Ante la constatación del declive económico y el debilitamiento estratégico de Europa, la voluntad de reindustrializar se ha convertido en un paso obligado en todos los discursos. Tras el saludable despertar provocado por el informe Draghi del otoño pasado, se trata de un paso en la buena dirección.
La declaración franco-alemana del pasado 7 de mayo («Replanteamiento de las relaciones franco-alemanas para Europa») 1 contiene una serie de anuncios que, también en este caso, podrían marcar un punto de inflexión. Es el caso, por ejemplo, de la voluntad proclamada de armonizar nuestra base industrial y tecnológica de defensa, la recuperación de las principales propuestas del informe Draghi o la apertura a otras vías, como una política más proteccionista o una preferencia europea en determinados contratos públicos.
Por su parte, la Comisión ha avanzado rápidamente: Ursula von der Leyen presentó el 26 de febrero el Pacto por una Industria Limpia, que tiene por objeto reforzar la competitividad industrial de la Unión Europea, creando al mismo tiempo condiciones sostenibles para la descarbonización.
A este anuncio le siguieron en marzo los planes de acción para el sector del automóvil y el acero, a los que deberían seguir medidas para la industria química y las tecnologías limpias, que se sumarían así a los planes para la IA generativa y las industrias de defensa.
Aunque todavía no se ha asumido plenamente como una verdadera política industrial, con todo lo que ello implica, un término que durante mucho tiempo ha sido tabú en Bruselas, cada vez se parece más a ello, lo cual es motivo de satisfacción. Ya era hora, tras el lanzamiento por parte de la administración de Biden, bajo el nombre de Inflation Reduction Act, del plan de reindustrialización más importante desde el plan Marshall, respaldado por una serie de medidas proteccionistas y subvenciones masivas. El tsunami trumpista podría hacer que se olvidara: ya ha tenido éxito en algunos ámbitos, como ha demostrado la reactivación del sector de los semiconductores en Estados Unidos gracias a una versión sectorial, la Ley CHIPS.
Apostemos por el optimismo y partamos de la hipótesis de que la Unión, en el Parlamento y en la Comisión, pero sobre todo a nivel de los Estados miembros, tomará definitivamente un nuevo rumbo en la línea trazada en materia de vacunas durante la crisis de la COVID-19 y para la industria armamentística tras la segunda invasión de Ucrania.
En la avalancha de malas noticias geopolíticas y económicas que nos depara por ahora el año 2025, esta combinación explosiva del neoimperialismo desinhibido de Donald Trump y el tecnindustrialismo visionario de Elon Musk podría tener un efecto positivo: el informe Draghi, que ha dicho lo esencial sobre nuestro declive industrial y tecnológico y sobre los medios para remediarlo, y que corría el riesgo de quedar enterrado, podría inspirar un verdadero punto de inflexión para Europa.
Para que esto sea posible, hay que retener dos mensajes importantes del informe: por un lado, el declive industrial y tecnológico europeo coincide con la revolución digital de finales de los años noventa y la irrupción de internet. Reaccionar en este ámbito, donde el retraso acumulado puede parecer desalentador, es prioritario. Volveremos sobre ello en la primera parte de este artículo.
Por otra parte, este declive no podrá frenarse sin una política industrial voluntarista, costosa y duradera, que pase por una coordinación europea, pero sobre todo por acciones diversas según los Estados miembros y los sectores. Se trata más bien de una tarea generacional que de anuncios a corto plazo, cuya aplicación a menudo se pierde en la arena.
Sin embargo, si se pudieran obtener resultados tangibles en los dos próximos años, estos podrían marcar la diferencia en un país como Francia, cuyas elecciones de 2027, si todo sigue igual, serán comparables, en importancia geopolítica, al menos a escala continental, a lo que acaba de ocurrir en Estados Unidos. Devolver la esperanza a Europa y a la capacidad de sus élites para «marcar la diferencia», según la expresión estadounidense, aunque ello suponga renunciar a una vieja doxa, pasará, en particular, por una política de reindustrialización voluntaria y concreta, pero también realista.
El sector digital es aquel en el que nuestro retraso es más evidente y completo, tanto en lo que se refiere al software como al equipamiento.
Jean-Noël Tronc
En el mundo de Donald Trump, elegir la Europa de Mario Draghi
La amenazante actualidad internacional podría hacernos olvidar lo esencial: el continuo declive de la producción industrial en Europa sigue siendo uno de los principales factores de desestabilización de nuestras sociedades, que ha alimentado la huida hacia los extremos del electorado popular. La preservación de una Unión democrática e integrada depende en parte de la capacidad de invertir esta tendencia.
Ahora que se disipa el temor de que el informe Draghi quede en enterrado, resulta aún más útil volver sobre él.
El Grand Continent ha ofrecido un análisis detallado y se puede resumir la conclusión a la que llegaba sobre nuestra brecha económica a partir de una cifra clave: la diferencia del PIB per cápita entre la Unión y Estados Unidos ha pasado del 15 % en 2002 al 30 % en 2023. Además del declive demográfico iniciado en Europa, el informe enumeraba una serie de factores, entre los que se encontraban la fragmentación de las políticas industriales y energéticas, la financiación insuficiente, el esfuerzo insuficiente en I+D, la caída de la productividad o la dependencia europea de las tecnologías y las materias primas.
