan, al tiempo que evitamos las «guerras eternas» que nos han empantanado en esta región a un alto coste.
- Queremos asegurarnos de que la tecnología y los estándares estadounidenses, especialmente en los campos de la inteligencia artificial, la biotecnología y la informática cuántica, hagan avanzar al mundo.
Estos son los intereses nacionales fundamentales y vitales de Estados Unidos. Aunque tenemos otros, estos son en los que debemos centrarnos ante todo, y que ignoramos o descuidamos por nuestra cuenta y riesgo.
III. ¿De qué medios dispone Estados Unidos para conseguir lo que quiere?
Estados Unidos sigue ocupando la posición más envidiable del mundo, con activos, recursos y ventajas de primer orden, entre los que destacan:
- Un sistema político siempre ágil, capaz de ajustar el rumbo;
- La economía más importante e innovadora del mundo, que genera riqueza que podemos invertir en intereses estratégicos y nos ofrece un medio de presión sobre los países que desean acceder a nuestros mercados;
- El sistema financiero y los mercados de capitales más importantes del mundo, en particular el estatus del dólar como moneda de reserva mundial;
- El sector tecnológico más avanzado, innovador y rentable del mundo, que sustenta nuestra economía, confiere una ventaja cualitativa a nuestro ejército y refuerza nuestra influencia mundial;
- El ejército más poderoso y competente del mundo;
- Una amplia red de alianzas, con aliados y socios en las regiones más importantes desde el punto de vista estratégico.
- Una situación geográfica envidiable, con abundantes recursos naturales, sin potencias rivales que dominen físicamente nuestro hemisferio, fronteras sin riesgo de invasión militar y otras grandes potencias separadas por vastos océanos;
- Un poder blando y una influencia cultural sin igual; y
- El coraje, la voluntad y el patriotismo del pueblo estadounidense.
Además, gracias al ambicioso programa nacional del presidente Trump, Estados Unidos:
- Restablece una cultura de competencia, eliminando las prácticas denominadas «DEI» y otras prácticas discriminatorias y anticompetitivas que degradan nuestras instituciones y nos frenan;
- Libera nuestra enorme capacidad de producción de energía como prioridad estratégica para impulsar el crecimiento y la innovación, y para fortalecer y reconstruir la clase media;
- Reindustrializa nuestra economía, una vez más para apoyar aún más a la clase media y controlar nuestras propias cadenas de suministro y capacidades de producción;
- Devuelve la libertad económica a nuestros ciudadanos mediante reducciones fiscales históricas y esfuerzos de desregulación, convirtiendo a Estados Unidos en el mejor lugar para hacer negocios e invertir capital; e
- Invierte en tecnologías emergentes y ciencia básica, a fin de garantizar nuestra prosperidad continua, nuestra ventaja competitiva y nuestro dominio militar para las generaciones futuras.
El objetivo de esta estrategia es reunir todas estas ventajas destacadas, entre otras, para reforzar el poder y la preeminencia de Estados Unidos y hacer que nuestro país sea más grande que nunca.
IV. La estrategia
1. Principios
La política exterior del presidente Trump es pragmática sin ser «pragmatista», realizable sin ser «realista», basada en principios sin ser «idealista», enérgica sin ser «belicista» y moderada sin ser «pacifista». No se basa en una ideología política tradicional. Está motivada ante todo por lo que funciona para Estados Unidos o, en dos palabras, «Estados Unidos primero».
El presidente Trump ha consolidado su legado como presidente de la paz. Además del notable éxito obtenido durante su primer mandato con los históricos acuerdos de Abraham, el presidente Trump ha aprovechado su talento como negociador para garantizar una paz sin precedentes en ocho conflictos en todo el mundo en sólo ocho meses de su segundo mandato. Ha negociado la paz entre Camboya y Tailandia, Kosovo y Serbia, la República Democrática del Congo y Ruanda, Pakistán e India, Israel e Irán, Egipto y Etiopía, Armenia y Azerbaiyán, y ha puesto fin a la guerra en Gaza con el regreso de todos los rehenes vivos a sus familias.
Poner fin a los conflictos regionales antes de que se conviertan en guerras globales que arrastren a continentes enteros en su estela merece la atención del comandante en jefe y es una prioridad para esta administración. Un mundo en llamas, donde las guerras llegan a nuestras costas, es perjudicial para los intereses estadounidenses. El presidente Trump utiliza la diplomacia no convencional, el poderío militar estadounidense y su influencia económica para extinguir de forma quirúrgica las brasas de la división entre las naciones con armas nucleares y las violentas guerras causadas por siglos de odio.
El presidente Trump ha demostrado que las políticas estadounidenses en materia de política exterior, defensa e inteligencia deben guiarse por los siguientes principios fundamentales:
- Definición específica del interés nacional: desde al menos el final de la Guerra Fría, las administraciones han publicado a menudo estrategias de seguridad nacional que tratan de ampliar la definición del «interés nacional» estadounidense de tal manera que casi ninguna cuestión o empresa se considera fuera de su ámbito de aplicación. Pero centrarse en todo es no centrarse en nada. Los intereses fundamentales de Estados Unidos en materia de seguridad nacional deben ser nuestra prioridad.
- La paz mediante la fuerza: la fuerza es la mejor arma de disuasión. Los países u otros actores que se sientan suficientemente disuadidos de amenazar los intereses estadounidenses no lo harán. Además, la fuerza puede permitirnos alcanzar la paz, ya que las partes que respetan nuestra fuerza suelen solicitar nuestra ayuda y son receptivas a nuestros esfuerzos por resolver conflictos y mantener la paz. Por lo tanto, Estados Unidos debe mantener la economía más fuerte, desarrollar las tecnologías más avanzadas, fortalecer la salud cultural de nuestra sociedad y tener el ejército más competente del mundo.
- Predisposición al no intervencionismo: en la Declaración de Independencia, los fundadores de Estados Unidos expresaron claramente su preferencia por el no intervencionismo en los asuntos de otras naciones y expusieron claramente el siguiente fundamento: al igual que todos los seres humanos poseen derechos naturales iguales otorgados por Dios, todas las naciones tienen derecho, en virtud de las «leyes de la naturaleza y del Dios de la naturaleza», a una «posición distinta e igual» entre sí. Para un país cuyos intereses son tan numerosos y diversos como los nuestros, no es posible adherirse rigurosamente al no intervencionismo. Sin embargo, esta predisposición debería establecer criterios elevados para determinar qué constituye una intervención justificada.
- Realismo flexible: la política estadounidense será realista en cuanto a lo que es posible y deseable buscar en sus relaciones con otras naciones. Buscamos buenas relaciones y relaciones comerciales pacíficas con las naciones del mundo sin imponerles cambios democráticos o sociales que difieran ampliamente de sus tradiciones e historia. Reconocemos y afirmamos que no hay nada incoherente o hipócrita en actuar de acuerdo con esa evaluación realista o en mantener buenas relaciones con países cuyos sistemas de gobierno y sociedades difieren de los nuestros, aunque animemos a nuestros amigos con ideas afines a defender nuestras normas comunes, lo que redunda en nuestro interés.
