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1 — Los atentados de Bamako del 17 de septiembre: antecedentes y cifras clave del ataque de Al Qaeda
Desde el golpe de Estado de 2021, la junta de Mali ha estado cerca de Wagner, cuya propuesta es simple: proteger al gobierno actual por todos los medios. Pero tras la derrota de Tinzaouaten en julio —que fue una operación dirigida principalmente contra los rebeldes y en segundo lugar contra los yihadistas—, el 17 de septiembre se produjeron nuevos atentados en Bamako.
Consistieron en dos operaciones simultáneas contra la base 101 del aeropuerto militar y la escuela de la gendarmería, que causaron varias decenas de muertos.
Reivindicados por el Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (JNIM por sus siglas en árabe), filial saheliana de Al Qaeda, los atentados yihadistas —que dejaron al menos 77 muertos y 250 heridos— demostraron la capacidad operativa del JNIM, que consiguió penetrar en el aeropuerto, incendiar varios aviones, entre ellos el presidencial, y amenazar el corazón del poder, como ya había hecho la organización terrorista en Kati en 2022, o secuestrando a un sacerdote alemán en Bamako el mismo año. En otras palabras, la misión de protección del gobierno de Mali que supuestamente lleva a cabo Wagner está siendo socavada por Al Qaeda.
El ataque al aeropuerto militar de Bamako pone de relieve una dimensión que los analistas suelen pasar por alto: en el Sahel, Al Qaeda participa en la política. La elección de no atacar una embajada, como la de Rusia, o un lugar público como un club nocturno o un hotel —como hizo en 2015 en el Radisson Blu— refleja una elección estratégica. Aunque conlleva un riesgo de fracaso mucho mayor, como ocurrió con los atentados anteriores en Sevaré y Kati, el éxito del ataque contra un objetivo militar confirma la ambición del JNIM a nivel político interno.
A primera vista, puede parecer sorprendente que Wagner concentre sus esfuerzos en el Norte, cuando Al Qaeda se encuentra a sólo 20-40 kilómetros de la capital y se extiende hacia el Sur, en particular hacia Sikasso y países vecinos como Guinea. Esto sería olvidar que la prioridad de la junta —y por tanto de Wagner, que está a su servicio— es deshacerse de la rebelión en el norte. Al atentar contra la capital, el JNIM se inscribe explícitamente en esta lucha territorial: demuestra que, más allá de las demás regiones del país, el grupo yihadista también es capaz de golpear lugares estratégicos y protegidos en el corazón de una capital.
Bajo la dirección de Giuliano da Empoli.
Con contribuciones de Josep Borrell, Lea Ypi, Niall Ferguson, Timothy Garton Ash, Anu Bradford, Jean-Yves Dormagen, Aude Darnal, Branko Milanović, Julia Cagé, Vladislav Surkov o Isabella Weber.
2 — Al Qaeda centra sus esfuerzos en el Estado Islámico, las juntas y Rusia
El atentado de Bamako confirma una situación paradójica en el Sahel.
En la lucha de poder entre los grupos yihadistas, es Al Qaeda el baluarte de facto contra el Estado Islámico, impidiendo a este último avanzar hacia los países del Golfo de Guinea.
Además, el JNIM está mostrando cierta flexibilidad política: al demostrar su voluntad de negociar y concluir acuerdos, está confirmando un cambio de paradigma.
Cabe señalar que, en sus recientes declaraciones, la organización terrorista menciona sobre todo a los rusos y a los turcos —que se perciben como actores importantes por su suministro de drones TB2—, pero ha difuminado cualquier referencia al enemigo occidental, que formaba parte de su ADN histórico. Esto refleja un verdadero cambio de dinámica en el Sahel, que el ataque de Bamako ilustra claramente.
3 — El amplio contexto de la estrategia rusa en el Sahel
La estrategia de Wagner y de Moscú, en África y en el Sahel en particular, se basa esencialmente en un enfoque de bajo costo.
Aunque la contratación de mercenarios sea costosa en términos de vidas humanas, como demostró la reciente batalla de Tinzaouaten, que analizamos el pasado mes de julio, no requiere grandes desembolsos financieros. Como los beneficios estratégicos superan los costos materiales, tanto en dinero como en vidas, la muerte de más de 50 mercenarios en esta batalla no debería provocar la retirada de Wagner.