El Pacto presentado por la presidenta de la Comisión Europea se inspira en gran medida en el informe a través de una triple ambición: apoyar a la industria europea frente a la competencia mundial; acelerar la descarbonización actuando sobre los costos energéticos y la innovación para que la transición ecológica sea un motor de crecimiento económico y no un obstáculo; simplificar las normas administrativas y proponer un marco estable para favorecer las inversiones en tecnologías limpias y en las infraestructuras necesarias para la transición energética.
El informe Draghi identifica una serie de sectores prioritarios, en los que la Comisión parece inspirarse plenamente: energía, materias primas esenciales, digitalización y tecnologías avanzadas, banda ancha, informática e inteligencia artificial, semiconductores, industrias con alto consumo energético, tecnologías limpias, automoción, defensa, espacio, industria farmacéutica y transportes.
En este enfoque sectorial, la digitalización ocupa necesariamente un lugar especial: es el sector en el que nuestro retraso es más evidente y completo, tanto en lo que se refiere al software como a los equipos.
Pero, sobre todo, es el sector que irriga al resto de la economía, cuya capacidad de innovación determina en gran medida.
Basta pensar en los cambios que la inteligencia artificial va a suponer para sectores como la energía, las tecnologías limpias, la automoción, la defensa, el espacio, la salud o el transporte.
Un solo ejemplo basta para ilustrar que, en la actualidad, detrás de la mayoría de los avances hay una explicación digital: en noviembre de 2020, el anuncio del descubrimiento por parte de los laboratorios Pfizer y BioNTech de una vacuna contra el COVID-19 con una eficacia superior al 90 % provocó una doble conmoción en Europa: de orgullo, ya que los científicos de BioNTech eran europeos (alemán de origen iraní, para ser precisos… y subrayar la importancia de atraer talento de todo el mundo); de innovación, ya que solo se necesitaron unas horas para descubrir la solución biológica, cuando el récord anterior para el desarrollo de una vacuna era de cuatro años. La vacuna Moderna se desarrolló en Estados Unidos en dos días.
A menudo se olvida precisar que todo esto solo fue posible porque la secuenciación genética del coronavirus se pudo realizar en pocas horas gracias a la innovación digital movilizada por Deep Mind, filial de Alphabet, empresa matriz de Google. Esto le valió a dos de sus investigadores, Demis Hassabis y John Jumper, el Premio Nobel de Química en 2024 por AlphaFold, el modelo de inteligencia artificial que desarrollaron y que ha revolucionado la investigación de las estructuras proteicas.
Si bien la IA depende de la fenomenal potencia de cálculo movilizada por los tres actores dominantes del cloud, Amazon, Microsoft y Google, también depende de su considerable capacidad financiera. Por el contrario, OpenAI, la empresa estadounidense detrás de ChatGPT, aunque está valorada en 300.000 millones de dólares, sigue siendo muy frágil financieramente y depende sobre todo de los 40.000 millones de dólares anunciados por la japonesa SoftBank para financiar sus futuros desarrollos.
El continuo declive de la producción industrial en Europa sigue siendo uno de los principales factores de desestabilización de nuestras sociedades, que ha alimentado la fuga hacia los extremos del electorado popular.
Jean-Noël Tronc
La IA y la nube, estrechamente relacionadas, son dos sectores en los que los europeos están marginados.
Para el esfuerzo de recuperación que hay que emprender, el efecto del tamaño se impondrá como una realidad inquietante, ya que nuestro margen de maniobra presupuestario es muy limitado. Para el importante programa europeo EuroHPC (High Performance Computing), cuyo objetivo es dotar a Europa de superordenadores potentes, en particular para la IA, la cuestión del número de proyectos seleccionados es fundamental. En cuanto a la investigación fundamental en el ámbito de la energía atómica civil europea, solo un centro, el CERN de Ginebra, ha concentrado las considerables inversiones en aceleradores, lo que ha permitido a Europa mantener su liderazgo mundial en este campo.
El hecho de que el primer plan sectorial anunciado se refiera al automóvil resume el impacto de nuestro retraso digital como elemento sistémico de degradación: la industria automovilística europea en su conjunto ha tardado en reconocer la ruptura fundamental hacia el nuevo modelo de «plataforma digital» que está revolucionando toda la industria y reorganizando el panorama.
No ha sido en Europa donde la industria automovilística ha sabido integrar esta revolución, cuyos conceptos fueron desplegados inicialmente por Tesla y luego reproducidos y acelerados por los fabricantes chinos, cuya ventaja en materia de innovación, productividad, precios y, sobre todo, marketing industrial es impresionante.
Para la siguiente etapa, la de los vehículos autónomos, seguimos en la fase atractiva de las start-ups innovadoras. En el pasado, Europa se ha entusiasmado con demasiada frecuencia con proyectos propicios para anuncios políticos refrescantes y una abundante cobertura mediática, sin que ello se tradujera posteriormente en una industria creíble. El retraso acumulado en este ámbito es elocuente. Un ejemplo: Alphabet, la empresa matriz de Google, tiene dos filiales dedicadas a los vehículos autónomos. Una, Waymo, se dedica a los taxis sin conductor, muy apreciados por los padres estadounidenses para llevar a sus hijos de forma «más segura» a sus actividades, ante el temor de agresiones por parte de conductores de VTC mal controlados. La otra, Wing, se dedica a la entrega con drones en Australia. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que estas soluciones estén realmente disponibles para los consumidores europeos?
