Tras el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, Europa se enfrenta a una crisis existencial. Las iniciativas del presidente estadounidense y el cambio de era simbolizado por el discurso de J. D. Vance en la conferencia de seguridad de Múnich obligan a un esfuerzo colectivo, por la seguridad de Ucrania, por la arquitectura de seguridad europea, pero también, y este es el tema de este artículo, por sus relaciones económicas. Porque existe un gran riesgo de que las ofensivas estadounidenses en este ámbito conduzcan, en los próximos meses, a un «Múnich económico»: una rendición desordenada ante Estados Unidos que aseguraría tanto la deshonra como la derrota.

Para ello, sin embargo, debemos examinar con lucidez nuestras vulnerabilidades. Estratégicamente, Europa ha apoyado durante mucho tiempo su arquitectura de seguridad y defensa en los estadounidenses, lo que le da a Estados Unidos una influencia considerable. Las amenazas de Donald Trump sobre la financiación de la OTAN, la perspectiva de un acuerdo de paz con Rusia firmado a costa de Ucrania o su interés por Groenlandia han suscitado muy pocas reacciones por parte de las instituciones europeas y los líderes nacionales, con la notable excepción de las reuniones de emergencia organizadas en París y Washington por Emmanuel Macron. Económicamente, Europa tiene una carta que jugar, pero con demasiada frecuencia teme su propia fuerza, permaneciendo como el último defensor impotente de un orden comercial internacional liberal en plena desintegración. Debe finalmente aceptar llevar una política económica más ofensiva, para no ser aplastada por la tenaza sino-estadounidense. Este examen de conciencia va más allá de simples consideraciones de política pública. Ideológicamente, la transformación del paradigma dominante de las relaciones internacionales, que ha pasado del libre comercio neoliberal al mercantilismo y de una «orden internacional multilateral abierta basada en reglas» a un mundo basado en el uso de la fuerza, del primado de la economía al de la geopolítica, sumerge a Europa en la inmovilidad.

Sin embargo, es posible reaccionar, ya que los europeos son cada vez más conscientes de la necesidad de una revolución cultural. La posibilidad de aranceles generalizados del orden del 25 % sobre todos los bienes europeos a partir de abril hace urgente la reacción europea. El tema de la «soberanía» europea avanza y el lenguaje de la potencia asusta cada vez menos. Por otra parte, el informe Draghi ha permitido un comienzo de aggiornamento económico europeo en la política económica interior. La «Brújula de competitividad» presentada a mediados de enero por la presidenta de la Comisión Europea tiene como objetivo ponerlo en práctica, pero serán necesarias numerosas iniciativas legislativas en los próximos meses para estar a la altura.

Los europeos son cada vez más conscientes de la necesidad de una revolución cultural.

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Además, y este es el centro de nuestro argumento, el informe Draghi debe completarse con un aggiornamento de la política económica exterior. La Unión, si así lo desea, puede construir un verdadero «proteccionismo disuasorio», es decir, un arsenal de medidas capaces de responder de manera creíble, sostenible y eficaz a una ofensiva económica estadounidense que se anuncia mucho más amplia que las iniciativas arancelarias tomadas durante el primer mandato de Donald Trump: por lo tanto, será necesario ser capaz de desencadenar ataques económicos en profundidad contra intereses estadounidenses, más allá de «simples» respuestas arancelarias.

Este primer paso, indispensable, debe permitir abrir un segundo, en el que Europa finalmente retome las riendas, lo que requiere cambios profundos en la política comercial, industrial, fiscal, pero también en la política macroeconómica del continente. A este precio, Europa podrá lanzar una contraofensiva frente a las iniciativas estadounidenses, que también irán más allá del terreno comercial, reactivando inmediatamente la inversión interna, forjando una alianza «de reverso» con las economías emergentes y allanando el camino, sin duda a mediano plazo, para un nuevo acuerdo del Plaza con Estados Unidos y China. Al defender sus intereses, Europa también allanará el camino para una hoja de ruta de reforma de la globalización que, sin ceder al trumpismo, reconozca los fracasos del modelo actual e intente avanzar hacia un nuevo orden internacional que dé todo su lugar a las grandes economías emergentes en lugar del difunto «consenso de Washington».

