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Ésta sí que es la temporada de más 1. Con la votación del domingo, Francia está como atrapada en una mala serie: ya no te divierte, sabes que es mejor irse a la cama, pero de todos modos empiezas otro episodio, mecánicamente, como por despecho.
Este culebrón interminable empieza a cansar. Llevamos cuatro temporadas escuchando la historia del «dique contra la extrema derecha» en el último episodio. El público se aburre. Lo peor es que no hay final a la vista: pase lo que pase, sólo tendremos un pequeño respiro antes de volver a empezar en la próxima disolución o en las próximas elecciones presidenciales.
La Quinta República fue una buena serie.
Produjo algunas historias muy buenas (el famoso «Os he entendido» de De Gaulle, el lema de Mitterrand «La Fuerza Tranquila», la frase de Chirac «Coman manzanas»). Fue la serie de nuestra infancia y siempre la recordaremos con cariño. Pero ahora ha llegado el momento de escribir el desenlace final, porque ya no nos permite encontrar un relato común. La trama está tan desgastada que hemos perdido por completo el hilo: ya no sabemos quiénes son los buenos y, escuchando a todo el mundo, es como si sólo quedaran los malos.
Francia necesita escribir una nueva historia. Lo primero que hay que hacer cuando uno se embarca en un proyecto de serie es escribir lo que llamamos una «biblia»: un documento breve en el que se definen los temas, la arena y los personajes que van a desarrollarse en él. Aquí es donde se establece el escenario y se define el tono de la serie. Es un momento bastante mágico cuando, en el espacio de unos pocos párrafos, uno constituye un mundo.
Hoy, los países ya no se fundan sobre una biblia, por supuesto, sino sobre una constitución. De nuevo, se trata de un breve documento en el que se distribuyen los papeles —Presidente, Primer Ministro, diputados, senadores, jueces, etc.— y se determina la relación entre ellos —disolución, moción de censura, veto, derogación, etc.—. Es también en ese texto donde se establece el escenario y el tono de la historia que se quiere contar.
Como en la ficción, los estadounidenses son muy buenos en esto.
He aquí las primeras palabras de su Constitución: «Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos». ¡Pum! En pocas palabras, un grupo heterogéneo de inmigrantes europeos se convierte en el Pueblo estadounidense. El es el héroe de una aventura que va a apantallar al mundo entero y cuyo objetivo es «fomentar la prosperidad general y asegurar los beneficios de la libertad». ¡Ni más ni menos! Se nota que van a hacer todo lo posible. Además, para garantizar el espectáculo y las escenas de acción, todo el mundo podrá llevar un arma. Ha tenido tanto éxito que la Constitución estadounidense está ahora un poco atrapada por sus fans, que no quieren cambiar ni una palabra.
En 1789, los franceses tampoco estaban tan mal: «Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea Nacional, considerando que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos del Hombre son las únicas causas de la desgracia pública y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer, en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados del Hombre». La apuesta era clara: querían pasar página a la monarquía absoluta y crear un nuevo personaje: el ciudadano. Por cierto, la «Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano» ha dado lugar a numerosas adaptaciones y varios remakes. Un gran, gran éxito también en este caso.
A veces, una serie se construye en torno a un actor. Es difícil imaginar Breaking Bad sin Bryan Cranston, o los Soprano sin James Gandolfini. La Quinta República francesa y su sistema presidencial son casi lo mismo. Desde que De Gaulle se ha ido, somos como los fans de James Bond sin Sean Connery: no podemos evitar hacer comparaciones, y nunca es en beneficio del recién llegado.
He aquí entonces nuestra sugerencia de guión: ahora que se ha establecido el bloqueo institucional y político, en lugar de escribir otra temporada de una serie agotada que no crea más que frustración para todos, el Presidente de la República debería dar a una asamblea constituyente una página en blanco para escribir una nueva historia común.
Todo estaría sobre la mesa: las responsabilidades del Presidente y de las Asambleas, el sistema de votación, la democracia participativa, las libertades públicas y el papel de la prensa. En resumen, todo sería discutido y debatido —incluso cosas que aún no hemos imaginado, porque eso es lo mágico de empezar a escribir una nueva historia: nunca sabes adónde te va a llevar—.
Todo estaría sobre la mesa, excepto la «forma republicana del Gobierno», que la Constitución actual no permite alterar. Así que no será Juego de Tronos (el totalitarismo), The Crown (la monarquía) o The Walking Dead (la anarquía).
Ah, y como los guionistas sabemos que los títulos son importantes, proponemos llamarla directamente «Séptima República». Así evitaremos que Jean-Luc Mélenchon acapare los créditos. Será la historia de los franceses, por ellos y para ellos.