Para la Comisión, que se enfrenta a la ofensiva arancelaria estadounidense, que debería empujarnos a buscar un terreno de entendimiento con China, la decisión será difícil: no se puede plantear sacrificar el sector del automóvil como se ha dejado hundir progresivamente nuestro sector de las telecomunicaciones, salvo a costa de un precio económico y político que podría ser la gota que colme el vaso, ya que es cierto que el consumidor feliz de hoy es el desempleado infeliz de mañana, y el votante que se pasa a los extremos para el futuro.
Ante todo, debemos ser lúcidos sobre la profundidad del retraso que hay que recuperar. Si bien podemos alegrarnos de la caída de las ventas de Tesla y de sus pérdidas bursátiles a la luz de su postura contra los europeos, debemos reconocer lo que Musk también representa para nosotros en la Unión. En tres ámbitos en los que nuestro liderazgo era real —la automoción, las telecomunicaciones y el espacio— no vimos venir ninguna de las rupturas de los modelos industriales preexistentes introducidas por Tesla, Space X y StarLink.
En los tres casos, la innovación —y en particular la innovación digital— ha estado en el centro de estas rupturas, y una cierta pesadez burocrática, incluso arrogancia, por parte de los grandes industriales establecidos ha sido una formidable fuente de ceguera que se pagará cara y de forma duradera.
La ventaja de Estados Unidos en materia de IA generativa no es más que un nuevo episodio de los retrasos industriales y tecnológicos acumulados por Europa desde los inicios de la revolución digital. Su efecto disruptivo será al menos equivalente al de la irrupción de internet. Razón de más para alarmarse y reaccionar de forma concentrada y creíble.
El retraso europeo en los sectores digitales es tanto más preocupante cuanto que es masivo y estructural. Supone un riesgo civilizatorio para el futuro de Europa, tanto para su soberanía como para su modelo cultural, ya que, con la omnipresencia de las plataformas, las redes sociales y, ahora, la ruptura total que introduce la IA generativa en muchos ámbitos, empezando por el del conocimiento y la educación, la salud y la seguridad, pero también el de la información y, por tanto, del poder, la capacidad de Europa para preservar su propio modelo de sociedad se ve directamente amenazada por su pérdida de soberanía digital.
Un triste aniversario: las causas del fracaso de la digitalización europea
En lo que respecta a la digitalización, el reto al que se enfrenta la Unión ha cambiado considerablemente desde principios de la década de 2000, cuando algunas de las mayores empresas de un sector digital en marcha hacia la convergencia se llamaban Nokia, Siemens, Philips, Ericsson o Alcatel. Hace 25 años, Estados Unidos dominaba ampliamente la industria informática, Asia seguía siendo principalmente una fábrica de equipos y Europa era líder en telecomunicaciones.
A principios de marzo, Europa pasó por alto un triste aniversario.
Los días 23 y 24 de marzo de 2000, la Unión adoptó su famosa «Estrategia de Lisboa», cuyo objetivo era convertir a Europa en «la economía del conocimiento más competitiva y dinámica del mundo de aquí a 2010, capaz de un crecimiento económico sostenible acompañado de una mejora cuantitativa y cualitativa del empleo y de una mayor cohesión social». 2
Esta declaración, simbólica de aquellos «años felices» entre la caída del Muro y la caída de las torres, hoy nos hace sonreír cuando la comparamos con nuestra realidad, pero, habiendo contribuido a su elaboración, queremos recordar que las condiciones para el éxito estaban ahí.
Ya fuera en materia de innovación, industria y servicios digitales, en las telecomunicaciones, pero también en la informática, Europa se encontraba en aquel momento en una posición muy favorable para alcanzar el éxito.
Si el Protocolo de Internet (IP) fue inventado a principios de los años setenta por un grupo de científicos presidido por dos estadounidenses, el hipertexto, origen de la world wide web, se debe al trabajo de dos europeos, el británico Tim Berners Lee y el belga Robert Caillau, cuya puesta en línea en 1993 supuso el inicio de internet para el gran público. Entre las propuestas que podrían ayudar a reforzar el sentimiento de identidad común de los europeos, los futuros billetes en euros, que el BCE ha decidido que llevarán rostros a partir de 2026, podrían rendirles homenaje al tiempo que informarían a los millones de turistas no europeos sobre el pasado tecnológico reciente de Europa. 3
Arqueología de una dependencia: el caso de las telecomunicaciones
Durante los años ochenta y noventa, todos los esfuerzos de los europeos se centraron en organizar la competencia en sus industrias de telecomunicaciones, con la privatización de los antiguos operadores públicos y la creación de competidores privados y autoridades reguladoras independientes. La armonización tecnológica y la integración en un mercado único, posibilitada por el estándar franco-alemán de segunda generación de telefonía móvil, el GSM, permitió a Europa alcanzar el liderazgo mundial. Este movimiento dio lugar a una formidable innovación comercial y tecnológica, en beneficio de los consumidores y las empresas europeas.
¿Cómo se explica el posterior retroceso europeo?