Al contrario, el grupo podría incluso utilizar este acontecimiento en sus comunicaciones afirmando que sus soldados están en primera línea y «comparten el sacrificio junto a los africanos, a diferencia de los occidentales». Por supuesto, esto es engañoso: 58 soldados franceses, 4 estadounidenses y muchos otros también han pagado con su vida su compromiso en la región.
En resumen, el éxito de Wagner, sobre todo en Mali —que se ha convertido en el portaaviones de la política de influencia rusa en África Occidental— se basa principalmente en haber expulsado a Francia, o al menos en haber dado la impresión de que la marcha de Francia fue obra suya. Aunque esto no es del todo cierto, la percepción sigue siendo decisiva.
4 — ¿Una amenaza para la estrategia «low cost» de Wagner en Mali?
¿Podrían los atentados masivos de esta semana en Bamako provocar un cambio en el papel de Wagner? Si damos un paso atrás y echamos un vistazo a la larga historia de la intervención rusa en Siria, vale la pena recordar que el objetivo principal de Wagner —desde su etapa embrionaria en 2012 y el ejército ruso en 2015— no es principalmente luchar contra yihadistas como Al Qaeda o el Estado Islámico, sino ante todo eliminar cualquier alternativa viable al régimen. En Siria, las facciones rebeldes representaban esa alternativa, porque eran susceptibles de recibir apoyo internacional: antes de combatir a los yihadistas, la prioridad de los rusos era eliminar esa opción, y eso es exactamente lo que hicieron antes de enfrentarse a los yihadistas, a los que combatía al mismo tiempo una coalición mundial bajo mando estadounidense.
Hoy, en Mali, quienes representan la mayor amenaza para el gobierno en el poder y quienes podrían obtener apoyo nacional, regional o internacional son los rebeldes, principalmente tuaregs, del norte del país. Una vez resuelto este «problema», sólo quedará un enfrentamiento directo entre los yihadistas y el gobierno de Bamako. En ese momento, la comunidad internacional tendrá que elegir. Ante la imposibilidad de apoyar a los yihadistas, se dejará el campo libre a Rusia. Esta estrategia de bajo costo podría tener importantes repercusiones geoestratégicas: así ocurrió en Siria —en una secuencia que acabó por devolver a Rusia a la escena mundial— y así ocurre ahora en el Sahel.
Desde que llegó a Mali en diciembre de 2021, con sus primeras intervenciones el 3 de enero de 2022, Wagner sufrió rápidamente su primera derrota ante los yihadistas. Tras tres años de presencia, el número de sus bajas supera ya el de soldados franceses y occidentales muertos en la región. Esto no refleja un mayor compromiso o dedicación, sino más bien ineficacia a la hora de contrarrestar a los yihadistas, cuya influencia sigue extendiéndose por toda la región.
5 — Los límites de la estrategia occidental: tras el caso Bazoum
La situación actual no es sólo el resultado de la habilidad estratégica de los rusos, sino también de la decisión de Occidente de no entrar en una dinámica que recuerda a la de la Guerra Fría.
Aunque no estamos en una nueva guerra fría, los métodos e instrumentos utilizados son similares: apoyo o prevención de golpes de Estado por un lado, apoyo a grupos rebeldes o golpistas por otro. Viene a la mente el ejemplo del presidente Bazoum, detenido desde hace un año: no se ha llevado a cabo ninguna intervención militar para liberarlo, y esta inacción ha sido ampliamente observada en la región. Por el contrario, en Siria, a pesar de las atrocidades perpetradas por Assad —uso de armas químicas contra su pueblo, masacres—, Rusia se ha mantenido firmemente a su lado. Los dirigentes africanos han tomado nota de esta posición.
Ante la reticencia —justificada o no— de Occidente a intervenir, los gobiernos se dirigen naturalmente a quienes pueden garantizar la seguridad de su poder, sobre todo cuando éste ha sido adquirido por la fuerza. Hace 50 o 60 años, eran los franceses, los británicos o los estadounidenses quienes desempeñaban este papel en la región. Hoy, son los rusos quienes desempeñan este papel en términos de seguridad, y los chinos en términos económicos.