- Primacía de las naciones: la unidad política fundamental del mundo es y seguirá siendo el Estado-nación. Es natural y justo que todas las naciones antepongan sus intereses y protejan su soberanía. El mundo funciona mejor cuando las naciones dan prioridad a sus intereses. Estados Unidos antepondrá sus propios intereses y, en sus relaciones con otras naciones, las animará a hacer lo mismo. Defendemos los derechos soberanos de las naciones, nos oponemos a las incursiones de las organizaciones transnacionales más intrusivas que socavan la soberanía y apoyamos la reforma de estas instituciones para que favorezcan, en lugar de obstaculizar, la soberanía individual y sirvan a los intereses estadounidenses.
- Soberanía y respeto: Estados Unidos protegerá sin complejos su propia soberanía. Esto incluye impedir su erosión por parte de organizaciones transnacionales e internacionales, los intentos de potencias o entidades extranjeras de censurar nuestro discurso o restringir los derechos de libertad de expresión de nuestros ciudadanos, las operaciones de cabildeo e influencia que buscan orientar nuestras políticas o involucrarnos en conflictos extranjeros, y la manipulación cínica de nuestro sistema de inmigración para constituir bloques electorales leales a intereses extranjeros dentro de nuestro país. Estados Unidos trazará su propio camino en el mundo y determinará su propio destino, sin injerencias externas.
- Equilibrio de poderes: Estados Unidos no puede permitir que ninguna nación se vuelva tan dominante que pueda amenazar nuestros intereses. Trabajaremos con nuestros aliados y socios para mantener el equilibrio de poderes a nivel mundial y regional con el fin de impedir el surgimiento de adversarios dominantes. Del mismo modo que Estados Unidos rechaza el funesto concepto de dominación mundial para sí mismo, debemos impedir la dominación mundial, y en algunos casos incluso regional, de otros países. Esto no significa malgastar sangre y riqueza para reducir la influencia de todas las potencias mundiales grandes y medianas. La influencia desmesurada de las naciones más grandes, más ricas y más fuertes es una verdad atemporal de las relaciones internacionales. Esta realidad implica a veces trabajar con socios para contrarrestar las ambiciones que amenazan nuestros intereses comunes.
- Apoyo a los trabajadores estadounidenses: la política estadounidense favorecerá a los trabajadores, y no sólo al crecimiento, y dará prioridad a nuestros propios trabajadores. Debemos reconstruir una economía en la que la prosperidad se distribuya y se comparta ampliamente, y no se concentre en la cima o se localice en determinadas industrias o en algunas regiones de nuestro país.
- Equidad: desde las alianzas militares hasta las relaciones comerciales y más allá, Estados Unidos insistirá en que los demás países lo traten de manera equitativa. Ya no toleraremos, ni podemos permitirnos, el parasitismo, los desequilibrios comerciales, las prácticas económicas depredadoras y otros ataques a la buena voluntad histórica de nuestra nación que perjudican nuestros intereses. Del mismo modo que queremos que nuestros aliados sean ricos y competentes, nuestros aliados deben comprender que les conviene que Estados Unidos siga siendo igualmente rico y competente. En particular, esperamos que nuestros aliados dediquen una parte mucho mayor de su producto interior bruto (PIB) a su propia defensa, a fin de comenzar a compensar los enormes desequilibrios acumulados durante décadas de gasto mucho mayor por parte de Estados Unidos.
- Competencia y mérito: la prosperidad y la seguridad de Estados Unidos dependen del desarrollo y la promoción de la competencia. La competencia y el mérito se encuentran entre los mayores activos de nuestra civilización: cuando se contrata, se asciende y se honra a los mejores estadounidenses, la innovación y la prosperidad siguen su curso. Si se destruyera o se desalentara sistemáticamente la competencia, los complejos sistemas que damos por sentados —desde las infraestructuras hasta la seguridad nacional, pasando por la educación y la investigación— dejarían de funcionar. Si se sofocara el mérito, las ventajas históricas de Estados Unidos en los ámbitos de la ciencia, la tecnología, la industria, la defensa y la innovación se evaporarían. El éxito de las ideologías radicales que pretenden sustituir la competencia y el mérito por el estatus de grupo privilegiado haría que Estados Unidos fuera irreconocible e incapaz de defenderse. Al mismo tiempo, no podemos permitir que la meritocracia se utilice como justificación para abrir el mercado laboral estadounidense al mundo en nombre de la búsqueda de «talentos globales» que socavan a los trabajadores estadounidenses. En todos nuestros principios y acciones, Estados Unidos y los estadounidenses siempre deben ser lo primero.
2. Prioridades
- La era de la migración masiva ha terminado: las personas que un país acepta en su territorio, su número y su procedencia, definirán inevitablemente el futuro de esa nación. Todo país que se considere soberano tiene el derecho y el deber de definir su futuro. A lo largo de la historia, las naciones soberanas han prohibido la migración incontrolada y sólo han ofrecido la ciudadanía a unos pocos extranjeros, que además debían cumplir unos criterios exigentes. La experiencia de Occidente en las últimas décadas confirma esta sabiduría inmutable. En todos los países del mundo, la migración masiva ha puesto a prueba los recursos nacionales, ha aumentado la violencia y la delincuencia, ha debilitado la cohesión social, ha distorsionado los mercados laborales y ha comprometido la seguridad nacional. La era de la inmigración masiva debe llegar a su fin. La seguridad de las fronteras es el elemento principal de la seguridad nacional. Debemos proteger nuestro país contra las invasiones, no sólo contra la migración incontrolada, sino también contra amenazas transfronterizas como el terrorismo, las drogas, el espionaje y la trata de personas. Una frontera controlada por la voluntad del pueblo estadounidense y aplicada por su Gobierno es fundamental para la supervivencia de los Estados Unidos como república soberana.
- Protección de los derechos y libertades fundamentales: la misión del Gobierno estadounidense es garantizar los derechos naturales otorgados por Dios a los ciudadanos estadounidenses. Con este fin, los departamentos y agencias del Gobierno de los Estados Unidos han sido investidos de poderes formidables. Estos poderes nunca deben ser objeto de abuso, ya sea con el pretexto de la «desradicalización», la «protección de nuestra democracia» o cualquier otro pretexto. Cuando se abusa de estos poderes, los autores de dichos abusos deben rendir cuentas. En particular, los derechos a la libertad de expresión, a la libertad de religión y de conciencia, así como el derecho a elegir y dirigir nuestro gobierno común, son derechos fundamentales que nunca deben ser violados. En lo que respecta a los países que comparten, o pretenden compartir, estos principios, Estados Unidos abogará enérgicamente por que se respeten en su letra y en su espíritu. Nos opondremos a las restricciones antidemocráticas impuestas por las élites a las libertades fundamentales en Europa, en la anglosfera y en el resto del mundo democrático, en particular entre nuestros aliados.
