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Reside en España desde 2006 y forma parte de la larga y gran tradición de escritores latinoamericanos exiliados que escriben desde fuera. ¿Cómo ve desde aquella fecha la evolución de Venezuela? 

Suelo decir que yo vuelvo a Venezuela en mis pesadillas y en mis libros. En este momento de mi vida, la mayoría de mis libros intentan comprender una relación muy venenosa con lo propio, con la tierra. Para mí, la tierra es un lugar problemático.

Con el paso de los años me he empezado a dar cuenta que yo no me fui; en realidad, ya me había ido. Yo ya me sentía desterrada. Fui educada en un hogar liberal, digamos, por una familia de abogados que me introdujeron en la importancia legal y moral de un Estado. Crecí con el primer estallido social, en una casa que hablaba y analizaba el fin de ciclo venezolano. Y cuando tuve la edad de hacerme periodista entré directamente en contacto con el ciclo de deterioro político e ideológico tan fuerte que produjo el chavismo. Cuando empecé a hacer periodismo se iba radicalizando el movimiento bolivariano en su tensión con la ciudadanía.

Es decir, estando en la prensa, yo vi todo el proceso de estigmatización y persecución de los medios. Experimenté es violencia. Creo que eso de alguna manera me predispuso en buena medida a vivir la experiencia venezolana como una tragedia.

Mi problema con mi identidad como venezolana y con mis libros me recuerda mucho a Andréi Kurkov quien dice que para los rusos es sospechoso, no les gustan sus libros; y para los ucranianos no es lo suficientemente patriota. Yo tengo y sufro ese punto que para los venezolanos soy abstracta y fatalista —no soy patriota—. En mis concepciones de lo patrio y de lo público, no hago un alegato, no escribo contra el chavismo. Pero fuera del país así soy percibida: como alguien que escribe contra el chavismo. Yo lo que hago es un retrato de una sociedad que se está absolutamente despedazando.

Con el paso de los años mi capacidad para apreciar el nivel de esa destrucción ha cambiado. Soy capaz de hacerlo de manera cada vez más racional —y de una manera mucho menos emocional—. Si La hija de la española era una explosión en el intento de comprensión de lo que había ocurrido, El Tercer País es una mirada mucho más lejana a partir de la migración. Comienzo entonces a ver el proceso venezolano como un proceso; a mí me gustaría entenderlo —y quiero entenderlo— como un proceso de deterioro de fin de ciclo.

Yo lo que hago es un retrato de una sociedad que se está absolutamente despedazando.

Karina Sainz Borgo

¿En qué sentido? 

Creo que América del Sur está viviendo un proceso de fin de ciclo. Lo que pasa es que los ciclos allá son mucho más breves —y mucho más explosivos—. En el caso de Venezuela, un país con unos ingresos altísimos pero con una cultura democrática muy joven y desmemoriada, el proceso aún no ha terminado. En el proceso de destrucción queda todavía mucho por destruir. Básicamente, una posible e hipotética reconstrucción tendría que pasar por la voladura de todas las estructuras, empezando por el militarismo; es, en el caso específico venezolano, el gran tema, con de manera más general, el monopolio de la violencia.

Cuando el Estado venezolano tenía el monopolio de la violencia durante la democracia del siglo XX, de alguna forma, con todos los errores que se pudieron cometer, había una estructura de orden. Con los intentos de golpe de Estado y la insurrección armada de Chávez, el monopolio de la violencia se disgrega por completo. Lo que ya era entonces la violencia ciudadana se suma a la violencia política y la represión.

No hay ningún mecanismo de sujeción en ese Estado. Es una democracia fallida en todo su sentido.

En La hija de la española, el lector va siguiendo una suerte de espejo que se mueve dentro de la sociedad venezolana. La narradora describe la situación con frases como “Así vivíamos todos entonces: mirando qué había en la bolsa de la compra del otro y olisqueando si el vecino llevaba algo que escaseara para buscar dónde conseguirlo” o “El dinero se convirtió en una escala urbanística” (hablando de los enormes torres de billetes que había que sacar para comprar cualquier cosa). ¿Eso ha cambiado —mejorado o empeorado—? 

