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Cuando desencadenó su guerra comercial, Donald Trump pensaba que tenía todas las «cartas» en la mano para llevar a cabo su proyecto de depredación del mundo. Pero el presidente estadounidense había subestimado a China.
Para entender por qué, hay que abandonar el terreno de los aranceles, que no son más que el telón de fondo de la actual gira de Trump por Asia.
Eclipsada por la ruidosa guerra comercial, la batalla —más discreta— por el control de la innovación es, en realidad, el verdadero objetivo del viaje de la administración estadounidense.
Y con razón: determinará cuál de las dos superpotencias podrá, en el futuro, apropiarse de los extraordinarios beneficios y del poder político extraterritorial que se derivan de la superioridad tecnológica mundial.
Lejos de ser un simple tema sectorial, la guerra de sanciones tecnológicas entre China y Estados Unidos se centra en el control de la infraestructura digital de la economía mundial.
Este enfrentamiento podría provocar un cambio duradero en el equilibrio de poder global.
La posición estratégica de la infraestructura digital
Para comprender la importancia central de las tecnologías de la información y la comunicación en el mundo contemporáneo, resulta instructivo hacer un repaso de la historia de la innovación.
Esta nos enseña que, durante cincuenta o sesenta años, un tipo de tecnología —la tecnología paradigmática— se distingue de las demás por su capacidad para impulsar ganancias de productividad no solo en su sector de origen, sino en toda la economía. Durante la mayor parte del siglo XX, el petróleo y el automóvil irrigaron todo el tejido económico.
Esta historia también indica que el agotamiento del paradigma tecnoeconómico predominante abre el camino para su sustitución por otro.
Los cambios de paradigma producen así oportunidades excepcionales que pueden permitir a los países tecnológicamente atrasados dar un gran salto adelante. De hecho, dado que el desarrollo tecnológico es un proceso acumulativo, los rezagados siempre van por detrás de los países precursores del momento en que se permanece en el mismo paradigma; pero tan pronto como surge un nuevo paradigma, la ventaja en competencias y conocimientos, en ingeniería y en equipos asociados, acumulada por los precursores durante el paradigma anterior, pierde gran parte de su valor. La implantación de un nuevo paradigma crea, por tanto, una situación muy poco habitual: los rezagados pueden entonces impulsarse hasta la frontera del conocimiento y esperar superar a los precursores históricos.
El auge de China coincide con un momento tan decisivo.
A partir de la década de 1980 se instala el nuevo paradigma tecnoeconómico encarnado por las tecnologías de la información y la comunicación.
Después de esperar en vano a que las empresas extranjeras compartieran sus avances en el nuevo paradigma con las empresas nacionales, las autoridades chinas cambian radicalmente de estrategia a mediados de la década de 2000.
En 2006 pusieron en marcha el plan de desarrollo de tecnologías nacionales: en lugar de apostar por la volatilidad del mercado, se centraron explícitamente en tecnologías prioritarias y aplicaron un marco público global para garantizar un rápido crecimiento.
El resultado fue espectacular.
En veinte años, China pasó de ser un enano a un gigante tecnológico. Además de identificar las condiciones en las que un rezagado puede alcanzar la vanguardia tecnológica, comprender la historia de la innovación como una sucesión de paradigmas tecnoeconómicos permite asimilar la tecnología paradigmática a una infraestructura. En esta concepción, la infraestructura trasciende el ámbito tradicional —el de las infraestructuras físicas, como las antenas y los cables submarinos, que desempeñan un papel importante en la batalla tecnológica actual— para abarcar también cualquier dispositivo que facilite de forma centralizada la realización de transacciones.
Eclipsada por la ruidosa guerra comercial, la batalla —más discreta— por el control de la innovación es, en realidad, el verdadero objetivo del viaje de la administración estadounidense.
Benjamin Bürbaumer
Al asociar la tecnología paradigmática a una infraestructura, se hace plenamente visible la inmensidad del reto que supone la batalla tecnológica entre China y Estados Unidos.
De hecho, la oferta y la demanda no se encuentran por arte de magia en la economía mundial. Este encuentro presupone la existencia de infraestructuras que, debido a su naturaleza centralizada, son posibles cuellos de botella.
Ahora bien, el control de la infraestructura ofrece una triple ventaja que China disputa actualmente a Estados Unidos en múltiples ámbitos, entre ellos el digital. En primer lugar, el control de la infraestructura digital es fuente de beneficios extraordinarios, como atestigua ampliamente la bibliografía científica sobre las cadenas de valor globales. 1 En segundo lugar, es garantía de poder político extraterritorial, que es precisamente lo que pretenden explotar las actuales sanciones tecnológicas de Estados Unidos contra China. Por último, el control de la infraestructura implica una dimensión de sostenibilidad: una vez establecida, la infraestructura configura las transacciones durante décadas. Por lo tanto, la magnitud de los beneficios extraordinarios y del poder extraterritorial se multiplica con el tiempo.