- Reparto y transferencia de cargas: los días en que Estados Unidos sostenía por sí sólo el orden mundial como Atlas han quedado atrás. Entre nuestros numerosos aliados y socios, contamos con decenas de naciones ricas y sofisticadas que deben asumir la responsabilidad principal de sus regiones y contribuir mucho más a nuestra defensa colectiva. El presidente Trump ha establecido una nueva norma mundial con el compromiso de La Haya, que obliga a los países de la OTAN a dedicar el 5% de su PIB a la defensa y que nuestros aliados de la OTAN han aprobado y ahora deben cumplir. Siguiendo el enfoque del presidente Trump de pedir a los aliados que asuman la responsabilidad principal de sus regiones, Estados Unidos organizará una red de reparto de cargas, con nuestro Gobierno como organizador y apoyo. Este enfoque garantiza que las cargas se repartan y que todos estos esfuerzos gocen de una mayor legitimidad. El modelo consistirá en asociaciones específicas que utilicen herramientas económicas para armonizar los incentivos, compartir las cargas con aliados afines e insistir en reformas que afiancen la estabilidad a largo plazo. Esta claridad estratégica permitirá a Estados Unidos contrarrestar eficazmente las influencias hostiles y subversivas, evitando al mismo tiempo la sobreextensión y la dispersión de esfuerzos que han socavado los esfuerzos anteriores. Estados Unidos estará dispuesto a ayudar, posiblemente mediante un trato más favorable en materia comercial, de intercambio de tecnologías y de compras de defensa, a los países que acepten voluntariamente asumir más responsabilidades en materia de seguridad en su vecindad y alinear sus controles de exportación con los nuestros.
Realineamiento por la paz: la búsqueda de acuerdos de paz bajo la dirección del presidente, incluso en regiones y países periféricos a nuestros intereses fundamentales inmediatos, es una forma eficaz de aumentar la estabilidad, reforzar la influencia mundial de Estados Unidos, realinear a los países y regiones con nuestros intereses y abrir nuevos mercados. Los recursos necesarios se resumen en la diplomacia presidencial, que nuestra gran nación sólo puede adoptar con un liderazgo competente. Los dividendos —el fin de conflictos prolongados, vidas salvadas, nuevos amigos— pueden compensar con creces los costes relativamente menores en términos de tiempo y atención.
- Seguridad económica: por último, dado que la seguridad económica es fundamental para la seguridad nacional, nos esforzaremos por fortalecer aún más la economía estadounidense, haciendo hincapié en:
- El equilibrio comercial: Estados Unidos dará prioridad al reequilibrio de sus relaciones comerciales, la reducción de los déficits comerciales, la lucha contra las barreras a sus exportaciones y el fin del dumping y otras prácticas anticompetitivas que perjudican a las industrias y a los trabajadores estadounidenses. Buscamos acuerdos comerciales equitativos y recíprocos con las naciones que deseen comerciar con nosotros sobre la base del respeto y los beneficios mutuos. Pero nuestras prioridades deben ser y serán nuestros propios trabajadores, nuestras propias industrias y nuestra propia seguridad nacional.
- Garantizar el acceso a las cadenas de suministro y a los materiales esenciales: como argumentó Alexander Hamilton en los inicios de nuestra república, Estados Unidos nunca debe depender de una potencia extranjera para obtener los componentes esenciales —desde materias primas hasta piezas de repuesto y productos acabados— necesarios para la defensa o la economía del país. Debemos restablecer nuestro acceso independiente y fiable a los bienes que necesitamos para defendernos y preservar nuestro modo de vida. Para ello, será necesario ampliar el acceso de Estados Unidos a los minerales y materiales esenciales, al tiempo que se combaten las prácticas económicas depredadoras. Además, la comunidad de inteligencia supervisará las cadenas de suministro clave y los avances tecnológicos en todo el mundo para asegurarnos de que comprendemos y mitigamos las debilidades y amenazas que pesan sobre la seguridad y la prosperidad estadounidenses.
- Reindustrialización: el futuro pertenece a los fabricantes. Estados Unidos reindustrializará su economía, relocalizará la producción industrial en su territorio y fomentará y atraerá inversiones en nuestra economía y nuestra mano de obra, haciendo hincapié en los sectores tecnológicos críticos y emergentes que definirán el futuro. Lo conseguiremos mediante el uso estratégico de aranceles y nuevas tecnologías que fomenten la producción industrial generalizada en todos los rincones de nuestro país, mejoren el nivel de vida de los trabajadores estadounidenses y garanticen que nuestro país nunca más dependa de un adversario, actual o potencial, para obtener productos o componentes críticos.
- Reactivar nuestra base industrial de defensa: no puede existir un ejército fuerte y competente sin una base industrial de defensa fuerte y competente. La enorme brecha, puesta de manifiesto en los conflictos recientes, entre los drones y misiles de bajo coste y los costosos sistemas necesarios para defenderse de ellos ha puesto de relieve nuestra necesidad de cambiar y adaptarnos. Estados Unidos necesita una movilización nacional para innovar en materia de defensas potentes y de bajo coste, para producir a gran escala los sistemas y municiones más eficaces y modernos, y para relocalizar nuestras cadenas de suministro industriales de defensa. En particular, debemos proporcionar a nuestros combatientes toda la gama de capacidades, desde armas de bajo coste capaces de derrotar a la mayoría de los adversarios hasta los sistemas de alta gama más eficaces necesarios para un conflicto con un enemigo sofisticado. Y para hacer realidad la visión del presidente Trump de una paz basada en la fuerza, debemos actuar con rapidez. También fomentaremos la revitalización de las bases industriales de todos nuestros aliados y socios con el fin de reforzar la defensa colectiva.
- Dominio energético: el restablecimiento del dominio energético estadounidense (en los ámbitos del petróleo, el gas, el carbón y la energía nuclear) y la relocalización de los componentes energéticos clave necesarios constituyen una prioridad estratégica absoluta. Una energía barata y abundante permitirá crear puestos de trabajo bien remunerados en Estados Unidos, reducir los costes para los consumidores y las empresas estadounidenses, estimular la reindustrialización y contribuir a mantener nuestra ventaja en tecnologías punteras como la inteligencia artificial. El aumento de nuestras exportaciones netas de energía también nos permitirá profundizar nuestras relaciones con nuestros aliados y reducir la influencia de nuestros adversarios, proteger nuestra capacidad para defender nuestras costas y, cuando sea necesario, proyectar nuestro poder. Rechazamos las desastrosas ideologías del «cambio climático» y del «cero neto» que tanto han perjudicado a Europa, amenazan a Estados Unidos y subvencionan a nuestros adversarios. Preservar y reforzar el dominio del sector financiero estadounidense: Estados Unidos cuenta con los principales mercados financieros y bursátiles del mundo, que constituyen los pilares de la influencia estadounidense y ofrecen a los responsables políticos una importante influencia y herramientas para impulsar las prioridades de Estados Unidos en materia de seguridad nacional. Pero nuestra posición de liderazgo no puede darse por sentada. Preservar y reforzar nuestro dominio implica aprovechar nuestro dinámico sistema de libre mercado y nuestro liderazgo en finanzas digitales e innovación para garantizar que nuestros mercados sigan siendo los más dinámicos, líquidos y seguros, y continúen siendo la envidia del mundo entero.
3. Las regiones
Se ha convertido en algo habitual que documentos como este mencionen todas las regiones del mundo y todos los problemas, partiendo del principio de que cualquier omisión equivale a un punto ciego o a una afrenta. Como resultado, estos documentos se vuelven demasiado voluminosos y dispersos, todo lo contrario de lo que debería ser una estrategia.
Centrarse y establecer prioridades significa tomar decisiones, reconocer que no todo tiene la misma importancia para todo el mundo. Sin embargo, esto no significa que algunos pueblos, regiones o países sean intrínsecamente irrelevantes. Estados Unidos es, en todos los aspectos, la nación más generosa de la historia, pero no podemos permitirnos prestar la misma atención a todas las regiones y todos los problemas del mundo.