Yo ya no estoy en terreno en el sentido de que ya no puedo investigar periodísticamente como era el caso para La hija de la española, por ejemplo. Lo que sí puedo decir es que creo que hay una percepción distorsionada. Como en toda buena economía autoritaria y dopada por control, hay un exceso de dinero y un completo desbalance entre los que no tienen absolutamente nada y los que atesoran cantidades y cantidades de dinero —tan grandes que se terminan creando cosas un poco extrañas y surrealistas—. Pienso por ejemplo en el hecho de que Caracas se haya convertido probablemente en una de las ciudades más caras con ese prototipo, además, del dispendio muy propio de las sociedades colapsadas. 

Creo que el proceso de deterioro del poder adquisitivo sigue siendo muy fuerte. Lo que pasa es que existe un ruido inmenso de un Estado propagandista mediante también la gente que vive de ese Estado. Eso crea una idea de falsa ilusión, de falsa tranquilidad. Además, hay una cosa que me gustaría agregar que no es baladí: hay 9 millones de personas fuera del país. 

Creo que la situación en Venezuela ha empeorado —en otras direcciones—.

Karina Sainz Borgo

¿Entonces, qué haces en un país donde la mayor parte de tu masa laboral cualificada o técnica está fuera? Yo creo que la situación ha empeorado en otras direcciones. Aquellos que estaban desesperados se han marchado, los que quieren sobrevivir —o intentan sobrevivir— tienen un espacio cada vez peor y, luego, siempre están todas esas élites tractoras y parasitarias del poder autoritario. 

En El Tercer País, la cuestión central es justamente la de la frontera —imaginaria en el libro, pero que se inspira en la frontera entre Venezuela y Colombia— y de los migrantes, por supuesto. Usted es novelista y periodista y, de hecho, el libro se basa en un trabajo de investigación que llevó a cabo en la región. ¿Por qué escoger en este caso la forma literaria, novelesca en vez del artículo de prensa, el reportaje para contar las terribles migraciones venezolanas?

El periodismo para mí es una de las profesiones más complejas porque tienes que tener una precisión de navaja, no se te puede ir ni un dato. Y a veces es difícil emocionar porque tienes que hacer retratos muy concretos, muy particulares.

Yo como lectora me he emocionado mucho más, por ejemplo, para entender el fenómeno del apartheid con novelas de Coetze o Doris Lessing. La ficción permite una complejidad, una demora, un artificio que el periodismo no puede —ni debe— hacer. Mi propia relación de mi experiencia lectora con el mundo me ha permitido entender que las grandes construcciones simbólicas de la ficción llegan ahí donde el periodismo no puede llegar. El periodismo no puede entrar en el armario o en el espejo del baño de alguien.

El lenguaje y la ficción han sido el primer referente de comprensión intelectual de mi entorno. Últimamente he estado releyendo mucho a Federico García Lorca, su teatro sobre todo. Es impresionante que La casa de Bernarda Alba la termine pocos días antes de que lo fusilen. Esa obra no es una tragedia entre hermanas; al menos, no es sólo eso. También es la metáfora de una España que está en la gresca por completo. 

La muerte es leitmotiv en sus libros y más precisamente enterrar a sus muertos o incluso poder dar un “funeral digno” como se dice en La hija de la española. Es difícil establecer una jerarquía en la desdicha pero ¿diría que eso es lo más doloroso en las dictaduras, no poder enterrar a sus muertos?  

Sí, porque todos los procesos de demolición, tanto procesos de conquistas de territorio como procesos autoritarios, se basan en borrar y difuminar cualquier elemento que permita recordar lo que ha ocurrido. Porque en cuanto tú borras memoria y la capacidad de memoria, no estás obligado a la reparación, no queda claro a quién pertenecen las responsabilidades. Así se crea la impunidad.

En el caso concreto de La hija de la española, se trata de la indignidad de todos los cadáveres, tanto de la mujer a la que la protagonista le roba la identidad, como el de la propia madre. Pero en El Tercer País el enfoque es diferente. Vemos a gente que huye y que no tiene una sepultura digna, lo que remite a una idea de colapso que es muy parecida a la que vemos en estos procesos migratorios, como por ejemplo en el Mediterráneo. Hay un mecanismo absolutamente fallido tanto de quien recibe en Europa como de los países de los cuales salen esta cantidad de personas que se lanzan en unas travesías absolutamente demenciales.