Por un «proteccionismo disuasorio» capaz de golpear en profundidad

Europa ya no puede conformarse con una respuesta arancelaria clásica y selectiva, por muy necesaria que sea, en el mercado de bienes para hacer frente al proteccionismo estadounidense. El enfoque adoptado en 2017-2018 por la comisaria de Comercio Exterior, Cecilia Malmström, y la Comisión Juncker 1, conocido como «Plan Juncker», que consistía en aplicar contramedidas aduaneras específicas (véase el cuadro 1) y negociar un acuerdo de compras (de productos agrícolas o gas), no sería hoy ni eficaz ni sostenible.

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El enfoque de Trump I estaba relativamente centrado, al concentrarse en el acero, el aluminio y el sector automovilístico. El enfoque de Trump II parece mucho más generalizado. Durante la campaña se habló de aranceles del 10 % sobre todos los bienes y, más recientemente, de una subida de todos los aranceles estadounidenses al nivel de los aranceles recíprocos. Si considera el IVA como una barrera no arancelaria, como sugiere, podría implicar aranceles masivos contra la Unión. Por lo tanto, debemos ampliar considerablemente nuestro arsenal, ya que la respuesta comercial deberá complementarse con otras.

Además, las ofensivas estadounidenses no se limitan a los aranceles (véase el cuadro 1), sino que tienen por objeto obligar a la Unión Europea a modificar sus políticas económicas, en un sentido favorable a los intereses estadounidenses, especialmente en el ámbito digital. Las amenazas contra la DSA y la DMA son claras y deben empujarnos a utilizar estos instrumentos de manera más ofensiva, aunque no hayan sido concebidos como herramientas políticas. Desde los primeros días de la presidencia de Donald Trump, el memorándum America First Trade Policy anunciaba una revisión global de las herramientas de protección económica. En particular, preveía un examen en profundidad de la base industrial y manufacturera de Estados Unidos, así como un endurecimiento de los controles a la exportación con el fin de preservar la ventaja tecnológica estadounidense en sectores estratégicos como la inteligencia artificial o los semiconductores 2.

Es urgente que la Comisión Europea identifique todas las exportaciones de bienes y servicios estadounidenses que podrían ser objeto de una respuesta masiva.

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Además, es notable que esta ofensiva preceda incluso a la entrada en funciones de la administración de Trump: la administración de Biden había tomado, en sus últimos decretos presidenciales, en particular el 13 de enero de 2025 3, fuertes medidas de restricción de las exportaciones de chips y semiconductores a algunos países de la Unión, lo que podría plantear importantes cuestiones para la integridad del mercado único y la política comercial europea.

Por lo tanto, es urgente que la Comisión Europea identifique todas las exportaciones de bienes y servicios estadounidenses que podrían ser objeto de una respuesta masiva. Esta lista debería elaborarse con el fin de maximizar el daño infligido y aplicarse en la medida de lo posible, independientemente de los bienes europeos afectados por los estadounidenses, previendo al mismo tiempo medidas específicas de acompañamiento para apoyar a estos sectores, a fin de no dejar que se instalen tensiones entre los Estados miembros y negociaciones bilaterales entre ellos y Estados Unidos.

Por otra parte, Europa debe reforzar sus propios instrumentos de defensa económica. Dado que la Unión es un exportador de primer orden en un contexto de bajo crecimiento, un conflicto comercial simétrico debilitará necesariamente más a sus industrias, sin garantizar una relación de fuerzas favorable frente a Estados Unidos. Como muestra la reciente oposición de cinco países, entre ellos Alemania, a la introducción de aranceles europeos sobre los vehículos eléctricos chinos el pasado mes de octubre, las tensiones entre la necesidad de defender las industrias europeas y la protección de los intereses económicos a corto plazo de algunos Estados pueden impedir el surgimiento de una línea estratégica clara a largo plazo.

Ante estos desafíos, la Unión debe replantearse su arsenal de represalias y adoptar una estrategia más amplia, que combine la política comercial, la política de competencia, el apoyo a la innovación y la protección de los sectores estratégicos. No se trata de ceder a un proteccionismo ciego, sino de instaurar un «proteccionismo disuasorio», enviando una señal clara a Estados Unidos, siendo capaces de lanzar ataques económicos en profundidad.