El objetivo de la política de seguridad nacional es la protección de los intereses nacionales fundamentales, y algunas prioridades trascienden las fronteras regionales. Por ejemplo, una actividad terrorista en una región por lo demás poco importante puede requerir nuestra atención inmediata. Pero pasar de esta necesidad a una atención sostenida en la periferia es un error.
A. Hemisferio occidental: el corolario de Trump a la doctrina Monroe
Tras años de negligencia, Estados Unidos reafirmará y aplicará la doctrina Monroe con el fin de restaurar la preeminencia estadounidense en el hemisferio occidental y proteger nuestro territorio y nuestro acceso a zonas geográficas clave en toda la región. Impedirá que los competidores no hemisféricos posicionen fuerzas u otras capacidades amenazantes, o que posean o controlen activos estratégicamente vitales en nuestro hemisferio. Este «corolario Trump» a la doctrina Monroe es una restauración sensata y firme del poder y las prioridades estadounidenses, de acuerdo con los intereses de seguridad de Estados Unidos.
Nuestros objetivos para el hemisferio occidental pueden resumirse así: «Reclutar y expandirnos».
Reclutaremos a nuestros amigos de larga data en el hemisferio para controlar la migración, poner fin al tráfico de drogas y reforzar la estabilidad y la seguridad en tierra y mar. Nos expandiremos cultivando y fortaleciendo nuevas alianzas, al tiempo que reforzamos el atractivo de nuestra propia nación como socio económico y de seguridad preferido en el hemisferio.
Reclutar
La política de reclutamiento de Estados Unidos debería centrarse en los líderes regionales capaces de contribuir a crear una estabilidad aceptable en la región, incluso más allá de sus fronteras. Estas naciones nos ayudarían, en particular, a poner fin a la migración ilegal y desestabilizadora, a neutralizar los cárteles, a deslocalizar la producción y a desarrollar las economías privadas locales. Recompensaremos y alentaremos a los gobiernos, partidos políticos y movimientos de la región que se alineen en gran medida con nuestros principios y nuestra estrategia. Sin embargo, no debemos descuidar a los gobiernos que tienen perspectivas diferentes, con los que, no obstante, compartimos intereses y que desean trabajar con nosotros.
Estados Unidos debe reconsiderar su presencia militar en el hemisferio occidental. Esto implica cuatro medidas evidentes:
- Un reajuste de nuestra presencia militar mundial para hacer frente a las amenazas urgentes en nuestro hemisferio, en particular las misiones identificadas en esta estrategia, y alejarnos de los teatros de operaciones cuya importancia relativa para la seguridad nacional estadounidense ha disminuido en las últimas décadas o años;
- Una presencia más adecuada de la Guardia Costera y la Marina para controlar las rutas marítimas, contrarrestar la migración ilegal y otras migraciones indeseables, reducir el tráfico de personas y drogas, y controlar las principales rutas de tránsito en caso de crisis;
- Despliegues específicos para asegurar la frontera y derrotar a los cárteles, incluyendo, si es necesario, el uso de la fuerza letal para sustituir la estrategia exclusiva de aplicación de la ley que ha fracasado en las últimas décadas; y
- El establecimiento o la ampliación del acceso a lugares de importancia estratégica.
Estados Unidos dará prioridad a la diplomacia comercial, con el fin de fortalecer su propia economía e industrias, utilizando los aranceles y los acuerdos comerciales recíprocos como herramientas poderosas. El objetivo es que nuestros países socios fortalezcan sus economías nacionales, mientras que un hemisferio occidental económicamente más fuerte y sofisticado se convierta en un mercado cada vez más atractivo para el comercio y las inversiones estadounidenses.
El fortalecimiento de las cadenas de suministro críticas en este hemisferio reducirá las dependencias y aumentará la resiliencia económica estadounidense. Los vínculos creados entre Estados Unidos y nuestros socios beneficiarán a ambas partes, al tiempo que dificultarán que los competidores no hemisféricos aumenten su influencia en la región. Y aunque damos prioridad a la diplomacia comercial, nos esforzaremos por fortalecer nuestras alianzas en materia de seguridad, ya sea mediante la venta de armas, el intercambio de información o la realización de ejercicios conjuntos.
Expandirse
A medida que profundizamos nuestras alianzas con los países con los que Estados Unidos mantiene actualmente relaciones sólidas, debemos buscar ampliar nuestra red en la región. Queremos que otras naciones nos consideren su socio preferido y las disuadiremos, por diversos medios, de colaborar con otros.
El hemisferio occidental alberga numerosos recursos estratégicos que Estados Unidos debería explotar en colaboración con sus aliados regionales, con el fin de aumentar la prosperidad de los países vecinos y de su propio país. El Consejo de Seguridad Nacional pondrá en marcha de inmediato un sólido proceso interinstitucional para encargar a las agencias, con el apoyo de la rama analítica de la Comunidad de Inteligencia, que identifiquen los puntos estratégicos y los recursos del hemisferio occidental con vistas a su protección y desarrollo conjunto con los socios regionales.
Los competidores del otro hemisferio han logrado avances importantes en el nuestro, tanto para perjudicarnos económicamente en el presente como para perjudicarnos estratégicamente en el futuro. Permitir estas incursiones sin una respuesta seria es otro gran error estratégico estadounidense de las últimas décadas.
Estados Unidos debe ocupar una posición preeminente en el hemisferio occidental para garantizar nuestra seguridad y prosperidad; esto nos permitirá afirmarnos con confianza en la región, en el momento y lugar adecuados. Los términos de nuestras alianzas y las condiciones en las que proporcionamos cualquier tipo de ayuda deben depender de la reducción de la influencia hostil exterior, ya sea el control de instalaciones militares, puertos e infraestructuras clave o la compra de activos estratégicos en sentido amplio.
Algunas influencias extranjeras serán difíciles de revertir, dadas las alineaciones políticas entre ciertos gobiernos latinoamericanos y ciertos actores extranjeros. Sin embargo, muchos gobiernos no están ideológicamente alineados con potencias extranjeras, sino que se sienten atraídos por la posibilidad de hacer negocios con ellas por otras razones, como los bajos costos y los menores obstáculos regulatorios. Estados Unidos ha logrado reducir la influencia exterior en el hemisferio occidental demostrando, de manera precisa, cuántos costos ocultos (en materia de espionaje, ciberseguridad, trampas de deuda y otros) son inherentes a la ayuda exterior supuestamente «barata». Debemos acelerar estos esfuerzos, en particular utilizando la influencia de Estados Unidos en los ámbitos financiero y tecnológico para animar a los países a rechazar esta ayuda.
En el hemisferio occidental, y en todo el mundo, Estados Unidos debe dejar claro que los bienes, servicios y tecnologías estadounidenses son una compra mucho mejor a largo plazo, ya que son de mejor calidad y no están sujetos a las mismas condiciones que la ayuda de otros países. Dicho esto, reformaremos nuestro propio sistema para acelerar las autorizaciones y concesiones de licencias, con el objetivo, una vez más, de convertirnos en el socio preferido. Todos los países deben elegir si quieren vivir en un mundo liderado por Estados Unidos, compuesto por países soberanos y economías libres, o en un mundo paralelo en el que están influenciados por países situados al otro lado del globo.
Todos los responsables estadounidenses que trabajan en la región o sobre ella deben estar perfectamente informados de todas las influencias externas perjudiciales, al tiempo que ejercen presión y ofrecen incentivos a los países socios para proteger nuestro hemisferio.