La forma en que tratamos a los muertos es políticamente mucho más potente que la forma en que tratamos a los vivos. Ahí se establece una relación con el despojo, con la memoria. Una sociedad sin cementerios, sin sitios donde saber qué ha pasado, es sin duda una sociedad prácticamente bárbara. 

Las grandes construcciones simbólicas de la ficción llegan ahí donde el periodismo no puede llegar. 

Karina Sainz Borgo

Eso es por supuesto una cuestión central en las guerras. Cuando estaba trabajando en la segunda novela, estuve trabajando con un periodista portugués que estuvo mucho tiempo en zonas de conflicto y me decía que una de las cosas que caracterizaban, por ejemplo, a los ingleses como buenos estrategas militares era la creación de cementerios ingleses, porque eran creaciones de memoria.

En el caso venezolano, la demolición es en caliente. Entonces llevamos 25 años sin saber dónde están muchos de los muertos. Como habitante del mundo y como ciudadana, es una cosa que me inquieta enormemente. Estoy pensando en la escritora Mónica Ojeda que aprecio mucho, es muy talentosa y muy política. Es interesante porque la crítica dice que aparentemente escribe terror mientras que en realidad está realmente glosando los horrores ciudadanos.

Ella me dijo una vez, en ocasión de su última novela, que nunca se había podido quitar de la cabeza el primer decapitado que había visto. Esa sensación de angustia y de exorcismo que ella tiene, yo la tengo exactamente igual. Probablemente una persona que haya crecido en un lugar violento sienta lo mismo.

La problemática que genera una suerte de tensión narrativa en tu trabajo gira en torno a la muerte. La narradora de La hija de la española vincula su destino a una tierra donde están enterrados sus muertos citando a Juan Gabriel Vásquez —y creo que él mismo lo retoma de García Márquez—: “Uno es del lugar donde están enterrados sus muertos”. El problema es que esa misma tierra amenaza también con matarla. Lo muestra muy bien el excelente arranque de uno de los primeros capítulos: “Cuando llegamos al cementerio, ya estaba abierto el hoyo con dos fosas. Una para ella, otra para mí.” ¿Cómo se resuelve tal paradoja —si acaso puede resolverse—?  

Sí, creo que puede resolverse. Me di cuenta con esa cita de Juan Gabriel Vázquez a medida que pasaba el tiempo que él  ha sido el único autor latinoamericano que ha comprendido en términos más amplios lo propio y la herencia. Toda la obra de Juan Gabriel Vázquez trabaja la violencia como una herencia. Eso está en el ruido que hacen las cosas al caer en una serie de novelas suyas. 

Efectivamente, retoma una frase de García Márquez, pero Juan Gabriel Vázquez le da la vuelta. El primero plantea la tierra donde están enterrados como una relación de origen. Creo que el tratamiento que Juan Gabriel le da a sus recuerdos y a las memorias políticas es el que yo sentía: la tierra donde están enterrados tus muertos se presenta como una condena de una tierra violenta. 

Eso lo he empezado a comprender con el paso del tiempo, porque tengo discusiones bastante subidas de tono sobre el hecho de regresar a Venezuela. Yo dije que no quiero volver —bajo ninguna circunstancia—.

Sé que eso suele no gustar, me hace antipática, pero me cuesta mucho. Incluso América Latina me cuesta. Hay algo allí que no puedo manejar. Quizá visto desde fuera parezca un poco irracional, pero el tema de la pertenencia, el origen, incluso la propia idea de una casa, para mí no existe. Estoy aquí en España, trabajo aquí, mi familia es española, pero yo no siento ningún arraigo. No me veo en una sepultura ni en una casa. Es una suerte de sensación de lo errático que a mí me hace sentir tranquila. Y creo que por eso me gusta tanto el proyecto europeo, que en el fondo es compartir unos valores comunes, es decir, la cultura, la civilización, la legalidad. No estoy diciendo que Europa sea perfecta, claro que no lo es, pero me siento mucho más llamada a formar parte de un proyecto de ese tipo.

En mi caso, el origen es un conflicto permanente.

En mi caso, el origen es un conflicto permanente.

Karina Sainz Borgo

¿Un conflicto que se resuelve escribiendo? 