Es complicado distinguir entre errores industriales, desventajas estructurales y malas decisiones políticas, tanto a nivel nacional como europeo. Sin embargo, volver rápidamente sobre algunas de las causas del declive del sector europeo de las telecomunicaciones puede arrojar luz sobre el futuro, en el sentido de los errores que no deben repetirse.
Recordemos la frase de Serge Tchuruk, director general de Alcatel, cuando anunció en Londres en junio de 2001 su ambición de construir una empresa «fabless» (sin fábricas). El naufragio fue total, pero por etapas: fusión con Lucent en 2006, venta de Alcatel-Lucent a Nokia en 2008 y adquisición por Microsoft unos años más tarde.
En retrospectiva, algunas fechas son momentos decisivos: el lanzamiento del iPhone en junio de 2007, que dio el poder a una empresa informática y al software en un mercado dominado por los industriales y los operadores de telecomunicaciones, abrió el camino a una cuasi «mercantilización» de estos actores, esencialmente europeos. Estos no quisieron ver el peligro, y la desinversión masiva en innovación e I+D que sus estrategias financieras les llevaron a adoptar es una de las principales causas de su declive.
Hans Snook, fundador de Orange, tuvo a principios de la década de 1990 una visión profética al describir el futuro del teléfono móvil como un «control remoto universal de la vida». Las tecnologías que han hecho realidad esta visión han sido estadounidenses y asiáticas.
La adquisición de Android por parte de Google y su imposición como sistema operativo alternativo al iOS de Apple, junto con la imposición del modelo de smartphone y la explosión de internet móvil, han provocado un traspaso del liderazgo de Europa a Estados Unidos y Asia, principalmente China, Taiwán y Corea del Sur.
Otra causa importante es el «chantaje» presupuestario de las licencias 3G (UMTS) por parte de los tesoros públicos británico y alemán. No olvidemos que el costo prohibitivo de las licencias subastadas a principios de los años 1990-2000, cerca de 100.000 millones de euros en, lo que hoy equivaldría a 65.000 millones de euros, 4 ayudaron a algunos gobiernos a cumplir los «criterios de Maastricht» en materia de cuentas públicas, pero a largo plazo en detrimento de toda la industria europea de las telecomunicaciones.
En efecto, en aquella época, la gran mayoría de los proveedores industriales de equipos y terminales eran industriales europeos. Sin embargo, una vez que los operadores europeos se endeudaron considerablemente para pagar sus licencias, retrasaron, a menudo durante varios años, el despliegue de las nuevas redes e hicieron recaer sobre los industriales una buena parte del costo del esfuerzo financiero.
En otoño de 2001, el primer ministro Lionel Jospin se vio obligado a autorizar una reducción del precio de estas licencias en Francia para evitar una catástrofe industrial anunciada, ya que dos de los tres operadores de la época no podían financiar el precio fijado inicialmente, que era muy inferior al de los precios británicos o alemanes. Nuestros operadores ya se habían visto «despojados» al participar en estas subastas.
En 2025, la sangría de la capacidad financiera de los Estados para apoyar cualquier reindustrialización se enfrenta, de manera muy desigual, a otro obstáculo: el de la deuda.
En este sentido, la situación francesa es especialmente grave y es de esperar que los esfuerzos reales movilizados por dispositivos como France 2030 o la BPI desde hace una década no se vean comprometidos por la indispensable reducción del gasto público.
Desde principios de la década de 2000, otras dos causas han contribuido a la pérdida del sector, en forma de consumismo y libre comercio. Al querer reducir a toda costa los márgenes de los operadores europeos para favorecer constantemente la bajada de las tarifas para los consumidores, los poderes públicos europeos —a menudo a nivel estatal, pero siempre a nivel de la Comisión— han cortado la rama en la que se apoyaba el sector para financiar su innovación. Al mismo tiempo, el mercado estadounidense seguía estando aún más fragmentado que el de la Unión, pero estaba sólidamente protegido, por no hablar del mercado chino, donde las tarifas de las comunicaciones entre operadores (el «roaming») habían aumentado un 40 % en el momento en que la Comisión hizo caer las de los operadores europeos.
El resultado de esta acumulación de errores fue tan rápido como brutal y se dejó sentir desde principios de la década de 2000.
Menos de cinco años después de la adopción de la Estrategia de Lisboa, su fracaso se constató en noviembre de 2004 en un informe de Wim Kok, antiguo primer ministro de los Países Bajos, y la Unión se dotó de una nueva estrategia, «Europa 2020», para «un crecimiento inteligente, sostenible e integrador».
Cinco años después de este nuevo plazo, es un eufemismo constatar una vez más su fracaso y no se ve cómo Europa podría, a corto plazo, salir de esta dependencia casi total en materia de tecnologías digitales.
Nube, IA, satélites: defender bastiones, construir otros nuevos
Ante la nueva amenaza de la desconexión con el aliado estadounidense, lo más urgente, en algunos ámbitos clave de las tecnologías digitales, es garantizar que la Unión refuerce su autonomía estratégica o, al menos, emprenda una estrategia de nueva generación.
En el primer caso, cabe celebrar que haya visto la luz el proyecto Galileo. Imaginemos la fragilidad europea ante un dirigente estadounidense que, por cualquier motivo, decidiera cortar la señal GPS, aunque solo fuera durante unas horas.