Además, la prioridad de las potencias occidentales era librar la «guerra contra el terrorismo», una estrategia que, a largo plazo, se ha vuelto miope. En el Levante, ha reforzado a las milicias chiíes de todos los bandos. En África, este enfoque ha conducido a la militarización de los gobiernos en el poder, reforzando unidades especiales que han acabado orquestando golpes de Estado. Cuando se produjeron estos golpes, primero en Mali, luego en Burkina Faso y finalmente en Níger, los países occidentales —Francia en particular, con la excepción de Níger— estaban desesperados por quedarse para continuar la «guerra contra el terrorismo». Pero ésta ya no era la prioridad de los nuevos regímenes, cuya principal preocupación era ahora consolidar su poder.
Este fue el caso de Níger, donde los estadounidenses pensaron que podían maniobrar con más habilidad que los franceses. Ya mostramos en estas páginas cómo los estadounidenses acabarían inevitablemente siendo expulsados… y así fue. La lucha contra el terrorismo sigue siendo sin duda un problema, pero no es la principal preocupación de los nuevos dirigentes. Así lo refleja el primer acuerdo firmado entre los países del Sahel, cuya cláusula quinta se refiere a la lucha contra los grupos rebeldes susceptibles de amenazar su poder, como las facciones de mayoría tuareg en el norte o los grupos tubus en Níger, que representan un peligro político con potencial apoyo nacional, regional o internacional.
6 — El papel de Ucrania: ¿el fracaso de una estrategia de comunicación?
A este respecto, se tiende a exagerar el papel de Ucrania.
Sabemos que los tuaregs buscaban el apoyo de varios actores y que Ucrania, en guerra con la Rusia de Putin, era una de las opciones, entre otras cosas porque ya estaba implicada en Sudán. Sus representantes se pusieron en contacto con los ucranianos, al igual que lo habían hecho con los estadounidenses, que se encuentran en pleno periodo de transición entre dos administraciones y prefirieron claramente abstenerse de cualquier ayuda significativa. Los franceses, por su parte, han rechazado claramente cualquier intervención directa. Kiev ha aceptado aportar una ayuda limitada: un poco de dinero y la formación de una decena de rebeldes, principalmente en atención médica de urgencia para las fuerzas especiales en la zona de guerra y en el uso de minidrones militarizados capaces de lanzar granadas, muy lejos de la tecnología de los drones Reaper, por ejemplo.
En 2024, se enviaron uno o dos emisarios ucranianos al norte de Mali, pero ahí se acabó todo. En julio, tras la batalla de Tinzaouaten, los ucranianos emitieron un comunicado en el que reivindicaban su implicación. Sin embargo, sobre el terreno, la inteligencia ucraniana no está a la altura de la de los tuaregs, y el uso de drones no desempeñó un papel tan decisivo en el resultado de la batalla, que analizamos en estas páginas.
Como era de esperar, la declaración ucraniana tuvo un efecto bumerán: las autoridades malienses la aprovecharon para afirmar que los tuaregs contaban con el apoyo de fuerzas extranjeras, tachándolos de terroristas, al igual que Assad calificaba a todos sus oponentes. Los rusos, por su parte, aprovecharon la ocasión para acusar a los ucranianos —y por tanto a Occidente— de financiar el terrorismo, como ya habían hecho tras el atentado de Moscú. En términos de comunicación y propaganda, los rusos han logrado cerrar el círculo.
La estrategia de comunicación de los ucranianos es difícil de entender. En sus últimos comunicados, los tuaregs han llegado incluso a pedir a Ucrania que les preste más apoyo, lo que podría abrir una brecha.
Los países de la región en los que Ucrania ha abierto embajadas o representaciones, como Senegal y Mauritania, no han apreciado la difusión pública de esta información, ya que crea tensiones internas, con el riesgo de que esta maniobra ucraniana resulte contraproducente y se exagere ampliamente. Sin embargo, es posible que Ucrania se implique más en el futuro en una región en la que la dinámica sigue estando dominada en gran medida por los actores locales. La implicación de Kiev, o de otra potencia de peso similar, no supondría un cambio importante en el actual equilibrio de poder.