Estas tres dimensiones del control de las infraestructuras hacen que la batalla digital sea triplemente importante.
Encerrar a China en una posición de rezagada: el software de la estrategia extraterritorial de Washington
Por esta razón, a pesar de sus diferencias, los presidentes estadounidenses desde Barack Obama nunca han eliminado las sanciones tecnológicas contra China impuestas por sus predecesores: siempre las han radicalizado.
La constancia de Washington responde a una lógica simple: privar a las empresas chinas, mediante una palanca extraterritorial, de las tecnologías clave para el diseño y la fabricación de chips, con el fin de condenarlas a permanecer confinadas en el estatus de proveedores de gama baja.
Dado que Silicon Valley ocupa la cima de la cadena de valor digital, la medida parecía eficaz y poco arriesgada: en el peor de los casos, las empresas digitales estadounidenses perderían algunos proveedores en China que serían fácilmente sustituibles por competidores establecidos en otros países, debido a la escasa complejidad de su actividad. China, por su parte, se vería privada de forma duradera de las tecnologías y componentes de vanguardia, para los que no existe un sustituto fácilmente disponible.
Una de las últimas decisiones de la administración de Obama fue la creación de un grupo de trabajo encargado de defender la superioridad estadounidense en materia de semiconductores. Poco después, se anunciaron las primeras sanciones contra ZTE, un fabricante de equipos de telecomunicaciones y una de las mayores empresas estatales chinas. Desde entonces, la escalada continúa: otras empresas chinas se suman rápidamente a la «lista de entidades» del Departamento de Comercio, entre las que se encuentran Huawei, que se incorporó a la lista en 2019, así como otros actores importantes del sector de los semiconductores y la inteligencia artificial, como SMIC o YMTC.
En total, varios cientos de empresas se ven afectadas actualmente por restricciones a la exportación de equipos, componentes y procedimientos basados en patentes estadounidenses. Huawei se ve doblemente afectada: por un lado, ya no tiene acceso a ciertas patentes indispensables para el diseño de sus chips de última generación; por otro, la empresa taiwanesa TSMC, a la que subcontrataba la fabricación, ya no puede producir sus productos avanzados sin el equipo y las tecnologías suministradas por las estadounidenses Applied Materials o Lam Research.
A medida que la lista se alarga, las restricciones se endurecen.
Inicialmente, solo se veía afectada la producción de chips de 7 nanómetros (nm) o menos, los más potentes. Este ámbito se amplió a los chips de hasta 10 nm en 2020 y, posteriormente, a los de hasta 16 nm en 2022.
Por otra parte, el caso de Huawei ilustra otra faceta del poder extraterritorial de Estados Unidos. Este país no solo sanciona directamente a la empresa, sino que, al mismo tiempo, lleva a cabo una campaña para convencer a otros Estados de que la excluyan de su red 5G e impidan que empresas no estadounidenses vendan equipos al gigante chino. En la misma línea, la diplomacia estadounidense concluyó a principios de 2023 un acuerdo con los Países Bajos y Japón, los principales productores no estadounidenses de maquinaria de alta tecnología, bloqueando la venta en China de lo último en tecnología: la litografía de ultravioleta extrema, indispensable para la producción eficiente de chips de alta tecnología.
A finales de 2023, este acuerdo se amplió a la tecnología de litografía ultravioleta profunda, la segunda mejor opción en términos de maquinaria de alta precisión.
A principios de 2025, Trump fue más allá al incluir a decenas de nuevas empresas chinas en la lista y ampliar el alcance del software cuya exportación a China está prohibida. Este verano, fue aún más lejos al someter a autorización administrativa previa el uso en territorio chino de herramientas diseñadas en Estados Unidos por empresas con sede en terceros países, como la taiwanesa TSMC y las surcoreanas SK Hynix y Samsung.
A través de esta multiplicación de medidas coercitivas, combinadas con políticas de apoyo al sector digital nacional —la política industrial de Biden, la política fiscal de Trump—, se aprecia un único hilo conductor: mantener a China en una posición de retraso.
La naturaleza oligopolística del sector digital —en el que los gigantes de Silicon Valley, junto con empresas de países aliados de Estados Unidos, ocupan una posición dominante en segmentos esenciales de los semiconductores— 2 hace que esta estrategia resulte creíble.
La ambición estadounidense de supervisar el capitalismo global implicaba poder determinar el retraso que China podía mantener con respecto a la frontera tecnológica.