En el caso de algunas tecnologías duales o puramente militares, algunos miembros de la OTAN están descubriendo que el aliado estadounidense tiene la posibilidad de reducir o paralizar la acción de armamentos vendidos hace años. Pero salir de esta dependencia llevará años, debido a los ritmos inherentes a las grandes cadenas de equipamiento militar.
Para el sector espacial europeo, es prioritario dotarse de una constelación de satélites alternativa a Starlink u otros proyectos como Kuiper de Amazon. El proyecto IRIS, 5 cuyos lanzamientos comienzan este año, debería dar respuesta a esta necesidad.
Del mismo modo, es necesario reforzar los ámbitos estratégicos en los que Europa es fuerte, como sus superordenadores, sus industrias de semiconductores —como la holandesa ASML o STMicroelectronics—, su I+D en el ámbito cuántico, sus fabricantes de software industrial líderes a nivel mundial, como Dassault Système, o sus buques cableros, ya que más del 90 % de las comunicaciones pasan por cables oceánicos. No debería permitirse la cesión de estos activos estratégicos a entidades no europeas. En este sentido, los poderes públicos, en particular los franceses, han evolucionado mucho.
En el segundo caso, mayoritario, en el que nuestro retraso en tecnologías digitales no es absolutamente crítico, o sigue siendo insuperable a corto plazo, habrá que inspirarse en el principio del double leap frog, el «doble salto de rana»: cuando el retraso acumulado en una etapa tecnológica es demasiado grande, se recomienda concentrarse en la siguiente.
Esto es lo que hicieron muchos países de África, Asia y América Latina en el sector de las telecomunicaciones en la década de 2000-2010, renunciando a desplegar infraestructuras fijas de telefonía y pasando directamente a la telefonía móvil de alta velocidad.
Pero Europa tiene los medios y la necesidad estratégica e industrial de plantearse de forma más amplia su actual dependencia total de los equipos y el software, incluidos los más «básicos» o de consumo, por ejemplo, en materia de burocrática, mensajería o redes sociales, donde las ocho aplicaciones más utilizadas en Europa son estadounidenses y una de ellas (Tik Tok) es china.
Gilles Babinet, copresidente del Consejo Nacional Digital, ha descrito los numerosos casos en los que una administración estadounidense aún más agresiva podría causar daños masivos a la economía europea, desde la suspensión de las licencias de Office 365, con las que cuenta el 80 % de las empresas del CAC 40, hasta el acceso a la nube y sus diferentes capas de aplicaciones.
Los anuncios sobre la IA se multiplican y las cifras son impresionantes, como las anunciadas por las autoridades francesas durante la Cumbre de París en febrero de 2025.
También en este caso habrá que estar atentos a la realidad de su aplicación y ser pragmáticos: no existe ninguna solución de verdadera soberanía europea a corto plazo, salvo los modelos, que a su vez se basan en las grandes IA que ya permiten ofrecer soluciones europeas. En cuanto a la potencia de procesamiento, sin la cual no es posible la IA generativa, depende esencialmente de cinco actores: Amazon, Microsoft, Oracle, Nvidia y Google.
La cuestión de las condiciones de mercado equitativas y del abuso de posición dominante, o del incumplimiento de otras normas comunitarias, se plantea también de forma recurrente desde que se acuñó el concepto de GAFAM. Desde hace quince años que la Comisión Europea anuncia regularmente que va a emprender acciones de control o sancionadoras contra los gigantes tecnológicos estadounidenses, la realidad es que, al día de hoy, prácticamente ningún procedimiento ha llegado a su fin. Esperamos con interés ver cómo la nueva comisaria responsable de la digitalización y la soberanía tiene intención de actuar en estos ámbitos y cuáles serán las consecuencias de las sanciones impuestas el 23 de abril por la Comisión contra Apple y Meta, en virtud de la Ley del Mercado Digital.
Por el contrario, el conflicto abierto por el gobierno estadounidense contra Tik Tok, con apoyo bipartidista, es interesante: refleja una actitud afirmativa y directa, un «Yes we can» muy alejado de nuestras circunvoluciones.
Otro reto para nuestra política digital es el rendimiento de su marco regulador. Con la ambición manifestada en el pacto por una industria limpia de simplificar los procedimientos administrativos, la Comisión parece escuchar también las críticas a una Unión especialmente dotada para regular, a riesgo de obstaculizar la capacidad de innovación de sus propias industrias.
El debate apenas se ha iniciado y debe profundizarse con prudencia, entre la lucha siempre necesaria contra el exceso de normas y la necesidad de proteger al consumidor y preservar el soft power europeo como zona de respeto de las reglas democráticas.
Para que sea posible una reactivación digital de Europa, el debate sigue siendo necesario, si pensamos en la acumulación de textos, desde las directivas sobre los servicios de audio y video y los derechos de autor, pasando por el RGPD de la penúltima legislatura, la Ley de Servicios Digitales (DSA) y la Ley de Mercados Digitales (DMA) en 2022, hasta la Ley de IA y la Directiva NIS-2 (Seguridad de las Infraestructuras de Red) de 2024.
Así, a partir del nuevo rumbo que se perfila a nivel de la Unión, habrá que contar con la nueva Comisión y el nuevo Parlamento, impulsados por la sociedad civil, los industriales, los expertos y el mundo asociativo, para que se vaya definiendo progresivamente una estrategia de nueva soberanía digital.