Un primer instrumento reside en la política financiera, en particular a través de la regulación y supervisión del sector. La Unión podría restringir el acceso de las empresas financieras estadounidenses al mercado europeo de servicios financieros endureciendo los requisitos reglamentarios, y el acceso al mercado europeo de las empresas estadounidenses, en particular las licencias bancarias o, de manera más sutil, a través de las medidas de la llamada «segunda pila» de supervisión. Esto también podría restringir el acceso de los gestores estadounidenses a los ahorros europeos a través de una modificación de la Directiva AIFMD. La Unión también podría utilizar su mecanismo de screening a las inversiones extranjeras para limitar el acceso estadounidense a las empresas/activos europeos si fuera necesario. Este enfoque permitiría proteger mejor los intereses europeos frente a los actores estadounidenses dominantes, garantizando al mismo tiempo unas reglas de juego más equitativas.

No se trata de ceder a un proteccionismo ciego, sino de instaurar un «proteccionismo disuasorio», enviando una señal clara a Estados Unidos, siendo capaces de lanzar ataques económicos en profundidad.

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El acceso al mercado digital también es un punto clave, especialmente en un contexto en el que las grandes empresas tecnológicas estadounidenses, las GAFAM, buscan eludir las obligaciones europeas en materia de supervisión de contenidos y de igualdad de trato político. La Unión ya cuenta con instrumentos poderosos, como la Ley de Mercados Digitales (DMA) y la Ley de Servicios Digitales (DSA), que imponen obligaciones estrictas a las plataformas dominantes. Reforzar su aplicación 4 y endurecer las sanciones en caso de incumplimiento ofrecería a Europa un medio de presión adicional para defender sus intereses digitales y evitar que las empresas estadounidenses dicten unilateralmente sus condiciones en el mercado europeo, incluso si la nueva administración estadounidense parece cuestionar la mera aplicación de la legislación europea actual. Una confrontación en el ámbito digital parece cada vez más inevitable.

Otro eje de respuesta se basa en la política de competencia. La Unión podría reforzar su vigilancia del abuso de posición dominante y el control de las concentraciones, a fin de evitar que las empresas estadounidenses adquieran un excesivo poder de influencia en los mercados europeos. En el pasado, la Comisión Europea ya ha utilizado estos instrumentos, en particular imponiendo fuertes multas a Google, Apple y Microsoft por prácticas anticompetitivas. También es posible considerar medidas de comportamiento que pueden llegar hasta la cesión de ciertos activos. Este era el sentido del primer caso de Microsoft hace varias décadas y es lo que se debate actualmente en los casos pendientes ante el juez estadounidense en relación con Google 5: en realidad, sería una vuelta a los orígenes de la ley antimonopolio con la Ley Sherman. La Unión siempre ha sido más reticente en este ámbito, pero podría ser oportuno evolucionar este paradigma y adoptar una geopolítica de la política de competencia. La comisaria Vestager había indicado antes de que finalizara su mandato que esta podría ser una opción 6. Las empresas estadounidenses ejercen actualmente un control estratégico en el ámbito de la inteligencia artificial o el cloud computing, lo que puede crear no solo vulnerabilidades estratégicas, sino también posiciones dominantes peligrosas para la economía digital europea contra las que hay que poder protegerse.

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Por último, Europa debe ser capaz de responder a las poderosas herramientas utilizadas por Estados Unidos para extraterritorializar sus restricciones a la exportación y sus sanciones, a imagen de los mecanismos establecidos por la Oficina de Industria y Seguridad (BIS) y la regla de Producto Directo Extranjero (FDPR). Estos instrumentos permiten a Washington imponer restricciones a empresas extranjeras con el pretexto de que utilizan tecnología estadounidense. Es el caso, por ejemplo, de la empresa holandesa ASML, líder mundial en máquinas de litografía para semiconductores, que se ve regularmente amenazada por Estados Unidos si no interrumpe el suministro de material a China. Estas amenazas se limitaban inicialmente a unos pocos productos que permiten producir los semiconductores más avanzados, pero la lista tiende a ampliarse a medida que se extiende el conflicto sino-estadounidense. Este punto se ha convertido en un elemento central de la respuesta a la extraterritorialidad de los controles de exportación estadounidenses. La Comisión se está preparando para ello 7, insistiendo en la coordinación de los controles de exportación, que en principio son competencia exclusiva de los Estados miembros. Y podría verse obligada a utilizar instrumentos como el Reglamento de bloqueo o el mecanismo de no coacción, que deberían utilizarse para contrarrestar las restricciones impuestas a través de los controles de exportación.

