Mohsen Emadi es discípulo de uno de los poetas iraníes más importantes del siglo XX, Ahmad Shamlú.

Poeta, traductor y cineasta, vive en el exilio desde 2009, momento en el que decidió abandonar su Irán natal tras participar en las manifestaciones estudiantiles de 1999 y, diez años más tarde, en las protestas contra el fraude electoral.

Después de Finlandia, la República Checa y España, encontró refugio en México, donde nos reunimos con él.

En un español perfecto, nos cuenta su exilio, la influencia de los nuevos espacios a los que debe adaptarse y cómo ahora es «de ningún lugar».

Al tiempo que ofrece algunos elementos de análisis sobre la guerra que ha seguido a distancia, nos confiesa: «No hay ningún país —salvo el de la poesía—».

Usted es un poeta iraní en el exilio —primero huyó del país hacia Finlandia, ahora se encuentra en México—. Además de estar en un país que es históricamente una tierra de artistas e intelectuales exiliados, ¿qué influencia ha podido tener el exilio en su vida y trabajo? 

Yo puedo hablar de placer del exilio —no sólo de tristeza—. 

Yo siempre tengo algo perdido, pero esta pérdida no es siempre algo triste, a veces abre un camino de aventuras, abre un camino de placer. 

Existe un punto en el exilio en el que dejas de tener este pensamiento que hay un regreso. En ese momento, la nostalgia se va.

¿Desaparece totalmente la nostalgia? 

En realidad, no. 

La nostalgia se va pero porque se convierte en otra cosa. Se convierte en algo más existencial.

¿La misma palabra «nostalgia» cambia u otro término funciona mejor para caracterizar ese estado o sentimiento? 

Yo prefiero utilizar un término portugués en lugar de utilizar la palabra nostalgia. 

Me gusta más decir saudade

¿Podría contarnos cómo se fue de Irán?  

El día que salí al exilio, sabiendo que nunca podría regresar, era el día en que el Parlamento de Irán anunció a Mahmud Ahmadineyad como presidente de Irán en 2009. 

Esa noche yo tenía mucho miedo de que me vinieran a arrestar por haber participado en las protestas ese mismo año. 

Decidí entonces irme. 

Vinieron muchos de mis amigos conmigo al aeropuerto. Mi padre también me acompañaba. 

¿Pero su padre se quedó en Irán?

Sí, mi padre es un ayatolá, un clérigo islámico. 

Su ayuda es inolvidable. 

Vino conmigo aquel día al aeropuerto y me acompañó hasta el momento en el que no tenía permiso para entrar. Me acompañó hasta el punto de control de pasaportes.

Existe un punto en el exilio en el que dejas de tener este pensamiento que hay un regreso. En ese momento, la nostalgia se va.

Mohsen Emadi

¿Qué pasó después?  

A partir de ese momento, todo el tiempo que pasé desde la puerta de embarque, recuerdo que puse mis audífonos y escuchaba una música de un cantante turco que se llama Kazım Koyuncu. 

Lo estuve escuchando durante todo el viaje —hasta llegar a Finlandia— donde había decidido encontrar un refugio. 

Llega entonces a Helsinki.

Sí, pero Helsinki no era mi destino final. Al contrario, era más bien un punto de partida. 

Desde allí tomé un autobús para irme a Jyväskylä —que era la ciudad donde podría quedarme—. 

¿Cómo describiría su exilio allí? 

Finlandia fue para mí la soledad. Mucha soledad, mucha oscuridad. 

Fue también el momento de un silencio inmenso, un silencio que a veces extraño. Porque era un periodo en el que vivía en Finlandia en una isla al lado de la naturaleza. Y la presencia de la naturaleza era casi como inolvidable, inevitable. 

Mi vida y la ciudad misma formaban parte de la naturaleza. 

¿A dónde se fue después de Finlandia? 

Luego llegué a Praga, que representa en mi memoria una mujer bella, pero infiel —muy infiel—. 

Me encantaba la ciudad… 

Y después, me fui a España que considero de cierta manera mi segundo país —tras Irán— porque allá nunca me sentí como un exiliado. 

Ahora estoy en México, que está convirtiéndose en mi nuevo hogar. Estoy descubriendo otro yo en México, el yo que no conocía así antes. 

Finlandia fue para mí la soledad. Mucha soledad, mucha oscuridad. 