Para proteger eficazmente nuestro hemisferio, también es necesaria una colaboración más estrecha entre el Gobierno estadounidense y el sector privado estadounidense. Todas nuestras embajadas deben ser conscientes de las importantes oportunidades comerciales que existen en sus países, en particular los grandes contratos gubernamentales. Todos los funcionarios estadounidenses que interactúan con estos países deben comprender que parte de su trabajo consiste en ayudar a las empresas estadounidenses a ser competitivas y tener éxito.
El Gobierno de los Estados Unidos identificará las oportunidades estratégicas de adquisición e inversión para las empresas estadounidenses en la región y las someterá a la evaluación de todos los programas de financiación del Gobierno de los Estados Unidos, incluidos, entre otros, los del Departamento de Estado, el Departamento de Guerra, el Departamento de Energía, la Administración de Pequeñas Empresas, la Corporación Financiera Internacional para el Desarrollo, el Banco de Exportación e Importación y la Corporación del Desafío del Milenio. También debemos asociarnos con los gobiernos y las empresas regionales para construir infraestructuras energéticas escalables y resilientes, invertir en el acceso a minerales críticos y reforzar las redes de comunicación cibernéticas existentes y futuras que aprovechan al máximo el potencial estadounidense en materia de cifrado y seguridad. Las entidades gubernamentales estadounidenses mencionadas anteriormente deben utilizarse para financiar parte de los costes de compra de productos estadounidenses en el extranjero.
Estados Unidos también debe resistir y revocar medidas como los impuestos selectivos, las regulaciones desleales y las expropiaciones que perjudican a las empresas estadounidenses. Los términos de nuestros acuerdos, en particular con los países que más dependen de nosotros y sobre los que, por lo tanto, tenemos más influencia, deben ser contratos de proveedor único para nuestras empresas. Al mismo tiempo, debemos hacer todo lo posible para expulsar a las empresas extranjeras que construyen infraestructuras en la región.
B. Asia: ganar el futuro económico, prevenir los enfrentamientos militares
Gobernar desde una posición de fuerza
El presidente Trump, por sí solo, ha derribado más de tres décadas de suposiciones erróneas de Estados Unidos sobre China: creer que al abrir nuestros mercados a China, alentar a las empresas estadounidenses a invertir en China y externalizar nuestra producción a China, facilitaríamos la entrada de China en lo que se denomina «el orden internacional basado en normas». Esto no ha sucedido. China se ha vuelto rica y poderosa, y ha utilizado estas dos características en su beneficio. Las élites estadounidenses, a lo largo de cuatro administraciones sucesivas de ambos partidos políticos, han facilitado deliberadamente la estrategia de China o se han negado a ver la realidad.
La región indopacífica ya representa casi la mitad del PIB mundial en términos de paridad de poder adquisitivo (PPA) y un tercio en términos de PIB nominal. Esta proporción aumentará a lo largo del siglo XXI. Esto significa que la región indopacífica es ya y seguirá siendo uno de los principales escenarios de confrontación económica y geopolítica del siglo que viene. Para prosperar en nuestro país, debemos ser competitivos allí, y eso es lo que estamos haciendo. El presidente Trump firmó importantes acuerdos durante sus viajes en octubre de 2025, que refuerzan aún más nuestros sólidos lazos en los ámbitos del comercio, la cultura, la tecnología y la defensa, y reafirman nuestro compromiso con una región indopacífica libre y abierta.
Estados Unidos cuenta con importantes bazas —la economía y el ejército más poderosos del mundo, una innovación puntera, un poder blando sin igual y una tradición histórica de apoyo a nuestros aliados y socios— que nos permiten ser competitivos. El presidente Trump está estableciendo alianzas y reforzando las asociaciones en la región indopacífica que constituirán la base de la seguridad y la prosperidad a largo plazo.
Economía: el reto definitivo
Desde la reapertura de la economía china al mundo en 1979, las relaciones comerciales entre nuestros dos países han sido y siguen siendo fundamentalmente desequilibradas. Lo que comenzó como una relación entre una economía madura y rica y uno de los países más pobres del mundo se ha convertido en una relación entre dos países casi iguales, aunque, hasta hace muy poco, la posición de Estados Unidos se concebía en términos del pasado.
China se ha adaptado al cambio en la política arancelaria estadounidense iniciado en 2017, en parte reforzando su control sobre las cadenas de suministro, especialmente en los países de ingresos bajos y medios (es decir, aquellos con un PIB per cápita inferior o igual a 13.800 dólares), que constituirán uno de los principales campos de batalla económicos de las próximas décadas. Las exportaciones chinas a los países de bajos ingresos se duplicaron entre 2020 y 2024. Estados Unidos importa productos chinos de forma indirecta a través de fábricas construidas por China en una docena de países, entre ellos México. Las exportaciones chinas a los países de bajos ingresos son hoy casi cuatro veces superiores a las destinadas a Estados Unidos. Cuando el presidente Trump asumió el cargo en 2017, las exportaciones chinas a Estados Unidos representaban el 4% de su PIB, pero desde entonces han caído a poco más del 2% de su PIB. Sin embargo, China sigue exportando a Estados Unidos a través de otros países.
En el futuro, reequilibraremos las relaciones económicas entre Estados Unidos y China, dando prioridad a la reciprocidad y la equidad para restaurar la independencia económica estadounidense. El comercio con China debe ser equilibrado y centrarse en factores no críticos. Si Estados Unidos mantiene su trayectoria de crecimiento y logra mantenerla al tiempo que mantiene relaciones económicas verdaderamente mutuamente beneficiosas con Pekín, nuestra economía debería pasar de 30 billones de dólares en 2025 a 40 billones de dólares en la década de 2030, lo que situaría a nuestro país en una posición envidiable para mantener su estatus como primera economía mundial. Nuestro objetivo final es sentar las bases para una vitalidad económica a largo plazo.
Es importante señalar que esto debe ir acompañado de una atención constante y continua a la disuasión para prevenir cualquier guerra en la región indopacífica. Este enfoque combinado puede convertirse en un círculo virtuoso, ya que una fuerte disuasión estadounidense allana el camino para una acción económica más disciplinada, mientras que una acción económica más disciplinada conduce a un aumento de los recursos estadounidenses para mantener la disuasión a largo plazo.
Para lograrlo, hay varios elementos que son esenciales.
En primer lugar, Estados Unidos debe proteger y defender nuestra economía y nuestra población contra cualquier perjuicio, independientemente de su origen o país de procedencia. Esto significa, en particular, poner fin a:
- las subvenciones depredadoras y las estrategias industriales dirigidas por el Estado;
- las prácticas comerciales desleales;
- la destrucción de puestos de trabajo y la desindustrialización;
- el robo a gran escala de propiedad intelectual y el espionaje industrial;
- las amenazas contra nuestras cadenas de suministro que pueden comprometer el acceso de Estados Unidos a recursos esenciales, en particular minerales y tierras raras;
- las exportaciones de precursores del fentanilo que alimentan la epidemia de opioides en América; y
- la propaganda, las operaciones de influencia y otras formas de subversión cultural.
