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Hay que tomar plena conciencia de ello: la internacional reaccionaria y autoritaria ha optado por la confrontación en la cuestión de género. La campaña de Donald Trump en 2024 marcó un punto de inflexión en este sentido con un lema claro: devolver a los hombres blancos cristianos la supremacía mundial, hasta la conquista de Marte.
La alianza aceleracionista y reaccionaria de Trump integra cada vez más explícitamente una nueva dimensión: el masculinismo.
Ahí está el verdadero cambio: ya no es «Make America Great Again», sino «Male America Great Again».
Los masculinistas que forman esta alianza —heterogénea, en América y en Europa— defienden a viva voz el retorno al «orden eterno» de los sexos y las sexualidades; para acelerar ese retorno, tampoco se detienen ante la violencia.
Los símbolos que agitan revelan sus obsesiones virilistas y su imaginario sexista.
Durante el debate televisado de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas de 2022, Jair Bolsonaro preguntó a Lula da Silva si tomaba Viagra.
Entre las cinco prioridades de su programa, Donald Trump destacó una medida contra las personas transgénero.
Giorgia Meloni encontró su eslogan: «sono una madre, sono una donna, sono Cristiana», 1 mezclando un programa político con aromas de tradwives y guerra de civilizaciones.
Se podrían multiplicar los ejemplos a voluntad. Uno de ellos resume mejor que otros su programa: en Davos, Javier Milei resumió el sesgo masculinista. Para el presidente argentino, el «feminismo radical» sería una «distorsión del concepto de igualdad», una «búsqueda de privilegios» que opondría «a la mitad de la población contra la otra». Esta inversión de los roles entre dominantes y dominados es la base del masculinismo.
Una internacional reaccionaria contemporánea marcada por una estética virilista se apoya en el movimiento masculinista, que se está desarrollando con fuerza, como reacción —en el sentido más estricto de la palabra— a la popularización de los ideales feministas y a la oleada del #MeToo.
Este avance es evidente: el feminismo avanza y convence, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Pero al reducir los privilegios de los hombres y perturbar los puntos de referencia tradicionales, estas victorias generan tensiones y una contraofensiva. Es el famoso backlash 2 analizado por Susan Faludi. 3
Sin embargo, el masculinismo actual va más allá de este fenómeno por su imbricación con la reacción: ambos se alimentan y se entrelazan.
Desde Trump hasta Putin, desde Hungría hasta Corea del Sur, desde los discursos de Erdogan hasta los de Modi, todas las variantes de la internacional autoritaria y reaccionaria se basan en la valoración de la diferencia y la jerarquía entre los sexos.
Apoyándose en colectivos militantes, la «manósfera» 4 y figuras de la oligarquía que financian los grandes medios de comunicación, este masculinismo postula que los problemas y el sufrimiento de los hombres son causados por la influencia indebida de las mujeres en general, y de las feministas en particular. Al defender reivindicaciones propiamente masculinas y conservadoras, legitima y consolida una organización social basada en jerarquías, dominaciones y depredaciones.
Pero pensar que se puede ganar contra el trumpismo pasando por alto la cuestión de género es un error moral y estratégico.
Clémentine Autain
Una internacional reaccionaria
En todo el mundo, el proyecto fundamental de la extrema derecha es valorar la tradición, la religión, las distribuciones desiguales, el disfrute capitalista y consumista.
También tiene como objetivo la ciencia y las artes.
El avance de la extrema derecha en Estados Unidos y Europa se aferra al «declive de Occidente», que se habría visto considerablemente sacudido por el retroceso de lo religioso y el progreso de la Ilustración, la mezcla de culturas, la descolonización, el movimiento feminista, las conquistas sociales, la ecología política y el auge de los países del Sur. El retorno a los «valores occidentales» pasa por una lucha en favor de la superioridad de los blancos, la cultura cristiana, lo masculino y la heterosexualidad; orquesta la caza de migrantes, el oscurantismo y la destrucción del Estado social.
Es a esta escala donde se sitúa la confrontación.