Mohsen Emadi

¿En qué sentido? 

México para mí es una aventura. Implica un tipo de intensidad que a veces me da miedo.

Es como vivir entre límites, en la intensidad de las fronteras. Eso es para mi estar en México. Y me gusta, soy un hombre aventurero. Entonces me gusta México por ese sentido de intensidad. 

¿Una intensidad como la que podía encontrar en Irán?

Irán ya es algo muy lejano. Con mi país de nacimiento tengo una relación de amor y odio. 

¿Eligió refugiarse en México porque es justamente la tierra de los escritores exiliados? 

Antes de llegar a México, tenía una imagen bastante caricaturesca: pensaba por ejemplo  en el bigote —ese mismo que tengo ahora—. También el sombrero mexicano, por supuesto, que de hecho utilizábamos en el tiempo en el que yo era estudiante y luchaba políticamente contra los poetas gubernamentales. 

Recuerdo que leí Pedro Páramo cuando tenía 16 años. En realidad, creo que gran parte de mi imaginario mexicano venía de Pedro Páramo y de las obras de Carlos Fuentes, especialmente Los años con Laura Díaz que habla de la historia de los exiliados españoles después de Franco y de los estadounidenses después de McCarthy. 

Era un imaginario muy fuerte, compuesto por Diego Rivera, Frida Kahlo pero también la música mexicana. Sentía todo ello. Yo admiraba a Agustín Lara desde el tiempo en el que vivía en Irán. Allá escuchaba boleros. Por eso siento que tenía una relación interior con México.

¿Esa relación se acentuó desde su llegada?  

Lo primero, por supuesto, es que me di cuenta que parte de todo aquel imaginario era también un poco imaginación. Había mucho cliché, cliché más norteño. 

Ahora conozco México, es un país de muchas diversidades, de muchas culturas diferentes. Las imágenes que yo tenía antes eran más bien de desiertos, del norte de México, de la Ciudad de México. 

El primer día que llegué acá, recuerdo que estaba en el coche en el camino desde el aeropuerto y lo primero que pensé es que la Ciudad de México se parece mucho a Teherán —por el tráfico, por los colores, por las carreteras—. Todo me parecía como Teherán. 

¿Era como volver de cierto modo a Teherán?

Sí, de cierto modo, era otra vez llegar a Teherán, una ciudad un poco sucia, metropolitana y con muchos ruidos. 

Al llegar acá había otra cosa también familiar e interesante para mí: no sentí ningún problema con el color de mi piel. En Finlandia, yo sentía a diario que había una lucha sobre mi piel —por su color—. Había un tipo de racismo. En cambio, aquí, por lo menos en la cara de la gente no podría leer esa lucha. 

Su primer libro que se publica traducido en español es su poemario La flor en los renglones (Lola Editorial) en 2003. ¿Usted ya hablaba español en ese momento? 

No, yo tenía una gran relación con España pero nunca quise aprender español. Pensaba que el inglés era suficiente. Pero en 2010, cuando estaba en Granada, al encontrarme con el poeta Antonio Gamoneda sentí la necesidad de aprender el español. Quería tener relación con él y hablar con él en su idioma. 

Cuando llegué a México podía comunicarme un poquito en español pero no era suficiente para tener una vida normal digamos. Pero México fue muy amable y generoso conmigo en ese sentido. Gracias a esta generosidad de la gente y gracias a esta cultura, ahora incluso me siento más cómodo hablando en español que en inglés. 

En la situación actual del mundo, un lugar no siempre recibe con gusto a los exiliados que llegan. En mi caso, al llegar a un país que me recibe bien, siempre he tenido el deseo y sentido la necesidad alguna de mis obras traducidas al idioma del destino. 

Un exiliado nunca impone su identidad al lugar donde se va. Se crea más bien una suerte de encuentro.  

La Ciudad de México se parece mucho a Teherán —por el tráfico, por los colores, por las carreteras—.

Mohsen Emadi

¿Mediante su exilio ha encontrado la traducción una nueva importancia en su trabajo?

Desde mi infancia he tenido una relación muy fuerte y central con la traducción. 

Desde siempre he crecido y vivido entre dos idiomas. Por lo cual siempre debía traducir. Hablaba con mis hermanas en persa y cuando me giraba hacia mis padres, les hablaba en mazandaraní.  