Benjamin Bürbaumer
Elusión estratégica y materiales críticos: la contraofensiva de Pekín
La escalada estadounidense da que pensar.
Si Silicon Valley reina con total dominio, ¿qué sentido tiene ampliar constantemente las sanciones desde hace casi diez años?
Esta continua ampliación no solo refleja una mayor agresividad estadounidense, sino que, sobre todo, es indicio de la existencia de fallos.
El ingenio chino —bien explicado por Dan Wang en Breakneck— demuestra que la barrera tecnológica está lejos de ser infranqueable.
Entre las vías de escape se encuentran el contrabando, el mercado secundario de herramientas y el recurso de las entidades sancionadas a sus filiales no sancionadas para adquirir los bienes prohibidos. En una línea similar, el campeón chino de la fabricación SMIC ha logrado, en cierta medida, sustituir las actividades que antes se delegaban a TSMC.
Esta dinámica se nutre de la formación de aglomeraciones de trabajadores altamente cualificados que inicialmente solo se podían encontrar en Texas, el sur de California y el noreste de Estados Unidos.
Este auge, que se extiende hasta los segmentos más complejos del diseño de semiconductores, es el resultado de la planificación tecnológica, que ahora se acelera con el aumento de las subvenciones para hacer frente a las sanciones.
Aún más sorprendente, al menos a primera vista, es que el capital riesgo extranjero, y en particular el estadounidense, está empezando a afluir.
Atraída por las ganancias sin riesgo, esta financiación privada abunda no a pesar de las medidas complementarias contra las sanciones adoptadas por las autoridades públicas chinas, sino precisamente a causa de ellas. Hoy en día, el volumen de estos fondos es casi tres veces superior al de 2016. 3
Por todas estas razones, Pekín está logrando mitigar el impacto de las sanciones estadounidenses. No sin dificultades y costos importantes, intenta convertir en una ventaja esta desconexión impuesta en la cima de la cadena de valor digital.
Paralelamente, ante el deterioro de las relaciones económicas con Estados Unidos, Xi Jinping insinuó ya en 2019 que se estaba estudiando una respuesta en forma de restricciones a la exportación de tierras raras y otros materiales estratégicos. 4 De hecho, China es, con diferencia, el principal exportador de estos productos.
Esta capacidad de exportación no se debe tanto a unas reservas excepcionales como a una política voluntarista en materia de refinado y transformación de los recursos mineros nacionales e importados.
Según los cálculos basados en los proyectos de extracción y refinado actualmente en construcción en todo el mundo, la ventaja de China debería seguir aumentando de aquí a 2040. 5
Aprovechando este cuello de botella, China introduce en 2023 restricciones a la exportación de galio y germanio, dos materiales indispensables para la fabricación de semiconductores, de los que controla respectivamente el 99 % y el 74 % del mercado mundial, y establece una prohibición de exportación a Estados Unidos un año más tarde. Gracias a su especialización en materiales estratégicos, Pekín ha adquirido una posición de vanguardia en las tecnologías de extracción y tratamiento de tierras raras. Politizando esta capacidad, la República Popular también aplica una prohibición de exportación de sus conocimientos desde diciembre de 2023.
Ante la escalada de aranceles provocada por Donald Trump, China introduce restricciones a la exportación de otros materiales estratégicos, como el tungsteno, y reacciona al Liberation Day con la incorporación de siete tierras raras a la lista de materiales cuya salida del territorio nacional está sujeta a controles administrativos.
El 9 de octubre, anuncia su intención de añadir otros cinco elementos de tierras raras a su lista de restricciones, lo que implicaría controles de exportación sobre 12 de las 17 tierras raras.
Este último anuncio se produce justo antes de la reunión entre Donald Trump y Xi Jinping en Corea del Sur.
Pekín sabe perfectamente que las restricciones a la exportación de materiales estratégicos son la mejor ventaja con la que cuenta en la guerra comercial iniciada por Washington.
Durante las negociaciones comerciales entre las dos potencias en Londres en junio de 2025, la Casa Blanca incluso señaló su disposición a aliviar las sanciones tecnológicas a cambio de un aumento de las exportaciones chinas de tierras raras. 6 Este compromiso no se materializó. Por el contrario, el secretario de Comercio estadounidense, Howard Lutnick, echó más leña al fuego al declarar a la prensa, en relación con los semiconductores estadounidenses autorizados para su exportación a China: «No les vendemos nuestros mejores productos, ni nuestros segundos mejores productos, ni siquiera nuestros terceros mejores productos». 7
Sintiéndose «insultada», Pekín reaccionó prohibiendo a las empresas chinas del sector de las nuevas tecnologías comprar chips Nvidia.
Ante la creciente magnitud de este bloqueo, Estados Unidos está tratando de captar otras fuentes de materiales estratégicos.