Lo que quieren los trumpistas y sus avatares es aniquilar el movimiento de emancipación e individuación iniciado en el siglo XVIII, cuya igualdad entre mujeres y hombres es una de sus principales dimensiones.
Javier Milei proclama en todas las ocasiones: «¡Viva la libertad, carajo!», desviando este principio de su significado para ponerlo al servicio de los dominantes. Para él, para ellos, la libertad es la libertad de los hombres para oprimir a las mujeres, la libertad de los mercados financieros, la libertad de destruir el planeta, la libertad de ser racista, la libertad de expresar el odio… En definitiva, todo lo que hace retroceder la capacidad de los individuos para ser libres.
Por lo tanto, la naturaleza de la respuesta progresista debe estar a la altura de la ofensiva.
Hoy en día, muchos de los que defienden la emancipación se plantean preguntas.
Ante el juicio por «wokismo», ¿deberíamos hablar de otra cosa?
¿Estamos exagerando en el ámbito del género?
¿Se ha vuelto el feminismo demasiado consensuado, trillado, acabado?
¿Debería la izquierda dejar de lado lo societal para volver a lo puramente social?
Estas preguntas suelen ser una oportunidad para proponer que se deje de lado la defensa de las mujeres y las minorías, aunque no siempre es así. En un momento en el que la extrema derecha tiene el viento a favor, sería un error descartarlas de un plumazo: estas cuestiones son graves y complejas.
Pero pensar que se puede ganar contra el trumpismo pasando por alto la cuestión de género es un error moral y estratégico. La igualdad entre mujeres y hombres —hoy muy lejos de haberse logrado— no solo es una causa justa, sino que es ineludible. Y la lucha contra la extrema derecha implica desactivar el masculinismo que da forma a su programa.
Para ganar, hay que aprovechar esta energía feminista.
El feminismo contra la extrema derecha
Contra la ola marrón, el feminismo es clave.
Ningún otro movimiento mundial está más a la altura del avance fascista.
La movilización feminista ha abarcado Estados Unidos y Hollywood, pero también a las mujeres chilenas, españolas e iraníes; se está extendiendo por todo el mundo.
Esta movilización inventa sus formas y sus cánticos; renueva sus consignas. Afirma su fuerza gracias a su carácter intergeneracional y supraoccidental. Tiene sus iconos, desde Gisèle Pélicot hasta Mahsa Amini. Haciendo suyo el lema de las combatientes kurdas, «Mujeres, Vida, Libertad», sabe relacionar tres palabras que se oponen radicalmente a las ideas oscuras, mutiladoras y mortíferas.
La vitalidad feminista contra la restauración de un orden injusto es un poderoso punto de apoyo para la izquierda. Sin embargo, las teorías feministas son plurales, 5 al igual que lo son las posibilidades de articularlas en un proyecto de transformación social y ecologista.
El feminismo es la defensa de todas las mujeres, y no solo de las privilegiadas. Una mujer víctima de violación es una mujer víctima de violación, ya sea beneficiaria del RSA (ingreso de solidaridad activa) o alta directiva, viva en Versalles o en Tarbes, sea blanca o negra.
El feminismo que defiendo es el que habla, el que interpela, el que defiende a la mayoría de las mujeres: 6 las cajeras y las enfermeras, las empleadas a tiempo parcial —lo que significa salario parcial, desempleo parcial, jubilación parcial— y aquellas, a veces las mismas, que se esfuerzan solas por criar a sus hijos; las mujeres que, por millones, sufren con indiferencia la endometriosis y las que ya ni siquiera tienen medios para comprarse productos de higiene íntima; las jóvenes que sufren acoso sexista en las redes sociales y las mujeres menopáusicas a las que se considera caducas en el «mercado de la seducción».
Desviar a los hombres del voto marrón
La polarización en los votos lo indica claramente: el actual repliegue masculinista lleva a cada vez más hombres a volverse hacia la extrema derecha, mientras que los votos femeninos se inclinan cada vez más hacia la izquierda. 7
Esta captación del voto femenino demuestra que el feminismo es un elemento dinámico para la izquierda y los ecologistas; también demuestra que, para alcanzar la mayoría, y sin rebajar la exigencia de igualdad, hay que esforzarse más por llegar al electorado masculino.