Comprender los obstáculos de la reindustrialización europea
Más allá de la estrategia para restaurar progresivamente una industria digital europea, se plantea la cuestión más global de la credibilidad de una reindustrialización europea.
Para reflexionar sobre nuestro futuro industrial, hay que partir de la situación mundial, caracterizada por un amplio dominio chino, mientras que el dominio estadounidense sigue siendo real en las finanzas, la mayoría de los servicios y la tecnología. El economista Jean Pisani-Ferry aporta elementos de reflexión sobre este equilibrio de poder: 6 si el dólar representa el 60 % del sistema financiero mundial, «frente a alrededor del 20 % del euro y una fracción minúscula de las demás monedas», China representa hoy cerca de un tercio de la industria mundial, muy por delante de Estados Unidos (16 %).
Detrás de las cifras se esconde un hecho aún más importante: China «cuenta con el único sistema industrial completo y domina las cadenas de valor internacionales».
Sobre todo, la ventaja industrial de China «se debe hoy en día más a la densidad de su tejido industrial y a la cantidad de competencias reunidas en su territorio que a los costos salariales más bajos».
Por lo tanto, es más al modelo chino que a su equivalente estadounidense al que hay que comparar para extraer conclusiones sobre la estrategia industrial europea.
Antes de proclamar la voluntad de reindustrialización dentro de la Unión, es necesario analizar bien nuestra situación.
En lo que respecta al tejido industrial, nuestras debilidades son múltiples. Podemos citar varias, que nos proponemos ilustrar rápidamente a partir de algunos ejemplos: el efecto del tamaño y del sector, la ausencia de una estrategia a largo plazo y de una cultura de política industrial, la fragmentación del mercado único, la falta de competencias, la pérdida de innovación, la insuficiencia de garantías a través de la contratación pública.
A esto hay que añadir, en el caso de Francia, que la industria representa un porcentaje del PIB (17 %) inferior a la media de la Unión (23,5 %) y muy lejos de los líderes industriales europeos como Alemania (27 %), Polonia (28 %) o la República Checa (30 %). 7
En cuanto al efecto del tamaño, esta es una de las causas de la fragilidad de nuestro sector industrial nuclear. Durante los trabajos de la Comisión Attali sobre la liberalización del crecimiento en Francia, en 2007-2008, Anne Lauvergeon, entonces presidenta de Areva, nos advirtió sobre la ventaja que China estaba tomando en el sector nuclear civil por el simple hecho de la cantidad de centrales que se estaban proyectando o construyendo.
Este efecto se tradujo posteriormente en la pérdida de conocimientos técnicos para oficios y gestos técnicos de alta precisión, sin que ello correspondiera necesariamente a niveles elevados de formación inicial, como en el caso de la soldadura, con el desastroso efecto de una pérdida de fiabilidad del sector nuclear civil francés y considerables retrasos en los calendarios.
En cuanto a la existencia de una estrategia a largo plazo, sin duda fue un error esperar demasiado de la Unión Europea, más orientada a la regulación y la organización de las condiciones del mercado que a una verdadera estrategia industrial. El mejor ejemplo fue el destino del sector de las telecomunicaciones, mencionado anteriormente.
En cuanto a la falta de competencias en la industria, las deficiencias son de dos tipos: falta de ingenieros, pero también, según el país, debilidad de los sistemas de formación profesional, como en Francia, aunque desde 2018 se está produciendo un cambio fundamental que está dando sus frutos con una espectacular revalorización de la formación profesional, lo que demuestra que las mentalidades pueden evolucionar.
En cuanto a la falta de integración del mercado único, Mario Draghi, en su discurso ante el Parlamento Europeo el pasado mes de febrero, volvió a insistir en la urgencia de simplificar la normativa, afirmando que «las barreras internas de la Unión equivalen a aranceles del 45 % en la industria manufacturera y del 110 % en los servicios».
En esta línea, la reciente declaración franco-alemana aboga por la simplificación de las normas europeas y se refiere expresamente a dos directivas recientes, criticadas por la pesadez de los controles adicionales impuestos a las empresas, una sobre la publicación de información en materia de sostenibilidad por parte de las empresas (CSRD) y otra sobre el deber de vigilancia de las empresas en materia de sostenibilidad (CSDDD).
También en este caso, tanto en Francia como en el resto de la Unión, la ruptura cultural con un modelo en el que la creación de normas parece ser el colmo de la acción de los responsables políticos sigue siendo tan indispensable como inalcanzable. La violencia y la exageración de las políticas encarnadas por Javier Milei en Argentina o por el D.O.G.E. en Estados Unidos no deben impedirnos analizar concretamente a qué conducirán realmente. La desindustrialización y la acumulación de normas, junto con la creciente intervención del juez en ámbitos en los que la acción pública se ve contradicha o debilitada por ello, constituyen otro motor temible que alimenta la pérdida de confianza del electorado en nuestras instituciones.
En cuanto a la pérdida de innovación, lo que ha ocurrido con la industria espacial y la industria automovilística es sin duda el ejemplo más emblemático, entre otras cosas porque Europa conserva una base industrial considerable y de muy alto nivel industrial y tecnológico que permite esperar un repunte.