Mi identidad era muy diferente cuando se definía en persa de la que se definía en mazandaraní. Por un lado, el mazandaraní es la cultura de campesinos. Su olor, sabor y música de lenguaje son totalmente distintos. Por otro lado, el persa es un idioma antiguo, más formal, de literatura, etc. 

Yo debía traducir mi propia identidad entre los dos. 

Me imagino que la ambivalencia ha cambiado, pero se ha acentuado con el exilio. 

Sí, ahora eso ocurre en toda mi vida. Por eso la traducción se convierte en un espacio de existencia para mí. 

Me ayuda en la construcción de esta identidad híbrida que quiero implementar. Debo construir este híbrido a través de la traducción —que es también el espacio de mi exilio—. 

¿Tiene algún recuerdo en particular de su infancia en Irán?

Recuerdo la primera vez que toqué un arma, un fusil. 

Tenía alrededor de cinco años. Era en un lugar importante para mi padre que, en aquel momento, formaba parte de las guerrillas que luchaban contra el gobierno islámico. Estaban escondidos y luchaban en los bosques de mi pueblo. 

Es en esa época que tomé por primera vez en mis manos una Kalashnikov que estaba cargada y lista para disparar. Yo no lo sabía por supuesto: estaba jugando como el niño de mi edad que era. Hasta que vino un hombre gritándome para que dejara el arma —y la solté—. Fue un momento muy peligroso. 

Este momento está en parte de mi realidad en Irán. Pero lo que quería contar con esta historia es algo muy curioso: hay caras de guerrilleros que pienso recordar mientras que nunca le vi el rostro… 

Pero ese recuerdo es tan real en mi vida actual que pertenece a mi experiencia personal de aquella época. 

Un exiliado nunca impone su identidad al lugar donde se va. Se crea más bien una suerte de encuentro.  

Mohsen Emadi

¿Esa realidad o esas realidades que ha vivido se convierten casi automáticamente en materia literaria, de escritura? 

Hay diferentes realidades. Por un lado, está la realidad donde la escritura ocurre. Por otro, la realidad donde un escritor vive. No son necesariamente realidades físicas, ni determinadas. 

De hecho, la escritura es en sí misma una realidad: es un espacio del exilio, un espacio de existencia —de una manera híbrida—. Es un mundo que mezcla muchas cosas. 

¿Ha vivido momentos en los que esas realidades se entremezclan? 

Los he vivido en tiempo de guerra en Irán. 

Recuerdo un día en el que aviones de Saddam Hussein de Irak estaban volando sobre mi ciudad para bombardear. Empezó a sonar la alarma y todos corrimos a la calle. El problema es que en mi barrio no había ningún refugio. Sólo podíamos correr por la calle. 

Esa noche en particular se mezclaban las cosas. Por un lado, nosotros, los niños, estábamos con el miedo que nos generaban esos aviones de Saddam Hussein pasando por encima de nuestras cabezas. Por otro lado —y al mismo tiempo—, hablábamos, compartíamos otro tipo de miedos. Estábamos hablando de cementerios, de los muertos, los espíritus y fantasmas.

Recuerdo que había un tipo de placer en ese momento de miedo con el hecho de escapar de un miedo inmediato que está sobre tu cabeza y al mismo tiempo, con el hecho de estar con otros niños en la calle de un barrio popular, compartiendo el miedo del cementerio cercano con sus fantasmas. Ese espacio exactamente tiene esa intensidad entre diferentes tipos de miedos. 

Se podría hablar casi de una sinestesia poética de los miedos… 

Sí, se crea una intensidad entre los espacios. Se utiliza un miedo para hablar de otro miedo, un sueño para hablar de otro sueño, una realidad para hablar de otra realidad. 

Eso es parte de la formación de escritura —como el exilio—.

La luna

La luna brilla siempre en vano

y las guerras no estallan sin razón,

pero tanto quien abandona como quien permanece

es vencido por el accidente.

Por eso,

primero mírame a los ojos

mírame a los ojos mientras haces el equipaje

y te despides

y sin lamentaciones

te llevas el placer del cigarrillo

previo a la salida del tren,

porque la verdad es hija del remordimiento

y yo no quiero ser tu verdad.

Por eso,

cierra los ojos y besa mis labios

hasta que el metal de tus besos se funda en mis venas

y quede forjado bajo la indiferencia de la luna

porque el tren se aproxima.