En segundo lugar, Estados Unidos debe trabajar con sus aliados y socios signatarios de tratados, que en conjunto añaden 35 billones de dólares adicionales al poderío económico de nuestra economía nacional de 30 billones de dólares (que en conjunto representan más de la mitad de la economía mundial) —para contrarrestar las prácticas económicas depredadoras y utilizar nuestro poder económico combinado para ayudar a preservar nuestra posición de liderazgo en la economía mundial y garantizar que las economías aliadas no se conviertan en subordinadas de una potencia competidora—. Debemos seguir mejorando nuestras relaciones comerciales (y de otro tipo) con la India para animar a Nueva Delhi a contribuir a la seguridad de la región indopacífica, en particular mediante la cooperación cuatripartita continua con Australia, Japón y Estados Unidos («el Quad»). Además, también nos esforzaremos por alinear las acciones de nuestros aliados y socios con nuestro interés común de impedir el dominio de una sola nación competidora.
Al mismo tiempo, Estados Unidos debe invertir en investigación para preservar y reforzar nuestra ventaja en tecnologías militares y de doble uso avanzadas, centrándonos en los ámbitos en los que las ventajas estadounidenses son más pronunciadas. Entre ellos se incluyen los ámbitos submarino, espacial y nuclear, así como otros que determinarán el futuro del poder militar, como la inteligencia artificial, la informática cuántica y los sistemas autónomos, sin olvidar la energía necesaria para alimentar estos ámbitos.
Además, las relaciones cruciales que el Gobierno estadounidense mantiene con el sector privado estadounidense contribuyen a mantener la vigilancia de las amenazas persistentes que se ciernen sobre las redes estadounidenses, incluidas las infraestructuras críticas. Esto permite al Gobierno estadounidense llevar a cabo operaciones de detección, atribución y respuesta en tiempo real (es decir, la defensa de las redes y las ciberoperaciones ofensivas), al tiempo que protege la competitividad de la economía estadounidense y refuerza la resiliencia del sector tecnológico estadounidense. La mejora de estas capacidades también requerirá una desregulación considerable para seguir mejorando nuestra competitividad, estimular la innovación y aumentar el acceso a los recursos naturales estadounidenses. Al hacerlo, debemos aspirar a restablecer un equilibrio militar favorable a Estados Unidos y a nuestros aliados en la región.
Además de mantener su preeminencia económica y consolidar su sistema de alianzas en un grupo económico, Estados Unidos debe llevar a cabo una acción diplomática y económica enérgica, liderada por el sector privado, en los países donde se prevé que se produzca la mayor parte del crecimiento económico mundial en las próximas décadas.
La diplomacia «America First» tiene como objetivo reequilibrar las relaciones comerciales mundiales. Hemos dejado claro a nuestros aliados que el déficit por cuenta corriente de Estados Unidos no es sostenible. Debemos animar a Europa, Japón, Corea, Australia, Canadá, México y otras naciones importantes a adoptar políticas comerciales que contribuyan a reequilibrar la economía china a favor del consumo de los hogares, ya que el sudeste asiático, América Latina y Oriente Medio no pueden absorber por sí solos el enorme exceso de capacidad de China. Los países exportadores de Europa y Asia también pueden recurrir a los países de ingresos medios, que constituyen un mercado limitado pero en rápido crecimiento para sus exportaciones.
Las empresas chinas dirigidas y respaldadas por el Estado destacan en la construcción de infraestructuras físicas y digitales, y China ha reciclado alrededor de 1,3 billones de dólares de sus superávits comerciales en forma de préstamos a sus socios comerciales. Estados Unidos y sus aliados aún no han elaborado, y mucho menos aplicado, un plan común para lo que se denomina el «Sur Global», pero juntos poseen recursos considerables. Europa, Japón, Corea del Sur y otros países poseen activos extranjeros netos por valor de 7 billones de dólares. Las instituciones financieras internacionales, incluidos los bancos multilaterales de desarrollo, poseen activos combinados por valor de 1,5 billones de dólares. Si bien la desviación de sus misiones ha socavado la eficacia de algunas de estas instituciones, la actual administración está decidida a utilizar su posición de liderazgo para aplicar reformas que garanticen que sirvan a los intereses estadounidenses.
Lo que diferencia a Estados Unidos del resto del mundo —nuestra apertura, nuestra transparencia, nuestra fiabilidad, nuestro compromiso con la libertad y la innovación, y nuestro capitalismo de libre mercado— seguirá haciéndonos el socio mundial preferido. Estados Unidos sigue ocupando una posición dominante en las tecnologías clave que el mundo necesita. Debemos ofrecer a nuestros socios una serie de incentivos —por ejemplo, la cooperación en el ámbito de las altas tecnologías, las compras en el ámbito de la defensa y el acceso a nuestros mercados financieros— que inclinarán la balanza a nuestro favor.
Las visitas de Estado del presidente Trump a los países del Golfo Pérsico en mayo de 2025 demostraron el poder y el atractivo de la tecnología estadounidense. El presidente obtuvo el apoyo de los Estados del Golfo a la tecnología estadounidense superior en materia de inteligencia artificial, reforzando así nuestras alianzas. Del mismo modo, Estados Unidos debería reunir a sus aliados y socios europeos y asiáticos, incluida la India, para consolidar y mejorar sus posiciones comunes en el hemisferio occidental y, en lo que respecta a los minerales críticos, en África. Deberían formar coaliciones que aprovechen sus ventajas comparativas en materia de finanzas y tecnología para desarrollar mercados de exportación con los países cooperantes. Los socios económicos de Estados Unidos ya no deberían esperar obtener ingresos de Estados Unidos gracias al exceso de capacidad y los desequilibrios estructurales, sino buscar el crecimiento mediante una cooperación gestionada vinculada a una alineación estratégica y beneficiándose de las inversiones estadounidenses a largo plazo.
Con los mercados financieros más profundos y eficientes del mundo, Estados Unidos puede ayudar a los países de bajos ingresos a desarrollar sus propios mercados financieros y a vincular más estrechamente sus monedas al dólar, garantizando así el futuro del dólar como moneda de reserva mundial.
Nuestras mayores bazas siguen siendo nuestro sistema de gobierno y nuestra dinámica economía de libre mercado. Sin embargo, no podemos dar por sentado que las ventajas de nuestro sistema prevalecerán automáticamente. Por lo tanto, es esencial una estrategia de seguridad nacional.
Disuadir las amenazas militares
A largo plazo, mantener la preeminencia económica y tecnológica de Estados Unidos es la forma más segura de disuadir y prevenir un conflicto militar a gran escala.
Un equilibrio militar convencional favorable sigue siendo un elemento esencial de la competencia estratégica. Como es lógico, se presta mucha atención a Taiwán, en parte debido al dominio de Taiwán en la producción de semiconductores, pero sobre todo porque Taiwán ofrece acceso directo a la segunda cadena de islas y divide el noreste y el sudeste asiático en dos teatros distintos. Dado que un tercio del tráfico marítimo mundial pasa cada año por el mar de China Meridional, esto tiene importantes implicaciones para la economía estadounidense. Por lo tanto, es prioritario disuadir cualquier conflicto en torno a Taiwán, idealmente manteniendo la superioridad militar. También mantendremos nuestra política declarada desde hace mucho tiempo sobre Taiwán, lo que significa que Estados Unidos no apoya ningún cambio unilateral del statu quo en el estrecho de Taiwán.