Recuperar el control: por un arte del acuerdo europeo

El «proteccionismo disuasorio», incluso el más enérgico, no será suficiente para desencadenar una contraofensiva duradera contra las iniciativas trumpistas.

Europa también debe recuperar el control del debate mundial. Su respuesta podría construirse en tres etapas: primero, un nuevo marco macroeconómico europeo para hacer posible la implementación del programa de competitividad; luego, un pacto con los países emergentes para aprovechar las fallas del unilateralismo trumpista; finalmente, el trabajo en un nuevo acuerdo del Plaza, con China y Estados Unidos, para responder a los desequilibrios globales evitando una guerra comercial.

Por una gran modernización del marco macroeconómico europeo

La realización simultánea de las inversiones necesarias para el gasto militar, la innovación y la transición energética —que no nos cansamos de recordar que también sirven a nuestra autonomía estratégica al reducir nuestra dependencia de las importaciones de energías fósiles— no puede llevarse a cabo en un marco macroeconómico constante. Paralelamente a las medidas destinadas a estimular la productividad mediante la profundización del mercado interior, es indispensable una verdadera reforma de las normas presupuestarias, más ambiciosa que la reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento de abril de 2024. Cabe señalar que las elecciones legislativas alemanas representan un punto de inflexión decisivo, ya que abren la perspectiva de una reforma de las normas constitucionales en Alemania. Esto podría favorecer una política presupuestaria más expansionista a nivel nacional y, por tanto, influir en la relación de poder entre los «frugales» y los demás en el Consejo en lo que respecta a la flexibilización de las normas presupuestarias. A nivel de la Unión, la financiación de la defensa europea requerirá inevitablemente la puesta en marcha de un nuevo préstamo común y de una política de compras centralizada, con una clara preferencia por las industrias europeas. En este contexto, es imperativo que la Unión no reduzca su inversión pública y que también prolongue NextGenerationEU, ampliando al mismo tiempo su presupuesto hasta 2027.

Europa debe dejar de seguir los pasos de las iniciativas estadounidenses y retomar el control del debate mundial.

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Estas capacidades de endeudamiento deberán garantizarse mediante la asignación de nuevos recursos propios. En materia fiscal, Europa no puede seguir esperando un consenso mundial que no llegará con el giro de la política estadounidense. No solo deberá mantener y profundizar las medidas destinadas a luchar contra la optimización fiscal de las multinacionales, a pesar de la definitiva desaparición de las perspectivas de ratificación por parte del Congreso estadounidense del acuerdo alcanzado a nivel de la OCDE, sino también comprometerse más en lo que respecta a la evasión fiscal de los particulares, ya que la llegada al poder de Donald Trump hace aún más pesimista el progreso a nivel del G20. Un impuesto europeo para las personas más ricas sería un primer paso útil, acompañado de la introducción de un impuesto de salida, coordinado a nivel europeo para evitar los errores de las iniciativas nacionales, con el fin de evitar que las grandes fortunas trasladen sus activos a jurisdicciones más indulgentes cuando abandonan un país.