Creo que al menos eso le da sentido al hecho de escribir. Yo siempre hablo de Thomas Berhardt. Nunca pensé que una persona pudiera tener tanta lucidez y tanto desgarro. Su mirada sobre Austria es impresionante. Y cuando uno mira el siglo XX, se puede pensar en Thomas Mann —cuya madre nació en Paraty, en Brasil—, en Stefan Zweig, Joseph Roth. Todos terminaron triturados por su siglo, su lazo respectivo con el territorio se vio disuelto por cuestiones superiores a su control pero sus ideas eran mucho más potentes que eso.

Esas relaciones con el territorio son experiencias que me orientan, me permiten pensar mejor. No tengo sepulturas ni tengo casa, pero el hecho de tener una tradición cultural común que me dé respuestas, es algo que me genera alivio, una tranquilidad gigantesca.

En La hija de la española se puede leer en un momento: “Al observar el césped rasurado alrededor de su tumba, entendí que mi único muerto me ataba a una tierra que expulsaba a los suyos con la misma fuerza con la que los engullía. Aquella no era una nación, era una picadora.” ¿Incluso si eso llega a cambiar algún día no volverá a Venezuela? 

En este momento, no, no puedo imaginarlo. Me cuesta mucho. La verdad es que no soy una escritora patriota. Por eso los míos no me quieren tanto. 

Dicho esto, por supuesto, deseo profundamente que haya un cambio democrático en Venezuela, porque hay miles de personas encarceladas y miles de familias divididas, sufriendo. 

Cuando la sensación de desgarro está viva, realmente necesita alivio. En mi caso, no existe. Pero sí hay mucha gente que necesita y quiere volver. De hecho, creo firmemente que en el marco de una eventual reconstrucción nacional, toda esa generación de niños nacidos en la diáspora van a ser los más interesantes, porque van a haber superado algunos atavismos, algunos nacionalismos de muy burda construcción. Esa generación será central, va a tener que construir memoria y va a tener que sentarse a pensar sobre el futuro. Eso será interesante. Venezuela me interesa sólo desde el punto de vista que podría tener un arqueólogo —para conseguir algo, los arqueólogos tienen que destruir—.

Venezuela me interesa sólo desde el punto de vista que podría tener un arqueólogo —para conseguir algo, los arqueólogos tienen que destruir—.

Karina Sainz Borgo

¿Cómo analiza la secuencia de estos días con la investidura disputada entre Maduro y González?

La tragedia de Venezuela no tiene redención alguna. Es inevitable cuando uno ve a Edmundo González remitirse a Guaidó, aunque no sea lo mismo, porque Edmundo está electo y tiene las pruebas de su elección. Pero hay una sensación de piedra de Sísifo que tiende a la confusión y cansancio de la opinión pública externa. Eso es un factor que vuelve en contra. 

Lo que me preocupa es que España es realmente el lugar por el que pasa la discusión de América Latina en Europa y la sensación que yo percibo de los poderes políticos es que ven Venezuela como una cosa muy lejana.

¿La situación es diferente esta vez en Venezuela con Machado y González? 

Es indiscutible que hay un liderazgo político aventajado con respecto a los anteriores. Creo que María Corina Machado es probablemente de su generación la más aventajada en todo, en su perspectiva, en su plan, en su discurso, en su relato internacional. Ella ha conseguido hacer una cosa que ningún otro líder opositor había hecho: hacerle perder el miedo a la gente. Ella lo consiguió en julio. Lo ha vuelto a conseguir estos días. No hay que olvidar que González Urrutia es elegido porque ella está inhabilitada. Realmente el verdadero catalizador de eso es Machado.

Por primera vez siento que ha quedado claro que una muy buena parte del país quiere un cambio. ¿Cuál es la piedra de tranca aquí? El ejército, que siempre ha sido el apoyo y  una de las principales estructuras del régimen bolivariano. Maduro está militarizando la capital estos días con su grupo de reservistas asociados por supuesto al gobierno. Tiene la inteligencia militar, es decir, todo el aparato represivo. Por eso me preocupa el desenlace de lo que pudiese ocurrir. La situación está más tensa que en otras ocasiones. 

Con María Corina Machado es indiscutible que hay un liderazgo político aventajado con respecto a los anteriores.