Construiremos un ejército capaz de repeler cualquier agresión, dondequiera que se produzca, en la primera cadena de islas. Pero el ejército estadounidense no puede, ni debe, hacerlo solo. Nuestros aliados deben movilizarse y gastar —y, sobre todo, actuar— mucho más en defensa colectiva. Los esfuerzos diplomáticos de Estados Unidos deben centrarse en presionar a nuestros aliados y socios de la primera cadena de islas para que concedan al ejército estadounidense un mayor acceso a sus puertos y otras instalaciones, gasten más en su propia defensa y, sobre todo, inviertan en capacidades destinadas a disuadir cualquier agresión. Esto permitirá vincular las cuestiones de seguridad marítima a lo largo de la primera cadena de islas, al tiempo que se refuerza la capacidad de Estados Unidos y sus aliados para contrarrestar cualquier intento de apoderarse de Taiwán, o cualquier equilibrio de fuerzas tan desfavorable para nosotros que imposibilite la defensa de esta isla.
Otro reto relacionado con la seguridad es la posibilidad de que cualquier competidor controle el mar de China Meridional. Esto podría permitir a una potencia potencialmente hostil imponer un sistema de peaje en una de las rutas comerciales más importantes del mundo o, lo que es peor, cerrarla y reabrirla a su antojo. Cualquiera de estos dos resultados sería perjudicial para la economía estadounidense y los intereses generales de Estados Unidos. Es necesario elaborar medidas enérgicas, así como los medios de disuasión necesarios para mantener estas rutas abiertas, libres de «peajes» y no sujetas a un cierre arbitrario por iniciativa de un solo país. Esto requerirá no sólo inversiones adicionales en nuestras capacidades militares, en particular navales, sino también una estrecha cooperación con todos los países que podrían verse afectados, desde la India hasta Japón y más allá, si no se resuelve este problema.
Dada la insistencia del presidente Trump en que Japón y Corea del Sur asuman una mayor parte de la responsabilidad, debemos instar a estos países a que aumenten su gasto en defensa, haciendo hincapié en las capacidades, incluidas las nuevas, necesarias para disuadir a los adversarios y proteger la primera cadena de islas. También reforzaremos nuestra presencia militar en el Pacífico occidental, al tiempo que instamos a Taiwán y Australia a aumentar su gasto en defensa, como hemos venido haciendo hasta ahora.
Para prevenir los conflictos, debemos adoptar una postura vigilante en la región indopacífica, renovar la base industrial de defensa, aumentar las inversiones militares por nuestra parte y por parte de nuestros aliados y socios, y ganar la competencia económica y tecnológica a largo plazo.
C. Promover la grandeza de Europa
Los responsables estadounidenses han adquirido la costumbre de considerar los problemas europeos desde el punto de vista de la insuficiencia del gasto militar y el estancamiento económico. Hay razones para adoptar este enfoque, pero los verdaderos problemas de Europa son aún más profundos.
Europa continental ha perdido cuota del PIB mundial, pasando del 25% en 1990 al 14% en la actualidad, en parte debido a las regulaciones nacionales y transnacionales que socavan la creatividad y el espíritu emprendedor.
Este declive económico se ve eclipsado por la perspectiva real y más sombría de un desvanecimiento civilizacional. Entre los problemas más importantes a los que se enfrenta Europa se encuentran las actividades de la Unión Europea y otros organismos transnacionales que socavan la libertad política y la soberanía, las políticas migratorias que transforman el continente y crean conflictos, la censura de la libertad de expresión y la represión de la oposición política, el colapso de las tasas de natalidad y la pérdida de las identidades nacionales y la confianza en sí mismos.
Si las tendencias actuales continúan, el continente será irreconocible dentro de veinte años o menos. En estas condiciones, no es nada evidente que algunos países europeos dispongan de una economía y un ejército lo suficientemente sólidos como para seguir siendo aliados fiables. Muchas de estas naciones están redoblando actualmente sus esfuerzos en la vía que han emprendido. Queremos que Europa siga siendo europea, que recupere la confianza en su civilización y que abandone su obsesión por una regulación asfixiante.
Esta falta de confianza en sí misma es especialmente evidente en las relaciones de Europa con Rusia. Los aliados europeos disfrutan de una ventaja significativa en términos de poderío militar frente a Rusia en casi todos los ámbitos, excepto en el de las armas nucleares. Tras la guerra librada por Rusia en Ucrania, las relaciones entre Europa y Rusia se han debilitado profundamente, y muchos europeos consideran a Rusia una amenaza existencial. La gestión de las relaciones entre Europa y Rusia requerirá un importante compromiso diplomático por parte de Estados Unidos, tanto para restablecer las condiciones de estabilidad estratégica en el continente euroasiático como para mitigar el riesgo de conflicto entre Rusia y los Estados europeos.
Es de interés fundamental para Estados Unidos negociar un rápido cese de las hostilidades en Ucrania, con el fin de estabilizar las economías europeas, impedir una escalada o una extensión involuntaria de la guerra, restablecer la estabilidad estratégica con Rusia y permitir la reconstrucción de Ucrania tras las hostilidades para que pueda sobrevivir como Estado viable.
La guerra en Ucrania ha tenido el efecto perverso de aumentar la dependencia exterior de Europa, en particular de Alemania. Hoy, las empresas químicas alemanas están construyendo en China algunas de las mayores plantas de transformación del mundo, que utilizan gas ruso que los alemanes no pueden obtener en su país. La administración Trump está en desacuerdo con los responsables europeos que tienen expectativas poco realistas sobre la guerra, ya que estos líderes se atrincheran en gobiernos minoritarios inestables, muchos de los cuales violan los principios fundamentales de la democracia para reprimir a la oposición. Una amplia mayoría de los europeos desea la paz, pero este deseo no se traduce en políticas, en gran parte debido a la subversión de los procesos democráticos por parte de estos gobiernos. Esto reviste una importancia estratégica para Estados Unidos, precisamente porque los Estados europeos no pueden reformarse si están sumidos en una crisis política.
Sin embargo, Europa sigue siendo estratégica y culturalmente vital para Estados Unidos. El comercio transatlántico sigue siendo uno de los pilares de la economía mundial y de la prosperidad estadounidense. Los sectores europeos, desde la industria manufacturera hasta la tecnología y la energía, siguen siendo algunos de los más sólidos del mundo. Europa alberga instituciones culturales de primer orden y centros de investigación científica de vanguardia. No sólo no podemos permitirnos dar por perdida a Europa, sino que hacerlo iría en contra de los objetivos de esta estrategia.
La diplomacia estadounidense debe seguir defendiendo la democracia auténtica, la libertad de expresión y la celebración sin complejos del carácter y la historia propios de cada nación europea. Estados Unidos anima a sus aliados políticos en Europa a promover este renacimiento espiritual, y la creciente influencia de los partidos patrióticos europeos es, en efecto, motivo de gran optimismo.
Nuestro objetivo debe ser ayudar a Europa a corregir su trayectoria actual. Necesitaremos una Europa fuerte que nos ayude a ser competitivos y que trabaje con nosotros para impedir que ningún adversario domine Europa.
Estados Unidos tiene, naturalmente, un vínculo sentimental con el continente europeo y, por supuesto, con Gran Bretaña e Irlanda. El carácter de estos países también es importante desde el punto de vista estratégico, ya que contamos con aliados creativos, competentes, seguros de sí mismos y democráticos para establecer condiciones de estabilidad y seguridad. Queremos trabajar con países alineados que deseen recuperar su antigua grandeza.
A largo plazo, es más que plausible que, en unas décadas como máximo, algunos miembros de la OTAN pasen a ser mayoritariamente no europeos. En este sentido, queda abierta la cuestión de si considerarán su lugar en el mundo, o su alianza con Estados Unidos, de la misma manera que los que firmaron la carta de la OTAN.