El dique que constituye el mecanismo de ajuste de carbono en frontera (CBAM) está debilitado por Estados Unidos (en realidad ya desde Biden) y debe consolidarse y reforzarse urgentemente. A través de dispositivos como el IRA y el CBAM europeo, se impuso una misma idea, la de lograr una convergencia entre los imperativos económicos, energéticos, estratégicos y medioambientales: si Estados Unidos renuncia a sus compromisos climáticos y abandona cualquier ambición de transición energética, debilitará su propia política medioambiental y dañará activamente los esfuerzos europeos. La presión ejercida por Washington contra el CBAM europeo constituye una amenaza existencial para toda la política industrial y climática de la Unión, ya que, en ausencia de un mecanismo de ajuste de carbono en las fronteras, el mercado europeo de derechos de emisión (ETS) se volvería insostenible. Sin embargo, para una Europa que ha hecho del precio del carbono el eje central de su estrategia de transición, tal cuestionamiento representaría un retroceso estratégico considerable. Es urgente reforzar el CBAM, ampliando el alcance de los bienes afectados, en particular a los productos acabados, simplificando su metodología y su aplicación, y dotándose de un mecanismo de subvención a las exportaciones «descarbonizadas». De hecho, el CBAM encarece el precio de los bienes importados «con carbono», asegurando la igualdad de trato con la producción europea, pero no reduce el costo de los bienes exportados «sin carbono»: esta vulnerabilidad puede llegar a ser aún más dolorosa en el mundo que se perfila, en el que Estados Unidos se retiraría del Acuerdo de París y en el que se alejaría cualquier perspectiva de generalización de este tipo de dispositivos. Un refuerzo del mecanismo de ajuste de carbono en las fronteras también servirá para liberar recursos para inversiones comunes.

Por una alianza entre Europa y los países emergentes

El unilateralismo de Donald Trump, simbolizado por la suspensión de la ayuda estadounidense (USAID), ofrece una oportunidad que los europeos pueden aprovechar rápidamente para forjar una nueva alianza con los países en desarrollo. Era de interés general del planeta permitir que estos tuvieran los medios para invertir, especialmente en la transición energética, y era uno de los retos esenciales de la cumbre de París en 2023. Ahora es de vital interés para los europeos aprovechar el interregno estadounidense para defender sus intereses estratégicos de asegurar el suministro de materiales críticos, la salvaguarda de los acuerdos de París, la cooperación en materia de seguridad y migración… Con 50 mil millones de dólares al año, el presupuesto de USAID, la Unión Europea tendría la oportunidad de adoptar una posición determinante en las economías en desarrollo y una nueva función estratégica importante junto a las grandes economías emergentes.

Los efectos más probables de un aumento de los aranceles serían una mayor inflación en Estados Unidos, una apreciación del dólar y una desaceleración mundial que neutralizarían rápidamente los beneficios esperados.

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A corto plazo, los europeos podrían responder a las medidas adoptadas por Donald Trump para reforzar sus propios dispositivos, relanzando la idea de las «Rutas de la Seda» europeas. En el plano institucional, es necesario que Europa emprenda una reforma de la gobernanza de las instituciones financieras internacionales, dando mayor protagonismo a las grandes economías emergentes y asumiendo todos los riesgos de fuertes tensiones con Washington que esto provocaría. Por último, parece inevitable una reestructuración de la deuda de los países en desarrollo, un nuevo «plan Baker», pero que esta vez debería incluir a China, cuya función se ha vuelto absolutamente central en muchos casos.

Hacia un nuevo «Plaza»

En el centro de la obsesión trumpista se encuentran los déficits comerciales crónicos de Estados Unidos.

Es cierto que los enormes superávits acumulados en Asia y en algunos países europeos, especialmente Alemania, han desestabilizado la economía mundial en las últimas décadas, al pesar sobre la demanda durante las fases de desaceleración económica y debilitar sectores industriales clave a lo largo del ciclo, incluso en la fase «alta» con la acumulación de «sobrecapacidades», como se observa actualmente en China. Por cierto, es notable que desde la crisis financiera mundial, que había hecho de este tema un elemento clave de las discusiones en el G20, no ha habido ningún progreso notable.

En la actualidad, cada gran bloque económico adopta precisamente la estrategia opuesta a la necesaria para un reequilibrio global: Europa no invierte lo suficiente, Estados Unidos no consolida lo suficiente y China no consume lo suficiente.

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Pero es falso creer que la respuesta sería un aumento generalizado de los aranceles. Los efectos más probables de un aumento de los aranceles serían una mayor inflación en Estados Unidos, una apreciación del dólar y una desaceleración mundial que neutralizarían rápidamente los beneficios esperados de estas medidas proteccionistas sobre la demanda, al tiempo que tendrían un efecto perjudicial sobre la oferta, desestabilizando profundamente las cadenas de valor. A esto se añade, naturalmente, que el efecto de incertidumbre relacionado con las decisiones erráticas en materia comercial corre el riesgo de paralizar muchas inversiones 8.