Por un lado, las veleidades sobre Groenlandia y Ucrania están fuertemente motivadas por el acceso a los recursos.
Por otro lado, Washington ha puesto en marcha un amplio programa de inversiones destinado a abrir vías de suministro no chinas.
Tras un reciente acuerdo multimillonario con Australia, Trump aprovechó su gira por Asia para firmar otros acuerdos sobre la explotación de tierras raras con Japón, Malasia, Tailandia, Vietnam y Camboya. Además, el Estado federal adquiere participaciones en empresas mineras y establece un sistema de almacenamiento de minerales estratégicos, así como un sistema de precios mínimos para recuperar el retraso con respecto al sector extractivo chino.
Entre estas numerosas iniciativas de ambas partes, ninguna apunta a una distensión significativa: el control de la infraestructura digital mundial no se comparte.
La ambición contrahegemónica china implica movilizar todas las palancas de su poder, desde la planificación tecnológica hasta el control de los recursos estratégicos.
Benjamin Bürbaumer
La inalcanzable distensión mundial y la inalcanzable estrategia europea
Si bien Estados Unidos y China han sido capaces, hasta ahora, de evitar un desencadenamiento incontrolado de la guerra comercial, hay que reconocer que la batalla tecnológica no deja de intensificarse.
Aunque ha aceptado el statu quo en materia arancelaria, Trump ha aprovechado su viaje a Asia para intentar mejorar la posición de Estados Unidos en el frente tecnológico, y aunque Xi Jinping, tras su reunión con Trump, renunciara a añadir inmediatamente las cinco tierras raras restantes a su lista de restricciones, la tendencia conflictiva no se invertiría, sino que simplemente se ralentizaría.
Porque, tras el pretexto del comercio, la guerra por el control de la infraestructura digital mundial es el verdadero tema de esta reunión.
Y en este frente, esta última no producirá ningún resultado.
Ya no se trata simplemente de transformar la circulación de mercancías, sino de controlar de forma duradera las capacidades de producción como tales, así como los beneficios y el poder asociados a ellas.
La ambición estadounidense de supervisar el capitalismo global implicaba poder determinar el retraso que China podía mantener con respecto a la frontera tecnológica.
La ambición contrahegemónica china implica movilizar todas las palancas de su poder, desde la planificación tecnológica hasta el control de los recursos estratégicos.
En el pulso tecnológico entre las dos superpotencias, los países europeos corren el riesgo de acabar aplastados.
Si bien son relativamente pocas las empresas europeas que importan directamente materias estratégicas suministradas por exportadores chinos, muchas las importan de forma indirecta, comprándolas a los gigantes tecnológicos estadounidenses. 8
Detrás de la batalla entre China y Estados Unidos, se perfila otro contraste aún más llamativo, que debería alertarnos.
Por un lado, China y Estados Unidos despliegan una serie de medidas estratégicas y ocupan, respectivamente, el primer lugar mundial en extracción y en tecnologías digitales.
Por otro lado, los países europeos carecen de capacidad de intervención estratégica y no tienen el poder capitalista suficiente para actuar.
Es a partir de este bloqueo —vertiginoso— que hay que partir para construir una estrategia.
Notas al pie
- Andrea Coveri y Antonello Zanfei, «Functional division of labour and value capture in global value chains: a new empirical assessment based on FDI data», Review of International Political Economy, Vol. 30 (5), 2023, pp. 1984‑2011; Özgür Orhangazi, «The role of intangible assets in explaining the investment profit puzzle», Cambridge Journal of Economics, Vol. 43 (5), 2019, pp. 1251‑1286.
- Anton Malkin y Tian He, «The geoeconomics of global semiconductor value chains: extraterritoriality and the US-China technology rivalry», Review of International Political Economy, Vol. 31 (2), 2024, pp. 674‑699.
- Ibid., pp. 18‑19.
- «China May rare earth magnet exports to U.S. jump amid threat of restrictions», Reuters, 25 de junio de 2019.
- Global Critical Minerals Outlook 2025, Agencia Internacional de la Energía, 2025, p. 86.
- Demetri Sevastopulo, Peter Foster y Joe Leahy, «Donald Trump says US-China deal ‘done’ as two sides restore trade war truce», Financial Times, 11 de junio de 2025.
- Zijing Wu y Cheng Leng, «China turns against Nvidia’s AI chip after ‘insulting’ Howard Lutnick remarks», Financial Times, 21 de agosto de 2025.
- Mattia Banin, Mario d’Agostino, Vanessa Gunnella y Laura Lebastard, «How vulnerable is the euro area to restrictions on Chinese rare earth exports?», ECB Economic Bulletin, 6, 2025.