Karina Sainz Borgo

Hay mucho temor y creo que hay que sentir el temor de la represión del régimen. Donde peor se comportan normalmente las estructuras autoritarias es cuando están en un proceso de amenaza. Más de 2.000 personas han sido encarceladas desde agosto —sin contar con todos los presos políticos que ya había—. Estoy muy preocupada. Todo parece estar sucediendo como si estuviéramos al borde de una especie de desenlace —pero no necesariamente para mejor—. La situación comienza a ser cada vez más profunda.

¿Le parece que el régimen se ha debilitado, o al menos que han aparecido fisuras, tras las elecciones y en el marco de esta investidura? 

No tengo elementos internos para evaluarlo. Pero sí se puede ver que su proyección pública es mucho más errática en sus decisiones. El propio Maduro parece mucho más errático, mucho más radical en sus mensajes. Ya no tiene un apoyo popular del tamaño que llegó a tener en algún momento cuando controlaban la calle.

Lo interesante es que no han podido machacar la figura de María Corina Machado. Es la única. Una de las cosas que suele hacer el régimen es estigmatizar y ridiculizar al líder de la oposición. No martirizan asesinando o torturando —aunque ya haya pasado—. Pero en el caso de Leopoldo López, Henrique Capriles, Juan Guaidó, lo que hacen es dejarlos actuar, dejar que se desgasten y que caigan en el descrédito de la propia oposición. Es su estrategia.

Con María Corona Machado eso no ha funcionado. Su liderazgo es asombroso porque ha resistido todas las técnicas de desprestigio. Sin duda alguna es un fenómeno, para mí es el gran elemento diferencial. Está generando problemas al régimen; se empieza a notar en la poca imaginación muchas veces que tienen las respuestas del gobierno. Entonces veo con enorme expectación y con curiosidad política lo que va a hacer María Corina Manchado. No recuerdo conscientemente un liderazgo político de esas dimensiones en una oposición normalmente perseguida y machacada. 

Más allá del momento de las elecciones y luego, en el escenario internacional, ¿cree que Machado y González han logrado movilizar lo suficiente en el país? 

La movilización en la calle es efectivamente importantísima. La oposición venezolana tiene por primera vez un elemento fundamental: Machado se preocupó de escanear las actas. Lo que quiero decir es que la gente tiene la sensación que ella es seria, tiene un plan, una visión estratégica, que ha trabajado para estar un paso adelante. Ahora, gracias a ella, todo el mundo sabe que la oposición ganó las elecciones y Maduro perdió. Ya no existe la duda. Eso es nuevo en Venezuela. 

Ella está llamando al reencuentro, a la reconstrucción. Eso es interesante. No soy capaz de determinar si habrá respuesta popular o no, pero también es cierto que no creo que la gente se rinda tan fácilmente con un liderazgo como el de Machado. Ha atendido el principal reclamo: una propuesta de reunión. Me parece que por primera vez se propone un discurso convincente de que la vuelta es posible. Eso va a permitir que el apoyo popular sea mucho más duradero.

Creo que estamos a las puertas de un desenlace —pero no necesariamente para mejor—.

Karina Sainz Borgo

El chavismo lo siente; es tan burdo emitir una orden de captura contra el presidente electo. En ocasiones tiene un punto paródico, y es casi la caricatura de un régimen autoritario —aunque risa no da, por supuesto—. 

Entonces la comunidad internacional tendrá que reflexionar qué va a hacer. Venezuela se queda aislada con un régimen dictatorial y se normaliza. No sé hasta qué punto América Latina puede convivir con eso. Es decir, de aquí en adelante ya no hay vuelta atrás. Si el régimen se radicaliza, no va a dar vuelta atrás.

¿No habrá vuelta atrás mientras Maduro permanezca en el poder? 

No, pero hay que agregar que la sustitución del liderazgo de Maduro no significaría la extinción de toda la estructura. Pero lo que me llama mucho más la atención es que aquella política exterior que han dejado de hacer algunos países, la han hecho otros. Y la presencia de China y Rusia ahí es muy fuerte —sobre todo de China a nivel económico—.

Yo realmente creía profundamente en los mecanismos multilaterales, en la diplomacia, en la política exterior. Pero, bueno, todo va cambiando según las circunstancias. Tengo, sin embargo, una esperanza: que queden los liderazgos políticos con perspectiva de construcción. Las intervenciones de Boric sobre Venezuela, por ejemplo, han sido notables.