Estos análisis parecen estar calando incluso entre los allegados a Donald Trump. El dúo formado por Peter Navarro y Robert Lighthizer, asesor del presidente y representante de Comercio de los Estados Unidos, respectivamente, durante la primera presidencia de Trump, estaba muy motivado por el deseo de utilizar los aranceles para reequilibrar el déficit por cuenta corriente estadounidense. Por otro lado, un nuevo dúo, compuesto por Stephen Miran, presidente del Consejo de Asesores Económicos 9, y Scott Bessent, secretario del Tesoro 10, ha realizado análisis convergentes en torno a la sobrevaloración estructural del dólar como causa central del déficit por cuenta corriente estadounidense. No están exentas de tensión, ya que defienden tanto el papel del dólar como moneda de reserva (lo que tiene un efecto alcista en el tipo de cambio) como la imperiosa necesidad de reducir los déficits por cuenta corriente (lo que abogaría por una depreciación). A esta tensión económica se suma una tensión política entre la multiplicación de anuncios de aranceles (que tendrá un efecto alcista en el tipo de cambio) y la presión ejercida sobre la Reserva Federal para obtener tipos de interés bajos, favorables a los mercados financieros (lo que tendría un efecto bajista en el tipo de cambio).

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Como hemos visto, Europa debe apoyar mucho más su demanda interna. China, por su parte, debe reequilibrar su economía favoreciendo el consumo en lugar de la inversión excesiva. Para alcanzar este objetivo, es necesario un estímulo fiscal a gran escala, acompañado de un ajuste importante del tipo de cambio: una apreciación significativa del renminbi (RMB) permitiría reequilibrar la economía china, pero podría tener un impacto deflacionario en China y ralentizar el crecimiento mundial si no se acompaña de suficientes medidas de apoyo interno. Estados Unidos no puede limitarse a denunciar los desequilibrios externos sin admitir su propia responsabilidad en esta situación, ya que su excesivo consumo interno y su política fiscal expansionista son factores importantes que originan los desequilibrios globales. Para remediarlo, Washington debe comprometerse a una consolidación fiscal fuerte y creíble. Sin embargo, tal reducción del déficit no puede llevarse a cabo sin riesgo de recesión para la economía mundial, a menos que Europa y China tomen el relevo estimulando su propia demanda. En la actualidad, cada gran bloque económico está adoptando la estrategia opuesta a la necesaria para un reequilibrio global: Europa no invierte lo suficiente, Estados Unidos no consolida lo suficiente y China no consume lo suficiente.

Un reequilibrio sostenible implica, en particular, un acuerdo comparable al Acuerdo del Plaza (1985). Debería conducir a una apreciación del yuan, a una depreciación del dólar y a un relanzamiento de la demanda interna europea —a través de un aumento de la inversión pública respaldado por nuevos recursos propios—, a cambio de una tregua en la guerra comercial. Si Europa logra recuperar una posición de fuerza, debería tomar la iniciativa en esta cumbre multilateral sobre la coordinación de las políticas cambiarias y macroeconómicas 11. Este enfoque requiere una verdadera revolución para los europeos, ya que la política cambiaria sigue siendo un tema tabú y la Unión se ha mostrado históricamente reacia a asumir compromisos multilaterales en materia presupuestaria, incluso durante la crisis financiera de 2008, a pesar de la fuerte presión de Estados Unidos.

Conclusión: una alternativa europea al conflicto comercial

La parálisis de los europeos ante la ofensiva trumpista refleja una confusión ideológica más profunda: la de gran parte de las élites occidentales ante la desintegración de las ilusiones de la Pax Americana, del «comercio suave» y del modelo neoliberal. La crisis de Covid-19 y el aumento de las tensiones geopolíticas han puesto de manifiesto las vulnerabilidades generadas por la integración de las cadenas de valor mundiales y han vuelto a poner en primer plano las cuestiones de soberanía. El aumento de los votos a favor de los partidos populistas ha recordado a quienes se sentían tentados a ignorarlos las fracturas sociales y territoriales provocadas por la nueva economía globalizada. Las persistentes y masivas asimetrías de las balanzas por cuenta corriente empiezan a parecer insostenibles. El poder de seducción del nacionalismo económico de Donald Trump radica en su capacidad para dar la falsa sensación de que responde a estas deficiencias reales.