Los hombres han visto cuestionados sus privilegios, y eso es justo. Pero en una sociedad en la que se acumulan los retrocesos, en la que el espíritu de la época es «antes era mejor», el resentimiento es un combustible peligroso. Los cambios en el empleo, el declive de las zonas rurales e industriales, la atomización de los asalariados y de los espacios de sociabilidad son el caldo de cultivo del malestar de las clases populares.
En una época en la que todo rima con degradación social, en la que la exigencia de estar del lado de los ganadores forma parte del decorado de nuestro régimen capitalista de competencia y rivalidad, ¿cómo no lamentar, cuando se es hombre, aquellos tiempos antiguos en los que el patriarcado sin trabas garantizaba al menos un ámbito en el que siempre se ganaba?
De este modo, la extrema derecha desvía la atención de las soluciones basadas en el reparto de la riqueza, en favor de aquellas que restablecen las jerarquías.
Sin embargo, si los hombres tienen privilegios que perder en una sociedad igualitaria, también tienen libertad que ganar.
Las exigencias de ajustarse a los estereotipos masculinos no son solo alegría y felicidad.
Mostrarse siempre fuerte, no llorar, no compartir lo íntimo, que se le asigne a priori el papel activo en la seducción y la sexualidad, son moldes en los que el virilismo encasilla. La jerarquía entre los sexos tiene una consecuencia que también afecta a los hombres: la asignación de roles impuestos. Ante las dificultades sociales que se acumulan, ¿no necesitan los hombres que se refugian en la mitología virilista que se ataque el mal de raíz?
Nuestra respuesta al neofascismo es un proyecto global fuerte y coherente, que ofrece a todos y todas una proyección valorizante, una vida mejor. Un proyecto que proteja y tranquilice, que apunte a servicios públicos accesibles en todas partes y de calidad, un medio ambiente habitable, salarios que permitan vivir con dignidad, democracia en la empresa, seguridad alimentaria, viviendas dignas, reindustrialización, apoyo a la economía local y desarrollo de lugares de atención, de vínculos, de convivencia. Es un proyecto que pone en su centro la educación y la cultura.
El actual repliegue masculinista lleva a cada vez más hombres a volverse hacia la extrema derecha, mientras que los votos femeninos se inclinan cada vez más hacia la izquierda.
Clémentine Autain
Responder a la interseccionalidad de los odios
En una palabra: este proyecto es el de la sociedad de los bienes comunes, contra la mercantilización y la deshumanización; propone salir del declive y proyectarse positivamente hacia el futuro.
El juego de péndulo que consistió primero en ignorar las cuestiones feministas y luego en preocuparse por ellas para defender las luchas de las mujeres y las minorías —dejando de lado la defensa de las clases populares— debe terminar. Elegir entre lo social y lo societal es un callejón sin salida, porque lo que se supone que es societal es en realidad profundamente social.
Los individuos no se dividen en pedazos, y las mujeres son mayoría en las categorías sociales más explotadas y precarias. Las condiciones para la emancipación de las obreras y las empleadas dependen de nuestras victorias contra el capitalismo y el consumismo.
Cuando se es obrera en una fábrica de conservas o empleada en un hotel, se está oprimida tanto por la relación de clases como por ser mujer. Y si se es negra o musulmana —real o supuestamente—, también se sufre el racismo. Las opresiones no se suman, sino que se articulan entre sí. La internacional reaccionaria y autoritaria lo ha entendido muy bien, ya que defiende la interseccionalidad de los odios. 8
Por lo tanto, hay que evitar este doble escollo: ni el económico-social como saldo de todo cuenta, ni las tesis promovidas en su día por el think tank Terra Nova, que proponía centrarse en las mujeres y los inmigrantes para ganar en la izquierda; eso fue una consternadora despedida al proletariado.
Defender al mismo tiempo el mundo laboral y la libertad de las mujeres, una política industrial y los derechos de las minorías, no es asociar cosas que se oponen: en realidad, se complementan. Esta combinación no es sencilla, ni está exenta de tensiones o incluso contradicciones, pero todos los atajos que solo ven los mecanismos de opresión en un único engranaje fallan el objetivo.