Nuestra política general para Europa debería dar prioridad a los siguientes elementos:
• Restablecer las condiciones de estabilidad en Europa y la estabilidad estratégica con Rusia;
• Permitir que Europa vuele con sus propias alas y funcione como un grupo de naciones soberanas alineadas, en particular haciéndola asumir principalmente la responsabilidad de su propia defensa, sin estar dominada por una potencia adversaria;
• Cultivar, dentro de las naciones europeas, la resistencia a la trayectoria actual de Europa;
• Abrir los mercados europeos a los bienes y servicios estadounidenses y garantizar un trato justo a los trabajadores y las empresas estadounidenses;
• Fortalecer las naciones sanas de Europa Central, Oriental y Meridional mediante vínculos comerciales, ventas de armas, colaboración política e intercambios culturales y educativos;
• Poner fin a la percepción, e impedir la realidad, de la OTAN como una alianza en perpetua expansión; y
• Alentar a Europa a tomar medidas para combatir el exceso de capacidad mercantilista, el robo de tecnología, el ciberespionaje y otras prácticas económicas hostiles.
D. Oriente Medio: transferir cargas, construir la paz
Durante al menos medio siglo, la política exterior estadounidense ha dado prioridad a Oriente Medio frente a todas las demás regiones. Las razones son evidentes: durante décadas, Oriente Medio ha sido el mayor proveedor de energía del mundo, el principal escenario de la competencia entre las superpotencias y el teatro de conflictos que amenazaban con extenderse al resto del mundo e incluso al territorio estadounidense.
Hoy, al menos dos de estas dinámicas han desaparecido. El suministro energético se ha diversificado considerablemente y Estados Unidos ha vuelto a ser un exportador neto de energía. La rivalidad entre superpotencias ha dado paso a una lucha de influencia entre grandes potencias, en la que Estados Unidos sigue ocupando la posición más envidiable, reforzada por la revitalización lograda por el presidente Trump de nuestras alianzas en el Golfo, con otros socios árabes y con Israel.
Los conflictos siguen siendo la dinámica más problemática en Oriente Medio, pero este problema es hoy menos grave de lo que los titulares podrían hacer creer. Irán, la principal fuerza desestabilizadora de la región, se ha visto considerablemente debilitado por las acciones israelíes desde el 7 de octubre de 2023 y por la operación Midnight Hammer llevada a cabo por el presidente Trump en junio de 2025, que ha debilitado considerablemente el programa nuclear iraní. El conflicto entre Israel y Palestina sigue siendo espinoso, pero gracias al alto el fuego y a la liberación de los rehenes negociados por el presidente Trump, se han logrado avances hacia una paz más duradera. Los principales apoyos de Hamás se han debilitado o se han retirado. Siria sigue siendo un problema potencial, pero con el apoyo de Estados Unidos, los países árabes, Israel y Turquía, podría estabilizarse y recuperar el lugar que le corresponde como actor integral y positivo en la región.
A medida que esta administración derogue o flexibilice las políticas energéticas restrictivas y aumente la producción energética estadounidense, la razón histórica por la que Estados Unidos se centra en Oriente Medio irá desapareciendo. Por el contrario, la región se convertirá cada vez más en una fuente y un destino de inversiones internacionales en sectores mucho más amplios que el petróleo y el gas, como la energía nuclear, la inteligencia artificial y las tecnologías de defensa. También podemos trabajar con nuestros socios de Oriente Medio para promover otros intereses económicos, ya sea para garantizar la seguridad de las cadenas de suministro o para reforzar las oportunidades de desarrollar mercados abiertos y favorables en otras partes del mundo, como África.
Los socios de Oriente Medio están demostrando su compromiso con la lucha contra el radicalismo, una tendencia que la política estadounidense debería seguir fomentando. Para ello, será necesario abandonar la errónea práctica de Estados Unidos de intimidar a estas naciones, en particular a las monarquías del Golfo, para que renuncien a sus tradiciones y formas históricas de gobierno. Debemos fomentar y aplaudir las reformas cuando surgen de forma orgánica, sin intentar imponerlas desde fuera. La clave para una relación fructífera con Oriente Medio es aceptar la región, sus líderes y sus naciones tal y como son, al tiempo que se colabora en ámbitos de interés común.
Estados Unidos siempre tendrá un interés fundamental en garantizar que los suministros energéticos del Golfo no caigan en manos de un enemigo declarado, que el estrecho de Ormuz permanezca abierto, que el mar Rojo siga siendo navegable, que la región no sea una incubadora o exportadora de terrorismo contra los intereses estadounidenses o el territorio estadounidense, y que Israel siga estando seguro. Podemos y debemos hacer frente a esta amenaza en el plano ideológico y militar, sin embarcarnos en décadas de guerras infructuosas de «reconstrucción nacional» (nation-building). También tenemos un interés evidente en ampliar los acuerdos de Abraham a otros países de la región y a otros países del mundo musulmán.
Pero la época en la que Oriente Medio dominaba la política exterior estadounidense, tanto en la planificación a largo plazo como en la ejecución diaria, ha quedado felizmente atrás, no porque Oriente Medio haya dejado de ser importante, sino porque ya no es la fuente constante de irritación y catástrofe inminente que era antes. Más bien parece un lugar de colaboración, amistad e inversión, una tendencia que debe ser acogida con satisfacción y fomentada. De hecho, la capacidad del presidente Trump para unir al mundo árabe en Sharm el-Sheikh en la búsqueda de la paz y la normalización permitirá a Estados Unidos dar por fin prioridad a los intereses estadounidenses.
E. África
Durante demasiado tiempo, la política estadounidense en África se ha centrado en la difusión y, posteriormente, en la expansión de la ideología liberal. En cambio, Estados Unidos debería tratar de asociarse con determinados países para apaciguar los conflictos, fomentar relaciones comerciales mutuamente beneficiosas y pasar de un paradigma de ayuda exterior a uno de inversión y crecimiento capaz de explotar los abundantes recursos naturales y el potencial económico latente de África.
Las posibilidades de compromiso podrían incluir la negociación de acuerdos para resolver los conflictos en curso (por ejemplo, República Democrática del Congo-Ruanda, Sudán) y prevenir nuevos conflictos (por ejemplo, Etiopía-Eritrea-Somalia), así como medidas para modificar nuestro enfoque en materia de ayuda e inversión (por ejemplo, la Ley de Crecimiento y Oportunidades para África). También debemos permanecer alerta ante el resurgimiento de las actividades terroristas islamistas en algunas regiones de África, evitando al mismo tiempo cualquier presencia o compromiso estadounidense a largo plazo.
Estados Unidos debería pasar de una relación con África centrada en la ayuda a una relación centrada en el comercio y la inversión, dando prioridad a las asociaciones con Estados competentes y fiables que se comprometan a abrir sus mercados a los bienes y servicios estadounidenses. El sector energético y el desarrollo de minerales críticos son áreas de inversión inmediatas para Estados Unidos en África, con buenas perspectivas de rendimiento de la inversión. El desarrollo de tecnologías respaldadas por Estados Unidos en los ámbitos de la energía nuclear, el gas licuado de petróleo y el gas natural licuado puede generar beneficios para las empresas estadounidenses y ayudarnos en la competencia por los minerales esenciales y otros recursos.