En este sentido, resulta revelador que Joe Biden no haya optado por volver a la línea económica de Barack Obama. Su política industrial se ha traducido en un uso masivo de subvenciones directas y créditos fiscales, promulgados a través de la Ley de Reducción de la Inflación (IRA), la Ley CHIPS y la Ley de Investigación y Desarrollo, Competencia e Innovación, todas ellas dirigidas a industrias consideradas especialmente críticas o estratégicas, principalmente los semiconductores y las tecnologías verdes. Su política comercial se tradujo en particular en la doctrina denominada «small yard, high fences», que se basaba en un proteccionismo selectivo al servicio de la transición energética.

La parálisis de los europeos ante la ofensiva trumpista refleja una confusión ideológica más profunda: la de gran parte de las élites occidentales ante la desintegración de las ilusiones de la Pax Americana, del «comercio suave» y del modelo neoliberal.

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Los europeos tampoco pueden predicar una vuelta al statu quo ante. Deben defender firmemente sus intereses, acelerar su política de innovación y eliminación de riesgos y, sobre la base de relaciones de poder y sucesivos acuerdos, proponer una alternativa tan ambiciosa como la de Donald Trump para «recuperar el control» de la globalización, abordando la competencia fiscal, los desequilibrios macroeconómicos y la financiación de la transición energética mediante un nuevo impulso de cooperación con los países emergentes. Tomar el control de estos flujos financieros es, a largo plazo, la única manera de responder a la ola nacionalista y evitar un comercio destructivo y vano.

Si esta perspectiva a largo plazo no será suficiente para convencer a muchos europeos de que lleven a cabo una revolución cultural, podrían conformarse con considerar sus intereses a corto plazo. Sería ilusorio creer que, en la discusión transatlántica, podríamos separar los desafíos estratégicos, relacionados con la arquitectura de seguridad en Europa, de las cuestiones económicas, al igual que no podremos tratar estas últimas negociando por separado los aspectos fiscales, comerciales, macroeconómicos, regulatorios, etc. Si la organización política del continente, así como sus hábitos ideológicos, nos han acostumbrado a enfoques aislados, sería letal razonar así frente a una administración Trump que no deja de entrecruzar los expedientes. Al definir lo más rápidamente posible un enfoque completo, los europeos podrán iniciar una relación de fuerzas más favorable, evitando vender sus intereses por partes en los próximos meses, en un Munich que se repite constantemente.

Notas al pie
  1. Milan Schreuer, « E.U. Pledges to Fight Back on Trump Tariffs as Trade War Looms », The New York Times, 7 de marzo de 2018.
  2. Véase la sección 4. c) del memorándum sobre la política comercial America First.
  3. FACT SHEET : Ensuring U.S. Security and Economic Strength in the Age of Artificial Intelligence, Casa Blanca.
  4. En enero de 2025, por ejemplo, la Comisión anunció que estaba intensificando su investigación sobre la plataforma X como parte de las medidas previstas en el ACA.
  5. United States of America et al. v. Google LLC, United States District Court for the District Of Columbia, Case No. 1:20-cv-03010-APM.
  6. Foo Yun Chee, « Google faces EU break-up order over anti-competitive adtech practices », Reuters, 14 de junio de 2023.
  7. Luca Bertuzzi y Oscar Pandiello, « EU prepares comments on US export control rules for AI chips », MLex, 11 de febrero de 2024.
  8. WSJ Editorial Board, « Trump’s Tariffs and the Dollar », The Wall Street Journal, 3 de febrero de 2025.
  9. Stephen Miran, « A User’s Guide to Restructuring the Global Trading System », Hudson Bay Capital, noviembre de 2024.
  10. Shahin Vallée, « Why Scott Bessent could be Trump’s James Baker », The Financial Times, 25 de noviembre de 2024.
  11. Buti, M. (2018). The New Global Economic Governance : Can the EU help win the peace ?. Luiss Working Paper.