La ruptura cultural con un modelo en el que la creación de normas parece ser el punto álgido de la acción de los responsables políticos sigue siendo tan indispensable como inalcanzable.
Jean-Noël Tronc
La Unión también se ve perjudicada por su liberalismo comercial, a menudo asimétrico, y, lo que es digno de elogio, por su respeto del derecho y las normas multilaterales.
Un buen ejemplo de ello lo proporcionó a principios de enero de 2025 el Departamento de Comercio de los Estados Unidos a partir de su investigación realizada en el marco de la Trade Act para identificar las medidas contrarias a las normas de la OMC aplicadas por el gobierno chino para dominar la industria marítima mundial.
En esa ocasión, puso de manifiesto la importancia del sistema Hukou, una normativa que divide a los ciudadanos chinos entre rurales y urbanos.
Dado que solo estos últimos tienen acceso a la protección social «urbana», ya sea en materia de vivienda, salud o educación, y que solo un tercio de la población está clasificada como «urbana» —mientras que el 50 % de la población china vive en zonas urbanas—, el Hukou ha permitido, según el informe estadounidense, crear una «inmensa clase de trabajadores superexplotables, altamente móviles y flexibles para la nueva economía industrial china». 8
Este informe ilustra la forma tan particular en que China se ha integrado en la OMC y la ha utilizado para afianzar su dominio industrial en un número cada vez mayor de sectores. En el Vietnam de finales de la década de 2010, que acababa de entrar en la OMC, se oía a menudo esta frase: «Vietnam entró en la OMC con las condiciones de la OMC, mientras que China entró en la OMC con las condiciones de China».
En el mundo de Trump, la Unión tiene el temible privilegio de poder seguir siendo el único polo democrático del mundo con el tamaño económico suficiente para imponer el mantenimiento de una economía mundial abierta y el respeto de una serie de normas. Esto pasa por llegar a un acuerdo con China, con la condición de replantearse parte de lo que se ha convertido en una forma de «intercambio desigual», esta vez en detrimento de la economía europea, a diferencia de lo que las potencias coloniales occidentales impusieron al Imperio Medio en el siglo XIX.
Es fundamental que Francia y Alemania converjan en la actitud que deben adoptar frente a China y Estados Unidos, ya que el superávit comercial alemán, basado principalmente en sectores como el automovilístico, ha influido mucho en la reticencia alemana a adoptar una política comercial firme. La continuidad en esta materia ha sido total, desde Angela Merkel y sus predecesores hasta la actualidad.
Desde este punto de vista, la declaración franco-alemana del 7 de mayo de 2025 puede hacer esperar un verdadero cambio de rumbo, aunque las declaraciones se mantengan en el nivel de una evidencia bienvenida («Ante una competencia mundial más dura, actuaremos en favor de una nueva agenda de política comercial sostenible para la Unión, (…) de conformidad con nuestro compromiso continuo en favor de un comercio abierto, equitativo y basado en normas. Esto no debe interpretarse como ingenuidad. Si queremos que las relaciones económicas sean mutuamente beneficiosas, las condiciones de competencia deben ser verdaderamente equitativas.»). 9
Volviendo al análisis de Jean Pisani-Ferry, más allá del tejido industrial, también se plantea la cuestión de los costos salariales.
Por muchos esfuerzos que se hagan para transferir el peso de la financiación de nuestro elevado nivel de protección social a otros recursos distintos del costo laboral, el efecto de trinquete es tal que es ilusorio pensar que podemos ser competitivos con China en este ámbito.
Pensar en la reindustrialización exige una mano de obra cualificada y, por lo tanto, una verdadera reorientación de las prioridades desde el sistema educativo. Para un país como Francia, por ejemplo, esto significa ir mucho más allá en la dirección del modelo alemán, donde el aprendizaje es el núcleo de la formación profesional.
Una cifra ilustra la diferencia: el 40 % de los jóvenes alemanes obtienen el Abitur —el equivalente a nuestro bachillerato general— frente al 80 % de los jóvenes franceses que obtienen el bachillerato profesional o general, con un rendimiento muy mediocre de los bachilleratos profesionales en cuanto a empleabilidad y una tasa de fracaso en el primer año de licenciatura superior al 70 %. Mientras las empresas sigan siendo periféricas en la gestión de los aprendices —lo que sigue siendo la norma en los institutos profesionales—, el modelo alemán seguirá siendo inalcanzable.
A esta situación se añade la cuestión de las representaciones simbólicas. En Francia, por ejemplo, el lujo, la administración o las finanzas atraen más que la automoción, la informática, la construcción o la energía nuclear. 10
Otro ámbito en el que la asimetría entre la Unión, por un lado, y Estados Unidos y China, por otro, es espectacular, es el de la contratación pública y la posibilidad de favorecer a nuestros industriales. En 2001, hubo que luchar contra algunas administraciones que invocaban las normas de Bruselas para convencer de que no era posible comprar un Boeing para el futuro avión destinado al presidente de la República o al primer ministro, en particular porque no se podía garantizar la seguridad de los medios de comunicación a bordo.
La Unión tiene el formidable privilegio de poder seguir siendo el único polo democrático del mundo con el tamaño económico suficiente para imponer el mantenimiento de una economía mundial abierta y el respeto de una serie de normas.