Por eso,

la belleza es hija de la imposibilidad

y se hace posible en el vientre de la desesperanza

donde mi piel es la imaginación de la tierra

desde el instante en que el cigarrillo se apaga bajo tus pies

y te vuelves eterna.

Corte de luces

sobre la estatua de la luna llena

en la estación abandonada

en el momento

del bombardeo. 

¿Qué tipo de influencia tienen los espacios sobre su escritura? 

No podemos ignorar el hecho de que la realidad actual siempre tiene un tipo de influencia sobre la escritura. No podemos pensar que no existe. 

Cuando estaba en Finlandia, mi escritura y mis poemas tenían bastantes espacios vacíos porque Finlandia pertenece a un tipo de desiertos, desiertos de nieve. El flujo de la melancolía en mi escritura en Finlandia se hacía a través de espacios vacíos —y de sus ritmos—. 

Llegando a Praga, la ciudad misma era el fenómeno principal, una ciudad con un tipo de antigüedad y de belleza que introduce imaginarios un poco más románticos dentro de mi poesía. España era también otro universo. 

La traducción se convierte en un espacio de existencia para mí. 

Mohsen Emadi

¿Y México? 

México es muy diferente de Finlandia. México es más inmenso. Pienso que todavía necesito más tiempo para encontrar mi propia escritura. 

Este país hace entrar muchas dimensiones en mí, como por ejemplo las historias de la Llorona, de la conquista, etc. Hay muchas cosas así que existen en los pueblos y que me inspiran: las canciones, los ritmos, la identidad de México. 

Compartimos bastantes ruinas entre Irán y México. Compartimos bastante tragedia. Esta dimensión también fertiliza mi escritura y provoca una suerte de cambio permanente. 

¿Es decir? 

Por ejemplo, una noche fui a Ciudad Juárez y vi a un perro negro. 

Estaba un hotel que no tenía espacio para fumadores. Tuve que salir, un poco borracho para fumar. Era de noche, vi a un perro a los lejos que terminó acercándose hasta que se puso al nivel de mis pies. Le dije que se sentara y se sentó. No parecía un perro callejero: su cara y su manera de ser educado me sorprendió. 

Al día siguiente, estuve preguntándole a la gente si habían visto a ese perro. Y me dijeron que sí, que había muchos perros así en Ciudad Juárez porque todas las personas que habían huido dejaron sus casas con sus perros.

¿Eso le inspiró para un poema? 

A partir de allí surgió una elegía grande —también por la admiración que le tengo a mi perro Lipo—. Pero es la historia de los perros abandonados de Ciudad de Juárez, una elegía larga que tiene el ritmo de un tambor. 

En cambio, los poemas que escribí en la Ciudad de México tienen muchos más ruidos —como en la ciudad—; la musicalidad de los poemas es totalmente distinta de la musicalidad de poemas anteriores que escribí. Hay mucho tráfico dentro de mi poesía: utilizo frases largas, sucesiones infinitas de muchas palabras, una tras otra. 

La imaginación no se detiene, se convierte, se va mezclando a otra imaginación —y así sucesivamente—. De esta manera, la armonía de mi imaginación ha cambiado y los temas son más trágicos. 

Compartimos bastantes ruinas entre Irán y México.

Mohsen Emadi

¿Por la situación en México?

Lo que ha pasado políticamente en México me ha influenciado mucho. Por ejemplo, el caso de los 43 estudiantes secuestrados en 2014 estaba persistente en mí. Me recordaba al movimiento estudiantil de Irán y cantidad de otras cosas que pudieron pasar allá. 

Ahora estoy viviendo en Malinalco y es distinto. Siento que estoy perdiendo aquí la acción y, por lo tanto, la profundidad de pensar. Estoy perdiendo un diálogo por la falta de acción. 

¿Diría que en la Ciudad de México era diferente? 

Mi poesía en la Ciudad de México tenía mucha acción en sí. En Malinalco, no estoy llegando a tener esta armonía entre la acción y el pensamiento. El idioma siempre es algo vivo y cambia a diario alrededor de un escritor. Cambian las palabras, sus sentidos, su musicalidad, todo. 

En mi caso, esa relación con el idioma ya no existe. Mi idioma sigue vivo en mí, pero ya no está vivo a mi alrededor. A mi alrededor significa que mi persa desde hoy tiene un acento español.

¿Cómo ha cambiado su escritura a lo largo de los años? 