Por una nueva imaginación del género
No es serio creer que se puede hacer frente a la extrema derecha sin tener algo claramente diferente que decir sobre los temas que están en el centro de su propaganda.
Tampoco es serio creer que se puede ganar a la internacional reaccionaria con los derechos de las mujeres o la lucha contra la islamofobia como únicos mensajes audibles.
La salvación vendrá de la articulación de las luchas emancipadoras.
Por eso la igualdad debe defenderse como un valor contra el esencialismo y el encierro identitario. El conflicto con la extrema derecha se sitúa en gran parte en este terreno. La identidad congela y encierra; la igualdad permite la dinámica emancipadora.
A menudo surge la confusión cuando se opone la diferencia a la igualdad: los hombres y las mujeres son diferentes en cuanto a su cuerpo, su historia, su vida cotidiana… y, además, existe una historicidad de esta diferencia, 9 cuyos conceptos siguen la evolución de las relaciones sociales. Sin embargo, me niego a valorar y esencializar esta diferencia: si el feminismo también asigna lo femenino y lo masculino, y/o invierte la jerarquía para dar prioridad a lo femenino sobre lo masculino, nos encontramos de nuevo en un callejón sin salida.
La reivindicación de la igualdad postula que ninguna persona debe estar condenada a un destino preestablecido por su pertenencia a un género. Cuando se habla el lenguaje del enemigo, la partida ya está perdida. Frente a quienes están obsesionados con la identidad, seamos claros en nuestro mantra de la igualdad.
Tenemos que crear otro imaginario distinto al de una binariedad rígida, masculino/femenino. Aquí tocamos lo íntimo y las representaciones profundamente arraigadas: no tendremos un nuevo mito listo para usar que las sustituya. El movimiento de la sociedad dirá qué quedará de esta diferencia, qué decidimos hacer con ella; mientras tanto, la igualdad es el motor de la liberación.
Por último, el feminismo también es fecundo para repensar nuestra relación con el poder y la política.
Es esencial reivindicar el derecho al aborto, la igualdad salarial y los medios para luchar contra la violencia sexista y sexual.
Comprender también que el feminismo cuestiona el virilismo tal y como se observa en la forma de gobernar, de elegir los temas políticos o de pronunciar discursos —la palabra tribuno no tiene equivalente femenino—, es aún mejor.
El vocabulario «militante» lo dice todo: hablamos de «campo», «combate», «lucha» y «relación de fuerzas», lo que pone de manifiesto hasta qué punto la forma bélica, masculina, es constitutiva de la propia política. Mientras que Trump y Putin radicalizan este ejercicio masculino del poder, deberíamos trabajar en su refundación y ponerla de manifiesto, para promover la cooperación y profundizar la democracia, que sigue siendo la condición primordial para nuestra victoria.
Notas al pie
- Soy madre, soy mujer, soy cristiana.
- Término inglés para «reacción adversa».
- Susan Faludi, Backlash, trad. Francesc Roca, España, Ediciones Península, 2025.
- El término «manósfera» (construido de la misma manera que «fachósfera») se refiere al conjunto de comunidades en línea —foros y redes sociales— que mantienen una forma de cultura virilista y misógina.
- Como muestra la obra colectiva que acaba de publicar Camille Froidevaux-Metterie, Théories féministes, París, Seuil, 2025.
- Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya, Nancy Fraser, Féminisme pour les 99 %, trad. Valentine Dervaux, París La Découverte, 2019.
- La sociología de los votos de las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos o de las elecciones legislativas en Alemania es reveladora desde este punto de vista.
- Expresión tomada de la historiadora Christine Bard. Véase Christine Bard, Mélissa Blais y Francis Dupuis-Déri (dir.), Antiféminismes et masculinismes d’hier à aujourd’hui, París, PUF, 2019.
- Me refiero en particular a los trabajos de Geneviève Fraisse, especialmente Les Femmes et leur historia, París, Gallimard, 1998.