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En las últimas semanas, un término técnico alemán, Schuldenbremse —o freno al endeudamiento—, ha dado la vuelta al mundo, mientras que Berlín se ha convertido en el punto de convergencia de decisiones capitales que configuran el futuro de Europa.
La semana pasada, en una votación histórica, las dos cámaras legislativas alemanas adoptaron textos legislativos esenciales destinados a reformar el freno de la deuda para permitir un aumento de los gastos de defensa, así como un presupuesto especial para infraestructuras, que se han finalizado y aprobado. La rapidez con la que se han tomado estas medidas, cuando se está formando un nuevo gobierno, no tiene precedentes, pero era necesaria.
Las circunstancias excepcionales exigen respuestas excepcionales.
Durante demasiado tiempo, Europa y Alemania se han hecho ilusiones. Si el supuesto «fin de la historia» era esencialmente una idea estadounidense, también era una realidad europea —y sobre todo alemana—.
Hace tiempo que vivimos en un mundo diferente, pero sólo ahora lo aceptamos.
Los acontecimientos de las últimas semanas —desde el discurso de confrontación de J. D. Vance hasta la Conferencia de Seguridad de Múnich, pasando por la humillación pública del presidente Zelenski en el Despacho Oval y la negociación de cuestiones de seguridad europea en Arabia Saudí sin la participación de Europa— han hecho añicos cualquier atisbo de complacencia que pudiera quedar. La realidad es brutal: durante décadas, Europa ha jugado muy por debajo de su rango. Ha luchado como un peso pluma geopolítico a pesar de su estatus de gigante económico. En una era cuyos términos están definidos por Trump, Xi y Putin, esta situación ya no es sostenible.
Si el supuesto «fin de la historia» era esencialmente una idea estadounidense, también era una realidad europea —y sobre todo alemana—.
NATHANIEL LIMINSKI
Las decisiones tomadas en Berlín en las últimas semanas, como las conclusiones adoptadas en la última cumbre del Consejo Europeo en Bruselas, envían una señal clara: Europa está pasando a la velocidad superior.
Y, por una vez, no es retórica: estamos tomando medidas concretas.
El dinero por sí sólo no resolverá el problema
El compromiso financiero es colosal: se habla de gastos potencialmente ilimitados en defensa e inteligencia, así como de una inversión de 500.000 millones de euros en infraestructuras e iniciativas a favor del clima. Si bien este dinero es esencial, no es suficiente: sin una preocupación por la productividad y la eficacia, estos miles de millones se desperdiciarán.
Para garantizar que este dinero se gaste de manera eficiente, tendremos que aligerar drásticamente la proverbial pesadez burocrática alemana.
Históricamente, el gobierno federal se ha mostrado demasiado prudente y ha establecido mecanismos de control excesivos sobre el gasto. Aunque están destinados a garantizar la responsabilidad fiscal, estos mecanismos a menudo han sofocado las inversiones. Durante las difíciles negociaciones sobre esta legislación, se han eliminado con éxito algunos de estos obstáculos. Ahora es el momento de ir más allá: más confianza; menos aversión al riesgo; un compromiso firme contra la parálisis burocrática.
La eficacia es igualmente crucial.
Las sumas asignadas son importantes, pero siguen siendo modestas en comparación con nuestras necesidades. En ausencia de objetivos claros y reformas estructurales, este dinero se desperdiciará. De hecho, ya ha ocurrido antes: el presupuesto especial de defensa de 100.000 millones de euros de 2022 tras el famoso Zeitenwende —el cambio de época— se ha evaporado en gran medida sin dar resultados significativos. Esta vez no podremos permitirnos repetir el mismo error.
Una nueva era para la defensa europea
Para que el gasto en defensa sea realmente eficaz, deben cumplirse dos condiciones.
En primer lugar, Europa debe dar prioridad a los proyectos comunes en lugar de a los intereses nacionales. Debe ponerse fin a la época en que los Estados-nación se aferraban a sus industrias de defensa nacionales en detrimento de la seguridad colectiva. Necesitamos recursos comunes y esfuerzos coordinados para desarrollar las capacidades europeas. Es alentador ver que actualmente existe una verdadera dinámica en este sentido, especialmente en París, Varsovia y Berlín, con el fin de establecer un marco de defensa europeo unificado, en estrecha colaboración con Londres.
Las sumas asignadas son importantes, pero siguen siendo modestas en comparación con nuestras necesidades. En ausencia de objetivos claros y reformas estructurales, este dinero se desperdiciará.
NATHANIEL LIMINSKI
Luego, debemos reformar en profundidad nuestras estructuras de mando. No basta con desarrollar las fuerzas armadas nacionales; debemos ser capaces de llevar a cabo operaciones conjuntas, incluso sin el apoyo de Estados Unidos si es necesario. Como ha señalado recientemente Herfried Münkler, la interoperabilidad militar europea y la garantía de una disuasión nuclear creíble son objetivos vitales. No se trata de consideraciones presupuestarias. Se trata de voluntad política.
Reforzar la competitividad europea
Más allá de la defensa, es necesario reforzar la competitividad económica de Europa, no sólo mediante el gasto, sino también mediante una reforma regulatoria inteligente.
El reciente informe de Mario Draghi —que, lamentablemente, ha recibido muy poca atención en Alemania— señala importantes defectos estructurales en el mercado único de la Unión.
Si bien nuestra Unión sigue siendo su principal socio comercial, las barreras internas —como las diferencias entre las normativas nacionales y los tipos del IVA— representan el equivalente a aranceles del 45% sobre las mercancías y del 110% sobre los servicios. Es imprescindible eliminar estos obstáculos, sobre todo en un momento en el que la política comercial de los Estados Unidos se está volviendo cada vez más proteccionista. Así, el Financial Times estima que un aumento de sólo el 2,4% en el comercio intraeuropeo podría compensar una caída del 20% en las exportaciones estadounidenses. Sin embargo, desbloquear esta situación requiere ante todo voluntad política —no gastos adicionales—.
Mantener el apoyo de la opinión pública
Como muestra un estudio reciente publicado en estas páginas, el giro alemán cuenta con un fuerte apoyo de la opinión pública. Eso es bueno, pero nada garantiza que dure.
Ante la creciente incertidumbre, los líderes deben ser honestos sobre las medidas que deben tomarse y los costes que implican.
Europa asume por fin el papel geopolítico que su poder económico le exige.
NATHANIEL LIMINSKI
Los ciudadanos europeos comprenden la gravedad del momento. Están dispuestos a asumir una mayor responsabilidad en la defensa de la libertad, la prosperidad y la seguridad. Pero esta ayuda nunca debe darse por sentada. La transparencia, la responsabilidad y los resultados son esenciales.
Europa se encuentra en un punto de inflexión.
La complacencia de las últimas décadas ya no es apropiada. Las medidas adoptadas en Berlín y Bruselas marcan el comienzo de una nueva era —Europa asume por fin el papel geopolítico que su poder económico le exige—.
Ha llegado el momento de garantizar que nuestra determinación se traduzca en cambios duraderos.