Jean-Noël Tronc
Una vez más, la declaración franco-alemana del pasado 7 de mayo retoma una idea necesaria: «Estudiaremos la cuestión de la preferencia europea en la contratación pública, en particular para los productos con bajas emisiones de carbono». 11
Apostemos por que se supere lo antes posible la fase de estudio de esta candente cuestión.
Pensar la industrialización a largo plazo y volver a hacer soñar con Europa
También se trata de evitar la «feria de las ilusiones»: la Unión Europea ya no puede permitirse el lujo de multiplicar los anuncios y los planes sin efectos, al igual que los poderes públicos nacionales que, por ejemplo en Francia, suelen ser sus mayores adeptos. El efecto de los anuncios, unido a las necesidades electorales y a la esperanza de que cada noticia sustituya a la anterior, hace que nadie compruebe la realidad de lo anunciado. El reciclaje de los mismos anuncios es otro deporte nacional pernicioso, como lo demuestra el ejemplo de los más de 100 polos de competitividad anunciados progresivamente, que hacen ilegibles y poco eficaces las medidas industriales relacionadas con gran parte de estos polos.
La esperanza de una reindustrialización a corto plazo se enfrenta a tantas realidades restrictivas que a menudo resulta ilusoria. Jean Pisani-Ferry cita así la obra de Robert Lawrence, Behind the Curve: Can Manufacturing Still Provide Inclusive Growth, 12 según la cual los puestos de trabajo perdidos en la industria manufacturera no se recuperan. Lo que es seguro, en cualquier caso, es que cuanto más se concentren los esfuerzos en unos pocos sectores, menor será el riesgo de decepción.
¿Puede la Unión cambiar de programa y superar los anuncios grandilocuentes y los planes dispersos sin efectos reales? Nada es menos seguro. Lo único que podría llevarnos a ello sería comprender que ya no tenemos otra opción.
Nuestra Europa también debe encontrar las vías y los medios para volver a soñar con su futuro. Arianespace y Airbus han sido símbolos de poder industrial e independencia tecnológica, pero también de orgullo e identidad común para todos los europeos. ¿Qué nuevas fronteras podemos imaginar? Al fin y al cabo, la exploración espacial, más allá incluso de la conquista de Marte, no está fuera de nuestro alcance si nos dotamos de los medios necesarios.
Algunos proyectos tecnológicos también podrían alimentar de manera concreta el modelo europeo basado, según nuestro lema, en la unidad en la diversidad.
El idioma, por ejemplo, para el que propuse en 2019 el lanzamiento de un proyecto de investigación industrial Babel, comparable en magnitud al secuenciamiento del genoma, que se puso en marcha con éxito tras la Estrategia de Lisboa de 2000. Este proyecto podría tener como objetivo la creación de equipos miniaturizados de traducción automática instantánea que permitieran a los ciudadanos europeos, de los cuales solo el 1 % son anglófonos nativos (los irlandeses), comunicarse entre sí en su propia lengua. 13
Volviendo al informe Draghi y al Plan presentado por la Comisión, estos ya proponen muchos ámbitos, desde las tecnologías verdes hasta las militares, pasando por los ordenadores cuánticos y la fusión, en los que la ciencia y la tecnología de que dispone nuestro continente en abundancia deben ser la base de nuestra esperanza de reindustrialización.
Al presentar su Pacto el pasado mes de febrero, la Comisión Europea cumplió en cualquier caso el compromiso que había adquirido desde su creación al proponer medidas concretas para responder al informe Draghi.
Hay que agradecérselo y subrayar la necesidad de que la guerra comercial, por un lado, y la amenaza de guerra, por otro, en el frente europeo oriental, no impidan a la Comisión y a los Estados miembros mantener a toda costa su voluntad de actuar con rapidez y firmeza. El argumento de Mario Draghi es sin duda el más convincente: «cada día que tardamos, la frontera tecnológica se aleja de nosotros».
Notas al pie
- Elíseo, Remettre à plat les relations franco-allemandes pour l’Europe.
- Conclusiones del Consejo Europeo de Lisboa, 23 y 24 de marzo de 2000.
- Esta propuesta se encuentra en el libro Et si on recommençait par la culture. Plaidoyer pour la souveraineté européenne, Jean-Noël Tronc, Seuil, 2019.
- Sobre los precios de las «subastas 3G», véase: Élie Cohen y Michel Mougeot, Enchères et gestion publique, informe del Consejo de Análisis Económico, p. 93.
- IRIS (Infrastructure for Resilience, Interconnectivity and Security by Satellite) se convertirá en una constelación de 290 satélites en órbita baja o media, cuya puesta en servicio está prevista para 2030.
- Jean Pisani-Ferry, «L’Europe face aux incohérences de Trump», Le Monde, 20-22 de abril de 2025.
- Le poids de l’industrie dans l’économie en Europe. Statista, Banco Mundial, 2022.
- Ver en especial: Rana Foroohar «Trump’s trade challenge», Financial Times, 20 de enero de 2025.
- Declaración franco-alemana del 7 de mayo de 2025, op. cit.
- «Les jeunes et le travail, aspirations et désillusions des jeunes de 16-30 ans», Institut Montaigne, abril de 2025.
- Declaración franco-alemana del 7 de mayo de 2025, op. cit.
- Peterson Institute, 2024.
- Ver op. cit., disponible en línea, p. 195.