Los cambios que la escritura me ha dado son muy importantes. Yo escribía antes poemas según el sistema clásico persa y mis temas eran muy islámicos o muy tradicionales, siguiendo la estela de figuras como por ejemplo Rumi, Hafis y otras. 

En un viaje al norte oeste de Irán, a Tabriz, en un festival de poesía, yo me enamoré de una chica en un autobús. Por la noche, cuando llegué a mi habitación del hotel, no sé por qué pero me toca la poesía y escribo un poema. Era totalmente distinto de lo que había hecho antes. Yo nunca escribía este tipo de poesía. 

Al día siguiente, en el festival leí textos míos y ese poema. En el público, lectores me preguntaron si ese poema lo había escrito yo. Estaban sorprendidos, me decían que no era mi poesía. 

Después de esa noche, en sólo tres días, yo era otra persona. 

¿Diría que sigue siendo la misma persona desde entonces o ha cambiado de nuevo con el exilio?

Yo no soy la misma persona que cuando dejé Irán. He cambiado muchísimo y mi identidad no pertenece más a la identidad persa.

Yo soy un híbrido. Soy un hombre probablemente deformado —o formado— por los diferentes tipos de exilio que he vivido. Por eso, ahora, no hay ningún lugar en el mundo que me pertenezca. No soy de ningún lado. No puedo tener ningún nacionalismo en mí —ni persa, ni mexicano, ni de ningún lado—. 

No me identifico con ningún país. El único lugar en el que encuentro mi verdad es la poesía, dentro de la escritura. 

Entonces, ¿a dónde puedo regresar? 

No hay ningún país —salvo el de la poesía—.

¿Cómo vive y analiza desde la distancia los enfrentamientos de estos días entre Israel e Irán? 

Yo veo lo que está haciendo Israel como un proyecto colonial que busca ser el poder hegemónico en Asia Central —y que también funciona como la base militar más importante de Estados Unidos y la OTAN en la región—.

Si consideran que un país que no se inscribe dentro de ese proyectos con sus normas, tiene que desaparecer o partirse en varios segmentos para que quede paralizado. Eso es lo que pasa con la entidad de Irán, que es un país demasiado grande para Israel para conquistarlo con una ocupación normal. Entonces están tratando de implementar otro proyecto en Irán para debilitarlo. 

Yo creo que la cuestión nuclear siempre ha sido sólo una excusa, nada más.

¿Qué se puede hacer por su propio país desde el exilio?     

La verdad es que no se puede hacer mucho. Las verdaderas luchas sociales y políticas tienen lugar dentro de Irán. 

Yo lo que veo es que tenemos un pueblo muy culto y muy educado que está haciendo todo lo posible para hacer cambios ante la brutalidad de la República Islámica. Ejemplos de ellos son los movimientos estudiantiles de Irán, después el movimiento verde, los levantamientos de 2018, todo lo que pasó en 2020 y después el movimiento «mujer, vida, libertad». De cierto modo, todos esos movimientos han cambiado el entorno político y social en Irán. 

El cambio de régimen es posible en Irán, pero jamás puede lograrse por fuerzas extranjeras. Así no funciona. 

Mohsen Emadi

Hay que olvidar la parte que está fuera de Irán que daña a los movimientos dentro del país. Nuestra función desde el exilio es expresar nuestra solidaridad, acompañar, apoyar y, al mismo tiempo, tratar de buscar horizontes, amplificarlos, para que la lucha pueda seguir. 

¿Cree que es posible un «cambio de régimen» en Irán, tal y como parece querer impulsar Israel?  

Yo pienso que el cambio de régimen es posible, pero jamás puede lograrse por fuerzas extranjeras. Así no funciona. 

La resistencia en Irán se hace contra la República Islámica —pero también contra Israel—. Un buen ejemplo de ello son los líderes del movimiento verde que están en la cárcel y escriben cartas para manifestarse contra lo que está haciendo Israel y de manera general, ante toda agresión extranjera. 

Hay que tener cuidado con lo que se ve desde fuera —incluso desde la oposición en exilio—: dentro de Irán las cosas tienen otra dinámica. Pienso que en Irán la revolución es posible y va a ocurrir, pero va a tardar cierto tiempo para que la gente pueda organizarse. Aún tenemos todo en frente de nosotros para lograr un cambio de régimen completo.